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sábado, 21 de julio de 2018

Por qué soy monárquico

Por qué soy monárquico


Por John Médaille

Tomado de http://distributistreview.com/why-i-am-a-monarchist/
del 18 de noviembre de 2010

Traducido del inglés por Roberto Hope

El anunciar que uno es monárquico es tomado con la misma actitud como si uno hubiera anunciado haberse unido a la Sociedad de la Tierra Plana o pregonado el geocentrismo o expresado la creencia de que el mundo tiene sólo 6,000 años de existir y que Dios plantó en él fósiles por mera diversión. Políticamente, el monarquismo tiene un prestigio sólo poco mejor que el fascismo pero ni siquiera cercanamente tan respetable como, por ejemplo, ser Amish. Por lo tanto, me conviene ir directo al grano y declarar muy claramente por qué soy monárquico. "soy monárquico porque soy democrático". O sea, creo que la voluntad de la gente, sus tradiciones y costumbres, su celo por su familia, por su comunidad y por su futuro debe determinar la forma de todo orden político. Y la monarquía es la forma más elevada de la democracia.

Ahora bien, la primera respuesta será probablemente: "Eso es lo que hace nuestra democracia y lo que la tiranía no hace," Pero me es claro, especialmente en nuestra democracia de estos últimos tiempos, que entroniza la voluntad de unas minorías resueltas y bien financiadas, que difumina las costumbres y las tradiciones de la gente, y que no tiene consideración por el futuro. Y un rey bien puede ser un tirano, pero eso es la excepción más que la regla. La tiranía es una degeneración de la monarquía real, y generalmente sucede solamente en tiempos degenerados, y aun entonces, el rey tiene que hablar en nombre de alguna fuerza superior distinta, como lo es un ejército fuerte o una oligarquía comercial. Un rey, en no menos grado que un presidente, debe tomar en consideración las fuerzas y los intereses de su reino. Pero un rey tiene la libertad de evaluar lo justo de los argumentos, en tanto que un presidente sólo tiene libertad para contar los votos. Y en tanto un presidente pudiera tratar de lograr persuadir, en última instancia, él mismo sólo puede ser persuadido por el poder, o sea, por quien sea que controle los votos, que muy probablemente serán aquéllos que controlan el dinero. Un rey también puede ser persuadido por el dinero o por el poder, pero siempre estará libre de persuadirse por la justicia. Y aun cuando el rey sea un tirano, será un tirano identificable; mucho peor es cuando la gente vive bajo una tiranía que no puede nombrar, un sistema en el que las formas de democracia sirven para ocultar la realidad de la tiranía. Y ésta, creo yo, es la situación presente en nuestros días.

Esta tesis requiere de una explicación más extensa, y la trataré en tres partes. Primero una crítica de la democracia electoral tal como existe en la realidad. Segundo, una exposición del sistema de gobierno monárquico, y finalmente, un examen de las instituciones americanas que, en épocas de dificultades, podrían evolucionar hacia formas más monárquicas (y por lo tanto más democráticas).

El dogma de la democracia.

La democracia moderna ha venido a significar, en preferencia a otras formas de gobierno posibles, una democracia electoral, donde los funcionarios del estado son elegidos mediante plebiscitos periódicos, determinados mediante voto secreto. Ésta no es la única forma posible, pero ha sido durante mucho tiempo la forma dominante, y se ha vuelto, en su uso ordinario, el único significado de la palabra democracia. En los últimos 100 años hemos conducido numerosas guerras para hacer al mundo "seguro" para esta forma de gobierno; es como si creyéramos que un nivel apropiado de conmoción y terror tornaría al ciudadano de Bagdad en buen Republicano o Demócrata, o convertiría a Afganistán en un suburbio de Seattle. Dado que esta democracia es algo por lo cual estamos dispuestos a matar o morir, ha adquirido el estatus de una religión, aun cuando sea una de carácter secular. Como toda religión, la democracia electoral tiene su sacramento central, su liturgia central y su dogma central; el sacramento es el voto secreto, la liturgia es la campaña electoral, y su dogma es que la elección representará la voluntad del pueblo.

Pero ¿es este dogma verdadero en sentido alguno? ¿Es verdaderamente captada la "voluntad del pueblo" con el 51% de los votos? Ciertamente, no todos votan. de manera que la voluntad de los que votan puede no ser la voluntad del pueblo. Pudiera uno responder que es la voluntad de la gente que se preocupó lo suficiente por votar. Sin embargo, eso hace caso omiso del hecho de que hay gente (como yo) que se preocupa lo suficiente como para no votar, gente que no considera aceptable partido alguno o, lo que es peor, que considera que ambos partidos son realimente el mismo, con diferencias cosméticas para el entretenimiento de las masas y la manipulación del público. Me sospecho que si hubiera opciones reales en la boleta, como, por ejemplo, un casillero que sirviera para marcar "Ninguno de los anteriores", la participación ciudadana sería mayor, y que esta última opción sería consistentemente la ganadora. Pero, en todo caso, no es cierto que la voluntad de una simple mayoría de los votantes pueda equipararse con la "voluntad del pueblo". Aun cuando uno equiparara el 51% de los votos con el 51% del pueblo, podremos preguntarnos si en realidad es un margen suficientemente amplio para sustentar cualquier decisión realmente importante, una que comprometa a todos a secundar medidas serias y obligatorias. Por ejemplo ¿debe permitirse al 51% a arrastrar al resto a una guerra? ¿O a una guerra continua contra la niñez como es el aborto? Ciertamente hay cuestiones que pueden ser decididas por una simple mayoría, pero los asuntos importantes no pueden caer dentro de esa categoría.

Hay todavía otro problema con el dogma de la representación porque, claramente, hay dos grupos que las elecciones no pueden sondear: los difuntos, y los aún por nacer, el pasado y el futuro. En una democracia electoral, los intereses de gente que está viva son los que predominan. Ahora bien, en cuanto al primer grupo, algunos afirman que no debemos estar obligados por un pasado que ya murió, y que nuestra libertad primera es la de liberarnos de nuestros padres. Por supuesto, hay una pizca de verdad en esta afirmación, la muerte ocurre por una razón. No obstante eso, la vida es más grande que el momento presente, y ninguna generación, independientemente de lo científica que sea, puede comprender la totalidad de la vida, ni puede discernir enteramente la forma correcta de vivir en el mundo. El mundo como está en un momento dado es el resultado de las decisiones y las acciones que constituyen su pasado. Las tradiciones que heredamos son la suma destilada de la sabiduría del pasado sobre cómo vivir en el mundo y unos con otros. Es, por supuesto, un conocimiento incompleto, y nuestra tarea es incrementarlo y pasarlo adelante. La tradición, por lo tanto, viene del pasado, pero está orientada hacia el futuro. Pero las democracias tienden a erosionar las tradiciones a través de complacer los deseos actuales; G.K. Chesterton se ha referido a la tradición como "la democracia de los muertos", y la democracia verdadera debe dar cabida a este bloque de votantes.

Abandonando el pasado, la democracia también abandona el futuro. Cargamos a los hijos con deudas que no pueden pagar, guerras que no pueden ganar, obligaciones que no pueden cumplir; permitimos que la infraestructura se deteriore y de esa manera debilitamos hasta la capacidad de ellos para ganarse la vida, Votamos en favor nuestro, altas pensiones que comienzan a temprana edad, hasta restringimos el número de hijos que procreamos, poniendo una carga aún más pesada sobre el resto.

Pero abandonando tanto el pasado como el futuro, la democracia abandona también la capacidad de representar el presente, porque sin la guía del pasado y el interés por el futuro, aun el momento presente pierde su realidad. El momento presente es siempre efímero, porque tan pronto como uno lo capta ya es historia. Sin la tradición y la orientación hacia el futuro, el momento presente se convierte en una especie de Alzheimer cultural, sin memoria ni dirección.

La liturgia de la democracia.

Y si el dogma es falso, la liturgia — o sea la campaña electoral — es de preocupar. Ciertamente, las elecciones son mercados con altísimos costos de entrada. Para contender por la nominación a la candidatura presidencial por un partido, un candidato pudiera tener que contar con US$50 millones en el bolsillo sólo para tener credibilidad. Esta cifra ni siquiera se aproximará a sus gastos totales; es sólo el enganche. No compra la elección, sólo compra la credibilidad, y sin esa credibilidad (o sea, dinero) uno ni siquiera será comentado en la prensa: Los gastos totales serán un múltiplo de ese enganche. Efectivamente, en las elecciones del 2008, los costos de campaña ascendieron a una cifra abrumadora de US$5.3 miles de millones, y eso fue nada más para las contiendas de carácter nacional. Hay muy pocas fuentes de dónde conseguir esa cantidad de dinero, y el proceso político debe forzosamente quedar dominado por esas fuentes. Las corporaciones y las organizaciones que proporcionan fondos para las elecciones lo hacen como una inversión, una de la cual esperan obtener un mayor rendimiento. Y lo obtienen en forma de subsidios, de leyes y reglamentaciones que les favorecen, de acceso a altos funcionarios, y de beneficios fiscales. Pudiera ser la mejor inversión que la mayor parte de los grandes negocios hace. Pero conduce directamente a la oligarquía, lo opuesto de la democracia, una república de comités de acción política, más que un sistema político del pueblo.

Y ¿por qué se necesita tanto dinero? porque las artes políticas en la democracia no son las de deliberación y de persuasión, las cuales son relativamente económicas, sino que son las artes de la manipulación y de la propaganda, las cuales son extremadamente costosas. Apelan casi nunca a la inteligencia, sino a la burda pasión y a la emoción; esto es porque en el camino hacia el poder en la democracia, la forma más segura de conseguir lealtad de los seguidores de uno, es exagerando las diferencias, convirtiéndolas en grandes "temas". Los candidatos deben hallar una manera de diferenciarse el uno del otro, aun (o especialmente) cuando estén fundamentalmente de acuerdo. Y mientras más irracional sea un tema, mejor será para fines de manipulación. Los problemas reales pueden ser objeto de argumentos reales, y los votantes pueden ser persuadidos por esos argumentos, lo cual erosionaría la devoción fanática que los políticos necesitan. Consecuentemente, es mejor debatir la cuestión de si Obama es mahometano en lugar de debatir si él comprende la mecánica de una crisis financiera; el primero es tema de un debate apasionado y carente de datos, pero el segundo requiere de conocimiento e inteligencia.

El verdadero camino al poder en una democracia es la creación del demoníaco "otro". Los del otro partido son pintados no como gente que con toda sinceridad parten de supuestos distintos y llegan a conclusiones diferentes, sino como destructores intencionales y satánicos del orden político y social. La razón es reemplazada por el temor, y si al "otro lado" siempre se le teme, la actuación propia en realidad no importa, no obstante cuan inepto un partido demuestre ser, siempre podrá apelar a que el otro partido es demoníaco. ciertamente, hay suposiciones y opiniones que pueden destruir a la sociedad, pero pocos son, de haberlos, los que sostienen sus opiniones con el propósito de destruir el orden social; más bien tienen una visión diferente, y con frecuencia errónea, de ese orden.

Esta tendencia satanizante se nota más claramente cuando la democracia es impuesta en naciones que alojan en su seno diversos elementos étnicos, culturales y religiosos. Aun cuando hay siempre una cierta tensión en tales sociedades, bajo el gobierno de reyes, imperios y hasta de dictaduras, encuentran una forma de vivir juntos en relativa paz. Pero con la llegada de la democracia electoral, cada grupo o tribu sataniza al otro, y el resultado es guerra civil, saneamiento étnico y genocidio. De hecho, el saneamiento étnico se ha convertido en el acto más elevado del orden democrático. No viene a mi mente una sola excepción a esta regla. Bueno, quizás sea Checoeslovaquia, cuyo divorcio fue, por lo menos, pacífico. Verdaderamente hemos hecho al mundo seguro para la democracia; desafortunadamente, hemos hecho a la democracia riesgosa para el mundo.

El sacramento de la democracia.

Con excepciones de menor importancia, la democracia se lleva a cabo en el espacio "sagrado" de la casilla de votar, la cual se asemeja a nada tanto como a un confesionario católico. Y, de hecho, es el lugar donde el votante, solo y aislado, confiesa su verdadera religión. Es, quizás, la expresión más elevada de la filosofía individualista del hombre moderno. Pero, ciertamente, no es la única forma de democracia, Hay formas deliberantes: la reunión de partidarios de una postura política, la asamblea popular, la asamblea de grupo. La diferencia principal es que el voto en estos sistemas es público, y se concede espacio para la deliberación y la persuasión. Es cierto que un grupo puede ser tanto o más irracional que un individuo aislado. No obstante eso, en un grupo siempre existe a posibilidad de que personas razonables y de temple, adiestradas en las artes de la retórica, sean capaces de persuadir a sus conciudadanos a tomar un curso de acción razonable, superando la tendencia natural de la democracia hacia la pasión y la irracionalidad.

¿Es democrática la democracia?

Cuando observamos nuestro orden político, podemos preguntarnos si verdaderamente esto es lo que realmente deseábamos; si la verdadera voluntad del pueblo está expresada en nuestras instituciones. Por raro que parezca, tanto los Republicanos como las Demócratas, los liberales y los conservadores, expresan serias dudas de que éste sea el caso. Ciertamente, éste puede ser el único punto en que los dos lados están de acuerdo; ambos concluyen que algo ha salido terriblemente mal.

Permítanme sugerir que la respuesta radica en el absolutismo moderno. Una cosa se conoce por sus límites propios; algo sin límites se convierte en su propio opuesto. Por lo tanto, la democracia, sacralizada y hecha absoluta, se convierte en su propio opuesto: una oligarquía del poder tenuemente disfrazada, que utiliza todas las artes de la propaganda para convencer al público de que sus votos valen. Hay precedentes para esto. El Imperio Romano de Occidente mantuvo la forma y los cargos republicanos. Cónsul, cuestor, edil, y tribuno permanecieron y se hacían campañas ardientemente contendidas y muy costosas para alcanzar estos cargos. el ejército marchaba bajo la bandera, no del emperador sino del "Senado y Pueblo de Roma". Pero, por supuesto, todo esto era una farsa: el verdadero poder radicaba en el emperador, en el ejército y en las clases de mercaderes y de terratenientes, cuyos intereses el emperador en gran medida representaba, en tanto que la plebe era comprada mediante el más grande estado benefactor que ha visto el mundo. Pero por lo menos, los romanos podían ver a su emperador, podían conocer su nombre, podían quererlo u odiarlo. A nosotros no se nos permite ver quiénes son nuestros verdaderos gobernantes, y nunca se nos permite nombrarlos. La farsa democrática encubre la realidad oligárquica.

Dicho todo esto, podría preguntarse, "¿Habrían sido mejor las cosas si hubiéramos permanecido bajo el Rey Jorge?" Después de todo, no parece haber favorecido mucho a los ingleses, que se parecen a nadie tanto como a los americanos." Esta afirmación, aunque seguramente ofenderá a mis amigos ingleses, contiene no obstante un núcleo de verdad, y es una pregunta que debe ser respondida. Pues en verdad, la noción de monarquía, para esa época había sufrido su propio período de absolutismo para también convertirse en su propio opuesto, y los reyes germanos de Inglaterra estaban ahí a pesar de los poderes oligárquicos. Para adquirir una idea verdadera de lo que es un reinado, tendremos que retroceder un poco, no sólo a la edad media, sino hasta tiempos tan remotos como los de Aristóteles. Y éste será el tema de una futura entrada.



John Medaille es instructor adjunto de teología en la Universidad de Dallas, y hombre de negocios radicado en Irving, Texas. Es el autor de "Toward a Truly Free Market: A Distributist Perspective on the Role of Government, Taxes, Health Care, Deficits and More (Hacia un Mercado Verdaderamente Libre: Una Perspectiva Distributista sobre el Papel del Gobierno, los Impuestos, los Déficits y Más) y de "The Vocation of Business: Social Justice in the Marketplace" (La Vocación de los Negocios: Justicia Social en el Mercado), y además fue editor de "Economic Liberty, A Profound Romanian Renaissance" (Libertad Económica: Un Renacimiento Rumano Profundo)  

domingo, 8 de octubre de 2017

La Revolución, Soros, y el Ataque a Occidente

La Revolución, Soros, y el Ataque a Occidente

por Dr. Boyd D. Cathey

Tomado de: http://angelqueen.org/2017/09/23/the-revolution-george-soros-and-the-assault-on-the-west/
22/09/17
Traducido del inglés por Roberto Hope

A veces mi pensamiento me lleva cuatro décadas atrás a mis años de estudiante universitario. Entre una escuela de graduados y otra, trabajé como asistente del escritor conservador y filósofo Russel Kirk en Mecosta, Michigan. Siendo yo un muchacho sureño, lo significativo que recuerdo acerca del clima de allá, es que el suelo se cubría de nieve — ¡y mucha! — desde cerca del Día de Gracias hasta el mes de abril. Así que, fuera de mis deberes secretariales con el Dr. Kirk, tenía yo mucho tiempo para leer (los Kirk no tenían televisión) y con la biblioteca de Russel, de más de 30,000 libros, tenía la cornucopia de un bibliófilo al alcance de mis manos. No sólo eso, sino que, además, él era uno de los “profesores” más ampliamente leídos que un joven estudiante de post-grado podría jamás tener.

Así, más allá de su vasta colección de historias y biografías, pude leer de la gran literatura, incluyendo algunos clásicos de espiritualidad católica. Además de Jonathan Swift, Sir Walter Scott, Robert Louis Stevenson, estaban las obras de G.K. Chesterton, Hilaire Belloc, y los antiguos. Las vidas paralelas de Plutarco, la Metamorfosis de Ovidio, Dante y, de mayor influencia, escritos que alteran la vida, del místico español San Juan de la Cruz. Los menciono no por jactarme de haberlos leído, sino solamente para decir que mi año con el Dr. Kirk fue muy fructífero de diversas maneras, que sólo ahora alcanzo a comprender por completo.

Cuando reflexiono y escribo ensayos en estos días, vuelven a mi mente escenas y citas de muchos de esos clásicos, y muchas veces parecen encajar y apoyar mi narrativa. Preparando este ensayo, recordé una cita del gran primer ministro conservador británico del siglo XIX Benjamín Disraeli, mencionado prominentemente en la famosa obra de Kirk 'The Conservative Mind'. Viene de una de las novelas de Disraeli, Coningsby. Aquí va: “Así ves pues, mi estimado Coningsby, que el mundo está gobernado por personajes muy distintos de los que se imaginan aquéllos que no están tras los bastidores”

Disraeli escribió esas palabras hace más de 170 años. Pero ahora, conforme exploramos los decadentes restos de una cultura que una vez fue orgullosamente el “Occidente Cristiano”, o sea, la civilización europea que heredamos, que ha estado con nosotros y que nos ha formado y templado durante casi dos milenios — conforme contemplamos los ataques sin límites a este legado, queda aparente que la decadencia y decrepitud ha venido no por accidente, ni siquiera por un ataque frontal. Más bien, el gran éxito que ha tenido la Revolución Marxista ha sido el subvertir e influir para transformar desde adentro la cultura de Occidente, casi de una manera clandestina.

Por ahí por la época de la Primera Guerra Mundial, el filósofo comunista, Antonio Gramsci, formuló una teoría que incluía una disquisición de lo que llamó “hegemonía cultural”. El brillante Gramsci, observando el fracaso del “comunismo bélico” para derribar el orden tradicional de Europa por la fuerza militar, comprendió que la Revolución Marxista nunca podría tener éxito en su campaña contra el Occidente Cristiano histórico por medio del conflicto armado abierto. A pesar de la devastación y de los efectos debilitantes del liberalismo del siglo XIX, aún dominaba un patrón tradicionalista, cultural y religioso — una “hegemonía cultural” —  que guiaba gran parte del pensamiento occidental, fijaba normas y gobernaba la conducta. Esa hegemonía cultural, postulaba Gramsci, debe ser derrocada y reemplazada. Occidente solamente podría ser conquistado si su cultura tradicional y sus bases religiosas, fundadas en una fe cristiana ortodoxa, fueran transformadas.

Y era la Iglesia Católica, y sus enseñanzas sociales y políticas, las que constituían el obstáculo principal al, y el enemigo del, Marxismo. Gramsci entonces enfatizó la infiltración y subversión de la Iglesia como el medio supremo para eventualmente llevar a efecto la Revolución. La cultura occidental — la civilización occidental — estaba basada fundamentalmente en y sobre la Fe, en el valioso legado que vino de Jerusalén, de Atenas y de Roma. Cortar esa conección, contaminar y subvertir ese fundamento, y la transformación cultural llegaría inevitablemente.

A fines del siglo XIX el gran escritor tradicionalista Marcelino Menéndez y Pelayo, en su Historia de los Heterodoxos Españoles apercibió a la España Católica: “España, evangelizadora de la mitad del orbe; España, martillo de herejes, luz de Trento, espada de Roma, cuna de San Ignacio…; ésa es nuestra grandeza y nuestra unidad; no tenemos otra.”

Como Menéndez y Pelayo, Gramscí entendía esta máxima, esta verdad sobre la Europa y el Occidente. Si se infecta la base de una cultura, se pervierten y llegan a alterarse sus creencias fundamentales, su moral, su concepto del bien y del mal, sus ideas sobre la ley, sus mismos significados lingüísticos  —  si se logran estas cosas, de igual forma se alterará su política y su cultura. Sin la Fe como su “escudo y broquel”, Europa quedaría entonces indefensa ante los asaltos del Marxismo y ante la creación de un Nuevo Orden Mundial, que es uno esencialmente sin Dios, paganizado, y antítesis autoritaria de un orden cristiano que fue establecido con la sangre y devoción de los mártires, los santos y los reyes cristianos.

Este último siglo ha sido testigo de la implantación de esta estrategia por los Marxistas culturales y los revolucionarios entre nosotros. La oposición al Occidente cristiano desplegada por los comunistas soviéticos más conservadores, que desafiaban frontalmente nuestras instituciones y cultura resultaron ser intrascendentes. Pero la subversión interna y la infiltración han sido singularmente exitosas.

La Iglesia, desde el papado de San Pío X, y luego de los de Pío XI y Pío XII, identificó la amenaza apremiante del comunismo y el socialismo. Sin embargo, la estrategia de Gramsci prendió en sus propias filas, primero de manera subrepticia, pero ya en los años 50's y 60's abiertamente con el éxito que tuvo el Personalismo de Teilhard de Chardin y la aceptación de las teorías sobre la Iglesia en la Sociedad propagadas por escritores tales como el Padre John Courtney Murray, y el floreciente 'neo-liberalismo' de Alemania y de los Países Bajos  —  lea 'El Rhin Desemboca en el Tíber' de Ralph Wiltgen. Y con la 'apertura a sinistra' del Concilio Vaticano II  —  esa infame apertura a la izquierda'  —   se le abrieron las puertas de par en par a la Revolución, eclesiástica, política y culturalmente.

En los Estados Unidos, la larga penetración del marxismo 'cultural' en nuestras instituciones comenzó en serio en el medio académico, en nuestras escuelas y universidades. Diversos observadores señalan el tremendamente extendido éxito de la 'Escuela de Frankfurt' de intelectuales marxistas, quienes, siendo judíos fueron expulsados de la Alemania Nacional- Socialista en los años 30´s, y se establecieron luego en los Estados Unidos, en la Universidad de Columbia. Desde ese seguro foro ejercieron una increíble influencia en casi todo aspecto de la vida intelectual estadounidense y europea.

De hecho, como estudiante de post-grado, recuerdo que diversas obras de Herbert Marcuse (en filosofía), Theodor Adorno (en sociología y teoría de la música), Max Horkheimer (en psicología social), Erich Fromm (en psicoanálisis) y Jürgen Habermas (en historia) estaban muy en boga  —  varios de mis profesores nos las imponían a mi y a mis compañeros de la escuela de graduados. De lo que comenzaba a darme cuenta desde entonces, tomado en conjunto, con el soporte ideológico adicional de escritores tan influyentes como Franz Fanon (sobre el colonialismo, el imperialismo y la ‘opresión’ de la raza blanca) y Michel Foucault (sobre la transformación de estructuras políticas y sociales y sobre la teoría crítica), era que estaba ocurriendo el ejercicio de un esfuerzo universal para alterar, no solamente los patrones de pensamiento y los objetivos sociales y políticos, sino nuestro mismo idioma.

Y había muy poca oposición efectiva: la fuerza intelectual dominante en Occidente durante el Siglo XIX y mucha parte del Siglo XX era un blando liberalismo, intelectualmente estéril, incapaz de repeler las desgastantes críticas que se lanzaban contra él por el marxismo cultural. De hecho, podría decirse que el liberalismo preparó el terreno para el éxito marxista.

Aquellos escritores y profesores 'liberales' de antaño habían hecho todo lo posible por desacreditar y desmantelar, política, social y religiosamente, un orden tradicional todavía más antiguo; sin embargo nada tenían con qué reemplazarlo, que fuese mejor o más permanente. Sus teorías acerca de la 'democracia liberal', de la 'igualdad', de los 'derechos civiles' y de la 'liberalización', propugnadas e implantadas para tomar el lugar de la fidelidad a la tradición heredada, de la creencia en una ortodoxia religiosa, de la existencia de órdenes sociales, y del reconocimiento inherente de que la desigualdad es una condición natural de la vida  —  estas panaceas liberales, habiendo debilitado tanto al tejido político como al social de la sociedad occidental histórica, dejaron a Europa y a América abiertas a los atractivos seductores de un marxismo que no era como el soviético, aburrido y cleptocrático.

El futuro del mundo estaba, ya no con esos comisarios septuagenarios que anualmente, el día primero de mayo, se paraban inmóviles en la Plaza Roja para pasar revista al poderío militar soviético. Ahora estaba con los marxistas culturales, quienes durante varias décadas habían estado revolucionando el pensamiento, las aspiraciones, y hasta el mismo lenguaje de Occidente  —  y cuya mentalidad, cuyo patrón, no sólo había revigorizado un marxismo que ya se daba por muerto, sino que había establecido su preeminencia y 'hegemonía cultural' sobre un vasto espectro del pensamiento y de la cultura de todo el Occidente.

Esto, entonces, es con lo que nos enfrentamos aquéllos de nosotros que seguimos siendo fieles a esa mucho más antigua tradición, esa herencia cristiana ortodoxa y occidental. En todo el panorama político y cultural, hasta aquéllos que supuestamente se oponen a este creciente progresismo  —  y a su ataque final a lo que queda del legado que hemos recibido y que peligra severamente  —  esos supuestos opositores, emplean su lenguaje y aceptan tácitamente sus objetivos finales. De esa manera, los así llamados neoconservadores y sus muchos seguidores del bando Republicano, sirven, de su particular y tortuosa manera, tanto para hacer viables como para glorificar las conquistas de los progresistas y los avances marxistas más recientes. De manera semejante, entre la supuesta 'oposición religiosa' a la Revolución, aquéllos que llamamos 'neo-católicos' sancionan y santifican los cambios radicales salidos del Vaticano II y los tratan de defender como conservadores.

Sin embargo, el conflicto universal que parecía que habíamos perdido no ha concluido. El pasado noviembre dio prueba de ello  —  política y culturalmente. El despertar esporádico aquí en los Estados Unidos y el florecimiento de una reacción populista y tradicionalista en Europa, lo ilustran claramente. Y la proliferación de organizaciones y asociaciones dedicadas a la ortodoxia católica y a la defensa de la fe tradicional sigue al compás de la más reciente de las fatuidades que nos llegan de la “Roma ocupada”.

Esa es precisamente la razón por la que vemos la creciente, febril y desenfrenada reacción de polifacéticas fuerzas, tanto las del “Estado Profundo” progresista como las internacionalistas del Nuevo Orden Mundial. Esa reacción toma muchas formas; en los Estados Unidos particularmente, la de una guerra abierta contra el Presidente Trump (y más contra su plan de cambios) librada por los grandes medios de comunicación y sus adeptos de ambos partidos políticos, del medio universitario y de la cultura popular. Y, en el campo religioso, con los intentos de silenciar y marginar a aquel clero católico que se levanta en lucha contra la auto- demolición de la Iglesia.

Entre las 'eminencias grises' que influyen en todo el mundo  — 'padrinos' espirituales y políticos  —  de la ofensiva progresista mundial, está el multimillonario internacional George Soros, cuyos tentáculos alcanzan casi cada rincón del mundo y cuyas Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) laboran sobre el terreno para influenciar y subvertir a toda nación que se resista a incorporarse al Nuevo Orden Mundial, la verdadera y ulterior meta del Estado Profundo, y de esa forma alcanzar la etapa final y el triunfo de la nueva hegemonía cultural concebida por Antonio Gramsci.

La sangrienta visión de Soros coincide, a conveniencia, con los objetivos generales 'globalistas' de la clase dirigente del Estado Profundo. Con su pirámide de fundaciones donadoras escalonadas, sus ONGs y su vinculación estrecha con los dirigentes de la Unión Europea, de Washington, de Wall Street y del Vaticano, impulsa su propio itinerario. Pero en los grandes medios de comunicación jamás va usted a oír o leer una sola palabra acerca de los nefastos tentáculos de influencia de George Soros. Si usted menciona su nombre o hace referencia a su influencia tras bastidores en el campo internacional, inmediatamente lo calificarán de maniático de las “teorías de la conspiración” o de algo peor.

Sin embargo, Soros encaja en la descripción que hizo Disraeli hace 170 años. Si alguna vez ha habido confirmación de esa observación, él la ejemplifica. Él es la epítome de esa cara oculta de la “marea teñida en sangre” de la Revolución contra Dios y el hombre, de la que previno el poeta William Butler Yeats en 1919  —  precisamente en la época en que Antonio Gramsci estaba escribiendo las teorías que habrían de probar ser fatales para Occidente  —  y es la misma época en que San Pío X previno al mundo cristiano del bacilo fatalmente infeccioso del modernismo.

Aquél que conoce la verdad debe actuar conforme a ella. Durante el año pasado, el verdadero carácter, la verdadera cara de la Revolución se ha revelado como quizás nunca antes. Aunque carecemos de muchos de los recursos y de las armas de que goza el Enemigo, aquéllos de nosotros que estemos resueltos no sólo a defender lo que queda de nuestro patrimonio cultural y de nuestra civilización occidental sino, de ser posible, a restaurarlas, debemos ser arrojados y astutos; tan sabios como Robert E. Lee, y tan pacientes y calculadores como nuestros Enemigos, que entienden que, para conquistar lo aparentemente inconquistable, tendrá que tomar tiempo y, sobre todo, persistencia, inteligencia y constancia. Y, para nosotros, el fundamento de todo ello es nuestra Fe.

domingo, 18 de junio de 2017

Democracy

Democracy

by Leonardo Castellani
Translated from the Spanish and slightly adapted by Roberto Hope


It was the day when restoration of democracy had taken place in Athens, after the de facto government of Agiospotamos and Rodomorfos had ended, that the jailer came in with an urn, watched by two officers, to let Socrates cast his vote, since, despite Law N° 203.785, subindex 6, those in prison are not allowed to vote, by virtue of additional decree N°203.786 c.f., all prominent individuals in the Republic, as the great Socrates was, have the obligation to vote, under penalty of fines or prison, but he was already in gaol anyway, So, feeling blue, he asked:

— Tell me, oh Plato, what is a democracy?

— It is the government of the people.

— What does 'of the people' mean? This part is ambiguous in our language. Do the people rule? Or are they ruled?

— The people rule.

— Who do they rule?

— The people.

— Then, the people rule and at the same time are ruled?

— That's what it seems, oh master.

— Are not to rule and to be ruled opposites of each other?

— They are, Socrates, since to rule is to command and to be ruled is to obey.

— And what does axiom N° 8 say?

— It says that two opposites of the same subject are mutually destroyed.

— Consequently, with democracy, the people are destroyed.

I had no qualms to grant that this is so, since, as everyone knows, I have been quite a fascist; or, as we used to say, laconophile, but Cleon and Demolalos were with me, who had arrived that same day with fresh news from Boeotia, and Demolalos said:

— You are mistaken, oh master; because the people do not rule but through their representatives.

— And the representatives rule the people?

— Certainly: after they have been elected by us, just as you will do it in a few moments, in use of your sovereign right.

— Then, in a few moments, I will rule the people of Athens?

— Certainly, Socrates, and precisely in this consists the sovereignty of the people.

— For how long will I rule?

— For the time it takes for you to put your ballot in the urn.

— And can I in that time derogate all the taxes in Athens and replace them with the Single Tax on Financial Capital, which does not affect me?

Here, Demolalos, who owned financial capital, hesitated, and Cleon interjected saying:

— Without a doubt, Socrates, always through your representatives if they are of all the people, or of one half plus one.

— And if they are not?

— Oh, they will be, no doubt, Socrates! You are smart and have always voted for the candidate of the majority.

— But it so happens — said Socrates — that now the majority do not want the Single Tax on Financial Capital.

— Then, patience and don't give up, Socrates, the majority is never wrong, theoretically at least, and if we keep the Single Tax on the Producers, it is because that is what is more convenient for everyone.

— To the producers too?

— Of course, Socrates.

— Do the producers vote for it?

— Not directly, but they vote for Frondivoros, who is secretly committed to keeping such tax in the books; we call it the Development Promotion Program.

— And why do workers vote for Frondivoros?

— We do not let them vote for other than Frondivoros, or for Balvivoros, who is worse than Frondivoros, or at least that is what they think.

— And why do they think so?

— We have let them see it by means of Propaganda.

— But don't you see that, if the people should later become aware, they will uprise?

— That does not matter: Authority is sacred and it comes from God. So, by taking just a few and having them executed at night, fall who may fall, the rest will remain as still as a wall, in honor of the principle of authority. We have Religion on our side, and we organize a Te Deum for our sins every 25th of May.

— And who will execute them?

— The Armed Forces

— And if the Armed Forces stage an uprising?

— Impossible, the Armed Forces are there to defend the Constitution, and that's why we have kept raising their salaries, their prerogatives, and their privileges for thirty years already.

— Who raises their salaries?

— We do.

— Who is “we”?

— Of course, we the democrats.

— Then you are the true rulers of Athens.

— And that is alright — said Cleon — Our Constitution is democratic. We do nothing but defend the Constitution.

Here Demolalos interjected:

— This Holy Democracy, Humankind's true religion where all religions have a place. To this ideal state, we have arrived after great efforts, bloodsheds, millions dead, millions of books written by the most enlightened skulls of the seven continents. Peoples have reached their age of majority, theoretically at least, because we cannot deny that they are mistaken very often; but we are here to correct them and educate them. Educate the Sovereign!

— Not so sovereign if they need to be educated by you!  — but his words were lost because the two Boeotians had made three mazurca steps and, arm in arm, sang together vociferously the first stanzas of the Hymn of the People´s Representatives [to theTune of The Yellow Submarine]

We are all the true representatives
Representatives, repressingtatives
We are not like the old ones used to be
Old ones used to be, old ones used to be
With repressing tentatives
Representing, repressing
We're the true repressing thieves
True repressing tentatives
Bom, bom, bom, bom....

— And how do you correct the Sovereign — shouted Socrates at the moment they had begun attacking the second stanza.

— Say again? — exclaimed they, stopping the frolic.

— when it so happens that the majority get it wrong — continued Socrates.

— Oh, they are wrong almost always — answered Cleon, They are immature, intellectually prepubescent, Well, let them err! We correct them with a liberating revolution.

— A what?

— An uprising, a coup d'Etat, or a fiasco, followed by a democratic dictatorship.

— But how so? Is not a dictatorship the opposite of a democracy?

— There are dictatorships and there are dictatorships, Socrates. The democratic dictatorships are very good and necessary since they are carried out to re-establish democracy.

— And how are they carried out?

— Well, by night raid, perjury, hinder, libel, operation H, and vilifying all who oppose us. Constitutional rights are suspended, and what not, in order to defend the rule of law.

— And have you done many?

— All that become necessary we will undertake until the people get educated. That's why we count on many of our side in the Armed Forces. In the meantime, we collect and in the meantime, the world ceaselessly wanders in the immense orbit of the great void.

— This democracy — observed Socrates — looks to me more and more like a kind of a joker or a pretext.

The two Boeotians interchanged a look.

— Careful, Socrates! — said Demolalos — Insidiously and surreptitiously a backwoods, violent, decrepit ideology seems to be insinuating itself in your reactionary questions, which configures a crime of treason: delictum, delicti.

— Careful, Socrates! — stressed Cleon. I forewarn you that, in the universal and free suffrage you will have the honor of depositing in the sacred urn, you must vote for Frondivoros.

— And why?

— Since your vote will be the only one that will be deposited in that urn, who you have voted for will be known, and even if it were to be not the only one, that does not matter. We will find out.

— And if it strikes my fancy to cast a blank vote?

— That is a mortal sin, according to the bishop.

— I will exercise the sung vote — said Socrates with his characteristic stubbornness, upon seeing the jailer coming with the urn, which had the vague aspect of a sarcophagus, followed by two policemen carrying a cup of hemlock.

Socrates took a ballot form and wrote on it before the eyes of everybody:
I will kiss your tunic
of a purple lily color
I will kiss your sendal
Of a bruised skin color
I will kiss your clogs
Of a whitish lily color

and underneath wrote these mysterious letters: LPQTP

That seen, he was condemned ipso facto and némine discrepante. And, as this time the druggist had by chance prepared the hemlock well, Socrates kicked the bucket in the midst of his disciples' applause, who gave him a religious burial, planting a stake in the fresh soil with a cardboard sign reading:
AQUÍ YAZ NA NEGRA TERRA
MOITO CONTRA SUA VOLUNTADE
O VISORREY DA FILOSOFIA GRECA
SOCRATES SOCRATIDES
DEUS LLE DEALA PAIX
NO OUTRO MUNDO
XA QUE NESTE NON POUDO.

(Here in the black soil lies,
much against his will,
the viceroy of Greek philosphy
Socrates Socratides.
May God give him the peace
in the next world
since in this one He could not)