marzo 2024
La Francmasonería durante la Vida y Época del Papa Pío IX
Por el Padre Leonard Feeney (1)
Tomado de Christian Order de Marzo de 2024
Traducido del inglés por Roberto Hope
En el año 1792, el 13 de mayo, en el antiguo pueblo y puerto marítimo de Senigallia, sobre la parte norte del Mar Adriático, nació el séptimo hijo del alcalde de la ciudad, Conde Girolamo Mastai-Ferreti, y su esposa, la Condesa Caterina, y fue bautizado con el nombre de Giovanni-Maria Giovanni Battista Pietro Isidoro. 1792 fue un año ominoso en cuanto a lo que tocaba al mundo exterior al castillo de los Mastai-Ferreti, y para siempre habría de ensombrecer la vida del pequeño Juan-María Mastai-Ferretti, que un día iría a convertirse en el gran Papa Pío IX y a gobernar la Iglesia de Jesucristo desde el trono de Pedro a lo largo de treinta y dos años, el pontificado más largo de cualquier Papa excepto el de Pedro.
Este niño nacido en el trágico año de 1792 — gentilmente educado, sensible, generoso, alegre, amable, puro, poseedor de un gran encanto y muy buena presencia, a quien de niño se le enseñó a reverenciar a los pobres, profundamente devoto a la iglesia y conocido por su amor constante y absorbente de la Santísima Virgen María — habría de vivir rodeado de revolución todos los días, revolución planificada y sustentada diabólicamente, nada semejante a la cual jamás se había visto anteriormente. La increíblemente horrenda Revolución Francesa, la primera en el plan satánico de derribar los tronos y altares de la Cristiandad, llevaba ya tres años de existencia cuando nació Juan María Mastai-Ferretti.
Francia traidora
No es de sorprenderse para nada que la Revolución Francesa, acerca de la cual a nosotros en Norteamérica, como por una conspiración gigantesca, se nos ha enseñado tan poco de su verdadera realidad, hubiera acaecido en la tierra que había dejado que su rey — en su loca pasión por ponerse arriba y por encima del Vicario de Cristo — haya causado la muerte del Papa Bonifacio VIII. Es cierto que Francia permaneció nominalmente católica tanto antes como después de la revuelta protestante, pero nunca, como nación, realmente volvió jamás, aun en sus períodos de resurgimiento católico, a su antigua pureza de fe y su antigua devoción filial a los Papas, que había sido la joya de su corona antes de la atrocidad [el atentado de Anagni] y la muerte de Bonifacio VIII en 1303.
Fue la voz de Francia la que, en el siglo quince, por conducto de la Universidad de París, y sus hijos, Juan Gerson y Pedro d'Ailly, era la más vociferante en proclamar inferior al Papa con respecto a un concilio general de la Iglesia y, por consiguiente, sujeto a tal concilio. Fue la "Sanción Pragmática de Bourges" de Francia la que no sólo insistía en la supremacía de un concilio por encima del Papa, sino que prácticamente privaba al Papa de toda jurisdicción sobre la iglesia francesa. El 'Galicanismo' o lo equivalente de lo que podría llegar a ser una iglesia nacional francesa independiente de la Santa Sede, no estaba muy lejano después de eso.
Fue la traicionera ambición política de Francia lo que afincó permanentemente el protestantismo en Europa. Fue Richelieu (1585-1642) cardenal francés, Primer Ministro y gobernante verdadero del país bajo el reinado de Luis XIII, quien, para alcanzar la victoria política de Francia en Europa, tomó partido del lado de los príncipes protestantes de Alemania contra el emperador católico Fernando II, en el momento más crítico de la Guerra de los Treinta Años entre las fuerzas del protestantismo y las del catolicismo. El Cardenal Richelieu contrató al genio militar protestante Gustavo Adolfo por cinco tinajas de oro (algo así como dos millones de dólares), para que entrara a la guerra contra los católicos. La derrota de Fernando hizo imposible para siempre su sueño de una Europa unida nuevamente como una familia por la fe, tan cerca de haberse realizado de no ser por la traición del cardenal francés.
Fue Francia la que, en 1682, bajo el monarca absoluto Luis XIV y su clero subordinado, más leal a su rey que a su Dios, promulgó los famosos Cuatro Artículos Galicanos, los cuales no solamente sustrajeron nuevamente a Francia de la jurisdicción del Papa, sino que declararon que el Papa no es infalible. Y aun cuando después de que dos papas los hubieran condenado y que a su país le hubiera sido impuesta una interdicción, Luis XIV haya derogado los artículos, el Galicanismo para entonces ya estaba profunda y firmemente afianzado en el pensamiento del pueblo. Junto con la herejía jansenista (una especie de calvinismo dentro de la iglesia) — y la escandalosa laxitud en la moral tanto de Luis XIV como de su bisnieto y sucesor Luis XV, de sus cortes y de la sociedad francesa en general — debilitan desastrosamente la fe y preparan a Francia para el escepticismo religioso y libre pensamiento, ya para entonces prevaleciendo en Inglaterra y Alemania.
En las manos literarias del francmasón Voltaire y del escritor igualmente anticristiano Rousseau, junto con los enciclopedistas franceses que estaban a la paga de Federico el Grande de Prusia, también francmasón, este "libre pensamiento" daría entrada a la "Era de la Ilustración" en Francia y conducir directamente al total ateísmo y a la diabólica mofa de Dios en la terrible Revolución Francesa.
Francmasonería Moderna
Fue precisamente en esa hora de la historia cuando Francia, para entonces la más adelantada nación del mundo, estaba dándole a ese mundo el espectáculo de un rey católico disoluto, Luis XV, quien, junto con su corte, llevaban unas vidas de tan desvergonzada corrupción que rivalizaban en depravación aun con las notoriamente malvadas cortes de Catarina de Rusia y de Federico de Prusia — cuando los vicios de la realeza pasaron hacia abajo a los nobles, a la burguesía y hasta a los pobres, y la semilla de Lucifer daba toda la apariencia de haber triunfado sobre la semilla de María — fue que Dios permitió que una plaga cayera sobre Europa así como había permitido que la plaga del mahometanismo devastara al herético y pecaminoso Oriente en el siglo séptimo y posteriores.
Ciertamente, la peste que hizo acaecer el castigo temporal de Europa en el Siglo XVIII, aunque cruzó el Canal y entró al continente ataviado de nuevo ropaje cuidadosamente estilado y confeccionado en Londres, tuvo sus orígenes muy definitivamente en Oriente. Sus símbolos, sus ceremonias, su vestimenta, sus tradiciones, sus rituales eran todos orientales. William Thomas Walsh, en su libro Felipe II escribe acerca de los grados y rituales de la Francmasonería que "están impregnados de simbolismo judío: el candidato [a ingresar a ella] va hacia el Oriente, hacia Jerusalén, va a reconstruir el Templo, destruido en cumplimiento de la profecía de Cristo ... El escudo de armas oficial de la Gran Logia de Londres, aun en nuestros días, es el hecho por el Rabino Jacob Jehuda Leon en 1675, conocido como Templo, que pasó de Holanda a Inglaterra en ese año."
La Francmasonería moderna — pues tal es esa peste — fue fundada en Inglaterra en 1717, cuando un antiguo gremio católico de albañiles de oficio, protestantizado en Inglaterra desde mucho tiempo antes, pero existente durante varios siglos en la Gran Bretaña y en Europa, fue renovado; su carácter profesional fue abandonado, y emergió como sociedad secreta filosófica, pseudo religiosa, sus fórmulas, ceremonias, y tradiciones todas ellas apuntando a un origen judío, aun cuando sus nuevas constituciones y rituales fueron formulados por un ministro presbiteriano escocés, James Anderson, y un ministro hugonote refugiado, John T. Desaguliers, y en 1722 su Gran Maestro fue el despilfarrado y enteramente inmoral Duque de Wharton, quien por todas partes tenía la reputación de "exento de ningún vicio".
Fue en 1725 cuando la nueva francmasonería se extendió a París, en 1728 a Madrid, en 1729 a Irlanda, en 1731 a La Haya, en 1733 a Hamburgo, en 1736 a Alemania y así sucesivamente, llegando a Italia.
Voltaire se hizo francmasón en Inglaterra alrededor de 1727 y, a su regreso a Francia hizo todo lo que estaba a su alcance para propagarla entre los nobles y los intelectuales. Inmoral al extremo, tanto en su vida como en sus escritos, íntimo de Federico El Grande gracias al uso que Federico podía hacer de su extraordinaria habilidad para escribir, Voltaire comulgaba con el odio incontenible que tenía el rey prusiano a Jesucristo y a la Iglesia Católica. Era su constante grito de guerra "La religión Cristiana es una religión infame. Debe ser destruida por un ciento de manos invisibles (sic). Es necesario que los filósofos recorran las calles para destruirla de igual menera como los misioneros recorren tierra y mar para propagarla. Deben atrevere a todo, arriesgar todo, aun ser quemados en la hoguera para destruirla. ¡Aplastemos a la infame! ¡Aplastemos a la infame! Écrasez l'infame!
Espíritu Satánico de Revuelta
La francmasonería se propagó como incendio incontrolado por toda Europa. Arrasó en París. La nobleza y algunos miembros del alto clero quedaron perversamente fascinados por las doctrinas de la francmasonería y se unieron a las logias en grandes números. En Francia especialmente, donde el Galicanismo y el Jansenismo en el siglo anterior habían, como lo hemos visto, preparado el terreno para la perpetua ridiculización de la religión y de todas sus instituciones, incluyendo el santo matrimonio que en los años 1700 estaba al orden del día. Después, muchos de ellos, cuando sus sueños teóricos se habían vuelto realidad, en lo más álgido de la Revolución, se vieron subiendo los sangrientos escalones que llevaban a la guillotina, encarando por fin la amarga realidad de aquello por lo que ellos habían conspirado, junto con el derrocamiento del Papa y del orden existente, conspiraron para su propia destrucción-
Las enseñanzas de la masonería se propagaron por todas partes, el espíritu de sublevación no sólo contra la autoridad del Vicario de Cristo, sino también contra la autoridad del Estado. en el tercer cuarto de siglo de los años 1700s, un nuevo y más siniestro elemento fue agregado. Éste fue el así llamado "Iluminismo" de Adam Weishaupt, profesor de derecho canónico en la Universidad de Ingolstadt, en Baviera, quien dio a la masonería el molde y la forma duradera por la cual, a pesar de toda oposición, ha llegado hasta nuestros días y por la cual "avanzará hasta que su conflicto final con el cristianismo habrá de determinar si Cristo o Satanás habrán de reinar sobre la tierra hasta el fin del mundo"
Engaño Sistemático
La manera de Weishaupt, que aun es la manera como proceden las logias masónicas de ahora, es inducir a hombres a que se unan a la organización en sus grados mas bajos. Como lo explicó Monseñor Dillon en sus famosas conferencias de Edimburgo:
Un hombre, aunque esté en la masonería, pudiera no desear hacerse ateo o socialista por algún tiempo, por lo menos. Puede tener en su corazón una profunda convicción de que Dios existe, y alguna esperanza de volver a Dios antes de su muerte. Puede haber ingresado a la masonería para satisfacer su ambición, por motivos de vanidad, o por mera ligereza de carácter. Puede seguir rezando y rehusarse, siendo católico, de olvidar a la Madre de Dios y alguna práctica piadosa que él practicara desde su juventud. Pero la masonería es un sistema capital para hacer que un hombre vaya dejando gradualmente estas prácticas. No de inmediato negará la existencia de Dios, no de inmediato atacará el orden cristiano. Empieza por darle a la idea cristiana de Dios una fácil y casi imperceptible sacudida. Hace en el nombre de Dios todos sus juramentos. Le llama, sin embargo, no Creador sino simple arquitecto — el Gran Arquitecto del Universo. Evita cuidadosamente mencionar para nada a Cristo, a la Santísima Trinidad, a la unidad de la fe. Protesta un respeto de las convicciones de todo hombre, del idolatra parsi, del mahometano, del hereje, del judío, del cismático, del católico. Poco a poco, en los grados más altos le da otra más fuerte sacudida a la creencia en una Deidad y, gradualmente, induce a favorecer el naturalismo.
Conforme pasa el tiempo, el hombre que manifieste cualquier verdadera profundidad religiosa o señales de conciencia, jamás avanzará más allá de los grados inferiores. Permanece entonces como miembro de las bases de la masonería, del frente respetable que se le presenta al mundo, pero a él y a los de su clase nunca se le confía el verdadero secreto. Por otro lado, aquéllos que cumplen los requisitos de la masonería, que no poseen finas sensibilidades morales, proceden en el camino de la irreligión, inmoralidad, espionaje, y ciencias ocultas hasta que llegan a los grados avanzados y se les hace participar en más y más de los terriblemente guardados secretos de la Orden
Pero, y esto es más cierto que nunca en nuestro tiempo, los dirigentes visibles de la masonería — y de todas las sociedades secretas que no son más que subsidiarias de ella — ¡nunca son los verdaderos dirigentes! Pues más allá de los dirigentes visibles existe un círculo cerrado, organizado sobre bases masónicas, cuyos miembros están ocultos y son desconocidos por el público. Más arriba de este círculo cerrado hay otro y aún más secreto círculo. Por último, en la mera cúspide está el individuo que constituye la cabeza de todo y su pequeño grupo de seis, por lo mucho, consejeros que dirigen el gobierno invisible, no sólo de la masonería, sino del mundo. Estos hombres son desconocidos salvo por muy pocos en toda la Tierra.
Realidad luciferina
En la gran reunión de los cuerpos masónicos de todo el mundo, el así llamado Congreso de Wilhelmsbad del 16 de julio de 1782, Adam Weishaupt consiguió el control de todas las sociedades secretas del Congreso, las cuales en esa época — sólo sesenta y cinco años después de la transformación moderna de la masonería — representaba un asombroso total de ¡tres millones de miembros! Weishaupt después logró aliar el Iluminismo con la Francmasonería, alianza que ha resultado tener la más obscura significación para el mundo. Es imposible exagerar las profundidades de su poder para hacer el mal, pues quien ha dominado el mundo tras la máscara de la masonería iluminista desde ese día hasta ahora es nada menos que el mismo Lucifer.
Éste es el enemigo que el papa vio en la visión que le causó desmayarse de terror por el mundo. Este es el enemigo a quien mencionó en su encíclica Humanum Genus, en la que les escribió a sus hijos, los obispos:
Deseamos que sea su regla en primer lugar arrancar la máscara de la francmasonería para dejar que sea vista como es realmente, y mediante sermones y cartas pastorales instruir a la gente acerca de los artificios empleados por las sociedades de esta tipo para seducir a los hombres y persuadirlos a ingresar a sus filas.
Fue esto lo que motivó al Papa San Pío X a clamar en la primera de sus encíclicas:
Tan extrema es la perversión general, que hay razón para temer que estamos experimentando el anticipo y comienzo de los males que han de venir al final de los tiempos, y que el Hijo de la Perdición de quien habla el Apóstol, ya ha llegado a la tierra.
Fue esto lo que motivó al editor de los Acta Sanctae Sedis, escribiendo para el número de julio 13 de 1865 decir:
Si uno toma en consideración el inmenso desarrollo que han alcanzado estas sociedades secretas, el largo tiempo en que han perseverado en su vigor, su furiosa agresividad, la tenacidad con que sus miembros se aferran a su asociación y a los falsos principios que profesan; la perseverante cooperación mutua de tantos tipos diferentes de hombres en la promoción del mal, uno difícilmente puede negar que el Supremo Arquitecto de estas asociaciones (viendo que la causa debe ser proporcional al efecto) puede ser nada menos que aquél que en las Sagradas Escrituras es llamado Príncipe del Mundo y que el propio Satanás, inclusive con su cooperación física, dirige e inspira por lo menos a los dirigentes de estas organizaciones, cooperando físicamente con ellos.
Fue en el Congreso de Wilhelmsbad cuando la masonería se volvió "una masa atea organizada, aunque se le permitía que asumiera muchas formas fantásticas." Los Caballeros Rosacruces, los Templarios, los Caballeros de la Beneficencia, los Hermanos de la Amistad, y muchas, muchas más, subversivas e irreligiosas como lo era cada una por su propio derecho, ahora quedaban unidas a la organización de la Francmasonería Iluminista. Todas tendrían bajo cualquier nombre y forma que eligieren, el mismo falso respeto a la religión, la misma aparente aceptación de la Biblia, el mismo celo exterior por el cuidado de viudas y huérfanos, de los enfermos y los menesterosos. Todas tendrían los mismos juramentos de guardar secreto, todas tendrán alguna variación de los mismos fantásticos ceremoniales, asiáticos, hebreos y turcos, "a los cuales se les podría dar cualquier significado, desde el más inane hasta el más profundo y obscuro." Todas tendrían los mismos grados de avance, aunque el número podría variar, y todas tendrían la misma temible pena de muerte por la violación de secretos, por indiscreción, y por traición.
Todos los iniciados de alto nivel tendrían, desconocido por sus hermanos, el mismo programa para la aniquilación de toda religión, de todo amor a la patria y de toda lealtad a los soberanos. Todos tendrían que luchar por la abolición de la monarquía y del gobierno con orden. por la abolición de la propiedad privada y de las herencias, la abolición del matrimonio y de la moral y por la institución de la educación obligatoria de los niños por el gobierno. (Como bien lo sabemos, este plan está siendo llevado a efecto plenamente en nuestros días.)
Judeo-Masonería
Fue en el congreso de Wilhelmsbad cuando los judíos fueron emancipados como resultado de una cuidadosamente producida ola de pro-semitismo que irrumpió por toda Europa a resultado de la huella que dejó un libro, Sobre la Mejora Civil de la Condición de los Judíos, escrito por un hombre de nombre Dohrn bajo la dirección de Moisés Mendelssohn, publicado en agosto de 1781. "Este libro", se nos dice, "tuvo una influencia considerable sobre el movimiento revolucionario. Es el toque de trompeta de la causa judía, la señal para el paso adelante,"
Los judíos, cuya función de incitadores y fiscalizadores del nacimiento de la Francmasonería y del Iluminismo habían sido desempeñados en el papel de sirvientes privilegiados, fueron entonces, en el Congreso de Wilhelmsbad, admitidos con plena igualdad al círculo de la familia. Y la influencia judía, como lo pone en descubierto el Padre Edward Cahill, S.J. en su libro Francmasonería y el Movimiento Anti-Cristiano, pronto se volvió una de las mayores fuerzas impulsoras detrás de la masonería. Es la influencia que ahora domina la organización entera.
En Wilhelmsbad se decidió trasladar la dirección de la francmasonería iluminista a Fráncfort, de manera significativa en esa época estaba ahí también la dirección de las finanzas judías, con el familiar nombre de Rothschild ya bien a la cabeza. Fue en Fráncfort donde los increíbles planes de revolución mundial fueron perfeccionados, con Francia seleccionada como primera en la lista e Italia a seguir poco después. Fue en Fráncfort donde se resolvió la muerte de Luis XVI de Francia y de Gustavo III de Suecia.
Letanía de Revoluciones Demoníacas.
¡La diabólica certeza con que todas estas maquinaciones de los enemigos del cristianismo se produjeron exactamente conforme a lo programado es de asombrar! Lograron producir la Revolución Francesa, y fue la más atroz, cruel y sangrienta masacre que el mundo hubiera visto jamás hasta entonces. En 1792, año en que nació Pío XI, en las "Masacres de Septiembre," tres mil asesinos de los barrios bajos de París y de las cárceles de París, furiosos con drogas y alcohol y deseo de sangre, masacraron sólo en París, en medio de indescriptibles orgías y de abandono satánico al Arzobispo de Arles, a dos obispos, a cuatrocientos sacerdotes y monjes, a mil nobles católicos, y a ocho mil ciudadanos, En Meaux, Châlons, Rennes y Lyon estaban teniendo lugar escenas semejantes.
Durante todo el siglo siguiente, estos enemigos de Jesucristo — particularmente en 1830, 1848 y 1870 — causaron revoluciones por toda Europa y alrededor del mundo. Atacaron Italia. Tomaron los Estados Pontificios y conquistaron Roma. Se jactaban de que el Papado había dejado de existir, y en eso estaban, y siempre estarán, abrumadoramente equivocados, pero sí llevaron su revolución programada a Rusia en 1917, y a la revolución sin paralelo que fue la Primera Guerra Mundial en 1914 en la que veintisiete naciones se unieron en sangriento combate y 37,508,680 hombres fueron muertos, heridos, discapacitados y tomados prisioneros, cuando la masónicamente concebida Liga de las Naciones le fue impuesta al mundo por el Presidente de los Estados Unidos, el francmasón Woodrow Wilson bajo la influencia de sus compañeros masones. el Coronel E. Mandell House y el Sr. Bernard Baruch. Desde entonces, el Sr. Baruch, como publicitado "Veterano Estadista y Consejero de Presidentes" tras bambalinas ha dirigido el gobierno de los Estados Unidos, sea Demócrata o Republicano.
Ellos, estos terribles enemigos de la Iglesia, lograron la revolución de la Segunda Guerra Mundial en 1939 y su resultado, producto cuidadosamente dirigido, esa hermano gemelo de la Liga de las Naciones, la aún más siniestra Organización de las Naciones Unidas, mediante la cual todo país del mundo se halla en inminente peligro de perder su soberanía y de volverse parte del por largo tiempo planeado, y diabólicamente maquinado Gobierno Mundial Único, cuyo objetivo es finalmente esclavizar al mundo entero.
1789: descristianización masónica:
El que la Revolución Francesa de 1789 fue tramada y llevada a cabo por los francmasones iluministas no necesita ser probado, ya que los masones abiertamente se jactan de ello. Todos los apóstoles y dirigentes de la Revolución eran masones: Voltaire, Rousseau, Lafayette — el héroe de la Guerra Revolucionaria Americana — de quien María Antonieta, después de muchas traiciones al Rey a manos de él, clamó, "Mejor morir que ser salvada por Lafayette", Talleyrand — el apóstata obispo católico que consagró a los primeros obispos constitucionales de la Revolución a pesar del decreto del Papa Pío VI de 1791 que declaraba la inmediata suspensión de todo sacerdote u obispo que hiciera el juramento de mantener la Constitución Civil del Clero, redactada por el Gobierno Revolucionario con el único propósito de someter completamente a la Iglesia de Francia al dominio del Estado. "Separación Iglesia-Estado" ha siempre significado para los revolucionarios nada menos que control de la Iglesia por el Estado y para ese fin han popularizado con éxito su consigna "Separación entre la iglesia y el Estado", hasta que los católicos llegaron a tomarla casi como un dogma.
Los miembros del terrible Círculo Jacobino de París y dirigentes del Reinado del Terror, Danton, Marat y Robespierre fueron todos masones. El trono fue traicionado por Felipe, Duque de Orleans, el primer Gran Maestro de la Logia del Gran Oriente de Francia, y pariente sanguíneo del Rey Luis XVI.
Era bien sabido en todo país europeo que la causa de la Revolución Francesa no podía atribuirse a abusos del antiguo régimen, En Luis XVI y María Antonieta — a pesar del cúmulo de calumnias que se lanzaron contra la bella Reina de Francia por los poderosos enemigos masones que tramaron la caída del país a través de la caída de esta vivaz y encantadora hija de la Emperatriz María Teresa de Austria, calumnias perpetradas por la ridícula y sesgada literatura inglesa mediante la cual la historia de su vida ha llegado a los Norteamericanos — Francia por fin gozaba de un rey y una reina enteramente buenos. Eran buenos católicos, estos trágicos marido y mujer, buenos soberanos, y buenos padres de sus amados hijos. Y habían trabajado duramente, el Rey para eliminar abusos, y la Reina para hacer caridad entre los pobres, a quienes amaba. Jamás, en ningún momento, dijo ella de los pobres esas inanes palabras que, en Norteamérica son una mofa que se dice siempre que su nombre es mencionado, "que coman pastel."
El propósito de la Revolución no era eliminar los abusos sino destruir la monarquía y derribar la sociedad cristiana. Y logró ambas cosas. La Revolución quitó la vida al Rey y a la Reina, ambos de los cuales murieron noblemente. "Perdono a los autores de mi muerte", dijo Luis "que mi sangre jamás sea vengada sobre Francia." Y se dice de María Antonieta que durante los últimos días de su vida y durante las horas terribles antes de su ejecución se condujo con la heroica fortaleza de un mártir y la calmada dignidad de un santo. Su hijo pequeño, Luis XVII, murió después, en condiciones miserables, en el taller de un zapatero.
Norteamérica se enteró, por lo menos en 1798, de la causa de la Revolución Francesa. Luego de que el Terror se había desgastado — luego de la terrible descristianización de Francia, cuando sus iglesias habían sido desacralizadas y cerradas, el adorable Sacramento del Altar había sido blasfemado, una notoria prostituta había sido adorada como la Diosa Razón en el altar principal de Notre Dame, cuando "mujeres de la calle vestidas de casullas, y burros cargados de reliquias sagradas, habían pasado por las calles," cuando los ríos y los caminos corrían rojos de la sangre de los guillotinados, cuando Danton y Marat y Robespierre por fin habían seguido, uno tras otro, a la muerte que, día tras día, habían dado tan inmisericordemente a incontables pobres víctimas, Cuando la Convención Nacional había cedido su lugar al Directorio y el Directorio estaba por ceder su lugar al Consulado de Napoleón — Timothy Dwight, Presidente de Yale, se dirigió así al pueblo de New Haven:
Ningún interés personal o nacional ha quedado [en la Revolución Francesa] sin ser invadido; ningún sentimiento impío de acción contra Dios ha sido escatimado, ninguna hostilidad maligna contra Cristo y Su religión ha quedado sin intentarse. La justicia, la verdad, la bondad, la piedad y la obligación moral no sólo han sido pisoteadas universalmente ... sino ridiculizadas, desdeñadas e insultadas... ¿Para qué fin habremos de estar relacionados con hombres de los cuales es éste el carácter y la conducta? ... ¿Será que nuestras iglesias habrán de volverse templos de la razón, nuestro Sabbat una década, y nuestros salmos de alabanza los himnos de la Marsellesa? ... ¿Habrán de volverse nuestros hijos discípulos de Voltaire o sicarios de Marat, o nuestras hijas concubinas de los Illuminati?
Pasión de dos Papas
Fue tal mundo en revolución en el que el Papa Pío IX se formó como hombre. En 1798, cuando no tenía más que seis años, que un ejército francés se abrió paso en Italia por tercera vez en dos años. Entró a Roma, pronunció depuesto al Papa Pío VI como soberano temporal, y proclamó como república a los Estados Pontificios. Mientras el Papa pedía a sus captores que se le permitiera permanecer y morir en Roma — ya tenía entonces ochenta años de edad — y sus enemigos, habiéndole negado eso insolentemente, estaban saqueando su recámara y arrancando el anillo episcopal de su dedo, afuera, en las calles de Roma una estatua de la diosa libertad hollando la tiara papal y los sagrados símbolos de la fe bajo sus pies, estaba colocándose a la entrada del Puente de Sant'angelo; el escudo de armas papal estaba siendo pintarrajeado en medio de alaridos e indecentes carcajadas en el telón de un teatro popular romano; las vasijas sagradas que habían sido robadas de los altares de las iglesias estaban siendo utilizadas en orgías escandalosas que estaban ocurriendo por toda Roma para celebrar la República. La Revolución ciertamente había pasado de París a Roma de acuerdo con el plan.
El Papa Pío VI murió en 1799 en Valence sobre el Río Rhone, prisionero de los franceses. Y los corazones estaban dolidos de tristeza y de premonición en el castillo de los Mastai-Ferretti, al norte en Senigallia sobre el Mar Adriático, en el Estado Pontificio de Marches.
El Papa Pío VII, cuyo pontificado inició el 14 marzo de 1800 y terminó con su muerte el 20 de agosto de 1823 cuando tenía ochenta y tres años de edad, habría de probar ser un muy amado padre y amigo de Giovanni-Maria Mastai Ferretti. El Papa Pío VII, como su predecesor cuyo nombre había adoptado, también habría de sufrir exilio y aprisionamiento a manos de los amos de la revolución. Y durante los largos y trabajosos veintitrés años del pontificado de Pío, Giovanni María Mastai-Ferretti — como escolar de trece años en el colegio de Volterra en la Toscana, como muchacho de 17 años siendo atacado de epilepsia en el ápice de toda su juvenil promesa — habría de percatarse dolorosamente del sufrimiento, humillación y tribulación de su Santo Padre, poco imaginándose que él habría de seguir la misma senda, soportar las mismas cargas, aun ocupar el mismo obispado de Imola, en su camino al obispado de Roma.
El Papa Pío VII habría de sufrir, como lo había sufrido el Papa Pío VI y como lo habría de sufrir el papa Pío IX, la pérdida del patrimonio que durante quince siglos había pertenecido a los Papas, los salvadores de Roma y fundadores de la Civilización Occidental. Pero a Pío Nono, como afectuosamente era llamado por todo el mundo, el patrimonio de San Pedro no le sería devuelto.
Napoleón: Creatura de la Logia
Aun cuando popularmente se ha dicho que la Revolución Francesa y su programa anti-cristiano llegaron a su fin con el ascenso de Napoleón y la restauración que produjo él de la práctica de la fe católica, que había estado prohibida bajo el Directorio, como había sido planificado para todo el mundo, la Revolución estaba muy lejos de acabar en 1800 cuando inició el pontificado de Pío VII y el consulado de Napoleón Bonaparte. Pues Napoleón, por más genio militar y notable dirigente de hombres que pudiera haber sido, era francmasón, miembro de la Logia de los Templarios, la extrema Logia Iluminista de Lyon. Había sido creado por la masonería y debe obedecerla. Mientras permaneciera obediente a sus amos, Francia sería suya, toda Europa sería suya. Sus ejércitos habrían de hallar éxitos fabulosos que desde entonces han sido tema de conversación en todo el mundo pues, unido a sus dotes extraordinarias, el ojo que todo lo ve, que todo lo conoce de la masonería habría de encargarse de ello como dice el Padre Dillon:
... los recursos de los enemigos de Napoleón nunca estaban disponibles, los designios de los generales austríacos y de otros generales opuestos a él eran boicoteados, la traición era frecuente en sus bandos, e información fatal a sus designios era comunicada al comandante francés... Pero cuando la Masonería tuvo razones para pensar que el poder de Napoleón podría perpetuarse, cuando su alianza con la Familia Imperial de Austria, y sobre todo, cuando la consecuencia de esa alianza, un heredero al trono causaba peligro para la república universal ... cuando, también, empezó a manifestar una frialdad hacia la secta y buscó medios para evitar la propagación de sus objetivos diabólicos, entonces ella se convirtió en su enemiga, y el fin de él no estaba lejos. ... sus oponentes comenzaron a obtener aquel tipo de información sobre sus movimientos que él anteriormente había obtenido de los de ellos. Miembros de la secta lo apremiaron a emprender esa disparatada expedición a Moscú. Sus recursos fueron paralizados; y fue vendido por invisibles, secretos adversarios a manos de sus enemigos.
De modo que vemos que no fue por el honor y la gloria de Dios que en 1802 Napoleón había vuelto a hacer legal la práctica del culto católico sino más bien por que la misión que se le encomendó era la de restaurar el orden nuevamente en el país, y él sabía que solamente con la ayuda de la iglesia que él, por lo pronto, sería capaz de lograrlo. Es interesante observar que entre los decretos que Napoleón agregó al Concordato de 1802 entre Francia y la Santa Sede (adiciones que, sin embargo, jamás fueron aceptadas por el Papa Pío VII) aparecen los Artículos Galicanos de 1862, que tendrían que ser enseñados en las escuelas de teología ¡el clero que violara estos artículos habrían de ser castigados por el estado!
Orgullo y Caída Napoleónica.
De hecho, a pesar de la prohibición de los Papas, loa Artículos Galicanos en esos tiempos eran enseñados en las escuelas teológicas francesas, y es al Galicanismo que el gran católico francés, el Conde de Maistre, culpa del "decadente catolicismo en Francia y de todos los males que le han acaecido y, por conducto de ella, a toda Europa. " ¡Galicanismo ciertamente! Galicanismo, el antiguo pecado de Lucifer, cuyo "¡No serviré!" es el grito de batalla del Infierno. El Galicanismo pavimentó extensamente los grandes caminos que condujeron a la masonería judaizada del siglo dieciocho y subsiguientes,
Y así, no es de sorprender hallar que el objetivo entero de Napoleón, luego del Concordato, fue afianzar para el Estado el pleno control sobre todas las relaciones entre la Iglesia francesa y la Santa Sede. Insultos al Santo Padre siguieron tras insultos. En 1809, las tropas de Napoleón — habiendo él dejado de ser Primer Cónsul y siendo ya Emperador desde 1804 — ocupó los Estados Pontificios, que entonces comenzaron a formar parte del Imperio Francés. Luego de eso, el Papa Pío VII excomulga a Napoleón, y el Emperador, enfurecido, le escribió a Eugenio, hijo de Josefina su mujer, a quien había nombrado Virrey de Italia, "¿Qué, no sabe que los tiempos han cambiado grandemente? Me está confundiendo con Luis el Débil? o ¿cree él que sus excomuniones harán que las armas caigan de las manos de mis soldados?"
Cuatro años más tarde, en 1813, las armas sí cayeron de las manos de los soldados de Napoleón, vueltos demasiado débiles o demasiado helados como para seguir sosteniéndolas, conforme el inmenso frío y la prolongada inanición de la terrible retirada de Moscú hizo estragos no sólo en sus armas sino también en sus vidas. Y en abril de 1814, Napoleón Bonaparte, que había aprendido mal la sabiduría del antiguo proverbio francés: "¡Qui mange le Pape, meurt!" (¡Quien muerde al Papa muere!). firmó su abdicación en el mismo castillo de Fontainebleau donde por tanto tiempo había mantenido prisionero al Vicario de Cristo, el Papa Pío VII,
Ascenso de Pío XI y el Liberalismo Religioso
El mes siguiente a la abdicación de Napoleón, el Papa Pío VII regresó triunfante a Roma. Había hecho una parada en Senigallia en su camino, donde fue tratado con gran reverencia por la familia Mastai-Ferreti. Giovanni-Maria acompañó al heroico Pontífice por el resto del camino y se regocijó cuando la partida del Papa desvió su camino para hacer una parada en la Santa Casa de Loreto, a hacerle un homenaje a la Madre de Dios, pues fue en su propia pequeña casa de Nazareth, ahora tiernamente enclaustrada en la hermosa basílica construida en Loreto para conservarla, donde Nuestra Señora había respondido milagrosamente a las oraciones de Giovanni-María y de su madre, y había curado su epilepsia.
Fue el Papa Pío VII quien, en 1819, cuando la ordenación de Giovanni María estaba en cuestión por razón del impedimento de la epilepsia, le dijo mientras esperaba su decisión final, "queremos concederte lo que pides, amado hijo, porque es nuestra convicción que este mal nunca más habrá de afligirte." Y nunca más volvió la temida enfermedad a perturbar la vida de Giovanni-María Mastai-Ferreti — nunca durante todos sus años siguientes, como sacerdote en Roma, como consejero del delegado apostólico en Chile, como prelado doméstico, como Arzobispo de Spoleto, como Obispo de Imola, ni como cardenal-arzobispo.
Era muy querido por su gente en cada una de estas designaciones. Cuando fue transferido de Spoleto a Imola en febrero de 1833, la gente de Spoleto estaba tan desconsolada de perderle que mandaron una delegación de ciudadanos a Roma a rogarle al Papa Gregorio XVI que enviara a algún otro obispo a Imola y dejara con ellos a su muy querido pastor. Pero el Santo Padre estaba forzado a rechazarla, porque la elección del Obispo de Spoleto para ocupar la sede de Imola había sido hecha muy cuidadosamente. Imola y todo el norte de Italia estaban agitadas con rebelión — la reacción a las revoluciones masónicamente planificadas que habían ocurrido por toda Europa en 1830 — y era de la más urgente necesidad el enviar a las ciudades turbulentas a obispos que fueran capaces de ganarse el cariño de la gente y mantenerlos a salvo de los designios de las sociedades secretas.
Pues Italia estaba salpicada de sociedades secretas por todos lados. La masonería había hecho su tarea con admirable éxito. Los círculos revolucionarios, que surgían todos los meses en alguna parte de los estados italianos durante la niñez de Giovanni-María y los muchos movimientos revolucionarios planificados dentro de los Estados Pontificios habían adoctrinado gradual pero completamente al pueblo italiano. Por todas partes ahora, en 1833, las falsas ideas del liberalismo — nombre por el cual el movimiento revolucionario anti-cristiano era más conocido popularmente — habrían de convertirse ciertamente en el aliento y sostén y pensamiento y músculo de la que en su tiempo había sido el alegre y feliz pueblo italiano. Y conforme avanzaba el siglo, se abrían nuevos frentes liberales. Liberalismo intelectual, económico, social, político y religioso, todos fusionados juntos para hacer del Siglo diecinueve la "Era del Liberalismo".
Las raíces del liberalismo han ciertamente de encontrarse en el derrocamiento de la autoridad papal por Felipe el Hermoso de Francia, en el espíritu del Renacimiento, y en la Reforma, pero el maligno brote llegó a plena floración bajo el eje satánico de la francmasonería. Libertad, en el sentido masónico de licencia para hacer todo lo que uno quiera en cualquier campo de la vida — sin restricciones espirituales — en manos de los propagandistas católicos, derribó una tras otra todas las antiguas instituciones de la Cristiandad. En vano dijeron los Papas: La libertad humana no significa el derecho de hacer cualquier cosa que uno desee. Significa más bien, libertad de restricciones para hacer lo que uno debe hacer, libertad para hacer lo que es correcto; libertad para obedecer las leyes que Dios ha establecido en la Revelación Divina y como ha sido interpretada por Su Vicario, Su voz en la tierra, el Santo Pontífice Romano.
El liberalismo religioso, quizás debamos hacer una pausa para decirlo, tiene tres formas.
La primera, el Liberalismo Religioso Absoluto, que viene directamente del francmasón Rousseau y es el cumplimiento de todo lo que siempre había implicado el galicanismo y sus contrapartes en otros países. ¡Aboga por la subordinación de la Iglesia al Estado, siendo la Iglesia permitida a existir siempre que sirva a la prosperidad temporal del Estado!
La segunda forma es el Liberalismo Religioso Moderado. Su consigna, "una Iglesia libre en un Estado Libre," es contra el que el Papa Pío IX luchó tan esforzadamente durante todos los largos años que siguieron a su exilio en Gaeta. El Liberalismo moderado no habla de subordinar a la Iglesia bajo el Estado. Habla solamente de separarlos, concepto que ha sido condenado una y otra vez por el Papa Pio IX, como veremos.
La tercera forma es el Liberalismo Religioso, el Liberalismo Católico, condenado muchas veces por el Papa Pío IX, aun en su encíclica Qui pluribus, escrita el 9 de noviembre de 1846 cuando del Liberalismo Católico dijo, "... Hacia este fin está dirigido el terrible sistema de indiferencia religiosa ... por el cual estos hombres arteros, haciendo a un lado toda distinción entre la virtud y el vicio, la verdad y el error, la honorabilidad y la bajeza, engañosamente pretenden que los hombres pueden alcanzar la salvación eterna en la práctica de cualquier religión, como si pudiera haber concordia entre la justicia y la inequidad, o cualquier confraternidad de la luz con la obscuridad, o algún acuerdo de Cristo con Belial,,,"
Cuando todavía era Patriarca de Venecia, Pio X advirtió a sus clérigos:
Que los sacerdotes se mantengan en guardia contra aceptar doctrina alguna del liberalismo que, bajo el pretexto de hacer el bien, tiene por objetivo efectuar una reconciliación del bien con el mal.
Los católicos liberales son los grandes devotos interreligiosos, los que propugnan por la idea de que una religión es tan buena como la otra, los que tienen "buenos amigos masones y, no obstante los pronunciamientos papales en contra, pueden meter la mano al fuego por ellos en lo individual o colectivamente, de estar por arriba de todo reproche." Conocen a muchos judíos que, no obstante estar sin bautizar y ser infieles, están seguros de que irán al cielo.
Un Pontífice Liberal
Y, sin embargo, de Pío IX se dice que, aun cuando una designación a la sede de Imola las más de las veces había equivalido a una promesa de ascender al cardenalato, el Papa Gregorio XVI esperó ocho años antes de nombrar al Arzobispo Mastai-Ferreti Cardenal-Arzobispo (lo cual hizo en 1840), porque Roma estaba inquieta de su reputado liberalismo. Y es cierto que, cuando el dieciséis de junio de 1846, en el quincuagésimo quinto año de su vida y vigésimo-octavo de su sacerdocio, el Cardenal Mastai-Ferreti, sobradamente bien parecido, agraciado, amable, sonriente, y abundantemente dotado con la gentil, arrebatadora cortesía de un verdadero italiano, fue elegido Papa, el mundo liberal — el mundo de la Revolución — se regocijaba, y el mundo verdaderamente católico gemía.
¡La revolución del mundo se regocijaba de que por fin un Papa liberal había llegado a la Silla de Pedro! El mundo católico ortodoxo gemía porque de larga experiencia había aprendido la trágica lección de la cual Pío Nono parecía no estar enterado, específicamente, que no es posible ganar mediante forma alguna de amabilidad a las hordas satánicas que, con el engañoso señuelo de las reconfortantes y seductoras promesas de progreso, democracia, constitucionalidad, libertad, igualdad y fraternidad, estaban arrebatando de su trono a todo rey católico de la Cristiandad, aboliendo monarquías porque las monarquías siempre habían sido el apoyo de la individualidad, estaban reduciendo a nivel de ordinario todo elevado ideal cristiano, estaban confiscando monasterios, cerrando conventos, legislando la educación de los niños por el gobierno, enviando sacerdotes a universidades estatales, dictando qué cursos de estudio debían seguirse en los seminarios, cubriendo sedes episcopales sin autorización del Papa — a fin de llegar con el tiempo a controlarlas completamente — estaban adulando al "pueblo" diciéndole que el mundo le pertenecía para que lo gobernara por derecho divino, le pertenecía separado de toda influencia o restricción por parte de la Iglesia, Iglesia que, le aseguraban, había siempre sido su enemiga.
Y cuando, inmediatamente después de su elección, Pío Nono dio órdenes de que se dejara salir a los judíos del ghetto, cuando vació las cárceles de miles de prisioneros políticos que habían sido metidos ahí para seguridad de la sociedad, y dejó libres en el mundo a hombres incorregibles que, enteramente entregados a la revolución y al demonio, no se detendrían ante la oportunidad de hacer cualquier tipo de maldad — asesinatos masivos, tortura, violación, sacrilegio, incendios, calumnia, intriga, adoración del demonio — para conseguir la caída del Papa, de la Iglesia y de todo el orden cristiano, y cuando las muchedumbres, en un frenesí de gratitud y equivocando por completo su pleno propósito, deambulaban en la noche frente al Qurinal esperando la bendición de Pío Noveno, llenando el aire con sus gritos de "Eviva Pio Nono" las mentes sabias de Europa se doblegaban en temor y consternación.
Cuando el Papa Pío IX hubo nombrado Secretario de Estado al notoriamente liberal Cardenal Gizzi; cuando sus reformas — además de incluir excelentes providencias para el bien de los Estados Pontificios y para la educación de los niños — hubieron incluido una ley que establecía la prensa libre, sin apenas percatarse de que los cientos de periódicos que habrían de salir inmediatamente a la luz bajo el control de la masonería judaizada y habrían de llegar a ser mayormente responsables de la caída de su propia autoridad civil como gobernante de los Estados Pontificios así como de los malévolos ataques dirigidos contra su poder espiritual; cuando hubo relajado las restricciones impuestas por sus predecesores sobre los judíos y hasta les hubo permitido tomar parte en organizaciones pontificias de beneficencia — los mismos judíos que posteriormente habrían de unirse a los revolucionarios contra él; cuando hubo cedido ante los deseos de los liberales de que laicos reemplazaran a clérigos en puestos gubernamentales del papado; cuando hubo aprobado un nuevo Consejo de Estado formado de prelados jóvenes, cuando hubo instituido una reforma tras otra, en las cuales los revolucionarios más exaltados habían metido mano solapadamente — los mundos liberal y protestante aplaudieron. Inglaterra lo elogió hasta el cielo, y se volvió el ¡hombre más fantásticamente aclamado y popular en el mundo entero!
Y al norte, en Austria, su anciano, sabio y prudente canciller, el Príncipe Metternich, quien desde el Congreso de Viena de 1815 prácticamente solo y sin ayuda había evitado la esclavización de la Iglesia Católica y las de las naciones europeas, no obstante que ello llevó a que le llamaran reaccionario, sacudió su experimentada cabeza. Emitió advertencia tras advertencia a su Santo Padre, Papa Pío XI, todas las cuales fueron desechadas y acerca de las cuales, años después un Pío Nono descorazonado vivió para percatarse de que, de haberle hecho caso, habría podido evitar la tragedia de perder los Estados Pontificios.
Finalmente, cuando el Papa Pío IX concedió a Roma una guardia civil, hasta el propio Cardenal Gizzi renunció, dándose cuenta de lo que el Papa, en su crédulo entusiasmo no veía, que en esa época, el dar armas a la gente equivalía a armar a los revolucionarios. Metternich perdió toda esperanza. Tampoco las relatos de la angélica vida personal del Papa, de su pureza, de su caridad, de su predicación y devociones lo consoló. El anciano estadista, desde lo profundo de su angustia, escribió en 1847:
El Papa cada vez más se revela carente de sentido práctico. Nacido y criado dentro de una familia liberal, ha sido formado en una mala escuela. Siendo buen sacerdote, nunca ha vuelto su mente hacia asuntos de gobierno... desde que asumió la tiara se ha dejado atrapar y enredar en una maraña de la cual ya no sabe cómo desenredarse. Y si ahora las cosas siguen su curso natural, será arrojado fuera de Roma.
Se Reafirma la Doctrina Ortodoxa
Tan trágico y deplorable como esto es, — pues la profecía de Metternich se hizo realidad — tenemos el gran alivio de que el liberalismo de Pío Nono era de orden político, no religioso, excepto por dos fogonazos de declaraciones desafortunadas que, característico de él, nadie las lamentó más que él mismo, y nadie se esforzó más duramente que él por enmendar. Y aún cuando, siendo el hombre uno e integral, la vida jamás puede ser departamentalizada de manera que el pensamiento en un terreno no fluya a otro terreno y lo influencie, no obstante, en su alocución Ubi primum, dada en consistorio secreto el diecisiete de diciembre de 1847, el Papa Pío IX se mostró profundamente angustiado haber sido declarado liberal en cuestiones de fe.
Muchos enemigos de la fe católica en nuestros días dirigen sus esfuerzos principalmente a poner opiniones monstruosas y extravagantes al mismo nivel que las doctrinas de Cristo. Y por ello fraguan la propagación cada vez más de ese sistema impío de indiferentismo religioso. Finalmente — espantoso es decirlo — hay algunos que han lanzado un insulto tal a nuestro nombre y dignidad apostólica que no vacilan en hacernos aparecer como colaboradores en sus locuras y como célebres promotores de este perverso sistema. Esta gente ... concluye que entretenemos sentimientos amables hacia toda clase de hombres, de manera tal que creemos que no solamente los hijos de la Iglesia, sino también otros, por más ajenos que se mantengan de la unidad católica, están igualmente en el camino de salvación y pueden alcanzar la vida eterna. Nos faltan las palabras, de puro horror, para detestar y aborrecer este nuevo y horrible insulto hacia nosotros ...
Dejad, por lo tanto, a aquéllos que deseen ser salvados, acercarse al pilar y fundamento de la verdad ... a la verdadera Iglesia de Jesucristo que posee, en sus obispos y en la Suprema Cabeza de todos ellos, el Romano Pontífice, una nunca interrumpida sucesión de autoridad apostólica, cuyo primer oficio es predicar, conservar, y proteger con todo el poder a su alcance la doctrina predicada por los Apóstoles conforme al mandamiento de Cristo; [iglesia] que ha crecido desde el tiempo de los Apóstoles en medio de dificultades de todo tipo y ha florecido y sido reconocida por toda la tierra por el esplendor de sus milagros, engrandecida por la sangre de sus mártires, ennoblecida por las virtudes de sus confesores y de sus vírgenes, fortalecida por los testimonios de y escritos más sabios de sus Padres, y florecerá en todos los rincones de la tierra, y alumbrará a la perfección en la unidad de la fe, de sus sacramentos y de su sagrado gobierno. Nos que, aun sin merecerlo, gobernamos en esta suprema Silla de Pedro el Apóstol, en quien Cristo Nuestro Señor puso la fundación de Su Iglesia, deberá jamás en tiempo alguno abstenerse de sufrir dolor y esfuerzo alguno por traer, por la gracia del mismo Cristo, a aquéllos que son ignorantes o yerran, a este solo y único camino hacia la verdad y la salvación.
Que, además, aquéllos que están contra nosotros recuerden que ciertamente Cielos y Tierra pasarán, pero que nada de las palabras de Cristo pasará jamás, ni nada puede ser cambiado en la doctrina que la Iglesia Católica recibió de Cristo para conservar, proteger y predicar.
El Papa Pío IX ya había en su primera encíclica, Qui pluribus, del 9 de noviembre de 1848, renovó las condenaciones que sus predecesores habían hecho contra "aquellas perniciosas sectas secretas que han salido de la obscuridad para la ruina y la devastación de Iglesia y Estado" y en la misma encíclica condenó: "las horribles doctrinas ... por las cuales los hombres creen que pueden alcanzar la salvación eterna en la observancia de cualquier religión en absoluto."
Después exhortó a sus obispos a que promovieran en todo mundo, con gran firmeza, la "unión con la Iglesia Católica, fuera de la cual no hay salvación, y obediencia a la Silla de Pedro, en la cual, como sobre cimiento firme, descansa la Fe entera de nuestra santísima religión"
Palmerston: Orquestador Masónico
Estas son pruebas de ortodoxia de lo más reconfortantes, sin indicio alguno de liberalismo religioso. Al iniciar el año 1848, sin embargo, el Papa Pío IX estaba genuinamente alarmado. Pues 1848 fue nuevamente año de Revolución, fechada cuidadosamente, minuciosamente planificada y diabólicamente llevada a cabo. Y el Papa, para su profunda consternación, se vio aclamado por todas partes del lado de los revolucionarios, considerado como uno de ellos en todas partes, pues dondequiera que los insurrectos avanzaban lo hacían al grito de ¡Viva Pío Nono! En el año 1848 trono tras trono era derrocado. Gobernante católico tras gobernante católico, estuviera ocupando el trono o fuera presidente de algún país, era forzado a huir.
Pues la orden había sido emitida, la mecha había sido encendida, por el secreto jefe supremo de la francmasonería, que no era otro que el, en toda apariencia altamente respetado, exquisitamente arreglado, última persona en el mundo de quien sospechar ¡el Primer Ministro Británico, Lord Palmerston! Era Lord Palmerston quien hacía y deshacía a los gobernantes masónicos de Europa. Fue él quien impulsó y derribó al Francmasón Emperador Napoleón III de Francia, sobrino de Bonaparte. Fue él quien quien hizo y destruyó a Mazzini — ése de los grandes ojos tristes, de expresión ascética, de figura enjuta, porte de místico y visionario, pero en realidad capaz agente primero de Lucifer, cabeza de la temible sociedad secreta de los Carbonarios, único fundador de la vehementemente anti católica organización Italia Joven, y sucesor del corrupto noble italiano que se daba a conocer con el nombre asumido de Nubius (de quien se dice que fue envenenado por Mazzini), quien fue Gran Maestro de la Alta Vendita, la cual, como nos dice Monseñor Dillon, "gobernaba la francmasonería más obscura de Francia, Alemania e Inglaterra"
Fue Lord Palmerston quien auxilió en el extraordinario surgimiento del Canciller Príncipe Otto Von Bismarck de Prusia, y armó el escenario para su victoria sobre Napoleón III en la Guerra Franco Prusiana, guerra que dio a luz el Imperio Germano de los Kaisers a costa de las derrotadas Austria y Francia católicas. Fue Lord Palmerston quien proveyó al Francmasón Cavour, Primer Ministro de Cerdeña, el dinero por el cual ese pequeño y pobre estado italiano que comprende la Cerdeña y el Piamonte habría de emprender posteriormente la guerra contra Pío Nono, anexaría los Estados Pontificios, toda la Italia, y finalmente la misma Roma, y puso en el lugar del Papa-Rey al rotundo y bigotudo hombrecillo, Vittorio Emmanuel, quien, al tiempo que afirmaba ser católico ¡le robaba, como un ladrón común cualquiera, al Santo Padre el patrimonio que pertenecía a San Pedro!
Fue la Inglaterra de Palmerston la que abriría sus brazos y daría una bienvenida de héroe a Mazzini y Garibaldi, frescos del pillaje y saqueo y devastación de Italia. Garibaldi, cuya cara era "tan parecida a la del Cristo de los cuadros del Renacimiento que los estudiantes en Italia no podían evitar seguirlo" y de quien el infame catecismo revolucionario de 1866 en Italia expresaba la siguiente terrible blasfemia en forma de parodia diabólica:
"Haced la señal de la cruz: En el nombre del Padre de mi nación, del Hijo del pueblo y del Espíritu de libertad, Amén. Decid:
P. ¿Quién os creó como soldados?
R, Garibaldi me ha creado como soldado.
Q. ¿Quién es Garibaldi?
R, Garibaldi es un espíritu de lo más generoso, bendito en el Cielo y en la Tierra.
P. ¿Cuántos Garibaldis hay?
R. Hay un solo Garibaldi.
P. ¿Cuántas personas hay en Garibaldi?
R. En Garibaldi hay tres personas verdaderamente distintas: el Padre de su nación, el Hijo del pueblo y el Espíritu de libertad.
P. ¿Cuál de las personas se hizo hombre?
R. La segunda, el Hijo del pueblo.
P. ¿Cómo se hizo hombre?
R. Tomó el cuerpo y el alma como nosotros lo hicimos, del bendito vientre de una mujer del pueblo.
1848. Se le abren los ojos
Alguna horrible premonición de todo esto estaba en el corazón de Pío Nono conforme el año 1848 comenzaba a revelarse. En enero se desató una revuelta en Sicilia, avanzó de ahí hacia Nápoles, y finalmente incluyó prácticamente toda ciudad italiana desde la Lombardía hasta la punta de la península. La revolución en París, que durante un tiempo amenazaba rivalizar los días de 1789, irrumpió el veinticuatro de febrero. En marzo llegó la Revolución a Viena y la lucha y final de la vida de Metternich. De uno en uno, los gobernantes de los pequeños reinos y ducados y repúblicas que formaban Italia — y sobre la precaria existencia de la cual el Supremo Directorado de los Masones habían fincado sus esperanzas para la, con el tiempo, absorción de los Estados Pontificios en una Italia unida, controlada por la masonería bajo una cabeza cuidadosamente seleccionada — fueron forzados a conceder constituciones, primer paso del plan completo. Los dirigentes de la Revolución razonaban que, una vez que el poder temporal del Papa se hubiera acabado. su poder espiritual pronto le seguiría, y la institución del papado dejaría de existir.
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Finalmente, también en marzo, el extremadamente generoso y confiado Papa, despertando tristemente a lo que pasaba, fue él mismo forzado a ceder. El 15 de marzo de 1848, otorgó una constitución a los Estados Pontificios. ¡Y el final estaba a la vista! En abril, el General Piamontés, Durando, hizo una proclama ante sus tropas, poniendo al Papa, deliberadamente y por su propia autoridad, detrás de una guerra contra Austria (calculada para tomar ventaja de la Revolución que estaba ocurriendo en ese país), y nombrándole dirigente de una cruzada de toda Italia contra extranjeros, con el fin de que Italia se tornara en una república unida ¡con el Papa como Presidente!
Durante todo abril los asuntos fueron de mal en peor. Los ministros laicos del gobierno papal pidieron al Papa que declarara la guerra contra Austria. Los Cardenales en consistorio se opusieron a ello. Los ministros renunciaron, y Roma fue inmediatamente atestada de hombres armados y de apiñadas muchedumbres revoltosas ¡Las masas fueron pronto acrecentadas por la Guardia Civil del Papa! Pío Nono era virtualmente un prisionero en el Quirinal, y fue necesario poner una guardia en las residencias de los Cardenales día y noche. La prensa y los círculos masónicos, que en mucho se asemejaban a los círculos Jacobinos de la Revolución Francesa, discutiendo abiertamente una alianza con el Gobierno Piamontés y ¡la necesidad de abolir en ese lugar y momento, el gobierno papal!
Fue en ese momento cuando se le abrieron los ojos al, hasta entonces, profusamente querido y popular "Papa Liberal", Pío Nono. Fue en este momento que las diversas máscaras cayeron de la cara de la conspiración anticristiana entera, y el Papa Pío IX vio detrás de los frentes Liberal, Radical, Progresista, Socialista-Comunista la Cosa que detrás de todos ellos estaba tramando por conseguir las almas de todos los hombres y derrocar la Iglesia con malicia maligna y odio incontenible. Y el Santo Padre por fin se percató que no se podía tener paz con ellos, nunca podrían ser convertidos, nunca podían ser bautizados, pues la elección del Padre de las Mentiras, el Progenitor del Mal y el Dador de Deformaciones Espirituales, en cada una de sus formas monstruosas, espantosas y repugnantes está por siempre fijado contra Aquél Que es Todo Verdad, Todo Belleza, y Todo Bondad.
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Pio Nono ya nunca volvió a ser el mismo. En los treinta años que habrían de pasar le presentó a las hordas del antiguo enemigo de su amada Santa María Virgen una cara de tan constante, implacable resistencia, que se hizo tan odiado universalmente por liberales, protestantes y radicales alrededor del mundo como antes había sido elogiado por ellos mismos.