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lunes, 1 de febrero de 2021

Contrición Imperfecta

Contrición Imperfecta


Por Joseph Sobran

Tomado de Sobran's mayo del 2000 -- http://www.sobran.com/articles/contrit.shtml
Traducido del inglés por Roberto Hope


Los católicos deben lamentar, y lamentan, muchas de las cosas que sus antepasados han hecho a lo largo de los siglos. Pero nuestros antepasados — incluyendo los Papas — han de sufrir su propio arrepentimiento, al igual que nosotros. Sus pecados no son necesariamente los nuestros, y sus ofensas contra los no católicos, por más deplorables que pudieran ser según las normas actuales, no necesariamente eran pecados en sus propias conciencias. En la Edad Media y durante muchos siglos después, prácticamente todo el mundo consideraba criminal el ateísmo, la herejía, y la apostasía; se esperaba, como cuestión ordinaria, que los gobernantes protegieran la religión de la comunidad. Las "grandes religiones", como las llamamos ahora, se consideraban enemigas la una de la otra — enemigas de Dios — no hermanas en el fondo, ni alternativas válidas de vida.

¿Se está arrepintiendo el Papa de que los hombres del siglo doce no hayan sido hombres del siglo veinte? (como si confiadamente pudiéramos suponer que eso hubiera sido alguna mejora) Y su penitencia parece alcanzar solamente esos putativos pecados que el siglo veinte condena, desconociendo toda otra forma de cuestiones pecaminosas según las normas católicas tradicionales. Esto va mucho con el espíritu del hombre moderno, que condena a las pasadas generaciones por no haber sido hombres modernos.

La disculpa del Papa ha resultado contraproducente.

La reacción fue fascinante. A un no creyente puramente racional, le parecería como si el actual alcalde de Atenas se hubiera disculpado por la ejecución de Sócrates, o como si la Casa de Windsor se hubiera disculpado por las depredaciones de Enrique VIII (sin ofrecer, no obstante, devolver las grandes catedrales de Inglaterra a la Iglesia de Roma). ¿Cómo es que la gente que rechaza el concepto de sucesión apostólica — el principio de que la Iglesia hereda la autoridad de Cristo — puede pensar que la Iglesia hereda culpabilidad de la Iglesia medieval? y si la culpabilidad es hereditaria, por qué no también culpar de la Crucifixión a los judíos de hoy? ¿Podemos ahora esperar que los rabinos se disculpen por el papel de los judíos en la imposición del comunismo y por su propio "silencio" ante los asesinatos masivos de Cristianos por el Soviet? Hay en esto posibilidades interesantes. Y ¿se le da crédito a la Iglesia de ahora por haber creado la civilización occidental? O ¿se reconoce su identidad moral singularmente continua durante más de dos milenios sólo con el propósito de endilgarle acusaciones en su contra?

En pocas palabras, si va uno a disculparse ante el mundo moderno, tiene uno que hacerlo en términos del mundo moderno. Técnicamente, por supuesto, la "disculpa" fue una oración dirigida a Dios, no a la Liga Anti Difamación, pero claramente estaba, por así decirlo, ideada para llegar a oídos mundanos. La cena de negros de críticas que se produjeron sólo era de esperarse.

Abe Foxman, de la Liga Anti Difamación, se queja de que el Papa había omitido tratar males hechos por los católicos contra el pueblo judío, especialmente el “Holocausto”. Esto es ahora un principio de la ideología secular judía centrada en el “Holocausto”, que la Iglesia Católica tiene culpa en el “Holocausto”, no solamente porque Pío XII fue "el Papa de Hitler," sino porque la Iglesia es la madre histórica del antisemitismo. Esta actitud ha sido reforzada, no atenuada, por la disculpa del Papa.

Habría sido muy justo que judíos como Foxman hubieran dado a conocer su opinión muy al principio, a los soldados católicos de los ejércitos aliados, para que estos muchachos pudieran darse una idea de aquéllo por lo cual estaban yendo a pelear: un mundo de la post-guerra en el cual innumerables de sus correligionarios católicos y de otros cristianos irían a ser subyugados y perseguidos por el comunismo mientras la propaganda judía iría a culpar a su Iglesia por los crímenes del Eje. Probablemente ése no habría sido el tipo de victoria que estos muchachos llevaban en mente.

Yo también entendía la lógica del protestantismo. Procedía de un rechazo de la Eucaristía, las palabras "Éste es mi cuerpo" y "Ésta es mi sangre" eran solamente figurativas ¡hasta para los "fundamentalistas" que tomaban la biblia literalmente! Pero si Cristo hubiera estado hablando en forma figurada ¿por qué tantos de sus discípulos lo abandonaron cuando anunció que comer de su carne y beber de su sangre eran necesarios para la salvación? (Juan 6, 53-66) Cuando se fueron diciendo "Ésta enseñanza es muy difícil ¿quién puede aceptarla?" fácilmente hubiera podido decir "¡Esperen, regresen! ¡Sólo estaba yo usando una metáfora!" En lugar de eso, los reprendió por no creer.

¿Exagero? No hace mucho tiempo me tocó ver a un joven recibir la Comunión portando un letrero en su camiseta, que decía: "Diviértete desnudo." Nadie en la Iglesia está intentando disculparse por dejar que pasen cosas como éstas. Pero vaya, la Liga Anti Difamación no se queja.

El Nuevo Testamento condena "aquéllos de la Sinagoga de Satanás que dicen que son judíos y no lo son"; estas palabras se le atribuyen a Cristo, que aparentemente nada dijo acerca de "pluralismo," "tolerancia," "diálogo," o "tradición judeo-cristiana". Los judíos son abiertamente acusados de haber crucificado a Cristo y de perseguir a los cristianos, y se les amonesta a que se arrepientan y se conviertan. El Talmud no es más ecuménico al condenar a los gentiles, y a los cristianos en particular, y contener obscenas maldiciones a Jesucristo y a la Santísima Virgen. El Islam meramente trajo al mundo una nueva y combatiente fe que buscaba imponer dondequiera que pudiese: eso, todo el mundo coincidía, es lo que se supone que una Religión Verdadera debe hacer. Las almas inmortales estaban en juego. Desde luego, lo ideal era la persuasión, pero ya que la naturaleza humana era obstinada, a veces era necesaria la fuerza. Los primeros protestantes lo veían de esa manera y actuaban en concordancia.

De manera que la petición del papa, lejos de corregir los pecados del mundo moderno, tuvo el efecto de parecer justificar todo prejuicio moderno en contra del catolicismo. Desde luego que el Papa se cuidó de hacer la distinción entre la Iglesia como Cuerpo Místico de Cristo, la cual nunca puede pecar, y la Iglesia como institución humana. Pero como son solamente los católicos quienes aceptan esta distinción — cualquiera que la acepte es católico casi por definición — esta puntualización del Papa pareció ingenua a los no católicos, quienes por lo general tomaron la postura de que por fin, demasiado tarde, y de manera imperfecta, la Iglesia había admitido que, después de todo, es el origen de todos los grandes males de la historia.

En pocas palabras, el Papa pareció estar dando validez a todo trillado infundio anti-católico. Hasta a los católicos de esta generación, que tristemente tienen un muy pobre entendimiento de la historia y de la teología (situación de la cual la Iglesia de ahora debería arrepentirse), les dio la impresión de que las calumnias modernas no han de ser tales después de todo. Como Juan Pablo II es un hombre de considerable intelecto y destreza diplomática, es de sorprender que no haya previsto esta interpretación natural y predecible de su gesto. Sus sucesores tendrán que dar muchas explicaciones.

Por cualquiera que haya sido la razón, todos parecieron suponer que el Papa podía de alguna manera asumir la responsabilidad por todos los pecados de los católicos a lo largo de la historia, pero, sin embargo, no lo hizo adecuadamente. Los judíos objetaron (una vez más) que el Papa no se hubiera disculpado por ya-sabes-qué y exigían que condenara el "silencio" de Pío XII; los homosexuales se quejaron de que no hubiera expresado su remordimiento en favor de los maricones y de las lesbianas: El New York Times observó con tristeza que no hubiera repudiado la enseñanza católica sobre la contraconcepción y el aborto. Los católicos liberales también lo criticaron sobre bases semejantes. En lo que toca a los católicos creyentes, la mayoría vio la futilidad de tratar de apaciguar a los insaciables.

Debemos preguntarnos: ¿Cuál es el fruto del ciento, más o menos, de disculpas que el Papa ha expresado hasta ahora? ¿Existe alguna evidencia de que hayan atraído almas a la Iglesia? ¿Qué no, por el contrario, están confirmando toda opinión maliciosa común acerca de la Iglesia y al mismo tiempo desalentando a los fieles católicos y confundiendo a los que son débiles? ¿De qué demonios se trata?

Pero los Foxmans mantuvieron un discreto secreto sobre el tema mientras necesitaron de estos muchachos católicos para hacer el combate. Ahora que la guerra ya hace tiempo terminó con resultado favorable para ellos, han podido calar lo débil que está la Iglesia Católica de ahora, y se sienten seguros de insultar a los muertos, al igual que a la Iglesia, con sus libelos sin medida Pueden sentirse con la confianza de que una Iglesia que anhela recibir su perdón no va a ser insolente a la hora de responderles. En cuanto a aquellos muchachos cristianos que murieron luchando contra Hitler, pues ¿a quién le importa? Ya sirvieron para sus fines ¿esperaban que esto se les agradeciera?

Hablando como un converso, estoy profundamente agradecido de que la Iglesia Católica de mi juventud — la Iglesia de Pío XII — haya evangelizado con un espíritu distinto, aclamando y proclamando la autoridad de Cristo. Nadie soñaba con exigir disculpas a la Iglesia, y ésta ninguna dió. El mensaje era sencillo, sin ofuscamiento ni ambigüedad: La Iglesia Católica era la vía de salvación. Rechazar a Cristo y a Su única Iglesia verdadera, equivalía a merecer la condenación.

Había, por cierto, salvedades. Se nos enseñó que algunos podían, sin culpa, rechazar el catolicismo por causa de una "ignorancia invencible", pero seguían estando en riesgo de ser condenados como resultado natural del pecado original y del pecado actual, y de todos modos necesitaban de la Iglesia, aun cuando ellos no lo supieran. La enseñanza de la Iglesia lo cubría todo con majestuoso sentido común; la teología de Santo Tomás de Aquino meramente llevó el sentido común a alturas sublimes. Las sencillas ancianas viudas que yo veía en misa diaria, y los eruditos sofisticados de quienes yo buscaba respuestas, estaban unidos en esto, y se entendían uno al otro como miembros de la misma familia divina. Éramos americanos y franceses y filipinos y africanos y todo lo demás. Todo sacerdote católico en el mundo hablaba latín. El catolicismo era universal de un modo que era mucho más real y resonante que el "universalismo" y el "multiculturalismo" abstracto de nuestros días podrá jamás llegar a serlo.

Todo giraba alrededor de la Última Cena y la Crucifixión. Cristo había instituido la Eucaristía tornando el pan y el vino en Su Cuerpo y Su Sangre diciéndonos que hiciéramos lo mismo. Se llamó a Sí mismo "pan de la vida" y dijo que comer de su carne era necesario para la salvación. La Misa, recreando su sacrificio en el Calvario, era nuestro rito esencial. La Misa necesitaba de un sacerdocio, el cual a su vez necesitaba de una jerarquía para ordenar sacerdotes y, con el tiempo, un magisterio para mantener pura la doctrina. Andando el tiempo, surgió la Santa Inquisición, que fue esencialmente legítima a pesar de los abusos que pudieron acaecerle. Dentro de esta estructura, el notorio Ïndice de Libros Prohibidos no me preocupaba para nada. La infalibilidad del Papa, nuestro pastor en la sucesión de San Pedro, piedra sobre la cual Cristo edificó su Iglesia, era mi seguridad de que podía confiar en que la autoridad de la enseñanza de la Iglesia no me habría de desorientar. La devoción a la Santísima Virgen María y a los santos, las oraciones por las pobres almas del Purgatorio, el rosario, el Vía Crucis, todo esto parecía ofrecer una abundancia de oportunidades espirituales. La liturgia latina rezumaba santidad y misterio; también significaba la unidad y antigua continuidad de la Iglesia. La moral católica era inmutable e intransigente. En todo esto, al inicio del Concilio Vaticano II en 1962, nada veía yo que requiriera mejora, yo tenía la confianza de que el Concilio meramente habría de continuar con lo que ya existía, haciendo más explícitas algunas partes del Depósito de Fe, dejando intacto todo lo que ya estaba establecido.

Una vez que la Eucaristía hubo sido degradada a un mero símbolo, no había necesidad de un sacerdocio que consagrara el pan y el vino, no la necesidad de una jerarquía, etcétera. El "sacerdocio de todos los creyentes" pasó a ser el papado de cada creyente, sin autoridad cohesionante alguna que garantizara la unidad. La libertad de conciencia que permitía a cada creyente interpretar la escritura por sí mismo me parecía anárquica, y el protestantismo parecía estar condenado a disolverse en innumerables sectas, creando una cultura centrífuga que habría de acabar en descreimiento y sensualidad. Muchos protestantes se mantuvieron firmes a tanta porción del Depósito de Fe como la que habían recibido, esas personas eran fieles a Cristo por iluminación propia, aunque carecían de las bendiciones de los sacramentos que habían rechazado, y se habían privado de las gracias que podrían haber recibido a través de Nuestra Señora y de los santos. Yo consideraba a este tipo de cristianos mejores 'católicos' , cual si lo fueran, que aquellos otros que, de entre las enseñanzas de la Iglesia, elegían y aceptaban sólo aquéllas que les cuadraran y, por consiguiente, rechazaban en esencia la autoridad de la Iglesia.

Hoy, sea esto debido al Concilio, no lo sé, muchos católicos así como protestantes, han caído en apostasía aun cuando sigan llamándose cristianos. El católico "disidente" insiste en estimarse tan buen católico como los miembros que son fieles a la Iglesia, aun cuando niegue la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía y consecuentemente rechace la propia lógica del catolicismo. Pero el motivo común de esta apostasía interna no es específicamente teológico; es sexual. El desertor afirma tener un "derecho" a la libertad sexual — a la fornicación, a la contraconcepción, a la sodomía, al divorcio, a un segundo casamiento; votantes y políticos nominalmente católicos llegan a tratar el aborto como un derecho. Sólo me pregunto por qué estos virtualmente unitarios insisten en identificarse como católicos,

Pero esa disidencia no sufre sanción alguna en la Iglesia de hoy. Si el Papa busca tema para arrepentirse — pecados acerca de los cuales él pueda hacer algo — debería voltear a ver el fracaso de la Iglesia bajo los recientes papados, incluyendo en gran medida el suyo propio, para enseñar y disciplinar debidamente a los católicos. La misma Eucaristía es objeto de constante abuso, aun hasta llegar al sacrilegio, en la Misa del Nuevo Orden, que permite que el Cuerpo de Cristo sea tratado con desdén.

La reciente "disculpa" que pidió el Papa por los pecados de los católicos parece estar teniendo un efecto directamente opuesto al deseado. Debe haber alguna manera, sin fomentar el anti-catolicismo, de oponerse al antisemitismo.

domingo, 19 de junio de 2016

El Hombre al que Siguen Odiando

El Hombre al que Siguen Odiando


Por Joseph Sobran (1946-2010)

http://www.sobran.com/columns/1999-2001/991202.shtml
Traducido del inglés por Roberto Hope


El mundo desde hace mucho tiempo ha perdonado a Julio César. Nadie hoy en día considera irritante a Cicerón. Pocos de nosotros resentimos a Alejandro el Magno o a su tutor, Aristóteles.

No. Hay sólo un hombre del mundo antiguo que sigue siendo odiado después de dos milenios: Jesucristo.

Esto por sí mismo no prueba la divinidad de Cristo, pero si demuestra que sus palabras y su ejemplo no han perdido su actualidad. Siguen teniendo un poder sorprendente de provocar odio, así como adoración.

Por supuesto, el odio a Cristo trata de ser dirigido a objetivos laterales: San Pablo, la Iglesia “institucional” o, más vagamente, la “religión organizada” (como si la religión estuviera bien si fuera una actividad solitaria). El cliché de quienes odian a Cristo, lo cual incluye a muchos teólogos “liberales,” es que fue un “gran maestro de moral” que “jamás se atribuyó divinidad,” pero cuyo “simple mensaje de amor” fue “corrompido” por sus seguidores.

Pero ¿por qué podría alguien querer que fuese crucificado un hombre por predicar un mensaje inocuo de benevolencia? Jesús fue acusado de blasfemia por haber declarado ser igual que el Padre: “Yo y el Padre somos uno.” “Ningún hombre llega al Padre sino por mi.” Y si estas aseveraciones no fueran verdaderas, el cargo de blasfemia habría estado plenamente justificado.

No sólo lo vio la gente después de su Resurrección; muchos de ellos murieron torturados por haber dado testimonio de Él. Los mártires fueron los principales “medios” humanos del cristianismo en su infancia, impresionando profundamente y finalmente convirtiendo a otros. Cristo fue “revelado” al mundo antiguo mediante el amor valeroso de sus mejores discípulos.

Otros “medios” incluyeron los cuatro evangelios, de Mateo, Marco, Lucas y Juan, así como las epístolas de Pablo y de otros apóstoles. Cada evangelio ve a Jesús desde un ángulo ligeramente diferente, pero todos los cuatro (junto con las epístolas) pintan al mismo hombre reconocible. Como lo observa Thomas Cahill en su libro Desire of the Everlasting Hills: The World Before and After Jesus [Deseo de los Montes Perdurables: El Mundo antes y después de Jesús] (editado en ingles por Nan A. Talese/Doubleday), esto hace a Jesús una figura única en la literatura mundial: nunca tantos autores han logrado transmitir la misma impresión del mismo ser humano una y otra vez.

Además, estos autores no eran profesionales refinados ni genios literarios. Sin embargo, lograron algo más allá de los poderes de titanes de la literatura tales como Homero, Dante, Shakespeare y Milton: Pintaron a un personaje que rezuma santidad.

Cahill continúa: “Lo que especialmente ― desde un punto de vista literario ― hace a los evangelios obras como ninguna otra es que son acerca de un ser humano bueno. Como lo sabe cualquier escritor, una criatura así es todo si no imposible de capturar en la página, y hay extremadamente pocos personajes en toda la literatura que sean a la vez buenos y memorables.” Los evangelistas, como se ve, tuvieron éxito donde casi todos los demás han fracasado. A los ojos de un escritor, esta proeza es un milagro poco menor que el de resucitar un muerto.

¡Amén! En los poemas épicos Paraíso Perdido y Paraíso Recobrado, por ejemplo, Milton notoriamente pintó a Satanás más vívido que a Dios y que a Cristo. Esto llevó al poeta William Blake a observar que Milton “era del partido del Diablo sin saberlo.” Sea como fuere, la literatura mundial dibuja a muchos villanos convincentes pero a pocos santos convincentes,. Y ningún santo literario ha jamás dicho palabras con el impacto perdurable de las enseñanzas de Jesús.

A los ojos de un escritor, como lo diría Cahill, el puro poder de las sentencias de Jesús (que el poeta Tennyson llamó “el mayor de sus milagros”) son casi suficientes para probar su atribución divina. Los milagros físicos pudieran ser fingidos, no así estos milagros verbales. Sin embargo, aparentemente Él nunca las puso por escrito: las dijo oralmente, con frecuencia de manera improvisada, confiando en que se propagarían por su poder inherente.

La mayoría de los autores se sienten halagados si sus palabras simplemente son recordadas. Pero las palabras de Jesús, espiritualmente demandantes ― que condenan hasta el sólo mirar con lujuria a una mujer ― son llevadas en el corazón de muchos aún después de 2000 años, no obstante que las conocemos de traducciones de traducciones. (Jesús hablaba arameo, pero los evangelios fueron escritos en griego.)

Aun habiendo sido transmitidas a nosotros de manera tan indirecta, esas palabras se han propagado como ningunas otras en la historia, porque tanta gente las ha hallado ser verdaderas y convincentes. La durabilidad de esas palabras es tanto más impactante cuando se considera que siempre han estado fuera de moda, ya que el mundo secular pasa de una a otra de sus sucesivas modas, usos y novedades.

¡Cristo es el Señor!

domingo, 5 de junio de 2016

¿Es usted marxista?

¿Es usted marxista?

Por Joseph Sobran (1946-2010)
(Columna publicada originalmente por United Press Syndicate el 28 de abril de 1998)
Traducido del inglés por Roberto Hope

Para mi horror, consternación y pena, un prominente erudito shakespearano se refirió recientemente a los “neo-marxistas” que abundan en los departamentos de letras inglesas de nuestras universidades. No estaba criticando a esos letrados; por el contrario, los llamó “hombres y mujeres de la más alta independencia de criterio”

Es curioso cómo puede eximirse uno mismo de los crímenes del marxismo, simplemente agregando el prefijo “neo”. A un neo-nazi no se le considera generalmente que lleve una forma de vida más elevada que la de un nazi común y corriente de los de antes, pero un neo-marxista supuestamente no tiene relación alguna con los personajes que dieron al mundo el gulag, los campos de re-educación, y los extensos cementerios clandestinos de Siberia, China y Camboya,

Lo que es peor, al Marx original se le está honrando con una elegante nueva edición del Manifiesto Comunista, que ya ha cumplido 150 años. De manera que Marx es bueno y los neo-marxistas también. Fueron sólo aquéllos que gobernaron países en nombre de Marx los que fueron malos ¿ve usted?  Lenin, Stalin, Mao, Castro, Pol Pot y el resto de esos bárbaros “traicionaron” a Marx.

¿Habrá algo en las ideas de Marx que las hace especialmente susceptibles a “traición”? Esta es la pregunta que se supone que usted no debe hacer, pues la respuesta es tan obvia. Cuando una idea es “traicionada” cada vez que es puesta en práctica, la falla no está solamente en quienes la ponen en práctica.

Nunca ha habido un régimen comunista que sea humano.

El marxismo es inheretemente totalitario. No le reconoce límites morales al estado. Es la ideología más conveniente para quienes aspiran a ser tiranos; también conserva su atractivo ante los intelectuales, que han probado ser igualmente hábiles para racionalizar los abusos de poder y exculparse a sí mismos.

Si los tiranos hubieran realmente “traicionado” a Marx, habría usted esperado que los marxistas de hueso colorado hubieran estado velando nerviosamente contra los déspotas pseudo-marxistas. Pero nunca lo están. Siempre están dispuestos a dar su confianza a todo nuevo gobernante que obre en el santo nombre del marxismo.

La ideología que tuvo más éxito en el siglo XX niega todo elemento divino en el hombre y en el universo, que amerite modestia por parte del estado. Eso significó que se acabó la vida privada. La gente era castigada por sus pensamientos ― aun por pensamientos que todavía no manifestaban, pero que los gobernantes marxistas podían predecir que esa gente iría a tener en virtud de la clase social a la que pertenecían. (El socialismo “científico” no necesitaba esperar a que realmente hubieran cometido esos “crímenes”, ni siquiera los “crímenes” de pensamiento,)

Ya quedan pocos marxistas de corazón, y no muchos “neo-marxistas”. Pero el estilo marxista ha dejado su huella en la política liberal de Occidente, especialmente en el campo de los “derechos civiles”. La peculiaridad de los “derechos civiles” y su legislación respectiva (por ejemplo aquélla contra los “crímenes de odio”) es que criminalizan los motivos en vez de los actos.

Lo peculiar de estas leyes radica en esto: Usted gozará de los derechos tradicionales de propiedad y de asociación, siempre y cuando no los ejerza con motivos prohibidos. Usted puede emplear o rehusarse a emplear a quien usted quiera, siempre y cuando la raza o el sexo del candidato a empleo no sean su consideración principal.

Pero ya que quienes “discriminan” en las formas vedadas nunca van a admitir sus motivos verdaderos, el estado sólo puede juzgar sus motivos por los resultados que observe, o  sea por patrones estadísticos. De la misma manera, la única forma que uno puede evitar ser acusado de “discriminación” es asegurándose de emplear un número suficiente de “mujeres y minorías”, aun cuando tenga uno que pasar por alto a algunos varones blancos que uno considere más adecuados por sus méritos.

En otras palabras, la única forma de evitar ser acusado de discriminar es discriminando.

Los conservadores que aún piensan que se pueden tener “derechos civiles” sin que el gobierno establezca cuotas se engañan a sí mismos. Esos “derechos civiles” son esencialmente diferentes de los derechos civiles como se les concebía antiguamente, pues lejos de constituir límites sobre lo que puede hacer el estado, autorizan nuevas potestades de intrusión al estado.

Tarde o temprano, ambos, el ciudadano y el estado, deben apoyarse en cuotas como evidencia de cumplimiento, o prescribirlas como “remedio”.

Le debemos a Marx la suposición general de que todo es asunto del estado, y que aun la privacidad es algo que puede existir sólo por gracia del permiso un tanto sospechoso del estado.

Puede decirse que una idea ha triunfado cuando la gente ya deja de percatarse de que existe una alternativa a ella. Como el personaje de Moliere, que descubre haber estado hablando en prosa, sin saberlo, durante 40 años, muchos de nuestros políticos han estado practicando el marxismo toda su vida sin darse cuenta de ello.