El Socavado de la Iglesia Católica
Por Mary Ball MartínezII Crónica 1903-1963
Se Forma una Alianza
Si la revolución católica no nació en las sesiones del Concilio Vaticano II, tampoco puede decirse que se haya originado, como lo dice el P. Rotondi, en 1943 con Mystici Corporis. Aun cuando la Iglesia en un sentido real había permanecido en estado de sitio desde la Revolución Francesa, los primeros impulsos destinados a motivar al Papa Pío XII a que pronunciara su enorme cambio de paradigma pueden ser rastreados a la vuelta del siglo.
Era un período en el que el mundo parecía estar desusadamente orgulloso de sí mismo. Relativa paz y prosperidad habían durado más tiempo que lo que muchos hombres podían recordar. Enormes imperios se habían extendido por todo el mundo y estaban funcionando de manera más o menos satisfactoria, en tanto que los hombres de ciencia apilaban promesa tras generosa promesa para el futuro. Ciertamente habían aparecido unas cuantas agudas señales de tragedia en el camino, con el asesinato de un presidente norteamericano, de una emperatriz austriaca y de un rey italiano, pero Vladimir Lenin todavía cavilaba leyendo los periódicos de la tarde en una cafetería de Zurich; el desconsolado emperador seguía arrodillándose en Misa cada mañana en el Hofburg y sus apegados vieneses seguían girando al son de los valses de Johann Strauss.
Los tempranos años 1900s fueron relativamente favorables para la Iglesia Católica a pesar de las severas dosis de anticlericalismo provenientes de los gobiernos de Italia y de Francia. Aun cuando la labor misionera de las órdenes religiosas francesas y belgas apenas se había iniciado en el África, la pertenencia a la Iglesia Católica en el resto del mundo estaba distribuida de una manera muy parecida a como lo está ahora. Aun cuando el Papa León XIII, al igual que su predecesor Pío IX, insistía en estar como "prisionero en el Vaticano" en protesta por la confiscación de los Estados Pontificios hecha por la Italia insurgente, y había alcanzado los noventa años de edad después de un reinado notablemente productivo, poco frustrado por su estado de cautivo, Había emprendido vigorosamente un programa de reforma de los seminarios, abierto la Biblioteca Vaticana a los estudiosos, fundado una comisión para estudios bíblicos y emitido cincuenta encíclicas, siendo las más sobresalientes Humanum Genus, una denuncia cándida de la Masonería, y Rerum Novarum, en la cual delineó la postura de la Iglesia acerca de las relaciones laborales.
Vivos y sanos al iniciarse el nuevo siglo, estaban los cinco italianos que en el curso de las siguientes décadas habrían de darse a la tarea de transformar la Iglesia Católica. El mayor de ellos era Pietro Gasparri, de 48 años, el napolitano que habría de llegar a ser Secretario de Estado, tanto para Benedicto XIV como para Pío XI. Giacomo della Chiesa, el genovés que habría de llegar a reinar como Benedicto, tenía 46 años, Eugenio Pacelli, de 24 años, un romano recién ordenado que llegaría a ser el Papa Pío XII. Había dos lombardos, Angelo Roncalli, el futuro Papa Juan XXIII, y el párvulo de tres años, Giovanni Battista Montini, que habría de llegar a ser el Papa Pablo VI.
Las vidas de los cuatro adultos y, a través de sus padres, la del niño, estaban ligadas unas con otras. Conforme fueron pasando los años, sus carreras habrían de entrelazarse en lo que podría verse como un tipo de esfuerzo conjunto que habría de ser de gran ayuda práctica para su insólito emprendimiento. ¿Una conspiración? El término es demasiado pueril, con su connotación melodramática, y demasiado simplista en su falta de consideración del hecho de que cada una de estas personas, viniendo de las particulares familias de donde venían, habiendo experimentado la particular educación que experimentaron y sometidos a las particulares influencias a que habían sido sometidos, de no ser por cinco grandes milagros, no podían haber actuado de manera diferente de como lo hicieron.
Digamos que ellos tenían la misma perspectiva y que esa perspectiva era la de un nuevo tipo de Iglesia Católica. Ellos no eran los únicos hombres de su época que compartieran tal perspectiva; sin embargo, debido al poder que cada uno de ellos habría de llegar a detentar, fueron los que habrían de llevarla a ejecución. Uno después del otro en cerrada sucesión habrían de llegar a ver, lentamente primero, su visión tomar forma. Su desarrollo acelerado los sustentaría durante medio siglo o más hasta los años finales de vida del último de los cinco, cuando las estadísticas comenzaban a mostrar que su sueño estaba convirtiéndose en una pesadilla, y el Papa Montini, mal preparado para llevar esa carga, se deshizo en lágrimas.
La presión fue mayor sobre Montini, el más débil de los cinco, y sobre Pacelli, el más fuerte. Material bibliográfico señala un asombroso paralelo en los primeros años de vida de ellos dos. Cada uno de ellos fue elegido, educado y promovido por sus padres y poderosos amigos de ellos, dentro del Vaticano, para hacerse Papa, de manera tan eficaz como un príncipe heredero es preparado para hacerse rey. Ambas familias, la Pacelli y la Montini habían estado por mucho tiempo vinculadas con asuntos del Vaticano. El abuelo de Eugenio, Marcantonio, había llegado a Roma desde la provincia de Viterbo, cuando su hermano Ernesto, miembro de la casa bancaria Rothschild, acometió la tarea de otorgar un préstamo importante a los Estados Pontificios bajo el reinado del Papa Gregorio XVI. Ernesto permaneció ahí pare establecer las primeras oficinas del Banco di Roma, en tanto que Marcantonio se hizo asesor legal de confianza, tanto de Gregorio como de su sucesor, Pío IX, acompañando finalmente a este último en el exilio en la ciudad costera de Gaeta cuando la agitación política en Roma se veía amenazante.
La conexión Rothschild pronto dio lugar a la casi certidumbre de que la familia Pacelli de banqueros así como la de los Montini, eran de origen judío.
La instigación a la agitación en los Estados Pontificios, justificable o no, debe atribuirse a los dirigentes de la masonería Italiana. De la misma manera como los protestantes del siglo XVI eran ex-católicos que se sentían seguros de haber encontrado una forma mejor de culto, así los masones que hostigaban los países católicos con movimientos y gobiernos anticlericales en todo el siglo XIX eran ex-católicos. seguros de haber encontrado una mejor forma de vivir y de manejar a la sociedad. En los países católicos, particularmente en Italia y en Francia, las demarcaciones no siempre estaban claramente delineadas. Se sabe que en la época de la Revolución Francesa, cientos de franceses agregaron un juramento masónico a sus votos sacerdotales y, según numerosas fuentes masónicas, el P. Mastai-Ferreti que habría de llegar a ser el Papa Pío IX, fue admitido en la logia Eterna Catena de Palermo en 1837 a la edad de 46 años. Diez años más tarde, como Papa habría de conceder una amnistía general a los más revolucionarios de toda la Fraternidad, los Carbonarios y detener la obra de Jacques Crétineau-Joly, SJ, a quien Gregorio XVI le había ordenado investigar la actividad masónica en los Estados Pontificios. La Monarquía Austriaca, conocedora de la orientación de Mastai-Ferreti. había tratado de evitar su elección cuando, inesperadamente, fue aprobada a toda prisa.
Lo que le haya sucedido al pensamiento de Pío IX durante sus dos años en el exilio, bastó para volver al Vaticano hecho un hombre cambiado: De ahí en adelante habría de dedicarse a la defensa de la Iglesia contra sus enemigos y sus Estados Pontificios contra la subversión. El Padre Crétineau-Joly fue rehabilitado. Pío Nono, como los italianos lo llamaban con afecto, vivió para convocar el Concilio Vaticano de 1870, que ahora es llamado el "Primero."
A su regreso de Gaeta, Marcantonio Pacelli dejó al Papa para unirse a los fundadores del diario del Vaticano l'Osservatore Romano. Como en el caso del niño Montini años más tarde, a Eugenio, el nieto de Marcantonio, no se le permitió asistir a la escuela. Diciéndose de él que era demasiado frágil (como habría de decirse del pequeño Montini) fue instruido en casa por un tutor hasta los últimos años de la secundaria, cuando recibió un diploma del Liceo Visconti, manejado por el estado, bien conocido entre los romanos por ser el centro educativo más hostil a la Iglesia que cualquier otro en la ciudad.
Eugenio Pacelli tenía sólo dos años de edad cuando su padre lo llevó a ver en su lecho de muerte a Pío IX, de quien se dice que dijo "Instruya bien a este niño para que algún día sirva a la Santa Sede." El sucesor de Pío IX, León XIII, continuó con la tradición de que los Pacelli eran una "familia Vaticana" acogiendo a Eugenio, el graduado de secundaria, para colocarlo bajo el cuidado especial de su Secretario de Estado, el Cardenal Rampolla. "Haga usted de él un buen diplomático" fue lo que le pidió el Papa. Aquí nuevamente, el joven no habría de vivir una vida normal de estudiante. La preparación para el sacerdocio procedió de manera privada hasta los dos últimos años de estudio, cuando el Cardenal se impuso al Rector del Colegio Capranica para que se admitiera a su pupilo como estudiante diurno..
Si la elección del Liceo Visconti por la familia Pacelli había sido algo extraña, la elección del Capranica por el Cardenal era algo pasmoso. En los años 1890s, este seminario era conocido de un extremo al otro de Italia por ser el cuartel general del tipo de radicalismo teológico que pronto habría de ser catalogado como "Modernismo". La escuela ha mantenido esa reputación hasta nuestros días, festejando al "Abad Rojo" Franzoni luego de su suspensión a divinis en los años 1970s, así como a Ivan Illich del CIDOC, en tanto que los vecinos siguen quejándose de las celebraciones que duran toda la noche y se extienden a las obscuras callejuelas, cada vez que ocurre algún triunfo importante de la izquierda, desde la victoria del aborto en el Parlamento Italiano hasta los resultados del referendo en Chile. Aunque las cosas hayan sido considerablemente más sosegadas a fines del siglo pasado, las enseñanzas heterodoxas habían sido más graves.
El contenido de la instrucción privada ofrecida al futuro Pío XII podrá nunca llegar a conocerse; sin embargo, su escasa instrucción escolar, en aislamiento, y el sesgo revolucionario de las escuelas a las que sí asistió se unió a su extraña preparación para hacer carrera en la jerarquía católica. Como Papa habría de permanecer fiel al Capranica, haciendo en 1957 una de sus raras excursiones fuera del Vaticano con el fin de inspeccionar el trabajo de restauración de los edificios principales del Colegio, que él mismo había ordenado
Es cuando llegamos al nombre del hombre a quien el Papa León le confió la dirección del muchacho Pacelli, donde resulta más difícil de evitar el término "conspiración" tan solo porque el noble Siciliano fue uno de las figuras más controvertidas en la historia de la Iglesia Católica.
Detentando el segundo puesto más importante durante dieciséis de los veintiséis años del pontificado de León XIII, se había dado por hecho que el Cardenal Rampolla habría de ser el siguiente Papa. Cuando León finalmente murió en 1903 y se realizó un cónclave, los votos por Rampolla aumentaban en las votaciones iniciales hasta que, para asombro de los electores, el Cardenal Metropolitano de Cracovia se levantó para detener el proceso con un anuncio que habría de ser telegrafiado por todo el mundo. Hablando en representación de Su Majestad Imperial, Francisco José de Austro-Hungría, el primado polaco pronunció un veto a la elección del Cardenal Rampolla. Tan molestos como asombrados, los Padres pronto descubrieron que una cláusula por largo tiempo olvidada del tratado entre Viena y el Vaticano hacía su intervención legalmente vinculante.
No se dio razón alguna del veto, aunque se insinuaba una razón política. Se suponía que a Austria le habían desagradado algunas de las actitudes pro-francesas de Rampolla. Años más tarde, sin embargo, se reveló que un tal Monseñor Jouin, un prelado francés dedicado a descubrir masones con el celo de un Simón Wiesenthal localizando nazis, había hallado lo que él afirmaba ser evidencia irrefutable de que el Cardenal no sólo era miembro de la Fraternidad, sino que era el Gran Maestre de una secta particularmente obscura conocida como el Ordo Templi Orientis en la cual había sido iniciado en Suiza algunos años antes. Los esfuerzos de Jouin por hacer llegar esta información a la atención del Papa fueron frustrados naturalmente por Rampolla y sus seguidores y amigos en las oficinas del Secretariado de Estado. Ansioso de que los hechos fueran dados a conocer con anticipación al cónclave que se aproximaba, Jouin se puso en contacto con la corte austriaca y ahí encontró quien le escuchara.
Un reciente estudio del historiador italiano Giovanni Vannoni, entra en algunos detalles acerca de la Ordo Templi Orientis, conocida como OTO. La llama "una de las más desconcertantes sociedades secretas existentes en la presente época". Fue fundada tan sólo unos cuantos años antes del cónclave papal en cuestión, por un próspero vienés cuyos frecuentes viajes al lejano oriente lo habían hecho adepto a "las técnicas de magia sexual" como la enseñaban ciertos yoguis en la India. Co-fundadores de OTO fueron dos alemanes, Theodor Reuss, quien también era miembro del muy oculto Rito de Memphis basado en Inglaterra, y Franz Hartmann, un médico que había pasado años en los Estados Unidos adherido al cuartel general de la Sociedad Teosófica de Madame Blavatsky. Devotos posteriores del OTO incluirían a Rudolf Steiner cuyas enseñanzas habrían de jugar un papel importante en la vida de Angelo Roncalli, provocando su expulsión del claustro de profesores del Seminario Lateranense. El miembro más notorio de OTO probablemente era Aleister Crowley, inmortalizado en la primera novela exitosa de Somerset Maugham, El Mago. Elegido Gran Maestre en 1912, Crowley se proclamaba estar "bajo la guía de una Inteligencia Superior" que le estaba aconsejando "abrir las puertas a una Nueva Era que estaba destinada a substituir la Era Cristiana que se hallaba ya en su agonía de muerte."
Bien pudo haber sido la alarma que siguió a la fuerte condenación de la Masonería por León XIII en Humanum Genus lo que causó a la Fraternidad forzar su paso al poder real en el Vaticano. Tomó tres años para que el mismo Rampolla fuera nombrado Secretario de Estado. Tan valiente en una época, el Papa, después de décadas de tener al jefe de la OTO a su lado, se referiría discretamente a los disidentes que rodeaban al Cardenal Gibbons como "Americanistas", en tanto que Civilta Cattolica llamaba logia masónica al centro que mantenían ellos en Roma. De interés especial es seguir el rastro de las relaciones de Rampolla con los cinco hombres que pronto habrían de conducir a la Iglesia Católica hacia su "nueva era". Giacomo della Chiesa, el futuro Benedicto XV, era un graduado de Capranica elegido por Rampolla como su secretario privado en la nunciatura de Madrid. Habría de llegar a ser una relación de veinte años. Como Secretario de Estado, el Cardenal Rampolla trajo a Roma a Pietro Gasparri del Instituto Católico de París, para hacer de él su asistente principal. Gasparri habría de convertirse en el poder tras el trono de Pío XI.
Mientras tanto, el joven P. Pacelli, por largo tiempo bajo la tutela de Rampolla, pasó a ser su secretario privado y compañero regular en sus viajes en misiones diplomáticas importantes. Juntos asistieron al funeral de la Reina Victoria. Posteriormente, y todavía en sus medianos años veinte, al P. Pacelli, trabajando como minutante en las oficinas de la Secretaría de Estado, se le dio acceso a reuniones de alto nivel en el Vaticano.
En esos días entraba y salía de las oficinas del Secretario Rampolla el periodista y político Giorgio Montini. padre del futuro Pablo VI, cuya idea de un partido político auspiciado por la Iglesia había atraído la atención de Rampolla. El Papa León, sin embargo, no se persuadió. En cuanto al futuro Papa Juan, su carrera se relacionaba con el Cardenal Rampolla a través del buen amigo y confidente de éste último, Monseñor Radini Tedeschi, por mucho tiempo compañero de trabajo de della Chiesa en las oficinas de la Secretaría de Estado. Angelo Roncalli, proveniente de una pobre familia de campesinos, le debía mucho de su educación y ascenso al episcopado enteramente a Radini-Tedeschi, llegando a ser su secretario privado y acabando por escribir la biografía del obispo luego de su muerte.
Dado el poder del carisma personal del cardenal siciliano y la presunta dirección a la que enfocaba sus esfuerzos, los católicos tradicionales están prestos a señalar una "camarilla Rampolla" y hasta una "mafia Rampolla". Una alianza ciertamente existía. l'Osservatore Romano del Vaticano admitió eso en una editorial que celebraba la elección del Cardenal Roncalli al papado en 1958. "Fue Benedicto XV (Giacomo della Chiesa) quien, como lo había hecho con Achille Ratti (Pío XI) y Eugenio Pacelli, colocó el pie de Angelo Roncalli, a quien ahora conocemos como Juan XXIII, en el primer peldaño de la escalera que le conduciría a la Silla de Pedro."
Se Sufre un Descalabro
Giorgio y Giuditta Montini, padres del futuro Pablo VI, pueden haber tenido tanto que ver como cualquiera con la apresurada substitución de Giuseppe Sarto, Patriarca de Venecia, en lugar del Secretario Rampolla, luego de la sensacional interrupción del cónclave de 1903. En sus frecuentes viajes al Vaticano, Montini bien pudo expresar las preferencias de su familia por Sarto, preferencia transmitida por Rampolla a los perplejos y frustrados electores. El grupo Brescia, encabezado por los Montini cuando trabajaban por crear un partido político, había estado en contacto con el Patriarca cuando éste estaba organizando círculos de jornaleros para después del trabajo.
Él es un hombre de nuestra manera de pensar, Montini ha sido citado como haberlo dicho. Que él fuera un hombre de sincera humildad y sencillez puede también haberlo recomendado como sustituto de Rampolla. De hecho, cuando el cónclave se reanudó y su elección parecía inminente, se le oyó protestar ante el Cardenal Gibbons "¡Pero yo no sé nada de asuntos mundiales!" a lo cual el norteamericano respondió, "¡Tanto mejor!"
Ciertamente mejor para lo que habría de continuar siendo un Vaticano de Rampolla. la presencia en la silla de Pedro de un hombre que podía ser dirigido y hasta manipulado. Los biógrafos de Giuseppe Sarto, San Pío X, tienden a pasar por alto el hecho de que este valiente héroe de los tradicionalistas haya nombrado a Mariano Rampolla para lo que, en el agitado clima teológico de 1903, era el puesto más sensible de la Curia, el de Prefecto para la Doctrina de la Fe, el Santo Oficio.
Si la medida parece incongruente, sea ésta un sustento más fuerte de la tesis de este libro; el socavado no ocurrió durante el Vaticano II. Claramente, 16 años con un dirigente de la OTO como Secretario de Estado había establecido un control masónico tan firme como para llevar a que el cónclave de 1903 acabara en un "arreglo"; una transigencia. Aun cuando la información de Jouin todavía no había salido al público, el Vaticano sabía que iría a salir, dejando así al papado en una situación vulnerable. La verdad acerca de Rampolla parecería ser absurda si se le hubiera concedido el Santo Oficio por el Papa.
Lo que salvó el pontificado de Sarto fue el asombroso nombramiento de Rafael Merry del Val como Secretario de Estado. A la edad de 38 años, este mitad irlandés, nacido y educado en Inglaterra, hijo de un diplomático español, sabía mucho de asuntos mundiales. Había ayudado al Patriarca a establecer los círculos de jornaleros, y debe también haberle ayudado a adquirir una intensa percepción de los objetivos de las logias. Como enemigo de la masonería, Merry del Val ha tenido pocos apologistas, y aquéllos que han escrito de él se han concentrado en su piedad, su humildad y en una "ciudad de los niños" en un arrabal de Roma, omitiendo lo que debe haber sido una batalla de once años por la fe. Rampolla encabezaba el Santo Oficio, en tanto que della Chiesa era Subsecretario de Estado. Aun así, los cuatro primeros años de Sarto fueron calmados, con Pio X aparentemente concentrado totalmente en revivir el canto gregoriano e impulsando la comunión frecuente desde temprana edad..
Para el cónclave de 1903, un número sorprendente de tesis que estaban destinadas a transformar la Iglesia en los siguientes sesenta años, ya estaban circulando, desviaciones de la doctrina ortodoxa tan antiguas como el mismo cristianismo y tan lejos en el futuro como el Papa Juan Pablo II. Principalmente en Francia pero también en Inglaterra, Italia y Bélgica; en seminarios, universidades, en plataformas de conferencias, en libros y revistas, estaba empezando a emerger una actitud alternativa hacia la religión. Lo que habría de ser llamado Modernismo estaba en marcha. El movimiento no tuvo un fundador o un programa: Ostentaba solamente un conjunto de actitudes compartidas que incluían el rechazo de la enseñanza de Santo Tomás de Aquino por ser "medieval" y una sensación de que la religión debe tener sus orígenes en la experiencia personal de la cual " el dogma puede ser una expresión, mas no una garantía sofocante". Entre las frecuentes reuniones de los partidarios de esta manera diferente de ser católico, la de Subiaco en Italia, reunió delegados de Francia, Suiza e Italia a quienes se les conminaba a romper las ataduras que oprimen y sofocan a la iglesia"
A diferencia de los disidentes del siglo XVI, los innovadores no tenían deseo de abandonar la Iglesia. Más bien esperaban rehacerla desde adentro. La euforia sobre la entrada del nuevo siglo, así como la excitación acerca de desusadas iniciativas históricas e investigaciones científicas contribuyeron aparentemente a un deseo creciente de inventar nuevas maneras de creer.
El Papa León, a sus noventa años y con el Cardenal Rampolla a su lado, no era alguien que tratara de detener la oleada de especulación teológica. Sin embargo, tampoco hizo la menor cosa por alentarla. Si en los inicios de los años 1900s las novedades religiosas hubieran recibido la clase de apoyo del Vaticano que los innovadores de los años 1950s habrían de recibir, la gran transformación seguramente habría tomado forma antes de la Segunda Guerra Mundial. Debe suponerse que tal apoyo se había esperado con la elección de Mariano Rampolla al papado.
Si Merry del Val presionó al Papa para sacar a los dos por tan largo tiempo asociados del Cardenal Rampolla de su oficina, no fue hasta 1907 cuando Radini-Tedeschi fue consagrado como Obispo de Bérgamo, y della Chiesa como Obispo de Bolonia, que Pío X tomara cualquier medida importante contra el creciente caos que reinaba en los círculos intelectuales católicos. Entonces, citando un gran total de sesenta y cinco aberraciones de la doctrina tradicional que podían encontrarse en revistas religiosas de entonces, llamó al conjunto "Modernismo", y emitió dos denuncias formales, una carta pastoral que empezaba con la palabra Lamentabili y una encíclica que empezaba con Pascendi. Siguió a esos dos documentos la formulación de un extenso Juramento Contra el Modernismo a ser prestado por los superiores de todas las órdenes religiosas, directores de seminarios, y profesorados de teología, así como por todo sacerdote al momento de su ordenación.
El Juramento actuó como un tónico vigorizante sobre el clero preocupado y vacilante. En alrededor de 500 sucintas palabras, definía lo que se espera que los católicos crean. Comenzando con Dios Mismo "Quien puede ser conocido con certeza por la luz natural de la razón" y por "las cosas que han sido hechas" continúa definiendo a la Iglesia como instituida por el "Cristo histórico durante su permanencia en la tierra-" Golpeando al extendido existencialismo que prevalecía entre los que soñaban con una nueva religión, el Juramento dice, "yo profeso que la fe no es un sentimiento religioso ciego que surja de lo profundo del subconsciente... sino el verdadero asentimiento del intelecto a la verdad que nos ha sido revelada..." y "yo rechazo la invención herética de la evolución del dogma que pasa de un significado a otro distinto." El juramento siguió siendo exigido hasta mediados de los años 1960s, para cuando la especulación teológica se había extendido tanto que, el hacer el juramento equivaldría a desafiar al propio Concilio Vaticano II.
En 1907, sin embargo, la acción de Pío X fue efectiva inmediatamente. En la medida en que había sido un movimiento, el Modernismo se resquebrajó. Su precipitada caída puede verse a esta distancia que fue debida al hecho de que las teorías que promovía estaban desprovistas de toda vía de transmisión del Vaticano a los fieles. De esa manera, el modernismo permaneció como fenómeno exclusivo de las academias. El laico promedio tenía poca noción de los errores doctrinales, no se diga que sesenta y cinco variedades de ellos estaban en circulación. Si la acción del Papa hubiera seguido ausente, sin embargo, los jóvenes sacerdotes que salían del seminario hubieran dado expresión limitada a los nuevos conceptos, pero para que ellos los propagaran a los fieles, las teorías habrían tenido que pasar por los obispos, y eso habría implicado la participación del Vaticano.
Con León XIII y Pío X, tal participación estaba fuera de consideración, Aun cuando el grupo de Rampolla dentro del Vaticano ha de haberse visto alentado cuando el Modernismo florecía, y disgustado ahora que había sido aplastado, mostraron consumada sabiduría en su rechazo a darle el menor apoyo público. Conscientes del hecho de que las nuevas doctrinas pueden ser absorbidas en la iglesia solamente mediante la aceptación y actuación del papado, se tomaron su tiempo. Después de la publicación de Lamentabili, Pascendi y el Juramento, tuvieron que esperar sólo siete años..
Nuevo comienzo
La muerte del Papa Pío X tuvo lugar sólo dieciocho días después del estallido de la Primera Guerra Mundial. Los once años de su intenso y singularmente honesto pontificado dejó a la Iglesia Católica con un sentido de identidad renovado, al mismo tiempo que la decidida reafirmación de las antiguas certezas hizo despertar el fervor y la devoción.
Al mismo tiempo, los años finales de Sarto, habían representado un severo contratiempo para los que soñaban con un nuevo modo de ser católicos. Aun para recuperar la promesa que el inicio del siglo XX había ofrecido tendría que tomar años, quizás décadas. Aun cuando la resurgencia era segura si la esperada elección de Giacomo della Chiesa, el por largo tiempo secretario del Cardenal Rampolla, se lograra, sería forzosamente lenta. Dada la nueva vigilancia por parte de los fieles contra las desviaciones de las antiguas enseñanzas, cualquier movimiento en dirección de una "Iglesia del futuro" tendría que hacerse con cautela y formularse en la terminología más piadosa. El Arzobispo della Chiesa de Bolonia sí fue elegido Papa en 1914, tomando el nombre de Benedicto XV, en tanto que el otro protegido de Rampolla, Pietro Gasparri, pasó a ocupar el puesto de Merry del Val como Secretario de Estado. Uno se pregunta si el ya muy anciano Emperador de Austro Hungría, abrumado por tragedia tras tragedia, estaba consciente, dos años antes de su muerte, de que el Cardenal Siciliano cuya elección había sido evitada mediante su veto, había, después de todo, ocupado el trono papal en la persona de sus dos asistentes más cercanos.
A riesgo de permitirme hacer generalizaciones, una larga mirada a la Iglesia Católica parecería hacer posibles ciertas salvedades de gran envergadura. Hablando históricamente ¿ha habido misioneros que igualen a los españoles; mártires que igualen a los ingleses; o pensadores sobre cosas sagradas, para bien o para mal, tan dotados como los franceses? Si el nuevo Papa esperaba volver a despertar el liberalismo, tendría que empezar por los franceses. El objetivo principal que Benedicto puso en la mira fue lógicamente el grupo que se llamaba a sí mismo Sodalitum Pianem, una asociación de laicos con algunos sacerdotes, dedicada a mantenerse vigilantes de expresiones de herejía en la enseñanza, en la predicación y en las publicaciones, de acuerdo con las normas establecidas por Pío X. Aun cuando el proyecto tuvo su origen en las mentes de Merry del Val y de su secretario, el P. Benigni, periodista de profesión, fue en Francia donde la idea floreció y donde no mostraba señal alguna de agotamiento luego de la muerte de Pío X. Con su llamado a informar directamente a Roma sobre aberraciones doctrinales, el Sodalitum era altamente incómodo para el Papa Benedicto y para su Secretario de Estado. Años más tarde, estando en curso el proceso de beatificación de Giuseppe Sarto, el Cardenal Gasparri expresó un rencor irreprimido, acusando a Pío X de aprobar, bendecir, y animar una sociedad secreta por arriba y encima de la jerarquía, que estaba dedicada al espionaje en sus esfuerzos por vigilar aun a los más eminentes cardenales. En pocas palabras", afirmó, "el Papa bendijo un tipo de masonería dentro de la Iglesia."
La canonización de Sarto, que tuvo lugar durante el reino de Pacelli, pudiera parecer que contradice la tesis de que éste último haya sido el principal promotor de los cambios. Sin embargo, ya que en la misma época el Papa estaba trabajando con Bugnini en la Nueva Misa y luchando contra la todavía conservadora Curia para poner en práctica sus planes para la Semana Santa, podría haberse tratado de una mutua transigencia.
El Papa Benedicto golpeó al Sodalitum en su primera encíclica, pero lo hizo en términos atenuados, de manera semejante a como, años más tarde, Pio XII habría de pegarle a las teorías de la evolución promovidas por Pierre Teilhard de Chardin. No hubo mención de nombres. Ad beatissimi era ostensiblemente un llamado a la paz mundial en la Gran Guerra que se extendía rápidamente. Pedía "un fin a la contienda y la discordia en favor de un nuevo sentido de hermandad." Aun cuando pocos de los laicos, fuera de los dirigentes de Sodalitum, leerían la encíclica, dio a entender a profesores y predicadores, que la guerra entre el Vaticano y los modernistas había terminado. Marc Sagnier, el dirigente del ya por largo tiempo desbandado Sillon, objetivo principal de Lamentabili, había recibido las buenas noticias en una cálida carta personal del nuevo Papa, en la cual Benedicto expresaba su "alta estima". Leyendo alguna obra del disidente francés en nuestros días es difícil creer que no estaba escribiendo para la junta sacerdotal del nicaragüense Daniel Ortega. "Las ideas de la revolución tienen diecinueve siglos de antigüedad y provienen directamente de los Evangelios. La Iglesia debe, por lo tanto, abrirse a la nueva tendencia y entrar al movimiento que está construyendo el mundo moderno."
Como posteriormente lo habría de indicar el Cardenal Gasparri, las investigaciones que hacía el fastidioso laicado francés estaban llegando incómodamente cerca de "eminentes cardenales". Ya tenían en fuga al gobierno anticlerical de Francia, de manera que para 1921, último año del reinado de Benedicto, la presión proveniente de Quai d'Orsay, combinada con las constantes quejas de Gasparri, le llevó a ordenar que Sodalitum se desbandase.
Sobre la base de la hipótesis de que hombres formados por el Cardenal Rampolla ya estaban afianzados en la estructura de poder del Vaticano lo suficiente como para poder controlar la dirección que tomara un cónclave electoral, puede suponerse que la muerte del Papa della Chiesa a la edad de 68 años les presentó un dilema. De haber vivido el número extendido de años que es usual para un hombre de la religión, su muerte una década más tarde habría hallado a Eugenio Pacelli con una edad apropiada para ascender al trono de Pedro. A la edad de 48 años, habría sido visto demasiado joven por los fieles. Allí estaba, por supuesto, Gasparri. Sin embargo, él parece haber preferido permanecer en su puesto de Secretario de Estado. En todo caso, él apoyaba la elección del Arzobispo de Milán. Aquiles Ratti, candidato excesivamente improbable.
Sacerdote bibliotecario hasta la edad de sesenta y dos años, obispo por sólo tres años. con dos de esos tres radicado como diplomático en Polonia, remota para los medios de comunicación y devastada por la guerra. Ratti había sido cardenal-obispo en Italia durante sólo siete meses. Los electores que vinieran de fuera de Italia difícilmente habrían de haber oído de él, y aquéllos con puestos en Italia, demasiado poco. Debe haber requerido una tremenda manipulación por parte de sus promotores, que, suponemos, fue el grupo Rampolla que rodeaba a Gasparri, para dar seguridad a los venerables cardenales, muchos de ellos con décadas de experiencia episcopal, de que el poco conocido Ratti era su hombre. En todo caso, el esfuerzo prosperó. y en los diecisiete años que siguieron, sus proponentes habrían tenido razones para desear que hubiera fracasado.
Achille Ratti, quien tomó el nombre de Papa Pío XI, era el más instruido de los pontífices modernos. En contraste con la por completo escasa, no digamos peculiar, educación a la cual Eugenio Pacelli había sido sometido, aquélla de Pío XI había seguido el curso normal del hijo de una familia de clase media del norte de Italia a finales del siglo pasado. Al dejar el seminario de Milán, cursó un triple doctorado en la Universidad Gregoriana de Roma y, pocos años después de su ordenación, se encontraba de director de la gran Biblioteca Ambrosiana de Milán.
Si no era realmente miembro del círculo interior del Vaticano, tampoco estaba enteramente fuera de él. Había sido alumno de Monseñor Radini-Tedeschi y, como el Papa della Chiesa, había ayudado en la carrera del joven secretario de Radini-Tedeschi, Angelo Roncalli. Como milanés, estaba también en términos amigables con los Montini de la cercana Brescia.
Por otro lado, su elección del nombre Pío había sido hecha, dijo él, en consideración al Papa Sarto, quien lo había pasado de la Ambrosiana a dirigir la Biblioteca Vaticana y con quien de cuándo en cuándo había disfrutado conversaciones y té en el palacio episcopal de Venecia. Cuán cerca estaba en perspectiva con Pío X se hace evidente en varias de sus encíclicas, en tanto que un número igual de sus actos oficiales conllevaba grandes pasos hacia la creación de un nuevo tipo de Iglesia. La paradoja plantea una perturbadora pregunta que puede ser contestada en sólo una de dos maneras, ya sea que Pío XI sufría de esquizofrenia intermitente, o que su pontificado, de diecisiete años de duración, fue una continua batalla con sus sucesivos Secretarios de Estado, Gasparri y Pacelli.
El año de su elección fue uno de tremendo portento para el mundo, Vio el nacimiento de las Repúblicas Socialistas Soviéticas, la casi muerte de hambre de millones de alemanes, la convergencia de las Camisas Negras de Mussolini en Roma. la implacable continuación de veinte guerras menores, y el otorgamiento del Premio Nobel de la Ciencia a un físico sueco por un notable descubrimiento en la fisión nuclear.
El nuevo Papa veía el desastre de aquel antiguo baluarte del catolicismo, el Imperio de los Habsburgo y su reemplazo con una serie de repúblicas decretadas por el Tratado de Saint Germain, con el ojo de un tradicionalista. En su primera encíclica, Orbi Arcani, lamentaba el nuevo igualitarismo, "Con Dios excluido de la vida política, con la autoridad derivada no de Dios sino del hombre, la misma base de la autoridad ha sido arrancada, porque la razón principal de la distinción entre el gobernante y el sujeto ha sido eliminada." Dos años más tarde, definió sus principios acerca de las relaciones Iglesia-Estado como el "Reinado de Cristo" en la encíclica Quas Primas. Cualquiera de esas dos encíclicas podía haber sido escrita por Pío X.
Después, como si se encaminara en la dirección opuesta, al final de su primer año en el cargo, Pío convocó a un Congreso Eucarístico en Roma. Los detalles, que habían sido elaborados por el Cardenal Gasparri, incluían una misa de gallo en la noche de la Navidad en el altar mayor de San Pedro, con el Papa cantando la liturgia en un ritual hasta entonces sin precedente. La congregación cantaba los responsos. Gasparri explicó a las multitudes que el Papa deseaba ardientemente que los fieles tomaran parte en la liturgia"
Pío XI fue el primer Papa en poner en acción lo que ahora llamamos ecumenismo. Como a la palabra 'eclesiología', a la palabra 'ecumenismo' se le dio un significado que nunca antes había tenido. De significar "general, que atañe a todo el mundo", de ahí un concilio ecuménico, ahora significaba la unión de todas las religiones del mundo, En los años 1920s Roma todavía no comenzaba a impulsar lo que con el Papa Juan Pablo II parece haberse vuelto una pasión incontenible, un compromiso de establecer una religión mundial. Cuando se tomaron los primeros pasos al principio de los años 1920s, nadie lo llamaba "ecumenismo" ni siquiera "diálogo", la amable designación era "conversaciones".
Las Conversaciones de Malinas, un proyecto del muy publicitado Cardenal Désiré Mercier. de Malinas-Bruselas y su teólogo vanguardista Lambert Beauduin, trajo a Bélgica a Lord Halifax de Inglaterra para discutir con ciertos miembros de la Universidad de Lovaina acerca de la factibilidad de un acercamiento Anglicano-Católico. Las "conversaciones" que siguieron continuaron intermitentemente durante 1924 y 1925 y provocaron fuertes protestas de la jerarquía católica de Inglaterra, la cual citó el decreto de León XIII que pronunciaba las ordenaciones anglicanas "absolutamente nulas e inválidas," Aun cuando nada substancial parece haber surgido de las pláticas, éstas no fueron olvidadas. Cincuenta años más tarde, en una carta abierta al Cardenal Leo Suenens, sucesor y protegido del Cardenal Mercier, el Papa Pablo recordó las Conversaciones de Malinas, describiendolas como el "fruto de un amor redescubierto".
El Cardenal Mercier y el P, Beauduin procedieron a tornar sus talentos transformadores a hacer de la Jesuita Lovaina un centro de especulación teológica avanzada, mientras que el paradójico Papa Pío XI, como para hacer penitencia por haber dado su consentimiento a las Conversaciones de Malinas, se sentó a escribir lo que habría de resultar ser el último pronunciamiento solemne en salir del Vaticano sobre la cuestión de la singularidad del catolicismo como la única religión verdadera. Mortalium Animus fue una clara condenación de las tesis que las Conversaciones de Malinas habían promovido, "Dejad que estos hijos separados retornen a la Sede Apostólica establecida en esta ciudad por los príncipes de los apóstoles, Pedro y Pablo, quienes con su sangre consagraron la raíz y matriz de la Iglesia Católica; ciertamente no con la idea y la esperanza de que la iglesia fuera a abandonar la integridad de la fe y acoger los errores, sino para que se sometiesen a su autoridad de enseñanza y de gobierno.... Nunca la Sede Apostólica ha permitido a sus súbditos que tomen parte en reuniones de no católicos. No hay más que un camino por el que la unidad de las iglesias puede promoverse y ése es impulsando el retorno a la verdadera Iglesia de Cristo de aquéllos que se han separado de ella."
Se reprime a los franceses
Casi tan pronto como la condenación de Sodalitum se dio a conocer, los anti-modernistas franceses podían ser encontrados re-agrupándose en varias organizaciones, particularmente en la ya floreciente Action Francaise. Fundada por dos prominentes literatos, el parlamentario y ensayista León Daudet, y el periodista Charles Maurras, l'Action rechazaba los dogmas liberales de la separación Iglesia - Estado, abogando por la creación de un Estado Católico, de preferencia monárquico, con una estructura económica corporativa. Como la Sodalitum de antes, l'Action Francaise estaba destinada a caer bajo el hacha papal,
La historia de la condenación es extraña. ¿Cómo, ha sido preguntado, pudo Pío XI, quien tan recientemente había basado su encíclica Quas Primas, en los mismos valores tradicionales que l'Action promovía, haberse volteado contra un movimiento que estaba tan en línea con su propia manera de pensar? ¿Cómo pudo poner las obras de Charles Maurras en el Index de libros que los católicos no debían leer, a pesar de haber elogiado públicamente al autor como "el más maravilloso defensor de la fe?"
En varias memorias de aquel entonces publicadas recientemente, hallamos evidencia de una sórdida intriga. Ya en 1950 Maurras había escrito desde la cárcel “ya tenemos ahora prueba de que muchos ejemplares de mi escrito habían sido falseados antes de ser entregados al Papa para que las leyera.¿Cómo de otra manera podría haber leído mis obras durante meses y encontrar material nocivo que los más objetivos lectores nunca hallaron? enormidades virtuales se hicieron contra nosotros.
La escoria completa de la historia no salió a la luz hasta después de la muerte de Maurras a la edad de 84 años, habiendo pasado los últimos nueve años de su vida en confinamiento solitario, víctima de la purga política de la post-guerra, hecha por el General de Gaulle. En 1974, una biografía del Inspector Bony, en la vida real "Inspector Maigret", fue publicada por su hijo en los años 1920s. Escribiendo una reseña de su libro en el diario romano Il Tempo, Aldo de Quarto afirmó: "En Roma, en 1925, aquellos herederos del Cardenal Rampolla y del Sillon, encabezados por el Secretario de Estado del Vaticano, Pietro Gasparri, habían estado, ya por mucho tiempo, presionando al Papa Pío XI para que condenara a Charles Maurras, cuyas publicaciones no daban paz a la masonería. La presión dentro del Vaticano estaba siendo secundada por la presión del gobierno francés.
En este punto, el Cardenal Mercier de las Conversaciones de Malinas reaparece en el escenario. A principios de 1926, como parte de su programa para reestructurar la Universidad de Lovaina, invitó a sociólogos de mente liberal de toda Europa a venir a Bruselas a formular lo que él llamó el código social de Malinas, un tipo de constitución para su recién organizado Instituto de Filosofía, órgano destinado a llegar a ser el centro mundial del pensamiento radical católico,
Sacando ventaja de la presencia de tantos eruditos. Mercier hizo circular un cuestionario entre la Asociación de Juventudes de habla francesa que él había fundado un año antes. La pregunta clave: ¿Quién considera usted que sea el más grande maestro del Catolicismo que viva ahora? Apabullantemente, la respuesta fue "Charles Maurras". Los filósofos se alarmaron. Con la sobresaliente atracción de Maurras a la juventud ¿no estará este super patriota en camino de encabezar una exitosa revolución nacionalista como la que ya había tenido lugar en Italia? Los enemigos de Maurras en la iglesia y el estado unieron filas. En un esfuerzo por mantener el asunto confinado a Francia, el Secretario Gasparri ordenó al nuncio que encontrara algún obispo francés dispuesto a actuar como frente de una operación represiva. El Cardenal Charest de Rennes se indignó cuando lo abordaron, "¿Atacar a Maurras, el más grande pensador anti-bolchevique en el país?" El Arzobispo de París, Cardenal Dubois dijo: "No cuenten conmigo. Yo soy uno de los directores de l'Action Francaise,"
Perdiendo la paciencia con los esfuerzos del Vaticano, el Premier de Francia, Poincare decidió actuar por su cuenta. Tenía a su hombre, el Cardenal Andrieu, Arzobispo de Burdeos, a quien los hombres del Inspector Bony habían pillado con las manos en la masa en una importante operación de contrabando de diamantes. El asunto había sido silenciado contra el pago de una fuerte multa, pero cuando Andrieu recibió la encomienda de atacar a Maurras estaba muy dispuesto a obedecer. El 25 de abril de 1926, exactamente en el décimo sexto aniversario de la condenación de Sillon por Pío X, el Arzobispo de Burdeos expidió una extensamente publicada carta abierta, acusatoria de Charles Maurras y de l'Action Francaise. De Quarto escribe "Los miembros fueron acusados de ser exclusivamente políticos más que espiritualmente católicos, profanadores de la virtud, partidarios de la esclavitud, el ateísmo y el paganismo."
Toda Francia quedó estupefacta. Cuando los verdaderos ateos, paganos y marxistas estallaban en carcajadas al leer la carta mientras tomaban café en los bulevares, escritores religiosos sinceros, aun progresistas empedernidos como los editores dominicos de Temps Present, vigorosamente objetaron a lo que llamaron "una carta calumniosa que contiene los más graves errores,"
Incapaz de creer las acusaciones de Andrieu, el Papa Pío ordenó a Gasparri que le consiguiera el periódico de Maurras para su lectura diaria. Lo que se le proporcionó fue, sin embargo, la audición diaria de lo que le leían. Cuando de Quarto escribía en 1947, esta pieza de información no le estaba disponible. Ahora sabemos que el Papa, en perfecta confianza, permitió a su secretario privado el P. (posteriormente cardenal) Confalonieri, que le leyera los diarios de la mañana; como el Cardenal lo relató en una entrevista que le hizo la prensa italiana unos años más tarde. Después de tres meses de escuchar la versión de Confalonieri de los artículos de Maurras, Pío XI ya había tenido suficiente. El 20 de diciembre emitió un decreto solemne, ordenando a los católicos abandonar l'Actión Francaise bajo pena de excomunión.
Cuatro días más tarde, en la víspera de la Navidad, el periódico condenado apareció llevando el encabezado "NON POSSUMOS!" l'Action Francaise no podía, ni abandonar la fe ni abandonar Francia. Maurras escribió, "En la situación en que se encuentra Francia hoy en día, la destrucción de l'Action Francaise es un acto político, no religioso. Si fuéramos a someternos, nuestra patria se hallaría indefensa. Tan difícil como es, si no hemos de traicionar a nuestro país, nuestra única respuesta es "NO PODEMOS!"
En los políticamente precarios años 1930s, los jóvenes seguidores de Maurras lucharon contra el comunismo en las calles de París mientras, de cuándo en cuándo, se veía una extraña procesión funeraria con laicos que se suponía que estaban excomulgados, llevando un crucifijo y dirigiendo las oraciones, mientras una fila de dolientes se aproximaban a las puertas de iglesias que permanecían cerradas.
El corresponsal Aldo de Quarto escribía su reseña de la biografía de Bony en el apogeo del furor internacional de los medios por la 'rebelión' del Arzobispo Marcel Lefebvre, y concluyó su artículo admitiendo un agudo sentido de malestar, "Ayer como hoy, ¿quién, allá al otro lado del Tíber, en Roma, es el que logra maniobrar contra todo lo que huela o suene a tradición, todo lo que ahora llamamos 'la Derecha'? Ayer contra Charles Maurras, hoy contra Marcel Lefebvre. ¿Cuáles son los misterios de este Vaticano?
Se reprime a los mexicanos
Conforme continúa el drama de la transformación católica, la perplejidad sobre los misterios del Vaticano puede sólo hacerse más profunda para aquéllos que, en cada acontecimiento importante de la historia de la iglesia del siglo XX, ven algo separado en sí mismo. Vistos, en cambio, como una línea consistente de esfuerzo continuo que tiene el propósito de impulsar un nuevo tipo de religión, esos grandes acontecimientos pueden verse avanzar en una secuencia coherente.
Visto de esta manera, la abolición de l'Action Francaise fue un gesto lógico. Si la Sociedad Perfecta tenía que ser superpuesta con un nuevo tipo de cristianismo, entonces el ardor por las antiguas verdades tendría que ser disipado. La preocupación más grave de los progresistas había sido la defensa de un estado católico. Recordaban con desagrado la amonestación de Pío X "Es una tesis absolutamente falsa y un error en extremo peligroso el pensar que la Iglesia y el Estado deben estar separados. Esa tesis es una negación obvia del orden sobrenatural. Limita la acción del Estado al propósito único del bienestar público en esta vida, y no se ocupa de manera alguna con el bienestar más profundo, que es la felicidad eterna, aquélla que está preparada para ellos después de esta vida tan breve."
Aun antes de que las dificultades en Francia hubieran sido despachadas, el Vaticano se vio confrontado por otro resurgimiento de la antigua fe; esta vez a nueve mil millas de distancia de Roma. En México, la inesperada definición y aplicación de drásticas leyes antirreligiosas que, presuntamente, estaban contenidas en la Constitución de 1917, explotó en forma de una guerra civil a plena escala. Durante los siguientes tres años, decenas de miles de labriegos, obreros, gente de ciudad y estudiantes, se enfrentaban a tropas federales para combatir y morir al grito de "¡Viva Cristo Rey!" En la cúspide del conflicto, los rebeldes, despectivamente llamados "Cristeros" por el gobierno, ascendían a cuarenta mil hombres con su correspondiente cuerpo de oficiales. No llevaban uniformes, ni recibían paga, y muchas veces carecían de alimento y, gracias a un estricto embargo impuesto por los Estados Unidos sobre la venta de armas, tenían pocas con qué pelear.
Era una guerra religiosa de laicos. No se sabe de más de siete sacerdotes que hayan tomado parte activa en el conflicto. Los laicos luchaban en defensa de sus obispos, aun cuando los obispos hubieran cerrado las iglesias y casi todos ellos huido del País. Persuadidos de que la promulgación de las llamadas Leyes Calles significarían la asfixia del catolicismo, la jerarquía había telegrafiado al Cardenal Gasparri en Roma, pidiendo permiso para cerrar las iglesias.
Llegó el permiso y, de pronto, no había más misas, no había más sacramentos. Labradores pobres dejaban sus campos para participar en el combate como voluntarios, muchachas de servicio se unían en grupos desafiando los cañones de agua de la policía de la Ciudad de México, por el derecho de unirse a rezar, y mujeres de toda clase social por todo el País formaron una liga clandestina dedicada a Juana de Arco, imponiéndose ellas mismas un voto de secreto con el fin de recaudar dinero, emprender labores de inteligencia, y reunir y servir alimentos a los combatientes, en tanto que estudiantes de derecho, algunos de ellos poco más que adolescentes, se encaraban a los pelotones de fusilamiento del gobierno. Era una colaboración espontánea a escala nacional que no ha sido experimentada en toda la América Hispana antes o después.
Desde el mero principio de las dificultades en México, dos señales contrastantes llegaban del Vaticano. Estaba la compasiva reacción emocional de Pío XI. Después de escuchar en audiencia privada los relatos trágicos de los Obispos de Durango, de León y de Tamaulipas, se sentó a escribir la encíclica iniquis Afflistiquae. Claramente sobrecogido por lo que había oído de muertes por pelotones de fusilamiento, escribió, "Rosario en mano y al grito de '¡Viva Cristo Rey!' en sus labios, estos jóvenes estudiantes están yendo voluntariamente a su muerte. ¡Qué espectáculo de santidad para el mundo entero!"
El sentimiento estaba considerablemente más refrenado en la oficina del Secretario de Estado del Vaticano. Luego de una amplia exposición de los acontecimientos en México, Monseñor González Valencia de Durango, uno de los pocos que públicamente se pronunció en favor de los Cristeros, se sorprendió de oír al Cardenal Gasparri expresar escepticismo sobre la gravedad del movimiento rebelde. El mexicano sólo pudo replicar, "Eminencia, algunas personas se están rehusando a darnos apoyo porque dudan de la seriedad de nuestra causa y otros dicen que nuestro movimiento no es serio porque no recibimos ayuda. Éste es un círculo vicioso que debe interrumpirse." Suplicó en vano.
El Encargado de Negocios francés en la Ciudad de México escribió confidencialmente al ministro de Relaciones Exteriores Briand en el Quai D'Orsay, "Gasparri está exhausto por una fila de prelados mexicanos con su ortodoxia estridente y sus fulminantes anatemas. Él continuamente los apremia a que lleguen a algún tipo de acuerdo con su gobierno, para alcanzar algún avenimiento con el Presidente Calles.
Ciertamente, oponiendo la sutileza italiana a la intransigencia hispánica, el Cardenal Gasparri trabajó asiduamente por atenuar la fogosidad de los Cristeros. Aconsejó a los miembros de la jerarquía mexicana a denegar el estímulo a los combatientes. Alertó a los obispos de los Estados Unidos a que rehusaran toda petición de ayuda económica. El dirigente estudiantil René Capistrán Garza, ha dejado una patética relación de su intento de recolectar fondos para la causa entre los católicos de los Estados Unidos.
En un Studebaker convertible de segunda mano, en medio del invierno, él y un compañero bilingüe emprendieron su camino hacia Texas, armados con cartas de recomendación dirigidas a obispos y a comandantes regionales de los Caballeros de Colón. Haciendo su primera parada en Corpus Christi, estuvieron esperando a que el obispo leyera sus credenciales; luego relataron su historia. Concluyendo, oyeron palabras a las que difícilmente podían dar crédito, "Ni modo, lo siento." En Galveston, el obispo sacó de su bolsillo un billete de diez dólares y se los dió. Houston, Dallas, Little Rock, apenas les dio para pagar la gasolina a precios de 1926. Luego, en la próspera diócesis de descendientes de alemanes en Saint Louis, el obispo les dio cien dólares de su propio dinero. Pero, para entonces, el Studebaker se descompuso y, a fin de repararlo, los jóvenes tuvieron que empeñar un reloj de oro, reliquia de familia, y una pistola nueva. Topándose con rechazo constante, viajaron sobre hielo y nieve hacia Indianápolis, Dayton, Pittsburg y, finalmente, a la gran Diócesis de Boston, ya desde entonces afamada por su gran número de millonarios católicos de origen irlandés,
El Cardenal O'Connell recibió sus cartas y escuchó su relato. Luego hizo su aportación. Ésta tomó la forma de un consejo, "Les exhorto a ustedes y a su pueblo, que sufran con paciencia las pruebas que Dios les ha mandado." Añadió que, si cualquiera de ellos dos pensaba en abandonar su proyecto a fin de emplearse en Boston, con todo gusto podría extenderles cartas de recomendación.
Cuando, dos meses más tarde, René y su amigo ya estaban de regreso en casa en México, su esperanza habría de elevarse por última vez. El petrolero de Texas, William F, Buckley. les notificó que había persuadido a su buen amigo, Nicholas Brady, Caballero de San Gregorio y Duque de la Corte Papal, que donara un millón de dólares a la causa. Llegando a Nueva York después de un largo viaje en tren, Capistrán se enteró que el non placet del Vaticano había arribado antes que él. Uno sólo puede concluir que haber hecho que hombres como O'Connel y Brady le dieran la espalda a causa como la de los Cristeros, el mensaje del Vaticano debe haber sido no solamente perentorio sino pernicioso.
No obstante, a pesar de inimaginables pobreza, sacrificio, y sufrimiento, poco a poco, batalla tras batalla, la fortuna de los Cristeros y el favor de la población se iban acrecentando, al grado de que para la primavera de 1929 ya se vislumbraba una victoria. Los historiadores concuerdan en que ahí y entonces el gobierno de Plutarco Elías Calles, viendo la apabullante adhesión a la causa rebelde, consideró conveniente llegar a un acuerdo con los Cristeros. Ése era el momento en que los obispos mexicanos, regresando de su autoimpuesto exilio, podrían haber exigido los derechos por los que tantos hombres habían entregado su vida.
Sin embargo, no fueron los obispos, sino el Cardenal Gasparri, quien tomó la iniciativa. Habiendo sido alertado de la amenaza de una victoria Cristera, el Secretario de Estado del Vaticano comenzó a mover hilos que había estado pulsando por largo tiempo. Habiendo hallado dos obispos que estaban dispuestos a transigir, Monseñor Ruiz Flores de Morelia y Monseñor Díaz Barreto de Tabasco, los puso en contacto con el delegado apostólico y con la Conferencia Católica del Bienestar en Washington. Poco tiempo después, se arregló que el protestante Dwight Morrow, embajador de los Estados Unidos en México, actuara como proponente del plan de paz del Vaticano.
Invitando a los dos obispos a que viajaran en tren en su vagón privado, el Sr Morrow también hizo arreglos para que abandonaran el tren cuando, por orden del mismo Sr. Morrow, hizo una parada no programada unas millas antes de llegar a la ciudad de México. Era importante que las negociaciones no se vieran como una gestión norteamericana. Ya en la ciudad. Ruiz Flores y Díaz Barreto fueron depositados en la mansión del banquero Agustín Legorreta, donde habrían de permanecer virtualmente incomunicados durante doce días. Entre tanto, varios otros obispos habían regresado a México y estaban ansiosos de obtener noticias de lo que estaba pasando; sin embargo, todos sus esfuerzos por hablar con los dos que estaban en la casa de Legorreta fueron en vano.
Finalmente, el 11 de octubre de 1929, se firmaron papeles que equivalían a nada menos que la rendición incondicional de un ejército victorioso. En las palabras del Obispo de Huejutla al profesorado de la Universidad de Lovaina un mes más tarde, "El pueblo mexicano, preservando la pura e integral fe de sus padres, ven al Papa como Vicario de Cristo en la Tierra. Conociendo esto, los enemigos de Cristo fueron muy astutos para dirigirse a Roma con el fin de derribar el muro inamovible de la resistencia armada. Muy pronto tuvieron la satisfacción de ver al pueblo dejar las armas a la primera señal del Papa. Los del gobierno que consintieron a un arreglo hicieron toda clase de promesas verbales pero jamás quitaron después una sola coma de las monstruosas leyes que han herido a la Santa Iglesia en México, y han estrangulado los derechos más sagrados de los hombres y de la sociedad,"
Las iglesias, es cierto, se volvieron a abrir con un clamoroso repicar de campanas y regocijo general. Sin embargo, no había sido el gobierno quien las había cerrado en primer lugar. Ostensiblemente, nada había cambiado. Las escuelas seguían sin poder dar educación religiosa, y los monasterios, conventos y seminarios habrían de permanecer cerrados. Se siguió prohibiendo que los sacerdotes extranjeros ejercieran sus ministerios en el País y a ningún sacerdote se le permitía llevar sotana o gozar del estado civil ordinario, incluyendo el derecho de votar. Los dos que tres obispos que habían alentado a los Cristeros fueron exiliados por el resto de sus días, y la amnistía general que se había prometido a los combatientes rebeldes habría de resultar en la liquidación sistemática de los dirigentes del movimiento durante los siguientes años mediante balas asesinas.
Paralelamente con las sanciones canónicas impuestas a los miembros de l'Action Francaise, el Vaticano de Gasparri amenazó con la suspensión de cualquier sacerdote que administrase sacramentos a católicos que siguieran inclinados hacia la resistencia. "Como consecuencia," en palabras de Monseñor González Valencia, "la estima tradicional de los mexicanos por sus obispos ha quedado enteramente destruida al ver los fieles la inexplicable indulgencia de los obispos para con los perseguidores y la no menos inexplicable severidad, aun crueldad, con los sinceros defensores de la fe. Y le advierto, Eminencia," se estaba dirigiendo al nuevo Secretario de Estado, Eugenio Pacelli, "estos cargos contra los obispos ya han empezado a tocar a la Santa Sede."
El papel que jugó Achille Ratti, Papa Pío XI, en la tragedia mexicana fue aparentemente muy similar a su papel en la cuestión francesa: Monseñor Manríquez, el nuevo obispo de Durango, trató de explicarlo, "Lo que nosotros los mexicanos debemos recordar acerca de Su Santidad es que la razón por la que actuó equivocadamente fue por la enorme presión ejercida sobre él por individuos determinados a salirse con la suya. A final de cuentas, esos intrigantes lo persuadieron de que estos "arreglos", que todos sabemos que no arreglaron absolutamente nada, eran la única manera de conseguir libertad para la Iglesia Católica."
Hasta el día de ahora, al tratado nunca se le ha dado un nombre más digno que el de "los arreglos". Existe un reporte del Cardenal Baggiani en el sentido de que, al finalmente enterarse de lo que los arreglos acabaron siendo, el Papa Pío se puso a llorar.
Se Aproxima la Guerra
Para el año de 1930, los cinco principales transformadores de la Iglesia Católica habían pasado a ser efectivamente tres. Giacomo della Chiesa habiendo muerto ocho años antes y Pietro Gasparri habiéndose retirado luego de pasar dieciséis años como Secretario de Estado del Vaticano.
Entrando al escenario, de regreso de la nunciatura en Alemania, fue Eugenio Pacelli, de 53 años, a quien pronto habría de unírsele Giovanni Battista Montini, de 33, En cuanto a Angelo Roncalli, que entonces tenía 49 años, sus informes diplomáticos rutinarios llegaban a Roma de la nunciatura en Estambul a donde, se decía, había sido exiliado por el Papa Pío XI por haber insertado en su enseñanza teológica en la Universidad Lateranense las teorías del antroposofista Rudolf Steiner.
Regresando a Roma en enero de 1930 para recibir el capelo cardenalicio y su designación como Secretario de Estado. Monseñor Pacelli habría de encontrar que el Vaticano gozaba de un nuevo estatus. Dentro de los palacios, las cosas seguían como de costumbre, pero el terreno donde estaban las iglesias, los jardines y las capillas, se habían convertido en un estado soberano por separado.
Cartas fechadas desde principios de los años 1920s han salido a la luz, que muestran a Charles Maurras apremiando a Benito Mussolini a que "estableciera paz religiosa por medio de un gesto histórico." Maurras se refería al estado de guerra fría que existía entre los herederos de la insurgencia italiana del siglo anterior y el "prisionero en el Vaticano", Pío XI. Siguieron unos cautelosos sondeos por ambas partes y luego tuvo lugar un acontecimiento sin precedentes desde que las tropas de Cardona irrumpieron por Porta Pia en una Roma absorta en el Primer Concilio Vaticano: El Cardenal Merry del Val, todavía en sus tempranos años sesentas pero ya por largo tiempo alejado del poder prevaleciente en el Vaticano, fue invitado a participar en las ceremonias oficiales del Gobierno Fascista para conmemorar el sexcentésimo aniversario de la muerte de San Francisco de Asís, santo patrón de Italia. Puede haber sido el entusiasmo del Cardenal por una reconciliación lo que haya movido finalmente a Pío XI a iniciar negociaciones. En todo caso, el 11 de febrero de 1929, el Cardenal Gasparri y Benito Mussolini firmaron el Tratado de Letrán y el Concordato entre el nuevo estado-ciudad del Vaticano y el Reino de Italia.
El tratado daba a la Iglesia soberanía sobre 108 acres [casi 44 hectáreas] en el corazón de Roma, creando de esa manera la ciudad-estado. El catolicismo se reconoció como religión de estado en Italia. Se colgaron crucifijos en las paredes de todos los edificios públicos, desde salones de clase hasta estaciones de policía por todo el país, y se hizo obligatoria la educación religiosa en todas las escuelas de la nación. Tanto el Clero como la Jerarquía obtuvieron ciertos privilegios en cuestiones legales. En Roma se arrasaron barrios pobres para ampliar las calles que conducen a la basílica de San Pedro, en tanto que se acordó un generoso finiquito financiero concedido por el Estado Italiano como reparación por las pérdidas materiales que habían tenido lugar en 1870.
El gesto histórico de paz, aunque generalmente elogiado en ese momento, le ganó poca gratitud duradera. "Pensar lo que mi marido hizo por la Iglesia!" se quejaba la viuda Raquel Mussolini ante un reportero francés, muchos años más tarde, y el Cardenal Krol de Filadelfia, llamado a Roma para ayudar a poner orden a los alarmantes problemas financieros de la Santa Sede, declaró, "Lo único que mantiene el barco (las finanzas del Vaticano) a flote es el patrimonio de la Santa Sede; ése reembolso que recibió de Italia al firmar el Tratado de Letrán. No es un recurso inagotable."
Apenas se había secado la tinta de la firma del Concordato, cuando el joven P. Gianbattista Montini, capellán del sector romano de la Federación de Estudiantes de Universidades Católicas (la FUCI) logró desestabilizarlo. Desde su temprana niñez, había vivido la excitación de la política, habiendo su madre sido tan activista como su padre. Observando el Partido Popular (después rebautizado Demócrata Cristiano) tomar forma virtualmente en la sala de su casa familiar, había seguido cada sucesiva elección de su padre como diputado de Brescia en el parlamento nacional hasta 1924 cuando Italia se tornó en un estado de un solo partido. Después de ese año, al igual que los antepasados de Eugenio Pacelli, los Montini se metieron a la banca. En una época en que pocos italianos eran antagonistas del fascismo, los Montini eran una excepción notoria, y en la época en que se firmó el Concordato, ellos habían experimentado cinco años de frustración política. No de manera inesperada, el P. Montini veía su asignación a la FUCI como una oportunidad de tomar una postura. Se decidió rehusar obedecer una orden gubernamental de dejar que sus estudiantes se incorporaran a la organización nacional de la juventud. Ya que las autoridades, en estricta conformidad con el Concordato, estaban proveyendo de capellanes católicos a todos los sectores de la formación Balilla, vieron en el repudio del grupo de Montini en Roma no sólo algo innecesario, sino divisivo. Habiendo sido ordenado a unirse o desbandarse, Montini se quejó de persecución, y la prensa extranjera, como es su costumbre, recogió el reclamo. En lo más álgido de la batahola, el Vaticano emitió una fiera encíclica anti-gubernamental que, para su pronta disponibilidad a la prensa, fue expedida, no en el acostumbrado latín, sino en italiano. Non Abbiamo Bisogno, según un ex-miembro de FUCI, el veterano estadista Giulio Andreotti, fue escrita no por el Papa Pío XI sino por su nuevo Secretario de Estado, Eugenio Pacelli. La por tan largo tiempo deseada paz religiosa fue destrozada. Para salvar lo que pudo de las esperanzas de 1929, y ante la incriminación mundial, el gobierno de Mussolini permitió la supervivencia de la FUCI siempre y cuando se circunscribiera a actividades religiosas.
Apenas seis semanas antes de que apareciera Non Abbiamo Bisogno, el propio Papa había expedido la que ha llegado a ser visto como una encíclica pro-fascista, Quadregessimo Anno. Emitida con el propósito de dar un tributo al Papa León XIII en el cuadragésimo aniversario de su excepcional encíclica sobre relaciones laborales, Rerum Novarum; la nueva declaración demostraba el hecho de que la doctrina social católica está más en harmonía con el sistema corporativo industrial estando desarrollándose en Italia en esa época, que lo que está con lo que básicamente es una estructura de lucha de clases del capitalismo convencional.
A los ojos del Secretario Pacelli, el triunfo del P. Montini sobre el gobierno italiano le había llevado a ganar sus espuelas. Muy poco después del furor de los medios por todo el mundo, Pacelli se llevó a Montini a trabajar con él en lo que habría de ser el comienzo de una asociación de trabajo que iría a durar veintitrés años. De los cinco italianos que dirigieron la transformación de la Iglesia Católica, los dos que habrían de probar ser los más efectivos se habían unido en equipo. Separados por una generación, tenían todo en común. Ambos habían nacido de familias con ambiciones hacia el Vaticano. Ambos habían pasado su infancia en aislamiento forzado, con escasa oportunidad, ya sea de una normal asociación con los de su edad, o de recibir instrucción en salón de clases. Sus carreras fueron notablemente nutridas por el Vaticano. El propio Papa León había puesto al joven Pacelli en manos del Cardenal Rampolla, y otro Papa, Benedicto XV, lo había consagrado al episcopado en una ceremonia privada en la Capilla Sixtina. En cuanto a Giovanni Montini, inmediatamente después de haber sido ordenado fue recibido por Pío XII, quien lo asignó a la nunciatura de Varsovia, con las palabras "Usted es el sacerdote joven más prometedor en Roma" y eso a pesar de que habrían de pasar diecisiete años antes de que Montini obtuviera un grado en derecho canónico. De hecho, no había todavía recibido, sea el título o la consagración al episcopado, cuando Pío XII lo nombró Secretario de Estado en 1954.
Conforme la tensión política internacional aumentaba en los años 1930s, el Secretario Pacelli y el P. Montini se encontraron crecientemente comprometidos con uno de los bandos en conflicto, Según Andreotti, no sólo Non Abbiamo Bisogno había sido obra de Pacelli sino también la vehemente Mit Brennende Sorge; el Cardenal Siri de Génova ha observado que los borradores originales de este documento muestran numerosas correcciones de la mano de Pacelli. El hecho de que la encíclica anti-marxista de Pío XI, Divini redemptoris haya aparecido sólo cinco días después que la anti-alemana Mit Brennende Sorge de Pacelli le da a uno la impresión de que una vez más, el Papa y el Secretario de Estado estaban librando dos batallas por separado, la una fuera de sintonía con la otra. Divini Redemptoris, con su línea más citada, "el comunismo es intrínsecamente perverso", estaba destinado a presentar problemas serios para el Papa Pacelli en sus relaciones con los católicos estadounidenses cuando Rusia entró a la Segunda Guerra Mundial.
Con Achille Ratti ya en su octogésimo año, se sabe del Cardenal Pacelli, el haber tomado virtualmente a su cargo el Vaticano. Consciente del hecho de que Pío XI quería recibir en audiencia a Hitler en una venidera visita de estado a Italia, se llevó al anciano Papa a Castel Gandolfo. Luego, sabiendo que el Canciller de Alemania había expresado un deseo particular de ver los más grandes frescos de Miguel Angel, cerró con llave la Capilla Sixtina. Ocurrió una aguda situación embarazosa por parte de las autoridades italianas cuando, sin previo aviso, la partida que escoltaba al Canciller fue confrontada con el letrero: "cerrado por reparaciones".
En marzo de 1938, cuando las tropas alemanas entraron en Austria, el Cardenal Innitzer de Viena fue atrapado en la celebración de toda la noche a lo largo de la Ringstrasse y acabó dando su bendición a las extáticas multitudes. Tan pronto como llegó la noticia al Vaticano, se dice del Cardenal Pacelli el haber expresado "verdadera amargura." Él rápidamente llamó a Innitzer a Roma y le ordenó emitir una retractación pública y, no obstante la orden no haber provenido del Papa sino del Secretario de Estado, el austriaco la cumplió. En ese año de 1938, sin notarse por nadie fuera de una elite intelectual, Civiltá Cattolica, la revista jesuita considerada voz semi-oficial del Vaticano, de pronto abandonó todas sus advertencias acerca del peligro que la Masonería representaba para la Iglesia, particularmente de su programa declarado de crear un "nuevo orden mundial."
Según Giulio Andreotti, los dos largos recorridos internacionales del Cardenal Pacelli fueron hechos enteramente a iniciativa del propio Pacelli y no por orden del Papa. Como Secretario de Estado, asistió al Congreso Eucarístico Internacional de 1936 en Buenos Aires, y el mismo año lo encontró en los Estados Unidos, donde visitó doce provincias eclesiásticas, tuvo consultas con setenta y nueve obispos, visitó veintenas de instituciones religiosas, seminarios y hospitales, culminando su viaje como huésped del Presidente Roosevelt en Hyde Park. De los dos, se reporta "haberse llevado espléndidamente bien", Roosevelt, en correspondencia posterior, llegando a dirigirse al Papa Pacelli como "mi bueno y viejo amigo. "En Nueva York, el futuro Pio XII fue huésped en la casa de Myron C. Taylor quien, a pesar de saberse bien que había alcanzado el grado 33 en la masonería, habría de ser bienvenido como Enviado Especial de Washington al Vaticano durante los años de la guerra. El espectacular recorrido Norteamericano de Pacelli de 1936 fue orquestado por el Arzobispo Spellman de Boston, y habría de hacer del Secretario de Estado una figura mucho más importante a los ojos del público, que la estudiosa y más bien impasible persona del Papa reinante
En el frente religioso, a mediados de los años 1930s, la asociación Pacelli-Montini podía ver hacia atrás con cierto recelo los dos principales golpes de la década anterior, las represiones en Francia y México. Si la desafiante nueva Iglesia de nada era capaz de jactarse que no fuera una negación, parecería ser tan rígida e intolerante como la antigua. Junto con la destrucción habría de venir la construcción. Lo que ahora se necesitaba era una nueva excitación espiritual.
Causando la mayor excitación en círculos académicos del momento, había un ensayo impreso privadamente intitulado Le Sens Human por el paleontólogo jesuita francés Pierre Teilhard de Chardin. Presagiando su Fenómeno del Hombre, el escrito presentaba un salto temerario hacia la escatología basada en la evolución, que los creadores de un nuevo tipo de cristianismo bien podían haber sido tentados a adoptar y adaptar. En muchas maneras, era paralela a las desviaciones más coloridas del modernismo pre-Pío X. Ciertamente, bajo el embrujo de Teilhard, ellos mismos, los reformadores decidieron en contra de invitar a las masas católicas a compartir las fantasías del jesuita francés. La experiencia les había demostrado que el creyente promedio espera, con su piedad, una medida de realismo.
Aun cuando las especulaciones de Teilhard fueron desestimadas, no produjeron condenación alguna de parte del Vaticano. Posteriormente, ciertos pasajes de la encíclica Humani Generis de Pacelli supuestamente llevaban la intención de reprobar el evolucionismo del jesuita; sin embargo, el documento papal no mencionó nombres y, en un discurso en 1970, en el centenario del nacimiento de Teilhard, el Cardenal Casaroli elogió de él "el asombroso impacto de su investigación, el brillo de su personalidad, la riqueza de su pensamiento, su poderosa perspicacia poética, su aguda percepción de la dinámica de la creación, su extensa visión de la evolución del mundo."
En los años 1930s no fue el Vaticano, sino su propia orden, la que prohibió a Teilhard de Chardin publicar cualquier obra religiosa durante el resto de su vida y, por muchos años, su orden le prohibió dar conferencias, Sin embargo, poco después de hacerse Papa, Eugenio Pacelli, persuadió a los jesuitas de que le levantaran la prohibición, con el fin de que pudiera llevarse a cabo una serie de conferencias en el París ocupado por los alemanes en los últimos años de la guerra.
En tanto que las teorías de Teilhard de Chardin alcanzaron una cierta boga en el limitado mundo de la academia, fueron los pensamientos de otro francés, un laico, que, una vez acogidas por el Vaticano, habrían de convertirse en el alimento espiritual que los transformadores habían estado buscando.
Jacques Maritain, profesor de filosofía del Instituto Católico de París, había nacido en el seno de una familia protestante. Durante sus años de estudiante en la Sorbona, se había convertido al catolicismo y se había hecho miembro de l'Action Francaise. En 1920, pasmado por la repentina represión del Vaticano a esa organización, viajó a Roma donde, gracias a su prestigio como académico tomista, le fue posible hablar en privado con el Papa y su Secretario de Estado: Aunque el propósito de su viaje había sido averiguar cómo había sido posible la condenación de Maurras, ha de haber acabado exponiendo una serie de ideas teológicas que habían estado dando vueltas en su cabeza por algún tiempo. Dejó Roma con un encargo, sea que haya provenido de Pío XI o, lo que es más probable, del secretario Gasparri, de reunir en un libro sus ideas sobre lo que él llamaba "Humanismo Integral",.Diez años más tarde, apareció la obra de Maritain que sacudió la iglesia. Casi simultáneamente con la publicación de la edición francesa, se publicó una versión en italiano con una entusiasta introducción escrita por su traductor, Giovanni Battista Montini.
La tesis de Maritain plantea un cambio básico en la eclesiología, o sea, en la manera como la iglesia se ve a sí misma, a su función y su identidad. Su libro abrió el camino para el gran cambio de paradigma que se halla en la encíclica Mystici Corporis de Pío XII. Sin embargo, por ser el Papa y no los teólogos quien echa a andar la aceptación de nuevas creencias, el mensaje de Maritain, que ya estaba circulando libremente en los círculos académicos, tuvo que esperar a que saliera una encíclica papal antes de poder formar parte de la vida de los fieles. En 1930, Aquilles Ratti todavía seguía siendo Papa.
El Humanismo Integral, a diferencia de las teorías de Teilhard de Chardin, concibe religiones de todo tipo que van convergiendo hacia un único ideal humano en una civilización mundial, en la cual todos los hombres serán reconciliados en justicia, amor y paz. La amistad entre los hombres guiará toda vida hacia un logro misterioso del evangelio. Como lo explica el teólogo francés Henri le Carón, "es una fraternidad universal entre hombres de buena voluntad pertenecientes a religiones diferentes o a ninguna, aun aquéllos que rechazan la idea de un creador. Es dentro de este marco donde la Iglesia debe ejercer una influencia fermentante sin imponerse a sí misma y sin exigir que se le reconozca como la única Iglesia verdadera. El cemento que une esta fraternidad tiene un doble origen, la virtud de hacer el bien y un entendimiento fundado en el respeto a la dignidad humana."
"Esta idea de fraternidad universal" sigue diciendo Le Caron "no es nueva ni original, había sido ya planteada por los filósofos del siglo XVIII y por los revolucionarios franceses de 1789. Es también la fraternidad socorrida por los francmasones y los marxistas. Lo que distingue al humanismo de Maritain es el papel que le asigna a la Iglesia. Dentro de la fraternidad universal, la Iglesia ha de ser la inspiración y la Hermana Mayor y, no está por demás decirlo, si ha de ganarse la simpatía de sus hermanos menores, no debe ser intransigente ni autoritaria. Debe aprender cómo hacer la religión aceptable, Debe ser práctica más que dogmática.
Que el entusiasmo inicial del P. Montini por Maritain permaneció con él por el resto de su vida lo describe el novelista y anteriormente jesuita Malachi Martin. "El Humanismo Integral de Pablo VI permeó toda la política de su pontificado. Lo que esa filosofía tiene para decir es que todos los hombres son naturalmente buenos, que responderán con lo bueno y rechazarán lo malo si se les muestra la diferencia. La función de la Iglesia es meramente dar testimonio mediante el servicio a los hombres en el mundo actual, en que está naciendo una nueva sociedad.
La puesta en marcha de la doctrina de Maritain puede reconocerse en documento tras documento emanado del Concilio Vaticano II y en la mayoría de las exhortaciones oficiales y encíclicas que le siguieron, aun cuando en la época en que por primera vez se publicó el libro de Maritain, el Concilio no habría de venir hasta un cuarto de siglo en el futuro, La tesis puede considerarse como un tipo de base fundacional que se ha ido abriendo paso hasta nuestros días, Estaba implícita en la cálida acogida que Pío XII le dio a Maritain cuando llegó a Roma como primer embajador de Francia en la Santa Sede de la postguerra, en los muy frecuentes homenajes públicos que le dio Pablo VI, en las constantes reuniones de estudio y simposios dedicados a su obra que han proliferado por todo el mundo académico católico, y en el elogioso tributo brindado a Maritain por Juan Pablo II en el centenario del natalicio del filósofo. Para fines de los turbulentos años 1930s, la aceptación del Humanismo Integral por el Vaticano se convirtió meramente en una cuestión de cómo transmitirlo a los fieles una vez que el anciano Papa hubiera muerto
En el tercer mes del último año de la década, fue electo Eugenio Pacelli al papado, y en el noveno mes estalló la Segunda Guerra Mundial.
Excavando más profundamente
Con guerra o sin guerra, bajo el ímpetu del recientemente hallado impulso, la revolución católica habría de saltar hacia adelante a principios de los 1940s. En su primera encíclica, Summi Pontificatus, el nuevo Papa planteó una corrección a la encíclica Quas Primas de su predecesor que pedía retornar a las relaciones tradicionales Iglesia-Estado. En vez de ver la autoridad proviniendo de lo alto, de "Cristo Rey" como la había definido el Papa Ratti, Pacelli insistía en que la base del gobierno debería ser la solidaridad humana. El historiador inglés, W:A: Purdy, comenta "Summi Pontificatus augura aquel interés en la comunidad mundial ideal que figuraría más y más en los pronunciamientos papeles de los siguientes veinte años". Aunque enmascarado en fraseología tradicional, estaba implícita en el texto la tesis de Maritain llamando a una unión de las religiones del mundo. Summi Pontificatus pre-anunciaba el Día de Paz en Asís de Juan Pablo II.
En el camino de la aplicación práctica de la tesis que tímidamente había sido promovida como "conversaciones" entre los anglicanos y los católicos dos décadas antes, el ecumenismo ahora pasaba a simposios hechos y derechos. En Roma, una reunión llamada "Amor y Caridad" tuvo lugar bajo los auspicios de la Santa Sede. El cardenal que la presidía, Lovatelli, hizo un llamado a poner "fin a inútiles y divisivas polémicas en favor del amor a nuestros hermanos en Cristo". En efecto, era un llamado a que el corazón reemplazara a la razón, que el sentimiento reemplazara a la sensatez. Así, las discusiones sobre la presencia real de Cristo en la Eucaristía dieron paso a cuestiones de si protestantes y católicos sentían afecto de unos por los otros. Mientras tanto, los jesuitas se unieron al nuevo foro público auspiciando la cátedra del P. Charles Boyer, un entusiasta impulsor de una iglesia global, en su Universidad Gregoriana. En los treinta y seis años de enseñanza allá, se estima que el P. Boyer influyó sobre algo así como cinco mil candidatos elite al sacerdocio con su pasión por el ecumenismo.
Conforme la guerra se propagaba con más furia que nunca, extendiéndose hacia el pacífico, el París Ocupado ofrecía un oasis de extraña tranquilidad. El diseñador de modas Christian Dior, gracias a generosas donaciones que le otorgaban las autoridades alemanas, presentaba su suave y fluída "nueva imagen", en tanto que Pierre Teilhard de Chardin, gracias a las simpatías de Pío XII, elaboraba su suave y fluida nueva manera de ser católico. Teilhard se gloriaba ante un amigo, "ahora tengo tantos amigos en buenos puestos estratégicos que me veo absolutamente libre de temor al futuro." Al mismo tiempo, de la Ocupada Bruselas le llegó la noticia de que uno de sus discípulos, el P. Jean Monteuil, estaba dirigiéndose a una convención de filósofos y teólogos en la Universidad de Lovaina sobre algunas de las más fantasiosas teorías de Teilhard. "La revolución", declaraba Monteuil "exige nuevas técnicas, pero eso no basta. Lo que debe tomar lugar es una reclasificación. Todos los aspectos de la humanidad deben ponerse en cuestión."
El París ocupado habría de convertirse en el mundo de Monseñor Angelo Roncalli. Conforme la guerra llegaba a su fin y empezaban las purgas ideológicas de los vencidos, Pío XII, quien había mantenido contacto cercano con el nuncio Roncalli en los Balcanes sobre su proyecto de pasar judíos polacos a la Palestina Británica, se estaba viendo en la necesidad urgente de contar con un diplomático de confianza a fin de confrontar a un triunfante y vengativo General Charles de Gaulle.
El retiro del Ejército Alemán del territorio de Francia había dejado a la Iglesia en una posición embarazosa. De Gaulle estaba acusando a cien obispos franceses de haber colaborado con los alemanes y con el así llamado gobierno de "Vichy" del Mariscal Petain. Volviendo a Francia para tomar el cargo de jefe de estado, de Gaulle se había consternado al verse incapaz de conseguir un solo sacerdote a quien él considerara suficientemente "anti-fascista" para decir misa para él y su personal en el Palacio del Elíseo. Finalmente, su secretario, Claude Mauriac; hijo del novelista, se encontró con el P. (posteriormente cardenal) Jean Danielou, inmerso en esa época en establecer una asociación de "Católicos de Izquierda". De Gaulle quedó satisfecho.
Mientras que, por millares, católicos franceses ordinarios encontraban la cárcel o la muerte, con frecuencia a manos de la triunfante "Resistencia", la delicada diplomacia de Monseñor Roncalli, el nuevo Nuncio Apostólico de Pío XII en Francia, logró salvar a todos menos a dos miembros de la jerarquía francesa, de absolutamente todo tipo de castigo. El mensaje del futuro Papa Juan a de Gaulle fue tan increíble como exitoso: "¡Espere! Déjelos ser. Nosotros en el Vaticano estamos ocupados en crear un tipo de iglesia enteramente nuevo, uno que habrá de ser de su agrado y nosotros nos encargaremos de que los obispos de Francia nos sigan. ¡Sea usted paciente!"
No sólo fue paciente el General de Gaulle, se hizo notablemente cooperativo enviando al Prof. Jacques Maritain como embajador en la Santa Sede. El formulador del Humanismo Integral había pasado los años de la guerra en el Canadá, refugiado de la Francia de Vichy, gracias al origen judío de su esposa, Raissa. Habiendo ejercido su docencia principalmente en Toronto, también había participado como profesor huésped en varias universidades de los Estados Unidos de Norteamérica.
En esa época, Roma vio la fundación del movimiento Focolare un precursor tanto de los "Católicos Carismáticos" como de las llamadas "comunidades eclesiales de base", organizaciones tipo celular, en parroquias, que habrían de probar ser sumamente efectivas para difundir la "teología de la liberación" marxista en Iberoamérica. Siendo Focolare hoy en día una organización mundial, su temprana dedicación a formar un "nuevo sacerdocio" y una "nueva humanidad", la hizo fuente rica de progresismo. Una tempranera entusiasta del Focolare fue la Condesa Pacelli, hermana del Papa Pio XII.
Mientras tanto, la disciplina sacramental se estaba relajando. Una de las primeras acciones del Papa Pacelli fue relajar las reglas del sacramento de la penitencia, reviviendo el permiso concedido durante la Primera Guerra Mundial, de dar una absolución general a los soldados que estaban a punto de "atravesar la línea". Posteriormente extendió el indulto para incluir a civiles en riesgo de bombadeos aéreos y, finalmente, a prisioneros de guerra con problemas de lenguaje.
La liturgia seguía siendo en latín; sin embargo la Missa Recitata o Misa con diálogo, en la cual las respuestas eran dadas por la congregación en vez de serlo por el acólito, se estaba extendiendo tanto en Alemania durante la guerra, que el obispo Grober de Friburgo de Brisgovia expresó su preocupación de que "la tenaz insistencia de los neo-liturgistas en la participación de los laicos está comenzando a mermar el papel sacrificial del sacerdote"
Quejas como esas produjeron una respuesta papal por medio de la encíclica Mediator Dei sobre el tema de la liturgia. El P. Didier Bonneterre en su excelente estudio, Le Mouvement Liturgique, tiene un alto aprecio por el documento, porque pide cautela y prudencia con relación a la reforma litúrgica. Luego lamenta, "Sin embargo, lamento y sigo lamentando que este hermoso escrito no vaya acompañado de medidas concretas ni de sanciones. Pío X, en cambio, no se satisfizo con escribir Lamentabili; también prohibió le Sillon y excomulgó a Tyrrell y a Loisy." Con sus selecciones de frases de San Pablo tales como "Prueben todo, conserven lo que resulte bueno", Mediator Dei fue, de hecho, tomada por los liturgistas como un 'sigan adelante' con la experimentación.
Entre tanto, el Vaticano aprobó una actualización litúrgica en forma de una nueva traducción de Salmos al latín para las Horas Canónicas. El P. Bonneterre observa, "Esta versión, muy fiel al texto hebreo, carece de todo sentimiento poético, Está colmado de palabras difíciles de pronunciar e imposibles de cantar con melodías gregorianas. Permanece como testimonio de la carencia de sensibilidad litúrgica por parte de Agustín Bea y de sus colegas jesuitas en el Biblicum."
El Instituto Bíblico Pontificio, conocido en Roma como el "Biblicum" había sido fundado por el Papa Pío X como centro para establecer normas ortodoxas de investigación bíblica y de interpretación, en una época en que la traducción Vulgata de las escrituras estaba siendo atacada por exégetas, tanto protestantes como católicos modernistas. Hacia finales de los años 1930s, el Biblicum comenzó a sufrir cambios rápidos cuando el Secretario de Estado Pacelli trajo a Roma a un viejo amigo de sus días en Munich y en Berlín, el P. Bea, Provincial de la Compañía de Jesús en Alemania, pidiéndole a Pío XI que lo nombrara jefe de la institución. Al final, el Papa aceptó a Bea también como su confesor.
Salvaguardando a los marxistas
Una y otra vez en su larga historia, la Iglesia Católica ha reaccionado espontáneamente a las severas presiones externas. En cada ataque mayor, ella convocaba a un concilio, de manera que en asamblea episcopal pudiera redefinir su identidad y de esa manera reafirmarla. Se recurrió a eso veintiséis veces en 1900 años. Después, a mediados de los 1940s, el golpe más fuerte desde que ocurrió la revuelta protestante, específicamente el avance del comunismo ateo por toda Europa, avance que implicó la subyugación de sesenta y cinco millones de católicos romanos, el Vaticano no registró reacción alguna en absoluto. De hecho, Roma esperaría diez y siete años antes de convocar un concilio y durante las sesiones de ese concilio no sólo no se trató la cuestión del marxismo sino que la discusión de ese tema estaba estrictamente prohibida.
El resultado de la Segunda Guerra Mundial implicó para la Iglesia una de las más violentas experiencias de su historia. Cualquier empresa de negocios confrontada con una inundación o un incendio tomaría acción de inmediato, convocando a su consejo directivo a evaluar los daños y elaborar la futura estrategia. Si alguna vez hubo un momento para que un Papa reuniera a sus capitanes, ése fue en el año 1946.
Sin embargo, en una abultada serie de apariciones públicas durante ese año, Pío XII evitó toda referencia al marxismo. En su discurso de junio al Colegio de Cardenales, "rechazando rivalidades y agrupamientos dictados solamente por intereses políticos y económicos", expresó confianza en que "podían evitarse los peligros de la derecha y de la izquierda a la luz de la Iglesia". Luego pasó a defender la notablemente sesgada postura que había mantenido durante la guerra, diciendo, "Nos, como cabeza de la Iglesia, nos rehusamos a convocar a los cristianos a una cruzada." Él había sido cuidadoso, a pesar de las presiones, dijo él, "de asegurar que ni una sola palabra de aprobación de la guerra contra Rusia fuera permitido expresar." Cuando los católicos húngaros, empujados al vórtice soviético, le pidieron su ayuda, Pacelli les pidió "paciencia y entereza" porque, dijo él, "el viejo roble puede ser sacudido pero no arrancado de raíz". En el Acta Apostólica, catálogo oficial de los discursos y actos pontificios, ni la palabra 'comunismo' ni la palabra 'socialismo' puede ser encontrada en doce años cruciales, eso es desde 1937, año que siguió al de las pláticas de Pacelli con el Presidente Roosevelt, y 1949 cuando la derrota del Partido Demócrata Cristiano por el Partido Comunista en las cercanas elecciones nacionales, parecía inminente.
En cuanto a la cruzada a que se refirió el Papa en 1941, el Cardenal Boudrillat de Francia había ido a Roma a pedir la bendición papal para los regimientos de voluntarios franceses, españoles, italianos, croatas, húngaros y eslovenos, católicos todos ellos casi sin excepción, que estaban partiendo con el ejército alemán para conquistar la Rusia Soviética o, como se lo presentó el Cardenal al Papa "para liberar al pueblo ruso"; junto con los "cruzados" voluntarios iba un numeroso contingente de sacerdotes que hablaban el ruso y el ucraniano, jóvenes graduados del Russicum, el seminario ruso, que esperaban abrir las por largo tiempo cerradas iglesias en el camino. Las esperanzas del Cardenal Boudrillat fueron rápidamente frustradas por Pío XII, que ordenó que la petición de una bendición fuera retractada de inmediato. Además, el Cardenal no debería tener, en absoluto, contacto alguno con la prensa.
Conforme la guerra se prolongaba, se ejercía presión más fuerte sobre Pío XII para usar el peso de su cargo en resistir el avance del marxismo. Para mayo de 1943, el Nuncio Roncalli escribía desde Estambul expresando 'pánico' por la nueva ofensiva soviética. Intentó en vano, dijo haberse enterado de su reciente visitante, el Cardenal Spellman de Nueva York, de qué tanto le había prometido Roosevelt a Stalin.
De Berna, el nuncio en Suiza, Monseñor Bernardini, le escribió al Papa que la prensa suiza, "hasta ese momento preocupada de la hegemonía alemana, de pronto ha comenzado a dar cuenta del mucho más grande, de hecho mortal, peligro de que alemania cayera en manos de los soviéticos." Suplicando en nombre de las mayorías católicas de Polonia y Hungría, le pedia al Papa que apoyara cualquier iniciativa Aliada de paz que fuera razonable, y que condenara la intransigente insistencia de Roosevelt y del Secretario del Tesoro de Estados Unidos, Morgenthau, de que Alemania tuviera que rendirse incondicionalmente.
En marzo, el Cardenal Maglione, Secretario de Estado del Vaticano, presumiblemente sin conocimiento del Papa, le pedía al enviado británico a la Santa Sede, que tratara de convencer al Primer Ministro Churchill, de que el Imperio Británico necesitaba de una Alemania no comunista en una Europa estable. Finalmente, en abril, Kallay, Primer Ministro de Hungría, llegó al Vaticano con una súplica desesperada de que el Papa se pusiera él mismo a la cabeza de una iniciativa capaz de detener el avance soviético que estaba por engullirse los pueblos cristianos de Europa.
Pío XII, como había de jactarse en su mensaje al Colegio Cardenalicio en 1946, resistió toda presión, rechazó toda súplica. Y dio su razón, "el Nacional Socialismo ha tenido un efecto más ominoso en el pueblo alemán de lo que el marxismo ha tenido en los rusos. Solamente una reversa total de la política alemana, en particular aquélla que se refiere a los judíos, podría hacer posible algún movimiento por parte de la Santa Sede.
Extraña comparación a hacer cuando, en contraste con el aislamiento soviético en ateísmo agresivo, Alemania y el Vaticano estaban gozando de plenas relaciones diplomáticas; cuando las iglesias no sólo permanecían abiertas sino, al igual que las escuelas y universidades católicas, eran subsidiadas por el estado alemán. Adolf Hitler nunca fue excomulgado ni su autobiografía, Mi Lucha, jamás puesta en el Index.
La curiosa leyenda de que Eugenio Pacelli permaneció indiferente a la suerte de los judíos europeos tuvo su origen en la tesis "El silencio de Pío XII", invención de un dramaturgo protestante alemán, Rudolph Hochhuth, y de un periodista judío alemán, Saul Friedlander, ambos escribiendo en los años 1960s. De que hubo un trágico silencio, los doce tomos de la Acta Apostólica da testimonio, pero el silencio no concernía a los judíos Por el contrario, como lo afirma el historiador jesuita Robert Graham, "Pío XII fue el mayor benefactor de los judíos en los tiempos modernos."
Adolf Hitler había sido Canciller de Alemania por menos de un año cuando el Secretario de Estado Pacelli le estaba pidiendo al Papa Pío XI que le diera hospitalidad dentro del Vaticano a judíos prominentes que lo solicitaran. En 1937, llegando al puerto de Nueva York en el Conte di Savoia, el Cardenal Pacelli solicitó al capitán del barco que izara una bandera improvisada con la estrella de seis puntas del futuro Estado de Israel, en honor, dijo él, de los seiscientos judíos alemanes que iban a bordo. Un año más tarde, católicos en Munich quedaron asombrados de ver la Torah y otros objetos rituales ser removidos de la principal sinagoga de la ciudad, en la limusina del Arzobispo, para su salvaguarda en el palacio episcopal, y de enterarse de que había sido el Secretario de Estado del Vaticano, el Cardenal Pacelli en Roma, quien había ordenado el traspaso. Uno de sus actos finales antes de ser Papa fue notificar a cardenales y obispos de los Estados Unidos y el Canadá, de su desagrado por la resistencia de colegios y universidades en sus países, a aceptar en su claustro académico más profesores, eruditos y científicos judíos, y esperaba que los obispos remediaran esa situación.
Como Pío XII, Pacelli entendió desde un inicio la importancia de Palestina para la mentalidad judía. Tan pronto como llegaron a Roma noticias del avance de Alemania sobre Polonia, él le telegrafió a su nuncio en Varsovia, Paccini, que "tratara de organizar a judíos polacos para su paso a Palestina." Mientras tanto, en Estambul, Monseñor Roncalli, habiéndosele pedido que trabajara en el punto a mitad del camino donde se les habrían de dar a los judíos certificados de bautismo con la esperanza de que los británicos los dejaran pasar, expresó una protesta directa. "Seguramente" le escribió a Pío XII, "un intento de revivir los antiguos reinos de Judea e Israel es utópico. ¿No expondrá al Vaticano a acusaciones de apoyo al Sionismo? El Secretario de Estado, Cardenal Maglione difícilmente estaba menos preocupado "¿Cómo", le preguntó al Papa, "puede usted justificar históricamente un criterio de traer un pueblo de regreso a Palestina, territorio que abandonaron hace diecinueve siglos? Seguro que hay lugares más adecuados para que los judíos se asienten,"
Años más tarde, provocado por las acusaciones de Hochhuth, el Papa Pablo VI permitió que se abrieran los Archivos Vaticanos, a hacerse bajo el cuidado de cuatro eruditos jesuitas. El estadounidense de entre ellos, Robert Graham, dijo al Washington Post, "Quedé estupefacto por lo que leía. ¿Cómo puede uno explicar una acción tan opuesta al principio de neutralidad?" Estaba descubriendo que durante los primeros meses de la guerra, el nuevo Papa estaba él mismo redactando los textos intensamente anti-germánicos que se transmitían a todo el mundo por Radio Vaticana. Aun cuando su involucramiento personal no se hubiera descubierto en aquella época, la naturaleza sensacional de los textos era tan fuerte, que provocaron vigorosas protestas del embajador de Alemania a la Santa Sede y aun de los propios obispos polacos. Las transmisiones fueron suspendidas a disgusto de Londres, que quedó privada de lo que el P. Graham califica de "una fuente formidable de propaganda."
Pío XII luego volvió su atención a establecer su Comité de Refugiados Católicos en Roma, poniéndosele a cargo de su secretario, el P. Leiber, S.J. y de su ama de llaves, la Madre Pasquelina. El Monseñor Georges Roche, en su obra Pie XII Avant l'Histoire (Pío XII ante la Historia) dice que este comité allanó el camino para que miles de judíos europeos entraran a Estados Unidos como "católicos", proveyéndolos de un servicio de documentación regular y eficiente, certificados de bautismo, ayuda financiera, y arreglos en el extranjero. El historiador francés estima que, para 1942, más de un millón de judíos estaban siendo alojados en conventos y monasterios por toda Europa, bajo directivas del Vaticano. Según el historiador inglés, Derek Holmes, judíos, así como partisanos de los movimientos guerrilleros clandestinos, eran vestidos como monjes o monjas y se les enseñaba a salmodiar canto llano. El Papa mismo puso el ejemplo tomando a su cuidado unos quince mil judíos e italianos antigobiernistas en Castel Gandolfo, así como mil en la Ciudad del Vaticano, entre ellos el dirigente socialista italiano Pietro Nenni.
Asís, el pequeño pueblo montañés de San Francisco se convirtió en el principal centro de impresión de certificados de bautismo cuando Pío XII procedió a establecer el complejo conocido como Cittadella, una especie de "laboratorio de ideas" para nuevos proyectos de la Iglesia, que un tiempo después habría de encargarse de la organización del "Día de la Paz" del Papa Juan Pablo II. Durante toda la Segunda Guerra Mundial se concedió el permiso papal para que se condujeran servicios de sinagoga en el nivel inferior de la Basílica de San Francisco. Fue aquí, en la Cittadella, donde Monseñor Bugnini llevó a cabo la mayor parte de su trabajo sobre la "Nueva Misa".
Mientras el Nuncio Roncalli, a pesar de su protesta, estaba esforzándose por suministrar falsos certificados de bautismo, el Cardenal Tisserant y su Comité Conjunto de Distribución estaban facilitando la emigración judía bajo las propias narices del gobierno de Vichy. El Monseñor Roche, quien actuaba como secretario del Cardenal, describe una prensa clandestina en Niza que estaba protegida por el alcalde de la ciudad y el Arzobispo, donde se imprimieron 1865 tarjetas de identidad falsas, 1366 permisos de trabajo falsos, 1230 certificados de nacimiento falsos, 480 cartas falsas de desmovilización, y 950 certificados de bautismo falsos, antes de que la operación fuera descubierta.
En un gesto espectacular, Pío ordenó que se grabara el sello papal frente a la principal sinagoga de Roma antes de la llegada de tropas alemanas, en tanto que en Hungría el P. Montini estaba trabajando para proteger a 800,000 judíos siempre que se sometieran a bautismos masivos. En la vecina Checoslovaquia, familias judías como la de Madeleine Albright, gozarían del mismo privilegio, algo a lo que la que habría de llegar a ser Secretaria de Estado de los Estados Unidos, le "causó un gran dolor" según lo que ella le manifestó a la prensa.
Para el prolongado asombro de los eruditos jesuitas, encontraron documentación archivada de la participación personal de Pío XII en un complot para derrocar a Hitler. En enero de 1940, lo abordó un emisario de una cierta camarilla de generales alemanes que le pidieron avisar al gobierno británico que emprenderían una "remoción" de Hitler si tuvieran la seguridad de que Inglaterra llegara a un acuerdo con un régimen alemán moderado. Pío prontamente llevó a cabo la misión por conducto de Sir Francis D'arcy Osborne, enviado de Londres a la Santa Sede. La oferta fue rechazada. Tres meses más tarde, el 6 de mayo de 1940, gracias a su amigo Josef Müller, agente doble alemán, el Papa pudo proporcionar a Osborne detalles del cercano avance alemán sobre Occidente, la llamada Blitzkrieg, pidiéndole que pasara el mensaje a los gobiernos de Holanda, Bélgica y Francia. Después se informó que todos los tres habían sido incrédulos
La preferencia papal por uno de los bandos se tornó en problema importante cuando el bando de los Aliados pasó a ser el bando soviético. Para entonces, la así llamada Fortaleza Europa se había vuelto predominantemente católica. Con la incorporación por los alemanes de la Austria católica, la Alsacia-Lorena, el Sarre, los Sudetes, y la Polonia ocupada por los alemanes, el Tercer Reich tenía una enorme mayoría católica, al tiempo que sus aliados, Italia, Eslovaquia Eslovenia y Croacia, eran enteramente católicas. Hungría, en su mayoría. La Francia ocupada estaba cooperando y las católicas España y Portugal le tenían empatía. Un sacerdote católico había sido elegido presidente en la República de Eslovaquia creada por los alemanes, y con la extendida prohibición de la Masonería, se colocaron crucifijos en las paredes de todos los edificios públicos de Francia como lo habían sido en la época del concordato Fascista, al tiempo que la antigua consigna proveniente de la Revolución Francesa, Libertad, Igualdad, Fraternidad, fue reemplazada por Trabajo, Familia, Patria.
Siendo la "fortaleza" una virtualmente católica, Pío XII se encontró en la incómoda situación de haberse convertido en el campeón de la Rusia atea y de la mayoritariamente protestante Inglaterra, de su vasto imperio no cristiano, y de los mayoritariamente protestantes Estados Unidos de América. Su predicamento llegó a un clímax con Pearl Harbor y la entrada de los norteamericanos a la guerra. ¿Cómo habrían de enfrentar 40 millones de norteamericanos esa contingencia? Ya muchos de los de ascendencia italiana, alemana, irlandesa, húngara, eslovenia y eslovaca se llamaban a sí mismos aislacionistas. Las atrocidades comunistas sufridas por sacerdotes y monjas durante la reciente Guerra Civil Española permanecían frescas en sus mentes.
Hábil diplomático como era, Pío XII encaró el desafío. Encargando al dinámico y joven Michael J. Ready, obispo auxiliar de Cleveland, que encabezara una campaña para "reinterpretar" la encíclica anti-marxista de Pío XI, Divini Redemptoris, se divulgó la idea de que Josef Stalin estaba abriendo el camino a la libertad religiosa en la Unión Soviética. Debe haber sido un notable acto de malabarismo del Obispo Ready y de su asistentes, cuando uno se pone a considerar que el antiguo Papa Achille Ratti había sido capaz de prevenir esta verdadera campaña de desinformación cuando escribió la encíclica dos años antes de que estallara la guerra. De Divini Redemptoris: "Todavía hay algunos que se refieren a ciertos cambios introducidos recientemente en la legislatura soviética como prueba de que el comunismo está por abandonar su programa de guerra contra Dios. Pero no os dejéis engañar."
El que perturbaba a Pío XII como cabeza de la Iglesia Católica el verse ante tantos millones de católicos europeos como entusiasta partidario de sus enemigos, se manifiesta evidente en una emotiva carta que el Papa le escribió a su amigo y anfitrión en Nueva York, Myron C. Taylor, enviado del Presidente Roosevelt al Vaticano durante los largos años de la guerra en Rusia. De esa carta; "A solicitud del Presidente Roosevelt, el Vaticano ha cesado toda mención del régimen comunista. Pero este silencio, que pesa gravemente en nuestra conciencia, ha sido malentendido por los dirigentes soviéticos, que continúan su persecución contra iglesias y fieles. Dios conceda que el mundo libre no lamente algún día mi silencio."
Todavía siguieron los esfuerzos del Papa Pacelli en favor del marxismo. En julio de 1944, consintió a una reunión entre Monseñor Montini y el indisputado dirigente de los comunistas italianos, Palmiro Togliatti, que acababa de regresar a Italia después de dieciocho años de exilio en la Rusia Soviética.
Según el documento JR1022 emitido por la Oficina de Servicios Estratégicos de Washington en 1974, la discusión entre Monseñor Montini y Togliatti fue el primer contacto directo entre un alto prelado del Vaticano y un dirigente comunista. Luego de haber examinado la situación, reconocieron la potencial factibilidad de formar una alianza contingente entre católicos y comunistas en Italia, que podría darle a tres partidos (Demócratas Cristianos, Socialistas y Comunistas) una mayoría absoluta, permitiéndoles de esa manera dominar cualquier situación política. Se redactó un plan tentativo para forjar la base sobre la cual podría hacerse el acuerdo entre las tres partes. También redactaron un plan de líneas fundamentales sobre las cuales podría ser creado un entendimiento práctico entre la Santa Sede y Rusia"
La Oficina de Servicios Estratégicos mostró haber hecho una desaseada tarea al citar éste como el primer encuentro Vaticano-Soviético. Tanto Madiran como yo le preguntamos a Monseñor Roche acerca de su mención de una reunión durante la guerra entre Montini y el propio Stalin. Recibimos idénticas faltas de respuesta: "Si, concuerdo con usted que el acuerdo Montini-Stalin de 1942 fue de la mayor importancia."
Un acontecimiento escandaloso que ocurrió poco tiempo después, fue la publicación por la Prensa Políglota Vaticana de un libro, Madonna di Fátima en el cual las palabras de Nuestra Señora están tan tergiversadas, que proporcionan suprema propaganda a los enemigos de Alemania, El vocablo Rusia fue removido a modo de implicar la culpa en Alemania.
¿Quién, uno se pregunta, presentó el Reporte JR-1022? En el libro OSS, the Secret History of America's First Intelligence Agency, publicado por la University of California Press en 1971, hay indicios de que fue el propio Montini. Según el autor, R. Harris Smith, el futuro Papa Pablo fue el hombre clave del Vaticano en una red de espías de los Aliados encargados particularmente de reunir información concerniente a objetivos estratégicos de bombardeo en el Japón. En cuanto al hombre clave del Vaticano en el Japón, no fue otro que Pedro Arrupe, S.J. el que habría de llegar a ser el futuro Padre General de la Sociedad de Jesús, y superviviente del bombardeo de Hiroshima.
En la época de su reunión con Togliatti, Giovanni Montini tenía 47 años de edad y todavía no poseía un grado en derecho canónico, por no decir una mitra de obispo. Sin embargo le fue encargado conducir negociaciones al más alto nivel, a nombre de la Iglesia. Ciertamente, ya había avanzado un largo trecho por el camino soñado por esos antiguos activistas políticos que fueron sus padres.
Se anulan las mentes
P. Dí, niño ¿quién te creó?
R. Dios me creó.
P. ¿Para qué te creó?
R. Para conocer, servir y amar a Dios en esta vida y verlo y gozarlo eternamente en la otra.
Así era el sereno inicio de instrucción religiosa de los niños católicos de seis años en todo el mundo antes del socavamiento llevado a cabo por el Vaticano. Era una sencilla fórmula de preguntas y respuestas conocida como catecismo. Los Misioneros desde mucho tiempo atrás habían empleado este método. En el México del Siglo XVI, agustinos y franciscanos venidos de España habían sido capaces de cristianizar a los indios en un tiempo notablemente breve, haciendo pregunta tales como "¿Hay muchos dioses o hay uno solo?" Las respuestas se aprendían de memoria a manera de que pudieran permanecer claras en la mente durante toda la vida, Repitiendo las preguntas y respuestas del catecismo que les dejaron los misioneros españoles, era todo lo que los católicos del Japón tenían para ayudarse a vivir sin sacerdotes ni sacramentos durante dos siglos, muchas veces bajo persecución intensa.
El catecismo era el tipo de estructura natural básica que ciertamente pondría las mentes agitadas de los modernos jesuitas en un curso de frenética invención. Ya en 1929, A.J. Jungmann, S.J., joven profesor de la Universidad de Innsbruck, estaba pidiéndole permiso a Roma para presentar una modificación integral de todo el sistema catequético. No recibió aliento alguno de parte de Pío XI. No fue hasta bien entrado el reinado de Pío XII y la conclusión de la Segunda Guerra Mundial cuando comenzó a hacerse algo, y entonces se hizo con avidez. Para 1946, los jesuitas de Bruselas estaban preparados con lo que llamaron centro catequético. En la realidad, Lumen Vitae resultó ser el cuartel general para un ataque frontal contra las creencias católicas, que no tiene paralelo en la historia. Era un proyecto jesuita que habría de llevarse a cabo por jesuitas. El que haya llegado a establecerse o siquiera funcionar sin la aprobación del Papa es imposible. Los papas están muy bien informados acerca de lo que las principales órdenes religiosas están haciendo, y Pío XII estaba en diario contacto con uno de los miembros de mayor nivel de la Sociedad de Jesús, Agustín Bea. En una entrevista poco tiempo después de la muerte del Papa, el jefe del Biblicum dijo, "Como confesor suyo, nada, por supuesto, puedo decir. Sin embargo, estaba yo continuamente en contacto cercano con Su Santidad en temas que nada tenían que ver con la confesión."
El centro Lumen Vitae, ubicado en el N° 186 de la Calle Washington en Bruselas había sido establecido ostensiblemente para la creación y diseminación de publicaciones catequéticas. Escribiendo en The Wanderer, Farley Clinton consideró lo significativo de la organización: "Era una Institución de sólo jesuitas dedicada al mayor o menor rechazo de toda idea recibida y despojar la enseñanza religiosa de todo contenido tradicional. Lumen Vitae estaba extremadamente bien financiada y se tenía la intención de que funcionara como un movimiento mundial. Es difícil transmitir en palabras qué tan extremadamente grande se había vuelto esta organización a apenas diez años de haber sido fundada, o sea, ya para 1956. Cuando se anunció el Segundo Concilio Vaticano estaba en posición de actuar efectivamente, a escala enorme, porque había sido establecido por hombres de ideas muy grandes y de paciencia extraordinaria
Le había tomado al pionero del movimiento, el jesuita austriaco Dr. A. Jungmann más de un cuarto de siglo el llevar a cabo su proyecto de anular el catecismo. Sacerdote seco y erudito, Jungmann fue uno de los primeros y apasionados participantes en el movimiento neo-litúrgico y pasaría a guiar la redacción de la Constitución Litúrgica del Concilio. En opinión de Jungmann,"para que la enseñanza religiosa sea efectiva, debe apartarse de la transmisión estéril de conocimiento teológico y, en cambio, ofrecer la buena noticia del Reino de Dios." Este fue precisamente el mensaje del Cardenal Karol Wojtyla dado en el Sínodo Episcopal Internacional de 1977 cuando concluyó su intervención con las palabras, "Lo que cuenta es la aceptación personal, no el asentimiento intelectual. El mejor catequista es el que vive la catequesis."
Tan atrás como en 1943, observadores alertas que pusieran atención a los frecuentes discursos del Papa Pío XII podrían haber colegido que estaba por iniciarse un nuevo enfoque a dársele a la educación religiosa. Entre las nuevas oportunidades para aspirantes al sacerdocio, estaba él sugiriendo que explorasen un campo que en aquel entonces se tocaba solamente de prisa, específicamente el tema de religiones comparadas. Luego vino Menti Nostrae, encíclica que habría de formar la base para eliminar una buena porción de la enseñanza en los seminarios. En opinión del Cardenal Garrone, miembro de la Curia encargado de educación bajo el pontificado de Pablo VI, "Menti Nostrae no sólo estaba en sintonía con la época; fue profética; uno de los escritos más heróicos del audaz ministerio de Pío XII. El documento del Concilio sobre el tema de seminarios, habría sido inimaginable sin que Menti Nostrae hubiera establecido el precedente. En los hermosos textos del Concilio encontramos todo lo que Pío XII pedía con tanta valentía en su encíclica."
Qué tan audaces eran sus pensamientos sobre el proceso de aprendizaje habría de quedar claro como el agua con un discurso que dio a los Hermanos de las Escuelas Cristianas en Roma. "El arte de la educación" dijo el Papa, "es en muchos aspectos el arte de la adaptación, adaptándose a la época, adaptándose al temperamento, al carácter, a las necesidades de toda aspiración justa, adaptarse al momento y lugar, y adaptarse a los ritmos del progreso general de la humanidad."
Ha sido un trayecto corto y rápido desde Menti Nostrae hasta la vida en los seminarios de hoy en día. Marcando el paso estaba la escuela fundada por San Ignacio de Loyola en Roma en el año de 1551, como una ciudadela intelectual desde la cual poder combatir la Reforma Protestante, la Pontificia Universidad Gregoriana, Para fines de los años 1960s, el latín había desaparecido de la Gregoriana junto con la rutina monástica tradicional y junto con todas las restricciones para el exterior del recinto. Llegaron mujeres al escenario, unas doscientas, asistiendo a clases; se designaron profesores protestantes y judíos; se daban cursos de cine que incluían películas, sin censura, de Buñuel, Bergman y Dreyer, y había cerveza a la venta en una cantina en el interior.
Reinhardt Raffalt recuerda haber llegado un día en 1940 al Germanicum, el colegio germano - hungárico, para encontrar a los estudiantes ataviados en sus casacas rojas del tono de un camión de bomberos que, en silencio, escuchaban lecturas devocionales. Haciendo una segunda visita en 1970 fue recibido por una babel de jóvenes en pantalones de mezclilla gritando de una mesa a la otra.
Otros jóvenes alemanes habían sido sujetos a un curioso experimento a finales de los años 1940's cuando al nuncio Roncalli y al Prosecretario Montini se les ocurrió idear un curso por correspondencia para prisioneros de guerra, llamando el plan "seminarios de alambre de púas". El plan de estudios fue publicitado como obra de Monseñor Montini; sin embargo, su muy pesada carga de trabajo, virtualmente manejando el Vaticano y, considerando el gusto de Pío XII por escribir, puede suponerse razonablemente que las lecciones fueron planificadas y detalladas por el Papa en su excelente alemán.
Lo que pasó en la Gregoriana y en el Germanicum estaba ocurriendo en todo el mundo en los años sesentas y setentas. Durante los años de la Depresión, los fieles de Newark, New Jersey, habían juntado sus escasas ganancias para construir cerca de Darlington lo que pronto habría de convertirse en un floreciente seminario mayor. Hoy, lo admiten miembros del profesorado, "hay tan pocas vocaciones en Newark, que aceptamos estudiantes de todas partes, incluyendo laicos, tanto hombres como mujeres, monjas y protestantes. La doctrina Católica Romana ha sido reemplazada casi en su totalidad por lo que se conoce como "pensamiento católico actual" y los pocos estudiantes que aspiran al sacerdocio están tan libres de ir y venir como cualquiera los demás, compartiendo cada uno un departamento de dos camas con baño, televisión, estéreo, refrigerador y, a solicitud, una barra portátil.
Caso extremo, quizás, pero en línea con las consecuencias que alrededor del mundo tuvieron la destrucción del catecismo y la invitación a libertades iniciadas desde arriba por una encíclica papal. Kenneth Baker, uno de los pocos jesuitas no dispuestos a seguir a los partidarios de Lumen Gentium, se pregunta si ahora que seminario tras seminario ha sido forzado a cerrar por falta de estudiantes, no sería mejor que, en el futuro, la preparación para el sacerdocio ser diera privadamente por sacerdotes conocedores y todavía dedicados. Obviamente, el tiempo para encontrar tales pastores se está agotando.
El entusiasmo por Menti Nostrae expresado por el Cardenal Garrone fue igualado solamente por su contento sobre otra encíclica de Pacelli de los años 1940s, Divino Afflante Spiritu que describió como una "poderosa aspiración de aire fresco". Dedicada al problema de erudición bíblica, este documento trata del tema preciso que había echado a andar el movimiento modernista de la vuelta del siglo. Fue la publicación de un estudio llamado La Esencia del Cristianismo por el teólogo luterano alemán, Adolf Harnack, con su propuesta de una reevaluación de las escrituras, y la reacción subsecuente favorable a ese libro por parte de pedagogos católicos, lo que había establecido el escenario.
El exégeta norteamericano, Raymond Brown, concordaba por entero con el aplauso de Garrone a Divino Afflante Spiritu diciendo que la encíclica "representa un cambio radical de actitud hacia el estudio bíblico" y expresó la satisfacción de que, gracias a la apertura que proponía, es ahora posible en los seminarios católicos "considerar que los primeros capítulos del Génesis no fueron históricos, que el Libro de Isaías no fue un único libro, que el evangelio de Mateo no fue la obra de un testigo, que los cuatro Evangelios no fueron cuatro biografías armónicas ya que algunas veces eran imprecisas en los detalles."
Otro bien conocido hombre de iglesia que tuvo palabras condescendientes sobre Divino Afflante Spiritu fue el usualmente disidente P. Hans Küng,"Muestra,", escribió, "cuán lejos está la Iglesia dispuesta a avanzar en su aceptación de las actitudes modernas hacia métodos exegéticos y, junto a eso, muestra una desaprobación tácita de los decretos anti-modernistas del Papa Pío X. Además el documento hace un claro reconocimiento a la autoridad de los textos originales por encima de cualquier traducción, sea antigua o moderna, De ahí que dé un decrecimiento definitivo a la importancia de la Vulgata Latina,
Cuando a principios de los años 1950s Pío XII dio la luz verde a Bea y a su gabinete en el Bíblicum para trabajar en una nueva traducción de los Salmos, así como de las oraciones provenientes de las sagradas escrituras que a diario se recitan por los sacerdotes en el oficio divino, tenía la intención de reemplazar a las contenidas en la Vulgata, la traducción oficialmente aceptada de la Biblia desde los días de su autor, San Jerónimo, en el siglo quinto. No sólo fue el texto resultante, como lo señala Boneterre, imposible de entonarse en canto gregoriano, sino que habría de dar otro golpe a lo que Avery Dulles llama "la serenidad espiritual" del sacerdote, suprimiendo el apreciado tono de las antiguas, frecuentemente recitadas frases de la Vulgata.
Se destruye la Tradición
En comparación con el caos que le siguió, el largo reinado de Pío XII, les parece a los católicos conservadores más viejos de nuestros días, haber sido una época en que todo iba bien en la Iglesia. Con excepción de rumores ocasionales de experimentación litúrgica en Bélgica y Francia, la antigua institución parecía estar unida en doctrina y ritual, segura en su magisterio, y ese magisterio seguro en la figura austera, más bien remota, del Papa Pacelli. De blanco como un fantasma, él acentuaba sus frecuentes pronunciamientos en un italiano melodioso con dignidad inigualable, Era una época en la que el 80% de los católicos en los Estados Unidos asistían regularmente a misa, al mismo tiempo que una atmósfera de certeza traía conversiones, y no sólo en los campos de misión en el África. En 1950 el Cardenal Spellman podía decir: "Si la actual tasa de conversiones continúa, en un siglo más los Estados Unidos serán un país católico.
Sin embargo, fue precisamente en esos tiempos florecientes que el Papa, quien estaba llegando a que se le llamara "Pastor Angélico", con su mano derecha, Monseñor Montini a remolque, estaba impulsando mutaciones en la doctrina y la práctica que habrían de poner a tambalear todo el edificio. Paso a paso, los dos estaban avanzando hacia un concilio que sería una clase de solución final para esas mutaciones.
Mientras que la destrucción del catecismo habría de ser el golpe más revelador que habrían de tener que aceptar los fieles, la subversión de la liturgia les afectó emocionalmente en un grado mucho mayor. Tan temprano como 1947, el Papa Pacelli, en consulta con académicos de la Universidad de Lovaina, junto con un grupo de neo-liturgistas avanzados con base en Paris, estaba estableciendo una comisión para una completa renovación de la liturgia sagrada. Como secretario de la comisión eligió a un sacerdote de treinta y cinco años de edad, un Padre Bugnini que tenía el evocativo nombre de pila Annibale, habiendo nacido en un pueblo a orillas del Lago Trasimeño donde Aníbal y sus elefantes habían derrotado llanamente a los romanos. Extirpar la Romanidad del misal, del antiguo Libro de Misa, se convirtió en el objetivo principal del P. Bugnini y de su grupo de peritos. Que el Papa le haya asignado gran importancia se hizo evidente en renglones de una autobiografía que Bugnini escribió muchos años después del Concilio, cuando ya había alcanzado el grado de arzobispo. "Disfrutábamos de la plena confianza de Pío XII, quien era informado de nuestro trabajo por Monseñor Montini y aún más por el P. Bea, su confesor. Gracias a esos intermediarios, pudimos llegar a obtener resultados notables aun en períodos en que una enfermedad del Papa impedía a cualquiera otro verlo.
De no ser por este apoyo entusiasta, es probable que la Comisión no hubiera intentado hacer cambios importantes en la liturgia, ya que miembros de la Curia, La Sagrada Congregación de Ritos, se opusieron a Bugnini durante casi todo el trayecto. Aun para lograr los cambios radicales en los Ritos de la Pascua tomó seis años, Pero Pacelli era el Papa y él tenía que salir victorioso. Finalmente, en 1955, el decreto papal Maxima Redemptionis entró en vigor, moviendo las celebraciones del Sábado Santo de la mañana, a tarde en la noche y proponiendo una serie de variantes, convirtiéndose en un tipo de ensayo para la Nueva Misa, todavía a una década en el futuro. En muchas de las ceremonias de Pascua planeadas por Pacelli, en sacerdote se ponía de cara al pueblo. las oraciones iniciales al pie del altar y el Último Evangelio fueron suprimidas igual como lo fueron las devociones tradicionales de la Semana Santa de las Tres Horas el Viernes Santo y las muy conmovedoras solemnidades de Tenebrae.
Fue en los primeros años de los 1950s cuando Pío XII envió una directiva a las superioras de todas las órdenes religiosas femeninas de todo el mundo; su mensaje, según una monja canadiense que lo recuerda, fue esencialmente "o se modernizan o se atienen a las consecuencias." La directiva tenía que ver con las actitudes espirituales, la vida enclaustrada, el vestido, etc, Habían sido en gran medida desacatadas. Aparentemente consternado, el Papa ordenó a las superioras que viajaran a Roma para que pudiera él transmitirles la seriedad de su intención de poner las monjas al día, Mencionando en su discurso inicial ante el grupo, que el haberlas mandado traer había costado una gran cantidad de dinero, prontamente le fue presentado un generoso cheque para cubrir los gastos- Él lo devolvió diciendo que una mejor manera de emplear el dinero era contribuyéndolo a un fondo para establecer una escuela de estudios avanzados en Roma donde ciertas mujeres de las órdenes religiosas de todo el mundo pudieran asistir a tomar cursos y seminarios especiales, Éste fue el origen del Colegio Regina Mundi para mujeres.
Durante la década de 1944 a 1954 el movimiento francés de sacerdotes obreros tuvo sus inicios y posteriores alzas y bajas. En el último año de la guerra, los tres cardenales de ideas más liberales de Francia, Lienart, Suhard y Feltin, obtuvieron permiso de Pío XII para realizar un proyecto en el cual ciertos sacerdotes habrían de ser relevados de sus deberes ordinarios para trabajar en factorías y en lo que fueron llamadas "misiones urbanas". La idea, se dijo entonces, era evangelizar a obreros, que estaban siendo sometidos cada vez más a presión marxista. En un año más o menos, ya había alrededor de cien sacerdotes-obreros, la mitad de ellos miembros de órdenes religiosas.
No pasó mucho tiempo para que estos hombres acabaran envueltos de una u otra manera en cuadros marxistas. En vez de ellos convertir, estaban siendo convertidos. Aun así, parece no haber habido conflicto con el Vaticano hasta la primavera de 1949 cuando Pío XII tomó una medida abrupta equiparable a un giro político de 180 grados. La política era italiana, no francesa. Desde la guerra, los herederos del Partido Popular de Giorgio Montini, los Demócrata- Cristianos, habían sido la fuerza dirigente en el Parlamento Italiano. Para 1949, sin embargo, el floreciente Partido Comunista amenazaba con superarlos en las cercanas elecciones, Fue entonces cuando Pío XII entró al rescate con un gesto pragmático que le ganaría un estatus mítico, el de 'anti-marxista'. Visitando al Santo Oficio, les ordenó que publicaran un decreto prohibiendo a los católicos italianos unirse al Partido Comunista. Como consecuencia, los Demócrata-Cristianos salieron adelante y el Papa, que ya llevaba diez años ocupando la Sede de Pedro, dio el primer discurso reconociblemente anti-marxista de su pontificado.
Inmediatamente, Radio Vaticana, transmitiendo internacionalmente, asombró al mundo con un cúmulo de datos que habían estado reuniendo pero que se les había prohibido hasta entonces divulgar. De pronto, el público se enteró de que, no sólo era cierto de que unos sesenta y cinco millones de católicos europeos del Este estaban viéndose en dificultad o imposibilidad de practicar su fe, sino también que sacerdotes habían sido ejecutados. unos seis mil de ellos, por cierto, la mayor parte en Ucrania pero también en los Estados Bálticos y en Bulgaria. Cuatro mil quinientos sacerdotes habían desaparecido, deportados a la Siberia o hechos prisioneros en Checoslovaquia, Hungría y Polonia.
Sin embargo, ni las noticias, ni el discurso papal, ni siquiera el decreto del Santo Oficio pusieron fin al movimiento de sacerdotes obreros en Francia. Siguieron cuatro años más de actividad, mucha de ella excesivamente controvertida, con reportes de sacerdotes heridos y aun arrestados en peleas callejeras. Del Vaticano venían ocasionalmente recordatorios de lo equivocado de la lucha de clases, pero no fue hasta 1953 cuando Pío XII revocó el permiso al movimiento de curas obreros. Cuán eficiente fue la noticia de la revocación puede juzgarse de una noticia en el diario Le Monde de 1987 citando la presencia de por lo menos ochocientos curas obreros operando en el país.
Mientras tanto, como para equilibrar de un modo muy escaso su giro contra la extrema izquierda, Pío XII dirigió su atención a los católicos del otro extremo de la escala social. Por tres años sucesivos, con una excusa u otra, había pospuesto la acostumbrada recepción anual de aristócratas romanos, miembros de la Nobleza Negra, hombres y mujeres de añejo linaje que habían cerrado las puertas de sus palacios en 1870 cuando los Estados Pontificios cayeron ante los insurgentes. Rechazando todo favor de la nuevamente instalada Casa de Saboya, profesaron solidaridad con el "Prisionero en el Vaticano". Decidiendo al fin recibirlos, en 1956, Pío en efecto desestimó su causa. Su explicación: "El viento impetuoso de la nueva era se lleva muchas tradiciones del pasado, se lleva con él mucho de lo que el pasado ha construido. La nueva constitución post-fascista de Italia no reconoce misión particular alguna a ninguna clase social, tampoco atributo o privilegio alguno. A una página en la historia se le ha dado la vuelta, un capítulo ha sido cerrado. Un nuevo capítulo ha sido abierto. Pueden ustedes pensar lo que quieran, pero estos son los hechos." Estaba haciendo eco a las palabras que Franklin Roosevelt dijo a Winston Churchill cuando éste lamentaba el hecho de que los Estados Unidos parecían ser indiferentes al ocaso del Imperio Británico. Dijo el presidente: "Un nuevo período se ha abierto en la historia del mundo y ustedes tienen que adaptarse a él."
Para la Iglesia, el principio de los años 1950s trajo más relajamiento en la disciplina de los sacramentos. Pío XII dio permiso para la celebración de misas en la tarde y redujo el período de ayuno previo, que anteriormente era desde la medianoche anterior a la recepción de la Santa Comunión, a apenas tres horas. En tanto que, en Estados Unidos se puso en marcha un paso importante en el cambio de la liturgia cuando la Confraternidad por la Doctrina Cristiana solicitó y recibió el permiso del Vaticano para la celebración de lo que llamó un "Ritual Norteamericano" en el cual una buena parte de la misa se decía en inglés.
Estructuras que habrían de volverse importantes en la Nueva Iglesia comenzaban a tomar forma..A sugerencia del radical brasileño Monseñor Helder Cámara, el Papa envió a Colombia al obispo Antonio Samore, asistido por el joven P. Agostino Casaroli, a unificar a las conferencias episcopales individuales de las vastas regiones de Iberoamérica, en una conferencia superepiscopal cohesiva y más fácil de manejar, que después del Concilio habría de emerger como la CELAM. Al mismo tiempo, el Papa alentó a los españoles a lanzar el movimiento de Cursillos de Cristiandad así como el de Focolare y el de Comunidades Cristianas de Base, convenientes para la futura propagación de la 'teología de la liberación' en América Central y América del Sur. Un iberoamericano destinado a convertirse en mártir marxista habría de ser el joven colombiano Camilo Torres, S.J. se presentó en Roma para recibir la bendición no sólo del Padre General de los Jesuitas sino del mismo Papa Pío XII, quien lo elogió por su expreso objetivo de establecer un "nuevo orden mundial para Iberoamérica."
Pronto. Pío XII se estaba uniendo al alboroto organizado por la Internacional Socialista para salvar de la silla eléctrica a los espías soviéticos, Ethel y Julius Rosenberg. Este gesto iba en línea con la intervención que había ejercido diez años antes cuando su amigo, el enviado británico a la Santa Sede, armado con las firmas de cuarenta intelectuales pro-marxistas, le había pedido salvar la vida del principal dirigente comunista, Luigi Longo, de quien se rumoraba que estaba programado para ser ejecutado. Para la grave vergüenza del Vaticano, el Fascista Ministro del Exterior, el Conde Galeazzo Ciano fríamente replicó "aunque el comunista militante Longo está detenido, jamás se ha tenido la intención de ejecutarlo."
Sobresaliente entre las encíclicas de Pacelli de los 1950s estaba Humani Generis, que trataba acerca del origen del hombre. Juan Pablo II se refirió así a ella en Octubre de 1996: "Humani Generis consideró la evolución como una hipótesis seria, merecedora de investigación estudiosa más profunda.”
En esa época, particularmente en Francia, intelectuales tanto en pro como en contra del evolucionismo de Teilhard de Chardin, buscaron con interés los primeros ejemplares sólo para descubrir, como lo explicó "Xavier Rynne", "Lo que era discernible inmediatamente de la encíclica, era su espíritu pastoral. No citó a nadie para condenarlo ni tuvo lugar censura eclesiástica alguna después de su publicación, aun cuando, con el tiempo, dos padres provinciales, un dominico y un jesuita, fueron transferidos a otras asignaciones. Aun cuando fueron proscritas ciertas tendencias e ideas, la encíclica no tuvo intento alguno de reprimir iniciativas teológicas. Más bien, alentó la investigación vital y existencialista de problemas de actualidad.
Esas fueron las buenas noticias que le llegaron al P. Teilhard abordando un transatlántico en Southampton para viajar a Buenos Aires.. Habiendo sido recientemente invitado a unirse a los disidentes Antiguos Católicos en Utrecht, había declinado la invitación diciendo que tenía la intención de permanecer dentro de la Iglesia a fin, como él lo planteó, "de transformarla".. Su carta a Holanda decía en parte "Creo esencialmente que la Iglesia ha llegado a un punto en que una transformación, o sea. una reforma esencial, debe tener lugar. Después de dos mil años, no tiene remedio. La misma raza humana está sufriendo una transformación ¿cómo puede el catolicismo librarse de eso? Para ser específico, creo que esta reforma, mucho más radical que la del siglo XVI, no es meramente cuestión de instituciones o de moral, sino de la misma fe. De cierta manera, nuestra concepción de Dios está dividida. Además del Dios trascendente tradicional, una clase de Dios del futuro ha surgido para nosotros en el curso de los siglos.
En Francia en ese entonces, académicos católicos coqueteaban con la idea de rehabilitar a quien en un tiempo había sido monje agustino, Martín Lutero. Un joven sacerdote que protestó, Georges de Nantes, fue relevado de su puesto de enseñanza. Casi tan seria para el Abbe como el perder su empleo fue la publicación de la primera obra importante del P. Dominico, Yves Congar. Le causó tanta estupefacción el leer Reforma Falsa y Verdadera de la Iglesia, como la que le había hecho ir a Roma en 1953. "Quería yo alertar a aquéllos con responsabilidad contra el grave peligro de las reformas que proponía Congar. Las veía yo conduciendo a una perversión de toda la Iglesia en línea con las que ya estábamos experimentando en Francia. No obstante que fui bien recibido y escuchado, descubrí que los romanos no tomaban en serio nuestras disputas de Francia, y estaban demasiado seguros de su propia autoridad sobre el resto del mundo."
Mientras tanto, en Roma, Monseñor Bugnini y su Comisión Pontificia procedían enérgicamente con la organización de congresos litúrgicos internacionales. Reuniones sucesivas en el santuario alemán de María Leach, en Lugano, Suiza, y en Lovaina, Bélgica fueron dedicadas al cercenamiento progresivo. de lo que había venido a nosotros a través de los siglos como el Santo Sacrificio de la Misa. El continuo cercenamiento con el propósito, según se argumentaba, de "hacerla más relevante para el hombre moderno" habría de lograr su objetivo diez años más tarde cuando un representante de la Conferencia Luterana de Augsburgo pudo declarar que "los obstáculos que inhibían la participación protestante en la Eucaristía (católica) están desapareciendo. Ahora debe ser posible para un protestante reconocer la cena instituida por el Señor en la celebración eucarística católica.
Después de Lovaina vino el más grande de los congresos litúrgicos, el de Asís. Mil doscientos delegados, entre ellos seis cardenales y ochenta obispos, convergieron en la pequeña ciudad Umbríana donde vivió San Francisco. El año fue 1956, En su libro, ¿Se ha vuelto loca la Iglesia Católica?. El intelectual inglés, John Eppstein, considera que esta asamblea fue la precursora de los drásticos decretos litúrgicos que siguieron al Concilio.
Él escribe: "Aquí estaba un grupo de entusiastas, listos para instrumentar la organización que tiempo después habría de ser convocada por el Cardenal Cicognani. Sus miembros venían principalmente de Francia, Alemania, Bélgica, Holanda y los Estados Unidos. No les tomó demasiado tiempo elaborar el esquema para la Constitución Litúrgica, que ya estaba lista para cuando se reunió el Concilio. Muchos del mismo grupo colaboraron durante el Concilio y se lograron introducir en la Comisión postconciliar establecida para poner en práctica los principios que había adoptado el Vaticano II. Y durante todo el proceso, la figura dominante fue Monseñor Bugnini, que encabezó cada una de las etapas de trabajo de los grupos reformadores.... Bugnini fue tan arquitecto de la Nueva Misa como Cranmer lo había sido de su Book of Common Prayer."
El que Pío XII se pusiera contento con el Congreso de Asís y con la guía de su designado, Bugnini, se hizo evidente en el mensaje de clausura que dirigió a la Asamblea. En una parte dijo "El movimiento litúrgico ha aparecido como una seña del don providencial de Dios para nuestros tiempos, como un paso del Espíritu Santo sobre la Iglesia a fin de mostrar a los fieles los misterios de la fe y las riquezas de la gracia que viene de su participación activa en la liturgia.
Entre los acontecimientos que tomaron inspiración del Congreso de Asís ese año, fue un simposio Canadiense intitulado "La Gran Acción de la Iglesia Cristiana".
Organizado por la Conferencia Litúrgica de Norteamérica y un comité encabezado por el Obispo (posteriormente Cardenal) John Wright de Worcester, Massachusetts, presentó un ritual central que no tuvo paralelo en esa época. Reemplazando el Introito, las palabras de apertura que habían sido introducidas en la misa en la época de Carlomagno, "Me introduzco al altar de Dios, del Dios que es la alegría a mi juventud" por "Damos la bienvenida a nuestro presidente" cantada al unísono, la ceremonia procedió a la cadencia de estimulantes himnos luteranos, un sermón en el que se explicaba que la Eucaristía era una cena comunitaria más que un sacrificio y, para coronar la mañana, se escuchó la Bendición Pontificia de Pío XII en Roma.
Otro foco de devoción que ya estaba bien actualizado mucho antes del Concilio era la Downside Abbey en Inglaterra. El novelista Evelyn Waugh, pasando su acostumbrada Semana Santa en retiro en Downside, escribió en su diario, "Más bien aburrido, ya que el nuevo ritual, introducido por primera vez este año, deja muchas horas sin provecho. Hay un joven y brillante filósofo, un padre Illtyd Trethowan, que dio conferencias sobresalientes. Yo me encontré en desacuerdo con todo lo que él dijo y resentido por la nueva liturgia."
Juntándose para matar.
En 1954, el sacerdote de quien varios observadores importantes decían que virtualmente estaba manejando el Vaticano, el P. Montini, de 57 años, recibió su consagración al episcopado y una designación al segundo más importante arzobispado de Italia, el de la ciudad industrial de Milán, en el norte. El que debe haberle costado caro al Papa, para entonces de 78 años, el haber enviado a su más cercano colaborador, de más de dos décadas, no debe haber duda alguna. Conforme se fue absorbiendo más y más en escribir encíclicas y, como ahora nos hemos enterado, en planear el Concilio, Montini debe haberse vuelto virtualmente indispensable para él.
En la interminable polémica de por qué se hizo la asignación a Milán sin el otorgamiento del capelo cardenalicio, ha habido, por lo menos, tres totalmente diferentes narrativas, Se ha dicho, pero sólo en Italia, que el Padre Montini había estado envuelto de alguna manera en el sórdido escándalo Montesi que se difundía internacionalmente en los encabezados de los periódicos de esa época. Otra versión decía que Montini había renunciado en indignación por un esquema de presupuesto de la Ciudad del Vaticano del que él desaprobaba. Sin embargo, con más frecuencia se pensaba, particularmente fuera de Italia, que el Papa, habiendo descubierto que su fiel asistente estaba teniendo pláticas secretas con los dirigentes comunistas, lo había apartado de su vista en estupor y amargura.
Hasta ahora no ha salido a la luz evidencia seria de ninguna de las tres explicaciones. La más improbable de todas sería la tercera y más popular narrativa, considerando el hecho de que el mismo Nuncio Pacelli había estado practicando la Ostpolitik desde tiempo tan atrás como 1918, cuando llevó a cabo una negociación privada a nombre del Papa Benedicto [XV] con los más altos dirigentes soviéticos. Hansjacob Stehle, corresponsal del diario Die Welt de Hamburgo en el Vaticano, y autor del extenso estudio Die Ostpolitik des Vatikans 1917-1979, halló en los entonces recientemente abiertos archivos del Estado Alemán, detalles de las extendidas conversaciones entre el Obispo Pacelli y el Comisario soviético Cicerin. Stehle dice que le pasmaron las concesiones ofrecidas por el nuncio. No se habrían de enviar sacerdotes polacos a Rusia ni sacerdotes de cualquier otra nacionalidad que no fueran aprobados por Moscú. Antes de que terminaran las conversaciones, las actitudes soviéticas se endurecieron, y al final nada se hizo,
En cuanto a la reunión Montini-Togliatti, ocurrió unos diez años antes de su asignación a Milán y, no obstante que se mantuvo en secreto ciertamente hasta que fue revelada por el Departamento de Estado de los Estados Unidos en 1974, la reunión no fue secreta para el Vaticano.
Monseñor Montini se reunió con Togliatti como se había reunido con Stalin en 1942 como Secretario Sustituto de Estado, el reconocido vocero del Papa. Más aún, según Stehle, no bien Pío XII había despachado a Montini a Milán en 1954 cuando él mismo reabrió negociaciones con los soviéticos enviando al teólogo vienés Monseñor Roding, en una misión confidencial a Moscú.
Es cierto que Pío no nombró a Montini cardenal y que la Sede de Milán es normalmente gobernada por un cardenal. Sin embargo, la explicación, como la demuestran hechos posteriores, radica en el hecho de que el Papa no quería que Montini estuviera disponible para elección al papado en un cónclave que él sabía que ya no estaba muy lejano. Montini debía ser librado de lo que para los fieles habría de ser un severo choque, es decir, el Concilio que él estaba planeando. Entre tanto, el mensaje que le envió al nuevo arzobispo cuando fue instalado brillaba por su calidez, gratitud y elogio.
Monseñor Montini parece haber tomado con gusto la nueva vida más independiente en Milán. Iniciando con un gesto dramático lo que habría de ser una jornada de ocho años en la capital Lombarda, gesto que hasta entonces había sido desconocido entre los prelados católicos, el de besar el suelo al llegar, pasó a ser anfitrión de una serie de personajes cuya influencia habría de pesar fuertemente en el futuro de la iglesia. Llegaron delegaciones sucesivas de teólogos no católicos, la mayor parte de ellos miembros de la Comunidad Anglicana. Llegó también Jacques Maritain, cuyo 'humanismo integral' Montini y Pacelli habían estado promoviendo durante los últimos veinte años. Para mediados de los años 1950s, la tesis de Maritain se había convertido en la vida oculta de la Iglesia, solamente esperando el Concilio para insertarse en las vidas de los fieles. Después de sus años como refugiado en el Canadá durante la guerra, el filósofo francés había pasado tres años en Roma como embajador ante la Santa Sede, y luego retornado a Francia a fin de dedicar todo su tiempo a escribir.
Un verano, Maritain llevó a la residencia de Montini a un norteamericano de quien dijo que consideraba ser "uno de los tres revolucionarios merecedores de ese calificativo y, ciertamente, uno de los grandes hombres del siglo". Era nada menos que Saúl David Alinsky, el autonombrado "radical profesional", quien habría de pasar una semana entera con el Arzobispo Montini tratando acerca de las relaciones de la Iglesia con el poderoso sindicato comunista local. "Fue una experiencia interesante" dijo Alinsky a su biógrafo, M.K. Sanders, "Ahí estaba yo, sentado entre el Arzobispo y una milanesa rubia de ojos grises, funcionaria del sindicato comunista, explorando el puente común que uniera al comunismo con el capitalismo."
En cuanto a la religión, Saúl Alinsky explicó su actitud unos años más tarde a la revista Playboy. Dijo haberse separado de su estricta familia judía, con el fin de unirse a la Brigada Internacional en la Guerra Civil Española. Pasando luego a desarrollar su teoría del 'Poder del Pueblo', dijo que fue luego de haberse reunido con Maritain, cuando comenzó a ver cómo la revolución podría llegar a ser parte de la Iglesia Católica. Prefería llamarla, sin embargo, la "Iglesia del Hoy y del Mañana" y era una Iglesia que él pensaba que debería volverse enteramente libre de dogmas, "Detesto y temo el dogma. Nadie posee la verdad, y el dogma, no obstante la forma que éste tome, es el enemigo final de la libertad humana-" Alinsky, Montini y Maritain expresaron el acuerdo sereno de que la Iglesia Militante debe dar lugar a la Iglesia Amatoria.
Para fines de los años 1950s, los días de Eugenio Pacelli estaban llegando a su fin, y la época del concilio estaba aproximándose, Elizabeth Gerstner, una asistente del alemán que encabezaba la oficina de Bonn del Apostolado Laico, organización que había sido establecida recientemente por el Vaticano, arroja luz extraordinaria sobre la febril actividad de esa época. Fue una enfermedad de su jefe la que hizo llevar a la joven Sra, Gerstner a la oficina central, unos veinte cuartos en un complejo de antiguos edificios en la Piazza di San Calisto en Roma. La coordinación y promoción de asambleas importantes por todo el mundo era el objetivo llevado a cabo con eficiencia por un personal de veinticinco personas bajo la dirección de Rosemary Goldie, hija de un judío editor de periódicos en Australia.
Desde el principio, la Sra Gerstner quedó asombrada de la familiaridad con la que la Srta. Goldie y los demás miembros del gabinete trataban a cardenales y obispos de la Curia. No había dificultad para comunicarse con ellos a cualquier hora del día. Gradualmente se fue percatando de lo importante que era este comité, funcionando como una especie de centro de procesamiento para cada fase de relaciones entre la jerarquía y el laicado en todo el mundo.
En retrospectiva, sin embargo, el centro ha tomado para ella una cada vez mayor significancia como antecámara del Segundo Concilio Vaticano. Mucho antes de anunciarse el Concilio, la clase de hombres de iglesia que entraban y salían de las oficinas de San Calisto presagiaban los cambios que habrían de venir. Entre ellos estaba el alegre viejo jesuita Agustín Bea, de 78 años, cuya consagración episcopal, sus negociaciones con los dirigentes judíos y su Secretariado por la Unidad de los Cristianos estaban todavía por llegar. Estaba el protegido del Cardenal Mercier de Malinas-Bruselas, Leo Suenens, ahora obispo auxiliar de la misma diócesis, y aun no "vuelto a nacer" ni convertido al pentecostalismo. Estaban los algo más jóvenes jesuitas avant-garde, Jean Danielou, Malachi Martin y Roberto Tucci, quienes habrían de pasar a encabezar la Radio Vaticana, y estaban los aún más avant-garde teólogos tales como Yves Congar, Josef Ratzinger y Bernard Haring. Los miembros del propio Comité de Laicos incluían a Francois Dubois-Dumee, periodista y declarado comunista, así como Monseñor Achille Glorieux quien habría de ser encontrado responsable de la operación de descarrilar una resolución anti-marxista de 450 padres del concilio y hacerla perdediza. En su El Rhin Desemboca en el Tíber, el P. Wiltgen escribió, "De cuatro fuentes distintas me enteré de que, quien había retenido el documento, había sido Monseñor Glorieux de Lille, Francia, que en esa época mantenía media docena de cargos en el Vaticano.
Inevitablemente, la presencia continua de hombres como éstos engendraba una atmósfera enteramente novedosa para la joven representante de Alemania. Ni sus viajes considerables ni sus amplios contactos internacionales la habían preparado para el tipo de lenguaje que oía en San Calisto. No podía conciliarlo con nada que ella supiera de ser católico. Cuando las noticias le llegaron de que se había convocado a un Concilio, de pronto se le hizo claro que estas personas no solamente habían estado trabajando con miras al Vaticano II, sino que se estaban moviendo mucho más allá, planificando situaciones e inventando estructuras para un tipo enteramente nuevo de Iglesia, en la que el sacerdocio, la liturgia, los sacramentos y la propia Misa serían de poca importancia.
A finales de 1962, despidiéndose después de tres años en San Calisto, la Sra. Gerstner fue a visitar a una de las personas cuyas palabras razonadas habían serenado su mente ante las incomprensibles cosas que ocurrían en las oficinas del Apostolado laico, el anciano Cardenal español Arcadio Larraona. Le platicó de su sentimiento de pavor por el futuro de la Iglesia. Él no la tranquilizó.
Van a cambiar todo, le dijo él, "la liturgia, todo lo que sea en latín desaparecerá por completo."
Ella le platicó de su amor por el latín y de cómo había enseñado el canto llano gregoriano a niñas negritas en un asentamiento en Nueva York y cómo, para su deleite, para fines del verano ya podían cantar la misa entera. El único comentario del Cardenal, "Van a acabar con todo eso."
Lo que es interesante es que, como persona con información privilegiada, Larraona supo, por lo menos un año antes de que comenzara el Concilio, que en altos círculos Vaticanos se había formulado un plan de ir suprimiendo el latín, ya decidido y sólo esperando que las firmas de los obispos lo ratificaran. La revelación de la Sra. Gerstner invalida las montañas de análisis post conciliares sobre cómo y cuándo fue que los acontecimientos durante el Concilio resultaron decisivos para el cambio. Lo que le pasó a la liturgia había comenzado a suceder en 1947 cuando el Papa Pío XII estableció su comisión litúrgica y eligió al joven P. Bugnini para dirigirla.
Reuniendo las firmas
El Papa Pío XII murió cuatro años antes de que el concilio que él había concebido se reuniera. El que en realidad haya sido Pacelli, el "Pastor Angélico", quien haya deseado que ocurriera el acontecimiento supuestamente responsable de crear una Iglesia que él mismo no hubiera podido reconocer es difícil de comprender para la mayoría de los católicos. Para los conservadores, lo que veían como firme ortodoxia de un Papa santo, habría hecho imposible su sanción de documentos conciliares problemáticos, en tanto que los progresistas serían reacios a darle crédito del cambio a un Pontífice tan "rígido".
Sin embargo, el Propositor de la beatificación de Eugenio Pacelli, Monseñor Paul Molinari, SJ, hablando en Radio Vaticana, calificó de "ignorantes" a aquéllos que suponen que la Iglesia dio un vuelco a la muerte de Pío XII. "No hubo una ruptura, por el contrario, basta que uno lea los documentos del Concilio, en los cuales se refiere a la enseñanza de Pío más de doscientas veces, muchas más veces ciertamente que cualquier otra fuente salvo por las Sagradas Escrituras. Durante años, Su Santidad trabajó en estudios preparatorios del Concilio. Él sólo suspendió el trabajo en ellos cuando llegó a convencerse de que los católicos carecían de la preparación suficiente para soportar el choque de un concilio."
Marcel Clement, periodista francés, concuerda con Monsñor Molinari, "Este gran Papa no solamente hizo posible el Segundo Concilio Vaticano. le preparó el camino. Yo pude observar personalmente, mientras seguía el Concilio día a día como reportero, cuántas de las ideas y aspiraciones que sólo salieron a la luz bajo la cúpula de San Pedro habían sido previstas ciertamente bajo su pontificado. Fue el primero en relajar la disciplina del ayuno eucarístico. Modificó la liturgia tridentina y los ritos pascuales. Además autorizó la lectura en lenguaje vernáculo. Fue el primero en otorgarle a los medios de comunicación masiva la misma importancia que el Concilio habría de otorgarle.
En un Anuario Jesuita, el P. Giovanni Caprile, editor decano de Civiltá Cattolica, lo puso de esta manera. "Basta con que uno piense acerca de la aprobación de los institutos seculares por el Papa Pío, de su exhortación a las religiosas femeninas Sponsa Christi, de sus discursos en 1950 y posteriores,"
El bien conocido disidente, Hans Küng, ha escrito elogiosamente acerca de las medidas progresistas tomadas por Pío XII. Equivocadamente tomándolo como el originador de la Misa Dialogada que precedió al reinado de Pacelli y aún su cargo como Secretario de Estado, Küng se regocijaba de que "él ayudó a recuperar el carácter explícitamente comunitario de la misa". Pasa a elogiar al Papa por haber dado el permiso, desde tan atrás como 1949, de usar el hebreo y el chino para toda la misa con excepción del Canon. Después vino la renovación de la "plena promesa" de la liturgia de la Semana Santa, su disuasión de la práctica de devociones en favor de la oración comunitaria, su internacionalización del Colegio de Cardenales con treinta y dos nuevas designaciones y, finalmente, su otorgamiento de permiso a pastores luteranos alemanes que habían sido ordenados sacerdotes católicos que siguieran casados e hicieran pleno uso de su matrimonio.
El año antes de que muriera, Pío XII abrió seminarios, monasterios y conventos al mortal lavado de cerebro conocido como psicoanálisis, al dar su bendición a un centro dedicado a la detección temprana de enfermedades mentales entre reclutas a la vida religiosa aparentemente normales.
Como lo explicó el P. Jerome Maynard, O.B. a un numeroso grupo de Padres Conciliares, a invitación del Cardenal Suenens de Bélgica: "Si se presume que un joven católico era creyente al inicio del análisis y sale de él ya no creyendo, sólo puede significar que su previa religiosidad era producto de una mente enferma."
Años más tarde, el arrepentido psicoterapeuta William Coulsen, le confesó al Dr. Marra en The Latin Mass Magazine que él y el afamado terapista Carl Rogers literalmente destruyeron comunidades enteras de Franciscanos, de Hermanas de la Caridad y de una docena más de órdenes religiosas en todos los Estados Unidos de Norteamérica. Ellos aun ayudaron a arruinar a los jesuitas, quienes los premiaron otorgándoles dos títulos honorarios. Dijo Coulson: "Dondequiera que hablábamos, tratábamos de enseñarle a esta gente cómo percatarse de sí mismos, de su verdadero ego interior." ¿Para ayudarles a ver que el ascetismo cristiano, el entregarse uno mismo a Dios es un absurdo enfermo y pueril, injusto para sus preciosos egos en nuestra sexualizada sociedad de consumo?
De haber vivido unos años más ¿habría Pío XII tenido que rescindir su aprobación de la malignidad freudiana de manera semejante a como se había visto forzado a rescindir el movimiento de curas obreros?
Era a finales de 1958 y la muerte de Eugenio Pacelli estaba generando renovada actividad en las oficinas de Piazza San Calisto, cuando acercándose a una lacrimosa Elizabeth Gerstner, la Srta. Goldie le preguntó qué le afligía. La respuesta parecía obvia, de modo que la alemana replicó con una pregunta propia.
Dime, Rosemary ¿quién crees tú que vaya a ser el próximo Papa?
¡Cómo! ¿no lo sabías? Angelo Roncalli, por supuesto.
¿Quién? Oh ¿quieres decir el Patriarca de Venecia? Pero ¿por qué?
Ay, Elizabeth, tú no sabes nada ¿no? Roncalli será Papa por unos años y luego Gianbattista Montini, desde luego.
El Cardenal Heenan de Westminster, quien tomó parte en el Cónclave de 1958, confirma el plan Roncalli-Montini. En su biografía, Crown of Thorns, relata: ¨No había un gran misterio en la elección del Papa Juan. Fue elegido por ser ya un hombre muy anciano. Su deber principal era el de nombrar Cardenal a Monseñor Montini, Arzobispo de Milán, a manera de que pudiera ser elegido Papa en el siguiente cónclave. Esa era la política y fue llevada a cabo de manera precisa."
Alguien con información privilegiada, que había sido secretario de Roncalli durante sus días en la Nunciatura en París, no tenía duda alguna acerca de quién saldría electo Papa en el cónclave venidero. Su afición era la heráldica y durante semanas antes de las reuniones había estado trabajando en el diseño de un escudo de armas papal para su antiguo jefe.
Comentando sobre su elección, el nuevo Papa, de 78 años, aparentemente halló una cierta satisfacción en su estado interino, expresándolo en términos bastante trascendentales, "Seré llamado Juan, un nombre agradable a nos por recordar al precursor del Señor, quien no era la luz, sino que habría de dar testimonio de la luz." ¿Sería, uno se pregunta, el futuro pontificado de Montini o el hasta entonces todavía no anunciado Concilio lo que él estaba comparando con la venida de Cristo? Y el Papa Juan no estaba solo en reforzar la llegada de su propuesto sucesor al Trono de Pedro. La Sra. Gerstner nos dice que miembros y empleados del Apostolado de los Laicos habían sido instruidos para formar una claque que aplaudiera a Monseñor Montini en toda aparición pública que hiciera.
El Papa Juan ha de haber estado extrañamente confiado de que entre los varios cientos de personas que durante muchos meses estuvieron ocupadas en preparar el Concilio, ninguna de ellas hubiera dicho palabra alguna de ello. O quizás era sólo una indicación de lo poco que los fieles conocen acerca de lo que pasa al interior del Vaticano, que su forma de describir cómo había llegado a convocar a un Concilio no les sonara como algo absurdo: "El impulso vino", dijo él, "de manera totalmente inesperada, como un rayo de luz divina, arrojando dulzura en los ojos y en los corazones."
Cuatro días antes de que esas etéreas palabras fueran enunciadas un personaje de la camarilla progresista, Hans Küng, demostró estar bien enterado acerca de los temas básicos del Concilio por convocar, que los estuvo delineando en una conferencia ante un asombrado auditorio en la Hofkirche de la ciudad de Lucerna. En su libro, Concilio, Reforma y Reunión, publicado en la víspera del Vaticano II, Küng demuestra que él sabía todavía un poco más que el Papa, lo que estaba en ciernes, pues había estado presente en la última reunión de alto nivel en Munich, presidida por el Arzobispo Montini, en la que los planes de Pacelli para el Concilio habían sido repasados ampliamente. Tomando parte de esa reunión, además del P. Küng, estaban notables obispos progresistas tales como Monseñor Dopfner, Suenens, König y ese prometedor protegido del Papa Juan, Albino Luciani, el futuro Juan Pablo I, uno de los pocos italianos admitidos en el círculo íntimo de Montini. Junto con los prelados estaban sus indispensables peritos, entre otros, los alemanes Bernard Haring y Josef Ratzinger.
Un sacerdote que salió de la conferencia comprometido seriamente con la causa fue Agustín Bea. Había sido encargado de decirle al Papa Juan que había sido decidido que el momento había llegado de abrir una oficina especial del Vaticano dedicada al ecumenismo. Se dice que Juan quedó muy complacido con la idea. Pocos meses después, en la Fiesta de Pentecostés, el Secretariado para la Promoción de la Unidad de los Cristianos se hizo realidad. Ese día, Junio 5 de 1959, como por coincidencia, sucedió que su primer presidente, el P Bea, estaba en Nueva York, de modo que el ecumenismo del Vaticano fue lanzado donde los medios de comunicación darían el mayor beneficio. Monseñor Lefebvre, en una conferencia que dio en Turín en 1974, dijo que los padres del Concilio sabían que el viaje de Bea a Manhattan había sido para obtener de la máxima logia judía, B'nai B'rith, aprobación del nuevo secretariado.
Entre los primeros designados a ese secretariado, estaba el P. Gregory Baum, judío converso, que posteriormente ha dejado el sacerdocio. "Bea" dijo Baum "nos decía cómo habríamos de promover el ecumenismo. Habríamos de tratar de influenciar a los obispos de nuestros propios países mediante la influencia en la opinión pública. Habríamos de escribir tanto como pudiéramos y hablar con frecuencia en radio y televisión,"
Mientras tanto, Angelo Roncalli, el Papa interino, estaba haciendo lo más que podía para alinear el tipo de dramatis personae con quienes pudiera contar para hacer pasar en el Concilio los planes Pacelli-Montini y llevarlos a cabo posteriormente. Celebrando cinco consistorios nombró a 52 cardenales, entre ellos a los alemanes liberales que habrían de dominar los debates, Dopfnner y Alfrink, al protegido del Cardenal Mercier, Leo Suenens, a Confalonieri, tan importante durante los conflictos de l'Action Francaise cuando actuó como secretario privado del Papa Ratti, a sudamericanos que demostrarían ser invaluables para poner en marcha la Teología de la Liberación, Silva Henriquez de Chile y Landazurri Rickets del Perú. Para Secretario de Estado, el Papa Juan escogió a una persona sólo un año más joven que él, Amleto Cicogniani, quien como delegado apostólico de Pío XII había controlado la designación de doscientos de los doscientos cincuenta obispos que habrían de formar el contingente norteamericano en el venidero Concilio.
Entre viajes a Alemania, el Arzobispo de Milán también iba y venía de Roma. Entrando un día a la oficina de la Comisión oficial del Vaticano Preparatoria del Concilio, fue detenido con estas palabras "Mire, Monseñor este tipo de asunto no es católico. Tendremos que condenarlo."
La réplica de Montini fue brusca, "Para usted, Monseñor Lefebvre, todo es 'condenar; condenar' Entienda usted, desde ahora, que en el futuro no habrá más condenaciones. Las condenaciones han acabado. Uno se pregunta si esas palabras reverberaron en la mente del venerable francés cuando leyó la sentencia de su propia excomunión. O ¿recordaría quizás el pronunciamiento de Monseñor Tomko, jefe del Sínodo Episcopal Permanente, en el sentido de que "la excomunión es tan anticuada como la silla eléctrica o la cámara de gases"? En cuanto a la presencia de Marcel Lefebvre en la Comisión Preparatoria, había sido obligatoria bajo el protocolo existente, ya que él era el Superior General de la más grande orden misionera del mundo, los Padres del Espíritu Santo. Conforme empezaban las sesiones del Concilio, sus recomendaciones y otras como las suyas fueron desechadas como irrelevantes. Ciertamente, apenas se había puesto en marcha el Concilio, cuando los dos años de trabajo de la Comisión Preparatoria fueron echados por la borda para dar lugar a la bien programada agenda ya preparada por quienes estaban en el ajo.
La preparación para el Concilio también estaba ocurriendo en un lugar tan lejano como Nueva Dehli. Un enviado del Vaticano estaba negociando con el Patriarca Nikodim, de la rama soviética de la Iglesia Ortodoxa, quien estaba participando en la Conferencia Mundial de Iglesias que en ese entonces sesionaba en esa ciudad de la India, Se acordó que el Patriarca habría de reunirse con el Cardenal Tisserant en el pueblo francés de Metz para elaborar planes para que observadores ortodoxos asistieran al Concilio a condición de que no se permitiera expresar palabras derogatorias concernientes al marxismo durante toda la duración del Concilio.
Para octubre de 1962, estando por comenzar la primera sesión del Concilio, el Papa Juan y el Arzobispo Montini estaban rebosantes de confianza. La revista Time, escribiendo sobre la elección de Pablo VI años más tarde, recordaba su estado de ánimo, "El Papa Juan colmaba de atenciones a Montini, de quien se dice que le había ayudado a preparar el discurso de apertura del Concilio Vaticano.
Mientras que Juan y el futuro Pablo se tomaban el Concilio de manera optimista, algunos de los que formaban la camarilla progresista tenían cierto recelo. El P. Hans Küng escribía si no sería ya demasiado tarde para celebrar un concilio. Se daba cuenta de que "en ciertos círculos de eclesiásticos existen algunos que no están en lo más mínimo interesados en un concilio ni verían provecho alguno en una reforma." ¿Cómo, se preguntaba, iría a ser posible hacer que la mayoría favorezca cambios tan trascendentales? Y luego contestaba su propia pregunta: "Todo lo que se presente ante el Concilio debe ser filtrado por comisiones seleccionadas cuidadosamente y luego proceder no tanto cual si fuera la voluntad de los obispos, sino cual si fuera la voluntad del Papa."
Y así se hizo. Viendo hacia atrás muchos años después, el Arzobispo Lefebvre reconocería haberse dejado engatusar por esa estrategia. "Yo, también, fui persuadido e impresionado por el hecho de que el Papa quería que los documentos fueran firmados tal como les fueran presentados. Firmé todos salvo por dos,"
Una y otra vez durante los tres años de reuniones, la taimada combinación del carisma papal y la acción continua y determinada de las comisiones abarrotadas de progresistas designadas por el Papa, fue capaz de hacer pasar la revolución. La propia bondad y confianza de aquéllos que se dejaron relegar, más que su indiferencia, obraron para alcanzar la victoria de la camarilla progresista que por largo tiempo había estado haciendo planes para cambiar la Iglesia. A menos que un padre del concilio hubiera sido uno de los de la camarilla progresista, no habría tenido noción alguna de lo bien organizados que estaban los rebeldes enemigos de la tradición ni por cuánto tiempo y cuan pacientemente habían estado trabajando. Ciertamente, nunca pudiera habérsele ocurrido a ninguno de ellos, y aún menos a un hombre como Marcel Lefebvre, que la fuerza impulsora que había estado detrás de todo lo que ellos lamentaban había sido la de cuatro papas y un Secretario de Estado del Vaticano.