El Papa León XIII sobre la verdadera libertad
Un gran pontífice condena un error moderno
Traducido del inglés por Roberto Hope
En su carta encíclica Libertas, el Papa León XIII advierte que hay ciertas así llamadas libertades que la sociedad moderna da por hecho que todo hombre posee como derecho. Éstas son las libertades "que tan afanosamente propugnan y proclaman los seguidores del liberalismo"
La esencia del liberalismo es que el ser humano individual tiene el derecho de decidir por sí mismo las normas por las cuales ha de regular su vida. Tiene el derecho de ser su propio árbitro sobre lo que es bueno y sobre lo que es malo, está bajo ninguna obligación de someterse a autoridad eterna alguna. En un sentido liberal, libertad de conciencia es el derecho de un individuo a pensar y creer lo que le venga en gana, aun en cuestiones de religión y de moral, y de expresar públicamente sus puntos de vista, y de persuadir a otros a adoptarlos, haciéndolo de boca en boca, mediante la prensa pública o de cualquier otro modo. Tiene el derecho de elegir cualquier religión o de no profesar religión alguna. La única limitación que se le impone es que debe abstenerse de causar una violación del orden público. Hasta el liberal más extremo difícilmente aceptaría que a alguien que creyera que los hombres de ojos azules debieran ser ejecutados se le debiera permitir poner esa creencia en práctica. Pero el Papa León XIII distingue entre el simple orden público y el bien común o bien público. Una obra de teatro blasfema u obscena pudiera no provocar una revuelta, pero difícilmente podría suponerse que el permitirla habría de promover el bien público.
El Papa León XIII enseña que "muchos se aferran obstinadamente a su propia opinión en esta cuestión, al grado de imaginar estas modernas libertades, por corruptas que sean, como la gloria más grande de nuestra era, y la verdadera base de la vida civil, sin la cual no puede concebirse un gobierno perfecto."
Tristemente, debe reconocerse que desde que el Papa León escribió estas palabras en 1988, los errores que él condenaba se han vuelto tan generalmente aceptados dentro del ethos dominado por los liberales en la sociedad occidental, que la mayoría de los católicos los consideran aceptables o aun admirables. Sería difícil encontrar un obispo en el mundo de habla inglesa en nuestros días, que diera su apoyo incondicional a las enseñanzas de Libertas.
Santo Tomás de Aquino explica:
Dios dejó al hombre en manos de su propio consejo, no como si fuera legítimo para él hacer lo que le venga en gana, sino porque, a diferencia de las criaturas irracionales, no está por la necesidad natural compelido a hacer lo que debe hacer, sino que se le deja a él la libre elección que proceda de su propio consejo.
De manera semejante, el Papa León enseña que:
En tanto que otras criaturas animadas siguen sus sentidos, buscando el bien y evitando el mal solamente con su instinto, el hombre goza de la razón para guiarle en todos y cada uno de los actos de su vida.
El Papa demuestra que la libertad puede ejercitarse sólo por aquéllos que tienen el don de la razón — o sea los ángeles y los hombres. Define la razón como "la facultad de elegir los medios adecuados para el fin que se propone, pues es amo de sus actos quien puede elegir una cosa de entre muchas."
Luego explica que "la libertad de elección es una propiedad de la voluntad, o mejor dicho es idéntica a la voluntad en cuanto a que en su acción tiene la facultad de elegir."
La voluntad siempre elige lo que considera bueno o útil. El acto de la voluntad, la elección, se basa en un juicio hecho por el intelecto, o sea, en un acto de la razón. Juicio es "un acto de la razón, no de la voluntad". Con frecuencia carecemos de la fuerza de voluntad para llevar a cabo lo que nuestro juicio nos dice que es el curso de acción correcto.
La libertad se ejerce legítimamente sólo cuando el hombre conforma su voluntad con la de Dios. No tiene un derecho natural de preferir su propio consejo al de su Creador, aun cuando física y psicológicamente pueda hacerlo. Debe hacerse aquí una distinción crucial al tratar la naturaleza de la libre voluntad. Ésta es la distinción entre el ser física y psicológicamente capaz (libre) de elegir el mal, y el tener un derecho natural de elegir el mal. En el lenguaje del liberalismo: decir que el hombre es libre de hacer algo significa que tiene el derecho de hacerlo, sujeto a los requisitos del orden público.
Nada más absurdo puede ser expresado o concebido, enseña el Papa León, "que la noción de que por ser el hombre libre por naturaleza, está por lo tanto exento de cumplir la ley."
"La ley primaria a la cual el hombre tiene el deber de someterse es la ley eterna o natural, la ley de la naturaleza implantada en nuestros corazones por nuestro Creador, como parte de la naturaleza humana. Esta ley natural, explica el Papa, "está escrita o grabada en la mente de todo hombre; y eso no es otra cosa que nuestra razón, ordenándonos a hacer el bien y prohibiéndonos pecar... La ley de la naturaleza es la misma cosa que la ley eterna, implantada en las criaturas racionales, e inclinándolas hacia su correcta actuación y recto fin, y no puede ser otra cosa que la razón eterna de Dios, Creador y Rector de todo el mundo."
Lo que aplica al individuo aplica en no menos grado a la sociedad civil. Aquéllos que están investidos con el poder de gobernar derivan su autoridad no de la gente que los eligió, en el caso de una democracia, sino de Dios. Los legisladores no tienen derecho de promulgar leyes civiles que estén en conflicto con la ley natural, aun cuando la mayoría de la gente desee que lo hagan. Toda autoridad en la Iglesia, el Estado y la familia, deriva de Dios, como Nuestro Señor se lo señaló a Poncio Pilato. El Papa León condena "la doctrina de la supremacía del mayor número, donde todo derecho y todo deber residen en la mayoría." Así pues, la Iglesia acepta la democracia si por ese término se entiende que aquéllos que gobiernan son seleccionados por un voto basado en un sufragio limitado o universal. La Iglesia condena la democracia en el sentido de que aquéllos que gobiernan lo hacen no como delegados de Dios, sino de delegados de la gente que los eligió, y que están obligados a legislar de acuerdo con los deseos de la mayoría. "No es en sí mismo incorrecto preferir una forma de gobierno democrática," escribe el Papa León, "si sólo la doctrina católica se mantiene en cuanto al origen y el ejercicio del poder." Bajo ninguna circunstancia puede un gobierno civil tener el derecho de permitir abominaciones tales como el aborto, que es manifiestamente contrario a la ley eterna de Dios. La enseñanza del Papa está muy clara en este punto, y agrega que donde un gobierno dicta legislación que se contrapone con la ley natural, estamos obligados a desobedecerla.
Es manifiesto que la ley eterna de Dios es la única norma y regla de la libertad humana, no solamente en cada hombre individual, sino también en la comunidad y en la sociedad civil que los hombres constituyen cuando se unen. Por lo tanto, la verdadera libertad de la sociedad humana no consiste en que cada hombre haga lo que le plazca, pues esto simplemente acabaría en agitamiento y confusión, y traería consigo el derrocamiento del estado; sino más bien en esto, que por los ordenamientos de la ley civil sea más fácil conformarse con lo que manda la ley eterna... La fuerza obligatoria de las leyes humanas está en esto, que deben ser consideradas como aplicantes de la ley eterna, e incapaces de sancionar nada que no esté contenido en la ley eterna como principio de toda ley... Cuando se promulga una ley contraria a la razón, a la ley eterna o a alguna ordenanza de Dios, el obedecerla es ilegítimo, no sea que al obedecer al hombre se desobedezca a Dios.
Las facultades de la razón no son perfectas[1]. El Papa León observa que "es posible, como se ve con frecuencia, que la razón proponga algo que no es realmente bueno, pero que tiene la apariencia de bueno, y que la voluntad haya de elegir en consecuencia." Ésta es una distinción de lo más importante. El hombre puede errar de manera culposa o inculposa. Cuando la razón erra y conduce a la voluntad a hacer una elección equivocada, lo que ha elegido es simplemente un espejismo, la apariencia de un bien. La elección del error es prueba de la existencia de la libre voluntad, pero no es un ejercicio válido de la voluntad. Es una corrupción o un abuso. Escribe el Papa León:
La búsqueda de lo que tiene la falsa apariencia de bueno, aun cuando sea prueba de nuestra libertad, de la misma manera en que una enfermedad es prueba de nuestra vitalidad, implica un defecto de la libertad humana... Abusa de su libertad de elección y corrompe su misma esencia.
Un hombre que elige lo que es objetivamente malo se está haciendo no libre sino esclavo del pecado (Juan 8:34). La consecuencia final de la elección culposa del mal puede ser su condenación eterna. El Papa León apercibe:
La forma en que se ejerce tal dignidad es de la mayor importancia, en la medida en que del uso que se haga de la libertad depende igualmente el mayor bien o el mayor mal. El hombre, ciertamente, es libre de obedecer a su razón, de buscar el bien moral y de luchar inquebrantablemente por alcanzar su destino final. Sin embargo, también es libre de voltearse hacia otras cosas y, buscando la vacía semblanza de bien, de alterar el recto orden y de caer en la destrucción que ha elegido voluntariamente.
El hombre está obligado a hacer todo lo que esté a su alcance para ejercer correctamente la facultad de la razón, a ejercer su juicio de acuerdo con la recta razón, teniendo en mente que, en cuestiones morales y religiosas, sus decisiones habrán de afectar su último fin. El Papa León explica:
La razón ordena a la voluntad lo que debiera buscar o evitar, con el fin de alcanzar alguna vez el último fin del hombre, por bien del cual debe conducir todas sus acciones. Este ordenamiento de la razón se llama ley. En la libre voluntad del hombre, o sea en la necesidad moral de que nuestros actos voluntarios se conformen con la razón, radica el fundamento mismo de la necesidad de la ley.
Cuando un hombre ejercita su libertad de acuerdo con la ley de Dios, rinde a su Creador el homenaje que le es debido en estricta justicia, y sigue el único camino por el cual puede ser salvado. Él no abdica a su dignidad, sino la afirma. Cuando elige el mal, abusa de su más sagrada posesión y la profana. El Salmo 118, Beati Inmaculati, proporciona un comentario del ejercicio correcto de la libertad humana.
Innecesario es decirlo, sin asistencia alguna, la razón humana jamás podría garantizar que su salvación esté asegurada. Mantener esta postura es caer en la herejía del pelagianismo. Es con la ayuda de la gracia de Dios como el individuo queda posibilitado para ejercer su libertad de conformidad con la ley de Dios y así de alcanzar su salvación. Los efectos del pecado original descartan la posibilidad de que la razón humana desasistida guíe al hombre hacia su salvación sin la ayuda de la gracia. En su alocución Singulari Quadram (1854) el Papa Pío IX advirtió que:
Esos parroquianos, o más bien devotos, de la razón humana, que la establecen como su maestra infalible, y se prometen toda clase de éxitos bajo su guía, seguramente han olvidado qué tan severa y profunda herida fue infligida en la naturaleza humana por el pecado de nuestros primeros padres; pues la obscuridad ha nublado la mente, y la voluntad se ha vuelto propensa al mal.... Puesto que es cierto que la ley de la razón ha sido atenuada y que la raza humana ha caído miserablemente de su anterior estado de justicia e inocencia por el pecado original, que es comunicado a todos los descendientes de Adán ¿puede alguien pensar que la razón por sí misma es suficiente para alcanzar la verdad? Si uno ha de evitar desbarrar y caer en medio de esos peligros y ante tales debilidades ¿se atrevería a negar que la Divina religión y la gracia celestial son necesarias para la salvación?
El Papa León hace hincapié en el papel de la gracia como el auxilio más importante para el uso correcto de la razón y de la voluntad:
El primero y más excelente de estos auxilios es el poder de su Divina gracia, por la cual la mente puede iluminarse y la voluntad vigorizarse y moverse hacia la búsqueda constante del bien moral, a manera de que nuestra libertad innata se torne de una vez menos difícil y menos peligrosa.
A fin de promover libertad de conciencia en su sentido correcto, el Papa León enseña que el Estado no debiera garantizar que "todos puedan, según lo elijan, adorar o no adorar a Dios, sino que todo hombre en el Estado pueda seguir la voluntad de Dios y que, de una conciencia del deber, y libre de todo obstáculo, obedezca Sus mandamientos. Ésta, ciertamente, es la verdadera libertad, una libertad digna de los hijos de Dios, que noblemente mantiene la dignidad del hombre y que es más fuerte que la violencia y el mal — una libertad que la iglesia siempre ha mantenido y considerado de lo más valiosa."
La libertad de conciencia no es, pues, un derecho natural si se toma como algo que signifique que el hombre tiene derecho de elegir el error. Pero aun cuando un individuo no tenga el derecho natural de elegir el error, él posee un derecho de no ser coercionado a elegir la verdad en el fuero interno de su vida privada. El Papa León XIII enseñó en su encíclica Immortale Dei:
La Iglesia suele prestar atención seria a que nadie deba ser forzado a abrazar la fe católica contra su propia voluntad, pues, como sabiamente nos lo recuerda San Agustín, 'El hombre no puede creer más que por su propia libre voluntad.'
La aplicación de este principio en la práctica se muestra de la mejor manera con la tolerancia y la protección dada por los papas a los judíos.[2] Debe admitirse con franqueza que durante la historia de la Iglesia, este principio algunas veces ha sido violado, pero cuando cualquier intento de forzar a los individuos a aceptar la fe católica ha ocurrido, ha sido en violación de la verdadera enseñanza católica.
La justicia, por lo tanto, prohíbe, y la misma razón también prohíbe que el Estado sea ateo; o que adopte un curso de acción que pudiera terminar en el ateísmo — específicamente, tratar a la diversas religiones (como se les llama) por igual, y otorgarles derechos y privilegios promiscuamente iguales.
Pero en un estado católico, el gobierno tiene el derecho de evitar la propagación de la herejía en la vida pública. Debe hacerse una distinción entre coercionar a un hombre para que profese la verdad, y evitarle que socave el bien común esparciendo el error en público y minando la fe de los ciudadanos católicos. Así, en estados católicos tales como España o Malta antes del Concilio Vaticano II, aun cuando sectas tales como los Testigos de Jehová estaban libres de practicar su religión en privado, por ley se les prohibía ir de puerta en puerta tratando de persuadir a los católicos de que abandonaran su religión verdadera.
Dado que la profesión de una religión es necesaria en el Estado, debe profesarse aquella religión que es la única religión verdadera, y que puede ser reconocida sin dificultad, especialmente en los estados católicos, porque las marcas de la verdad están, por decirlo así, grabadas en ella.
El consenso de la enseñanza papal durante los últimos tres siglos es que el Estado católico tiene el derecho de restringir la expresión externa de la herejía. Pero los papas enseñan también que un Estado católico no está obligado a invocar este derecho. El bien común pudiera ser dañado más, tratando de reprimir la herejía pública, que permitiéndola. Cuando la represión de la herejía pública pudiera dañar el bien común, causando, por ejemplo, un extendido agitamiento civil (lo que pasó cuando se suprimió el protestantismo en Francia), entonces tolerancia es la mejor política. El Papa León escribe:
Por esta razón, aun sin conceder derecho alguno a nada excepto por lo que es verdadero y honesto, ella (la Iglesia) no prohíbe a la autoridad pública lo que esté en desacuerdo con la verdad y la justicia por evitar un mal mayor, o de obtener o preservar un mal mayor.
Según el Concilio Vaticano II, todos tienen el derecho de expresar su opinión religiosa en público mientras eso no cause un rompimiento del orden público. Parece imposible reconciliar esta enseñanza con la de los papas de los anteriores trescientos años, porque lo que el ser humano profesa como derecho no puede ser objeto de tolerancia. Los papas nunca enseñaron que lo que los judíos y los herejes creían, y la forma en que adoraban en privado pudiera ser tolerado. Aceptaban que en el fuero interno estar libre de coacción es un derecho. Pero en el fuero externo, la expresión pública de herejía dentro de un estado predominantemente católico podía ser solamente objeto de tolerancia, No podía, por lo tanto, ser un derecho.
El propio Papa León XIII resume la enseñanza de esta profunda encíclica, Libertas:
Y ahora, por razón de claridad, para reducir todo lo que ha sido expuesto con sus conclusiones inmediatas, a los principales encabezados, el resumen es, brevemente, éste: que el hombre, por necesidad de su naturaleza, está sujeto enteramente al más fiel y perdurable poder de Dios; y que, como consecuencia, toda libertad, excepto aquélla que consista en sumisión a Dios y en sujetamiento a Su voluntad, es ininteligible. Negar la existencia de esta autoridad de Dios, o rehusar a someterse a ella, significa actuar no como hombre libre, sino como uno que traidoramente abusa de su libertad, y en tal disposición mental, existe esencialmente el principal y mortal vicio del liberalismo.
[1] Siempre que haya una elección que hacer, el intelecto o la razón hace un juicio basado en la información que tiene a la mano, y la voluntad luego elige actuar o no actuar basada en este juicio. Ése es el caso con cualquier elección, entrañe o no entrañe dimensión moral alguna. As pues, un médico veterinario puede informar al propietario de un perro que el animal está sufriendo de una enfermedad que le causa una molestia considerable, y aconsejarle que el animal sea destruido. El juicio del dueño puede concurrir con el del veterinario, pero la elección que tome su voluntad pudiera ser haciendo caso omiso del consejo del veterinario, por no poder soportar separarse de su mascota. En este caso, la voluntad no estará actuando debidamente con base en el juicio sensato de la facultad de razonamiento.
Frecuentemente la voluntad actúa sobre lo que cree ser un juicio correcto de la razón, pero el intelecto o la razón lleva a la voluntad al error, por estar basada en información incorrecta, insuficiente, o interpretada incorrectamente — por ejemplo, muchos protestantes sinceros rechazan la Iglesia Católica porque honestamente creen que su enseñanza es contraria al Evangelio.
En el primer ejemplo, la voluntad fue la que falló, en el segundo, el intelecto o la razón fue responsable de llevar a la voluntad a hacer la elección incorrecta
[2] este punto puede ser estudiado en el artículo sobre tolerancia en la Catholic Encyclopedia.
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