Mostrando entradas con la etiqueta Liturgia. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Liturgia. Mostrar todas las entradas

jueves, 26 de octubre de 2023

Socavado de la Iglesia

 El Socavado de la Iglesia Católica


por Mary Ball Martínez

Tomado de https://ia902908.us.archive.org

Traducido del inglés por Roberto Hope

[Nota del traductor: Ésta es la traducción de sólo el primer capítulo del libro The Undermining of the Catholic Church por Mary Ball Martínez]


I Metamorfosis


A los Tradicionalistas, aquéllos católicos romanos dispersos alrededor del mundo que han estado resistiendo todo esfuerzo que se hace por arrebatarles la fe de sus padres.


En Roma, en las horas que preceden al amanecer nunca hace calor, aun en verano. Era la vigilia de Pentecostés y prácticamente ya era verano (las grandes fiestas movibles llegaron tarde en el año 1971), cuando unas cuatro mil personas, hombres y mujeres de muchas partes del mundo, arrodilladas toda la noche sobre las frías baldosas, abajo de los escalones de la Basílica de San Pedro, en el inmenso círculo de la plaza, tenuemente iluminada por una luna borrosa y unas cuantas bombillas eléctricas ocultas arriba entre las columnas de Bernini que lo abrazan todo, habrían parecido desde arriba, aun en tal número, como pequeñas sombras apretujadas. Enfrente, como si fueran el objeto de sus oraciones, la gran fachada, firme arriba de sus treinta y nueve escalones, inmutable ahora ya por 400 años, sus magníficas piedras, sucesoras de las piedras menores que se dice que cubren los huesos del pescador galileo Simón, llamado Pedro. Aquí estaba el centro de la Cristiandad, la Roca y la señal tangible de la permanencia de la Iglesia. Para los arrodillados peregrinos, la misma obscuridad agregaba dimensión y asombro al muro que constituía la Basílica, un muro que no solamente atajaba la aurora que pronto habría de llegar del este, sino también un muro para atajar todas las falsas doctrinas que existen en la tierra. Difícilmente un puñado de personas de entre esa multitud habrían sabido que, detrás de esa desafiante fachada, ya por más de medio siglo había estado en marcha un proceso de vaciamiento que había ido carcomiendo la fuerza y la sustancia; que la Iglesia Católica había estado siendo minada.

Todos ellos veían que algo andaba mal, de otra manera no se habrían unido a la peregrinación. En Francia, en Alemania, en Inglaterra, en la Argentina, en los Estados Unidos, en Australia, cada uno en su propia parroquia, habían sido sacudidos por un repentino cambio, por las órdenes de dar culto a Dios de una extraña nueva manera. Casi la mitad de los peregrinos provenían de Francia, habiendo llegado en trenes fletados desde París, y todos habían venido a pedirle al Santo Padre que les devolviera la Misa, los Sacramentos y un catecismo para sus hijos.

Si cualquiera de ellos hubiera mirado más allá de las columnas y arriba a su derecha, habrían podido ver las ventanas con postigos cerrados de los apartamentos del papa ¿Estaría el Papa durmiendo? ¿Podría dormir sabiendo que ahí abajo estaban ellos? Desde donde yacía, las Aves y Paters de las quince décadas del rosario no podían haber sonado mucho más fuerte que la caída del agua en la antigua fuente de la plaza.

En latín y en francés un sacerdote francés conducía una década, un abogado del Canadá la segunda, un campesino de Baviera una tercera. A la medianoche, todos se levantaron para dar paso al Vía Crucis. Llevando velas encendidas, dejaban caer su sombra mientras se movían en lenta procesión entre las enormes columnas. Sin imágenes que les recordaran los sufrimientos de Cristo, un joven en uno, luego otro en otro de los idiomas de los principales grupos, leían una descripción de cada estación.

Cuando el viento se tornó más frío, se ofrecieron teteras con café caliente. Alguien llevó tasas a los carabinieri que se hallaban sentados en su Fiat a discreta distancia. Se notaba que los postigos detrás de los cuales Pablo VI dormía, o no dormía, permanecían bien cerrados. Meses más tarde se supo que el obispo que hubiera dado una voz resonante a la súplica de estos peregrinos había dormido profundamente durante esa noche de junio, en una modesta celda de convento, en alguna parte de ese laberinto de callejuelas medievales al otro lado del Tíber. En el verano de 1971, Monseñor Marcel Lefebvre, obispo misionero al África Francesa, ya disidente clericalmente, no estaba todavía preparado para manifestarse públicamente.

No había tales titubeos por parte del Papa Pablo VI. Su inflexible rechazo a recibir a los peregrinos "tradicionalistas" cuando en esa misma semana él, como de costumbre, se hacía disponible para una serie de audiencias privadas, era una manifestación que nadie podría malinterpretar. Había sido seis años antes cuando los más o menos setecientos millones de católicos dispersos por todo el mundo habían experimentado la primera sacudida del cambio. En un cierto domingo en los tardíos años 1960s (la fecha variaba de un país a otro) habían ido a su iglesia para descubrir que el altar, la liturgia, el idioma y el ritual habían sufrido una total metamorfosis. Les habían estado llegando rumores, y virtualmente todo católico, desde los miembros de parroquias en Long Island hasta las capillas techadas de paja en el Congo, sabían que se estaban teniendo reuniones de alto nivel en Roma. Sin embargo, nada de la información que habían captado entre los rumores y ni siquiera algo que hubieran leído en la prensa, los había preparado para lo que encontraron en su iglesia esa mañana de domingo.

En los meses que siguieron, la perplejidad se desvaneció tornándose en resignación, muy ocasionalmente en satisfacción. De cuándo en cuándo surgía una aguda protesta, como cuando el novelista italiano Tito Casini denunció ante su obispo, el Cardenal Lercaro de Bolonia, quien casualmente encabezaba la Comisión Pontificia para la liturgia: "Ustedes han hecho lo que los soldados romanos no se atrevieron a hacer: Ustedes han rasgado la túnica sin costura, el lazo de unión entre los creyentes en Cristo, pasados, presentes y futuros, dejándola hecha jirones."  La carta abierta de Casini corrió alrededor del mundo en una docena de traducciones. En Alemania, el historiador Reinhardt Raffalt escribía: "Aquéllos de otras creencias están viendo con horror cómo la Iglesia Católica ha echado por la borda aquellos antiguos ritos que han revestido de inmortal belleza los misterios del cristianismo." De Inglaterra llegó una súplica apasionada, casi amargada, al Papa Pablo VI de que "trajera de vuelta la Misa como se expresaba tan magníficamente en latín, la misa que inspiró innumerables obras de Misticismo, de pintura, de poesía, de escultura y de música: la misa que pertenece no solamente a la Iglesia Católica y a sus fieles, sino a la cultura del mundo entero." La petición venía firmada por varias veintenas de escritores, artistas filósofos y músicos basados en Londres, que incluían a Yehudi Menuhin, Agatha Christie, Andrés Segovia, Robert Graves, Jorge Luis Borges, Robert Lowell, Iris Murdoch, Vladimir Ashkenazy.

Entre los fieles, la disensión empezó, como era de esperarse, en los círculos intelectuales de Francia, Jean Madiran, que publicaba una pequeña pero efectiva revista, Itineraires, ya estaba recogiendo las desviaciones a la ortodoxia desde las primeras sesiones del Concilio. Escribiendo en la revista de Madiran, el estudioso de economía política Louis Salleron preguntaba si la Iglesia no se estaría volviendo arriana, una referencia a la ola de herejía que ocurrió en el siglo IV. Él percibía una persistente degradación de Cristo implícita en la recién publicada traducción del credo en su versión francesa. Ante lo cual, los filósofos Etienne GIlson y Gustav Thibon se unieron al novelista Francois Mauriac para plantear la cuestión en una carta abierta a los obispos de Francia.

Así pues, antes de que el Vaticano II llegase a su clausura, un público considerable de Francia ya se había percatado del alcance de la transformación. El joven sacerdote Georges de Nantes, había comenzado a publicar una carta de noticias atrevidamente intitulada La Contre-Reforme Catholique. La Herejía del Siglo XX de Madiran y la Subversión de la Liturgia de Salleron salieron a la luz junto con la obra de mayor envergadura del filósofo belga Marcel de Corte. Definiendo la nueva orientación como una "degradación espiritual más profunda que cualquier cosa que la Iglesia haya experimentado en su historia, una enfermedad cancerosa en la que las células se multiplican rápidamente a fin de destruir lo que está sano en la Iglesia Católica" las llamó "un intento de convertir el Reino de Dios en el Reino del Hombre, de sustituir a la Iglesia consagrada al culto a Dios con una iglesia consagrada al culto a la humanidad. Ésta es la más espantosa, la más terrible de todas las herejías." 

Mientras tanto, un cura de aldea en la Borgoña, Lous Coache, que detentaba un grado en derecho canónico, publicaba un periódico agudamente crítico, al que le dio el nombre de Cartas de un Cura Rural, y estaba reviviendo una costumbre que había caído en desuso, la procesión de Corpus Christi en espacios públicos. La gente comenzó a llegar, por los cientos, de toda Francia al poco conocido pueblo de Montjavoult en la fértil campiña de Borgoña, para caminar en procesión solemne detrás de la Hostia Consagrada en su reluciente custodia, cantando y rezando mientras diáconos iban balanceando el incensario y niñas pequeñas esparcían flores a lo largo del camino. Para la tercera procesión de Corpus Christi, el obispo del Padre Coache (como en el caso de Juana de Arco, era el obispo de Beauvais) ya había tenido suficiente de periodismo crítico y de devociones anticuadas. Ordenó un alto a las celebraciones y suspendió al abbé "a divinis". Bajo este interdicto se les prohíbe a los padres ejercer sus funciones sacerdotales. Impertérrito, el Padre Coache no solamente siguió diciendo misa, fundó una casa de retiros en el cercano pueblo de Flavigny. La participación francesa en la peregrinación a Roma de 1971 fue en gran medida debida a los esfuerzos del Padre Coache y fue él quien cinco años después persuadió a Monseñor Ducaud-Bourget y a su grey que emprendieran la dramática ocupación de la iglesia parisina de San Nicolás-du-Chardonnet.

Ya para finales de los 1960s, la revolución, por tanto tiempo en etapa de socavación, ya estaba claramente afianzada. Había sido una operación relativamente tranquila, gracias al hecho de que había sido llevada a cabo no por los enemigos declarados de la Iglesia Católica sino por quienes profesan ser sus devotos. A diferencia de la casi incautación que había ocurrido en el siglo XVI, con su violento clamor de ruptura, el derrumbe ocurrido en el siglo XX había sido logrado con comparativo sigilo en medio de una ordenada combinación de amañados informes de postura, informes de situación, agendas de conferencia, proyectos curriculares, todos los cuales transitaron por comités, comisiones, grupos de trabajo, sesiones de estudio, discusiones y diálogos. Una vez que se inauguró el Concilio Vaticano II el derrumbe fue asiduamente promovido mediante artículos, conferencias de prensa, entrevistas, exhortaciones, encíclicas, y todo ello en una atmósfera de prudencia y discreción eclesiástica,

Habiéndose clausurado el Concilio les tocó el turno a los comentaristas. En rápida sucesión en Europa y en América aparecieron un artículo tras otro, un libro tras otro, tratando de explicar lo que había pasado, Crónicas detalladas admirablemente de cada sesión del Concilio pretendían identificar el momento preciso en el cual se habían efectuado los cambios. Mucho de lo escrito fue hecho por teólogos y laicos liberales que elogiaban lo que llamaban "la gran obra de abrir la Iglesia al mundo." Todavía más fue escrito por conservadores que, aunque aceptando la legitimidad del Vaticano II, trataban de demostrar la manera cómo habían sido distorsionadas sus valiosas intenciones. Estos escritores fueron especialmente rudos con lo que ellos llamaban "el grupo del Rhin", un conjunto de cardenales y obispos de mente liberal y sus peritos, principalmente de Europa del Norte, quienes, se argumentaba, dominaron los debates, monopolizaron la atención de los medios, y acabaron influyendo en la mayoría silenciosa de los Padres del Concilio para que votaran aprobando sus propuestas "progresistas."

Los comentaristas que acabaron siendo llamados "tradicionalistas" se inclinaban por desconocer de plano el Concilio, afirmando ver en él un intento de destruir a la Iglesia. En todos sus escritos, el protagonista era el Concilio Vaticano II ("El concilio del Papa Juan", lo llamaban). Lo que ocurrió en el piso de la Basílica de San Pedro entre octubre de 1962 y diciembre de 1965 era toda la trama. El propio Vaticano impulsó la idea y la sigue impulsando hoy en día, opinando sobre virtualmente todo problema que surja "según el Concilio". En un sentido muy real, los documentos del Vaticano II se han convertido en la nueva Sagrada Escritura.

Es en esta artificiosa magnificación de la importancia del Segundo Concilio Vaticano donde el presente estudio rompe con los escritores de Derecha así como con los de Izquierda y con la pretensión del Vaticano porque, como el buen amigo del Papa Pablo, Jean Guitton, hombre de letras francés, escribió en l'Ossservatore Romano, "Fue mucho tiempo antes del Concilio cuando se comenzaron a proponer nuevas formas de espiritualidad, de misión, de catecismo, de lenguaje litúrgico, de estudio bíblico y de ecumenismo. Fue mucho tiempo antes del Concilio cuando un nuevo espíritu nació en la Iglesia."

Fue mucho tiempo, ciertamente. Por más que el valor de choque de la fisonomía y el sonido de los nuevos tipos de culto, haya sido tan sorprendente tanto para los católicos como para los no católicos a finales de los 1960s, era solamente la marejada en costa lejana producida por una explosión que había detonado un cuarto de siglo antes. Hay teólogos Jesuitas que señalan el 29 de octubre de 1943 como la fecha del "big bang". El padre Virgilio Rotondi, S.J., editorialista de Civilta Cattolica, una voz semi-oficial del Vaticano estaba eufórico. "Todos los hombres honestos y todos los hombres inteligentes que sean honestos, reconocen que la revolución tuvo lugar con la publicación de la encíclica Mystici Corporis de Pío XII. Fue entonces cuando se plantaron las bases para la 'nueva era´, de la cual habría de surgir el Concilio Vaticano Segundo.” 

Como jesuita de nueva era en los años 1970s, el Padre Rotondi estaba naturalmente señalando con orgullo el acontecimiento histórico que él y sus colegas veían como la culminación afortunada de la agitación que durante ya medio siglo había estado ocurriendo al interior de la Compañía, comenzando con el converso del anglicanismo George Tyrrell, y continuada aún más abiertamente con las desconcertantes fantasías de Pierre Teilhard de Chardin. El colega jesuita Avery Dulles explica la naturaleza de la explosión. "El modelo jurídico y societario que la Iglesia había mantenido en pacífica posesión hasta junio de 1943 fue de pronto reemplazado por el concepto del cuerpo místico." La designación no era nueva. Había sido presentada a los Padres de Concilio Vaticano Primero setenta años antes. Lo habían rechazado de plano por razón de ser "confuso, ambiguo, vago e inapropiadamente biológico," 

Ciertamente, había sido la creciente proliferación de todo un conjunto de conceptos teológicos nebulosos lo que en primer lugar había llevado a Pío XI a convocar un concilio. Una vez en sesión, los obispos de 1870 plantearon sus pareceres sobre la naturaleza de la Iglesia en términos nada imprecisos. "Enseñamos y declaramos que la Iglesia posee todas las marcas de una verdadera sociedad. Cristo no dejó esta sociedad sin una forma fija. Más bien Él Mismo le dio existencia y Su voluntad determinó su constitución. La Iglesia no es parte ni miembro de sociedad otra alguna. Es tan perfecta en sí misma que se distingue de todas las demás sociedades y está muy por encima de todas ellas."

Quien estaba gobernando la Iglesia en 1943, estaba usando otro lenguaje muy diferente. No pudo, dijo él, "hallar una expresión más noble y más sublime que 'cuerpo místico de Cristo"'. Los católicos estuvieron de acuerdo. La frase, utilizada en un sentido pastoral, no jurídico, puede encontrarse tan atrás en el tiempo como en San Pablo. Irremediablemente anticuada para los teólogos progresistas de ahora, esa definición sigue siendo apreciada por los católicos conservadores. El que ya haya dejado de ser útil para el Vaticano post-conciliar se ve claramente leyendo la reciente encíclica de Juan Pablo II Ut Unum Sint. Refiriéndose a la Iglesia una o más veces en cada una de las 114 páginas del texto, ni en una sola de ellas utiliza el término "cuerpo místico ̈.

En tanto que, en realidad, la carta encíclica de los 1940´s tendía a degradar a Dios al mismo tiempo que elevaba a Sus criaturas, la concepción actual de que el término es 'excluyente' lo haría de escasa utilidad para promover el principal énfasis de Ut Unum Sint, que es un llamado a los católicos a que unan sus manos a las de los no católicos en lo que llama la "búsqueda de la verdad", como si la Revelación nunca hubiera ocurrido o, por lo menos, que ni el Papa de Roma ni sus cientos de millones de seguidores hubieran jamás oído de ella.

Difícilmente hallado en escritos católicos anteriores a 1943 y de ninguna manera en la imagen de la Iglesia en la liturgia, la frase "cuerpo de Cristo" para San Pablo quería decir simplemente los cristianos de su época. Tres siglos más tarde, San Agustín usó el término paulino agregando al "cuerpo" a todos los justos desde Abel. Para Santo Tomás de Aquino las palabras significaban "los católicos vivientes en estado de gracia".

Aparentemente, lo que inspiró a Pío XII a darle al término un status quasi canónico, elevándolo a "místico", fueron los escritos de su contemporáneo, Emile Mersch. Haciendo caso omiso de las objeciones expresadas en el Concilio Vaticano Primero, este jesuita belga presentaba un nuevo concepto, identificando a la Iglesia con el cuerpo humano, agregándole, como lo haría la encíclica, dos Personas de la Santísima Trinidad. En la analogía, Nuestro Señor es tomado como la cabeza, los papas y los obispos como los huesos y ligamentos, el Espíritu Santo como la fuerza que le da vida. Aun cuando son difíciles de encontrar impresos hoy en día, se sabe que un número considerable de teólogos en 1943 habían hecho eco de las protestas del Vaticano I, señalando un abandono de la realidad en el intento de hacer divina a la Iglesia y lo inapropiado de las referencias biológicas.

Si la jactancia de los neo-jesuitas de Civilta Cattolica al decir que la encíclica de Pacelli abrió el camino al Vaticano II pareciera estar tirada de los pelos, considérese el hecho de que, hasta entonces, el Magisterio había insistido en que Dios es Dios y nosotros somos sus criaturas, siendo los cristianos de entre nosotros el grupo o cuerpo de Cristo. El cuerpo que Pío XII visualizaba debe escribirse con mayúsculas y elevarse a un estado místico, pues él declaró que incluye a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.

¿Por qué los todavía ortodoxos padres del concilio de 1870 rechazaron esta arbitraria nueva colocación de Dios y el hombre? Porque reduce el Dios trascendente a un Dios inmanente, la antigua herejía. Sin esa reducción como base de nuevas actitudes, la aceptación, veinte años más tarde, de cambios radicales, habría sido impensable. El concepto de cuerpo místico diviniza a los hombres, en línea con la falsa promesa que la Masonería siempre ha ofrecido. Los escritos masónicos están repletos de referencias a "la chispa divina que se encuentra en cada uno de nosotros."

Como lo dijo la satanista masónica Elena Blavatsky, "mientras más pulido esté el espejo, más clara se verá la imagen divina." Y Pablo VI, en la navidad de 1960: "¿Estáis buscando a Dios? ¡Lo encontraréis en el Hombre!" La obra Everyman's Encyclopedia (1958) toma las definiciones precisas de la encíclica Pascendi de Pío X: "Inmanencia es un término filosófico usado para denotar el concepto de que la Divinidad permea el universo, que Su existencia se expresa solamente por el desenvolvimiento del cosmos natural. Su opuesto es el trascendentalismo, que enseña que la Divinidad tiene una existencia aparte del universo, el cual no es más que una expresión subsidiaria de Su actividad."

Manipular la trascendencia del Dios Todopoderoso, aun cuando sea de "un modo noble y sublime", ha llevado a monjas de Chicago a danzar alrededor de un caldero negro, en adoración de la "madre tierra"; y al Cardenal Ratzinger, Prefecto para la Doctrina de la Fe, a llamar 'insensatas' las visitas al Santísimo Sacramento.

El que el sacerdote o laico promedio de los 1940s haya visto algo importante para la Iglesia en la publicación de Mystici Corporis puede ser descartado. En tiempos normales, las encíclicas papales son estudiadas por teólogos, leídas por un número limitado de obispos y sacerdotes y dadas un vistazo por suscriptores a revistas religiosas.

Sin embargo, el año 1943 no fue un año normal. Marcó el período más terrible de la Segunda Guerra Mundial. En todo caso, el énfasis papal en la frase, para el católico promedio que, sí hubiera leído el documento, le habría parecido que naturalmente estaba en línea con designaciones veneradas tales como "Cordero de Dios", "Sagrado Corazón" o cualquiera de la larga lista de títulos exaltados que se le dan a la Virgen María en su letanía. Ciertamente, jamás habría podido entrar en su mente que esas dos palabras habrían de llegar a agitar la milenaria Barca de Pedro.

Para el estudioso serio de teología, sin embargo, quedaba claro que la frase "cuerpo místico" en la mente del Papa Pío XII llegaba más lejos que una simple designación piadosa. Utilizada como él la usó en la encíclica, la frase le arrancaba a la iglesia su carácter institucional de casi dos milenios, haciendo a un lado su añeja identidad para lanzarla hacia el futuro.

Casi inmediatamente, la encíclica del Papa Pacelli dio lugar a una nueva disciplina intelectual. El término eclesiología, que hasta 1943 había significado el estudio de la arquitectura y la arqueología de la Iglesia, fue adoptado para significar el estudio de la manera como la Iglesia se percibe a sí misma. Durante más de 1900 años, no había existido un nombre para un estudio así, porque no existía tal estudio. La Iglesia Católica Romana sabía lo que era, también lo sabían la jerarquía y los fieles. De pronto, confrontados con la nueva imagen definida en la encíclica, parecía urgente cuestionar qué es lo que la Iglesia realmente piensa de sí misma. De la noche a la mañana, tuvo que inventarse un nuevo tipo de teólogo, el eclesiólogo, e instalarse en los seminarios, universidades y consejos de redacción de publicaciones Católicas.

En poco tiempo, estos eruditos se percataron de que tenían mucho por hacer. La transición abrupta de Sociedad Perfecta a Cuerpo Místico resultó ser sólo el inicio. No pasó mucho tiempo para que este cambio de paradigma, por emplear la jerga de los eclesiólogos, dio paso a otro más. "Muy pronto", escribe el P. Dulles, los eclesiólogos se estaban preguntando '¿es el Cuerpo Místico una pura comunión en la gracia o es visible? ¿No sería más apropiado usar Pueblo de Dios? 

Dulles pasa a explicar que, todavía no se había secado la tinta desde que 'Pueblo de Dios' fuera aceptado (era el favorito en el Vaticano II), cuando el influyente dominico francés, Yves Congar, apuntó a su debilidad. "¿No suena egoísta y monopolístico? Qué tal si llamamos a la Iglesia un Misterio?". Fue entonces cuando el Padre (posteriormente cardenal) jesuita De Lubac, de la Universidad Gregoriana, optó por 'Sacramento de Dios'. ¿Su razonamiento? "Si Cristo es el Sacramento de Dios, entonces la Iglesia es el Sacramento de Cristo." Qué importa que desde tiempo inmemorial se les haya enseñado a los católicos que solamente hay siete sacramentos, y ni la Iglesia ni Cristo es uno de ellos.

Los no católicos comenzaron a jugar el juego de los paradigmas. Karl Barth, el calvinista suizo a quien Pío XII había llamado su teólogo favorito, sugirió que los católicos llamaran a su iglesia Heraldo-del-Mundo, en tanto que los protestantes radicales, Harvey Cox y Dietrich Bonhöffer, recomendaron que la Iglesia de Roma se llamara Servidora.

Los usualmente imperturbables jesuitas se alarmaron. Sus eclesiólogos no encontraron precedente alguno de imagen de Servidora en las Sagradas Escrituras. Además objetaron ¿no presenta ciertas ambigüedades esa connotación de servilismo? Ciertamente, de Sociedad Perfecta "muy por encima de todas las demás" a Iglesia como Servidora, los teólogos habían andado un largo camino en el proceso; justo como los Padres del Vaticano I lo habían predicho, habían erosionado la identidad de la Iglesia Católica Romana.

Avery Dulles lo admite, "La Iglesia de nuestros días está convulsionada por cambios de paradigma, de manera que nos encontramos con fenómenos de polarización, incomprensión mutua, inhabilidad de comunicación, frustración y desaliento. Cuando cambia el paradigma la gente de pronto se da cuenta de que el suelo se hunde bajo sus pies. No pueden comenzar a pronunciar el nuevo lenguaje sin comprometerse con un nuevo conjunto de valores que pudiera no ser de su gusto. Se ven gravemente amenazados en su serenidad espiritual”.

Dulles habla como sacerdote dirigiéndose a otros sacerdotes. Aun cuando los detalles de los confusos cambios difícilmente penetran al hombre o a la mujer que va a la iglesia, por lo menos no hasta que llegue el siguiente cambio, los fieles están dolorosamente conscientes de lo que puede pasar con la serenidad espiritual de sus pastores cuando notan la defección generalizada del clero. Se estima que en los Estados Unidos cerca de diez mil sacerdotes y hasta cincuenta mil religiosos masculinos y femeninos han abandonado su vocación. La mitad de los cerca de quinientos seminarios han cerrado sus puertas y la edad promedio del clero está arriba de los sesenta años.

Las defecciones sacerdotales en todo el mundo siguen siendo alrededor de cuatro mil al año. En Francia, antiguamente promediando mil ordenaciones por año, hay ahora menos de cien. Conforme la serenidad va esfumándose del sacerdocio, los fieles se han esfumado de las iglesias. En París, la asistencia a Misa ha bajado a sólo el 12% de la población. Hasta en la tan católica España sólo el 20% de los ciudadanos asisten regularmente a Misa y sólo el 3% de los sacerdotes son menores de 40 años. Según el National Opinion Research Service basado en Chicago, la caída en el número de católicos practicantes entre los años de 1972 y 1973 bien puede haber constituido el colapso de devoción religiosa más dramático de toda la historia de la Iglesia.

El actual periodismo popular dice que los sacerdotes han defeccionado por la insistencia del Vaticano en la regla de celibato, y que los laicos han defeccionado por la prohibición del Vaticano del control artificial de la natalidad. Forzados a reconocer que esas restricciones han sido parte de la forma de vida católica a lo largo de los siglos, esos escritores han argumentado con la tesis de que el hombre moderno, aun el hombre moderno católico ha alcanzado un grado tal de "conciencia de sí mismo" que no puede, ni debe, tolerar control alguno sobre su libertad.

La teoría es espúrea y está divorciada enteramente de la realidad. Los verdaderos creyentes admiten cualquier disciplina. La Historia demuestra que pueden soportar la carencia de iglesias, de sacerdotes y de sacramentos, aguantan fuertes dosis de persecución, y aun de martirio. Lo que no pueden aguantar es la remoción de sus certezas espirituales. Las provocaciones que provienen de fuera pueden fortalecer su fe, pero cuando las provocaciones, las dudas, provienen de adentro, sus creencias y, consecuentemente, su fortaleza, vacilan. A la primera insinuación de duda por parte de sus maestros ¿qué joven no comenzará a preguntarse si posee la categoría de fe necesaria para soportar la vida sacerdotal? Las pruebas que trae el celibato de pronto parecen demasiado difíciles.

Lo que produjo el alterar la tradición en los católicos fue despojarlos de su Iglesia-como-institución, aquella sólida y añeja estructura con la que siempre habían contado para recibir apoyo en la delicada tarea de creer y en la difícil tarea de vivir como católicos. Despojados están, no por las restricciones impuestas, sino por la carencia de ellas.

Los hombres y las mujeres que vinieron a Roma en 1971 para rezar toda la noche frente a la Basílica de San Pedro oraban por que esa estructura se mantuviera firme y que los debilitantes decretos del Vaticano II fueran revocados. Igual que los autores que estaban produciendo libros y artículos en esa época, pensaban que el problema era atribuible al Concilio. La idea de que una encíclica emitida veintiocho años antes pudiera haber sacudido la serenidad espiritual por todo el mundo, que su autor haya sido el Papa que reverenciaban sobre todos los demás, les habría parecido de plano increíble.

Con la esperanza de poder hacer de lo aparentemente increíble no sólo algo creíble sino obvio, este estudio pasará por alto al Segundo Concilio Vaticano como causa y tratarlo como efecto, el inevitable efecto de una decidida línea de acción, iniciada décadas antes de que Juan XXIII convocara a los obispos de todo el mundo a que se reuniesen. Su llamamiento será visto no tanto como una invitación para consultarlos sino como una petición de firmas. Con muchas de las transformaciones ya llevadas a efecto y muchas otras ya bien elaboradas en papel, la bienvenida de Juan a la larga y lenta procesión de altos mitrados esa mañana de octubre de 1962 será vista como el cumplimiento de un proyecto amplio y persistente. En perspectiva, el Concilio parece haber sido el traer a la Jerarquía a Roma a fin de enseñarles lo que ya había estado sucediendo, darles la satisfacción de una muy limitada participación, y luego ejercer presión moral sobre ellos para que pusieran sus nombres en todos y cada uno de los documentos que resultaron de las hábilmente dirigidas deliberaciones. Las firmas eran de la mayor importancia, dando, como lo hicieron, credibilidad a los cambios, haciendo de esa manera más fácil para los obispos el dar la cara a sus feligreses cuando regresaran a sus diócesis cargando una maleta llena de novedades. Que el Segundo Concilio Vaticano sea considerado punto de partida para tantos comentaristas, puede entenderse.

Mientras que una mirada a los acontecimientos de años anteriores podría serles útil para captar el hilo de los cambios, también significaría tener que contender con la figura de Eugenio Pacelli, el Papa Pío XII, prospecto incómodo tanto para liberales como para conservadores. Para la Izquierda, con el paso de los años, si no en vida de él, Pacelli es un archi-conservador, tristemente poco ilustrado, y probablemente anti-semita. Para la derecha, a esta distancia, un santo. En ambos casos su vida y sus obras se han visto revestidas de mitos piadosos e impíos. 

Quizás no haya habido un papa tan incomprendido en la historia. Ha sido reverenciado y menospreciado, amado y odiado por cosas que no hizo jamás ni jamás fue. Ningún papa en la historia hizo tanto por transformar la iglesia; sin embargo los católicos conservadores lo ven como el último pilar firme de la ortodoxia. Ningún papa en la historia hizo tanto por los judíos y, sin embargo, los escritores judíos siguen acusándolo de indiferencia con su suerte. Ningún papa en la historia hizo tanto por complacer a los marxistas; sin embargo, en Occidente es reconocido como un héroe anti-comunista de la Guerra Fría.

En sus largos años como diplomático del Vaticano, cuando fue el primero que aplicó lo que llegó a llamarse Ostpolitik, en sus diez años de fungir como el Secretario de Estado de Pío XI, en sus casi veinte años como Sumo Pontífice, a ser continuados en su extensión durante el pontificado de su protegido y escogido heredero, Gian Battista Montini, la obra de Pío XII abarcó casi un siglo.

Si los hechos de la transformación de la Iglesia han de ser explicados honestamente, entonces los hechos de la contribución de Pacelli a esa transformación tienen que formar parte de esa explicación. Se dispone de material extenso. Con tanto tiempo de haber terminado la Segunda Guerra Mundial, los archivos norteamericanos y alemanes han sido abiertos y se han estado publicando las memorias de figuras importantes de esa época. El sigilo del Vaticano, sin embargo, puede ser, y muchas veces es, pertinaz. Fue sólo la acusación levantada contra Pío XII de su presunta indiferencia con los judíos lo que hizo que una sección limitada de los archivos fuera abierta a cuatro estudiosos jesuitas en los años 1970s. Sin embargo, con o sin la cooperación del Vaticano, hay todavía un cúmulo de material disponible sobre Pacelli, suficiente para dejar sólo a los insensatos, que sigan aferrados a los viejos mitos.

Admitido que Eugenio Pacelli haya sido un gigante entre los papas y que su período de actividad haya sido desusadamente largo, uno puede preguntar qué es lo que un papa tiene que ver con una revolución. En el caso de la Iglesia Católica Romana, todo. Aun cuando sería difícil encontrar un movimiento de guerrilleros, sean las Brigadas Rojas de Italia o el Sendero Luminoso del Perú, que no haya sido inspirado y dirigido por estudiantes y profesores universitarios, en la Iglesia, con su inflexible estructura jerárquica, la cima intelectual, el nivel al que se mueven los teólogos, no es lo suficientemente alto. Cualquier mutación en la doctrina o en la práctica, debe venir de la misma cúspide, del propio papa. No hay otra forma.

Aun cuando Eugenio Pacelli fue la figura dominante en el proceso de socavamiento, no lo hizo solo. Cuatro otros italianos participaron en su empresa. Giacomo Della Chiesa, Angelo Roncalli y Giovanni Battista Montini fueron papas, en tanto que Pietro Gasparri, como Secretario de Estado, condujo su fase de la operación como si lo fuera. Lo que los cinco lograron no fue nada desdeñable, siendo esto la transformación del mayor cuerpo religioso del mundo, un cuerpo que había permanecido virtualmente sin cambio durante casi dos mil años.

Sin cambio alguno había superado la gran escisión de cuatrocientos años antes, aun ganando del golpe una cierta fortaleza mediante la redefinición forzada de su propia identidad. La sacudida protestante había constituido una separación. Lo que ha pasado en nuestros días no ha sido una separación, sino un vuelco provocado desde adentro, algo enteramente más drástico.

Medido contra lo que se había considerado que era la identidad católica durante diecinueve siglos, la Iglesia socavada de ahora es algo bastante nuevo. En tanto que las estructuras exteriores del reducido volumen se han vuelto más rígidas que nunca, ha ocurrido un vaciamiento de casi todas las antiguas verdades que habían sido su vida.. 

Socavamiento, dice el diccionario, se refiere a la remoción de un cimiento por medios clandestinos. En lo que toca al católico promedio, lo que fue removido de su Iglesia fue ciertamente removido en forma clandestina, aun cuando no todo el sigilo haya sido de manera intencional. Los cambios que estaban teniendo lugar bajo la dirección papal entre los clérigos cercanos, simplemente no se compartían o publicitaban, en tanto que los fieles, continuamente privados de enseñanza teológica, tendían a recurrir a su propia piedad, cosa que los transformadores tuvieron cuidado de no perturbar. Como resultado, el católico promedio permaneció ignorante de que había estado ocurriendo una revolución, hasta que los medios de comunicación echaron luz sobre las sesiones del Concilio. Su reacción natural, una vez que la Nueva Misa fue impuesta, fue suponer que fue el Concilio el que había cambiado las cosas.

Los siguientes doce episodios en una cronología de seis décadas tratará, por primera vez, de eslabonar la cadena de maniobras del Vaticano, algunas de ellas clandestinas, algunas otras proclamadas abiertamente, que forjaron el extraño NeoCatólico y la extraña NeoIglesia Católica.


sábado, 13 de mayo de 2017

What times these are!

What times these are! 

By Father Moisés Carmona Rivera (1912-1991)

Taken from: http://lascadenasdeobligado.blogspot.mx/2014/12/
Translated from the Spanish by Roberto Hope

             “What times! Quite so strange are ours
          in which things like these can happen!
          And I ask myself how can
          such outlandish things transpire!”
          Muttering that, 's how my friend
          one day stepped out of the temple.
         “Hush, said I, don´t be so simple
          you first have to understand!

         “That, in this New Order Mass,
          out of satanic device
          no longer 's there sacrifice
          it's just turned into a meal.
          In his Chapter number eight
          Daniel left us testimony
          that out of mad rage the demon
          sacrifice to God abolished.”

         “This is why now we are told
          with such an awful insistence
          that Mass is just an assembly,
          a meal, a banquet or mess,
          and that now the priest's no longer
          as he was, the one who offers.
          he´s only the one presiding,
          posh character, more or less.”

         “That's why, because it's no Mass,
          everything's done on a table
          and to no one is it strange
          that they have removed the altar
          That's why, because it's a banquet,
          it is done with so much racket,
          and with music quite so weird,
          it makes all the people swing.”

          Here, my friend dares to interrupt me
         “So, that´s why I've seen the priest
          turn always his back on Christ
          and not kneel, not even once.”
         “Well, of course — responded I —
          Who ever kneels at a banquet?
          In comedies or in theaters,
          who do you see on his knees?"

         “If the mass is only that,
          as it's being taught these days,
          the Eucharist is no longer.
          And I see that it's alright
          for the priest in a stern tone
          to order anyone around him:”
         “Open, kid, the tabernacle
          and start handing out communion!”

         "And it figures that the nuns,
          so customarily cloistral,
          should inherit from the vestal
          their remarkable decorum,
          and that, mini-skirted women
          should enter the Holy of Holies
          so that their charms may delight
          the New Christianity followers."

         "My goodness!" my friend concluded,
          ill-tempered and annoyed,
         "How dangerous and atrocious
          a future can be envisaged!
          If the Perpetual Oblation
          has from the altars been abolished,
          rivers of blood will be running
          and the World will just go under!"

domingo, 18 de mayo de 2014

Palabras claras, palabras proféticas

Palabras claras, palabras proféticas

Por Marco Bongi

Publicado originalmente en italiano en Riscossa Cristiana
Tomado de la traducción al inglés hecha por Francesca Romana y publcada en Rorate Caeli
http://rorate-caeli.blogspot.com/2014/05/clear-words-prophetic-words.html
Traducido del inglés por Roberto Hope

Nos estaremos viendo confrontados más y más con alguno que, diciendo hablarnos en nombre de Dios, nos diga que no necesitamos de Él”

Escuché estas ominosas palabras pronunciadas por Alessandro Gnocchi en la reunión anual de Civitella del Tronto celebrada el 8 de marzo de 2014. El título de la conferencia de Gnocchi fue: “La Crisis de lo Sagrado y la Iglesia Arrodillada ante el Mundo.”

En una primera lectura, el título de esa conferencia suena provocativo y un tanto excedido. Sin embargo, he reflexionado sobre él algún tiempo – no como teólogo, pues no lo soy – sino como un simple laico que observa lo que está pasando a su alrededor.

He llegado a la conclusión de que ésas, de hecho, son “palabras proféticas”

Aquí van algunas reflexiones sencillas sobre el tema

1) En definitiva ¿qué es la libertad religiosa expresada en el documento conciliar Dignitatis Humanae? En los años que siguieron al documento, la diplomacia de la Santa Sede no hizo mucho a nombre del Concilio (y por lo tanto de Dios) sobre la exigencia de quitar toda referencia a una religión de Estado de las constituciones ¿o sí?  En otras palabras a la Santa Sede ese documento le pide que en nombre de Dios declare que Dios no es importante.

2)¿ No pasa lo mismo con el ecumenismo? En nombre de Dios nos quieren forzar a creer que las diferencias entre las varias religiones, cristianas o no cristianas – tomando todo en consideración –  son desdeñables. O sea, si Dios está presente en la Eucaristía o no lo está, si Cristo es el Hijo de Dios Encarnado o no lo es, si careciendo de fe no es posible agradar a Dios o sí lo es – para los ecumenistas todo esto carece de importancia. Por consecuencia en nombre de Dios nos quieren forzar a creer que Dios no tiene importancia.

3) ¿Y la cuestión de la Misa de Todos los Tiempos? Si piensa usted un poco en ello, los innovadores odian esa Misa porque le atribuye demasiada importancia a Dios y a la dimensión trascendental de nuestra relación con Él. En nombre de Dios quieren obligarnos, por contra, a darle importancia al hombre, a la asamblea y a la “cena comunitaria.”

4) La rudeza e intransigencia, que no admite discusión, que los pastores modernos lanzan contra toda guerra iniciada supuestamente en nombre de la Religión es también escandalosa: que pelear una guerra en defensa de Dios es blasfemia, un crimen inexcusable. Mucho más comprensibles para ellos son las insurrecciones del pueblo; por ejemplo la ocupación de fábricas y las llamadas guerras de liberación. ¿Qué significa eso? Es obvio. que Dios no les es importante, que no tiene sentido pelear para defenderlo, y si esto usted todavía no lo entiende, le ordenamos que lo entienda en nombre de Dios Mismo.

5) Podrían encontrarse muchos otros ejemplos, pero viendo el futuro cercano, me gustaría mencionar brevemente lo posible y probable: la readmisión de los divorciados y vueltos a casar a los sacramentos. Ciertamente van a obligarnos a aceptarlo en nombre de la autoridad de Dios, no obstante que Dios claramente ha dicho: “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” Moraleja: La ley de Dios no es importante, y en nombre de Dios mismo le digo que debe usted creer eso.

6) Y la práctica (o lo que les gusta llamar “la pastoral”) sigue fielmente la nueva teología. ¿Qué queremos decir con esto? Imponer, de hecho, la comunión en la mano, impedir la genuflexión al comulgar (pues el reclinatorio ha sido quitado); expulsar, de hecho, de la catequesis y de las homilías, toda mención del pecado, de los novísimos y de la objetividad de la moral.

Esta es la razón por la que en mi opinión, las palabras de Alessandro Gnocchi, son verdaderamente proféticas, en el sentido más auténtico de la expresión. Las preguntas finales resultan, consecuentemente, inevitables, aun cuando parezcan un tanto provocativas:

¿Pueden las autoridades eclesiásticas enseñar esas cosas? Forman parte de sus poderes legítimos? ¿Tienen los fieles el deber de obedecer esas órdenes?

Y por último:

¿Puede Dios aceptar ser echado a un lado como un inútil juguete por mucho tiempo más?

domingo, 4 de mayo de 2014

El Rito Auténtico

El Rito Auténtico, la Educación, la Conversión

Editorial de Radicati nella fede, Mayo 2014, hoja de noticias de la comunidad católica de Domodossola y Vocogno, de la diócesis de Novara, Italia
http://radicatinellafede.blogspot.mx/

Tomado de la traducción al inglés hecha por Francesca Romana, publicada en 
http://rorate-caeli.blogspot.com/2014/05/the-authentic-rite-education-and.html
Traducido del inglés por Roberto Hope

Nada hay que esté meramente fuera de nosotros que pueda garantizar la renovación de la Iglesia y el renacimiento de la vida cristiana.

Cuando hablamos de la crisis de la fe en los tiempos modernos, cuando deseamos un reflorecimiento de la vida cristiana para nuestro pueblo, debemos estar muy conscientes de que no es posible poner nuestra fe en nada que ocurra fuera de nosotros que obre automáticamente en forma garantizada: el renacimiento siempre comenzará con nuestra vuelta a nacer por medio de la gracia de Dios.  Sí, es en nuestra conversión personal como podemos esperar el reflorecimiento de la Iglesia.

La idea de propagar el cristianismo al son de algunas reformas partió precisamente de un error de perspectiva. Creemos que este fue el error de los años conciliares. Trataremos de explicarnos:

¿Había una necesidad de renovar la vida cristiana en los años 50s y 60s? Ciertamente que la había. ¿Había necesidad de mayor fidelidad en la vida sacerdotal, en los conventos, en las asociaciones de laicos, en los colegios católicos, en las familias?  No nos es difícil admitirlo: un cierto formalismo estaba poniendo en peligro la vida de la fe ... había una necesidad de mayor frescura.

Sin embargo, fue un grave error imaginar que una frescura auténtica en la vida cristiana habría de encontrarse en toda una serie de reformas que cambiaron radicalmente, si no es que distorsionaron, la faz de la Iglesia.  De éstas no vino renovación alguna ni una primavera, sino un largo otoño que ahora ha traído un invierno para la fe, un invierno que ha matado la vida de la gracia en nuestros naciones y en las tierras de la Cristiandad histórica.

Comenzamos por alterar todo, modernizando la misa y, con ello, todos los demás aspectos de la vida Católica, pensando que esto podría parar la huida de los templos, con los resultados que están a la vista de todos: que los templos acabaron vaciándose, que la gente que se quedó y asiste a los templos no es más auténticamente católica que la gente del pasado.

Un ejemplo abrumador es precisamente la reforma de la misa: la cambiaron para hacerla menos difícil y menos pesada para la gente. ¿Trajo renovación? No, no la trajo: en vez de eso trajo un empobrecimiento y un vaciado en su contenido: es como que el “esquelético” nuevo rito de la misa ya ha dejado de educar, dando paso a todas nuestras pequeñas y grandes herejías.

La forma en que debía haberse hecho era otra, la de trabajar todos los días fervorosamente en educar las almas a vivir la misa, y ayudarlas a entender su inestimable valor e inconmensurable belleza. Se necesitaban sacerdotes inteligentes y fervorosos, capaces en la oración, el estudio y el sacrificio; se necesitaban almas movidas profundamente.

En vez de eso pusimos nuestra confianza en el medio engañoso de una reforma externa que facilitara los ritos para los sacerdotes y los fieles... bajo la ilusión de que, cambiando cosas externas, las almas se convertirían. Y todo se vino abajo en forma de un empobrecimiento espantoso: la misa fue banalizada para atraer a los fieles que habían perdido su fervor, y reducida casi a un rito digno de una religión meramente natural.

En vez de eso lo que la Iglesia necesitaba era santidad, y la santidad nace de la conversión personal.  El rito no tiene que ser cambiado; nuestro corazón sí. El rito debe ser la roca estable sobre la cual pongamos nuestra vida entera. Es por esta razón que volvimos a la Tradición; es por esta razón que preservamos la misa de todos los tiempos. El rito debe preservar la fe verdadera y la verdadera oración católica. Debe ponernos en la postura correcta ante Dios; es sólo así como la gracia podrá forjar nuestra conversión.

Los santos, apasionados por la obra de Dios, son quienes renuevan la Iglesia y la vida cristiana. No los retozos humanos ni los cambios continuos.  Aquél que quiere cambios constantes es simplemente un hombre que se aburre, y con hombres aburridos en busca de novedades exteriores, aun cuando sean religiosas, no se erige una iglesia de santidad.

El verdadero movimiento litúrgico, refiriéndonos con esto al de Gueranguer y San Pío X, se hizo para favorecer la autenticidad de la oración de los sacerdotes y de los fieles. Se hizo para que las almas se empaparan de la Santa Liturgia, orando verdaderamente con la Iglesia, de manera que esto diera a luz una vida cristiana más auténtica e inteligente. En vez de eso en el nuevo movimiento litúrgico hubo un ejercicio de traición, llevado a cabo por quienes pensaban que facilitar era lo mismo que ayudar en la oración. No ocurrió así, como cualquiera que tenga ojos puede ver el desastre... Son raros en estos días los cristianos que saben cómo rezar.

Nada externo hay que pueda sustituir nuestra conversión a una sincera devoción personal, a un auténtico amor a Cristo. Nuestra conversión, sin embargo, labrada por la gracia, surgirá de la oración de la Iglesia que la Tradición nos ha dado y que es la oración del mismo Cristo.

De manera que para nosotros es necesario que:

  1.  haya un retorno a la liturgia correcta conforme a la tradición, para que el tesoro que es la “revelación orada” no se pierda, 
  2. los sacerdotes y los fieles, inteligentemente motivados, se vuelvan auténticos misioneros y enseñantes de la oración, de acuerdo con el corazón de la Iglesia.

Si el segundo punto no nos aplicase a nosotros caeríamos en el mismo error trágico de los reformadores del Concilio que creían que bastaba con volver a algo externo (aun quizás a la Misa Tradicional) para que se reviviera la vida de la fe.

Que la Virgen nos ayude a ser fieles a esta tarea.

martes, 25 de febrero de 2014

Obra de Manos Humanas

Reseña del libro “Work of Human Hands. A theological Critique of the Mass of Paul VI.” por el Padre Anthony Cekada (West Chester, Ohío, Philothea Press, 2010, 444 páginas)

por el Dr. Francisco J. Romero Carrasquillo

http://iteadthomam.blogspot.mx/2014/02/cekadas-work-of-human-hands-review-by.html? utm_source=feedburner&utm_medium=feed&utm_campaign=Feed: +blogspot/IBRe+(%3Ci%3EIte+ad+Thomam%3C/i%3E:+A+Blog+for+the+Restoration+of+Traditional+Catholic+Thought)

Traducido del inglés por Roberto Hope

Este libro es un valiente estudio crítico de la ideología que subyace los cambios litúrgicos que ocurrieron en el Rito Romano durante la segunda mitad del Siglo XX. Teológicamente profundo y bien documentado, puede verse como una contribución importante a la erudición católica “tradicionalista”. Monografías extensas anteriores que ha habido sobre este tema se han enfocado principalmente a criticar los cambios hechos al Ordinario de la Misa y en relatar las circunstancias históricas que condujeron a ellos. Este estudio, sin embargo, incluye no sólo una crítica de los cambios en el Propio (la parte variable), y en particular una relación sin precedentes de los cambios hechos al Leccionario, sino también un innovador análisis teológico de las influencias ideológicas que subyacen todos esos cambios. No obstante el antecedente ciertamente sedevacantista del autor, su crítica de la Nueva Misa está basada exclusivamente en una teología Católica, profunda y tradicional, y es, por lo tanto, independiente de (o por lo menos lógicamente anterior a) sus opiniones sobre el estado actual de la Sede Papal.

La obra está dividida en catorce capítulos de casi igual longitud. Después de un capítulo introductorio que cubre los motivos y el alcance de la obra, los capítulos 2 a 6 se enfocan en la historia general de los cambios litúrgicos recientes hechos al Rito Romano, exponiendo la ideología que está tras ellos. El Capítulo II se dirige al pensamiento de los sabios que encabezaron el movimiento litúrgico que llevó a cabo la reforma, con énfasis particular en Josef Jungmann y Louis Bouyer; el Capítulo 3 identifica a la Comisión Pian, anterior al concilio, y las reformas de la Semana Santa, como fases continuas en cuanto a objetivos y motivación, de la reforma litúrgica post-conciliar; y los Capítulos 5 y 6 tratan por separado las versiones de 1969 y 1970 de la Instrucción General del Misal Romano (IGMR) [1]  Luego los Capítulos 7 a 13 analizan la Misa Nueva punto por punto, desde el arte, la arquitectura, los accesorios y los ritos introductorios hasta la despedida, incluyendo tanto el Ordinario de la Misa como el Propio. El autor lo hace comparando los elementos destacados de la Nueva Misa con sus equivalentes tradicionales, y citando a miembros de la Jerarquía, a peritos y a otras autoridades para revelar los motivos que estaban detrás de los cambios particulares. El libro luego concluye con un resumen de la evidencia y una recapitulación del razonamiento expuesto. Con excepción de este resumen general al final, cada capítulo termina con un útil, aunque poco convencional, resumen, punto por punto, del contenido del capítulo, que añade contundencia y claridad al argumento general. El apéndice del libro también amerita mencionarse: ahí Cekada presenta un caso convincente para el uso del Misal de 1951 (o cualquiera anterior a 1955), en vez del misal de 1962; argumento que podría ser bien recibido por los grupos tradicionalistas que actualmente utilizan éste último.

La tesis principal del libro es (A) que la Misa de Pablo VI, dicha conforme a las rúbricas prescritas como se encuentran en la Editio Typica del Misal, es gravemente irreverente y destruye la doctrina católica en las mentes de los fieles.[2] Cekada también defiende dos tesis secudarias que son corolario de la primera: La Misa de Pablo VI, dicha de conformidad con las rúbricas prescritas, representa (B) una ruptura con la tradición, y (C) una restauración espúrea de la antigua liturgia de la Iglesia. El libro puede ser visto como un argumento inductivo para sustentar estas tres tesis. Aun cuando puedo estar enteramente de acuerdo con las tesis (B) y (C), opino que la tesis (A) necesita ser matizada de manera significativa. Trataré las tesis (B) y (C) primero, luego la (A).

El autor presenta una sólida evidencia para sus tesis segunda y tercera. El fundamento teológico del argumento general de Cekada se encuentran en el Capítulo 2, una verdadera joya acerca de los motivos teológicos que están detrás de la reforma litúrgica. Ahí, Cekada muestra que los cambios tenían como propósito promover la nouvelle theologie (“nueva teología”) de gente como Pius Parsch, Romano Guardini, Josef Jungmann y Louis Bouyer. Como principios teológicos operativos de la reforma, Cekada específicamente distingue los siguientes cuatro: (1) la “Teoría de la Corrupción” litúrgica, según la cual el Rito Romano que estaba en uso a principios del Siglo 20 representaba una desviación y corrupción de los ideales litúrgicos primitivos. Como resultado, la reforma litúrgica —alega Jungmann— debe recuperar este ideal primitivo.  Jungmann de esa manera promovía un cierto tipo de resssourcement en el campo de la liturgia. (2) La concepción de “Liturgia Pastoral” de Jungmann, que abogaba por una reconfección de la Misa con el fin de satisfacer las necesidades percibidas del hombre contemporáneo — postura que también podría caracterizarse como un tipo de aggiornamento litúrgico. (3) La “Teología de la Asamblea” de Louis Bouyer, según la cual la esencia de la misa consiste en una asamblea del 'Pueblo de Dios' que, junto, celebra la reunión, con el sacerdote actuando solamente como 'presidente'  — una perspectiva protestante que elude la doctrina tradicional católica de la Misa como esencialmente un sacrificio ofrecido solo por el sacerdote a Dios, al cual el pueblo se le une.  (4) La teoría de las “Otras Presencias 'Reales'” de Bouyer, que infla la presencia de Cristo en la congregación y en la Escritura con el fin desenfatizar la fe en la Presencia Real de Cristo bajo las especies Eucarísticas  — una técnica de los reformadores que permea la Nueva Misa a la que Cekada llama 'devaluación por inflación'. En tanto ressourcement y aggiornamento caracterizan los principios de Jungmann, una fuerte motivación ecuménica está evidente en la perspectiva de Bouyer.

Cekada demuestra meticulosmente que estos principios están rigiendo en los recientes cambios litúrgicos. En los Capítulos 5 y 6, demuestra cómo la “Teología de la Asamblea” de Bouyer y su teoría de las “Otras Presencias Reales” son los temas centrales en el Nuevo Misal y en el IGMR. También demuestra que por cada cambio que supuestamente representaba un 'retorno al ideal antiguo' (cf.,  la “Teoría de la Corrupción” de Jungmann); el motivo real no fue fidelidad hacia la antigüedad, sino un deseo de abolir una rúbrica que doctrinalmente es inaceptable para el 'hombre moderno' (o para estos nuevos teólogos). De ahí la necesidad de 'modernizar' la liturgia y hacerla aceptable a las 'sensibilidades contemporáneas' (cf., “liturgia pastoral”). Tomemos, por ejemplo, la “Oración de los Fieles” u “OraciónUniversal”: esas oraciones sí existían en algunas liturgias antiguas, y con ese argumento el restablecimiento de esas oraciones en la Nueva Misa fue presentada como un retorno a la antigüedad. Sin embargo, el texto original de estas oraciones, que el Misal tradicional todavía prescribe para la Misa de los Presantificados el Viernes Santo, es enfáticamente a-ecuménica y ofensiva para el 'hombre moderno' y para la nueva teología; además, no varían. La nueva Oración Universal, por otro lado, está sistemáticamente des-cristianizada, des-espiritualizada, y des-supernaturalizada, principalmente para aplacar a los liturgistas que se quejaban de que  habían sido escritas “en dirección de una religión devota y convencional, enteramente extraña a las necesidades pastorales de hoy en día” (pág 256). Al final, aun las des-supernaturalizadas oraciones y su contenido han sido a fin de cuentas des-regularizadas y dejadas a la discreción del sacerdote, de la editora comercial que publica el misal o del comité de planeación litúrgica o director de culto. El resultado es algo que superficialmete se asemeja a una antigua oración litúrgica (cf., “Teoría de la Corrupción”) pero que fue establecida para satisfacer 'las necesidades del hombre contemporáneo' (cf., “Liturgia Pastoral”) y es, como lo expresa Gamber, “una novedad que se opone completamente a la tradición litúrgica” (pág 257).

Otro ejemplo de consideración, de esgrimir la antigüedad como excusa para imponer lo novedoso, se describe en el Capítulo 10, que trata de los cambios en el Leccionario. Aquí — arguye Cekada — a pesar de que el Nuevo Leccionario, gracias a su ciclo tri-anual contiene mayor cantidad de lecturas que el viejo Misal, mediante 'habiles selecciones' algunos textos importantes de la escritura — frecuentemente uno o dos versos en medio de una lectura del evangelio de un día de fiesta o del domingo — se incluye entre corchetes como opcional o de plano se omite por razón de su 'teología negativa'; o sea que doctrinalmente choca contra la nouvelle theologie o contra el ecumenismo. Gracias a esas omisiones, el católico promedio puede asistir a misa cada domingo durante el ciclo completo (tres años) del Leccionario y jamás oír pasajes de la escritura teológicamente 'negativos' como, por ejemplo, las admoniciones que Nuestro Señor hace con respecto al infierno; o las advertencias que hace San Pablo contra el recibir indignamente el Cuerpo de Nuestro Señor, sus enseñanzas sobre la herejía, los herejes y su desgraciado fin, o su mandato de que las mujeres sean sumisas a sus esposos, que cubran sus cabezas, y que permanezcan en silencio en la iglesia. En términos prácticos, este capítulo es quizás el más devastador para quienes defienden la reforma litúrgica, y ése por sí mismo, en mi opinión, vale el precio del todo el libro.

Ahora bien, la principal tesis de Cekada, que identifico como la (A) arriba, no está, en mi opinión, suficientemente matizada. Es cierto que hay problemas doctrinales con el nuevo Misal y con la IGMR; sin embargo, contrariamente a lo que da a entender Cekada, nada hay en el Misal ni en la IGMR que pudiera ser explícitamente identificado como herético. En las 444 páginas de la obra, Cekada nunca señala con éxito una sola proposición herética contenida en el texto de la Nueva Misa, sea en el Propio o en el Ordinario. Todos los problemas doctrinales que él señala consisten en omisiones, frases ambiguas, 'devaluación por inflación', o deficiencias en las muchas rúbricas, expresiones y gestos, que constituyen el Misal y la IGMR. En ninguna parte se niega explícitamente el dogma.

En lo que yo alcancé a ver, sólo hay dos lugares en el libro en los que Cekada trata de identificar una herejía específica que él piensa que está presente en la nueva reforma litúrgica. Una de éstas es su tratamiento de la doctrina de la IGMR de que la Misa es una re-presentación de la Última Cena. Arguye que esto se opone al dogma definido por el Concilio de Trento, de que la Misa es una re-presentación del Sacrificio en la Cruz. Sin embargo, Cekada no trata ni explica por qué estas dos nociones se contradicen una a la otra o son mutuamente incompatibles. No veo por qué, alguien que crea que la misa es en cierto sentido una representación de la Última Cena niegue necesariamente el dogma de que la Misa es una representación del sacrificio en el Calvario. Aun cuando yo no defiendo la idea de que la Misa consista en una representación de la Última Cena, yo no llegaría a tanto como afirmar que eso sea necesariamente una negación de un dogma Tridentino.  Una novedad doctrinal no entraña de ipso facto una herejía. Hay distintos niveles de error teológico — y Cekada bien lo sabe — sin embargo él no comenta sobre si los problemas doctrinales pudieran categorizarse como algo diferente de herejía.

En vez de aseverar que la Nueva Misa contiene herejías, yo más bien diría que fue claramente motivada por doctrinas novedosas, algunas de las cuales son obviamente peligrosas. Uno podría hasta decir que, en el contexto de las tendencias teológicas actuales, el Nuevo Rito puede indirectamente promover estas doctrinas novedosas, y en las mentes de la mayor parte de los fieles, estas doctrinas novedosas entrañan una negación de la fe tradicional; sin embargo, de ninguna manera significa esto que el nuevo Misal contenga proposición o gesto alguno que inherentemente implique alguna herejía.

Tomemos, por ejemplo, los cambios en las oraciones del ofertorio. Las oraciones tradicionales, al ofrecer la patena y el cáliz, resumen elocuentemente la doctrina católica del Sacrificio de la Misa, y ofrecen el pan y el vino ya bajo el aspecto de una 'Víctima Inmaculada' (Immaculatam Hostiam) que será sacrificada más adelante, haciendo de esta manera una alusión a la posterior Consagración. Las nuevas oraciones, en cambio, no hacen referencia a la Víctima ni al Sacrificio. En vez de ello, están permeados de un tono naturalista, pues hablan del ofrecimiento de (simple) pan y vino, que son considerados como obra de 'manos humanas' y que habrán de convertirse en 'pan de vida' y 'bebida espiritual'. Aquí es donde Cekada hace su segunda acusación de herejía: da a entender que el llamar el pan y el vino 'obra de manos humanas' equivale a afirmar que la materia del Sacramento de la Eucaristía consiste en labor humana, y que esto es herético. Sin embargo, de ninguna manera el Nuevo Misal afirma que la materia de la Sagrada Eucaristía sea obra de humanos. El que algunos teólogos lean el misal de esa manera es una cosa, pero que la Misa misma lo dijera explícitamente sería otra muy distinta. Una crítica más razonable de las oraciones del nuevo ofertorio sería que, aun no siendo heréticas, simplemente omiten comunicar la teología católica del Santo Sacrificio de la Misa.

De manera semejante, en el contexto de las actuales tendencias teológicas, la necesidad ecuménica de hacer la misa menos ofensiva para los protestantes, y el deseo de muchos de abandonar la teología católica de la Misa, el ahora permitido modo de recibir la comunión en la mano pudiera verse como un ataque indirecto a nuestra fe sobre la Presencia Real. No es inherentemente incorrecto o herético en sí mismo el recibir la Santa Comunión en la Mano. Hasta el antiguo De defectibus lo prescribe en ciertas situaciones irregulares. En sí mismo, este cambio sólo equivale a una omitida profesión de fe en la Presencia Real — omisión que no implica en sí misma una negación. Consecuentemente, es solamente en el contexto, y no en sí misma, el que esta nueva concesión pueda verse como doctrinalmnete problemática.  Quizás el cambio fue motivado por una teología novedosa que difiere de la teología tradicional del Sacrificio de la Misa; sin embargo, en el rito mismo no está presente negación alguna de la doctrina tradicional.

De forma interesante, Cekada también presenta dos argumentos de la invalidez de la Nueva Misa. Primero presenta el conocido argumento de 'pro multis' vs 'por todos'.  Para mi decepción, Cekada jamás discute una sola de las defensas de la traducción “por todos” esgrimidas por eruditos tales como John McCarthy y Manfred Hauke, ni siquiera hace mención del pronunciamiento del Vaticano sobre este tema. Su segundo argumento; sin embargo, es más interesante: se basa en una de las críticas incluidas en la 'Intervención de Ottaviani' relativas al requisito de intención ministerial para que una Misa sea válida. La misa tradicional no daba lugar a que el sacerdote careciera de la intención requerida de convertir el pan y el vino en el Sacratísmo Cuerpo y Sangre de Nuestro Señor: Los textos dejaban claro lo que estaba sucediendo y lo que debería ser la intención del celebrante. El sacerdote que pronunciara esas palabras de manera expresiva y asertiva automáticamente tendría la intención requerida. Sin embargo, la Nueva Misa así como la IGMR presentan lo que solía llamarse la 'Consagración' como una mera “narración de la institución”, [3] de manera que el sacerdote puede pronunciar la nueva 'narración de la institución' como una simple crónica histórica de la Última Cena sin la intención de que se lleve a efecto la Transsubstanciación. Esto daría como resultado una misa inválida: “Si no hay Cuerpo, si no hay Sangre, no hay Misa” — como lo presenta dramáticamente Cekada. Ésta, en mi opinión, es una crítica teológicamente sensata de la nueva terminología 'narración de la institución'. Sin embargo, esta crítica debe atemperarse con una clarificación importante que Cekada nunca hace: este argumento sería aplicable solamente a misas individuales en las que el sacerdote careciera de la intención requerida — algo que también es posible, aun cuando significativamente más difícil, en el contexto de la Antigua Misa.

La crítica no es aplicable a todas las misas que se dicen de acuerdo con el Nuevo Misal, pues aun en el Nuevo Rito, un sacerdote que, a pesar del vago lenguaje de la nueva 'narración de la institución', pronuncia las palabras de la consagración de manera expresiva y asertiva, con la requerida intención, supera este problema y verdaderamente lleva a efecto la transsubstanciación [4]

La investigación llevada a cabo por Cekada es, en general, erudita y profunda. No deja lugar a dudas en la mente del lector, de que los creadores de la Nueva Misa buscaban promover doctrinas alineadas con los movimientos ecuménicos y con la Nouvelle Theologie. Aun cuando la tesis principal de Cekada no es simplicidad garantizada, el libro muestra con éxito que la Nueva Misa representa una novedad teológica, una ruptura doctrinal con la tradición y un retorno espúreo a la liturgia primitiva.  Inevitablemente, el libro deberá ser tomado en serio por los estudiosos de teología contemporáneos de ambos bandos.


Notas:

[1] Cekada lo abrevia “GI” pero yo seguiré la convención general de abreviarlo como “IGMR”
[2] Debe hacerse notar que Cekada no trata de criticar los simples 'abusos' litúrgicos — violaciones de las rúbricas del Nuevo Misal — que con frecuencia tienen lugar en el contaxto de la Nueva Misa. Mas bien, explícitamente critica a la Nueva Misa en sí misma como doctrinalmente problemática. Según Cekada, su punto de visto lo diferencia de otros autores tradicionalistas que, según él, solamente han criticado los 'abusos' o que arguyen en favor de la misa tradicional basados en meras preferencias estéticas o sentimiento individual, y si llegan a criticar la nueva misa en sí misma sólo lo hacen calificándola como 'ambigua' en vez de hacer notar que es inherentemente problemática en su doctrina. Creo que Cekada exagera un poco, sin embargo, pues hay muchas otras obras que critican la doctrina contenida implícita y explícitamente en la Nueva Misa y en las nuevas leyes litúrgicas y no sólo sus problemas estéticos o sus 'abusos'. Para citar algunas de estas obras: la monumental Revolución Litúrgica en tres tomos de Michael Davies; “El Problema de la Reforma Litúrgica: Un Estudio Teológiico y Litúrgico” de la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, y, por supuesto, Un Breve Estudio Crítico de la Novus Ordo Missae por los cardenales Ottaviani y Bacci, conocida comúnmente como 'La Intervención Ottaviani'.
[3]  La IGMR se vio forzada a cambiar la expresión a “narración de la institución y consagración”
[4] Curiosamente, aunque Cekada considera inválida la Nueva Misa,  ¡tambíen la considera sacrílega!. Sin embargo, “Si no hay Cuerpo, si no hay Sangre, no hay Misa”, entonces ¿cómo puede ser sacrílega? Cekada parece nunca haber hecho esta conexión