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domingo, 22 de julio de 2018

¡El Respeto Humano es una Esclavitud Cobarde y Desgraciada!

¡El Respeto  Humano es una Esclavitud Cobarde y Desgraciada!



Sermón  del  Padre Ferreol Girardey, C.SS.R, escrito en el año del Señor 1915
Traducido del Inglés por Roberto Hope


El hombre naturalmente ama la libertad y detesta la esclavitud como un vergonzoso yugo. Es natural que el empleado deba obedecer a su patrón; el soldado a su oficial; el marinero a su capitán; el hijo a sus padres; el alumno a su profesor, pues en estos casos el yugo es honroso. También fue honroso para Régulo, el general romano, volver a Cartago y sufrir ahí penoso cautiverio y muerte por el bien de su patria. Pero no hay esclavitud más baja y desgraciada que aquélla de un hombre que regula su religión y su conducta conforme al capricho de otro hombre; que internamente aprueba lo que es correcto, pero carece del valor para llevarlo a cabo; que en su corazón condena lo que está mal, y sin embargo lo hace porque otros también lo hacen; que ve con claridad lo que es su deber, pero no se atreve a cumplirlo, no vaya a desagradar a sus alegres camaradas o a sufrir la desaprobación de aquéllos a cuyo favor aspira.

¿Dónde puede encontrarse un esclavo tan vil? ¡No entre los mahometanos o entre los judíos, sino entre los católicos! Algunos de ellos quizás me estén escuchando en este momento. "Podemos ciertamente," dice San Agustín "conformarnos al mundo en ciertas cuestiones y costumbres que no interfieran con nuestro deber; pero en los asuntos que conciernen a nuestros deberes para con Dios, Su Santa Iglesia, nuestra alma, nuestra salvación, nuestra eternidad, quien se deja esclavizar por sus leyes y máximas que estén en directa oposición al Evangelio, se exhibe a sí mismo no como hombre libre sino como un vil y cobarde esclavo." Esto es cierto más especialmente con respecto a aquéllos que por los méritos, sufrimientos y muerte de Jesucristo, han sido bautizados y hechos hijos de Dios y han sido "admitidos en la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Rom. 8. 21)

La libertad del hombre es un derecho y un privilegio irrenunciable, que el mismo Dios, el soberano Señor del universo, respeta y jamás infringe. Él ciertamente desea y nos manda servirle, pero no nos forza a hacerlo, pues desea que lo hagamos libremente. Él desea que vayamos al cielo, pero de manera libre. Nuestra libertad no es más que una participación en la Suya, pues hemos sido hechos a Su imagen. Aquél que se deja influenciar y guiar por el respeto humano, degrada y desgracia en él mismo la imagen de la libertad de Dios al someterse vergonzosamente a las opiniones y caprichos de sus semejantes. Y ¿quiénes son esas personas cuya desaprobación tanto teméis? ¡Igual que vosotros, no son nada, están hechas de polvo, son hojas llevadas por el viento, sujetas a esfumarse como una sombra, secarse como el pasto, habrán de morir tarde o temprano y volverse alimento para los gusanos! Además, considerad la ausencia de valor moral de las personas que vosotros tanto tratáis de agradar y ganar su aprobación o que tanto teméis desagradar. En sí mismas carecen de valor moral, sino que son vanas y despreciables, inmerecedoras de estima o de confianza; siendo sus pareceres y consejo en asuntos mundanos algo que vosotros consideráis carentes de valor!

Pero cuando se trata de vuestra santa religión y vuestras obligaciones, de vuestra salvación eterna, vosotros teméis sus miradas desaprobatorias, su ruda e insensata mofa! Para quedar bien en la estimación de esos viles y despreciables hombres, traicionáis vuestra conciencia, ofendéis a Dios a quien debéis todo lo que sois y tenéis, escandalizáis a vuestro prójimo, perdéis vuestra salvación! ¿Por qué habréis de esforzaros tanto por agradar a esos individuos? ¿Qué han hecho ellos por vosotros? ¿Han ellos jamás, como Jesucristo Nuestro Señor, derramado su sangre y muerto por vosotros? ¿Habrán esas personas que vosotros tanto os esforzáis por agradar, cuya censura teméis tanto, libraros de ser condenados al infierno o rescataros de ahí luego de vuestra condenación? Y cuando cedéis así a sus pareceres y os esforzáis por complacerles en todo ¿ganáis de esa manera su aprecio y su estima? De ninguna manera, no importa lo que puedan deciros, ellos, en su fuero interno os vilipendiarán como hombre malo, vil y despreciable, carente de principios y de valentía. Todos, hasta los mismos malvados, no pueden dejar de apreciar y estimar la virtud en aquéllos que tienen el valor y la hombría para actuar de acuerdo con los dictados de su conciencia, y desprecian, desdeñan y desconfían, en el fondo de su corazón, a todos aquéllos que sucumben ante el respeto humano.

Se cuenta que el emperador Constancio Chlorus, padre de Constantino el Grande, que un día reunió a los miembros de su corte y oficiales de su ejército que fueran cristianos, y les ordenó, bajo pena de ser expulsados de su servicio y castigados severamente, que ofrecieran sacrificio a las deidades paganas. Algunos de ellos apostataron; el resto permaneció firme en su fe. Constancio premió a éstos últimos, pero expulsó de su servicio a los primeros, diciendo que no podía depositar confianza en aquéllos que, por una consideración mundana, fueran infieles a su Dios. Ciertamente, la experiencia demuestra que quien le es infiel a Dios, a sus deberes religiosos, no merece confianza, pues siempre será el vil esclavo de tantos amos o tiranos como haya personas cuya crítica y mofa él tema, o cuya aprobación él busque. "Aquél que trata de sacudirse el dulce yugo de Dios," dice San Juan Crisóstomo, "se ciñe otros yugos que son tan degradantes como intolerables."

Debemos imitar la grandeza de alma de San Pablo. No se preocupaba de las opiniones ni de la estimación humana, pues dijo; "Para mí es poca cosa ser juzgado por vos o por cualquier tribunal humano" (i Cor.4.3) No se avergonzaba ante los hombres de cumplir con su deber: "No me avergüenza el Evangelio" (Rom. i, 1.16). De manera semejante no deberíamos avergonzarnos de ir a Misa, de observar abstinencia en los días prescritos, de ir a confesarnos, de enviar a nuestros hijos a una buena escuela católica, de decorar nuestra casa con imágenes religiosas, de mantenernos alejados de diversiones peligrosas; en una palabra, de llevar la vida de un buen católico. ¿Por qué habremos de tenerle pavor a la crítica, a la mofa de hombres cuyos pareceres se oponen al Evangelio de Jesucristo, que no merecen nuestra estima y confianza? ¿Por qué hemos de avergonzarnos de llevar una buena vida cristiana, de cumplir nuestro deber, y de temer que se rían de nosotros individuos cuya conducta es una desgracia para la verdadera hombría? No actuemos como ellos "que dijeron a Dios apártate de nosotros y veían al Todopoderoso como si Él careciera de poder" (Job 22:17). Acatemos la admonición de nuestro Divino Salvador. "No temáis a aquéllos que matan el cuerpo pero que son impotentes para matar el alma; más bien temed a Aquél que puede destruir tanto al alma como al cuerpo en el infierno" (Mat. 10.28)

¿Qué ventaja tiene para vosotros el gozar del favor de hombres de mundo? ¿no será mejor buscar la estima de los virtuosos? ¿De los santos y de los ángeles? ¿Del mismo Dios? "tiene poca consecuencia," dice San Agustín, "que los hombres no me elogien, siempre que Dios lo haga; que los hombre me culpen, siempre que Dios no. Piensen lo que quieran de Agustín, siempre que mi conciencia no me acuse ante Dios." "Ya que Dios será mi juez," dice San Jerónimo, "no temo el juicio de los hombres." Si queréis ser esclavos, sed esclavos del Señor, cumplid Sus mandamientos, evitad el pecado, sed esclavos de Jesucristo quien amó y se entregó a la muerte más cruel y vergonzosa para salvaros, y procuraros felicidad sin fin. "Dejad que esta mente esté en vosotros, que estaba también en Jesucristo" (Fil. 2. 5), "quien, tomando la forma de sirviente, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte (por nosotros), hasta la muerte en la cruz. "(Fil 2. 7, 8). Estemos firmemente persuadidos de que no podemos agradar y servir tanto al mundo como a Dios. "Si yo agradare a los hombres, no sería el sirviente de Cristo" (Gal. 1. 10)

Podemos entender el motivo que induce a un soldado a desertar en favor del enemigo, que un hombre inste a un hijo o hija a dejar la mansión paterna ¡Pero que, por el mundo, un católico traicione a su Dios, a su Iglesia, a su alma, en razón de la censura de algún hombre o conjunto de hombres innobles, es prácticamente nada menos que una infame apostasía! Dios es vuestro mayor Benefactor. ¿Qué más podría Él hacer por vosotros que no haya hecho ya, sea en el orden de lo natural o en el orden de la gracia? Dios os creó en preferencia a otros innumerables hombres que pudo haber creado si así lo hubiera querido. Os dio vuestra vida, vuestro cuerpo, sus cinco sentidos y su uso, y una alma inmortal con sus facultades. Él os ha dado vuestra salud y fortaleza, así como otros innumerables beneficios. Él os guarda con verdadero cuidado paternal, os preserva de muchos peligros y hace de todas las criaturas, tanto animadas como inanimadas, vuestras servidoras. "Y si estas cosas fueran poco, Yo añadiré cosas mucho más grandes en vosotros" (2 Reyes 12. 8). En el orden de la Gracia Él ha hecho cosas más grandes en vosotros. Por el bien de vosotros "Dios no escatimó a Su propio Hijo, sino que lo entregó" a los insultos, a los tormentos y a la muerte (Rom. 8. 32). Por vosotros, Dios Hijo, "se vació" tomando nuestra naturaleza humana, "tomando la forma de un esclavo." Por vosotros nació en la humildad, la pobreza y el sufrimiento, por vosotros llevó una vida en la oscuridad, el trabajo y la dureza y la adversidad; y finalmente, después de un ministerio laborioso, asolado por constante oposición y persecución, sufrió una muerte infame en la cruz, luego de sufrir los más atroces tormentos, padeciendo una tristeza inconcebible en Su alma y renunciando a Su honor al ser considerado un impostor y contado entre los criminales más viles. Por vuestro beneficio, Dios instituyó Su Iglesia y sus sacramentos, esas inagotables fuentes de gracia y de salvación que aplican Sus méritos a las almas de los hombres, las purifican y embellecen y las hacen merecedoras de la gloria eterna. "Y si estas cosas fueran pocas, Yo añadiré cosas más grandes en vosotros."

No contento con hacer esto por vosotros, Dios os llamó a la fe verdadera por el bautismo, por su amorosa dispensación, fuisteis educados por vuestros buenos padres en el conocimiento y la práctica de vuestra fe y os han apartado de las malas influencias, habéis muchas veces limpiado del pecado vuestras almas mediante el sacramento de la penitencia, en la sangre del Cordero Inmaculado, y hecho partícipes del Pan de los Ángeles en la Santa Eucarístía. Verdaderamente, Dios "no ha hecho nada igual en ninguna otra nación" (Ps 147. 9). Verdaderamente, es más fácil contar los granos de arena en la playa y las gotas de agua en el océano que los beneficios que Él ha prodigado en vosotros. Él además ha designado para conferir en vosotros aún mayores favores en el cielo, donde ha reservado para aquéllos que Le aman y Le sirven fielmente, una recompensa perfecta e interminable, diciendo a vosotros como a Abraham "Yo soy vuestra excedentemente grande recompensa" (Gen. 15. 1). ¿Qué más podría Dios hacer por vosotros? Pero ¿qué les dice a quienes ceden ante el respeto humano? "Oh Dios, yo sé todo esto, pero prefiero renunciar a Vos, yo renuncio al privilegio honorable e inapreciable de ser Vuestro hijo. Prefiero pertenecer al mundo, prefiero agradar a tal o cual compañero que a obedeceros" Luego clama: "¡No a Éste, sino a Barrabás!" "¡Asombraos de esto, cielos! Mi pueblo ha cometido dos males. Me han abandonado, la fuente de agua viva, y han cavado para ellos cisternas, cisternas rotas que no pueden contener agua... Pasad a las Islas de Cathln, y ved; y enviad a Cedar, y considerad diligentemente, y ved si ahí ha habido algo como esto" (Jer. 2. 12, 13, 10)

Vosotros ahora ponéis en vergüenza a Jesucristo volteándole la espalda; pero pronto habéis de oír de Sus labios estas terribles palabras: "Me habéis avergonzado a Mí y a Mis palabras, y yo me avergonzaré de vosotros, y yo os desconoceré cuando venga en Mi Majestad como vuestro Juez"


Por otra parte ¡qué admirable fue la conducta de Tobías! "Cuando todos acudieron a los vellocinos de oro que Jeroboam, rey de Israel, había hecho, Tobías huyó solo de la compañía de todos y fue a Jerusalén" (Tob. I. 5, 6). ¡Qué admirable también fue la conducta de los israelitas en Egipto. Ansiosos de escapar del peligro de caer ahí en la idolatría por razón del respeto humano, dijeron: "Vayamos (al desierto) y ofrezcamos sacrificio a nuestro Dios" (Exod. 5. 8). ¡Cuan edificante la conducta de los primeros Cristianos al sobreponerse al respeto humano! Antes que ceder al respeto humano, desdeñaron todo trato innecesario con paganos y herejes, y estaban dispuestos a sufrir confiscación, prisión, tormentos y muerte!; ¡antes que ceder ante el respeto humano! Y aquéllos que habían tenido el infortunio de apostatar, a fin de librarse de la pérdida de sus bienes y de los temibles tormentos, habían apostatado, fueron sometidos a largas y rigurosas penitencias antes de ser re-admitidos a la Iglesia y a la Santa Comunión! Y vosotros, sin estar expuestos a tormentos o a ningún peligro real o desventaja seria, sois tan débiles como para apostatar en la práctica a fin de agradar a hombres que no merecen estimación ni confianza, hombres que son los agentes de Satanás!

miércoles, 2 de mayo de 2018

Libidocracia Americana

Libidocracia Americana


Por John Lyon


Tomado de New Oxford Review
Traducido del inglés por Roberto Hope


John Lyon ha desempeñado puestos académicos y administrativos en diversas universidades, incluyendo Notre Dame, Ball State, Kentucky State y St. Mary´s (Minnesota). Más recientemente ha sido profesor de literatura e historia en una academia clásica en Wisconsin. También ha sido agricultor, cultivando moras, flores, verduras y manzanas, y ha operado un puesto en el mercado campesino de Bayfield County, en Wisconsin.


"Lo primero que llama la atención cuando se observa [el mundo democrático moderno] es una innumerable multitud de hombres, todos iguales y parecidos, tratando incesantemente de obtener los placeres baladís y mezquinos con los que hartan sus vidas... Por encima de esta casta de hombres está un poder inmenso y tutelar que se arroga él sólo la tarea de procurarles su gratificación y de cuidar su destino. Ese poder es absoluto, minucioso, regular, providente y leve."  — Alexis de Tocqueville, Democracia en América


Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos de América, somos una nación concebida en libertad y nacida en parricidio. No debe ser sorpresa, pues, que desde un inicio, nunca hayamos sido de una misma opinión. Somos internamente contenciosos, y en política exterior, indecisos. En religión hemos sido siempre antagónicos, nuestras divisiones sectarias y entre denominaciones protestantes se añaden a las tensiones de clase y económicas, y se suplementan con rivalidades regionales, y todo ello está impregnado de divisiones raciales.
Nosotros  — hasta el referente del pronombre plural es incierto. ¿Qué o quiénes somos nosotros? ¿Hijos de una idea, concebidos de manera harto maculada en libertad así como regicida? ¿Los elegidos de Dios en nuestra ciudad asentada sobre un monte? ¿Una función conglomerada, predeciblemente accidental de la geografía? ¿Miembros auto-elegidos de la más grande unión expoliadora del mundo? ¿El miserable desecho de extrañas y atestadas tierras? Somos un pueblo dispar, de todas formas oscilando siempre entre una transigencia confinada dentro de límites de principios asumidos pero no enteramente examinados, y una guerra civil. Nos hemos mantenido unidos por algún tiempo por una clase sociopolítica hegemónica con una periferia semi-permeable, cuyas funciones aristócratas han sido las de evitar un fratricidio organizado,


El derecho divino de los reyes se esfumó en el mundo de habla inglesa entre los años 1640s y 1780s, y con él se fue, en este país, toda jerarquía y orden heredable. Cuando matamos a nuestro padre el rey (1776-1783) y luego nos rehusamos a reemplazarlo con un sucesor de significancia siquiera simbólica, nos asentamos en nuestra paz regicida cual una banda de hermanos, nominalmente iguales ante la ley y en cuanto a derechos. (Ése era el caso aun cuando, por ejemplo, el documento que nos constituyó especificaba que algunos hermanos eran equivalentes en sólo tres quintas partes a los demás hermanos.)  Ningún individuo, familia o clase podía reclamar apodícticamente un "derecho a gobernar," habiendo el Dios de la revelación muerto públicamente junto con la mano derecha de la monarquía. A pesar, o además de la inmensamente importante herencia del derecho consuetudinario inglés, aquellos derechos civiles que teníamos habrían ahora de derivarse "de la naturaleza y del dios de la naturaleza", generalidades que habrían de probar ser no menos abstractas y maleables que aquéllas de la divinidad que anteriormente otorgaba derechos a los reyes.


Aun cuando este paso hacia la igualdad democrática pudiera haber sido políticamente necesario, dada la lógica de los tiempos, fue también el primer paso hacia el totalitarismo democrático: dividir a la naturaleza como algo independiente de Dios, hacer de Dios una función, un derivado de aquélla, hacer de la creencia en la divinidad un asunto privado, de la creencia en la naturaleza un asunto público. La creencia pública en la naturaleza va también a desvanecerse gradualmente, pues la cancha de juego en las democracias no es pareja, se inclina para abajo y hacia la izquierda, y es ahí donde tiene lugar toda acción significativa en ausencia de fuertes medidas de la derecha que se opongan a ello.


Nuestro estilo bipolar nacional, un tipo de esquizofrenia perturbadora, evolucionó en la presencia de un orden civil racional  en gran medida derivado de un deísmo, impuesto sobre un orden social básicamente basado en principios cristianos tradicionales. Durante los primeros 70 años de su existencia, nuestra nación evitó temporalmente las consecuencias más serias de esta bipolaridad, dirigiendo mucha de su energía a someter la mayor parte del continente, Con cierta ironía, sin embargo, fue en el curso de esta expansión geográfica que las placas tectónicas, siempre en movimiento, de nuestra estructura política, erupcionaron. No habiendo probado ser nosotros capaces de mantener la tranquilidad social basada en el orden fraternal de las cosas, supuestamente deducidos "de la naturaleza y del dios de la naturaleza" nos enfrascamos en nuestra fratricida guerra civil.


Observando nuestra joven nación, Alexis de Tocqueville, en Democracia en América (1835), observó que "los hombres no pueden estar sin una creencia dogmática" y que "de todos los tipos de creencia dogmática, el más duradero me parece que es la creencia dogmática en asuntos de religión; y eso es una inferencia clara, aún desde una consideración no más elevada que los intereses de este mundo." La creencia dogmática en asuntos de religión nos estaba fallando — o nosotros a ella — aun antes de la colonización de Norte América. Se desgajó en mayores facciones ya cuando nos hubimos establecido, gracias a luchas internas dentro de las diversas denominaciones protestantes, a la creciente auto-asertividad de la filosofía de la Ilustración y a los problemas morales y políticos que se presentaban al tratar de hacer compatibles la libertad y la igualdad. Todo orden de cosas divinamente revelado era ridiculizado patentemente por la fisión de las denominaciones protestantes. Tocqueville vio las consecuencias de esto y el futuro fracaso inminente de la naturaleza y del dios de la naturaleza. "Cuando se destruye la religión de un pueblo," escribió él "la duda invade las potencias superiores del intelecto, y medio paraliza a todas las demás." Y, consecuentemente, habiendo fallado para 1861 toda estabilidad política basada en una creencia religiosa revelada, o religión "natural" dogmática, procedimos a despedazarnos.


El resultado de esto fue una reordenación de las prioridades políticas. A fin de mitigar la tensión creada al fraccionar matemáticamente a la humanidad, re-creamos un orden político en el cual la desigualdad pasó de esa distinción insidiosa a otra, todos los derechos individuales ya se hicieron iguales, pero en el campo político, todos los derechos corporativos subsidiarios fueron devaluados, Los derechos federales se hicieron más iguales que los de los otros — específicamente los de los estados.


Habiendo fallado la creencia dogmática en la naturaleza y en el dios de la naturaleza, el Gran Leviatán, ese dios mortal, entró al quite. Naturalmente. "Un estado democrático de la sociedad, semejante a aquél de los americanos, podría ofrecer facilidades singulares para el establecimiento del despotismo," observó Tocqueville. A pesar de los motivos religiosos de los abolicionistas, de los escritores del himno del Ejército de la Unión, de la perspicacia y la estrategia de un notable presidente, y de la erradicación de la esclavitud, eludimos encarar nuestros dilemas políticos una vez más, pasando nuevamente a una era de explotación del continente, esta vez una "Edad Dorada"


Dorada — enormes ganancias habrían de obtenerse de la explotación de la naturaleza, facilitadas no tanto por la naturaleza y el dios de la naturaleza, sino por una ética utilitaria/pragmática erigida sobre una filosofía legal positivista. Pero ni la "utilidad" ni "lo que funciona" son un concepto unívoco, y el positivismo puede ser negado. Cada uno significa una vez esto, otra vez aquéllo, cada interpretación legitimada por la fuerza de un gobierno nacional cada vez más grande, en nombre de la única entidad civil que aún quedaba, la colectividad abstracta de individuos anónimos, La naturaleza y el dios de la naturaleza murieron o se suicidaron. Prosperamos en nuestro avance hacia el oeste.


El Gran Dios Pan había muerto, pero la mayor y menos imaginativa abstracción de todas seguía viviendo: "el Pueblo," que podía ser contado cuando contaba, Cada voto contaba tanto como cualquier otro, hubiera sido éste depositado por "Pap" de Huckleberry Finn o por un ciudadano sobrio y concienzudo.


Pero Pan tiene una manera de cambiar las formas inesperadamente, hasta de resucitar, y así fue que un estudiante bastante anónimo se paró en los escalones del edificio de administración de la Universidad de Berkeley, sosteniendo una pancarta con sólo cuatro letras que denotaba en inglés el ayuntamiento sexual infructífero pero forzado. Connotativamente, proponía la práctica general de esta actividad carente de objetivos en todo el universo, pues el universo era en sí mismo estéril de todo propósito o, por lo menos, así se le consideraba comúnmente y, sin embargo, era consentidor de los placeres pasajeros. La creencia dogmática en el imperio de la ley predicado en la divinidad o en la naturaleza había probado ser insolvente; el pragmatismo, irónicamente, inviable. Pues ya que ni la utilidad, ni el pragmatismo, ni el positivismo, por sí solos, seriados o juntos, habían probado ser capaces de establecer una jerarquía duradera de maximizar el placer y minimizar el dolor para la mayoría, la mayoría estaba por tomar el placer en sus propias manos, en una mezcla de libertarianismo nominalista y de programación social estatista.


América había entrado en la era de la revista cómica Mad y adoptado el lema de Alfred E. Newman, "What, me worry?" ("¿Qué, yo preocuparme?") Transferimos nuestra responsabilidad moral a la ciencia y a la tecnología (que habían estado haciendo por ya algún tiempo y bastante agresivamente con la naturaleza esa misma actividad que en inglés se indica mediante cuatro letras), cada una de ellas operando cada vez más como una agencia del gobierno federal; y pasamos a una posición Nietzscheana más allá del bien y del mal. Practicar esa actividad de las cuatro letras era usualmente placentera, mucho más que el juego de pushpin o que la poesía (las alternativas indiscriminadas que señalaba Jeremy Bentham), y, ya que la actividad no tenía consecuencias, permitía toda clase de uniones carnales, convirtiéndose así en  una actividad "sin víctimas" — a menos que uno u otro miembro de la pareja pensara lo contrario antes (o después) del hecho.


Habíamos recorrido la división tripartita de la historia que hace Augusto Comte, pasando por la etapa teológica, la metafísica y la positiva, llegando a una negación de todas las etapas, y el final del misterio, si no de la historia. La monarquía de derecho divino, el republicanismo de derecho natural y la democracia de derecho popular, habiendo cada uno de ellos fallado, nos volcamos inevitablemente hacia la libidocracia colectiva. Ya que, como lo han observado numerosos comentaristas con relación a la democracia, no hay santuario cuando "el pueblo" está contra usted, no se diga una seguridad política de mantener una postura social impopular, llegamos a sufrir una carga de políticos serviles políticamente "pero personalmente opuestos a  ..." La religión, en vez de ser aquéllo que mantiene a la gente unida, se retiró para volverse una cuestión de gustos  — y todos sabemos que de gustibus non est disputandum” (de gustos no hay por qué disputar). La ética, en vez de ser un código de comportamiento social predicado en la naturaleza humana común, se trocó en un precipitado de revelaciones privadas gnósticas de lo que sea mejor (o sea lo más placentero) para mí, filtrado a través de estadísticas y del azar, negociado y canjeado por un croupier federal, imparcial, por supuesto. El cuerpo político se disuelve en sus miembros individuales, y hasta el Gran Leviatán debe hacerse pasar como el ejecutor solamente del mayor bien individual para el mayor número. "En las comunidades democráticas," observaba Tocqueville "cada ciudadano está ocupado individualmente en la contemplación de un objeto muy endeble, en específico, de él mismo."


Esta es una catástrofe moral y política, como muchos lo han señalado. El Papa San Juan Pablo II, en Evangelium Vitae (1995), temía que si, como resultado de un oscurecimiento trágico de la conciencia colectiva, triunfara una actitud de escepticismo, poniendo en duda aun los principios fundamentales de la ley moral, el sistema democrático mismo sería sacudido hasta sus cimientos, y pasaría a ser un mero mecanismo para regular intereses distintos y opuestos, sobre una base puramente empírica" (N° 70).


Como Pan, el mismo dios mortal pareció estar pereciendo en la cúspide de su poderío. Pero todo era apariencias, Leviatán parece resurgir inevitablemente. Las monarquías de derecho divino, las monarquías constitucionales, las repúblicas democráticas — todas ellas pasan, con todo y sus interpretaciones letradas. Sólo las técnicas numéricas avanzan. Sólo aquéllo que pueda ser contado cuenta, y lo que cuenta realmente es quién hace el conteo. Solo la materia tiene importancia, La justicia se troca en un algoritmo. Todo el orden tradicional se lanza por la borda en nombre de una infalible (aun cuando ignorante), invencible (aun cuando apasionadamente encadenada) mayoría, expresada numéricamente, contada por actuarios federales, en nombre del fatuo principio del juez Anthony Kennedy del "dulce misterio de la vida." Hemos tocado fondo y empezado a cavar.


Las espantosas consecuencias del triunfo de la igualdad, aun cuando se le califica de "providencial," nos han llegado ya, como lo temía Tocqueville. A pesar de su aceptación de la igualdad como algo ineludible, escribió, "Mantengo que es una máxima impía y detestable que, hablando políticamente, la gente tenga derecho de hacer cualquier cosa... Los derechos de todo pueblo están circunscritos, por lo tanto, dentro de los límites de lo que es justo"


"Algunos no han temido aseverar." seguía diciendo, "que un pueblo nunca puede brincarse las trancas de la justicia y la razón en esos asuntos que le son peculiarmente propios, y que, consecuentemente, puede otorgársele un poder completo a la mayoría, por la cual está representado. Pero éste es el lenguaje de un esclavo." Concluía esta sección con la vigorosa afirmación: "El poder de hacer todo lo que se quiera, que yo debería negar a uno de mis iguales, jamás concedería a un número mayor de ellos, cualquiera que éste sea."


Vox populi, vox diaboli.
Más adelante en su clarividente análisis del futuro de la democracia igualitaria, este de lo más observador católico Normando concluía con cierta trepidación, "Por mi parte, dudo que el hombre pueda jamás soportar al mismo tiempo una completa independencia religiosa y una libertad política completa. Y me inclino a pensar que, si es corto de fe, habrá de quedar sometido, y si ha de ser libre, tendrá que creer."


Prescindiendo del ineludible, si no exclusivo, significado público de hombre en la admonición de Tocqueville, hemos reducido la fe a una función privada, donde rápidamente pasa a ser una cuestión de gusto individual y de conventículos sectarios políticamente irrelevantes. Aquéllos que han sido intimidados a creer que esta postura esquizoide refleja su oposición a la discriminación, están en realidad opuestos indiscriminadamente a todo orden público basado en creencias, sea creencia basada en la revelación, o en la naturaleza, o en cualquier otra cosa más allá del conteo de números. Son carentes de fe en la política y consecuentemente están sometidos, están libres como individuos pero creen en nada más sustancial que su creencia carente de objetivo. Las creencias dejan de tener una función pública y se desmenuzan en millones de dispensas idiosincrásicas, ninguna de las cuales tiene una práctica pública significativa, cada una de las cuales puede ser manipulada en contra de las otras por el Gran Leviatán, a fin de "asegurar la tranquilidad doméstica."


La relevancia pública de la creencia religiosa, sin embargo, como lo vio Tocqueville, es necesaria para cualquier orden de tranquilidad doméstica que no sea un orden totalitario. A la larga, la mayoría de los individuos llegarán a considerar que mantener su creencia personal resulta intolerable (como Dostoyevsky lo señaló una generación, o algo así, más tarde, en su parábola "El Gran Inquisidor") y se alegrará de turnar esa función al estado-como-iglesia. De ahí la escuela pública, que proporciona el dogma declarado y la disciplina aprobada a los hijos de los no creyentes.


Tocqueville advirtió que "las ideas generales con respecto a Dios y a la naturaleza humana son ... las ideas que, por encima de todas las demás, resultan ser más aptas para ser removidas de la acción habitual del juicio privado, y en las cuales hay más que ganar y menos que perder reconociéndose un principio de autoridad". La actual lucha política en los Estados Unidos es entre un totalitarismo de estado cada vez mayor y un orden político limitado. La cuestión principal es: ¿quién debe tener la última palabra acerca de la naturaleza de la naturaleza y, en particular, de la naturaleza del hombre? ¿acerca de las "ideas generales con respecto a Dios y a la naturaleza humana"?. La escuela pública es el seminario civil del estado omnicompetente; la Iglesia, por otra parte, es la facilitadora de un gobierno limitado por factores extra-políticos, "Dos son los que son..." en la antigua fórmula del Papa Gelasio. Es bueno estar "a dos" en el mundo el poder, pues, como dice la clásica observación de Lord Acton: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe de manera absoluta"


Sin embargo, seguimos  avanzando, hacia abajo y hacia la Izquierda totalitaria. Comentando sobre la tendencia a la centralización y el despotismo de los gobiernos democráticos, Tocqueville escribió que "ningún soberano que jamás haya vivido en épocas pasadas ha sido tan absoluto como para haberse encargado de administrar con su propia acción, y sin la ayuda de poderes intermedios, todas las partes de un gran imperio: ninguno jamás intentó someter a todos sus súbditos a una estricta conformidad de reglamentación, o tutelar y dirigir personalmente a cada miembro de la comunidad. La noción de una empresa tal nunca se le ocurrió a la mente humana."


Eso era hasta que llegó Obama, y el adiestramiento de bacinica ordenado federalmente
El proceso proto-totalitario de discriminar a nombre de la anti-discriminación continúa bajo el eje de humo de la igualdad. "Creo," escribió Tocqueville, "que es más fácil establecer un gobierno despótico absoluto en un pueblo en el cual las condiciones de la sociedad son iguales, que en cualquier otro, y creo que si tal gobierno se estableciera por una vez en ese pueblo, no sólo habría de oprimir a los hombres, sino que con el tiempo arrancaría de cada uno de ellos varias de las más elevadas cualidades humanas. El despotismo, por lo tanto, me parece que debe ser particularmente temido en tiempos democráticos." Pues "en épocas de igualdad, cada hombre naturalmente tiene que valerse por sí solo."


En términos políticos clásicos, aquél que se vale por sí sólo es un "idiota". Se doma a los idiotas de la misma manera como se doma a los animales silvestres, desde su infancia. De ahí, nuevamente, las escuelas públicas manejadas por el estado.


La fe o la creencia restringida privadamente en, o a, uno mismo, o a su camarilla, tiene descriptores más exactos que el del lema de la "libertad religiosa": orgullo, autoestima, egoísmo, narcisismo, arrogancia. El punto de la distinción y conjunción que hace Tocqueville pudiera ser muy distinto del de nuestros incompetentes políticos, opuestos personalmente pero acquiescentes públicamente a cuestiones divisivas propuestas y apoyadas por aquellos auto-nombrados progresistas cuyo "progreso" conduce inevitablemente a Campo Siberia (por usar una figura tomada de la tira cómica Pogo de Walt Kelly). Cuando la fe se restringe a asuntos"personales", se vuelve socialmente retrógrada y políticamente irrelevante, posesión de los idiotas civiles.


Tocqueville hablaba del hombre, la criatura pública, no de cualquier posible individuo, o conventículo de individuos, a los cuales el orden público permitiera darse el gusto de llevar a cabo diversas formas de insensateces gnósticas reveladas privadamente, o de disfrutar de fantasías sexuales incitadas libidinosamente. Aquéllos que se "oponen personalmente" pero que públicamente se conforman con los ataques a cuestiones básicas como la estructura y la función de la sexualidad humana, o con quienes tratan de hacer distinciones insostenibles entre la naturaleza del hombre y la persona humana en los dos puntos extremos de la vida (haciendo eco directamente de los argumentos que se esgrimían en pro de la esclavitud hace 170 años), dejan el comportamiento ético a ser definido por el mejor postor. Este estilo esquizoide, sin embargo, como quiera que se haya arraigado en la experiencia Americana, aumenta nuestra disensión, laiciza los en una época semi-encantados lugares públicos, y las grandes interpretaciones tradicionales de lo que es ser humano se trocan en irrelevancias públicas. "Libre de creer" se troca en una "licencia de andar holgazaneando y perdiendo el tiempo", siempre y cuando a lo que conduzca no obstruya seriamente el camino a Campo Siberia, donde habrá barracas para perder el tiempo, facilitado con soma y ejercicios maltusianos.[*]
Parece no haber forma de eludir el hecho de que el ser "públicamente aquiescente" implica complicidad privada, cualesquiera que sean los límites morales de esa complicidad. ¿Dónde radica la lealtad final del hombre?¿al hombre y su naturaleza como son realmente,  o al estado y su naturaleza como se experimenta? ¿a uno mismo o a una acción pública con un propósito que trasciende a uno mismo y al estado? ¿y quién establece los propósitos? ¿qué puede el estado proporcionarnos más allá del Proceso Bokanovsky, soma, ejercicios maltusianos y trabajo interminable? Todos seremos trabajadores, incluyendo las "trabajadoras sexuales"  — en un paraíso de los trabajadores. Sin embargo, para ahora ya debiera usted saber que Arbeit macht nicht frei (el trabajo no te hace libre), y que Bokanovsky y Soma por lo menos tienen como su básica postura por defecto lebens unwürdig lebens (vida que no merece la vida). Malthus es ya otra cuestión.


¿Es aún concebible ya no más pensar, y mucho menos decir, Dies homini non desideravi” ("No he deseado el día del hombre, " Jer. 17:16)? Sería absurdo esperar que el estado proponga esto. Quizás, sin embargo, si no se mantiene esta actitud por la sociedad, nos encontramos ya en una democracia totalitaria, cuya "tranquilidad doméstica" pueda ser esporádicamente desafiada sólo mediante llamamientos partisanos a las barricadas.



[*] De la novela distópica Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley: soma es una droga utilizada para mantener a los ciudadanos en paz; el Proceso Bokanovsky es uno de clonación de humanos, utilizando óvulos fertilizados in vitro; los ejercicios maltusianos estaban diseñados para evitar la concepción (N del T)


domingo, 11 de septiembre de 2016

Malos Teólogos de la Moral (MTM)

Malos Teólogos de la Moral (MTM)


por Kevin Aldrich


  Tomado de: http://www.catholicstand.com/bad-moral-theologians-bmts/
4 de agosto AD2016

Traducido del inglés por Roberto Hope

Hay cosas malas que alguna gente de veras, de veras quiere hacer. Hay alguna gente que no sólo quiere hacer cosas malas, sino que también quiere estar justificado de hacerlas. Quieren que otros digan que sus obras malas son buenas-

Entonces ¿qué hacer si uno es uno de ésos? Llamar a un Mal Teólogo de la Moral, Lo llamaré MTM para abreviar.

Repasemos algunos de los fundamentos:

En la auténtica teología moral católica, para decidir si un acto es bueno o malo, lo examinamos desde tres ángulos. Primero consideramos el objeto, luego la intención, y por último las circunstancias.

El objeto es el acto en sí mismo: cosas como hacer un donativo, decir una oración, hacer una tarea, tomar un bien ajeno, hacer trabajo por un salario, o un billón de cosas más.

Según el Catecismo,”El objeto que se elige especifica moralmente el acto de la voluntad, en la medida en que la razón reconoce y juzga si está en conformidad con el verdadero bien. Las normas objetivas de moral expresan el orden racional del bien y del mal, atestiguadas por la conciencia,” (CIC 1751). Usando nuestra razón, entonces, juzgamos si el acto será objetivamente bueno o malo en sí mismo.

La intención es el motivo para qué se hace el acto, por ejemplo, atenuar el sufrimiento de alguien, evangelizar, poner a alguien en aprietos, saciar el hambre física, lograr un pago, o experimentar placer.

Las circunstancias son las cosas que rodean el acto y que lo afectan. Por ejemplo, robar es malo, pero tomar una libra de arroz de una tienda Whole Foods en San Francisco no es tan malo como tomarlo de una viuda y sus hijos hambrientos en Calcuta. Decir la verdad es bueno, pero decir la verdad aun teniéndose el temor de que eso lo meta a uno en problemas porque uno hizo algo malo, podría ser todavía mejor.

Aquí van dos verdades básicas importantes de la moral:

La primera es una que la mayoría de la gente entiende: un acto cuyo objeto es bueno en sí mismo puede hacerse aun mejor por la intención o las circunstancias, pero también las circunstancias pueden hacer el acto peor o de plano malo.

Por ejemplo, cuando alguien te ha prestado un bien de su propiedad, es bueno devolvérselo, Sin embargo ¿qué pasa si el bien es una escopeta y cuando el propietario te la pide está borracho y furioso? Si se lo devolvieras en esas circunstancias, tu acto sería malo. O si le devolvieras el arma porque crees que el amigo que te la prestó atacará con ella a tu enemigo, tu mala intención haría malo el acto. De hecho para que un acto sea bueno, el objeto, la intención y las circunstancias deben también ser buenas.

Así pues, cuando evaluamos un acto cuyo objeto es bueno en sí mismo, no podremos saber completamente si el acto es moralmente bueno o malo hasta que tomemos en consideración la intención y las circunstancias.

La segunda verdad básica de la moralidad de un acto es algo muy confundido hoy en día y mucha gente lo entiende mal:

Un acto cuyo objeto es malo en sí mismo, no puede volverse bueno por más que se tenga una buena intención o lo rodee cualquier tipo de circunstancias. La intención y las circunstancias pueden hacer el acto menos malo, pero no pueden hacerlo bueno. Esta es la razón por la que matar directamente a una persona inocente, que es el objeto de actos tales como el aborto, el asesinato o la eutanasia, es intrínsecamente inmoral. Ninguna multitud de buenas intenciones o de circunstancias extenuantes pueden excusar el acto, y mucho menos hacerlo bueno.

Entran los MTMs


La razón por la que mucha gente está confundida acerca de esta última verdad es porque muchos sacerdotes y laicos fueron enseñados por los MTMs. en sistemas erróneos de teología moral

Estos MTMs dicen: “Sí, hay normas objetivas de moral que se expresan en los diez mandamientos o en la ley moral natural. Pero esas son recomendaciones, puntos de partida, principios abstractos. Deben ubicarse en las experiencias concretas vividas por la gente.”

Estos MTMs arguyen que las motivaciones y las circunstancias podrían invalidar los principios y hacer que algo malo se convierta en bueno.

Juan Pablo II criticó y condenó estos sistemas en su encíclica Veritatis Splendor (1993)

Crítica de Juan Pablo II

Esto es lo que escribió Juan Pablo II:

Algunos han propuesto una especie de doble estatuto de la verdad moral.  Además del nivel doctrinal y abstracto, sería necesario reconocer la prioridad de una cierta consideración existencial concreta. (VS 56).

Los MTMs dicen que cuando la ley moral objetiva y la situación real de una persona están en conflicto, la situación de la persona tiene “prioridad” sobre la ley moral objetiva.

El Papa pasa a decir, refiriéndose a la situación del individuo:

Ésta, teniendo en cuenta las circunstancias y la situación, podría establecer legítimamente unas excepciones a la regla general y permitir así la realización práctica, con buena conciencia, de lo que está calificado por la ley moral como intrínsecamente malo.

En otras palabras, una persona que se guíe por el consejo de los MTMs podría hacer algo que la ley moral determina ser intrínsicamente malo, como robar, engañar, o utilizar drogas, cuando en realidad esa especie de teología moral errónea usualmente no se aplica para aquellos tipos de pecados. Con frecuencia se usa para acciones que tienen que ver con el sexo, como fornicación, adulterio, sodomía, contraconcepción, aborto, fertilización in vitro, y cosas parecidas.

Siguiendo esa línea de razonamiento engañoso, el papa explica:

De ese modo se establece una separación, o aun una oposición en algunos casos, entre la enseñanza del precepto, que es válida en lo general, y la norma de la conciencia individual, que es la que tomaría la decisión final acerca de lo que es bueno y lo que es malo. (VS 56)

En otras palabras, el MTM diría, “Sí, el adulterio en general es malo, pero no en tu caso” o “Tú eres el único que puede decidir si lo que estás haciendo es bueno o malo”.

¿Qué hay detrás de la línea de pensamiento del MTM? Juan Pablo II lo explica de esta manera:

Sobre esta base se hace un intento de legitimizar las llamadas soluciones 'pastorales' que son contrarias a las enseñanzas del Magisterio, y justificar una hermenéutica 'creativa' según la cual la conciencia moral no está de manera alguna obligada, en todos los casos, a cumplir un precepto negativo particular. (VS 56)

En otras palabras, aun cuando el Sexto Mandamiento (“un precepto negativo particular”) diga “No habrás de cometer adulterio,” el MTM tendrá una manera de interpretarlo en tu caso, que te dejará cometerlo de todos modos.

Es complicado – o no

En realidad, el proceso de razonamiento moral es muy claro y directo en lo que concierne a las cosas que la ley moral no permite.

Digamos que yo quiero hacer el acto sexual con una determinada persona. Primero, traigo a mi mente la ley moral, que es también la Ley de Dios, “de conformidad con el bien verdadero.” Ésta dice que yo puedo hacer el acto sexual sólo con mi legítima esposa. Luego, utilizando mi capacidad de razonar, me hago la pregunta “¿Es esta persona, con la que deseo hacer el acto sexual, mi legítima esposa?”. Finalmente, utilizo mi razón para llegar a una conclusión. Si la respuesta es no, entonces la conclusión será “no debo hacerlo”.

Cuando se trata de preceptos morales negativos ¿por qué se ponen complicadas las cosas? Una razón son los MTMs. Otra es que a la gente le gusta que se le mienta si eso les deja hacer lo que quieren.

Con frecuencia, a la gente le gusta engañarse a sí misma por esa misma razón.
Hay cosa malas que algunas personas de veras, de veras quieren hacer. Hay alguna gente que no sólo quiere hacer malas cosas sino también tener justificación para hacerlas. Quieren que los demás digan que están haciendo bien. Los MTMs son los facilitadores.

jueves, 16 de junio de 2016

Concerning the fair salary

Concerning the fair salary

By Father Julio Meinvielle (1905-1973)
Extracted from "Concepción Católica de la Economía"
Translated from the Spanish by Roberto Hope

Before all, it must be remembered that the right to a fair salary is one of the most sacred rights of workers. Listen how Apostle Saint James speaks (V,1-6):

  1. Now listen, you rich people, weep and wail because of the misery that is coming on you.
  2. Your wealth has rotted, and moths have eaten your clothes.
  3. Your gold and silver are corroded. Their corrosion will testify against you and eat your flesh like fire. You have hoarded wealth in the last days. 
  4. Look! The wages you failed to pay the workers who mowed your fields are crying out against you. The cries of the harvesters have reached the ears of the Lord Almighty
  5. You have lived on earth in luxury and self-indulgence. You have fattened yourselves in the day of slaughter.
  6. You have condemned and murdered the innocent one, who was not opposing you.

This is how the Apostles used to talk condemning exploitation of the poor; no one should be startled, then, of hearing words of strong condemnation of the capitalist monster which has become inebriated and gets drunk with the sweat of the day laborer.

What should be understood by a fair salary owed to the worker? Or better put: what is the minimum salary which cannot be reduced under any circumstances without committing a grave injustice?

Leo XIII and Pius XI have answered this question in a form so thorough that it does not allow adding anything new in this regard.

Labor ― especially that of a worker or of an employee ― is the exercise of a man´s activity directed to the acquisition of those things that are necessary for the diverse uses of life, and mainly for self-preservation.

The man who offers his labor for hire lives off his labor: he has the right to a human existence; even more so: he has the right to a human and Christian existence. He cannot be used as a machine or as merchandise or as a pack donkey or simply as an elegant animal. Therefore, if he works, i.e. if he employs his strength in things belonging to another man, he has the right to receive from the latter the resources that are necessary for him to lead a human life, one worthy of man.

Note that the salary needed to support a family is owed to every laborer as minimum salary, even if he is single, because that is the human salary owed to every man. If he does not marry is a matter concerning only him. The employer owes him the human salary, which is not less than the salary needed to support a family.

A human life: but it is not human life that which gets not more than what is strictly necessary for daily sustenance, one which cannot save to provide for future needs. Hence, a fair salary demands more than what is strictly necessary for the daily sustenance of the family. This is why Pius XI said that “it helps the common good that workers and employees get to accumulate little by little a modest capital by saving some portion of their salary once they have covered the necessary expenses.

The minimum fair salary includes, additionally, a human and a Christian treatment. Human treatment: “and for this reason, it must be ensured that the daily work does not extend to a number of hours greater than what strength normally permits. The length of resting periods should be determined by considering the different kinds of work, the circumstances of time and location and the health of the workers themselves” (Leo XIII)

Human treatment:  By this, we understand that the division of labor such as that imposed by “Taylorization” should be condemned. It is not tolerable that a man be subjected to the automatic repetition of the same movements, just as a machine, without letting him use his own initiative. Man is not, as Taylor imagined and asserted, a man-ox. He has the right to human nobility.

In addition to human, Christian treatment. Because as the worker has been ransomed by Christ, and is loved by Christ in a special way, as He once was a worker too, he has the right to be considered as a Christian and that every facility be given for him to fulfill his religious duties and to sanctify the days of the Lord.

The minimum salary explained above should not be denied in any case or for any reason, even if it is authorized by civil legislation. “If at any time it should happen ― says Leo XIII ― that a worker, moved by necessity or for fear of a greater evil, should be forced to accept a harsher condition against his will because his boss or contractor imposes it absolutely; that would be tantamount to exercising violence, and violence demands justice”(Leo XIII). With the current level of unemployment, there is no dearth of employers who exploit the scarce demand for labor, by unjustly compensating low the workers' labor. If an enterprise lacks resources to pay the worker his due salary, it cannot demand of him an ordinary amount of work. It can only demand the amount of work it is able to compensate. If it diminishes the salary below what is fair, in equal proportion it should reduce the amount of work demanded.

Up to here, we have tried to determine quickly the minimum wage below which, compensation may not be reduced without incurring in a baneful violation of strict justice.

Should the employer be satisfied with this? In no way. As stated by the Code of the International Union of Social Studies of Mechelen: “The minimum salary does not fulfill the requirements for justice. Above the minimum, several main causes matter, be it for the sake of justice, of equity or of betterment. Thus, for example, greater production or greater  prosperity of the employer demand an increase in salary. Additionally, there should be a salary hierarchy, in accordance with the economic function performed. It is not fair that the work of the quarrier be paid the same as that of the electrician.

domingo, 13 de septiembre de 2015

Del Concilio Vaticano Segundo al Sínodo:

Del Concilio Vaticano Segundo al Sínodo:

Las Enseñanzas de Michael Davies.


Por Roberto de Mattei


Tomado de:  rorate-caeli.blogspot.com/2015/07/exclusive-for-rorate-michael-davies.html
Traducido al español por Roberto Hope, partiendo de una traducción del italiano al inglés por Francesca Romana.

Se celebró una misa de réquiem por el alma de Michael Davies en la Iglesia de la Asunción de Nuestra Señora, en Londres, el viernes 10 de julio de 2015. Después de la misa, Roberto de Mattei, Profesor de Historia Moderna y de Historia Cristiana de la Universidad Europea de Roma, dictó una conferencia intitulada 'Del Concilio Vaticano Segundo al Sínodo de la Familia: Las Enseñanzas de Michael Davies”

Queridos Amigos:

Es para mí un honor y un placer venir aquí a hablarles acerca de la obra de Michael Davies, a quien conocí personalmente y considero uno de los pocos defensores verdaderos de la fe católica en el Siglo XX.

Sus libros precedieron a los de Romano Amerio 1, y a los de Monseñor Gherardini 2; y mi Historia del Segundo Concilio Vaticano está endeudada con ellos. 3

En el primer párrafo de su libro “Cramner's Godly Order” [El Orden Religioso de Cramner”] (publicado en 1976), Michael Davies escribió que la Iglesia estaba pasando por "la mayor crisis desde la Reforma Protestante; muy posiblemente la mayor desde la herejía arriana”. Para Davies, esta crisis tiene sus raíces más recientes en el Concilio Vaticano Segundo, al cual dedicó un tomo entero, el segundo de su memorable trilogía, 'The Liturgical Revolution' (La Revolución en la Liturgia)

Volvió al Concilio Vaticano Segundo con otro libro importante, "The Second Vatican Council and Religious Liberty" 5. Los problemas relacionados con la liturgia y la libertad religiosa parecen, a primera vista, estar alejados el uno del otro, pero en realidad tienen un origen común en el Concilio Vaticano Segundo y sus consecuencias.

En esta conferencia me estaré enfocando en el aspecto fundamental de la obra del Sr. Davies; específicamente en su contribución al conocimiento del Vaticano Segundo y lo que ha pasado después.

La convocación de Concilio Vaticano Segundo

El 9 de octubre de 1958 murió el Papa Pío XII. El 25 de enero de 1959, sólo tres meses después de haber sido electo al trono papal, el nuevo Papa, Juan XXIII, anunció la convocación al Segundo Concilio Vaticano.

Davies rememora el Vaticano II comenzando desde su convocación, utilizando las palabras del Cardenal Pietro Sforza Pallavicino (1607-1667), historiador del Concilio de Trento, citadas por el Cardenal Manning “...convocar a un Concilio General, excepto cuando es exigido absolutamente por necesidad, es tentar a Dios”.6

Esto no es lo que pensaban algunos cardenales conservadores, pues desde el momento en que fue electo Juan XXIII, lo alentaron a convocar un concilio ecuménico. El Concilio Vaticano Primero había sido interrumpido bruscamente por la guerra Franco Prusiana de 1870, y estos cardenales imaginaron que su reanudación – en sus intenciones – iría a culminar con la redacción de un “Syllabus” de los errores contemporáneos. Contaban con el apoyo de Monsegnor Domenico Tardini, considerando que ellos habían impuesto en Juan XXIII el nombramiento de Tardini como cardenal como condición para su elección al papado.

La inesperada muerte de Monseñor Tardini el 30 de julio de 1961, estando aún en curso la fase preparatoria del concilio, echó a tierra esos planes. Los cardenales conservadores también sobreestimaron el poder de la Curia Romana y subestimaron el poder de sus adversarios, que estaban formando un partido poderoso y bien organizado. En su libro “The Rhine Flows into the Tiber” (El Rhin Desemboca en el Tíber), el Padre Ralph Wiltgen fue el primero en revelar la existencia de esta organizada estructura. En mi libro sobre el Concilio reporté nuevos elementos basados en las memorias de algunos de los protagonistas y en algunos documentos de archivo que han salido a la luz en años recientes.

En junio de 1962, cuando los siete primeros esquemas de las constituciones conciliares (que habían sido elaboradas por diez comités durante tres años bajo la supervisión del Cardenal Alfredo Ottaviani fueron sometidos al Papa. Juan XXIII seguía convencido de que el concilio iría a ser clausurado en Diciembre. El Papa aprobó los esquemas preparatorios, y en julio, tres meses antes de la inauguración, ordenó que fueran enviados a todos los Padres Conciliares, como base para las discusiones en las congregaciones generales. El Concilio Vaticano Segundo fue inaugurado en la Basílica de San Pedro el 11 de octubre de 1962.

En toda Revolución, el momento decisivo es el primer acto, pues contiene en él las semillas para su futuro desarrollo, La historia completa de la Revolución Francesa, por ejemplo, se halla en los dos primeros meses, de junio y julio de 1789, cuando tuvo lugar el coup d' etat procesal: la transformación de los Estados Generales en Asamblea Constituyente. De igual manera, en el Concilio Vaticano II ocurrió un decisivo golpe de estado jurídico en la primera semana, que Davies resaltó muy bien, definiéndolo como una “blitzkrieg”, una guerra relámpago. El Profesor Paolo Pasqualucci, un filósofo de la legislación italiana, dedicó recientemente un pequeño tomo a lo que definió como el “bandidaje procesal” de los primeros días del Concilio.

El partido progresista, con una primera blitzkrieg, consiguió el re-mezclado de los votos para conformar las comisiones, y con una segunda lograron monopolizar las comisiones, insertando en ellas a sus hombres – junto con unos simpatizantes.  Desde el mero inicio del Concilio, el Rhin había comenzado a desembocar en el Tíber.

Otra alteración significativa de los procedimientos fue la “nueva” regla que declaraba que bastaba con un mínimo de cinco miembros en cada comisión para aprobar cualquier enmienda. Una interesante coincidencia – hace notar Davies – fue que el grupo de Padres de los Paísees de Europa Central tenían no menos que cinco de sus representantes en cada comisión,  A los periti (expertos) también se les dió la oportunidad de hablar durante los debates, por lo menos en algunas ocasiones. Michael Davies, siguiendo al Padre Wiltgen, hace notar eso por buena razón, el Vaticano II fue definido como “el Concilio de los periti”. Los periti – descritos por Davies como “las tropas de choque de las fuerzas liberales”9 – tuvieron una influencia increíble: mucha, mucha más influencia que la que tuvieron la mayor parte de los Padres del Concilio.

Son precisamente esos periti los que deben llevarse el crédito de la que quizás fue la victoria más resonante en la sala conciliar: el rechazo de todos los esquemas preparatorios – los cuales eran perfectamente ortodoxos, se conformaban con la doctrina de la Iglesia y habían sido el fruto diligente de 871 expertos. Había tomado dos años el completar esos valiosos esquemas que la asamblea conciliar echó literalmente al cesto de la basura – mediante un procedimiento irregular – careciendo de las requeridas dos terceras partes de los votos. El Obispo William Adrian, de Nashville Tennessee, escribió en términos nada ambiguos, que los peritos se habían empapado de los perniciosos errores de Teilhard de Chardin y de la ética situacional – errores que en su análisis final destruyen la fe, la moral, y toda autoridad establecida. “Estos teólogos liberales coparon el concilio como medio para descatolizar a la Iglesia Católica haciéndolo pasar como un medio para sólo des–romanizarla."

El Cardenal Heenan no vaciló en decir que el concilio de Juan XXIII “proporcionó una excusa para rechazar tanto de la Doctrina Católica que él aceptaba de todo corazón”. La organización, perfectamente eficiente, de los padres del Rhin les hizo posible llegar a Roma de una manera semejante a la de un partido [político] con políticas muy precisas a seguir y objetivos claros a alcanzar. En cambio, el resto de los padres conciliares llegaron a Roma como simples “católicos”, sin siquiera saber la razón exacta de su convocación. El Cardenal Heenan explica cómo la mayoría de los obispos ingleses y americanos llegaron a Roma sin siquiera saber lo que estaba por pasar y, principalmente, desconociendo cómo la “ecumania” así llamada por Heenan, había infectado a sus colegas europeos. Los obispos alemanes, en particular, habían hecho del ecumenismo prácticamente una religión. Heenan afirmaba que Juan XXIII había visto al Concilio como un “safari episcopal”. Pero, antes de que terminara la primera sesión (el Papa Juan) debe de haber pensado de su Concilio menos como un safari que como un sitio.

Al día siguiente de la inauguración del Concilio, Juan XXIII, como el Dr. Frankenstein, se percató que le había dado vida a una creatura – el Concilio – que ya no podía controlar. Cuando murió el 3 de junio de 1963, el concilio ya estaba firmemente en manos de los progresistas.

A fin de asegurarse de dominar el Concilio completamente, los padres del Rhin tenían que asegurarse de que los procedimietnos se alteraran de manera que la influencia de la Curia Romana se debilitara, lo cual el nuevo papa, Pablo VI hizo sin recelo, nombrando a cuatro cardenales como “moderadores”, quienes serían responsables de “dirigir las actividades del Concilio y determinar la secuencia con que los tópicos serían discutidos en las reuniones de trabajo”12. Cuando se dieron a conocer los nombres de los cuatro cardenales (que incluía a Dopfner, Lercaro y Suenens) quedó muy clara la dirección que habría de tomar el Concilio. En la tercera sesión, cuando se formó el Coetus Intarnationalis Patrum, ya era demasiado tarde para resistir el avance de los progresistas. Los liberales y los periti ya tenían el monopolio absoluto del Concilio.

Textos ambiguos y bombas de tiempo

Otra victoria para los progresistas – y quizás la más devastadora de todas – fue la de haber insertado en los textos conciliares lo que Michael Davies, tomando de la expresión de Monseñor Lefebvre, definió con un simbolismo elocuente como “bombas de tiempo”13. Estas bombas habrían de ser activadas por los periti después del Concilio, luego de que ya hubieran tomado el control de las comisiones para la implantación de los textos. Estas “bombas de tiempo” consistieron en:

  1. Pasajes ambiguos insertados por los Padres y los periti que debilitaron la doctrina tradicional al abandonar el lenguage tradicional; 
  2. Omisiones, a veces más peligrosas que las frases heterodoxas; 
  3. Frases ambiguas que parecerían favorecer o por lo menos parecerían ser compatibles con una interpretación no católica de los textos. En pocas palabras, eran fórmulas que podían ser interpretadas tanto en un sentido católico tradicional como en un sentido liberal.

Las concesiones pesentes en los textos también eran debidas – si no prevalentemente – a la “ecumanía” la manía ecuménica, “casi una religión de ecumenismo” segun el Cardenal Heenan14 – que estaba en el mismo aire que se respiraba en la sala conciliar.  Monsegnor Luigi Carli, Obispo de Segni, acabó quejándose de que a fin de evitar perjudicar al ecumenismo, no se podía más hablar de la Santísima Virgen, ya nadie podía ser llamado hereje, la expresión – la Iglesia Millitante – ya no podía usarse más y ya no podía uno referirse a los poderes de la Iglesia Católica.

La falta de precisión de los textos se excusaba con la orientación pastoral, no dogmática, del Concilio. Ninguna definición se autorizaba. Todo se discutía, pero nada se definía porque era un concilio pastoral. La dimensión pastoral, en sí misma accidental y secundaria con respecto a la dimensión doctrinal, resultó en realidad ser la prioridad, produciendo una revolución en el estilo, en el lenguage y en la mentalidad.

La falta de condenación del comunismo

Cada uno de los veinte concilios anteriores al Vaticano II habían sido convocados para extinguir herejías o para corregir los más grandes males de sus tiempos. El "mal más grande” del Siglo XX era ciertamente el comunismo. Su condenación habría justificado la convocación de las audiencias conciliares. Sin embargo – de manera paradójica – el comunismo fue precisamente el mal que el Concilio Vaticano II hizo todas las acrobacias que pudo para esquivar su condenación.

Hasta el Concilio Vaticano Segundo, el Magisterio de la Iglesia Católica había denunciado repetidamente al comunismo con palabras de clara condenación. Los predecesores de Juan XXIII habían condenado el comunismo declarando la total incompatibilidad entre esta ideología “intrínsecamente perversa” (Pío XII) y la Igesia Católica. En la vota de los Padres Conciliares, que llegó a Roma antes de la celebración de las audiencias, el Comunismo parecía ser el error más grave a condenar. A pesar de que más de 200 padres de 46 países diferentes habían solicitado un claro rechazo de los errores del marxismo en la Segunda sesión; a pesar de que el Coetus Internacionalis había presentado una petición que contenía exactamente diez razones por las cuales el comunismo tenía que ser condenado, informando a la asamblea que una abstención en este sentido habría entrañado un repudio del Concilio – y con razón – por su silencio sobre el comunismo, que habría sido interpretado como un signo de cobardía y complicidad – el Concilio mediante un procedimiento de votación claramente alterado, no condenó el comunismo sino buscó un diálogo con él. 15

Podemos ahora decir que las audiencias conciliares habrían sido el lugar perfecto para iniciar un juicio contra el comunismo, semejante al de Nuremberg contra el nacional socialismo; no un juicio de naturaleza penal, ni tampoco un juicio ex post de los vencedores sobre los vencidos, como fue el de Nuermberg, sino un juicio cultural y moral, ex ante, de las víctimas con respecto a los persecutores, como los así llamados disidentes ya habían comenzado a hacer.

“Cada vez que se reunía un Concilio Ecuménico – dijo el Cardenal Antonio Bacci en la sala conciliar – siempre se resolvían los grandes problemas que estaban aquejando esa época y se condenaban los errores de los tiempos. Un silencio sobre este tema, creo yo, sería una imperdonable lacuna, de hecho, un pecado colectivo. [...] Esta es una herejía teórica y práctica de nuestros días, y si el Concilio no se ocupa de ella, podrá dar la impresión de un concilio fallido.”

La constitución Gaudium et Spes, que fue el décimosexto y último documento promulgado por el Concilio Vaticano II, propuso una definición completamente novedosa de la relación entre la Iglesia y el mundo. En ella no se hizo condenación del comunismo en forma alguna.

Muchas veces en el curso de sus estudios sobre el Concilio Vaticano Segundo, Davies insistió en el hecho de que el Espíritu Santo estaba asistiendo al Concilio, aun cuando éste era pastoral, de caer en herejía: Lo que significa, si embargo, repite él, que eso no indica que el Concilio ”haya dicho todo lo que necesitaba decirse sobre cualquier tema particular, o siquiera que lo que sí dijo esté redactado de la forma más clara o más prudente.”16 La falta de condenación del comunismo es evidentemente una de esas omisiones – quizás la más grave – de la cual el Concilio Vaticano Segundo tendrá que responder ante Dios y ante la humanidad.

¿Cuál fue la razón de la falta de condenación del comunismo? Ahora sabemos que en agosto de 1962, en el pequeño pueblo francés de Metz, se celebró un acuerdo secreto entre el Cardenal Tisserant, representante del Vaticano, y el nuevo Arzobispo Ortodoxo de Yaroslav, Monseñor Nicodemus, que era agente de la KGB, – esto último como quedó documentado luego de que se abrieron los archivos de Moscú. Con base en este acuerdo, las autoridades eclesiásticas decidieron no tratar del comunismo en el Concilio. Ésta había sido la condición solicitada por el Kremlin para permitir la participación de observadores del Patriarcado de Moscú en el Concilio.

En los archivos secretos del Vaticano encontré un nota de puño y letra de Pablo VI que confirma la existencia de este acuerdo.  Otros documentos de interés particular fueron publicados por George Weigel en el segundo tomo de su impresionante biografía de Juan Pablo II. Weigel de hecho consultó fuentes tales como archivos de la KGB en la Sluzba Bezpieczentswa (SB) polaca y de la Stasi de Alemania Oriental. Los documentos confirman cómo los gobiernos comunistas y los servicios secretos de los países del este penetraron el Vaticano para favorecer sus intereses e infiltrar los rangos más altos de la jerarquía católica.

Pero esto no es suficiente para explicar la ausente condenación. En realidad, lo que aquí tenemos es una nueva teología de la historia. La encíclica de Pío XI de 1925 (Quas Primas) – su aniversario 90 cae en este año – había presentado a los católicos una teología de la historia basada en el Reinado Social de Jesucristo. La obra de Jacques Maritain, Humanismo Integral17, apareció en 1936, y fue el manifesto para una nueva filosofía de la historia y de la sociedad que presentaba la base para una evolución del pensamiento católico en el sentido opuesto de la filosofía de la historia al delineado en Quas Primas. En un análisis final, el humanismo integral abraza los principios de la revolución francesa – condenados por el Magisterio Pontificio – y se ha destinado a infiltrar masivamente, de ahí en adelante, en los ambientes católicos, todo ello para beneficio del socialismo y del “progresivismo”,

El espíritu de “ecumanía” que arrasó en el Segundo Concilio Vaticano – según Davies – fue el humanismo integral, una filosofía que, por lo menos implícitamente, niega el derecho de la Iglesia a intervenir en el orden social; en otras palabras, es la negación del Reinado Social de Jesucristo”.18 La consecuencia, – expica Davies – es que “la Iglesia debe tomar su lugar en términos iguales que las demás religiones y filosofías dentro de un mundo que ella tenía el deber no de mandar sino de servir”19 Maritain soñaba con una “hermandad universal” de la que la Iglesia tenía que ser la inspiración o la “hermana mayor”. Y para la “hermana mayor” poder ganarse a su “hermano menor” – el mundo – no debe ser intransigente ni autoritaria. Debe hacer la religión aceptable. Y para que la verdad de la fe y la moral sea aceptable, el cristianismo debe ser práctico más que dogmático.”20 Ahora se sabe bien que Pablo VI fue un admirador y discípulo de Jacques Maritain. Por esto – según Davies – el enigma de Pablo VI sólo puede entenderse en el contexto de su adhesión al humanismo integral.

En su "The Second Vatican Council and Religious Liberty” Michael Davies, contrasta la doctrina del Reinado Social de Cristo con el principio de libertad religiosa enunciado en la declaración Dignitatis Humanae. Uno de los observadores protestantes presentes en el Concilio, el teólogo Oscar Cullman, no vaciló en decir que “los textos definitivos son en su mayor parte textos de transigencia”21. Según Davies, “No hay documento del Concilio Vaticano Segundo al que sean más aplicables estos comentarios que a Dignitatis Humanae” 22

Davies con frecuencia cita a un autor que nunca debía ser olvidado, Hamish Fraser. En el número de febrero de 1976 de Approaches, Hamish Fraser afirmó que Quas Primas es ignorada por las así llamadas naciones católicas y por el clero católico. Fue, lo lamentaba él, el más grande fiasco en la historia entera de la Iglesia. Ciertamente fue un gran fiasco, una gran omisión del Concilio Vaticano Segundo. El rechazo del Reinado de Cristo está en los orígenes de un itinerario de apostasía que ha llevado a los países católicos a legalizar el aborto, la fertilización in vitro y la sodomía.

Diez años más tarde, en 1986, cuando el liberal Primer Ministro de Irlanda, Garrett Fitzgerald organizó un referendo que él creía que autorizaría a su gobierno a legalizar el divorcio, Hamish Fraser comentó sobre el resultado con esta palabras: “En cien años, el 26 de junio de 1986 deberá ser recordado como uno de los días más memorables en la historia de Irlanda. Pues ese día, por una abrumadora mayoría (63.5 en contra vs. 36.5 a favor) – el pueblo irlandés votó “No” en el referendo que tenía la intención de obtener su permiso de legalizar el divorcio en la República.”

Menos de treinta años después, el 22 de mayo de 2015, Irlanda introdujo una todavía más memorable fecha en su historia: el día en que el pueblo irlandés – con los mismos porcentajes – aprobó las uniones homosexuales en la República. La responsabilidad de esta apostasía viene de la orientación liberal de las autoridades eclesiásticas – tanto las irlandesas como las internacionales – basadas en Dignitatis Humanae y el espíritu del Vaticano II

El papel de los medios

En la creación del llamado “espiritu del Vaticano II” los medios – y la prensa en particular – jugaron un papel decisivo. Davies hace notar que algo semejante ya había ocurrido un siglo antes en el Concilio Vaticano I, tanto como para concluir que “la fuerza animadora detrás de las dos campañas era la misma”24. El testimonio del Cardenal Manning – que Davies reseña en el Apéndice III de su libro “El Concilio del Papa Juan” es extremadamente interesante. Según el gran cardenal, en el Vaticano I se circuló la idea de que el Concilio había rechazado las doctrinas del de Trento o les habría dado una significación más amplia, o habría re-abierto discusiones consideradas cerradas, o que se había transigido con otras religiones, o que por lo menos había adaptado al pensamiento y teología modernos la inflexibilidad dogmática de la Tradición. “Esta creencia excitó una expectativa, mezclada con esperanza, de que Roma volviéndose más comprensiva pudiera volverse más accesible, o al hacerse inconsistente podría hacerse impotente para influir sobre la razón y la voluntad del hombre” 25

En la época del Primer Concilio Vaticano, los medios querían obstruir la proclamación de la infalibilidad papal. Aquí estamos hablando de la prensa anti-católica que mantenía control alrededor del mundo. Cuando los medios habían identificado a algún obispo que se opusiera a una definición dogmática, lanzaban una campaña en su favor. Esta minoría de opositores era naturalmente exagerada por los medios. De repente, explica el Cardenal Manning; “todo el mundo se paraba para conocerlos. Gobiernos, políticos, periódicos, cismáticos, herejes, infieles, judíos, revolucionarios, como con un mismo certero instinto, se unían para elogiar y exponer la virtud, el conocimiento, la ciencia, la elocuencia, la nobleza, el heroísmo de esta oposición internacional”. Con una repetición verdaderamente Homérica, ciertos epítetos eran vinculados con ciertos nombres. Todos los que estuvieran contra Roma, eran ensalzados; todos los que estuvieran a favor de Roma eran denigrados”26

El Cardenal Manning seguía cuidadosamente lo que la prensa internacional reportaba sobre el Concilio. Cuando se le preguntó en Inglaterra ¿qué debería creerse de lo que se reportaba en los medios? decía: “Lea cuidadosamente la correspondencia de Roma que se publica en Inglaterra, crea lo opuesto y no estará lejos de la verdad”27  El Cardenal observó cuán bien preparada y organizada con anticipación estaba la campaña de medios en su ataque contra el Primer Concilio Vaticano. “Una liga de periódicos alimentados de un centro común, difundía esperanza y confianza en todos los países, de que la ciencia y la ilustración de la minoría salvaría a la Iglesia Católica de la pretensión inmoderada de Roma y de la ignorancia supersticiosa del episcopado universal."

Pero contra el Concilio Vaticano Primero – y en esto estriba la diferencia con el Segundo Concilio Vaticano – la campaña fracasó. Fracasó, dice Davies, porque Pío IX resistió como una roca inamovible, condenó los errores, y a todos aquéllos que pedían adaptar la verdad a los tiempos modernos, les respondía confirmando la claridad del concilio de Trento. A pesar de las profesías aciagas que (aun en esos tiempos) insinuaban que el dogma de la infalibilidad papal era nada menos que el último suspiro de a Iglesia, la autoridad pontificia emergió más fuerte y más vigorosa que nunca. El odio del mundo a la Iglesia quedó de manifesto, y al mismo tiempo, la naturaleza divina de la Esposa de Cristo se hizo manifiesta. Pío IX siguió el ejemplo de Cristo. La gran tempestad que le golpeó inmediatemente después del Concilio Vaticano Primero no fue otra cosa que la señal de su completa pertenencia a la Pasión de Cristo.

Muy diferente fue la suerte de los medios masivos en el Segundo Concilio Vaticano. El Padre Louis Bouyer (1913-2004) un liturgista convertido del luteranismo al catolicismo, no vaciló en afirmar: Si – como se decía – el Concilio había sido liberado de la tiranía de la Curia Romana, había sin embargo sido entregado a la dictadura de los periodistas y “particularmente a los más incompetentes e irresponsables de entre ellos” 29. Éstos casi en su totalidad fueron colaboradores de los Padres del Rhin y de los periti. Había palabras clave que los periodistas del Vaticano II utilizaban con una habilidad dramática: abriendo el diálogo con el mundo, las necesidades del mundo moderno, aggiornamento (puesta al día), pero sobre todo “el espíritu del Vaticano II”. Había, sin embargo, un lema, según Davies, que se volvió un artículo de fe: “opinión pública”. Es un hecho bien sabido que la opinión pública, que la prensa debería reflejar, es, por el contrario, hábilmente manipulada por la prensa, condicionando de esa manera su efecto en el público. Llegaron hasta a llamar la opinión pública “el magisterio moderno”, Pero no bastaba con eso. “La teoría de que Dios enseña a los obispos mediante el instrumento de la prensa liberal” fue difundida, con la aberrante conclusión de que “el periodista católico es el teólogo del presente” 30

La prensa creó su propio mito de los “héroes” conciliares tales como los cardenales Bea y Suenens o el teólogo Kung.31 Dividió a los padres conciliares en "los buenos” y "los malos”. Los buenos eran los progresistas, los malos los tradicionalistas. Los progresistas eran descritos como hombres buenos dotados de dones intelectuales sobrehumanos, envueltos en una luz romántica y cautivadora, llegando a llamar sus actos – por ejemplo cuando hablaban de ecumenismo – “sacramentales”. Sí, comenta Davies, cuando se discute el Vaticano II son “discusiones sacramentales”

Los padres conciliares conservadores eran vistos con suspicacia y descritos como hombres de la curia sin sesos. Monseñor Luigi Carli uno de los protagonistas de la resistencia conservadora era descrito como el hombre de la “voz patética”32 cuando hablaba en la sala conciliar en favor de la Primacía Petrina y contra la colegialidad de los obispos. Algunos periodistas como el corresponsal de Le Monde, Henri Fesquet, no tenía problema en pensar sus propias ideas mucho mejor que las de cualquier obispo que tuviera la temeridad de distanciarse del consenso prefabricado (por los periti y los medios masivos) que los Padres tenían que aceptar.

El papel de los medios en el Concilio fue el centro de numerosos discursos de Benedicto XVI, desde aquél famoso ante la Curia Romana del 22 de diciembre de 2013, el del 14 de febrero de 2013 al clero romano tres días después de anunciar su abdicación. Sostenía la tesis de un concilio virtual, impuesto por los medios de comunicación, que había traicionado al verdadero concilio, que quedó expresado en los documentos conclusivos de Vaticano II. Es a estos textos, distorsionados por una práctica abusiva post-conciliar, a los que debemos retornar para redescubrir la verdad del Concilio, Y, sin embargo, la renuncia de Benedicto al papado revela , en mi opinión, un reconocimiento del fracaso de esta línea hermenéutica.

De hecho, lo que es real en la era de la comunicación es lo que se comunica y la manera como se comunica. El concilio de los medios no fue menos real que el de los documentos, tanto así que podría sostenerse la tesis de que – de haber habido un concilio virtual –  fue precisamente el de los 16 documentos oficiales del Concilio que quedaron en los archivos de la Santa Sede, pero que nunca fueron absorbidos en una realidad histórica concreta. El problema de la relación entre la crisis de la fe y el Segundo Concilio Vaticano exige, en mi opinión, una respuesta no sólo a un nivel hermeneutico, sino principalmente a un nivel histórico. El problema no es la interpretación de los documentos del Concilio, sino el juzgar al Concilio como una realidad histórica. Y ésta es la valiosa contribución de Michael Davies.

El estátus de los documentos.

Después de 50 años, la larga, interminable diatriba hermenéutica con respecto a los textos producidos por el Concilio sustancialmente no ha llegado a nada. Michael Davies, en la trifulca general del post- concilio inmediato, entendió desde el principio que “nadie, no importa el rango que tenga, puede obligarnos a aceptar una interpretación de la enseñanza moral o doctrinal contenida en un documento conciliar que esté en conflicto con la enseñanza anterior de la Iglesia”33, Davies hace referencia a Newman, quien afirmó que cuando una forma nueva no es fiel a la idea que intenta expresar de una manera mejor, tal forma nueva constituye una evolución desleal y falsa.”llamada más correctamente corrupción”,  Citando a Belarmino, el Cardenal Newman recuerda que “todos los católicos y los herejes concuerdan en dos puntos:  primero, que para un papa es posible, aun como papa y con su propia asamblea de consejeros, errar en controversias particulares sobre hechos, que dependen principalmente de información y testimonio humanos...”34

El punto débil de los documentos para M. Davies es de hecho que no siempre dicen todo lo que deberían, y de esa manera dejan abierta la puerta para una interpretación modernista de los textos. También es cierto que muchos abusos propagados después del Concilio no tienen una contraparte directa en los documentos conciliares, pero “el Concilio no puede ser exonerado de su responsabilidad por tales abusos”.  Además “el hecho de que tengan aprobación del Vaticano – agrega Davies – de ninguna manera quita el hecho de que son abusos”.35  M. Davies reflexiona de manera especial sobre Sacrosanctum Concilium, observando que la Comisión encargada de su aplicación, la así llamada Consilium, estaba formada por progresistas, con la sorprendente adición de seis observadores protestantes. En otras palabras, obseva Davies, “Los liberales habían construido la Constitución Litúrgica como un arma con la cual iniciar una revolución, y los Padres Conciliares pusieron luego esta arma en manos de los mismos hombres que la habían fraguado,"36 quienes – como lo dijo el Arzobispo R.J. Dwyer – “eran hombres o bien sin escrúpulos o bien incompetentes”

Es un hecho que el Archidiácono Pawley había reconocido, que la reforma litúrgica del Concilio no sólo concordaba con la que había hecho Cramner [en el cisma anglicano] sino que de hecho fue más allá. Es útil citar al Cardenal Heenan una vez más: "Hay una cierta justicia poética – dijo él – en la humillación de la Iglesia Católica a manos de los anarquistas de la liturgia. Los católicos solían reírse de los anglicanos por dividirse en “high” y “low”... El antiguo alarde de que la misa es la misma en todas partes y que los católicos se contentan con cualquier sacerdote que la celebre, ya dejó de ser cierto. Cuando el 7 de diciembre de 1962 los obispos votaron abrumadoramente (1922 contra 11 votos) en favor del primer capítulo de la Constitución sobre la Liturgia, no se percataron de que estaban iniciando un proceso que habría de causar confusión y amargura en toda la Iglesia después del Concilio  39

Con respecto a Scrosanctum Concilium – aunque aplica a todos los documentos – el único consuelo, que indica que el Espíritu Santo no abandonó a la Iglesia, está en el hecho de que “esta promulgación sería de carácter disciplinario, no doctrinal, y como consecuencia no tocaría la infalibilidad de la Iglesia”40

Hacia el Sínodo que está por reanudarse: Gaudium et Spes, la señal de advertencia del colapso moral.

Leer la obra del Sr. Davies puede ayudarnos a entender la crisis presente. Nos hallamos ahora ante un Sínodo de Obispos sobre la Familia que parece estar poniendo la indisolubilidad del matrimonio en tela de duda y abriéndoles la puerta a parejas homosexuales. Si el Sr. Davies viviera todavía, quizás vería sus orígenes en el abandono del esquema sobre el Matrimonio y la Familia ocurrido en el Vaticano II, que fue sustituido por algunos pasajes ambiguos en Gaudium et Spes. El Sr. Davies identificó los peligros que acechaban con Gaudium et Spes, en la inversión de los fines del matrimonio. De hecho al poner el de la procreación después del del amor conyugal, se alteró toda la moralidad católica. Davies reseña la advertencia del Superior General de los Dominicos, el Cardenal Browne ― durante una sesión conciliar ― se levantó y dijo en voz muy alta; “¡Caveatis, caveatis! Si aceptamos esta definición estaremos yendo contra toda la tradición de la Iglesia y habremos de pervertir el significado completo del matrimonio” 41.

Si el fin primario del matrimonio no es la procreación, entonces tiene su expresión más alta en el amor conyugal ― pero el amor de los esposos proviene de un acto de la voluntad, y un acto de la voluntad puede decretar su fin. Si la moralidad no está basada en la naturaleza, sino en la persona, la relación de la pareja prevalece sobre el bien objetivo de la familia.  Si se establece la primacía de las relaciones interpersonales, este principio quedará condenado a extenderse a las relaciones extra-maritales y luego, de las relaciones heterosexuales a las homosexuales.

Según el Sr. Davies, la enemistad eterna agustiniana entre la Ciudad de Dios y la Ciudad del hombre parece estar extinta en Gaudium et Spes. “Aun cuando hay afirmaciones en Gaudium et Spes que insisten en que el Reino Celestial sigue siendo el objetivo principal de la Iglesia, está fuera de toda disputa el que el documento despliega una preocupación obsesiva y extendida por el Reino Terrenal. Si la cantidad de texto dedicado a aquél se compara con el dedicado a éste, el contraste es tanto sorprendente como deprimente. Está repleto del espíritu de Humanismo Integral y de Sillonismo” 42

El legado de Michael Davies.

Los enemigos en el Sínodo [de la Familia] son los mismos que en el Vaticano II; con un factor agravante, que  es ― cuando en el Concilio las fuerzas que lo empujaron estaban en cierta forma fuera de la Iglesia, ahora están adentro, en el sentido de que ― después de 50 años de devastación ― obispos y cardenales ni siquiera ocultan su admiración por Lutero o por la ideología comunista, presentada hoy en día en términos de Teología de Eco-liberación. La mayor parte de los medios masivos está en manos de los enemigos de la Iglesia y su influencia está grabada en la opinión pública de una manera cada vez más agresiva ― con respecto a los años del Vaticano II ― que, como lo dijo el Sr. Davies, ellos mismos han creado.

Sin embargo, ahora tenemos una ventaja, A saber: teniendo atrás la experiencia del Concilio, en el cual prevalecieron de cierta forma los enemigos de la Iglesia, porque la gente buena no estaba preparada, podemos y debemos organizar una resistencia que no vuelva a pescar a los buenos católicos por sorpresa. No olvidemos, como nos lo recuerda el Cardenal Newman, que “en la época del arrianismo fue la fidelidaad de los laicos la que salvó a la Iglesia”

Pienso que el Sr. Davies habría invitado a los católicos merecedores de este calificativo ― primero y sobre todo, a tomar las armas sobrenaturales ― siendo la más importante, ciertamente, la Misa Tradicional en Latín, el gran amor del Sr. Davies, por la cual, laudablemente, 'derramó ríos de tinta' movido por un santo celo, con el cual amó y adoró lo que el Padre Faber llamó “la cosa más bella de éste lado del Cielo”.

Los medios espirituales deben ser el espíritu de los medios naturales. Éstos pueden consistir en el uso correcto y adecuado de los medios masivos (que los enemigos utilizan para servir al mundo y a su Príncipe) para defender los valores tradicionales. Debemos crear “pequeños fuertes de resistencia” para defender la Tradición y la doctrina inalterable de la Iglesia; debemos estudiar bien los límites de obediencia al Papa y al Magisterio “fluido” que nos presenta éste todos los días, siguiendo firmemente sobre esta cuestión, lo que nos enseña el gran cardenal inglés John Henry Newman, a quien el Sr. Davies admiraba, como admiraba también al Cardenal Manning 43. Sé que fue objeto de críticas por su admiración por Newman, considerado liberal por algunos tradicionalistas. La ortodoxia anti-liberal de Newman fue, sin embargo, confirmada no sólo por el Papa León XIII, quien lo hizo cardenal, sino también por San Pío X en su breve papal al obispo de Limerick del 10 de marzo de 1908. En lo que a mí toca, si yo hubiera vivido en tiempos del Concilio Vaticano I, me habría puesto del lado de Manning contra el de Newman. Pero como vivo en tiempos del Vaticano II, creo que el Cardenal Newman, en sus libros, principalmente en el dedicado a los Arrianos del siglo IV, nos ofrece armas mejores que las de Manning para combatir a los modernistas que se han apoderado del manejo de la Iglesia.

Davies atribuye parte del desastre conciliar también a una falsa obediencia que muchos católicos creen deberle al Papa. Von Hildebrand afirma que, considerar inspirada por Dios toda decisión papal, y de esa manera no sujetarla a crítica alguna, plantea problemas insolubles ante los fieles en relación con la historia de la Iglesia” 44. El propio Cardenal Manning ― uno de los cardenales más ultramontanos en el Vaticano I ― dijo: “La infalibilidad no es una cualidad inherente a ninguna persona, sino una asistencia ligada a un cargo” 45 El Primer Concilio Vaticano no enseña que el carisma de la inflibilidad está siempre presente en el Vicario de Cristo, sino que simplemente no está ausente en el ejercicio de su cargo en su forma suprema, o sea, cuando el Soberano Pontífice enseña como Pastor Universal, ex cathedra, en cuestiones de fe y de moral. 46

El sínodo que está por llegar tendrá como tema la familia y todos los problemas relacionados con ella ― los que el Sr. Davies previó como consecuencia directa de Gaudium et Spes, documento en el cual se invirtieron los fines del matrimonio y se omitió una condenación clara de la contra-concepción ― en particular el divorcio y la posible comunión para los divorciados vueltos a casar. En este caso, el caso del divorcio, la Inglaterra católica está al frente y sólida en su historia de mártires. Hace quinientos años, fue un divorcio lo que causó el Cisma Anglicano. Sabemos cómo era la defección entre los miembros del clero y entre el pueblo, la cual debe ser deplorada, pero también sabemos del testimonio heróico de muchos mártires, a quienes todavía seguimos venerando, quienes oponiéndose a ese divorcio, lo pagaron con sus vidas. Ciertemente no es coincidencia que en la confusión doctrinal y moral de esa época, el primer grupo consistente en alzar la voz vino de Inglaterra. Aquí la sangre de los grandes mártires del siglo 16 ― tales como el Obispo John Fisher y Thomas More ― siguen atestiguando que el marimonio es de derecho divino y nadie, ni siquiera “la Iglesia tiene poder alguno sobre él” (Cardenal Joseph Ratzinger)

Y si esta voz sigue sin ser escuchada, debe recordarse lo que Michael Davies escribió en 1977: “nadie, cualquiera que sea su rango, puede obligarnos a aceptar una interpretación de la enseñanza doctrinal y moral contenida en un documento conciliar que esté en conflicto con la enseñanza anterior de la Iglesia”

Si llegara a imponerse en el próximo sínodo una dirección contraria a la enseñanza tradicional de la Iglesia, deberemos mantenernos fieles a la doctrina inmutable de la Iglesia, teniendo presentes las palabras de Santo Tomás Moro: “Si tengo a todos los obispos contra mí, tengo conmigo a todos los santos y doctores de la iglesia.”



Notas:
[1] Romano Amerio, Iota unum, Ricciardi, Milano-Napoli 1985, traducida a seis idiomas.
2 Mons. Brunero Gherardini, Vatican II Una Discusión muy Necesaria, Casa Mariana, Frigento 2009; Un Concilio mancato,(Un Concilio que Fracasó) Lindau, Torino 2011; Vaticano II, alla radice di un equivoco, (Vatican II, Las Raíces de una Falsa Interpretación) Lindau, Turin 2012.
3 The Second Vatican Council, An Unwritten Story (El Concilio Vaticano II, Una Historia no Escrita), Lindau, Turin 2011.
4 Pope John’s Council (El Concilio del Papa Juan), Augustine Publishing Company, Chawleigh, Chulmleigh (Devon) 1977.
5 The Second Vatican Council and Religious Liberty (El Concilio Vaticano II y la Libertad Religiosa) The Neumann Press, Long Prairie (Minnesota) 1992.
6 H. Manning, Petri Privilegium, Three Pastoral Letters to the Clergy of the Diocese (Tres Cartas Pastorales al Clero de la Diócesis), III, Londres 1871, p. 24, citado en Pope John’s Council, p. 3.
7 Ralph M. Wiltgen, The Rhine flows into the Tiber (el Rhin Desemboca en el Tíber), Hawthorn Books, London 1967.
8 Paolo Pasqualucci, Il Concilio parallelo. L’inizio anomalo del Vaticano II, (El Concilio Paralelo. El Anómalo Inicio del Vaticano II) Fede e Cultura, Verona 2014,
9 Pope John’s Council, p. 45.
10 Bishop W. Adrian, of Nashville (Tennessee), The Wanderer, 1 August and 8 August 1969, citado en Pope John’s Council, p. 44.
11J. Heenan, A Crown of Thorns (Una Corona de Espinas), Londres 1974, p. 354, citada en Pope John’s Council, p. 11.
12 Ralph M. Wiltgen, The Rhine Flows into the Tiber, p. 82, citada en Pope John’s Council, p. 34.
13 Pope John’s Council, pp. 52-78.
14 [1] J. Heenan, A Crown of Thorns, p. 339.
15 M. Davies le dedicó un capítulo entero a este espinoso y controversial tema en su libro, Pope John’s Council, con el titulo “Viraje hacia la Izquierda” (pp.139-157)
16 Ivi, p. 153.
17 Jacques Maritain, Humanisme intégral. Problèmes temporels et spirituels d’une nouvelle chrétienté (Humanismo Integral, Problemas Temporales y Espirituales de una Nueva Cristiandad), Aubier-Montaigne, Paris 1936, ora en Jacques e Raissa Maritain, Oeuvres complètes, Editions Universitaires, Fribourg 1984, vol. VI, pp. 293-642..
18 Pope John’s Council, p. 178.
19 Ivi, p. 179.
20 H. Le Caron, Le Courrier de Rome, 15 October 1975, citado en Pope John’s Council, p. 181.
21 Henri Fesquet, Le Journal du Council, H. Morel 1964, pp. 517-518, citado en Pope John’s Council, p. 56.
22 Religious Liberty, p. 174.
23 Religious Liberty, p.185.
24 Pope John’s Council, p. 264.
25 L.-J.Suenens, La Croix, 6 April 1965, citado en Pope John’s Council, p. 91.
26 Cf Pope John’s Council, App. IV, pp. 270ss.
27 Ivi, p. 273.
28 Ivi, p. 212.
29 J. H. Newman, The Development of Christian Doctrine (El Desarrollo de la Doctrina Cristiana)  Londres 1974, Ch. II, Sec. II., p. 11, citado en Pope John’s Council, p. 212.
30 Pope John’s Council, p. 214.
31Ivi, p. 226.
32 R. J. Dwyer, The Tidings, 9 July 1971, citado en Pope John’s Council, p. 226.
33 Cf Pope John’s Council, p. 242.
34 J. Heenan, A Crown of Thorns, p. 367, citado en Pope John’s Council, p. 243.
35 X. Rynne, The Second Session (La Segunda Sesión), London 1964, p . 297, citado en Pope John’s Council, p. 227.
36 M. Lefebvre, Un Eveque Parle (Un Obispo Habla), Parigi 1974, pp. 155-156, citado en Pope John’s Council, p. 67.
37 Pope John’s Council, p. 186.
38 Lead Kindly Light: The Life of John Henry Newman ((Guíame Luz Amable, La Vida del Cardenal Newman) Neumann Press, 2001
39 Ivi, p. 174.
40 H. Manning, The True Story of the Vatican Council (La Verdadera Historia del Concilio Vaticano) Londres 1877, p. 179, citado en Pope John’s Council, p. 175.
41 Cf Pope John’s Council, pp. 175-176.
42 Pope John’s Council, p. 186.
43 Lead Kindly Light: The Life of John Henry Newman  Neumann Press, 2001
44 Ivi, p. 174.
45 H. Manning, The True Story of the Vatican Council, London 1877, p. 179, citado en Pope John’s Council, p. 175.
46 Cf Pope John’s Council, pp. 175-176.