Valor y Traición -- Los Antecedentes Históricos y la Historia de los Cristeros
Por Gary Potter
Traducido del inglés por Roberto Hope, de artículo publicado por Gary Potter en
www./catholicism.org/valor-betrayal-cristeros.html
1a Parte
Además de haber realmente alcanzado el poder en casi todo el mundo dos siglos después de haber estallado en Francia en 1789, la siempre creciente Revolución1 ha prosperado de distintas maneras. Quizás su mayor éxito sea el grado en que ha podido persuadir a la gran masa de la humanidad de que el movimiento es de ellos, una lucha de la mayoría por su liberación y por conseguir oportunidades, contra las elites que antiguamente las habían oprimido y que volverán a hacerlo a menos que se mantengan vigilantes. Sin duda el éxito de la Revolución a este respecto ayuda a explicar el hecho de que ahora haya adquirido un poder enorme casi en todas partes, aunque ya raras veces lo ejerce a su propio nombre. Hoy día suele presentarse con el nombre de "democracia."
Aun cuando su poder se extiende a casi todo el mundo, lo que más le importa a la propia Revolución es, primero que nada, que su poder se extienda a los territorios de aquellos países que en un tiempo constituyeron la Cristiandad. Su existencia surgió, después de todo, para derrocar las creencias, leyes, costumbres y prácticas que distinguían a la Cristiandad del resto del mundo. En lo que respecta a ese "resto del mundo," la mayor parte ya había sido colonizado o de alguna otra forma ya imitaba a los países de la Cristiandad, para cuando la Revolución suplantó las enseñanzas de la Fe con su propia falsa filosofía. Así, la transformación de la Cristiandad en el Occidente liberal, inevitablemente dio como resultado la hegemonía de la Revolución sobre las demás tierras de Asia, África y el resto del mundo.
El que la Revolución siempre haya buscado suplantar la Fe con sus propios principios ha llevado a muchos comentaristas cristianos a identificar a este o a aquel grupo u organización no cristianos como la verdadera fuerza o poder que está "detrás" del movimiento. Ningún hombre razonable puede dudar que las "fuerzas del naturalismo organizado", como las llamó el formidable Padre Dennis Fahey, han jugado su papel en la historia de los últimos dos siglos. Sin embargo, el punto de vista aquí — como también creemos que era el del Padre Fahey si lo hemos leído correctamente — es que el casi universal dominio de la Revolución hoy en día se debe más a nuestra naturaleza caída que a ninguna otra cosa. O sea, el hombre se ha inclinado siempre desde la Caída, a vivir conforme a su propia voluntad en vez de la de Dios. Empezando hace dos siglos, los hombres comenzaron finalmente a derrocar las instituciones políticas y sociales que acotaban esa inclinación. Durante algún tiempo, la Iglesia fue capaz de evitar que esa transformación se hiciera casi completa, de la misma manera como anteriormente había podido evitarla plenamente. En el Concilio Vaticano II, sin embargo, se repudió el que sus enseñanzas jugaran un papel o tuvieran influencia en los asuntos políticos. (Nos referimos a política en el sentido en que constituye el medio por el cual se regula la vida en sociedad). De entonces para acá, poco ha sido lo que a la Revolución se le ha interpuesto en su camino,
Decir que haya sido poco lo que se ha interpuesto en su camino no quiere decir que no haya sido nada. Aquí y alla, grupos e individuos luchan por mantener viva la idea del orden social cristiano. Su mera existencia impide al casi universal dominio de la Revolución volverse absoluto. Eso por una parte. Por la otra, manteniendo viva la idea ahora, también hace posible que el orden social cristiano sea revivido cuando Dios decida que la hora de restablecerlo ha llegado.
La labor de estos individuos y grupos ha sido gravosa, pues no es fácil mantenerse siempre en el lado perdedor de la historia. Las cosas pueden ser aún más descorazonantes para aquéllos que no están ocupados directamente en esa labor pero que la apoyan. ¿Llegará algún día un tiempo más luminoso? se preguntan.
Un Ejemplo Alentador
La historia que sigue puede darnos algún aliento. Es la historia — narrada de manera demasiado breve — de los Cristeros Mexicanos, campesinos católicos que no aceptaron que la Revolución fuera un movimiento suyo. Se levantaron en armas contra su propia nación; y por su misma lucha y muerte en el número en que lo hicieron, dieron el mentís — como lo hicieran los Vendeanos en Francia y los Carlistas en España — a la idea de que el enemigo le debe su exito pasado y presente a "el pueblo."
La historia de los Cristeros, empero, no es una de victoria. Eso no la hace menos inspiradora, sin embargo, pues si al final depusieron las armas, no fue realmente para rendirse a la Revolución contra la cual lucharon. Militarmente tuvieron éxitos brillantes, y el que ellos pudieran haber prevalecido finalmente en el campo de batalla era posible, y en mayo de 1929, hasta se veía probable. Sin embargo, carecían del apoyo que merecían. Esto no se refiere al apoyo popular, pues el de ellos fue un levantamiento genuinamente popular. Lo que faltaba, excepto al mero inicio (y que aun entonces no era de una naturaleza práctica) era el apoyo de los obispos de la Iglesia en México. Faltaba también el apoyo de la Santa Sede, que alguna vez había tronado contra el régimen de la Ciudad de México, pero eso había sido antes de llegar a un arreglo con el mismo gobierno, arreglo que fue fatal para los Cristeros. En lo que atañe a que los obispos y la Santa Sede hayan seguido el camino que siguieron, podría decirse que en vez de apoyar a los Cristeros, los campesinos-guerreros fueron traicionados por los mismos hombres por quienes ellos luchaban.
Y traicionados fueron. En última instancia, sin embargo, lucharon por ellos mismos, por sus familias por su forma de vida, por sus creencias. Si fueron compelidos a dejar de luchar no lejos de alcanzar la victoria, su causa no fue derrotada, y ciertamente no fue una causa perdida. Permanece viva en las mentes y corazones de muchos mexicanos que todavía creen como creyeron los Cristeros. Permanece viva de manera parecida a la que la causa de los Estados del Sur (la causa de una sociedad ordenada jerárquicamente y arraigada en la tierra, fiel a las costumbres y a las tradiciones, aferrándose al honor, y desdeñosa del pragmatismo político) no se ha perdido para muchos norteamericanos, aun cuando la guerra de secesión que se luchó para formar una nación independiente que encarnara esa causa cesó en 1865.
Como pasa con todo lo que tiene una escala épica, como es la historia de la Cristiada, lo que sucedió no puede entenderse sin una comprensión de los antecedentes historicos. (Los Cristeros, los hombres que se alzaron en la Cristiada, no se llamaban a sí mismos Cristeros, ni su lucha se llamaba la rebelión Cristera. La palabra "Cristero" fue acuñada y aplicada a ellos por sus enemigos, los Masónico-Socialistas que gobernaban México, por razón de su consigna y verdadero grito de guerra "¡Viva Cristo Rey!")
Fuentes
Antes de que veamos los antecedentes históricos, vienen al caso unas palabras concernientes a las fuentes. Existen en inglés crónicas confiables de La Cristiada: La más completa — de hecho la obra definitiva sobre el tema — es The Cristero Rebellion; The Mexican People Between Church and State, 1926-1929 , por Jean A. Meyer (Cambridge University Press, 1976) [N del Tr: en español se publicó como: La Cristiada:Guerra de los Cristeros. Ciudad de México: Siglo XXI Editores, 1978]. Otra obra que puede recomendarse es Viva Cristo Rey! The Cristero Rebellion and the Church-State Conflict in Mexico, por David C. Bailey (University of Texas Press, 1974).
Esos dos libros y algunas otras cosas, pero principalmente esos dos libros, son la fuente de la mayoría de los hechos que se narran aquí, aunque la interpretación de muchos datos nace de nuestro imperturbable punto de vista católico y de nuestras convicciones personales que emanan de él. Debe mencionarse de la obra de Bailey, sin embargo, que le atribuye a dos organizaciones una parte mucho mayor de la dirección o mando de la rebelión Cristera que la que ellas realmente ejercieron. (Las memorias escritas por algunos veteranos de las batallas, así como el libro de Meyer, lo dejan claro.) Esas organizaciones fueron la ACJM (Asociación Católica de la Juventud Mexicana) y, especialmente, la LNDLR (Liga Nacional Defensora de la Libertad Religiosa.)
Es cierto que, en 1926, los hombres que formaban el núcleo de la LNDLR decidieron, habiéndose agotado otros medios, que no había manera de terminar la opresión de la Iglesia en México excepto mediante la insurrección armada contra el gobierno, con el objetivo final de reemplazarlo por uno católico. Sin embargo, para cuando la decisión fue tomada, ya habían ocurrido alzamientos campesinos en numerosas localidades, y aquí y allá habían comenzado a surgir paladines campesinos y estaban empezando a combinar esfuerzos. En otras palabras, el movimiento estaba en marcha. Los abogados, doctores, ingenieros, pequeños comerciantes e intelectuales de la clase media de la LNDLR tuvieron que correr como locos para ponerse al frente. Además, una vez que llegaban, simplemente sólo estaban ahí. Algunos habrían de pagar un alto precio por su "dirigencia" de los Cristeros, incluyendo el precio extremo, pero pocos jamás vieron acción en el terreno de combate. Los Cristeros en gran medida fueron sus propios mandos. Habrían seguido su lucha con o sin la LNDLR. De hecho, la siguieron. El último guerrero Cristero que murió en batalla cayó en 1941, doce años después de que la traición dejó totalmente impotente a la LNDLR y a la ACJM. (La LNDLR pronto se dispersó. La ACJM fue fundida en la organización juvenil oficial del episcopado).
Quiénes fueron
La verdadera naturaleza de la rebelión se ve por los hombres que al final se volvieron sus verdaderos dirigentes Como los campesinos de La Vendée en Francia, fueron comandados mayormente por otros campesinos y artesanos, que demostraron un don sorprendente para dirigir militarmente, especialmente en acciones de tipo guerrilla, los Cristeros hallaron su general más brillante, en un hombre que había sido vendedor viajero de productos farmacéuticos antes de que comenzara la insurgencia. Su nombre, aún honrado por los patriotas católicos de México, era Jesús Degollado Guízar. Dos de los más altos generales eran simples sacerdotes (ambos étnicamente indios) de parroquias rurales, los padres Aristeo Pedroza y José Reyes. Otros hombres sin experiencia militar ascendieron a puestos de mando en un ejército que tenía 50,000 hombres cuando parecía estar al borde del triunfo.
Unos pocos soldados profesionales habrían de pelear del lado de los Cristeros. El más ilustre, un artillero que fue hecho general en el ejército regular de México a la edad de 40 años, era Enrique Goroztieta. Por increíble que parezca, él era agnóstico, hasta masón. Por qué exactamente había dejado el ejército antes de que comenzara la revuelta y luego se unió a ella, no está claro. Era un hombre ambicioso y pudo haber soñado en una carrera militar exitosa que lo llevara a alcanzar el poder político. ¿Dejó el ejército regular porque su carrera ahí no lo estaba llevando en esa dirección? ¿Se imaginaría que una victoria cristera sí lo llevaría? Eso apenas si tiene importancia. Lo que sí la tiene es que su servicio con los Cristeros lo volvió católico y lo llevó a sufrir una muerte heróica.
Fue el comportamiento de sus hombres fuera del campo de batalla pero especialmente bajo fuego, lo que convirtió al militar profesional. Específicamente, el comandante estaba lleno de admiración por los hombres que él comandaba. Esto puede sacarse de numerosos comentarios que a lo largo del tiempo les daba a sus subordinados y a sus compañeros oficiales. ¿Qué hacía a los Cristeros ser los hombres que eran? Era su Fe, fue lo que él concluyó. Y, así, la abrigó él mismo.
Dejemos que Jean Meyer describa lo que Gorosztieta atestiguó cuando veía a los Cristeros en acción. "Soldados en huaraches y vestidos de algodón blanco, henchidos todavía del espíritu comunitario de su aldea, de su parcela, de sus proyectos privados [que] se mantenían firmes bajo el fuego, no titubeaban para responder a exigencias supremas, y frente a sus ojos cruzaron aquélla raya más allá de la cual uno ya no se ama a sí mismo, más allá de la cual uno ya no piensa en preservar su propia vida. Los veía levantarse y marchar calmadamente al combate, lanzarse machete en mano sobre las ametralladoras federales y escalar alturas en cuya cima los simples campesinos comienzan a parecernos grandes guerreros."
El 2 de junio de 1929, en una hacienda de Michoacán, separado de sus hombres, herido, enterado de que los obispos estaban vendiendo la causa, atrapado en una casa rodeada por tropas del gobierno, pero rehusando a rendirse, Goroztieta se lanzó fuera y murió con pistolas disparando en ambas manos, evidentemente determinado a llevarse consigo a tantos federales como le fuera posible.
Aun cuando la LNDLR le había conferido el título de "Jefe Supremo" de lo que llamaba la Guardia Nacional, debe enfatizarse que Goroztieta, no más que Jesús Degollado, que el Padre Pedroza, que el Padre Reyes o que nadie más, jamás fue visto por los Cristeros mismos como su Supremo Comandante o Dirigente. La rebelión no tuvo un Pancho Villa, un Emiliano Zapata o un caudillo. En el contexto de la historia de México esto era tan inusitado que el agregado militar de la embajada de los Estados Unidos, el Coronel Gordon Johnston, informó al Departamento de Guerra en Washington que esa era la característica más sobresaliente de la rebelión.
¿Podría habérsele ocurrido a Johnston, quien casi ciertamente era protestante (y probablemente masón si llegó a ser coronel en el ejército de los Estados Unidos en esa época), que los hombres, con Cristo Rey a la cabeza, no tenían necesidad de un solo dirigente humano a quién seguir?
Beato Miguel Pro
Decir que la rebelión no fue realmente encabezada por la LNDLR o la ACJM no es para menospreciar a los hombres de esas organizaciones. Ya hemos dicho que algunos de ellos pagaron, aun con su vida, su fidelidad a la Fe, y así lo hicieron otros por estar vinculados con ellos por parentesco o amistad. Consideremos el martirio del Padre Pro — muchos lectores habrán visto fotografías de su fusilamiento — muerto por un pelotón de fusilamiento en el cuartel de la policía en la Ciudad de México el 23 de noviembre de 1927.
Aun cuando él no era un miembro activo de la LNDLR, sus dos hermanos, Humberto y Roberto, sí lo eran. (Durante los meses que pasó en la clandestinidad en la Ciudad de México, el Beato Pro condujo una especie de bolsa de conferencistas para la Liga.) El 13 de noviembre de 1927 hubo un intento de asesinar al Gral. Álvaro Obregón. (Él y el presidente en turno, Plutarco Elías Calles, eran los dos personajes que dominaban la vida política de México en los años 20's, alternando el poder entre ellos en una diarquía que en algo se asemejaba al gobierno de los co-emperadores que se dió en el Imperio Romano.) Los disparos lanzados contra Obregón provenían de un auto prestado, cuya propiedad pudo con facilidad rastrearse a la LNDLR. Uno de los presuntos asesinos frustrados era un ingeniero electricista de 24 años, llamado Luis Segura Vilchis, miembro activo de la ACJM. Los dirigentes de la LNDLR y de la ACJM ignoraban totalmente lo que Vilchis y sus compañeros se habían propuesto hacer, pero cuando finalmente fue arrestado, la policía tendió una redada para prender a otros miembros de la ACJM y de la LNDLR. Prendidos en la redada cuando catearon la casa en donde vivían juntos, fueron Humberto y su hermano sacerdote. De ninguno se cree que haya tenido nada que ver con el intento de asesinato. Como ya se dijo, el Beato Miguel ni siquiera era miembro de la LNDLR. Eso no le importó al tirano Calles. Tal era lo profundo de su anti-catolicismo, que estaba seguro de que el Beato Miguel tenía que haber sido el autor intelectual del intento de asesinato contra Obregón. Así, ordenó entonces la ejecución sin juicio previo de Vilchis, de los dos hermanos Pro, y de una cuarta persona, Juan Tirado. La policía había estado buscando al Beato Pro durante meses, pero si lo hubieran encontrado antes del 13 de noviembre, su peor destino habría sido la expulsión del país. Fue el intento de asesinato de Obregón y la relación del Beato Miguel con la LNDLR a través de su hermano, lo que hizo que fuera fusilado.
Dirigencia
Hemos mostrado cómo los miembros de la LNDLR corrían un verdadero riesgo, aun cuando no anduvieran en los montes con los Cristeros. Debe decirse también — y debe ser obvio — que si los campesinos-guerreros hubieran prevalecido militarmente, ni su valor como guerreros ni la pureza de sus corazones como católicos los hubiera equipado para formar y encabezar un gobierno nacional.
¿Quién entre ellos hubiera siquiera estado interesado en intentarlo? Una conciencia limpia, no arredrarse en la lucha, amar a sus mujeres y a sus hijos, levantar sus cosechas y quizás tener algo de beber y fumarse un cigarro al final del día — tales habrían sido los intereses de los Cristeros cuando no eran guerreros. Hombres como esos, hombres serios, conocen sus límitaciones. Estos campesinos no eran como tantos de los americanos de ahora, a quienes se les ha enseñado desde niños que "Tú puedes ser lo que tú quieras" y que se vuelven amargamente resentidos, y muchas veces una amenaza, cuando aprenden la verdad.
Cuando en el curso de su rebelión, los Cristeros tomaban pueblos, luego regiones más extensas y eventualmente la totalidad de varios estados, no intentaron ellos mismos proveer el gobierno necesario para mantener los servicios básicos para los habitantes, como el mantener las escuelas abiertas, los alimentos disponibles, los transportes funcionando o cosas de ese tipo. Alistaban a otros para administrar lo necesario: sacerdotes simpatizantes, oficiales de bajo nivel que eran amigos, pequeños propietarios, profesores de escuela, empleados — esos hombres y otros como ellos — hombres con alguna educación o con preparación profesional. La formación de un gobierno nacional habría requerido hombres como los de la LNDLR.
Hay un punto más que asentar antes de pasar a los antecedentes históricos de la Cristiada.
Intenso Anti-Catolicismo
En algunos párrafos anteriores hemos hecho referencia al profundo anti-catolicismo del presidente Calles. El anti-catolicismo de que hablamos no es el tipo contra el cual la mayoría de nuestros lectores se topa en su vida cotidiana. Es el anti-catolicismo revelado por la Revolución (o "democracia") como inherente a ella, cuando insiste en que los hombres deben vivir conforme a su propia voluntad en vez de la de Dios, cual si Él no existiera. El anti-catolicismo de todos los días simplemente considera la Fe como algo malo o simplemente demasiado controladora de la vida de quienes nos adherimos a ella. La Revolución no ve la Fe como algo simplemente malo sino como algo expresamente antagónico a ella. Es antagónica a la Revolución, pero eso es irrelevante para el punto que queremos hacer. El revolucionario, cuando es leal a sí mismo, no simplemente rechaza la fe, la odia, desea destruirla. "Ecrazes l'infame" gritó Voltaire. "Aplastad a la infame" refiriéndose de esa manera a la Iglesia.
Para medir lo profundo del odio de la Revolución, para ver contra qué luchaban los Cristeros, aquí van algunas líneas extraídas de un discurso dado por uno de los generales del Gobierno, J.B. Vargas en el pueblo de Valparaíso, Zacatecas:
"El perverso clero, conformado por traidores a la patria, y recibiendo órdenes de un dirigente extranjero que siempre está conspirando para provocar la intervención extranjera en México a fin de asegurar su dominio y sus privilegios, es dañino porque su misión es la de embrutecer a la gente ignorante para explotarla y hacerla fanática al punto de la idiotez, y la engañan haciéndole creer que el clero es el representante de Dios, a fin de vivir a costa de las masas indolentes e iletradas, que es donde el Fraile ejerce su dominio. Basta con tener alguna idea de la terrible historia de la inquisición, para darse cuenta de que los frailes y las sotanas apestan a prostitución y a crimen."
En cuanto a Calles mismo, conviene tener una idea precisa de lo que lo motivaba, ya que él era la verdadera encarnación de la Revolución en México. (Efectivamente, luego de que Obregón hubiera sido eliminado, la referencia oficial a Calles se tornó en "Jefe Supremo de la Revolución.") El hombre fue descrito resumidamente por Ernest Lagarde, encargado de negocios en la Legación Francesa en la Ciudad de México en la época de la Cristiada. Según David Bailey, el embajador de los Estados Unidos, Dwight Morrow, "consideraba a Lagarde como el hombre mejor informado en el tema [de relaciones Iglesia-Estado] en México." Lagarde escribió acerca del Presidente de la República:
"Calles era un adversario violento y apasionado de la Iglesia Romana, no porque deseara evitar que ésta extendiera su influencia y poder, sino porque él había decidido extirpar la Fe Católica del territorio mexicano. Lo que era tan fundamental de su carácter consistía en que era un hombre de principios, poseído de una energía que no se detenía en la obstinación y la crueldad, y estaba dispuesta a atacar, no sólo personas sino también principios, y aun la institución misma, y estaba también dispuesto a que el sistema de gobierno que él apoyaba como resultado de sus convicciones filosóficas, condenara la misma existencia de la iglesia como algo económica y políticamente desastroso."
Algunos antecedentes
Ahora pasemos al antecedente histórico que prometimos presentar
Los americanos que no estén familiarizados con la historia de Europa y de su propio Hemisferio, excepto en términos muy generales, supondrán que cuando Hernán Cortés llegó a México en 1519 con su pequeña banda de compañeros conquistadores, era bajo la égida de la corona española. Eso así fue, pero había más que eso. El que el penacho de Moctezuma esté ahora en un museo de Viena y no en Madrid muestra el panorama completo. El soberano de Cortés era el Emperador Carlos V. Carlos gobernaba España, ya que esa tierra era parte del imperio, pero no fue hasta 1556 cuando el país se volviera una nación por separado como la conocemos ahora. Fue en 1556 cuando Carlos, deseando pasar los últimos años de su vida en un monasterio, dividió el imperio renunciando a la dignidad imperial. Su hermano Fernando asumió dicha dignidad. España y sus nuevos dominios en el Hemisferio Occidental, incluyendo México, fueron asignados a su hijo Felipe, conocido en la historia como Felipe II, un muy gran monarca por su propio derecho.
La teoría del Imperio era que la Iglesia y el Estado, Papa y Emperador, obrarían conjunta y armónicamente por la paz y la prosperidad, con el objeto de que sus súbditos pudieran permanecer tan cerca de Dios como fuera posible. Los escritores han tratado de describir esta armonía de diversas maneras. Por ejemplo, el Imperio ha sido comparado con un tren sobre su vía, la vía siendo la Iglesia y sus enseñanzas, la cual establece el curso del tren. Yo prefiero ver el Imperio como un barco. El Emperador estaría al timón. El Papa sería el vigía2 cuidando de que la nave no se aproximara a los arrecifes, y listo para lanzar una advertencia cuando él divisara uno. En toda la historia no se ha intentado un gobierno más ideal.
Desafortunadamente, varias veces a lo largo de los siglos, el Emperador o el Papa, uno u otro, trataron de actuar tanto de timoneles como de vigías, creando una tensión entre la Iglesia y el Estado. En ocasiones, la tensión se convertía en conflicto. A ese punto se llegó en 1527 cuando las tropas de Carlos V saquearon Roma (Carlos no tenía intención de que ocurriera un saqueo, y sus generales fueron incapaces de pararlo,)
Felipe II y los reyes de España que le sucedieron habrían de conocer épocas de tensión y de franco conflicto entre la Iglesia y el Estado, como había ocurrido y habría de ocurrir con varios otros emperadores. A final de cuentas, el estado fue el que habría de prevalecer en España, aun cuando no a tal grado extremo como en algunas otras naciones. España no era como Francia, con el desastre del galicanismo, o como el Imperio bajo José II. Mucho menos se asemejaba a Inglaterra, donde un monarca, Enrique VIII, simplemente se declaró Cabeza de la Iglesia de ese reino.
Todo esto nos es de interés porque, como resultado de ello, durante los tres siglos en que México fue español, la Iglesia en México estaba generalmente sometida a la Corona, aun cuando su situación no se presentara en esos términos. Más bien se presentaba que la Iglesia gozaba de la protección o del "patronazgo real" (término que realmente se usaba) de la Corona. Debe mencionarse que, por su parte, la Iglesia no hallaba su situación demasiado objetable, ya que el Real Patronato le garantizaba derechos de los cuales no goza en parte alguna del mundo en estos días. El rey podía, ciertamente, nombrar obispos, pero a ninguna secta se le permitía ejercer en púbico lo que era derecho exclusivo de la Iglesia hacer, hablando objetivamente: declarar qué enseñanza religiosa es Cristiana y qué otra no lo es. El tiempo llegaría cuando la Revolución en México, consciente de la historia pasada, pero ignorando la enorme diferencia entre la corona católica y el estado puramente laico y anti-religioso que ella estaba estableciendo, intentaría, primero, hacer a la Iglesia subordinada del estado, para luego de plano suprimirla.
Monarquía independiente
Ese intento no comenzó inmediatamente de que al país alcanzara su independencia de España en 1821. Eso fue porque los revolucionarios no estaban entonces al mando. De hecho, los hombres que encabezaron inicialmente el México independiente eran bastante conservadores y, casi todos ellos, monarquistas. Fue en la propia España donde los liberales llegaron al poder. Los mexicanos, con el apoyo de los obispos del país, buscaron la independencia precisamente por esa razón. Lográndola, cuando no encontraron algún príncipe extranjero que reinara sobre ellos, voltearon hacia un hombre de sus propias filas, Agustín de Iturbide, proclamándolo emperador. Así pues, el primer gobernante del México independiente fue un monarca católico. (Los libros de historia que llegan a mencionar este episodio, hablan de Agustín I — nombre que él tomó — declarándose a sí mismo emperador cual un segundo Bonaparte. Por el contrario, fue ungido canónicamente por el Obispo de Guadalajara,)
Debe recordarse en este punto que, en esa época, México era el doble del tamaño del que ha subsistido desde 1848: Texas, California y todo el resto de lo que en los Estados Unidos llamamos el 'Southwest' — todo eso era parte de México. El tener una monarquía católica ocupando gran parte de la América del Norte hacía incomodarse mucho a los protestantes que dominaban los Estados Unidos, una república liberal. Aun un México independiente que hubiera nacido como una república, pero una que fuera católica de carácter y no liberal, habría sido inaceptable para ellos. La visión católica de lo que debiera ser una sociedad era demasiado diferente de la de ellos. Con el tiempo, ellos habrían de actuar para eliminar la amenaza percibida de un poder católico que desafiara el suyo, arrebatando por la fuerza de las armas la mitad de México, y luego apuntalando la Revolución una vez que se hubiera instalado en lo que quedaba del país. Por lo pronto, maquinar la caída del Emperador Agustín era el primer punto del orden del día.
Traición masónica
Esto no fue difícil, dada la fragilidad que siempre ha caracterizado las instituciones de una nación cuando llega a su existencia por vez primera — y esto no fue menos para México que para otros. En 1823, Agustín viajó al exilio en Italia, y en México se proclamó una república. (Al año siguiente, creyendo poder seguir siendo útil al servicio de su país, e ignorante de que había sido sentenciado a muerte, Agustín regresó. Fue arrestado al llegar, y luego fusilado.) Fue entonces cuando el vecino de México al norte se pondría a trabajar en serio. Si el objetivo era socavar el país como nación católica; la antigua Catholic Encyclopedia de 1913 explica sucintamente cómo habría de comenzar la empresa:
"La masonería, promovida tan activamente por el primer embajador de los Estados Unidos, Joel R. Poinsett, comenzó a reducir gradualmente la lealtad que los gobernantes y el gobierno habían manifestado tener hacia la iglesia. Poco a poco, fueron promulgándose leyes contra la Iglesia, restringiendo sus derechos como, por ejemplo, en 1933, la exclusión del clero de las escuelas públicas, a pesar del hecho de que el presidente en esa época, Don Valentín Gómez Farías. exigía para el gobierno todos los privilegios del patronazgo real, con el poder de llenar sedes vacantes y otros beneficios eclesiásticos."
Aun con el riesgo de asignarle demasiado espacio a este bosquejo de antecedente histórico de La Cristiada, la referencia a la masonería que hace la enciclopedia apunta a la necesidad de hacer algunos comentarios sobre el papel que jugó en México esta fuerza particular del naturalismo organizado, especialmente porque, como dice claramente la referencia, éste ha sido un papel central.
Conceder esta centralidad parecería contradecir el pensamiento expresado al inicio: ése de que el éxito de la Revolución se debe más a nuestra propia naturaleza caída, que a las artimañas de este o aquel grupo u organización. Sin embargo, sí dejamos que las fuerzas del naturalismo organizado, incluyendo a la masonería, hayan tenido un papel importante que jugar en facilitar el avance de la Revolución. Eso en ninguna parte ha sido más visible que en México. Usualmente, la masonería puede entreverse tras los bastidores: En Francia en 1789, en la fundación de nuestra propia república liberal, y en Rusia en 1917. Por contra, en México ha estado al frente y al centro.
Para dar un ejemplo: Tan recientemente como en 1979, cuando el Papa Juan Pablo II visitó México en su primer viaje a cualquier lugar del extranjero como Sumo Pontífice, varias logias de todo el país pusieron anuncios de página completo en periódicos de la Ciudad de México, todas ellas a su propio nombre, protestando por la visita, y pronosticando consecuencias funestas.
Sea el que sea el alcance de su poder e influencia en los Estados Unidos, los masones de este país nunca han sido así de abiertos al mostrarse a sí mismos o de lo que esa organización se trata.
(Desde el punto de vista masónico, los acontecimientos ocurridos desde la primera visita del Papa a México han sido funestos. No solamente es ahora legal que los sacerdotes lleven puesto el alzacuellos en público, se les ha dado el derecho de votar. Todavía peor, el país tiene ahora a un católico practicante como presidente, Vicente Fox. Más aún, ha hecho constar que, en su juventud, él fue inspirado por historias del valor Cristero.)
Si la masonería empezó a ser una fuerza en la vida política de México tan pronto como el primer enviado de los Estados Unidos llegó al país, para los años 1920s era una fuerza mucho mayor. Esto fue reconocido por Emilio Portes Gil, escogido por Calles para ser su sucesor, cuando llegó a Presidente en 1929 y declaró: "En México, el Estado y la masonería se han vuelto una y la misma cosa en los años recientes."
Si así era el caso en el estado mexicano, era inevitable que fuera casi lo mismo en el ejército mexicano. Típico de sus oficiales fue el General Joaquín Amaro, Ministro de Guerra en la época de la Cristiada. Hubo una ocasión infame en sus años de ministro cuando sus colegas oficiales y masones le hicieron una fiesta en la Iglesia de San Joaquín en la Ciudad de México el día de su santo. La fiesta incluyó la actuación de una parodia sacrílega de la Santa Misa, con todo y champaña tomada en los cálices.
(No tan típico fue el que el General Amaro se hubiese convertido a la Fe Católica hacia el final de su vida. Algunos dirán ahora probablemente, que fue muy a propósito el que haya legado su muy extensa biblioteca de literatura anti-católica a los jesuitas.)
Además de la masonería, aunque nunca en tanto grado, otra fuerza que activamente buscaba socavar México como país católico fue el protestantismo. Tuvo un éxito considerable, especialmente en el norte — la parte del país que tiene frontera con los Estados Unidos.
El norte es lo que algunos americanos se imaginan que es todo México: principalmente desértico y cálido. Antes de que la llegada del aire acondicionado hiciera posible para algunas poblaciones, como Monterrey, desarrollarse como grandes ciudades y centros manufactureros, el norte estaba escasamente poblado. No por coincidencia, los mexicanos se refieren a los dirigentes históricos de la Revolución de su país como "los hombres del norte" porque de ahí es de donde provenía la mayor parte de ellos, incluyendo a Obregón y a Calles. Estos fueron hombres que crecieron fuera del centro hispánico e indígena de México. Sus años formativos fueron pasados figurativa y literalmente más cerca de los Estados Unidos que del centro. Como consecuencia, muchas veces atribuían el "retraso" de su país al catolicismo. Veían el protestantismo del otro lado de la frontera como aquéllo que explicaba la riqueza y el progreso de los Estados Unidos.
Sin duda, hay algo de cierto en esa noción. Los católicos creen, o deberían creer, que hay algunas cosas más importantes que la de alcanzar riqueza. Adquirir virtudes es una de ellas. Los protestantes, especialmente si son de índole calvinista, ven la riqueza como un premio de Dios por su abstemia y su ética del trabajo, que ellos valoran como constituyentes de la virtud que verdaderamente cuenta. Esta diferencia en perspectiva entre los católicos y los protestantes produce estilos de vida diferentes. "El tiempo es dinero" es un aforisma norteamericano con raíces tan antiguas como la admonición de Benjamín Franklin de que "un centavo ahorrado es un centavo ganado". El tiempo no debe desperdiciarse. En los países católicos, especialmente los latinos de Europa y del Hemisferio Occidental, los hombre están dados a 'desperdiciar' el tiempo pasando largas horas en terrazas de cafés o en cantinas o en largas siestas. El protestante observará que ésta no es la forma de hacerse de dinero o de 'progresar'. Tenemos una observación nuestra: Es notable ver cuántos protestantes ricos eligen pasar sus vacaciones, o aun retirarse, en lugares como la Provenza o la Toscana o en Cuernavaca, para probar un poco de la vida que el despreciado católico disfruta todo el tiempo. Nunca se oye que alguno de ellos contrate a un arquitecto para que renueve la casa de una antigua granja en Kansas.
En todo caso, cuando los hombres del norte llegaron al poder a principios del siglo veinte, abrieron el país, como asunto de política, a la penetración protestante. Siendo ése el caso, los protestantes americanos en general apoyaban de todo corazón la Revolución en México. Como uno de ellos, S.G. Inman, del Comité de la Liga de Naciones Libres, lo habría de atestiguar ante un comité del Senado de los Estados Unidos en 1919: "Cuando comenzó la Revolución Mexicana, las iglesias protestantes se lanzaron a ella casi unánimemente, porque creían que el avance de la Revolución representaba lo que estas iglesias habían estado predicando a lo largo de los años, y que el triunfo de la Revolución significaba el triunfo del Evangelio. Había congregaciones enteras que, dirigidas por pastores, se pasaron de voluntarios al servicio del Ejército Revolucionario. Muchos pastores protestantes ocupan ahora puestos prominentes en el gobierno mexicano."
Para 1922, había 261 misioneros americanos colaborando con pastores protestantes mexicanos en 703 lugares de adoración, cuyas congregaciones en conjunto ascendían a 22,000 miembros. Para 1926, los metodistas operaban 200 escuelas en México. La YMCA estaba en todas partes. El Obispo Episcopaliano de México, Moisés Sáenz, era hermano del Secretario de Relaciones Exteriores, Aarón Sáenz. Esa relación en sí misma garantizaba que las misiones protestantes gozaran de cooperación gubernamental. Los protestantes también controlaban la Secretaría de Educación.
Descatolización
Jean Meyer narra la penetración protestante contra la creciente resistencia católica a la Revolución, resistencia que finalmente habría de producir la rebelión Cristera: "El proselitismo, siempre basado en los temas gemelos de la inmoralidad de los sacerdotes célibes y la rapacidad del alto clero, fue bastante efectiva en el norte y en las zonas despobladas de tierra caliente, pero en el resto del país produjo reacciones que muchas veces eran violentas, y que se hicieron cada vez más frecuentes después de 1926, conforme el protestantismo fue ganando fuerza. A los católicos les era evidente que el gobierno estaba colaborando cercanamente con las misiones yanquis, y que estaba obrando por la gran descatolización anhelada por Theodore Roosevelt como preludio para la anexión. Los políticos católicos habrían dado mucho por haber podido publicar este telegrama enviado por las iglesias episcopalianas de Toledo, Ohio, y de Taylor, Pennsylvania, al Presidente Obregón: "Millones de Norteamericanos están con usted y rezan por usted mientras usted lucha por soltar el yugo que la Iglesia Católica Romana ejerce sobre su gran nación."
De hecho, abrir el país a la penetración protestante y promover las sectas como cuestión de política empezó con el acceso de los hombres del norte al poder, pero ellos no eran los primeros en aspirar a la 'descatolización' de México. Ya no era el caso de que la Revolución en México hubiere empezado con ellos, no obstante que fue con ellos que se llamó a sí misma La Revolución. Ya hemos oído que la lealtad, tanto de los gobernantes como de los gobernados, hacia la Iglesia, comenzó a menguar — que fue llevado a que así sucediera — tan pronto como el primer enviado de los Estados Unidos hubiera llegado al país, poco tiempo después de que México hubiera alcanzado su independencia.
El paso de avance de la Revolución, y con ello el de la 'descatolización' que es la verdadera definición de lo que se busca, se aceleró en los años 1850s. Entre 1855 y 1857, cuando se adoptó una nueva constitución, se pusieron en vigor una serie de medidas promulgadas por el gobierno. Una exigía que la Iglesia se deshiciera de sus bienes raíces con excepción de las iglesias. Otra, requería el registro civil de los nacimientos, matrimonios y defunciones. Otra más, ponía los cementerios bajo el control del estado. Una rebelión apoyada por dirigentes católicos estalló contra la nueva constitución. La lucha entre los rebeldes y las fuerzas del gobierno duró tres años.
El gobierno de esa época estaba encabezado por Benito Juárez. Era considerado tan altamente en los Estados Unidos, que sigue siendo probablemente el único presidente de México que muchos americanos pueden nombrar. Desde Veracruz, la ciudad en la costa del Golfo donde estableció una capital temporal durante la guerra de 1858-60, expidió numerosos edictos, conocidos colectivamente en la historia de México como las Leyes de Reforma. El primero, decretó la separación absoluta de la Iglesia y el Estado. Otros, nacionalizaban todas las tierras de la Iglesia, prohibían a los funcionarios públicos asistir a celebraciones religiosas, hacían ilegal dar diezmo a la Iglesia, abolían las órdenes monásticas3; prohibían a las ordenes femeninas admitir novicias, hacían el matrimonio por la vía civil obligatorio, y legalizaban el divorcio.
Su ejército, suministrado abundantemente de armas por los Estados Unidos, finalmente prevaleció en el campo de batalla, y Juárez re-estableció la capital en la Ciudad de México. Los dirigentes conservadores, sin embargo, se rehusaron a conceder la derrota, y buscaron ayuda en Europa. Napoleón III, Emperador de Francia, estuvo dispuesto a proporcionarla.
Emperador Maximiliano
Los conservadores deseaban revivir la forma de gobierno que México había disfrutado cuando se hizo independiente: la monarquía. Buscaron un príncipe que los gobernase. Hallaron uno en un descendiente de Carlos V. Era el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, cuya ambiciosa esposa, Carlota, era hija de Leopoldo, Rey de los Belgas.
Reticente, al principio, de aceptar la corona de México que se le proponía, ya que su aceptación implicaba deponer todos sus derechos en el Imperio Austro Húngaro, pero presionado por Carlota y, sobre todo, por Napoleón III, Maximiliano finalmente aceptó. Tantas insensateces sentimentales se han escrito sobre él, que convendría escribir unas cuantas líneas sobre la cruda realidad de este interludio en la historia de México.
Explicar el por qué Napoleón eligió involucrarse está más allá de nuestro alcance. (En parte, México le debía una gran cantidad de dinero a Francia; en parte, los franceses siempre han estado fascinados por el país.) Sin embargo, el esfuerzo de restablecer la monarquía en México 45 años después del primer intento no hubiera sido posible sin antes guarnecer el país con una muy grande fuerza expedicionaria de miles de hombres. Fue bajo su protección, que Maximiliano y Carlota llegaron a México en mayo de 1864, para reinar como el Emperador Maximiliano y la Emperatriz Carlota.
Si la salvaguarda de los derechos de Cristo como Rey de la Sociedad debe ser la ocupación primordial del gobierno, era ciertamente más probable que esos derechos no fueran ignorados por completo bajo Maximiliano que bajo Benito Juárez (o bajo cualquiera de los que le sucedieron como presidente). De este modo, indudablemente habría sido mejor para México y aun para el mundo, si la empresa de Napoleón y Maximiliano hubiera prosperado. Sin embargo, desde su inicio, estaba condenada al fracaso. Eso es porque Maximiliano simplemente no estaba a la altura de la situación. El hombre era un romántico, un soñador. Puede haber tenido buenas intenciones, pero casi nada hizo bien, excepto morir virilmente cuando el momento de ello llegó. La peor cosa que hizo en particular fue rehusarse a restituir a la Iglesia y a otros terratenientes todas las propiedades que Juárez les había expropiado con las leyes de Reforma. Es un hecho que la Iglesia había llegado a poseer quizás hasta un 50% de la tierra cultivable del país, y que eso podría haber sido demasiado pero, haciendo a un lado la cuestión de justicia, con su reticencia se distanció de los propios sectores que deberían haber constituido su base de poder. Era insensato decidir para nada en contra de la restitución, y no había razón de ello excepto que Maximiliano se imaginaba que esa postura le ganaría "el amor del pueblo," que él anhelaba.
Mientras tanto, Juárez nunca dejó el país. Estaba en el norte, siguiendo llamándose a sí mismo Presidente, y todavía reconocido como tal por el gobierno de los Estados Unidos. Más aún, luego de que cesó la Guerra entre los Estados en abril de 1865, Washington pudo proveerle de armas una vez más, al mismo tiempo que, por la vía diplomática, hacía saber a Francia y a otras potencias Europeas, que no estaba más contento en los años 1860s que cuatro décadas antes, con el prospecto de tener una monarquía católica por vecina.
Más Revolución
El resultado era virtualmente inevitable. Cuando Napoleón, sintiendo la presión de los Estados Unidos y previendo una guerra con Prusia, retiró sus tropas de México, Maximiliano se quedó solo para luchar contra los republicanos que habían comenzado a moverse hacia el Sur. Sin base sólida sobre la cual estabilizarse, gracias a su propia miopía, su trono estaba por derrumbarse. Despachó a Carlota a tratar de que consiguiera apoyo en las cortes de Europa, pero esa misión probó ser tan fútil como la suya propia cuando cabalgó al campo de batalla a tomar mando personal del mermado número de hombres que seguían siéndole leales y seguían luchando contra los juaristas equipados por los Estados Unidos.
Fue capturado en la ciudad de Querétaro el 15 de mayo de 1867, y ejecutado por un pelotón de fusilamiento el 19 de junio siguiente: Igual como lo hizo el Beato Padre Miguel Pro 60 años más tarde, dio la frente a sus ejecutores sin venda en los ojos ni la menor señal visible de miedo. (Hemos dicho que su muerte, si no otra cosa, fue acorde con su dignidad. En cuanto a Carlota, vivió en uno de los palacios de su familia en Bélgica, hundida en la locura, creyendo seguir siendo una emperatriz en funciones, hasta 1927.)
Así como nuestra guerra de 1861-65 determinó de una vez y para siempre si los Estados Unidos continuarían como una federación de estados soberanos, como era la intención de la mayoría de los Padres Fundadores, o como una nación unitaria con el poder político centralizado en Washington DC, de igual manera, la caída de Maximiliano determinó de una vez por todas si México habría de existir como una monarquía o como una república. Había todavía, sin embargo, cierta cuestión sobre qué clase de república habría de ser.
Eso no se determinó completamente en los años de la presidencia de Juárez, ni siquiera cuando, en 1873, su sucesor, Sebastián Lerdo de Tejada, incorporó las Leyes de Reforma a la Constitución. Ese año, y varias veces durante los siguientes cuatro, campesinos en una media docena de estados, alentados por el clero local, se rebelaron contra el gobierno. Luego, en 1877, el General Porfirio Díaz tomó el poder. De ninguna parte toleraba él desorden alguno; no en 1877 ni en cualquier otro momento durante los 34 años que gobernó México con mano de hierro.
Tolerancia Republicana
Díaz fue otro masón, y las restricciones anti católicas, para entonces ya incorporadas en la Constitución, permanecieron ahí. Sin embargo, él fue un dirigente digno de ser llamado estadista. Más al caso, con el propósito de mantener la estabilidad y el orden, seguía consistentemente una política de conciliación hacia la Iglesia. Eso significaba que muchas de las restricciones constitucionales simplemente no se hacían cumplir. Para los años 1890s, podían establecerse diócesis nuevas, y hasta había escuelas católicas en muchas partes del país. Además, luego de que el Papa León XIII publicara para todo el mundo su gran encíclica social, Rerum Novarum, quizás el documento papal individual más influyente de los pasados dos siglos, los dirigentes católicos de México, igual que en muchas otras partes, comenzaron a promover una reforma social. Porfirio Díaz les dio libertad de hacerlo, y eso en una cada vez mayor medida.
No es éste el lugar para hacer una evaluación del catolicismo en México a la vuelta del siglo veinte, pero en 1903 se convocó a un congreso de fieles en Puebla. Fue seguido de otros congresos organizados en otras ciudades en 1904, 1905 y 1908. Se discutía la organización de sindicatos, el establecimiento de escuelas de agricultura, la mejora de la salud pública, las condiciones de vida de la extensa población indígena, se hizo campaña contra contratos de trabajo injustos y fraudulentos — todos éstos y muchos otros temas, fueron discutidos y debatidos en esos congresos.
Aquí, de nuevo, Díaz lo toleró. Lo que no permitía es que los católicos se hicieran activos como católicos en la política. No podía existir un partido católico (o un partido de cualquier otra coloración). Luego, en 1910 se levantó una revuelta contra él, dirigida por Francisco I. Madero, mejor descrito como una clase de Kerensky mexicano. En 1911, pocas semanas antes de que Díaz fuera derrocado y enviado al exilio, el Arzobispo de la Ciudad de México, temiendo que el viejo autoritario pudiera reunir católicos para la defensa de su régimen, convocó una reunión de dirigentes laicos que, de ahí, fundaron un Partido Católico Nacional.
El nuevo partido comenzó a florecer en dos estados, Jalisco y Zacatecas, y llegó a ganar control sobre las legislaturas. Aprobaron leyes que proveían de seguros de accidentes para trabajadores, que eximían de impuestos estatales y locales a las cooperativas de crédito, y que exigía que los patrones concedieran el día libre en domingos.
Un giro indecoroso
Madero era un liberal, pero personalmente era una persona decente. Dado todo lo que siguió, fue desafortunado el que hubiera sido derrocado y asesinado junto con su vicepresidente, por el General Victoriano Huerta en Febrero de 1913. Fue entonces cuando la Revolución, como La Revolución, verdaderamente tuvo su inicio en México.
Huerta fue pronto opuesto con éxito por otra facción de revolucionarios que se llamaban a sí mismos constitucionalistas. Su dirigente, un gobernador de estado de nombre Venustiano Carranza, estaba dispuesto a permitir a la iglesia ejercer algunos derechos, como seguir manteniendo su sistema escolar, pero fue superado en número, en la dirección de su grupo, por hombres determinados no simplemente a eliminar la influencia católica en la vida pública de México, sino a "librar" a los mexicanos aun de la práctica privada de la religión. Para mediados de 1914, los elementos radicales estaban confiscando edificios de iglesias y encarcelando o exiliando a obispos, sacerdotes y monjas. Sus actividades culminaron en 1917 con la promulgación de todavía otra constitución más.
Muchas de sus disposiciones estaban ideadas para eliminar a la Iglesia como fuerza en la vida de la nación y, en última instancia, eliminarla por completo. El Artículo 3° exigía que toda la educación primaria, fuera ella pública o privada, tuviera un carácter exclusivamente laico, el clero tenía prohibido establecer o dirigir escuelas primarias. El Artículo 5° hacía ilegales los votos monásticos, así como las órdenes monásticas. El artículo 24 impedía el culto público y cualquier otro tipo de acto público (como las procesiones) fuera de las iglesias. Esas iglesias y todas las edificaciones propiedad de la Iglesia (residencias de obispos; seminarios, conventos, hospitales, orfelinatos, etc.) fueron declarados propiedad del Estado por el Artículo 27. Todo eso era bastante malo, pero fue el Artículo 130 el que más importaba. Daba poder al gobierno federal de "ejercer en asuntos de culto religioso y disciplina externa tal intervención que la ley autorice." (¿Qué es lo que eso exactamente significaba? Cualquier cosa que al gobierno se le viniera en gana.)
El mismo artículo prohibía toda publicación que se considerara religiosa por su título, por su política, o "meramente por sus tendencias generales," que comentaran sobre asuntos públicos, declaraba a los clérigos ser miembros de una profesión y, por consiguiente, sujeta a reglamentación civil (a las legislaturas de los estados les daba la autoridad de determinar el número de clérigos que podían permitirse que ejercieran en sus estados), y muchas cosas más, incluyendo la negación de ser enjuiciados por un jurado por violaciones al Artículo 130.
La nueva constitución fue promulgada el 5 de febrero de 1917. La mayoría de los obispos del país estaban exilados en Estados Unidos en esa época. Desde ahí emitieron una protesta en abril pero no fue mucho lo que protestaron. Afirmando que también ellos deseaban que la democracia se estableciera en México, apelaron a la tolerancia para que la Iglesia pudiera ejercer su autoridad moral para asistir al gobierno "en su tarea de promover el bienestar nacional."
La protesta de Sus Excelencias no fue exactamente un llamado a la resistencia. En los años siguientes hasta mediados de los años 20s se vio, en palabras de David Bailey, "un constante crecimiento de la oposición católica a la Revolución." No puedo narrar aquí la crónica de los hechos, pero fue durante ese período que fueron fundadas tanto la ACJM como la LNDR. Para cuando estalló la rebelión Cristera, la LNDR ya tenía 800,000 miembros, lo cual suena impresionante hasta que uno se entera de que la mayoría era de clase media y, de hecho, mujeres. Estos miembros pensaron que tenían demasiado que perder, y se esfumaron como "oposición" tan pronto como comenzó la rebelión, y los dirigentes de la LNDR tuvieron que pasar a la clandestinidad.
Una Iglesia Nacional
La siguiente fecha importante para nosotros es el 21 de febrero de 1925. Era sábado. Poco antes de las ocho de la mañana de ese día, cien hombres armados que se hacían llamar "Caballeros de la Orden de Guadalupe" entraron a la Iglesia de la Soledad en un vecindario de clase trabajadora en la Ciudad de México. Pronto echaron fuera al pastor, a sus dos ayudantes, y a los fieles que habían ido a oír misa a esa hora. Pocos minutos después, un sacerdote de 73 años llamado Joaquín Pérez llegó escoltado por otro grupo armado, y se proclamó a sí mismo "Patriarca de la Iglesia Católica Mexicana." Pérez era un ex-masón que se había suspendido a sí mismo para servir en el Ejército Revolucionario. Pronto se le unió otro sacerdote, Manuel Monge, quien tenía una ficha policiaca en su España natal y que en ese tiempo vivía con una mujer.
Todo estaba quieto en La Soledad el domingo, pero cuando Monge se apareció en la iglesia para decir la misa de las once de la mañana del lunes, los feligreses lo agredieron. Huyó a la sacristía y estalló una revuelta general en la que participaron por lo menos mil personas. Fue necesaria la policía montada y los bomberos empleando mangueras de alta presión, para desbaratarla. Muchos feligreses fueron heridos y uno fue muerto.
Quién estaba verdaderamente detrás de los "Caballeros" se hizo obvio cuando el gobierno emitió un comunicado: "Los miembros de la Iglesia Mexicana [o sea, el grupúsculo de Pérez] no deben recurrir a métodos censurables para obtener lo que las autoridades están dispuestas a otorgarles, siempre que lo busquen de manera pacífica y cumplan con los requisitos de la ley." Más aún, luego de que Pérez y Monge fueron echados de la Soledad, Calles ordenó que se cerrara la iglesia y se convirtiera en biblioteca pública. A Pérez le asignaron otra iglesia ubicada más centralmente, una que había estado vacante durante un número de años.
Aun en su época, Benito Juárez había tenido correspondencia con obispos episcopalianos de los Estados Unidos, sondeándolos acerca de su disposición de establecer una Iglesia Nacional en México. Un par de veces más ha habido intentos reales de establecer tal tipo de entidad cismática, comparable con la así llamada Iglesia Patriótica que existe en la Republica Popular Comunista de China. De manera que el incidente de La Soledad no representaba una novedad, sino que eran los antecedentes inmediatos, a la luz de los cuales los católicos de México veían los acontecimientos que habrían de ocurrir en los meses siguientes. Por ejemplo, el culto católico fue efectivamente suprimido en Tabasco cuando el gobernador de ese estado ordenó que se hiciera cumplir una ley que ordenaba que todos los sacerdotes estuvieran casados y fueran mayores de 40 años para poder ejercer su ministerio. En Hidalgo, la legislatura limitó el número de sacerdotes en ese estado a sólo sesenta. Funcionarios del gobierno cerraron todos los seminarios y otras escuelas católicas en Jalisco y Colima. A finales de febrero de 1926, Calles envió un mensaje a todos los gobernadores de los estados, urgiéndoles que tomaran medidas inmediatas para hacer cumplir los artículos constitucionales sobre el tema religioso. En un discurso pocos días después, declaró: "Mientras yo sea Presidente de la República, la Constitución de 1917 va a ser obedecida." En abril, el Papa Pío XI ordenó oraciones públicas por México en las iglesias de Roma. En junio, dirigió una carta a la jerarquía mexicana urgiendo paciencia, pero también firmeza. Luego llegó el 2 de julio de 1926.
La Gota que Derramó el Vaso
Esto sucedió cuando el gobierno publicó un decreto con 33 artículos que habría de ser conocido como la Ley Calles. Su efecto fue exigir el cumplimiento uniforme en toda la nación, de todas las disposiciones anticatólicas contenidas en la Constitución, y estipulaba penas para los funcionarios públicos que omitieran hacer cumplir esa ley, así como para los particulares. Lo más preocupante para los obispos era una disposición que exigía que todos los pastores se registraran ante el gobierno. Claramente, el control episcopal sobre la Iglesia de México quedaba así amenazado. El gobierno se estaba preparando para arrogarse el poder de nombrar y remover sacerdotes.
¿Qué hacer? ¿Desafiar simplemente al gobierno y ordenarles a los sacerdotes no registrarse? Los obispos carecían de las agallas necesarias para eso. Pendiente de la aprobación del Vaticano, que pronto habría de llegar, decidieron tomar una acción sin precedente en nación alguna en toda la historia de la iglesia. Se anunció en una carta pastoral del 24 de julio, que los sacerdotes serían retirados de todas las iglesias del país; no habría culto público por un período indefinido. La carta hacía énfasis en que el país no estaba siendo puesto en interdicto. De todas maneras, el momento no podía ser más dramático. Como lo escribe David Bailey, el domingo 1° de agosto de 1926, el día en que surtió efectos la medida, "Por primera vez en más de cuatro siglos, ningún sacerdote subió al altar de iglesia alguna en México para decir la misa del domingo."
Algunos miembros del gabinete estaban seguros de que la Revolución había conseguido una gran victoria. Ya que ellos no eran creyentes, suponían que, con los sacramentos ya no fácilmente disponibles, los católicos dejarían de seguir siendo creyentes. Varios de ellos hacían diferentes predicciones acerca de cuántos católicos abandonarían la fe cada mes que la misa dejara de ser celebrada en iglesia alguna.
Los funcionarios estaban equivocados. Ciertamente, la gran mayoría de los católicos mexicanos, como la gran mayoría de los de cualquier país, pudieran no ser lo que se dice muy devotos. Mientras no fueran afectados personalmente, podrían hasta ver con indiferencia lo que estaba haciendo el gobierno. Para muchos, sin embargo, la situación cambió cuando, como en La Soledad, fue una cuestión de que su iglesia fuese cerrada y su sacerdote estar indisponible para oír confesiones, bautizar bebés, enterrar a los muertos y, por encima de todo, decir misa. En las ciudades y las poblaciones grandes, un fiel católico podría hallar misa en algún lado (usualmente en una casa particular). No era así en las aldeas y rancherías del campo y, al igual que los fieles de La Soledad, los católicos se sublevaron cuando su misa fue amenazada directamente; y así comenzó la rebelión Cristera, y se lucharía en el campo.
(Continuará)