domingo, 23 de junio de 2024

Socavado de la Iglesia III

 


Socavado de la Iglesia Católica III

Personajes a la cabeza

Juan

El Papa Juan fue librado de la agonía de ver la Iglesia Católica en caída escribió el Arzobispo de Westminster, Cardenal John Keenan, no mucho tiempo después de la conclusión del Segundo Concilio Vaticano: "Cuando él murió no había todavía indicios de la desintegración que estaba por venir, Juan habría llorado por Roma de la misma manera como Jesús lloró por Jerusalén, si él hubiera sabido lo que iría a hacerse en nombre del Concilio." Así pudo haber parecido en esa época. En perspectiva, sin embargo, la idea de que Angelo Roncalli llorara por una revolución que él ayudó a que ocurriera parecería no sólo irrazonable, sino muy ajena a su carácter. No fue él una figura trágica.

Sin duda hubo angustia en los años finales de ambos de sus predecesores y de su sucesor en la Silla de Pedro, y es precisamente en sus años finales cuando las diferencias esenciales de personalidad entre Pío y Pablo así como Juan se hacen impresionantemente aparentes. Hasta ese momento, sus vidas y obras estuvieron cercanamente enlazadas lo suficiente para difuminar sus papeles individuales en el proceso de transformación. Los tres vivieron hasta sus años ochenta para vivir en diferentes etapas de la revolución. Pío y Pablo amargados con auto reproche.

Roncalli, que llegó a ser Juan, sin embargo, estaba lejos de ser una persona angustiada. Era más bien una persona acomodadiza. Dispuesta a tomar el nombre de otro - un anterior Juan XXIII había sido declarado antipapa - dispuesto a tomar un concilio ideado y preparado por un Papa anterior y llamarlo suyo, dispuesto a tomar como suyas una encíclica escrita por su predecesor y otra por su sucesor, y dispuesto a seguir la guía del hombre que habría de ser Papa después de él, Angelo Roncalli era la opción "interina" ideal.

Mantenerse en contacto con los modernistas y con su esfuerzo por crear un nuevo tipo de iglesia fue parte de su vida desde un principio. Habiéndose desarrollado y llegado a la edad adulta durante los años demandantes del pontificado Sarto. fue rápidamente atraído hacia la oposición gracias a Monseñor Radini-Tedeschi, quien había virtualmente adoptado al pobre muchacho campesino, viéndolo pasar por el seminario local y de ahí a su ordenación en Roma, después de la cual lo tomó como secretario privado. Esos días fueron anteriores a su designación episcopal, cuando todavía formaba parte del grupo Rampolla junto con Gasparri, Della Chiesa y el joven Pacelli, todos ellos esperando el momento de llegar al cargo más alto del Vaticano bajo el ojo vigilante del secretario de Estado de Pío X, el Cardenal Rafael Merry del Val.

Cuando Radini-Tedeschi fue nombrado Obispo de Bergamo, Roncalli pasó con él al norte de Italia y, dado que Bergamo y Brescia no están lejos el uno del otro, el joven sacerdote pronto se envolvió en la lucha política de la familia Montini. Giuditta Montini, madre activista del futuro Papa Pablo, lo nombró capellán del sindicato de mujeres trabajadoras fabriles que ella había organizado y, no mucho tiempo después, Roncalli estaba tomando parte en actividad huelguista. Con el estallido de la Gran Guerra fue nombrado capellán del ejército y asignado al servicio en Bergamo y para principios de los años 1920s ya estaba dando clases en la Universidad Lateranense en Roma.

Si uno considera las influencias que rodearon a Angelo Roncalli desde una edad temprana, la presencia en su vida de hombres intensamente comprometidos como Radini-Tedeschi, Della Chiesa, Gasparri, no es de sorprenderse que el joven Profesor Roncalli haya sido deslumbrado por los escritos de Rudolf Steiner, activista sionista y ex adepto del la Ordine Templis Orientis del Cardenal Rampolla, quien estaba promoviendo, para los años 1920s su propia "anthroposophia°, o que Roncalli haya comenzado a condimentar sus enseñanzas teológicas con las teorías de Steiner. Qué tan fuerte habrá sido la reacción del Papa Ratti, Pío XI, cuando se enteró de esa noticia es de imaginar. Sin embargo, queda claro que la "eminencia gris" en el Vaticano, el Secretario Gasparri, debe haber intervenido para salvar a Roncalli de un castigo, o por lo menos de un castigo más severo que el de su admisión al episcopado y deportación a nunciaturas en los Balcanes. El exilio habría de durar diecinueve años. El final de los primeros diez encontró al nuncio Roncalli viviendo en Estambul donde, según el periodista milanés, Pier Carpi, quien afirma poseer prueba absoluta del hecho, fue iniciado en la masonería, alcanzando, como Pío IX, el grado 18 de los Rosacruces. A diferencia de Pío Nono, sin embargo, Roncalli aparentemente nunca se arrepintió. En Francia, ahora, miembros retirados de la espléndidamente enjaezada Guardia Presidencial Republicana, atestiguan al hecho de que, desde su puesto de vigilancia, a mediados de los años 1940s, habían podido ver al nuncio, vestido de civil, salir de su residencia para asistir a las reuniones del Gran Oriente de Francia, de los jueves en la noche. Mientras que tan dramático conflicto de lealtades habría perturbado a un hombre promedio, fuera él católico o francmasón, Angelo Roncalli parece haberlo tomado sin miramientos.

Cuando llegó la Segunda Guerra Mundial, Turquía probó ser el punto clave en el cual poner en práctica el plan de Pío XII para lograr que los judíos polacos pasaran como "católicos" los puestos de verificación británicos hacia Palestina. Sobreponiéndose a su objeción inicial de que se expulsaran los árabes nativos para darles lugar a judíos europeos, Roncalli estaba pronto trabajando obedientemente para producir los miles de documentos que el Papa exigía. Habría de mostrar igual docilidad en 1945 cuando su petición urgente al mismo Papa de llamar a la paz en vista del avance soviético no halló ninguna respuesta. Luego fue cuando terminó su exilio y se le pidió que hiciera su equipaje para mudarse a París donde, como nuncio papal, se esperaba que fuera capaz de reciclar el pensamiento político de los cien obispos franceses acusados de colaborar con los alemanes durante el período de ocupación.

Sus biógrafos niegan que la considerable corpulencia de Roncalli haya sido debida a cierto epicurianismo, aun cuando reconocen que sus frecuentes recepciones y sus invitaciones a cenar, como las manejaba su talentoso chef Roger, hicieron de la Nunciatura en París un punto de reunión favorito de políticos y literatos franceses junto a planificadores pioneros del Mercado Común Europeo. La hospitalidad siguió cuando, a la edad de 73 años, asumió su último cargo diplomático, el de enviado del Vaticano a la Unesco, basada en París. Dos años más tarde, a una edad a la que ahora se les pide a los obispos que renuncien, le fue dado su primero y verdadero nombramiento como Arzobispo-Patriarca, o Cardenal, de Venecia. Para esa época, a mediados de los años 1950s, los personajes principales del futuro Concilio Vaticano II estaban preparándose para moverse a sus puestos. Montini se había hecho obispo y residía en Milán. Durante los siguientes cinco años él y Roncalli estarían en contacto constante mientras se preparaban para echar a andar los planes de Pío XII para un concilio.

Aun cuando la elección de Angelo Roncalli al papado no fue incontrovertida, su condición de medida temporal quedó patente. Aun así, el Pontífice, de 78 años de edad, abordó sus nuevos deberes con energía juvenil, llevando a cabo no menos de cinco consistorios a fin de poner al por largo tiempo desatendido Colegio de Cardenales en plena potencia. La asistencia frecuente del Arzobispo Montini a los simposios internacionales de obispos y teólogos de mente liberal, le ayudó a proporcionar al nuevo Papa una lista de candidatos seleccionados para ser nombrados cardenales, hombres que, con seguridad, impulsarían al Concilio hacia una certificación de la revolución.

El Papa Juan XXIII murió antes de que los certificados, los documentos del Vaticano II, fueran firmados. Sin embargo, fuera de su grave enfermedad, no hay evidencia de que sus últimos años hayan sido sombríos. Aun cuando le hubiera sido posible ver el futuro, se habría podido excusar de su parte en la debacle. Él sólo había hecho lo que se le había pedido que hiciera. La responsabilidad había sido de Pacelli y habría de ser de Montini. Él sólo había tratado de ser complaciente, nunca afirmando ser la "luz" sino solamente el "heraldo de la luz".

Pío

En contraste, los años finales, tanto de Eugenio Pacelli como de Giovanni Montini, fueron abrumados por la tragedia. Pacelli fue lo suficientemente fuerte para soportarla. Montini claramente no lo fue. Con Pacelli, no fue lo que le había hecho a la Iglesia lo que le abrumaba; no mucho de eso se hizo aparente durante su vida. Fue más bien lo que su apoyo de toda la vida a la política de la Izquierda había ayudado a producir en el mundo.

Malachi Martin, cuyos copiosos escritos sobre la Iglesia tienden a estar más cargados de ficción que de hechos, pudo quizás haber presentado hechos muy contundentes en su Decadencia y Caída de la Iglesia Romana, donde describe conversaciones entre el anciano Papa y el aún más anciano Cardenal Bea. Martin había sido un joven perito que auxiliaba a Bea durante la primera parte del Concilio y es probable que al final del día al alemán le haya dado por hacer reminiscencias con su personal. Según Martin, Pío XII insistía que Bea le respondiera una repetida y terrible pregunta: ¿Creía Bea, que él, el Papa del tiempo de guerra, haya cometido un error en juzgar a Hitler como peor amenaza para el mundo que Stalin? ¿Había él favorecido al lado equivocado de la guerra? ¿Había cometido un error terrible? Bea trataba de consolarlo. "Pero cómo podríamos habernos imaginado que los anglosajones irían a dejar a Rusia llegar a tanto?" Pío no quedaba conforme. Sólo repetía: ¨¡Deberíamos haberlo sabido, deberíamos haberlo sabido!".

Una causa adicional de consternación durante sus últimos años fue la pérdida del hombre que había permanecido más cerca de su obra por más de veinte años. Sabía, sin embargo, que, si Montini habría de llevar la Iglesia sobre sus hombros en los difíciles días post-conciliares, tendría que adquirir experiencia pastoral y ser capaz de actuar por sí solo. Una consideración adicional debe haber sido la movilidad dada a Montini por su separación de Roma. En las decisivas series de conferencias internacionales a ser concurridas por quienes estaban en el ajo, prelados y teólogos preparando las cosas para un Concilio, pudo participar simplemente como obispo italiano más que como brazo derecho el Papa-

Durante los años 1950s, solo y atormentado, Pío XII se volvió introspectivo. No organizó nuevos consistorios aun cuando el Colegio Cardenalicio se había reducido al bajo número de cincuenta y siete. En cuanto a la Secretaría de Estado, no había habido una cabeza propiamente dicha en ese departamento durante diez años; no desde la muerte de Monseñor Maglioni. Pío había tomado parte de las tareas para sí mismo, permitiendo a Tardini y a Montini hacer el resto. Luego de que Montini hubiera sido transferido a Milán, Tardini cayó enfermo y, durante mucho tiempo, se presentaba raramente en la oficina.

Suspendidas fueron las así llamadas audiencias intabella, mediante las cuales el Papa en horas fijas de días fijos se hacía disponible a cardenales, obispos, jefes de congregaciones curiales y de órdenes religiosas, de manera que se hizo virtualmente inaccesible. El observador del Vaticano, Corrado Pallenberg, comentaba en esa época, que era más difícil para alguien como el Cardenal Tisserant conseguir una audiencia que, por ejemplo, para Clare Boothe Luce o hasta para el actor Gary Cooper.

Un aspecto extraño de esos días de reclusión papal fue el interés de Pío XII por su rejuvenecimiento como era practicado por su buen amigo Paul Niehans, ministro protestante suizo, masón del grado 33 y "terapeuta celular". El sistema Niehans consistía en inyectar células vivas de fetos de animales. Él afirmaba poder detener un creciente número de enfermedades degenerativas con una sola inyección. El Papa recibió tres, y habría seguido con más de no habérselo prohibido su médico personal. Un obituario aparecido en el New York Times del 5 de febrero de 1972, cita al Dr. Tito Ceccherini, médico familiar de la Familia Pacelli, como Soberano Gran Comandante del Supremo Consejo de Francmasones del Rito Escocés en los años 1950s, progresando a Gran Maestro de todos los Ritos Masónicos cuatro años antes de morir. ¿Un tipo de papa dentro de la masonería?

Comparado con sus dos sucesores, Pío XII fue un gigante entre los papas. Aun cuando no habría sido alguien que llorara, cual haya sido el alcance de su angustia hay evidencia de que fue muy grande. En las últimas líneas de una serie de artículos para conmemorar el aniversario del nacimiento del "Pastor Angélico", el P. Virgilio Rotondi, miembro del círculo editorial de la revista jesuita Civilta Cattolica, observando que en cierta época él había estado en contacto diario con Pío XII debido al interés de éste en el Movimiento por un Mundo Mejor, de la Compañía de Jesús, confesó que se había asombrado cuando un día oyó al Papa decir, "Rece por mí, Padre, rece por que no me vaya al infierno."

Rotondi, quien reconoció que él consideraba a Pío XII haber sido un santo, pudiera haber consolado al anciano Pacelli con la observación de que lo que fuera que hubiera hecho durante su vida había sido condicionado desde su infancia. Difícilmente se le había dado otra opción. Desde su niñez, desde el día en que, a los dos años de edad, había sido llevado al lecho de muerte de Pío Nono y oyó al Papa decir a su padre que el pequeño crecería para hacerse de gran valía para el Vaticano, su padre se había propuesto hacerlo Papa. Instruido en casa, al niño no se le permitieron contactos de salón de clases. Luego, como si el Vaticano entero percibiera esto como la preparación de un heredero al trono, Eugenio fue turnado al Cardenal Rampolla, quien optó por el plan de estudios modernista del Capranica, una vez más para alejarlo de la vida escolar normal. Después de su ordenación, el Padre Pacelli se convirtió en el compañero constante de Rampolla como su secretario privado. Cuando no estaba viajando, sus asociados más cercanos dentro del Vaticano fueron los del "equipo" Rampolla: Della Chiesa, Gasparri, Radini-Tedeschi, y el joven Roncalli. Así, el patrón entero de su pensar y creer había sido plantado en él mucho tiempo antes de que se uniera con el altamente politizado Giovanni Montini. Sólo un gran milagro, como el experimentado por San Pablo en el camino de Damasco o el ocurrido al Emperador Constantino en el Puente de Milvio pudiera haberle disuadido de acometer la revolución, pero nada menos que eso.

En 1958, mientras los efectos mundiales de su elección política en la época de la guerra seguían angustiándole, Eugenio Pacelli habría de morir con su esperanza intacta de una nueva especie de Iglesia Católica, Giovanni Battista Montini, su co-transformador de largo tiempo habría de poder verla materializar. Los lectores que se inquieten al enterarse de que se nombre a Pío XII como el principal protagonista del cambio, harían bien en volver a leer la página anterior. La frase "difícilmente tenía otra opción" es una apología de Pacelli el hombre. Pacelli el Papa es cuestión aparte.

La familia había llegado a Roma a principios de los años 1800s a petición de la Casa de Rothschild. ¿Sería razonable suponer que los astutos banqueros de Frankfort hubieran encomendado a "goyims" un papel clave para su penetración por toda Europa, aquél de poner a los Estados Pontificios firmemente bajo su órbita? A judíos practicantes del catolicismo, sí. Una cosa es admitir el éxito de los judíos en cuestiones de dinero, de política y de cultura, para luego rehusarse a creer en su penetración en el Vaticano. Sin embargo, todos hemos visto fotografías de Pablo VI vistiendo el efod de Sumo Sacerdote de Jerusalén. En el directorio de la nobleza italiana, en la sede de los Caballeros de Malta en Roma, uno encuentra bajo el nombre de Montini una mutación, varias generaciones atrás, del apellido judío Benedetti. Los Benedetti de ahora, con el Banco di Roma, Olivetti, etc, pueden ser llamados los Rockefeller de Italia. No hay razón, como lo demostró Teresa de Ávila, para que un judío no pueda hacerse un gran santo católico, excepto por un condicionamiento temprano. A los judíos Pedro y Pablo les debemos los inicios del cristianismo. Sin embargo, la vida adulta del hijo de los Pacelli, así como la del hijo de los Montini, señalan hacia una educación que los dotó de una profunda lealtad que no era católica. De no haber sido así ¿por qué fueron aislados de sus iguales, todos ellos católicos en Italia? ¿Por mala salud?. Improbable.

Su aislamiento para Eugenio habría de durar hasta sus estudios para el sacerdocio. Luego, inmediatamente de haberse ordenado, comenzó a vivir la vida extenuante de Mariano Rampolla, que dobleteaba su trabajo como Secretario de Estado con sus deberes como Gran Maestro del ocultista Ordo Templi Orientis. De manera semejante, el privadamente educado y supuestamente delicado Giovanni Montini, fue enviado a enfrentarse a las penurias de la Polonia devastada por la guerra, inmediatamente después de haberse ordenado.

La cercana asociación de Pacelli y Montini han de deber su larga duración a sus antecedentes compartidos, que condujeron a un intensa dedicación política: Aun como secretario de Estado, Pacelli estaba redactando las dos encíclicas en lenguaje vernáculo atribuidas a Pío XI, Non Abbiamo Bisogno y Mit Brennender Sorge, esta última metida de contrabando a Alemania para ser impresa en privado, difícilmente una manera papal de hacer las cosas. Como Secretario, paró las populares transmisiones radiofónicas del P. Charles Coughlin en los Estados Unidos, que denunciaban el poder financiero internacional judío.

La Segunda Guerra Mundial apenas había comenzado cuando Pacelli, ya para entonces Pío XII, estaba escribiendo propaganda de atrocidades contra Alemania para la Radio Vaticana, manejada por Jesuitas. Para 1940, estaba absorbiendo y dando a conocer revelaciones de la cercana Blitzkrieg, recibidas de un agente doble. Obviamente, este fuerte sesgo político, inculcado desde su infancia, le hizo imposible al Papa Pío XII desempeñar un papel neutral, compasivo, como Santo Padre de todo y cada católico.

Mientras que los fieles permanecían ignorantes de estas iniciativas políticas, las noticias de su perentoria represión a la cruzada de voluntarios preparados para luchar contra la Rusia atea, debe haberse esparcido entre la juventud de la Europa continental como una violenta sacudida. El otorgar cientos de miles de certificados de bautismo falsos para engañar a los funcionarios de inmigración de la Palestina Británica constituyó una degradación de lo sagrado y, en cambio, las peticiones de 65 millones de católicos romanos de la Europa Oriental para que alzara su voz papal en un esfuerzo por salvarlos de las hordas soviéticas que se aproximaban, se toparon con un firme rechazo... "hasta que Alemania dé total reversa a su política con relación a los judíos." Su prioridad eran los judíos, no los católicos. Aunque hay amplia evidencia de que el Sanedrín no ha aflojado su yugo sobre la Cátedra de Pedro después de los papados de Pacelli y Montini, eso tendría que ser el tema de otro libro y requerir un año más en Italia para convertir la evidencia en prueba.

Pablo

En cuanto a Montini, quizás el punto culminante de su vida fue cuando, en ese fresco y soleado mediodía de diciembre de 1965 cuando, saliendo de la Basílica de San Pedro en procesión con los obispos de todo el mundo, y satisfecho en la seguridad de saber que la revolución había ya quedado firmada y sellada, se encontró con el anciano Jacques Maritain, de 83 años, esperándolo en la escalinata de la iglesia para abrazarlo. De ese momento en adelante, los restantes doce años de su vida habrían de ser cuesta abajo. Para el público, Montini carecía del carisma etéreo de Pacelli así como del atractivo mundano de Roncalli: conforme los vientos de reacción al Concilio comenzaron a azotar, minorías del público lo presionaban desde ambos lados, de manera que gradualmente su más bien gallarda eficiencia de italiano del norte empezó a dar señales de resquebrajamiento nervioso. Aun cuando una minoría de derecha oraba bajo su ventana por un retorno de la misa, una minoría de izquierda protestaba por su encíclica Humanae Vitae. El finado comentarista escocés Amish Fraser vio una trabazón entre las dos causas, sugiriendo que la razón de la publicación de este documento esencialmente superfluo (los católicos no necesitaban que se les dijera que el control artificial de la natalidad era tabú) fue poner a los católicos conservadores en una actitud pro Vaticano cuando, poco tiempo después, se les habría de imponer una Nueva Misa.

Como para escapar de la creciente disensión, el Papa Pablo inició una serie de viajes tal como ningún papa anteriormente había emprendido. Viajó a Jerusalén, a Manila, a Sidney, a Hong Kong, y a Bogotá para el congreso del CELAM. En Nueva York dijo a la Asamblea de las Naciones Unidas que ellos eran "la última gran esperanza del Hombre" y pidió que el mundo reconociera el nuevo humanismo de la Iglesia. "Nosotros también, más que cualesquier otros, veneramos al hombre." Que el hombre haya llegado a la luna le llevó más lejos. "¡Honor al valor humano! Honor a la síntesis de la actividad científica y organizacional del Hombre, rey de la tierra y ahora príncipe de los cielos!".

Pablo VI paso a exaltar la reunión del Consejo Mundial de Iglesias en Kenya, En una audiencia de los miércoles a la multitud: "Oh, si yo tuviera alas volaría a Nairobi a esa reunión de 271 iglesias, ¡Piensen en eso, 271 iglesias cristianas!" El Año Santo 1975 produjo celebraciones extraordinarias planificadas por el heredero de Augustin Bea, el Cardenal Jan Willebrands, el persistente holandés que había sido enviado a Moscú por el Papa Juan para invitar a observadores de la Iglesia Ortodoxa a que asistieran al Concilio, Willebrands le recordó a Pablo que su gran mentor, Pío XII, había predicho que un nuevo y letificante Pentecostés" vendría sobre la Iglesia, y aquí estaba en la forma de unos diez mil católicos "nacidos de nuevo" de todo el mundo, miembros del Movimiento Carismático Católico.

Pablo VI comenzó a hallarse en extraña compañía. Viniendo al Vaticano estaba Rodman Williams, de la Melodyland School of Theology de Anaheim. California. El sudafricano Dr. David du Plessis, conocido como 'Mr. Pentecost', dirigente del Consejo Pentecostal Mundial; el dirigente Pentecostal Anglicano, Michael Harper, y el alemán Arthur Bittlinger. Saludándolos en una audiencia privada, les aseguró que ellos habían estado "tratando con recursos espirituales de los cuales la familia humana entera tenía necesidad urgente. Caminemos juntos, escuchando con docilidad, y atención lo que el Espíritu está diciendo en estos días y estemos dispuestos a movernos hacia el futuro con felicidad y confianza."

Luego, en Domingo de Pentecostés, miles de católicos a quienes les había dado por la "Renovación Carismática" se volcaron sobre San Pedro. La mayor parte de ellos venía de los Estados Unidos, pero también de Irlanda, Canadá, India, México y una docena más de países. Pasaron una mañana tan bizarra y mucho más delirante que la extravagancia del Papa Juan Pablo en Asís diez años más tarde. Los Carismáticos, la mayor parte de ellos de mediana edad, parados ante las columnas torcidas de Bernini en el altar mayor, agitando una de sus manos y sosteniendo en alto radios japoneses de transistores en la otra, mientras que miles de otros, con los brazos entrelazados, permanecían sentados en círculos sobre el piso de mármol. De pronto, se oyó una fuerte voz masculina hablando ante un micrófono. Aun con acento de Michigan, su mensaje era portentoso: "Sabed que yo, Vuestro Dios, he elegido traerles a Roma para que deis testimonio de mi gloria. Escuchad, pueblo mío. ¡Os hablo en el amanecer de una nueva era! Mi Iglesia será diferente. Mi pueblo será diferente. Preparáos. ¡Abrid los ojos! ¡Abrid los ojos!"

Setecientos sacerdotes católicos, la mayoría de ellos estadounidenses y recién convertidos al culto, concelebraban con el sentimentaloide Cardenal Suenens de Malinas-Bruselas en el altar papal. Los sacerdotes avanzaban por el pasillo central dando a puñados hostias para la comunión a ser pasadas de una mano a otra, muchas de las hostias cayendo al suelo. Luego, de un pequeño altar lateral, se oyó la voz del Papa. Después de un panegírico de diez minutos elogiando el movimiento carismático, levantó sus manos diciendo "¡Jesús es el Señor! ¡Aleluya!" La euforia de Pablo duró poco. En pocos meses había caído en abatimiento una vez más. preguntando a una perpleja audiencia general. "¿Hemos ofendido a aquéllos que se rebelan o que defeccionaron? Deseamos asegurarles que esa no fue nuestra intención y que queremos ser los primeros en pedirles que nos perdonen". Esas palabras tan fuera de carácter con su estado, fueron expresadas tan solo diez años después del gran momento del abrazo de Maritain a la conclusión del Concilio. El curso del Humanismo Integral de Maritain había llegado a su conclusión lógica. Una Iglesia que nada pide, nada recibe y Pablo VI, al igual que la iglesia amable que él y Saúl Alinski habían proyectado, se estaba resquebrajando. Tan condicionado, como lo había sido Pacelli, por sus padres, su educación, sus cofrades y, sobre todo, su larga asociación con Pacelli en el Vaticano, Giovanni Montini estaba mostrando claramente que era incapaz de soportar lo que a eso había llegado.

Conforme iba perdiendo valentía, sus pronunciamientos se iban haciendo más y más dramáticos. Llamaba la defección de sacerdotes su "corona de espinas". Más de una vez pensó en renunciar, según un informe póstumo de su confesor, Paolo Dezza, S.J. Comenzaba a hacer en sus sermones referencia a un personaje que la valiente Nueva Iglesia ya hacía tiempo había desechado, el Demonio, "El humo de Satanás ha penetrado el templo de Dios por alguna grieta" dijo él y "ha habido la intervención de un poder hostil, un agente extraño, un ser misterioso, el Demonio". El Times de Nueva York, informando de un increíble discurso dado ante una congregación multitudinaria de turistas en San Juan de Letrán, decía "el pontífice de 76 años, de aspecto frágil hablando en trémulos tonos, a punto de brotarle las lágrimas, '¿Quíén está dirigiéndose a ustedes? Un pobre hombre, un fenómeno de pequeñez. Tiemblo, hermanos e hijos míos. Tiemblo porque siento cosas que debo decir que son inmensamente más grandes de lo que yo soy. Pero yo soy el sucesor de San Pedro. Acéptenme, No me desprecien. Soy el Vicario de Cristo' ",

Remontándose a sus días como capellán del FUCI, cuando animaba a estudiantes romanos a desafiar al gobierno de Mussolini, finalmente hizo a un lado su identidad de Papa, haciendo un ofrecimiento público a las Brigadas Rojas de la persona de Gianbattista Montini en intercambio por su secuestrado, Aldo Moro, quien en un tiempo había sido dirigente de FUCI y varias veces primer ministro de Italia. La oferta fue rechazada. El asesinato de Moro y la muerte de Montini ocurrieron no mucho tiempo después. El año era 1978.

Juan Pablo

Siendo miembro del cuerpo de prensa del Vaticano, la autora fue testigo cercano de la partida de Pablo VI, la llegada y partida de Juan Pablo I y la llegada de Juan Pablo II: Muchas de las siguientes notas fueron hechas en esa época. La muerte de dos papas dentro de un lapso de cincuenta y cuatro días hizo del segundo semestre de 1978 uno de los períodos más dramáticos de la historia moderna de la Iglesia.

Aun cuando Pablo VI ya había pasado de los 80 años de edad y por mucho tiempo se dijo que sufría de un gran número de dolencias, su muerte, como toda muerte, cayó como una sacudida. Los Vaticanisti, periodistas que se especializan en asuntos del Vaticano, se precipitaron sobre Roma desde centros vacacionales en la playa y en las montañas. Cardenales, reyes, reinas y jefes de estado llegaron para asistir a lo que acabó siendo un rito funerario extrañamente austero. En un tapete tendido sobre los adoquines de la Plaza de San Pedro yacía el féretro, libre de crucifijos, velas o flores, acompañado solamente de un gran libro abierto, cuyas hojas desconsoladamente se agitaban con un suave viento.

Un cónclave, el primero en que los cardenales que ya hubieran cumplido los 80 años fueron excluidos, votaron con asombrosa rapidez en el recién impuesto secreto. En una entrevista concedida en esa época a un diario milanés, el Arzobispo Lefebvre comentó, "Un cónclave que llega a un perfecto acuerdo en tan poco tiempo debe haber sido bien tramado, aun desde antes de que las puertas se hubieran sellado."

Albino Luciani, Patriarca de Venecia, un desabrido y dócil funcionario de la cambiante iglesia, fue capaz de causar un ajetreo durante su mes de actuar como Papa, si sólo por ser una nueva y jovial cara en el Vaticano. Por todas partes parecía haber una sensación de alivio y aun de esperanza. Si bien algunas voces tradicionalistas argüían que no había Papa porque los miembros de un cónclave incompleto, dirigidos por sus elementos más progresistas, habían elegido a uno de los suyos y uno que se rehusó a ser coronado. Una cierta voz tradicionalista, la del usualmente perceptivo Abbé Georges de Nantes, aclamó al nuevo Papa, sabe Dios con qué base, como un segundo Pío X. Era una época de hablar descabellado y de reportajes inexactos.

Albino Luciani había sido un protegido de Angelo Roncalli. Los dos se habían tratado en 1953 cuando Roncalli dejó la Unesco y París para asumir el cargo de Patriarca de Venecia. La labor del más joven de los dos, de organizar congresos y conferencias para el Obispo de Belluno, lo llevó muchas veces cerca de Venecia. Que el futuro Papa Juan haya visto en el sacerdote un talento prometedor para cambiar la Iglesia, se ve claro del hecho de que una de sus primeras acciones como Papa fue consagrar con sus propias manos al P. Luciani como obispo en San Pedro. Poco después, cuando anunció el Concilio, estableció las dos comisiones preparatorias, el grupo oficial cuyos dos años de labor habrían de acabar en el bote de la basura y estableció también el círculo interior de "expertos" entre ellos Monseñor Luciani.

La manera como llegó el nuevo obispo a la condición de perito salió a la luz en una entrevista que el escritor italiano Alfonso Strpellone concedió a Il Messagero Romano en la época de la muerte de Luciani. Dijo que el Patriarca, un día durante el Concilio, le había dicho que había sufrido lo que llamó una "severa crisis espiritual" que afortunadamente había podido superar. "Me dijo que hasta muy recientemente él había aceptado y promovido el concepto mantenido por el Santo Oficio, de que dentro de la Iglesia sólo la verdad tenía derechos. Después, como lo había confesado a amigos suyos, llegó a convencerse de que había estado equivocado, luego de lo cual había accedido, no sin cierto tormento y vacilación, a tomar parte activamente en la formulación del documento sobre Libertad Religiosa, uno de los textos fundamentales del Segundo Concilio Vaticano." Éste es el decreto que hace de las creencias religiosas un asunto de elección, o como el documento lo afirma, una cuestión de conciencia, decreto que los Padres del Concilio de mentes conservadoras se rehusaron a firmar.

La formulación del decreto fue hecha bajo el tutelaje de Augustin Bea (más tarde nombrado cardenal) y a su aceptación por el Concilio surgió un torrente de comités interreligiosos en diversos lugares del mundo, teniendo lugar la serie más importante de ellos en Venecia durante toda la década. El Reverendo Phillip Potter, originario de las Indias Occidentales, dirigente del Consejo Mundial de Iglesias en la época de la elección de Luciani, recordaba una larga asociación: "Oh, sí," declaró a la prensa, "conozco al nuevo papa, hemos pertenecido al Comité Conjunto de Trabajo (sobre el ecumenismo) desde 1965. El Cardenal Willebrands y yo fuimos huéspedes en su casa en Venecia cuando era Patriarca, y recuerdo muy bien el discurso que dio al grupo en 1974, concerniente a sus convicciones sobre el valor positivo del ecumenismo, Ciertamente era muy abierto en su actitud. Luego está el hecho de su rechazo de trono y corona. Demuestra claramente la evolución por la que está pasando la Iglesia Católica y deja ver la personalidad del nuevo Papa."

La muerte repentina de Albino Luciani sigue velada en misterio. De los dos jóvenes secretarios papales, el irlandés P. John Magee, de quien se dice haber sido quien encontró el cadáver, se rehusó a hablar con periodistas, en tanto que el otro, el italiano Diego Lorenzi, los recibió diciendo, "¿También ustedes han venido a preguntar cómo fue envenenado?" Hubo un segundo funeral sin crucifijo, velas ni flores, esta vez bajo copiosa lluvia; un nuevo cónclave, y un nuevo Papa Juan Pablo.

Considerando que una buena parte de la información sobre la vida, obra y muerte del Papa Luciani estaba disponible solamente en italiano y en francés, y que los periodistas que venían del extranjero normalmente no dominaban esos idiomas, fue no obstante incomprensible qué tan errados estaban los más de ellos. La ganadora del Premio Pulitzer y corresponsal veterana del Washington Star, Mary McCrory logró acumular nada menos que siete errores patentes en un breve reportaje. Como muestra:

1) "Una de las virtudes de Luciani era su falta de conexiones en la Curia." Falso. Él mismo por un buen tiempo había sido miembro de uno de los organismos más importantes de la Curia, la Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino.

2) "Rara vez se le veía en Roma." Falso. Trabajó en Roma como perito durante todo el concilio y constantemente iba y venía de Roma en los tres años durante los que fungía como Vicepresidente de la Conferencia Episcopal Italiana.

3) "Durante sus días de estudiante en la Gregoriana..." Nunca asistió a la Universidad Gregoriana, habiendo obtenido permiso de tomar los cursos en Belluno, donde era asistente del Obispo.

4) "Sucedió al Papa Juan como Patriarca de Venecia." Falso. Roncalli dejó Venecia para hacerse papa en 1958 y Luciani fue hecho patriarca en 1971.

5) "Se dice que había mantenido una actitud abierta con respecto a la píldora anticonceptiva hasta que se emitió Humanae Vitae". Fue exactamente lo contrario. Se conformó cuando el documento fue publicado pero más tarde envió una petición al Papa Pablo para que reconsiderara el uso legítimo de la píldora.

6) "Luciani parece nunca haber viajado fuera de Italia." Como obispo hizo un buen número de viajes dentro de Europa, habiendo sido uno de los pocos italianos en haber sido invitados a tomar parte en reuniones con los obispos y teólogos avant garde mientras trabajaban en preparación para el Concilio. También viajó varias veces al Brasil y una vez a Sudáfrica.

7) Finalmente el artículo cita la "total inmersión en la pobreza a su temprana edad. Este tema de abyecta pobreza ("pobreza extrema" como la calificó el Rabino Tennenbaum) se ocasionó por algunas palabras que aparecieron en la primera nota de prensa del Vaticano y fue retocada de una pluma a otra. El hermano del Papa, Eduardo, finalmente se impacientó con lo que se decía. "No estábamos peor que cualquier otro" declaró a Il Tempo. Nadie la pasaba fácil en los años 1920s en la región de Veneto, que había sido austriaca y que no hallaba lugar en la débil economía italiana de los primeros años posteriores a la Gran Guerra. Mussolini emprendió una solución parcial drenando los pantanos pontinos al sur de Roma e invitando a venecianos a asentarse ahí. Al día de hoy, entre la gente anciana, puede notarse el acento cantadito de la región del Veneto. En cuanto a la morada de la familia Luciani donde nació el Papa, una fotografía muestra que era una casa amplia de tres pisos. El hermano Eduardo por mucho tiempo ha sido presidente de la cámara de comercio local,

En tanto que en el extranjero la información publicada de la vida de Juan Pablo I estaba salpicada de fantasía, las noticias de su muerte publicadas en el extranjero estaban carentes siquiera de curiosidad. Fue notable ver qué tan poco los alrededor de ochocientos periodistas que en esa época deambulaban por las salas de prensa del Vaticano parecían interesarse en cómo había ocurrido esa muerte súbita. Entre los italianos comunes, la gente del mercado, los taxistas, etc., la comentaban abundantemente. También hubo una petición de autopsia hecha por un grupo pseudo tradicionalista de Roma ansiando publicidad, que jamás fue respondida. Pero, para los corresponsales extranjeros, aparentemente bastaba con que el Vaticano hubiera hablado. El problema fue que el Vaticano no había hablado en forma definitiva.

Cuando murió el Papa Pablo, se emitió una nota de prensa que consistía en un simple anuncio del acontecimiento. La muerte había ocurrido en un cierto momento en un cierto día, y luego en un solo enunciado siguió una explicación de la causa en términos generales. Al siguiente día, otra breve nota de prensa fue emitida detallando en precisos términos médicos la causa de la muerte.

Pocas horas después de haberse hallado el cadáver de Juan Pablo I, la oficina de prensa emitió un boletín del primer tipo, pero el segundo, el informe médico, nunca fue emitido. A la pregunta de un periodista, concerniente a la ausencia de un boletín con información médica, el jefe de prensa, P. Romero Panciroli, respondió que, dado que el boletín de prensa ya se había emitido, se había considerado innecesario emitir un segundo boletín: La legislación italiana habría exigido una autopsia; sin embargo, desde 1929 cuando el Cardenal Gasparri y el Primer Ministro Mussolini firmaron el tratado de Letrán, el Estado de la Ciudad del Vaticano ha sido un país distinto y soberano.

Albino Luciani estaba en sus años sesentas el día de su muerte, y era un italiano con amigos y parientes disponibles para ser entrevistados. Los reporteros locales no perdieron tiempo. Buscaron a una hermana suya, quien insistió que un reciente examen médico rutinario de su hermano había dado entre sus resultados una cardiograma perfectamente normal. Dijo no solamente que jamás había sufrido de un corazón débil, sino que tampoco nadie de su familia. Un sacerdote que había actuado como secretario privado de Luciani durante sus años como Patriarca de Venecia, atestiguó al hecho de que cada sábado al mediodía, hasta su elección como papa, ellos dos iban a la montaña, dedicando horas a caminatas extenuantes. El Cardenal Colombo de Milán expresó estupefacción por la muerte repentina de su amigo, atestiguando que había recibido una llamada telefónica del Papa sólo cinco horas antes de que su cadáver hubiera sido descubierto y que el Papa parecía estar en el mejor estado de salud y de ánimo. "Me dijo que las primeras semanas de confusión ya habían pasado definitivamente, y que, al fin, sentía ya estar llegando tener las cosas bajo control."

Se dieron informes contradictorios acerca de quién fue el que descubrió el cadáver. ¿Fue el P. Magee o fue una de las monjas que hacía la limpieza? Se dieron informes contradictorios acerca de lo que el Papa había estado leyendo antes de morir. Éstos no eran rumores sino boletines discrepantes salidos uno tras otro de la oficina de prensa del Vaticano. Pero el hecho más revelador fue la alarmante hinchazón del cadáver mientras yacía expuesto en el altar mayor de San Pedro, motivando que fuera encerrado en el ataúd mucho antes de lo que había sido planeado. Unos cardiólogos entrevistados por la prensa romana en esos días coincidieron en que un fenómeno así no ocurre en casos de infarto común

Ciertamente, toda la evidencia apunta a juego sucio ¿por qué sucedió? ¿Cómo encaja tal acontecimiento en la tesis de este estudio? Seguramente Albino Luciani, una vez que hubo pasado su "crisis espiritual", se volvió un entusiasta participante de la revolución vaticana. Su residencia en Venecia y otro edificio eclesiástico junto a los canales se habían vuelto focos de diálogo Católico-Protestante, de consultas con judíos, de excéntricas especulaciones de jesuitas sobre el "Discernimiento de Espíritus" y, sobre todo, de los esfuerzos del Vaticano y del Cardenal Willebrands para juntar a la protestante Asamblea de Dios con los católicos carismáticos. Quien presidía muchos de los eventos era la enérgica Rosemary Goldie, quien antes del Concilio había dirigido los asuntos en San Calisto y posteriormente había ascendido a estatus curial. ¿Por qué habría de ser retirado de la escena un Papa que había sido tan fiel a los principales impulsos del presente Vaticano?

Inventar razones sigue siendo un pasatiempo favorito de la Izquierda y de la Derecha. El propio Vaticano ha entrado al juego auspiciando la versión del periodista John Cornwell, según la cual Luciani estaba a punto de morir cuando fue elegido, versión que se contrapone con toda la evidencia disponible de aquel tiempo. Cornwell pasa a morder la mano que le da de comer acusando al Vaticano de dejar que el pobre hombre muriera por abandono. Dado lo que el Profesor Jean Meyer llamaba el complejo de auto-persecución del Vaticano, esa acusación debió serles gratificante.

Estrafalarias teorías circulaban en 1978: el nuevo Santo Padre iba a restaurar la antigua misa, cuando cualquier veneciano sabía que Luciani había obrado para evitar que esa misa fuera oficiada por sacerdotes de Lefebvre en San Simeone Piccolo. El Santo Padre iba a expurgar las triquiñuelas del Banco del Vaticano. Esta última fantasía, originada unos años después por el escritor David Yallup, hizo de su 'En el Nombre de Dios' un libro de los más vendidos internacionalmente. Que este tranquilo y sumiso sacerdote, con ningún interés que se le conociera en economía, sorprendido de haber sido electo Papa, hubiera, en sus pocas e inciertas semanas en el cargo, resuelto emprender una batalla contra el establecimiento financiero entero del Vaticano, es tan patentemente absurdo como la tesis de Cornwell es patentemente falsa.

La repentina muerte, aparentemente por envenenamiento, del Papa Luciani, bien puede seguir siendo un misterio. Algunos Vaticanistas han especulado que entre los electores de 1978, ciertos incondicionales de la facción Konig, consternados por la raquítica elección que había sido impulsada por la facción Benelli, estaban determinados a corregir la situación y a hacerlo a costa de cualquier cosa.

Como epitafio de la figura esencialmente patética de Juan Pablo I hay un curioso enunciado al final de uno de los pequeños ensayos que él gustaba escribir para Il Gazzettino di Venezia. Puede tomarse tanto como un tributo a sus mentores, Roncalli y Willebrands, así como una apología por la vida que libremente eligió seguir "si no con cierto tormento y vacilación". "Es mejor ser el confidente de grandes ideas que el inventor de ideas mediocres, quien ha ascendido sobre los hombros de otro ve más lejos que el otro, aunque él mismo sea más pequeño,"

Y Juan Pablo

El segundo Papa Juan Pablo entró al escenario con un ademán ostentoso y un grito esperanzador, "Laudatur Jesus Christus". Aquí no estaba un funcionario, sino un protagonista. No pasó mucho tiempo para que el optimismo y el entusiasmo del Papa "extranjero" atrajera multitudes sin precedentes a Roma y, en meses posteriores, innumerable gentío a parques y plazas de Polonia, Irlanda, Estados Unidos, México y Brasil. Hasta algunos católicos tradicionalistas cayeron bajo su encanto. Desfavorecidos por mucho tiempo, vieron espejismos en palabras y hechos que consideraban positivos y se dieron la vuelta para no ver el resto.

Como en el caso de Albino Luciani, transformado por los creadores de imagen, de dispuesto ecumenista e hijo espiritual del liberal Papa Juan, a valiente luchador por una reforma financiera y por la tradición litúrgica, el proceso de reciclar la biografía de Karol Wojtyla empezó aun antes de que abandonara el balcón de San Pedro en la noche de su elección. Una vez que su nombre fue anunciado, ocurrió un frenético éxodo de reporteros, de la piazza a las adyacentes salas de prensa, para telefonear y enviar por télex las noticias, en tanto que aquéllos que no tenían necesidad de presentar esa noche sus reportes se congregaron alrededor de una pantalla de televisión de circuito cerrado en la sala de prensa.

Casi antes de que el nuevo Papa hubiera concluido su saludo inicial a la multitud desde lo alto, arriba del portal central de la Basílica, la eficiente oficina de prensa del P. Panciroli había producido una biografía mimeografiada, de dos páginas, en italiano y, pocos minutos más tarde, versiones en cuatro otros idiomas, incluyendo el polaco. Simultáneamente, un camarógrafo de televisión estaba haciendo una toma de un periodista de edad mediana que salía de una larga fila de cabinas telefónicas. Era Jerszy Turowitz, editor de Znack, el grupo católico de prensa relacionado con el gobierno de Polonia. Precisamente cuando estábamos leyendo en el boletín mimeografiado que el padre de Karol Wojtyla había sido un obrero, Torowitz, en la pantalla de televisión, estaba diciendo, "No, no un obrero, un oficial del ejército. No uno de alto rango pero sí oficial. ¿Por cuánto tiempo he conocido al nuevo Papa? Oh, por muchos años, desde mucho tiempo antes del Concilio."

Los alrededor de cien periodistas que veían la pantalla captaron las palabras de Turowitz, pero veintenas más ya estaban informando del error en el boletín a todo el mundo. ¿Qué importancia tiene la manera como el padre de un papa ganaba el sustento para la familia? Para la Iglesia, ninguna en absoluto. El cargo es de elección, no hereditario. El Cardenal Ottaviani, el prelado que dos veces fue papabile, quien en su larga vida se convirtió en un símbolo del conservadurismo de Derecha, era hijo de un carnicero del pobre barrio de Trastevere en Roma. Pero que un error haya sido escrito en el caso de este Papa, error nunca corregido, es indicación de un intento político de creación de imagen.

Hay que reconocer que no es fácil obtener material biográfico de un país comunista. Sin embargo, si uno ensambla de manera honesta los fragmentos de datos que se han hecho disponibles, uno podrá avanzar mucho hacia delinear el carácter del hombre elegido por sus pares para llevar adelante la transformación de la Iglesia Católica.

Como lo dijo Turowitz, el padre de Karol Wojtyla no había sido obrero ni tampoco campesino, sino soldado. Lo poco que podemos averiguar de Josef Wojtyla echa mucha luz sobre la orientación futura de su hijo. Pero por muchos esfuerzos y auto-disciplina que el padre haya ejercido es dudoso que Karol hubiera llegado a alcanzar siquiera la mitad de lo que alcanzó.

A principios de 1979 un reportero emprendedor de la Europa Central descubrió el registro del teniente Wojtyla en los archivos militares de la Viena Imperial. Galicia, la provincia polaca de donde era originaria la familia fue parte del Imperio Austro Húngaro entre 1772 y 1918. El registro indica que el padre del futuro Juan Pablo había nacido, hijo de un sastre, en la aldea de Lipsik. Del hecho de que fue incorporado al ejército como soldado raso en la infantería, debemos suponer que tuvo poca escolaridad. El que no se haya hecho soldado hasta los 21 años apunta a una adolescencia como aprendiz de su padre y cuando decidió emprender una carrero militar aunque tenía que empezar desde mero abajo es porque le significaba escaparse de una vida de cortar trajes negros de domingo para los labradores que vivían alrededor de Lipsik.

José Wojtyla se desempeño bien en el ejército, avanzando de cabo a sub-oficial. Hablaba con fluidez, según dice el documento, el polaco y el alemán y era un mecanógrafo rápido. Descrito como un hombre de 1.50 m de altura con pelo color castaño y bigote rubio, se ve en fotografías que tenía aspecto angosto con características más bien severas, a diferencia de su segundo hijo, Karol, quien había nacido cuando él ya tenía 41 años.. Emilia Kacz-Orowsika, su mujer, tenía la cara ancha y amable del futuro Papa y su robusto cuerpo.

Para fines de 1914, Wojtyla había dejado la máquina de escribir por el campo de batalla. En esa época, las fuerzas austriacas estaban enfrascadas en contener un fuerte avance ruso hasta que pudieran llegar los alemanes bajo el mando de Von Mackenson para ayudarles a avanzar hacia el este.

En 1916 Wojtyla recibió, de manos del propio Kaiser Frencisco José, la Cruz Militar de Primera Clase. Tres años más tarde, la República Polaca de la postguerra le otorgó el grado de teniente, y para la primavera del año siguiente, cuando nació Karol, la familia vivía en parte de una agradable casa en el pueblo, de mayor tamaño, de Wadowice.

El teniente Wojtyla, quien había dejado el taller de sastrería por una de las pocas vías abiertas a un joven de poco dinero y educación en la muy estable sociedad del Imperio, debe haber deseado para sus hijos las ventajas de que él había carecido. Su primer hijo, Edvard, nacido diez años antes que Karol, tomó un doctorado de medicina en la Universidad de Cracovia, donde a tan solo 24 años de edad, murió luego de haber tomado parte en un experimento clínico con bacilos de escarlatina.

Los años 1930s encontraron al estudiante de secundaria, Karol viviendo solo con su padre después de la muerte de su madre, su hermano y su pequeña hermana. Una entrevista que apareció en Il Tempo de Roma nos lleva a esos días. Jerszy Kluger, un ingeniero que llevaba residiendo en Roma desde muchos años atrás, había sido compañero de Karol Wojtyla desde temprana edad hasta la secundaria, y era un visitante constante del departamento en la planta baja en la calle Kalnin. Él hace una descripción reveladora del padre de su amigo. "un hombre de gran dignidad y amplia cultura. Se retiró joven del ejército a fin de dedicarse al estudio. Por cierto que estaba escribiendo una historia de la Iglesia Católica de Polonia. Si alguna vez fue publicada, no lo sé. Pero recuerdo que en él se percibía una calma, una serenidad..."

En cuanto a Wasowice, dice Kluger, el pueblo contaba con alrededor de diez mil personas, dos mil de las cuales eran judíos. Su propio padre era dirigente de la comunidad judía. un liberal, activo en la política. "La vida no era fácil para nosotros en la República de Polonia durante el período de entre-guerras, con todo el mundo dispuesto a ofender a los judíos y herir nuestras sensibilidades. Pero los Wojtyla no eran como los demás."

Kluger le prestó al reportero de Roma su fotografía de graduación, tomada en junio de 1938, Karol, que se ve parado en primera fila, "siempre el primero de la clase. No que estudiara más, sólo que era un genio" dijo Kluger. El liceo no era católico. En la lista de profesores no había sacerdotes; sin embargo, la decisión de meter a su hijo en una escuela laica probablemente no fue deliberada como lo fue en el caso del padre de Pío XII. Probablemente no había escuelas católicas en ningún lugar cerca de Wadowice. El Imperio de Habsburgo estaba tan impregnado de catolicismo que, escuelas específicamente denominadas católicas difícilmente eran necesarias ya sea entonces o luego de que llegara la independencia. Que la escuela de Wadowice atrajera a niños de familias de clase alta se evidencia con otra fotografía de Kluger, la de una reunión de la generación, diez años más tarde. Aquí se ve un sacerdote, el P. Wojtyla, parado entre un grupo de hombres jóvenes de aspecto próspero, con sus esposas vestidas muy a la moda.

Con esto se echa abajo el mito que comenzó con el el "hijo de un obrero" del boletín de prensa del Vaticano, pasando a "un obrero empobrecido de origen campesino", para acabar con el tributo que el Gobernador de Massachussets, King, le dio al Papa que estaba de visita, de quien dijo que había "surgido de las minas de carbón de su querida Polonia"

Los relatos de sus años universitarios son tan notables como la primera etapa y tan sobrecargados de deliberada invención. Luego de su graduación en la primavera, padre e hijo se mudaron a la hermosa y antigua ciudad universitaria de Cracovia., a treinta millas de distancia. Para el otoño, Karol estaba asistiendo a la facultad de letras, especializándose en idiomas y literatura. El año siguiente, 1939, debe haber sido uno de los más traumáticos de su vida. Murió su padre y comenzó la Segunda Guerra Mundial precisamente en Polonia. Después de una campaña de tres semanas y la conquista, Cracovia se convirtió en el cuartel general de la Gobernatura General de Alemania, y Karol, en edad militar, quedó expuesto a prestar servicio en cuerpos de labor en Alemania. Para evitar tener que abandonar Cracovia y sus estudios, él y un compañero estudiante, Julius Kydrynski, con quien compartía una recámara desde la muerte de su padre, lograron conseguir empleo de medio tiempo en una cantera local de cal. Según Kydrynski, ahora bien conocido escritor polaco, obreros regulares de la cantera mimaban a los dos estudiantes criados gentilmente, dejando que sólo gradualmente se ocuparan de la dura tarea de fracturar la roca y, agrega, no pasaron muchos días para cuando Karol ya había logrado progresar a un puesto intramuros donde la operación era dirigida por un tipo de sistema primitivo de control remoto.

Según el piadoso panegírico del boletín del Vaticano de la noche de la elección, Karol estaba en aquel entonces "dedicándose activamente a la formación religiosa y cultural de los demás obreros". Pero el individuo más cercano a él en esa época, su compañero de cuarto, dijo al reportero australiano, James Oram, "Karol era un católico practicante. Con eso quiera decir que los domingos iba a misa, pero yo llamaría liberal su forma de pensar. Ciertamente, en esos días su interés principal no era la religión."

Varios amigos de los años de la guerra atestiguan el hecho de su constante pasión por el teatro. Había conocido a Julius en una sesión de lectura de poemas en la universidad y, de esos encuentros, él y varios otros estudiantes junto con uno o dos actores profesionales desempleados, organizaron una pequeña compañía de teatro semiprofesional que actuaba en salones grandes de casas privadas, con el joven Karol desempeñando el papel principal. Siete obras conformaban el repertorio de la compañía y, contrariamente a lo que muchos dicen, las obras no habían sido escogidas para promover la religión, para glorificar a Polonia y ni siquiera para condenar a Alemania. Eran simplemente buenos y sólidos dramas contemporáneos; teatro por el teatro mismo. Típica era La Codorniz, de un exitoso dramaturgo polaco de esa época, en la cual Karol desempeñaba el papel de un rudo campesino cuya mujer correspondía el amor de un hombre más delicado y sensible que él.

Posteriormente, él y varios actores del grupo que hacía llamarse Estudio Dramático 39, se reorganizaron en una compañía para recitar poesía épica de la literatura polaca, tanto clásica como del siglo XIX. Actuaban en escenarios austeros y sobrios que habían sido considerados de vanguardia en la Alemania de los días de la República Weimar, previos a Hitler. Años más tarde, ya como obispo, permaneciendo en él su agudo interés por el teatro, exponía la teoría de la ventaja de reducir el teatro a la palabra hablada, a fin de estimular la imaginación del espectador. Quizás este gusto por la parquedad de Weimar explique la preferencia del Papa Juan Pablo por la pobreza de los rituales de la Iglesia Conciliar.

De todos los relatos inventados de loa años universitarios de Wojtyla, quizás aquél de su participación en activismo político clandestino sea el más descabellado cuando se considera que estaba llevando una vida que exigía su presencia pública desde temprano en la mañana hasta la medianoche. Comenzaba el día yendo a clase, pasando luego a su trabajo, al principio en la cantera y más tarde en productos químicos, y luego a ensayos o funciones de teatro que comenzaban al anochecer.

Del hecho de que como obispo y como cardenal, Wojtyla habría de interpretar la doctrina católica a la pálida luz de los existencialistas alemanes, debe concluirse que, más que tratar de sabotear a las fuerzas de ocupación, estaba aprendiendo de ellas. Admitir la derrota de su país debe haber sido duro para el hijo de un oficial del ejército, su fuera de lo común vigor y curiosidad lo habría impelido a sacar ventaja de cualesquier contactos que la situación ofrecíera. En los días de una ocupación militar extranjera se da una gran cantidad de toma y daca, especialmente al nivel de los jóvenes, que lo que se publica en la prensa. Es cuestión que consta el que, entre los miembros de las unidades SS estacionadas en Francia durante la Segunda Guerra Mundial, el 80% no eran alemanes sino jóvenes franceses. También es cierto que del intercambio cultural en esos años — simposios, conferencias, y demás — jóvenes franceses con inclinaciones intelectuales estaban absorbiendo de los ocupantes alemanes un entusiasmo por los nebulosos conceptos filosóficos de su mentor, Martin Heidegger, y que esos conceptos habrían de dominar no sólo la literatura francesa de la posguerra a través de Jean Paul Sartre y Albert Camus, sino que habrían de pervertir la ortodoxia católica a través de los influyentes escritos de todo un grupo de teólogos encabezados por Karl Rahner, S.J., discípulo de Martin Heidegger.

Los centros de estudios avanzados, aun en tiempos de paz, pueden convertirse en centros de agitación política. De manera muy natural, la Universidad de Cracovia no se aquietaba durante la guerra. Consecuentemente fue cerrada mientras duraba la guerra, al igual que otras universidades y seminarios en Polonia. Los estudios se hacían en privado aunque no en secreto. Exactamente cuándo decidió Karol Wojtyla hacerse cura no está claro, En artículos y libros aparecen menciones recurrentes de un pequeño grupo de estudiantes que se reunían con un tal Jan Tyranowski. Igual que el abuelo de Karol, era sastre de oficio. Malachi Martin dice que "este sastre sin educación fue la mayor influencia individual en la vida de Wojtyla." Algunos dicen que las sesiones consistían en lectura de las sagradas escrituras pero J. Malinski en Mi Amigo Karol Wojtyla insiste en que su contenido no era religioso, por lo menos no en un sentido católico. Más bien promovían un tipo de filosofía´ teosófica de "conócete a ti mismo", aparentemente en la línea de Rudolf Steiner, el pensador judío que tanto había fascinado a Angelo Roncalli.

En todo caso, fue probablemente algún día en 1943 cuando Karol se puso bajo el tutelaje del Arzobispo Metropolitano de Cracovia, Prince Sapieha, quien lo asignó a un especialista en tomismo para el estudio privado de teología combinado con exámenes periódicos.

En cuanto al cuento del "seminario clandestino" debe reducirse a una falsificación romántica más. Fue el 7 de agosto de 1944 cuando el Arzobispo Sapieha, alarmado por la noticia de un avance ruso en el este y un retiro inminente de las fuerzas de ocupación alemanas, invitó a los candidatos al sacerdocio dispersos en su diócesis a esperar el avance soviético en la relativa seguridad del Palacio del Arzobispado, que él convirtió en un internado temporal de estudiantes. Así pues, no fue la "persecución por los Nazis" sino más bien su inminente retirada lo que motivó el seminario improvisado en Cracovia.

Conforme los alemanes se retiraban dejando a Polonia a merced de los ejércitos soviéticos, poblaciones enteras emigraban. El seminario del palacio no fue invadido, pero Cracovia se convirtió en escenario de graves disturbios seis meses después de que la nueva ocupación se completara. Antes de la guerra, los judíos representaban el 25% de la población, no una alta cifra para Polonia donde, según la Enciclopedia Judía, la cifra alcanzaba el 30% en Varsovia y el 44% en Lublin. En 1945 miles de judíos de Cracovia que habían huido a la zona rusa al comienzo de la invasión alemana estaban regresando, muchos de los hombres habiéndose hecho comisarios o policías soviéticos. El sentimiento entre los polacos fue de amargura y el 11 de agosto explotó en forma de un grave progrom, en el cual 353 judíos de la ciudad de Cracovia fueron muertos por el populacho.

En la noche de su elección al papado, Jan Pablo II se describió como "un hombre venido de lejos". En realidad, desde mucho tiempo antes debe de haber considerado Roma como su segundo hogar, habiendo viajado allá en visitas prolongadas comenzando en 1946. Ese año, el Metropolitano Sapieha estaba probando ser tan capaz para tratar con los rusos como antes lo había sido con los alemanes. En esos meses terribles, llamados "año cero" por los vencidos cuando, como resultado del progrom, Cracovia había sido puesta en una virtual camisa de fuerza policial, y sólo se les permitía a judíos salir del país. A Karol Wojtyla, recién ordenado, de alguna manera le fue permitido salir hacia occidente.

Por vías de ferrocarril peligrosamente parchadas, llegó a la Ciudad Eterna a tiempo para la apertura del año escolástico. Aun cuando sacudida políticamente hasta sus propias raíces, Roma había salido sin daños de la guerra, excepto por calles cercanas a la estación de ferrocarril Tiburtina, donde las americanos habían dejado caer bombas. En la antigua Angelicum, la universidad dominica dedicada al gran miembro de la orden, Santo Tomás de Aquino, en el empinado monte desde cuya altura puede verse el Mercado de Trajano, el joven sacerdote polaco habría de estudiar durante dos años. Una caminata de media hora en esos días lo habría llevado por calles atestadas a cruzar los puentes del Tíber y seguir hasta la Plaza de San Pedro donde podía escuchar las palabras de Pío XII.

Para poder leer las Obras de San Juan de la Cruz, tema de su tesis, comenzó su estudio del español, y nos dicen que para mejorar su francés decidió vivir en el Colegio Belga. Aun cuando ésta es una razón plausible, debe recordarse también que desde los días del Cardenal Mercier, Bélgica, con la Universidad de Lovaina y con Lumen Vitae, era el principal centro de fermento teológico radical. El ambiente en el Colegio Belga, con los frecuentes visitantes de su patria, no pudo sino haber ejercido una fuerte influencia sobre el joven Wojtyla. En el verano viajó de aventón a Bélgica y a reuniones de la Internacional de Trabajadores Jóvenes Cristianos, la JCC, En París frecuentaba la Missión de France, centro del movimiento de sacerdotes obreros. J. Malinski, describiendo esos veranos, se refiere a la Mission como un centro "para sacerdotes jóvenes que testimoniaban a Cristo en el servicio de los hombres, ansiosos de retornar la liturgia a sus orígenes y dedicado a crear nuevas estructuras para la oración en comunidad." En 1947, el P. Wojtyla actuó como delegado de Polonia en el Congreso del Movimiento de Trabajadores Jóvenes Cristianos en Ginebra.

En Polonia en 1948, setecientos sacerdotes y un número mayor de religiosos fueron tomados presos por las autoridades comunistas. No obstante eso, al P Wojtyla habiendo regresado ese año, le fue asignada una parroquia en la villa de Niegonic. Al año siguiente fue transferido a Cracovia donde combinaba tareas de párroco con una capellanía aprobada por el gobierno en su antigua universidad. Cada verano, en mucho a iniciativa propia, organizaba excursiones de fin de semana entre sus estudiantes. Alrededor de esa época ofreció sus primeros poemas al editor de Tydgonik Powszchny, Jerszy Turowitz, el periodista entrevistado por Televisión del Vaticano en la noche de su elección, para que fueran publicadas bajo seudónimo. . Este semanario pronto habría de ser absorbido por el movimiento pro-gobiernista Pax bajo Boleslaw Piasaecki, y Turowitz pasaría a colaborar con Jerszy Zablocki en una red de prensa católica relacionada con Pax, llamada Znak [Signo]. El propio Zablocki fue posteriormente asignado a un puesto en el gabinete por el jefe comunista Gierek.

El que Karol Wojtyla haya seguido apoyando tanto a Znak como a su editor, Turowitz, es atestiguado por el Dr. George Hunston Williams de Harvard, quien explica que cuando el mismo Pablo VI pensaba que los artículos de Znak se pasaban de la raya en relación con la Iglesia Ucraniana, el Cardenal Wojtyla le explicaba al Papa que rebajar a la Iglesia Ucraniana en favor de la Iglesia Ortodoxa Soviética era precisamente el punto de la Ostpolitik del Cardenal Casaroli y algo que el Santo Padre debería apoyar.

Aun cuando la Angelicum parece haber aceptado la tesis sobre San Juan de la Cruz, no hay mención de un grado académico preliminar, Con el fin de poder dar clases en Polonia, fue necesario para el P. Wojtyla dedicar dos años más a preparar una segunda tesis sobre la filosofía centrada en el hombre del judío alemán Max Scheier quien, después de algunos años como católico revirtió a un rígido ateísmo. En 1953, fue hecho catedrático de la Universidad de Lublin, y al año siguiente añadió un curso similar en Cracovia, exigiéndole viajar durante la noche entre clase y clase.

A finales de 1953, el gobierno de Varsovia abolió todo estudio teológico en Varsovia, dejando a Lublin como la única universidad "católica" detrás de la Cortina de Hierro. La universidad tiene una historia curiosa. En cierto sentido le debía su origen a Lenin. La Polonia oriental había sido rusa antes de 1918 y en el Estado Ortodoxo de los Zares, los seminarios católicos eran considerados puntos de agitación, particularmente la escuela en Wilna. a la que finalmente le fue ordenado mudarse a Petrogrado, donde habría de fusionarse con una pequeña escuela de teología que ya existía allá. Se esperaba que los seminarios católicos pudieran así ser más fáciles de monitorear. Inmediatamente después de la Revolución Rusa, el rector, P. Idzi Rasziszewski, fue recibido por Lenin, quien aceptó el ofrecimiento del sacerdote de quitar de sus manos la operación entera, trasladando la escuela combinada a Polonia.

En esa época, la nueva República de Polonia tenía un nuncio papal que ciertamente debe de haber participado en los arreglos del traslado. Era nada menos que Monseñor Aquille Ratti, el futuro Pío XI. El traslado de una gran biblioteca, muebles y, ni qué decir, la compra de espaciosos nuevos edificios en la ciudad polaca de Lublin, implicaba considerables erogaciones. En la Polonia devastada por la guerra, el dinero provino casi de inmediato de dos millonarios polacos que, cosa rara, eran bien conocidos masones prominentes.

Otro futuro Papa que tuvo un contacto fugaz con la Universidad de Lublin fue el joven P. Montini. Estacionado en Polonia en 1922, les dijo más tarde a amigos suyos en Roma, que se había sentido mucho más a gusto entre los radicales jóvenes intelectuales de la Universidad de Lublin que lo que se sentía entre los diplomáticos y aristócratas de la capital.

En cuanto al trabajo del futuro Juan Pablo en Lublin, sus clases siguieron por más de una década, aun en sus años de obispo. Ciertamente de él se sabe haber dado ahí varias conferencias después de su elección al papado. Ya en 1953 su enseñanza había comenzado a atraer multitudes tanto en Cracovia como en Lublin, a pesar del hecho de que esos años estuvieron marcados por una severa persecución de la iglesia en Polonia. El Cardenal Wyszynski estaba bajo arresto domiciliario, la enseñanza religiosa estaba prohibida en las escuelas, los sacerdotes estaban siendo arrestados con cargos falsos, y hospitales y otras instituciones caritativas estaban siendo arrebatadas de las manos de la Iglesia.

Tres años más tarde, cuando Gomulka llegó al poder, hubo un cierto descongelamiento. El Cardenal fue liberado y a la iglesia se le concedió una limitada libertad de acción. Era el año 1956 y el P Wojtyla fue consagrado obispo. Dos años más tarde, Pío XII lo nombró Obispo Auxiliar de Cracovia con derecho de sucesión.

Se aproximaban un cónclave y la preparación para un concilio. Se publicaron dos libros de Wojtyla, la tesis de Max Scheier y un libro sobre el matrimonio, intitulado Amor y Responsabilidad. La pronta aparición de estos libros, y en varias traducciones, pudo haber promovido el creciente interés de Roma por el joven obispo polaco y, como resultado, fue invitado a tomar parte en el trabajo preparatorio de, hemos de suponer, los de la "camarilla" del Concilio, puesto que la invitación provino del Obispo Garrone de Toulouse, quien un día habría de ser el principal inquisidor del Arzobispo Lefebvre.

El breve resumen biográfico emitido por la sección de prensa del Vaticano en la noche de su elección en 1978 hacía referencia como "decisiva" a la contribución de Wojtyla al documento del Concilio Gaudium et Spes, conocida como "La Iglesia en el Mundo Moderno", Gaudium et Spes resultó ser una larga disertación sobre cómo socavar la tradición. Tan típicas como sorprendentes eran las decisivas contribuciones del Arzobispo Wojtyla; entre ellas: "No es papel de la Iglesia dar lecciones a los no creyentes. Estamos ocupados en una búsqueda junto con nuestros semejantes ... evitemos sermonear o insinuar que poseemos un monopolio de la verdad..." palabras que repetiría años más tarde en Ut Unum Sint.

Políticamente, sus intervenciones en el concilio fueron notablemente defensoras del estatus quo en la Europa Oriental, particularmente cuando llegaron a resistir las peticiones de los conservadores, de insertar una condenación del marxismo o, no lográndose eso, una condenación del ateísmo. En sus Cartas de la Ciudad del Vaticano, el equipo que se llamaba a sí mismo "Xavier Rynne" informó: "A la acusación que en el debate final de Gaudium et Spes le había hecho el excitado obispo checo Hnilica de que decir solamente lo que este documento dice acerca del ateísmo equivale a no decir nada, el Arzobispo Wojtyla replicó que el ateísmo podrá ser abordado por el Concilio sólo con gran dificultad porque esta cuestión es muy compleja."

Para 'Xavier Rynne' la objeción de Wojtyla era razonable y práctica porque "los observadores ortodoxos rusos estaban sopesando cada palabra cuidadosamente, ya que su presencia en el Concilio había estado condicionada a que ninguna condenación abierta habría de hacerse." El Papa Pablo VI premió la participación de Monseñor Wojtyla en el Vaticano II otorgándole el rango de Cardenal en 1967, haciéndolo al mismo tiempo miembro de tres organismos curiales y consejero del Consejo Pontificio para los Laicos, de Rosemarie Goldie. Así pues, once años antes de hacerse Papa, ya estaba participando en conversaciones y decisiones de alto nivel en cuatro áreas principales de la iglesia mutante, haciendo su considerable contribución para acelerar la transformación. Difícilmente puede decirse que era "un hombre venido de lejos".

Un honor particular le llegó en 1971 cuando fue elegido por la Asamblea del Sínodo Episcopal Mundial, que en ese año se reunió en Roma para el entonces recientemente constituido comité central de nueve miembros. Sólo tres obispos europeos participan en este cuerpo élite que proyecta para el Papa iniciativas teológicas, y planificaciones para la iglesia entera mediante su control de las conferencias episcopales de todo el mundo.

En el Sínodo de 1974, con su llamado al estilo Alinsky a una "evangelización del amor", el Cardenal Wojtyla actuó como teólogo oficial, igual como lo hizo el año siguiente en la primera conferencia internacional de obispos europeos bajo el notablemente liberal Arzobispo Etchegaray de Marsella (ahora cardenal). Su intervención introductoria, "Los Obispos como Servidores de la Fe" destilaba del Humanismo Integral de Maritain. En el siguiente Sínodo, tres años más tarde, en línea con otros conferencistas sobre el tema de 'catequesis', se remontó al Jesuita austriaco Jungmann, quien en 1920 insistía en un rechazo de la transmisión estéril de conocimiento teológico.

Estando todavía en sus años cincuentas, el Cardenal Wojtyla era ya parte del círculo interior del Vaticano. La primavera de 1977 lo encontró dirigiendo el retiro cuaresmal de la residencia papal a petición de Pablo VI así como concluyendo un programa de transformación en su propia diócesis de Cracovia, programa que dijo que tenía el propósito de traer al laicado a una participación plena.

Luego en 1978, en el anochecer del 16 de octubre, Karol Wojtyla, Metropolitano de Cracovia, con treinta años de sacerdocio, alcanzó la cima, ser electo a la Silla de Pedro.