Declaración de Lago Garda
Con relación a la Apoteosis “Católica” de Lutero
Sesión Final del vigésimocuarto Simposio Anual de Verano del Roman Forum
tomado de http://rorate-caeli.blogspot.com/2016/07/2016-lake-garda-statement.html
7 de julio de 2016, fiesta de los Santos Cirilo y Metodio
Traducido del inglés por Roberto Hope
Nuestra civilización está tan enferma que hasta los mejores esfuerzos por apuntalar sus pocos y tambaleantes restos manifiestan el patético mal que, paso a paso, fue demoliendo toda la estructura. El padecimiento en cuestión es una obsesión testaruda, arrogante, ignorante e irracional por la “lbertad”. Pero éste es un mal que logró penetrar en la Cristiandad unido al concepto del mundo natural como campo de la “depravación total”.
1517 no es el origen de nuestra aflicción — no en mayor grado, por cierto, que lo que fue 1962 con la instalación del Segundo Concilio Vaticano. En ambos casos, los males espirituales, políticos y sociales que ya largo tiempo tenían de merodear por el Campamento de los Santos, finalmente se habían aliado y estaban preparados para inocularse en el sistema linfático de la Cristiandad Católica como una “mega plaga”.
Todos estos trastornos en última instancia reflejan un repudio a la necesidad que tiene el individuo de ser corregido, perfeccionado y transformado mediante su sometimiento al Reinado de Cristo: con la ayuda de la gracia y de la razón por un lado, y de la autoridad social, tanto sobrenatural como natural, por el otro. Cualquiera que en 1516 hubiera buscado una simple explicación de por qué debiera rechazar así esos auxilios, habría tenído a su alcance una sobreabundancia de errores, provenientes de numerosas fuentes, que le indicaban que podía rechazarlos sin problema; y que siguiendo sus propios sentimientos desorientados y su voluntad, iría en el camino de agradar a Dios.
Sin embargo, la mente en conflicto de finales de la Edad Media necesitaba claramente de una figura con el talento y la ponzoña retórica de un Lutero para inocular a la Cristiandad efectivamente de esta mega plaga. El hombre cristiano era demasiado consciente de la realidad del pecado para lanzarse directamente a emprender una adulación de la tozudez individual. El concepto de Lutero, de la depravación total del individuo y del mundo en que vivía, proporcionó al hombre común la excusa, aparentemente piadosa, que se requería para sucumbir bajo la obsesión por la libertad. Después de todo, el reconocimiento de la depravación total del hombre parecía fomentar un reconocimiento muy humilde de una necesidad personal de cada creyente, de confiar solamente en la gracia de Dios para salvarse; de su necesidad de afirmar esa ”liberación” de la “esclavitud” que sufría bajo el “despotismo” de una Ley erigida sobre la fe y la razón y que le permitió zafarse de un intento “inútil” y en última instancia “arrogante” espiritualmente, de doblegar las acciones y pensamientos cotidianos de toda su vida para conformarlos con los mandamientos de Cristo.
Resultó ser bastante fácil en el curso de unas cuantas generaciones el que en la Ilustración, esta definición negativa de “libertad” — una liberación del sometimiento a la ley natural y a la ley sobrenatural — se transformara en un medio para instituir un nuevo orden de cosas, positivo y emancipativo. En pocas palabras, no tomó mucho tiempo para que la liberación del hombre depravado, en su naturaleza depravada, de las restricciones impuestas por una ley supuestamente imposible de cumplirse — en nombre de una apertura a una gracia inmerecida — fuese vista como un instrumento providencial para moldear los irrefrenados pensamientos y acciones humanos y convertirlos en los sillares necesarios para edificar una nueva Edad de Oro. En otras palabras, mientras más una liberación de las restricciones asegurara de hecho que las pasiones pecaminosas de la humanidad fueran desatadas a fin de permitir que los individuos imperfectos se volvieran totalmente depravados, más esa misma depravación era vista como algo intrínsecamente bueno, y aun agradable a los ojos de Dios. Desafortunadamente, esta evolución, lógica pero enferma, de la “libertad” no ha asegurado la “dignidad del hombre”. Más bien ha llevado a nada menos que el triunfo de las voluntades más fuertes, irracionales y materialistas.
Triste es decirlo, pero parece ser absolutamente cierto que muchos de nuestros jerarcas eclesiásticos están tornando el 2016-2017 en un panegírico de los errores de Martín Lutero y de lo que aquel historiador inglés, Philip Hughes, nos dice que yacía detrás de ellos durante siglos; “todas aquellas fuerzas anti-intelectuales y anti-institucionales”, “todas las teorías burdas, ordinarias y oscurantistas nutridas del orgullo irrefrenado que viene con la ignorancia preferida; el orgullo de hombres ignorantes por ser incapaces de adquirir sabiduría, salvo por la sabiduría de otros”. (A History of the Church, publicada por Sheed & Ward, 1949, III, 529).
Ante este coro de elogio inmerecido, es nuestro deber como católicos leales, hacer tres cosas:
Primero que todo, debemos blindarnos contra las mentiras contradictorias y trágicamente autodestructivas que estos principios irracionales y tozudos de Lutero y Compañía — lo que Hughes llama su “devaneo de quinientos años” — fomentan de hecho en la práctica.
Segundo, tratar seriamente de hacer entender a otros la miseria innatural y anti-católica, tanto espiritual como meramente humana, que esos errores han causado inevitablemente.
Y finalmente, suplicarle al Santo Padre — sucesor de San Pedro y de los grandes papas que lucharon contra los errores que surgieron de 1517 durante una Contrarreforma vibrante y seriamente católica — que abandone su equivocado intento de distorsionar lo que obró Lutero y su “libertad”. Pues lo que verdaderamente provocaron fue no otra cosa que lo que Richard Gawthrop identifica como ese “deseo Prometéico de poder material, que actúa como el más profundo impulso que hay detrás de todas las culturas occidentales modernas”. (Pietism and the making of Eighteenth Century Prussia, Cambridge, 1933, p. 284)
Santos Cirilo y Metodio ¡rogad por nosotros!
John C. Rao, D.Phil. (doctorado en la Universidad de Oxford), Director, The Roman Forum
Rev. Richard A. Munkelt, Ph.D., Miembro del Consejo, The Roman Forum
Prof. Dr. Thomas Heinrich Stark, Miembro Académico, The Roman Forum
Christopher A. Ferrara, Esq., Presidente, American Catholic Lawyers Association
Michael J. Matt, Editor, The Remnant