Dificultades por Todos Lados
Filósofo del Corazón
¿Puede Kierkegaard decirnos cómo vivir?
Por Christopher Beha
Tomado de Harper's Magazine, Mayo 2020: https://harpers.org/archive/2020/05/difficulties-everywhere-soren-kierkegaard-philosopher-of-the-heart-clare-carlisle/
Traducido del inglés por Roberto Hope
En este ensayo se hace una reseña del libro '
Philosopher of the Heart: The Restless Life of Søren Kierkegaard (Filósofo del Corazón: La vida inquieta de Søren Kierkegaard), por Clare Carlisle, publicado por Farrar, Strauss and Giroux. 368 páginas US$28.
A lo largo de la historia, la filosofía ha estado marcada por personajes que buscaban demoler los sistemas intelectuales que predominaban en su época — practicando una "filosofía con martillo" como lo dijo Federico Nietzsche — a fin de ver con ojos frescos los problemas humanos más apremiantes. Como lo describió Platón en sus primeros diálogos, Sócrates despotricaba contra los sofistas profesionales, que cobraban honorarios por ocuparse en lo que equivalía a juegos de retórica. En contraste, él simplemente caminaba por el ágora planteando cuestiones incisivas acerca del significado de la vida a cualquiera que le quisiera escuchar. Insistía en que no tenía conocimientos nuevos que impartir: su sabiduría radicaba enteramente en reconocer su propia ignorancia. Dedicó su energía a desconcertar creencias comúnmente sostenidas, más que a imponer las suyas propias, y se describía a sí mismo como una molestia, un tábano que picaba a la complaciente sociedad ateniense. Para mucha de esa sociedad, él era motivo de burla, pero también atrajo un importante número de discípulos, para quienes su ejemplo personal — su temperamento irónico, su resignación ante la pobreza, su desprendimiento de los asuntos mundanos, y en especial su ecuanimidad ante la muerte — significaba por lo menos tanto como el contenido de su pensamiento.
Desde entonces, los filósofos advenedizos han tendido a tomar a Sócrates como norma. Al igual que Platón, han difuminado la línea que separa los escritos filosóficos de los literarios, y han demostrado un talento para el tipo de perspicacia aforística que el público general ha llegado a esperar de los filósofos. Aun cuando con frecuencia son hostiles a la religión, todos se han interesado profundamente en lo que podríamos llamar "la cuestión de Dios". ¿Existe un Dios? Y realmente ¿qué significa para nosotros aquí en la tierra esa existencia o inexistencia? Han tenido relaciones ambiguas, o de plano adversarias, con los académicos, y en vida han sido frecuentemente ignorados o tratados como objetos de burla. En desafío de una disciplina que premia la imparcialidad y la objetividad, han reconocido abiertamente la conexión entre sus ideas y su experiencia. Una proporción asombrosa de ellos han muerto jóvenes, y con frecuencia son recordados más por sus intentos de vivir su filosofía auténticamente que por su filosofía propiamente. Como el campo se ha vuelto cada vez más especializado y sistematizado en la era moderna, estos personajes han sobresalido de manera más conspicua, llegando a representar una tradición en sí misma.
Nuestra época parece estar particularmente desesperada por encontrar lo que sea que esta tradición tenga que transmitir — la década pasada ha visto una superabundancia de libros sobre este tema. Libros tales como Examined Lives: From Socrates to Nietzsche de James Miller; Hiking with Nietzsche de John Kaag; I Am Dynamite (también sobre Nietzsche) de Sue Prideaux; A life Worth Living (sobre Alberto Camus) de Robert Zaretzki; The Weil Conjectures (sobre Simone Weil) de Karen Olsson; At the Existential Café (sobre Camus y Weil, y diversos personajes de la Rive Gauche) de Sarah Bakewell; The Existentialist Survival Guide (sobre más o menos todos ellos) de Gordon Marino; no son ni biografías convencionales ni tratados académicos. En lugar de ello, escrutan las vidas personales de estos pensadores buscando lecciones sobre "Cómo Vivir" (como el título de la vida de Montaigne del libro de Sarah Bakewell)
Søren Kierkegaard — sujeto de Philosopher of the Heart: The Restless Life of Søren Kierkegaard — es un ejemplo de la tradición de filósofo advenedizo, en cierto modo el fundador de la cepa moderna. Casi todos los libros enumerados arriba lo citan como precursor, y puede trazarse una línea directa de él a cada uno de los sujetos de esas obras. Aunque Nietzsche nunca lo leyó, Kierkegaard se adelantó medio siglo a las críticas de Nietzsche del cristianismo racionalizado de la Ilustración, y de la moral universal. Un biógrafo narra que Weil "no podía leer a Kierkegaard sin sentirse conmovida". Camus le debe a Kierkegaard su idea más influyente, el concepto de lo absurdo, y mucho del existencialismo francés puede entenderse como un intento de rescatar el pensamiento de Kierkegaard, salvo que prescindiendo de la creencia en Dios alrededor de la cual había sido construido. Ludwig Wittgenstein — otro filósofo advenedizo cuyo sitio en el panteón de los filósofos fue alcanzado de manera póstuma — lo calificó como "por mucho el pensador más profundo del siglo" (el diecinueve).
Entonces ¿por qué se ha tardado en recibir el pleno trato de "Cómo Vivir"? A pesar de la gran urgencia y de la excitación que producen sus obras, y del hecho de que escribió para el público en general, Kierkegaard se resiste a popularizarse. Su ideas están tan enlazadas con la forma de sus escritos que son casi imposibles de parafrasear. Su uso de pseudónimos sustitutos — en algunos de sus libros hasta cinco o seis sirven de personajes, autores y editores — hace difícil determinar cuáles de esas ideas siquiera tuviera él la intención de reclamar para sí. (Esto es una característica común del irónico modo socrático, pero es especialmente llamativo en el caso de Kierkegaard). Sus escritos son formidablemente complejos, principalmente porque así los ideó. "Todo esfuerzo en la era moderna, escribió, está dirigido a hacer la vida más fácil". Reconociendo que no estaba equipado para contribuir a este gran esfuerzo, encontró otra tarea: "crear dificultades por todos lados."
Sin embargo, para aquéllos que quieran hacer la tarea, Kierkegaard tiene tanto que decirnos como cualquiera de sus descendientes intelectuales. Como lo observa Carlisle, parte del gran atractivo de Kierkegaard es que parece ser el primer gran filósofo que asiste a la experiencia de vivir en un mundo reconociblemente moderno, de periódicos, trenes aparadores, parques de diversiones, y grandes cúmulos de conocimientos y de información.
Escribe de la ansiedad que viene de vivir en ese mundo: enfrentando decisiones sin fin, sospechando que ninguna de las opciones que se le presentan a uno importa verdaderamente; siendo abrumado de información sin saber cómo cualquier parte de ella pudiera uno poner en uso en la vida, exhibiéndose constantemente ante un mundo que lo observa pero sospechando que la verdad más profunda de uno permanece desconocida.
Kierkegaard nació en Copenhague en 1813. Su padre, Miguel, había sido criado en extrema pobreza en la Jutlandia danesa, donde su familia labraba las tierras de un pastor de almas luterano (el nombre que tomaron para ellos significa atrio de iglesia y, por extensión, camposanto; hecho que se hace todavía mas sugestivo cuando uno se entera de que Søren es una corrupción de Severinus, que significa severo.) Uno de sus tíos maternos rescató a Miguel de su miseria y lo llevó a la capital para hacerlo aprendiz de calcetero. Luego de que se hubo establecido en su oficio, se hizo importador de mercancías de las colonias danesas, en lo cual demostró ser lo suficientemente exitoso como para poder retirarse a la edad de cuarenta años. Dedicó el resto de su vida a estudiar teología y filosofía alemana, que aparentemente comprendía con gran agudeza, a pesar de su total falta de una educación formal. Alrededor de la época en que se retiró, murió su primera esposa sin haber tenido hijos. Pronto después se casó con Ane Lund, una pariente lejana que había sido traída de la Jutlandia a trabajar en la casa de los Kierkegaard. Su primer hijo nació cinco meses más tarde, y lo siguieron seis más durante la siguiente década y media, de los cuales Søren Aabye fue el último.
En el año en que nació Kierkegaard, Dinamarca sufrió un crac financiero, pero Miguel Kierkegaard había invertido su fortuna en instrumentos financieros respaldados en oro, que mantuvieron su valor en medio de una inflación rampante, y salió de la crisis como uno de los hombres más ricos de la ciudad. Estrictamente pietista, con gran curiosidad intelectual pero sin sentido estético, mantenía un firme control sobre su familia, creando una atmósfera más bien triste. Kierkegaard más tarde habría de hablar con admiración de la devoción religiosa de su padre, pero también habría de describir su niñez bajo el cuidado de Miguel como una desesperadamente triste.
A insistencia de su padre, Kierkegaard estudió teología en la Universidad de Copenhague. Su hermano mayor, Peter Christian, había terminado ahí siendo el primero en su clase, camino a una distinguida carrera clerical. En comparación, Søren fue un estudiante indiferente, para quien la vida universitaria representaba en primer lugar libertad. "Se lanzó con impaciencia y de manera extravagante a los brazos de su recién descubierta ciudad." escribe Carlisle. "Cenaba fuera, bebía demasiado café, fumaba puros caros, se compraba ropa nueva, y socializaba con energía."
La atmósfera intelectual de Copenhague estaba infusa con el romanticismo que una generación anterior de estudiantes había traído de regreso de sus viajes a Alemania, y Kierkegaard acogió este espíritu con entusiasmo:."La doctrina cristiana, la exégesis bíblica y la historia de la Iglesia le interesaban mucho menos que los nuevos tipos de literatura que descubrió en la universidad," nos dice Carlisle. Comenzó a escribir, en una forma algo inconexa, aportando artículos reaccionarios contra la emancipación femenina y la libertad de prensa de los periódicos locales.
Pasaron años durante los cuales Kierkegaard tuvo poco progreso hacia su titulación, mientras su padre lo observaba preocupado. "Lo que realmente necesito es llegar a comprender claramente lo que debo hacer," escribió en su diario, "no lo que debo saber, excepto en cuanto a que el conocimiento debe preceder todo acto." A la edad de veinticuatro años, conoció y se enamoró de una quinceañera llamada Regine Olsen, y hacía visitas frecuentes a la casa de su familia, cortejándola de manera ambivalente mientras seguía viviendo su vida de café. Diversos proyectos literarios zozobraron sin llegar a buen término, incluyendo un largo ensayo sobre Hans Christian Andersen, a quien Kierkegaard culpaba de carecer de una "cosmovisión" apropiada. Durante esta época, nos dice Carlisle, la tendencia innata de Kierkegaard hacia una hiper-reflexión se nutría de una cultura intelectual empapada en tres décadas de filosofía idealista e ironía literaria; su experiencia y sus sentimientos estaban envueltos en incontables pliegues de reflexión, llenos de significación poética y bañada con dudas existenciales. (En justicia, hay que considerar que también perdió a su madre, a dos de sus hermanas y a su hermano más cercano en estos tres años, hechos que ciertamente contribuían a su angustia.)
En 1838 había pasado casi una década en la universidad y todavía no obtenía su título cuando murió su padre, dejándolo a él y a Peter Christian como únicos supervivientes de lo que había sido una familia de nueve miembros. Quizás no es de sorprenderse el que ambos hermanos hayan sufrido una depresión crónica — como la había tenido su padre y como la sufrieron los hijos de Peter, uno de los cuales se quitó la vida. En el corto plazo, la muerte de Miguel sacudió la indolencia de Kierkegaard y le hizo entregarse al tipo de vida que su padre había querido para él. Terminó su crítica de Andersen, que publicó en la forma de un libro intitulado 'From the Papers of One Still Living'. Luego de que finalmente aprobó sus exámenes, le propuso matrimonio a Regine, se inscribió en el seminario, y comenzó la disertación que habría de otorgarle el grado de maestro y hacerlo candidato para trabajar de pastor en la iglesia danesa.
Estos acontecimientos estaban relacionados estrechamente entre sí: casarse significaba adoptar una profesión, tener hijos, y desempeñar un papel público en la sociedad de Copenhague. "Su vida sería comprendida — sería calificada y juzgada — de conformidad con una forma bien establecida de estar en el mundo," escribe Carlisle, "moldeada por una configuración precisa de deberes, costumbres, y expectativas."
Casi tan pronto como se había comprometido, Kierkegaard reconoció que había sido un error. Amaba a Regine sinceramente, y pensaba que el matrimonio podría traerle felicidad y satisfacción, pero dudaba que él hubiera estado hecho para ser feliz y obtener satisfacción. Como mucha de la gente que sufre depresión, entendía que su condición ofrecía alguna percepción esencial sobre la condición humana. Luchar de manera auténtica con el sentimiento daba la apariencia de una especie de vocación.
Con su herencia, podía vivir de manera independiente durante una o dos décadas, hasta su muerte temprana a la cual se creía destinado. Podría dedicarse a seguir un proceso de tratar de entender el significado de su ansiedad y desesperación: Pero eso, por supuesto, sería imposible para un hombre que viviera una respetable vida burguesa. En una sociedad protestante, que carece de una tradición monástica o de un clero célibe, el matrimonio era la vocación más alta del hombre, y Kierkegaard tomó esa vocación de manera muy seria. No estaba tratando de escapar de los rigores del matrimonio para retornar a los placeres superficiales de la soltería. Estaba, por el contrario, llamado a algo todavía más riguroso. Una vez que hubo obtenido su título, y publicado su disertación, Sobre el Concepto de la Ironía con Referencia Continua a Sócrates, — en otras palabras, una vez habiendo hecho todo lo necesario para embarcarse en la vida matrimonial — procedió a romper su compromiso.
El sacrificar su propia felicidad en aras de una visión severa era una cosa, sacrificar la de Regine era otra distinta. Entonces Kierkegaard — que podría ser psicológicamente demasiado sutil pare el bien de cualquiera, trató de hacer que Regine creyera que era un canalla que había estado jugando con el corazón de ella y no un amante fiel que encaraba una tarea todavía más elevada que el matrimonio. Así ella, en buena conciencia podría decir que estaba terminando la relación ella misma, que, creía él, sería mejor para ella tanto social como psicológicamente. El caso fue que ella no cooperó, se rehusó a tomar la responsabilidad de la ruptura, le rogó que no la dejara, amenazó con quitarse la vida si lo hacía, y actuó de todas maneras como una mujer engañada, lo que exactamente fue.
Durante el escándalo público que siguió después, Kierkegaard huyó por seis meses a Berlín. Allí asistió a conferencias de Schelling sobre Hegel, que descubrió en una carta como "insensatez sin fin, tanto en un sentido extensivo como en un sentido intensivo," aun cuando tomó notas copiosas de ellas. Hegel había muerto una década antes, pero sus ideas permanecieron como una fuerza dominante en la vida intelectual europea, y Kierkegaard oponía una feroz reacción negativa hacia ellas.
El Hegelianismo — al menos como lo entendió Kierkegaard de Schelling y de los intelectuales daneses que lo habían llevado a Copenhague — trataba la historia como un proceso inteligible por el cual la humanidad progresaba hacia un estado de libertad espiritual. Este proceso se desarrollaba de manera dialéctica, conforme las contradicciones existentes en un estado daban origen a una reacción opuesta en la cual quedaba absorbida. El hombre moderno, llegando más bien tarde en el día, estaba en posición de reconocer este proceso, de verlo como si fuera desde la cima, y de esta manera la historia se hacía consciente de ella misma como historia.
Para Kierkegaard, esta aplastante perspectiva teleológica no dejaba lugar para la acción humana. Esto es, podríamos estar libres para elegir, pero las elecciones que hiciéramos no podrían importar en el gran orden de las cosas. Si todas las cosas acabaran resolviéndose en sus opuestos — si el mundo fuera una serie de relaciones de "ambos / y" — el elegir una opción siempre significaría elegir la otra. Sin embargo, su experiencia con Regine había enseñado a Kierkegaard que algunas opciones — precisamente las que importan más a una persona — realmente excluyen a sus alternativas. Lo que es más, en tanto que el Hegelianismo nos alentaba a ver a la humanidad desde una gran altura, no podíamos dejar de involucrarnos en nuestras propias vidas. Cualquiera que fuera la verdad que la perspectiva lejana pudiera revelarle a la humanidad, allá no podría ayudarnos.
Mientras estaba en Berlín, Kierkegaard inició una obra que habría de demostrar, en palabras de Carlisle, "que la lógica dialéctica que conformaba el pensamiento de Hegel, y que se reproducía a cada nivel de su filosofía enciclopédica, se torna ridículo cuando se adopta como una perspectiva de vida. "Uno u Otro" fue su tercer libro publicado, pero fue el verdadero inicio de lo que Kierkegaard consideraba ser "de mi autoría." Es una obra larga y extraña, construida sobre elementos aparentemente dispares. Un prefacio firmado por el pseudónimo "editor," Víctor Eremita (el eremita victorioso), explica que lo que seguía eran documentos hallados en un escritorio que había comprado en una tienda de segunda mano. Un primer conjunto de papeles pertenecían a un escritor conocido solamente como 'A'. un joven brillante pero desorientado, un tanto parecido a Kierkegaard antes de proponérsele a Regine. Los papeles de 'A' incluyen una colección de aforismos y una serie de ensayos sobre asuntos tales como el trato del tema de Don Juan dado por Mozart y la tragedia del drama moderno. Tomados en conjunto, estos papeles pintan un cuadro de una vida enfocada estéticamente, una en que una persona pudiera elegir una de un número de opciones — a quién amar esa noche, qué espectáculo ir a ver — ninguna de las cuales haría que algo cambiara. ("Cuélgate y lo lamentarás. No te cuelgues y también lo lamentarás").
Esta sección del libro culmina con el "Diario de un Seductor," que se encontraba entre los papeles de 'A' pero adjudicado a otro autor, Johannes, quien ha "tratado de lograr la tarea de vivir poéticamente." Johannes describe con vergonzoso detalle su seducción de una joven mujer. Siente un amor genuino por ella, un amor que aprecia como podría apreciar un bello poema o una pieza musical. La induce a devolverle su amor, y eventualmente consuman ese amor. "Pero ahora ya ha terminado," escribe al final, "y jamás quiero volverla a ver otra vez."
El segundo conjunto de papeles consiste en cartas dirigidas a 'A' por un juez de nombre William, quien se ha embarcado, como Kierkegaard no pudo hacerlo, en un proyecto de matrimonio, y que insta a 'A' que haga lo mismo. En tanto que 'A' representa el estadio estético a la vida, el juez arguye por el estadio ético, en el cual nuestras decisiones nos comprometen a algo, tienen consecuencias reales, y por lo tanto son opciones reales. Hay cierta petulancia en el hombre, quien está feliz con su matrimonio y su cómoda vida pública, pero no cabe duda de que Kierkegaard considera ésta la más admirable de las dos opciones. Sólo al final del libro comenzamos a ver la posibilidad de un tercer estadio, sugerido en un sermón que William le envía a 'A', escrito por un quinto autor, sobre el tema: 'contra Dios, todos estamos equivocados.'
Uno u Otro creó una gran revuelta en Copenhague al ser publicado, y en toda su vida permanecería como su único libro comercialmente exitoso. Publicado en dos tomos, fue ampliamente incomprendido; mucha gente no llegó al segundo tomo, y tomó el primero como una expresión pura de la perspectiva estética de la vida, más que una crítica de ella. Los lectores se escandalizaron particularmente con el "Diario de un Seductor," y tendían a tratar a Johannes como un sustituto del autor (quien muchos sospechaban no era otro que Kierkegaard). De hecho, Kierkegaard parece haber tenido la intención de que fuera para Regine o que, por lo menos, ella tomara el libro de esta manera, para que le ayudara a olvidarse de él. Una vez más, su estratagema fracasó: en la cúspide de la notoriedad de Kierkegaard, Regine lo saludó en la iglesia, en un oficio de Pascua, con un movimiento de cabeza, sugiriendo que ella conocía la verdad de su corazón; él respondió huyendo nuevamente a Berlín.
En este segundo viaje, Kierkegaard escribió el que probablemente es ahora su libro más leído. Aun cuando es la única de sus primeras obras escritas bajo un pseudónimo, que no toma directamente el tema del compromiso roto, Temor y Temblor es de muchas maneras el más sustentado reconocimiento del trato que le había dado a Regine. Según la propia narración de Kierkegaard, su comportamiento había sido injusto, debería haber cumplido su compromiso con ella. Sin embargo, tenía la certeza de haber hecho lo correcto. ¿Cómo puede esta paradoja hacerle sentido a uno? Kierkegaard seguía creyendo que el matrimonio constituía el llamado ético más elevado, y él había faltado al no hacer caso de este llamado. Pero a pesar de su manifestación pública de lo contrario, no había abandonado a Regine por los placeres superficiales e indirectos de la vida estética. Más bien, él se había comprometido con algo más elevado. ¿Qué era esa cosa más elevada? ¿Hacía siquiera sentido hablar de un llamado más elevado que el de la vida ética? Una respuesta tentativa a esta pregunta había sido ofrecida en el sermón al final de Uno u Otro, ahora la intentó nuevamente, y la llevó más lejos, con la narración del sacrificio de Isaac.
La alianza de Dios con su pueblo comienza con la promesa hecha al anciano Abraham, que no tenía hijos, de que sus descendientes serían tantos como las estrellas del cielo. Esta promesa se comienza a cumplir con el nacimiento de su hijo, Isaac, pero Dios le ordena a Abraham sacrificar a Isaac en la cima del Monte Moriah. Desde un punto de vista histórico, sabemos que ésta fue una prueba de la fe. Abraham sube la montaña con Isaac y lo ata para el sacrificio, pero Dios interviene antes de que se lleve a cabo. Sin embargo, está en la naturaleza de una prueba así, el que en ese momento uno no puede saber si se trata de una prueba o no. Abraham debe mostrarse dispuesto a llevar a cabo algo que es inexcusable, y el hecho de que no lo llegue a consumar no viene al caso. Es más, no le dice a nadie — ni siquiera a Isaac — lo que está haciendo. Sufre él solo la ansiedad de la ascensión al Monte Moriah, sufre aun la posibilidad de que pudo haber entendido mal la orden de Dios, de que está por hacer algo imperdonable. Finalmente, habiendo pasado la prueba, desciende la montaña y regresa a su antigua vida, actuando como si nada hubiera pasado — como, de hecho, objetivamente nada pasó.
Para Kierkegaard, ésta era la naturaleza de una vida verdaderamente religiosa. Entrañaba un tornar interior hacia Dios, uno que no podía reducirse a una ley moral. En las décadas precedentes, se había desplegado un gran esfuerzo por racionalizar el cristianismo y situarlo como fundamento de un código de ética universalmente obligatorio. El problema, desde la perspectiva de Kierkegaard, era que Jesús no nos pidió obedecer un conjunto de reglas; nos pidió amar. No puede ser que la adhesión a un código de ética sea la vida más elevada, porque es posible obedecer cada una de las reglas que se le pongan a uno enfrente, sin jamás sentir amor en el corazón. A la vida estética y a la ética se agregaba una tercera categoría, la religiosa, que estaba más arriba que las otras dos.
Colocados en esta relación tripartita, lo estético, lo ético, y lo religioso, parecen casi representar una progresión Hegeliana, pero una etapa no lleva inevitablemente a la siguiente como lo hacen en el sistema de Hegel. No hay una contradicción interna en la vida estética que nos lleve fuera de ella. Debemos elegir ser éticos como un acto de la voluntad individual. Y ya que eligiendo de esta manera, y manteniéndonos en nuestra elección, debemos en cierto sentido ya estar viviendo en la esfera ética para hacer esa elección. Nada en la esfera estética — que es precisamente la esfera en la cual esas opciones no pueden ocurrir — pudiera hacernos éticos por grados. (De los papeles de 'A': "La experiencia nos demuestra que no es para nada difícil para la filosofía comenzar... Pero siempre es difícil para los filósofos y para la filosofía el parar.") Lo que se requiere es un salto cualitativo de un estado al otro.
Un salto semejante debe movernos del plano ético al religioso. El plano ético nos da la satisfacción de nuestra adhesión a un código, vista en la petulante complacencia del Juez Williams, y por lo tanto no nos empuja hacia algo más grande. Sin embargo, seguimos teniendo momentos de ansiedad o desesperación, como cuando sentimos que ninguna cantidad de comportamiento honorable cambiará el hecho de que todos nosotros y todos a quienes queremos estamos destinados a morir, o cuando reconocemos que nuestro código ético está construido en el aire, que no tiene — ni puede tener — una base universal, que la historia cristiana sobre la cual ésta dice estar construida no puede ser racionalizada como una síntesis Hegeliana de lo absoluto y lo particular o de lo necesario y lo contingente, sino que tiene que ser aceptada como una paradoja, un absurdo.
Al parecer de Kierkegaard, es precisamente esta ansiedad la que hace posible el tornarnos hacia adentro. Es en esta ansiedad donde comenzamos a ser verdaderamente religiosos. Pues la vida religiosa no se despliega según algún código universal. Como Abraham, no podemos saber por anticipado si lo estamos haciendo correctamente. Debemos entregarnos a ella, como lo dice San Pablo en su primera carta a los Corintios, con gran temor y temblando. Este es el famoso salto de fe por el cual a Kierkegaard, quizás se le conoce mejor (aunque jamás usó esa expresión). La frase a veces se entiende como que debemos lanzarnos a creer aunque carezcamos de una base intelectual para hacerlo. En realidad, significa que no importando cuánta consideración filosófica ni cuánto comportamiento ético, ese tornar hacia el interior, que se requiere para una vida religiosa, puede generarse.
Otro aspecto de este tornar hacia el interior consiste en que lo falsificamos cuando tratamos de ponerlo en exhibición de la misma manera como pudiéramos hacerlo con nuestro comportamiento ético. Por supuesto, el escribir acerca de lo religioso era precisamente una forma de esta clase de exhibición objetivada. Kierkegaard estaba consciente de esta contradicción, y tenía una relación ambivalente con su propia obra. (Parece nunca haber tenido relación alguna que no fuera ambivalente.) Esto explica en parte su utilización de pseudónimos, la cual no solamente era un artificio de escritor. Durante algunos años, tuvo gran cuidado de mantener oculta su identidad literaria. Se propuso, en medio de sus obras, a hacer largos paseos para poder ser visto por le gente de Copenhague, que conocía su peculiar figura, y se presentaba en los teatros durante los intermedios para dar la impresión de que había pasado la velada en la función, antes de escabullirse a casa a reanudar su trabajo. Hacía lo imposible por hacer parecer que todavía estaba atrapado en la etapa estética.
Unos meses después de que apareciera Uno u Otro, Kierkegaard había publicado bajo su propio nombre una colección de "discursos edificantes" — esencialmente sermones cristianos, aunque no los presentó bajo ese concepto por carecer de la autoridad del púlpito. Durante toda la siguiente década, publicaría de manera prolífica, a veces múltiples títulos en un mismo día o con semanas de separación entre uno y otro, y frecuentemente publicaba una obra bajo un pseudónimo y una colección de discursos firmada por él, en rápida sucesión. Parece esto haber sido en parte pare evitar que la gente le siguiera la pista.
Cuando finalmente reconoció su autoría de las obras publicadas bajo pseudónimos, declaró simultáneamente que en ellas:
"no hay una sola palabra mía. No tengo opinión alguna acerca de ellas excepto como un tercero, ningún conocimiento de su significado excepto como lector, no la más remota relación con ellas, ya que es imposible tener una con una comunicación reflejada doblemente."
Declaró su autoría una vez más, aunque fue después de algunos años que lo hizo nuevamente.
Sus libros se vendían en número muy pequeño, y el costo de transcribirlos, corregirlos, tipografiarlos, e imprimirlos era mayor que el ingreso que recibía de su herencia, de manera que pronto agotó el capital. Esto no le preocupó a Kierkegaard, que permaneció confiado de que estaba destinado a morir joven. Fue forzado a vender la casa de su familia y vivir como inquilino. De todos modos, siguió publicando a un ritmo prolífico, y escribió aun más en sus diarios, que preparó para la posteridad. Al mismo tiempo, insistía que sus discursos cristianos, junto con sus cada vez más estridentes ataques contra la iglesia oficial danesa, contenía su obra "verdadera", en tanto que sus textos bajo pseudónimos eran una clase de curiosidad estética. Esto siguió siendo el consenso sobre el legado de Kierkegaard ya llegado el siglo veinte.
En el otoño de 1855, quince años después de haber empezado a escribir, Kierkegaard se desmayó en la calle. Unas semanas después, murió a la edad de cuarenta y dos años. Había pensado originalmente, que viviría una o dos décadas después de que muriera su padre; ya había alcanzado los diecisiete años. Una nota en su escritorio explicaba que los bienes que le quedaran deberían pasar a la Sra, Regine Schlegel; si rehusara aceptarlos, debería pedírsele que los administrara para los pobres. Como acabó ocurriendo, todo lo que había dejado sirvió sólo para pagar su entierro.
Philosopher of the Heart comienza con el segundo viaje de Kierkegaard a Berlín. A primera vista, ésta parece ser una elección extraña, ya que la ruptura con Regine y el viaje anterior son muy claramente el punto de inflexión de la carrera de Kierkegaard. Pero Carlisle se ha propuesto a escribir una "biografía Kierkegaardiana de Kierkegaard," que quiere decir que no puede tomar la forma típica de mantenerse complacientemente alejada de los acontecimientos de la vida de él, narrándolos cronológicamente, con el conocimiento retrospectivo del historiador de lo que ellos significan y a dónde habrán de llevar. Una de las percepciones más famosas de Kierkegaard era que la vida — que los filósofos nos enseñan que sólo puede entenderse viéndola hacia atrás — debe no obstante vivirse hacia adelante. Carlisle intenta hacerle justicia a esta idea, tomando la vida de Kierkegaard en diversos momentos de incertidumbre, colocándonos con él en esos momentos y utilizándolos como miradores, desde los cuales podamos contemplar el pasado.
Teóricamente, es un enfoque sensato, pero el resultado es, en algunas ocasiones, complicado. En tanto que la obra de Kierkegaard estaba íntimamente unida a su experiencia, muchos de las acontecimientos importantes de su vida fueron interiores. (Ciertamente, el pensaba que así es en todas las vidas.) Esto quiere decir que algunos de los capítulos están estructurados alrededor del "acontecimiento" de un largo recorrido en tren, o una hora empleada mirando afuera desde una ventana. Es difícil ver lo que este enmarcado biográfico añade a la comprensión de su obra. Aunque Carlisle hace énfasis en la importancia del movimiento en el pensamiento de Kierkegaard, su libro puede ser algunas veces curiosamente estático.
Está en su mejor momento cuando proporciona una explicación más directa. Carlisle es profesora de filosofía y teología, y es autora de un estudio más convencional (y excepcionalmente bueno) de los primeros libros que Kierkegaard escribió bajo un pseudónimo. Posee un absoluto dominio de la vida y obra de Kierkegaard. Al mismo tiempo, es una escritora lúcida y con buen estilo, que comparte algunas de las sospechas de su biografiado sobre el enfoque académico. Ella lo hace maravillosamente bien en lo que, obviamente, es su meta principal, que consiste en darnos una percepción de por qué la tarea de Kierkegaard era de una importancia tan urgente para él y por qué puede ser importante para nosotros. Carlisle seguramente estará de acuerdo en que cuando se trata de entender el pensamiento de Kierkegaard — y de reflexionar sobre lo que podría significar poner en práctica ese pensamiento — no puede haber substituto para el leer su obra, con toda su extraña dificultad. Espero que tome como un halago cuando digo que la mayor virtud de Philosopher of the Heart es que probablemente habrá de inspirar a algunos de los lectores a hacer precisamente eso.
Bueno ¿y qué es lo que Kierkegaard tiene que decir a nuestro tiempo?
Es ahora casi una verdad de perogrullo, el que cada uno de nosotros está llamado a tomar nuestra vida como un proyecto creativo, para hacer de ella lo que queramos, pero nuestra cultura trata este proyecto como un tipo de actuación, a ser juzgada por otros conforme a las apariencias. El concepto de interiorización de Kierkegaard nos da esta tarea en una forma enteramente diferente. Ninguna cantidad de 'likes' o de 'clicks' nos podrá decir si estamos viviendo la vida a la cual hemos sido realmente llamados. De hecho, el proceso de someter nuestra vida a la aprobación pública puede sólo socavar nuestros esfuerzos. ¡Qué desilusión con la sociedad contemporánea! — no sólo la selección pública a través de los medios sociales, sino la cultura de consumo que nos presenta una corriente infinita de opciones, ninguna de las cuales importa en última instancia — está ideada para distraernos de la verdad de nuestra situación existencial. Kierkegaard nos dice que debemos siempre tener esta verdad en mente, para movernos adelante, no eludir, la ansiedad y desesperación que necesariamente ha de seguir al haberla reconocido.
Pero quizás lo más grande que Kierkegaard tiene que decir a nuestro tiempo es que debemos dejar de pensar de nosotros en absoluto como ocupantes de una era — dejar de pensar que el significado de nuestra vida está determinado por fuerzas históricas impersonales que están fuera de nuestro control, o que nuestro objetivo primario de la vida es responder a los desafíos particulares del momento. En 1848, las revoluciones liberales que recorrieron Europa llegaron a Dinamarca, transformando la monarquía absoluta en una democracia constitucional. "Allá afuera todo está agitado," escribió Kierkegaard en sus diarios. "Estoy sentado en un cuarto en silencio (sin duda pronto tendré una mala reputación por mi indiferencia a la causa de la nación) — sé de sólo un riesgo, el riesgo de la religiosidad."
Este es el riego que él creía que todos debemos tomar en nuestros propios términos. Ya que nadie puede tomarlo por nosotros, no importa qué tan tarde en la historia hayamos llegado a él. Estamos llamados a la misma tarea fundamental como en todas las épocas anteriores, y ella es aprender a amar. "Cualquiera que sea la cosa que una generación aprenda de otra," escribió Kierkegaard, "ninguna generación aprende lo genuinamente humano de una generación anterior."
Ahora todos somos Hegelianos, seguro que los problemas que encaramos no sólo no tienen precedentes sino son sistémicos. demasiado grandes para ser abordados por un individuo. Un sentido de gran urgencia se combina con un sentido de aguda desesperanza. Creemos al mismo tiempo que el mundo desesperadamente necesita cambiar y que no estamos equipados para hacerlo. Kierkegaard nos dice que comencemos por cambiar nuestros propios corazones.
Christopher Beha es el editor de Harper’s Magazine. Su nueva novela, The Index of Self-Destructive Acts (El índice de Actos Auto-destructores), será publicada este mes por Tin House Books.