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lunes, 17 de junio de 2019

Sobre el infierno

 Sobre el infierno 

por James V. Schall, S.J. (1928-2019)

Tomado de: https://www.thecatholicthing.org/2019/02/25/on-hell/
 publicado ahí el lunes, 25 de febrero de 2019
Traducido del inglés por Roberto Hope

Generalmente hablando, el infierno no es un tema del que se guste hablar. Aun cuando no existiera, sigue siendo un tema vedado. Nadie piensa acabar ahí,  especialmente si sus pecados son de color rojo escarlata.

El efecto de la postura de que "nadie merece el infierno" es que hace parecer que nada de lo que hagamos, a nosotros mismos o a otros, hace al final de cuentas una diferencia en el universo. Todos reciben su premio eterno, si es que existe, sólo por ser quien es y no obstante sus creencias y actos.

Leemos en 2 Tesalonicenses que Jesús vendrá  "en medio de una llama de fuego, y tomará venganza de los que no conocen a Dios y de los que que no obedecen al Evangelio de nuestro Señor Jesús. Éstos sufrirán la pena de una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder cuando venga en aquel día a ser glorificado en sus santos" Hablando de un pasaje contra cultural.

Aun cuando pocos parecen reflexionar sobre él, el infierno constituye realmente un buen tema en el cual pensar. Puede pensarse de él aun cuando alguien no acepte o no desee aceptar su realidad. [En mis libros 'The Politics of Heaven and Hell' (La Política del Cielo y el Infierno') y 'At the Limits of Political Philosophy' (En los Límites de la Filosofía Política) pueden hallarse capítulos sobre el infierno y la filosofía política]. Irónicamente, quizas, el infierno puede ser y es una realidad y una enseñanza muy positiva. Su origen no es exclusivamente judeo-cristiano, como lo sabe todo aquél que haya leído el último libro de La República de Platón.

Oímos de opiniones muy extendidas de teólogos sobre este tema, para muchos un tema preocupante. ¿No es Dios cruel con tan sólo mencionarlo? Sin embargo, es difícil leer el Nuevo Testamento (hay quienes lo siguen haciendo) sin acabar concluyendo que Cristo no tenía problema alguno con el infierno salvo por evitarnos llegar ahí. Él también quería salvar a toda persona. Pero sólo podía salvar a todo el que, por la forma en que vivía y por sus propias elecciones, no merecía  llegar ahí.

La sola cosa que ni el mismo Dios puede hacer es crear un ser racional libre y luego darse la vuelta y salvarlo independientemente de lo que éste elija. El mismo punto de vivir la vida interior de la Trinidad, a la cual somos invitados pero no coercionados, es que todo mundo debe llegar ahí por su propio gusto. Ninguna amistad con el hombre o con Dios es posible si es coercionada contra su voluntad. Si el hombre hubiera sido creado simplemente para vivir la vida interior de Dios sin que  tuviera que contribuir a ello, no podría encontrarse una razón para haber sido creado, en primer lugar.

Recuerdo haber leído en algún escrito de Hannah Arendt, que el segundo presidente de los Estados Unidos decía que la doctrina del infierno es la enseñanza cristiana (y platónica) más importante  para la política.

¿Por qué, podríamos preguntarnos, habría dicho Adams algo tan extravagante? Cuando vemos el escenario político de nuestros días, no parece ser tan extravagante. La base de todo orden civilizado ha sido minada por un voluntarismo sistemático que no sólo lo permite todo, excepto quizás la virtud, sino que ha insistido a cada paso en llamar al bien mal.

De hecho, muchos han insistido en cambiar el ser que Dios creó inicialmente, en su propia imagen (la del hombre), una imagen que rápidamente ha eliminado toda inteligibilidad dada al cuerpo o al alma del hombre.

Lo único que hay que agregar es que las colectividades no "pecan." No tienen almas inmortales. Los pecados se cometen solamente por personas individuales que son responsables de rechazar lo que ha sido revelado y lo que puede conocerse con la razón. ¿Estoy argumentando que los pensadores y los políticos individuales en cualquier país, incluyendo el nuestro, que ocasionan estas perversidades están comprendidos aquí? De hecho, sí.

Un parecer popular es que el infierno existe, pero que nadie está ahí. Al fin y al cabo, Dios se las ingenió para salvar a todos a pesar de su historial de pecado y sus actos perversos. Ya que Dios quiere que todos se salven, como lo quiere, debe concluirse que todos son salvados a pesar de ellos mismos. O quizás en la hora cero hasta a los peores pecadores se les dio la gracia para que se arrepintieran, y lo hicieron.

Podemos especular sobre estas opiniones. No son teóricamente imposibles. Pero el autor de Tesalonicenses 2 dijo que si rechazan las Buenas Nuevas, serían perdidos eternamente. La lógica de esta positura implicaría que, si son salvados, de alguna manera, implícita o explícitamente, aceptaron las Buenas Nuevas.

Antes mencioné que la del infierno es una doctrina positiva. ¿Cómo? Cada persona humana es tan importante que quienquiera que peque seriamente contra ella (ver los mandamientos), en cualquier momento o lugar, si no se arrepiente, es merecedor del infierno. Puesto de manera positiva, la realidad del infierno define lo que nuestra relación de unos con otros debe ser; algo noble, sí, algo sin pecado.

martes, 4 de noviembre de 2014

Sobre el Alma Humana

Sobre el Alma Humana

por James V. Schall, S.J.

Tomado de:
www.thecatholicthing.org/columns/2014/on-the-human-soul.html
Martes 30 de septiembre de 2014

Traducido del inglés por Roberto Hope

Un pasaje de lo más gráfico en las Sagradas Escrituras, uno que San Ignacio repetía con frecuencia, dice así: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma inmortal?” (Marco 8:36). Algunas traducciones quieren traducir “alma” con la palabra “vida”. Y es cierto que alma es un concepto griego, no tanto uno hebreo. Pero si decimos “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su vida?”, el significado del pasaje cambia completamente.

Vamos a perder nuestra vida de una manera o de otra; tarde o temprano. La palabra “alma” tiene que ver con la cuestión de si el final de nuestra vida es el fin – punto – o si algo existencialmente trascendente sobre cada uno de nosotros está implicado en la noción de alma.

Prosiguiendo, el alma no es un “espíritu” que viva por sí mismo en nuestro cuerpo o que flote alrededor fuera de nosotros. Los ángeles son espíritus. Nosotros no lo somos. Nuestras almas siempre retienen su referencia a nuestro cuerpo, lo cual nos hace personas completas de nuestra clase. La antigua noción maniquea consistía en que la materia era mala, de manera que la perfección del hombre se alcanzaba escapando de la materia.

Cuando al concepto de “espiritualidad” se le da ese matiz de que hay algo intrínsecamente malo acerca de nuestro cuerpo, eso no es cristiano. Esta perspectiva no significa que nuestros cuerpos y sus pasiones no puedan causarnos problemas. Significa que una de las funciones de la inmortalidad del alma es la de gobernarse a sí misma; ser virtuosa. La significación de la inmortalidad del alma es, como si fuera, que la relación de los actos de virtud y de vicio que llevamos a cabo en el mundo permaneciera en el tiempo y por toda la eternidad.

El alma es el principio animante que nos hace ser lo que somos. Somos seres finitos que viviremos para siempre. El alma es la forma que garantiza la continuidad entre esta vida y la siguiente. De otra manera, cuando “perdemos” nuestras vidas sólo las perdemos. Nada más puede decirse. El drama entero de lo que realmente es nuestro ser ya deja de tener fundamento alguno.

No pocos científicos durante siglos han buscado el alma con el microscopio u otro dispositivo así. Nunca la han encontrado. Los métodos utilizados para buscarla están basados en la premisa de que el alma debe contener algún tipo de materia. No la contiene ¿Cómo lo sabemos?

La experiencia más común que implica nuestra inmortalidad es la de pensar. Cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, vemos que nos encontramos con principios que permanecen iguales siempre y en todo lugar.  ¿Y entonces? Entonces ¿cómo es que podemos hacer esto, a menos que de alguna manera pertenezcamos  también al ámbito de lo inmutable?

En el curso de nuestras vidas, permanecemos siendo la misma persona, no obstante que cada átomo de nuestra composición física se reemplaza con mucha frecuencia. Algo que permanece en el tiempo está haciéndonos ser y permanecer siendo el mismo ser que éramos cuando fuimos concebidos, a pesar de todos los cambios que hemos tenido en la edad y en la salud.

Supongamos que no tenemos alma, de manera que nuestra muerte es simplemente el final. Si hacemos universal este supuesto, ninguna vida humana que jamás se haya vivido hace, en última instancia, diferencia alguna. La existencia humana es básicamente “en vano” bajo esta hipótesis.

Sin embargo, el alma no es el hombre. Ni Juan ni Susana son una alma. Cada uno de ellos tiene una alma. Cada uno de nosotros somos un ser, cuerpo y alma. Este hecho explica por qué la doctrina revelada de la Resurrección de la Carne es a la vez tan notable como lo es tan lógica.

Es notable porque aborda el significado que cada persona da a su propia vida mediante sus pensamientos y sus acciones. Éstas últimas indican lo que el hombre ha hecho de sí mismo, bueno o malo.

Es lógica porque indica que Dios nunca quiso, por principio, que el hombre muriera. La muerte, como lo observó el Papa Benedicto en Spe Salvi, es tanto una bendición como un castigo en nuestra condición actual. Es una bendición porque vivir más y más y más en este mundo es un infierno. Es un castigo, pero un castigo que va en línea con el propósito original de Dios al crearnos, para asociarnos en Su vida Trinitaria como los seres completos que Él creó desde un principio.

Sí. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma?” La respuesta es: de nada le sirve. El mero planteamiento de esta pregunta da testimonio de nuestra dignidad. No elegimos llegar a existir. No elegimos ser lo que somos, Pero sí tenemos que elegir ser aquéllo que se esperaba que fuéramos. Nadie más puede hacerlo por nosotros.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Democracia, Tiranía y la Situación Actual

Democracia, Tiranía y la Situación Actual

  
Tomado de:
www.catholicworldreport.com/Item/3298/democracy_tyranny_and_the_current_situation.aspx
del 8 de agosto de 2014

Traducido del inglés por Roberto Hope

Por James V. Schall, S.J.

“Lo cierto es que los mayores crímenes son causados por excesos y no por necesidad. No es para evitar pasar frío que los hombres se hacen tiranos...” — Aristóteles, Política, II, 1266 b14-15

“¿Cuál es el fin de un gobierno? .... Con base en lo que observamos que nuestro gobierno está haciendo, tenemos que concluir que: el verdadero fin del gobierno es dar a la gente la vida sexual que le plazca, con un mínimo de inconvenientes. ¿Quieres copular sin que nazca un bebé? No hay problema, te daremos anticonceptivos gratis. Quisiste hacer el acto sexual, te embarazaste y no quieres el bebé? Eso es un inconveniente. Te pagamos el aborto. ¿Quieres copular con alguien con quien no estás casado? ¿Tu cónyuge y tus hijos son un inconveniente? Te daremos el divorcio sin responsabilidad. ¿quieres copular con una persona de tu mismo sexo y quieres tener un bebé? Eso es verdaderamente inconveniente. Re-estructuraremos el sistema legal y subsidiaremos la tecnología que haga posible conseguir todos los bebés que quieras sin la inconveniencia de tener que lidiar con el otro padre del bebé.”  — Jennifer Roback Morse, The Ruth Institute, 3 de agosto de 2014..
I.
Aristóteles describió las varias configuraciones que pueden encontrarse entre los estados civiles para describir el objetivo de su gobierno, y las instituciones o divisiones de poder ideadas para promoverlo. Los redujo a tres tipos generales —monarquía, aristocracia y democracia — y sus respectivas corrupciones — tiranía, oligarquía y demagogia. Además, tenemos varios tipos de “regímenes mixtos” que buscan combinar las tres formas básicas para contrarrestar los elementos inadecuados de las otras formas. Así: una monarquía, aun cuando tenía la ventaja de la singularidad de propósito en un gobernante virtuoso, no daba la oportunidad a los demás ciudadanos de participar en el gobierno. Era posible contrarrestar este defecto, por ejemplo, dando la posibilidad de la elección del gobernante por el populacho general. Esta elección también limitaba al monarca/presidente/canciller, de modo que no era absoluto, pero de todos modos tenía libertad para decidir y actuar.

Para Aristóteles, todos los buenos regímenes gobernaban para el bien de todos; todos los malos regímenes gobernaban para el bien del principio de gobernar, mas no para todos. El bien común no significaba un cierto tipo de colectividad, todas cuyas partes fueran gobernadas por las autoridades. Más bien significaba un orden que permitiera que los propósitos de los individuos y de los grupos fueran tal como ellos mismos los concebían, y no que los individuos y los grupos fueran meros funcionarios del estado, actuando como una mente maestra para perseguir los propósitos de éste.

La construcción de la legislatura, del ejecutivo y de la judicatura estaba diseñada para llevar a cabo más efectivamente los fines del régimen, fueran éstos buenos o malos. Aristóteles también observó que, además de los principios de gobernar de acuerdo con números, de uno-pocos-muchos, cada régimen tenía también un fin inteligible. El tirano gobernaba para sí mismo; la oligarquía usualmente gobernaba para ganar dinero, y la democracia gobernaba a favor de las clases más pobres para que obtuvieran una libertad que no tenía otro propósito que aquél que el individuo deseaba. Los fundadores de los Estados Unidos estaban muy familiarizados con este antecedente del pensamiento político griego y romano.

El término moderno “democracia” y el uso griego original del mismo término no son idénticos. Esta diferencia causa una confusión considerable. El término moderno se ha convertido en una descripción encubierta del “estado ideal”, algo que debe ser impuesto a todo mundo si ellos mismos no lo eligen.  Casi todo régimen gusta de ser llamado “democrático”, sin importar cuál sea su configuración. Todos los estados deben conformarse a este modelo democrático. No debe dejarse lugar para regímenes buenos que no sean “democráticos”, Democracia significa gobierno de la mayoría, “derechos” individuales (no de la comunidad), poder ubicado en un cuerpo gobernante central, libertad para hacer lo que se quiera, y el apoyo del gobierno a esta libertad aleatoria. No se admite ninguna ley o propósito superior. Nada se permite en el sector público que no se conforme con las leyes establecidas por el estado, cambiables en sí mismas, Tal estado se concibe a sí mismo cual si fuera el “reino de Dios” sin Dios.

Aquí uso el término en el sentido griego – o sea, un gobierno de los muchos que no tiene más principio interno de gobierno que la libertad de hacer lo que uno quiera. Obviamente, un gobierno compuesto de gente que puede hacer cada uno lo que quiera, puede, como lo dio a entender Hobbes, hacer lo que él mismo quiera. Además, la democracia es un régimen de los pobres, que obran a través del gobierno por la redistribución de los bienes sin darse mucha cuenta de cómo se producen. El gobierno en un régimen democrático asi, es concebido como un facilitador para el logro de estos fines distribucionistas y de libre opción. En la práctica es de este caos de elección ilimitada de donde emana la retórica del “dirigente del pueblo”, como lo llama Aristóteles.

Las democracias parecen tender naturalmente a la tiranía en dos sentidos. Necesiten elegir a un dirigente listo cuyo propósito interior es el bien como él lo percibe. Gradual o rápidamente aprende, mediante la combinación de adulación y coerción, a sujetar y disciplinar al pueblo hacia sus fines propios. Como dijo Aristóteles, le gente no se hace tirana para aislarse del frío. Tienen planes grandiosos para salvar al pueblo de sus enemigos. También existe aquéllo de la “tiranía democrática”. La libertad sin límites o principios se aboca a suprimir toda crítica de ella misma o de sus modos. El pueblo no son ciudadanos que se gobiernen a sí mismos. Son objetos del estado que son gobernados para su propio bien. La famosa ley de Rousseau de que todos deben ser forzados a obedecer porque sólo se están obedeciendo a ellos mismos es la esencia y justificación de la tiranía democrática.
II.
Aristóteles no comenzó su pensamiento político con un hombre misterioso e imaginario en su estado natural. Sabía que dondequiera que los hombres aparecían en la historia se organizaban de distintas maneras. Entonces se preguntó, en base a su observación ¿qué es lo que todos los regímenes tienen en común? ¿cómo y por qué difieren entre sí? ¿hay un régimen “mejor” o uno “peor” o algo intermedio? Aristóteles estaba bien consciente de que la descripción legal o constitucional de un régimen no necesariamente correspondía al orden interno de las almas o de los ciudadanos. De hecho, si algún día nos encontráramos con un régimen en el cual las acciones de los ciudadanos correspondieran exactamente con lo que establecieron las autoridades gobernantes, estaríamos más probablemente en una tiranía que en un régimen de gente normal y falible.

Describir con exactitud un régimen es, bajo normas objetivas, frecuentemente una tarea peligrosa. A los regímenes y a quienes les sacan provecho, rara vez les gusta conocer la verdad acerca de si mismos. Si hay una sospecha de que su forma y actuación para gobernar no son legítimas, sus críticos son acusados de ser desleales o traidores al régimen existente. Sin embargo, es una tarea necesaria describir con exactitud el régimen en que vivimos. ¿Cómo acometer esta descripción? Aristóteles entendía que la sociedad civil está constituida por muchas entidades – familias, tribus, aldeas, religiones y organizaciones. La noción moderna del estado, de Hobbes, Locke y Rousseau – que el estado es una organización compuesta de individuos separados en contraposición con el estado – es extraña a Aristóteles. En la tradición de Aristóteles, la sociedad humana está formada por muchas comunidades menores, cada una con su propia legitimidad, orden, y objetivos, ninguno de los cuales es formulado por el estado. El estado no las “crea” sino, cuando mucho, las reconoce y proporciona un orden en el cual puedan florecer. El estado es la entidad que promueve el orden a las demás comunidades. Ellas no dependen del estado para ser lo que son.

En el estado moderno, estas entidades, incluyendo la religión, dependen del estado para su existencia y definición públicas. La diferencia primaria entre el régimen en que vivimos y aquél de la tradición aristotélica es que originalmente se entendía que el estado depende de un orden correcto o de la ley natural. El hombre era por naturaleza político. El estado no era definido por su propia arbitraria voluntad ni era sujetado por ella. En otras palabras, todo régimen está sujeto a juicio aun cuando sus leyes o costumbres se determinen “libremente” y “democráticamente”, aun cuando sirva para lo que la gente “quiera”. Consecuentemente, la distinción entre regímenes malos y buenos se basa en la diferencia entre el bien y el mal en la acción humana personal. La presencia o ausencia de virtud en las almas de los ciudadanos y de sus gobernantes elegidos constituía el contexto apropiado de la cosa política.
III.
Los Estados Unidos hoy en día tienen una “constitución” pero no son “gobernados” por una constitución. Ninguna rama del gobierno se considera verdaderamente limitada por lo que dice la constitución. El ejecutivo gobierna por decreto. Él elige qué leyes hace o no hace cumplir. Las cortes deciden por la voluntad de los jueces y sus frecuentemente extrañas filosofías. La legislatura decide lo que es correcto a través de las leyes que aprueba. Aun cuando todavía pudiera haber algunos que “siguen” la constitución, en la práctica son relativamente insignificantes. En este sentido, Aristóteles es una guía mejor de lo que realmente somos que lo que son cualquiera de nuestros pensadores, comunicadores o políticos. Él entendía lo que pasaba en los regímenes políticos de seres humanos reales. Lo que describió es, en gran medida, lo que estamos viendo ante nosotros, si sólo miráramos,

El curso del país se explica ahora por una teoría de  “derechos” de lo que el estado defiende. El hombre no es por naturaleza un “animal político y social”, sino un animal solitario. La sociedad es necesaria sólo para proteger los derechos de unos individuos contra los de los demás. El estado, una entidad independiente superior y por encima de los individuos, está formado de unidades individuales que poseen “derechos”. No son ciudadanos en el sentido Aristotélico. Tienen derecho a todo. No pertenecen a nada más que a sí mismos, no a una familia, no a una asociación, no a una iglesia, no a una comunidad. El gobierno los trata como seres aislados. Estos “derechos no se derivan de la naturaleza, sino de la voluntad de un pueblo que no reconoce límite alguno a su libertad individual de hacer lo que quiera con sus vidas.

Así entonces tenemos “derechos” de abortar a millones de nuestra propia especie, de “casarnos” con alguien del mismo sexo, y de morir cuando queramos. Los “derechos” no son descripciones de lo que uno es, sino concesiones del estado de lo que un hombre puede o no puede hacer con su vida. El estado tiene poder porque los “derechos” están en conflicto. Entonces debe haber alguien que decida cuáles “derechos” son los que habrán de concederse. En última instancia, cada individuo llega a ser definido por lo que el estado le permite, no por lo que él es.

El estado gobierna a sus súbditos mediante el placer y el dolor. El estado mismo es una lucha de poder; por quién puede prometer más y controlar más. El gobernante está más allá del bien y del mal. Debe ser capaz de utilizar la adulación y la fuerza de manera efectiva. El gobernante es solitario, con pocos amigos, si los tiene. Su mayor temor es a que haya una verdad de las cosas, incluyendo los seres humanos. Esto es el por qué el verdadero enemigo del régimen actual es la aserción de que la verdad existe, que todos, incluyendo los gobernantes, están sujetos y serán juzgados por ella.

La respuesta tiránica a la verdad es una forma de “pan y circo” envuelta en una exagerada vanagloria de su desempeño, que no admite crítica alguna. La empresa política es concebida como el encargarse del cuidado de las necesidades del populacho. También hace a la gente dependiente del estado y obligada con él. El populacho es dejado en una condición de aburrimiento y pasividad, en especial acerca de las cosas postreras, que en su mayor parte se les ocultan.

Por lo tanto, las masas son poco peligro para que los gobernantes autónomos permanezcan en el poder. La educación relativista patrocinada por el estado no deja lugar para criticar al estado. Este régimen, pues, es aquél bajo el cual vivimos, como quiera que se le llame. La mayoría de la gente lo llama “democracia” fundada en “derechos”- Y si no tenemos un criterio por el cual podamos juzgar lo que es el hombre, distinto de lo que el estado impone, entonces esto es ciertamente lo que es, la clásica combinación de tiranía con democracia.