Valor y Traición
Los Antecedentes Históricos y la Historia de los Cristeros
por Gary Potter
Traducido del inglés por Roberto Hope, de artículo publicado por Gary Potter en
www./catholicism.org/valor-betrayal-cristeros.html
Parte II
Introducción del autor a la Parte II: El México independiente, que vió la luz primera como una monarquía católica en 1821 pero pronto fue subvertido por las fuerzas del naturalismo organizado, apoyadas desde el otro lado de la frontera norte, habría de ser gobernado durante un siglo por una serie de regímenes republicanos, cada vez más hostiles a la fe que constituía la misma alma de la nación. Los regímenes iban y venían, muchas veces conforme a los dictados de los Estados Unidos, pero el pueblo de México, principalmente la mayoría que vivía de la tierra, permanecía constante en su catolicismo, la característica principal del cual era la devoción popular a la Madre de Dios, Nuestra Señora de Guadalupe.
La fidelidad del pueblo comenzó a ponerse a prueba como nunca antes, luego de la Revolución, la encarnación política de la falsa filosofía del liberalismo, se estableció, no ya simplemente como una fuerza del gobierno, sino como el gobierno mismo. En 1917, una nueva constitución fue adoptada. Muchas de sus disposiciones tenían el propósito de acabar con la influencia de la fe sobre la vida de la nación, para luego eliminar de plano a la iglesia en México. En julio de 1926, el gobierno, encabezado por Plutarco Elías Calles, tomó medidas para arrebatarle el control de la Iglesia a los obispos — para hacer "nacional" el catolicismo en México. Reaccionando a ello, los Obispos ordenaron suspender todo culto público durante un período indefinido.
Privados de la misa, mucha de la gente — campesinos que vivían de la tierra — se sublevaron. Su levantamiento en contra de un gobierno que había forzado a los obispos a actuar de manera tan drástica se volvió la Cristiada, la Rebelión de los Cristeros.
Verla comenzar con un incidente aquí y otro allá, verla extenderse conforme los incidentes se multiplicaban y el gobierno reaccionaba fusilando a tres católicos en un lugar y a treinta en otro, verla finalmente cómo se convirtió en una auténtica guerra religiosa (¿cómo llamarla de otra forma?) — eso sería interesante y hasta excitante, pero es imposible hacerlo en este espacio. Es tan imposible como será hacer una crónica de las campañas, el movimiento de tropas, las batallas — en una palabra, describir la acción militar — de esta guerra que duró tres años. Aquí podemos hablar solamente en términos muy generales, para tratar de describir el panorama entero, y para la mayor parte de eso nos apoyaremos en Jean Meyer.
De hecho, a menos de que digamos específicamente lo contrario, el lector puede presumir que todo lo que vea entre comillas de aquí en adelante está sacado de la obra de Meyer [eso es, puesto en español por mí de lo sacado por Gary Potter de la traducción inglesa de la obra, N. del T.]. Estamos apoyándonos en él de esta manera no solamente porque La Rebelión Cristera sea la historia más completa de la Cristiada. Es también porque cuando escribió el libro (La Cristiade en francés), Meyer era profesor de sociología en la Universidad de Perpignan en Francia. Además, por su propia admisión, cuando inició sus investigaciones él era 'hostil'´(palabra suya) a los Cristeros. Después de todo, él había simpatizado con los Rojos en la Guerra Civil Española. En otras palabras, Meyer no es ningún 'fanático de derecha.' Y más aún, la traducción de su obra al inglés fue publicada por Cambridge University Press, no exactamente un semillero de reaccionarios políticos.
Ultrajes
Estos datos acerca de Meyer y de su libro cobran importancia cuando nos dice, por ejemplo, que había oficiales de las tropas federales que "caían en sus tropas al grito de '¡Viva Satanás!'" o que con estas tropas: "No se tomaban prisioneros; los civiles que se tomaban como rehenes eran asesinados. La tortura era sistemática, y era usada no nada más para extraer información, sino para prolongar el sufrimiento, y obligar a los católicos a abjurar de su fe, pues la muerte no bastaba para persuadirles a que lo hicieran. Eran forzados a caminar, desolladas las plantas de sus pies, quemados, descuartizados vivos, colgados de los pulgares, estrangulados con garrote, electrocutados, chamuscados con soplete, sometidos al potro, se les vertía agua hirviendo dentro de las botas, los restiraban, los arrastraban atados a un caballo — eso era lo que les aguardaba a los que caían en manos de los Federales"
Asimismo, por ser Meyer quien es, sabemos que no está inventando cuando describe otros actos de los Federales: "Los actos de sacrilegio estaban rodeados por una atmósfera de horror, iglesias eran desecradas por oficiales que entraban a ellas a caballo, pisoteaban las hostias bajo los cascos de sus caballos, usaban los altares como mesas de comedor y convertían el edificio en establo. Las estatuas de los santos eran usadas para práctica de tiro, y a las de la Virgen les quitaban las vestidura y los soldados se ponían a bailar con ellas. Los soldados se ponían vestimentas sacerdotales, comían hostias consagradas, y tomaban café con leche bebido del cáliz.
Reflexione usted sobre las abominables imágenes que Meyer pone ante nuestros ojos. No se detenga con el pensamiento de "¡No es de asombrarse que los Cristeros se hayan rebelado!" No, piense también en que muchos, si no todos, los soldados que hacían esos actos eran católicos, habrían estado bautizados, de niños habrían hecho su Primera Comunión. ¿Podremos imaginarnos el remordimiento que muchos habrán sentido? No hay duda de que algunos fueron llevados a cometer actos más bestiales en un esfuerzo por suprimir ese sentimiento. Por otra parte, podremos encontrar aquí una explicación de por qué un ejército, que en el papel era de 70,000, hombres, en la realidad sufríó 20,000 deserciones por año durante los tres años que duró la guerra.
Pasaremos pronto a considerar a los Cristeros, la clase de hombres que eran, por qué luchaban y para qué, pero ya que estamos hablando de números, es ahora un buen momento de tratar ciertas cuestiones que el lector podría preguntar, como ¿cuál era la extensión de la lucha?
Ya hemos dicho que para mayo de 1929, justo cuando la victoria se veía probable, y justo cuando los obispos y la Santa Sede la hicieron imposible, había 50,000 Cristeros en el campo. Grande que era ese número, no significa que eso fuera el número de los que lucharon. Sabemos eso porque 100,000 combatientes murieron en la guerra. De ese total, 40,000 eran Cristeros — no mucho menos que el número de norteamericanos que murieron en una década entera de la Guerra de Vietnam
El que hayan sido más federales que Cristeros los que murieron a pesar de sus ametralladoras, su artillería y sus aviones, todo de lo cual carecían los Cristeros, nos dice algo acerca de las habilidades de lucha de estos últimos, pero habremos de hablar de ello un poco más adelante.
¿Dónde tuvieron lugar la batallas? Hubo levantamientos de campesinos en casi todas partes del país salvo en el norte y, con excepción de unos cuantos lugares, el sur tropical. La verdadera guerra, sin embargo, se propagó principalmente en los estados del centro y occidente del país; Zacatecas, Durango, Guanajuato, Michoacán y, sobre todo, en Jalisco.
¿Y qué de los siniestros civiles? Imposible es de saber. Fuera de la estrategia del gobierno de 'reconcentrar la población', también ocurrieron epidemias y hambrunas que afectaron a los civiles. Sabemos que la población del pequeño estado de Colima cayó de 85,000 a 60,000 habitantes durante los tres años de lucha. También se produjo un gran número de refugiados permanentes. Medio millón de habitantes huyeron del campo y se establecieron en las ciudades, especialmente en la capital. Otro medio millón cruzó la frontera hacia los Estados Unidos. (Esto fue cuando las modernas comunidades de mexicanos en ciudades como Los Ángeles comenzaron de veras.)
¡Pobre México!
¿Y qué de los Estados Unidos en relación con la Cristiada? Hay un antiguo dicho "¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos!" Traducido significa que después de 1821, regímenes específicos surgían o caían dependiendo de si los Estados Unidos los apoyaban o no, pero la Revolución, como tal, siempre ha sido respaldada por nosotros
En la época de La Cristiada, esa política estaba personificada en nuestro embajador, Dwight W. Morrow, pequeño de estatura y compacto de cuerpo; hablando espiritualmente, era un arquetípico 'WASP' (Blanco, Anglo-Sajón, Protestante). Durante el período de su cargo como embajador, su hija Anne se casó con la mayor celebridad de esa época, el aviador Charles Lindbergh. Dos meses después de que dejara México, fue electo al Senado de los Estados Unidos, pero murió antes de que pasara un año desde que ganara su senaduría.
Como caballero que era (según como lo entienden los WASPs), Morrow se habría sorprendido si fuera acusado de algo tan burdo como de anti-catolicismo ("Algunos de mis mejores amigos son católicos," podría honestamente haber contestado.) Su verdadera actitud quedó manifestada en un memorando que envió al Departamento de Estado en mayo de 1929 (el énfasis viene en el documento original):
"La situación comercial y financiera está en estos momentos en su peor condición; hay virtualmente un moratórium en lo que concierne al pago de las deudas. Es la opinión general entre los mexicanos de mejor clase de aquí que, a menos de que el gobierno mexicano sea capaz de exterminar a las depredadoras bandas de 'Cristeros' que infestan el campo de los alrededores, o que se llegue a algún tipo de acuerdo con la Iglesia mediante el cual los servicios religiosos puedan reanudarse, la posibilidad de volver a las condiciones normales es muy remota"
Fuera de lo que está enfatizado, y la naturalidad con la que el embajador habla de 'exterminación,' la referencia a los 'mexicanos de mejor clase', en especial contrastado con las 'depredadoras bandas', dice muchísimo. En cuanto al énfasis, explica por qué los 'arreglos' — los términos convenidos entre la Iglesia y el Estado que permitieron la reanudación del culto público — serían publicados un mes más tarde. Ya estaba trabajándose en ellos en mayo. El fraseo final habría de ser de Morrow. Él dictó personalmente a un secretario, los documentos que fueron firmados por el Presidente Portes Gil y por Leopoldo Ruiz y Flores, Arzobispo de Morelia y Delegado Apostólico.
Le fue posible hacer eso, gracias a la amistad personal que formó con Calles, Para enterarse de los detalles del papel de Morrow en preparar los "arreglos" y el período entero de su embajada, consultar la obra de David Bailey. Para el presente artículo, dejaremos que sea Jean Meyer quien resuma en un párrafo todo lo que debemos conocer sobre Morrow:
"La amistad personal que había entre el Embajador Morrow y el Presidente Calles iba acompañada de una cercana colaboración política. Morrow, en su capacidad de diplomático, jugó un papel esencial en la resolución del conflicto religioso y, como financiero, ayudó a su camarada mexicano. Gracias a sus buenos oficios, el gobierno pudo comprar, directamente de los arsenales de los Estados Unidos, diezmil rifles Enfield, diez millones de rondas de municiones, y aviones que, con pilotos norteamericanos, tomaron parte en la batalla de Jiménez" [énfasis añadido].
¿Por 'el Pueblo'?
La referencia que hace Morrow a "mexicanos de la mejor clase" nos conduce a otro tema general. La Revolución siempre se hace pasar por que ella está del lado de la gran masa de la humanidad — incluyendo sobre todo a los pobres — contra los ricos. En México, por 75 años, se ha estado queriendo hacer creer que los Cristeros fueron, a sabiendas o no, instrumentos de los ricos de ese país; que esos ricos estaban al centro de la resistencia católica. Esta idea es absurda. Cuántos de los ricos han jamás estado unidos cercamente, realmente ceñidos, a la fe? Príncipes y nobles, sí, pero ¿los ricos? Aun en los días de Nuestro Señor ¿qué hombre rico, fuera de José de Arimatea, era amigo suyo? (No es de extrañarse que, conforme lo dice Él, puede ser tan difícil para ellos llegar al cielo.)
Y cuándo, realmente, ha estado la Revolución en contra de los ricos? (de Príncipes y Nobles, sí, pero, de los ricos? Piense usted en la carrera que hizo Armand Hammer.)
En México, durante el período 1926-1929, "Los ricos se pusieron del lado del gobierno y denunciaron a los Cristeros como 'los descamisados', 'los huarachudos', 'los miserables'.
Destacando entre esos ricos, estaban los banqueros nacionales, que, sin duda, estaban entre los 'mexicanos de mejor clase'
Pastores desperdigados
¿Y, qué de los obispos mexicanos? Mucho de lo que debe decirse de ellos será reservado para más adelante, pero algo debemos mencionar en este momento.
Eran 38 los obispos que había en la época de la Cristiada. No más de siete la apoyaron. Uno de ellos, José de Jesús Manríquez y Zárate, de Huejutla, hasta soñaba con ir al campo a pelear con los Cristeros. (Luego de los 'acuerdos', Roma lo removió de su sede y pasó el resto de su vida totalmente retirado de los asuntos eclesiásticos, muriendo calladamente en la Ciudad de México en 1951.)
Doce obispos se oponían obstinadamente a la rebelión. Los otros 19 hicieron lo que siempre parece hacer la mayoría de los obispos en toda situación histórica. Se abstuvieron de tomar una postura firme. Levantaban el dedo para ver en qué dirección soplaba el viento. Todos ellos fueron deportados por orden del Presidente Calles en 1927. Treinta y cinco cumplieron la orden. Tres se quedaron en el país; dos de ellos escondidos en sus propias diócesis, y el tercero moviéndose de una a otra casa particular en la capital. Aquéllos que estaban en el exilio enviaron un mensaje de felicitación al Presidente Portes Gil luego de que sobrevivió la explosión de una bomba en Guanajuato el 10 de febrero de 1929.
Esa fecha es significativa porque el día anterior, un joven católico de nombre José León Toral — que era miembro de la LNDLR — fue fusilado por un pelotón de ejecución por haber asesinado con éxito al Presidente Obregón el mes de julio anterior. (Sentenciada a cadena perpetua por su participación, estaba una extraordinaria religiosa, la Hermana Concepción Acevedo de la Llata, monja capuchina de clausura antes de que las leyes Calles cerraran los conventos del país, y conocida como 'La Madre Conchita', era la superiora de un pequeño grupo de religiosas que vivían en la clandestinidad en la Ciudad de México, donde también inspiró con su celo espiritual a muchos de los jóvenes rebeldes de la ACJM. Fue liberada de prisión a finales de 1940.)
Dividida como estaba, y con la mayoría de sus miembros sentados en la proverbial empalizada, no es de sorprenderse que la jerarquía eclesiástica de México tomara el rumbo que tomó luego de que la rebelión cristera comenzara. Adoptó su postura, como lo hizo, luego de dos reuniones en la Ciudad de México entre el Arzobispo Ruiz y Flores, unos cuantos otros obispos, y representantes de la LNDLR, la cual para entonces se arrogaba a sí misma la dirección de la rebelión. La primera reunión tuvo lugar el 26 de noviembre de 1926.
Los representantes de la liga comenzaron su presentación señalando lo obvio: la rebelión ya se había iniciado, los dados ya habían sido echados. Argumentaban que, si los obispos la condenaran, generarían un sentimiento popular en su contra, pero fueron más lejos. Pidieron que los obispos formaran las conciencias de los fieles, en la medida de lo posible, "en sentido de que el asunto [de la rebelión] es un acto de legítima defensa armada, lícita, laudable y meritoria." Además, pidieron a la jerarquía que proveyera de capellanes de campo a los Cristeros y, finalmente, que auspiciara un llamado a los católicos ricos para que aportaran fondos para que, por lo menos una vez en su vida, entendieran la obligación que tienen de contribuir"
El Arzobispo Ruiz y Flores respondió que él y sus hermanos obispos considerarían los puntos planteados por la LNDLR, y cuatro días más tarde tuvo lugar la segunda reunión. En esta ocasión, el Arzobispo concedió que es lícito recurrir a la fuerza cuando los intentos pacíficos de combatir la tiranía han fracasado. Sin embargo, en aspectos de apoyo práctico, se manifestó que los obispos carecían de facultades canónicas para asignar capellanes, aunque concederían permiso a sacerdotes para atender a los hombres en el campo de batalla. En lo tocante a la apelación financiera a los ricos, sus Excelencias consideraban que eso sería "peligroso, difícil, e imposible en la práctica." Ellos mismos, por supuesto, no podían proporcionar fondos algunos.
En resumen, la postura de los obispos era una que los dejaba técnicamente por encima de recurrir a las armas, en tanto que, al mismo tiempo, no simplemente se negaron a condenar la rebelión. Se podría decir de ellos que, a fuere quien fuere el que ganase la lucha, le deseaba lo mejor.
Financiamiento
Ya que acabamos de hablar de dinero, éste es el lugar lógico para informar que eso perduró como un problema para los Cristeros hasta el mero final. (Era necesario, después de todo, para comprar rifles y munición). Luego de que los obispos se negaron a apoyar, la LNDLR, recordando cuán exitoso había sido Eamon de Valera en juntar dinero entre los católicos americanos, para luchar contra los opresores de Irlanda, enviaron a un representante, René Capistrán Garza, a recabar fondos en los Estados Unidos. Algunos católicos ricos, incluyendo a William F. Buckley Sr., hombre cuya fortuna estaba basada en la tenencia de intereses petroleros en México, parecían en un principio estar inclinados a ayudar, pero eso nunca se materializó. Los Caballeros de Colón sí recabaron un millón de dólares, pero no para contribuir a la lucha. Todo ese dinero se dedicó a una campaña publicitaria para promover la libertad religiosa y la tolerancia, así en los Estados Unidos como en México. En cuanto a los obispos de los EEUU, ninguno se compadeció de los mexicanos como todos lo habían sido de de Valera. Muy característico fue el Cardenal O'Connel de Boston. Escuchó a Capistrán Garza, y luego le recomendó que sufriera pacientemente las pruebas que Dios estaba enviando. Hablando en una voz muy paternal, el prelado aconsejó adicionalmente al joven mexicano, que olvidara lo que estaba haciendo y se consiguiera un empleo. Le dijo que con gusto le proporcionaría una carta de presentación dirigida a los Caballeros de Colón del Estado de Massachussetts, que podrían ayudar a ese respecto. Uno de muchos obispos a quienes les solicitó, sí donó cien dólares.
El poco dinero que los Cristeros llegaban a tener no era colectado por la LNDLR, sino por ellos mismos de tres maneras principales: de un impuesto muy modesto que imponían en los territorios que ellos controlaban, y que muchas veces se perdonaba si amenazaba, por modesto que fuera, con producir miseria; del robo de fondos federales del gobierno, especialmente de trenes que transportaban dinero entre ciudades, y de secuestros, muchas veces de norteamericanos que trabajaban en minas propiedad de americanos, Nadie de los secuestrados por ellos fue jamás asesinado. Cuando una vez una compañía minera se rehusó a pagar rescate por un ingeniero que había sido secuestrado, los Cristeros se vieron forzados a mantenerlo durante meses, pasándolo de una unidad a otra. Este joven norteamericano, sin embargo, se ganó su sustento enseñando a sus captores cómo mantener y usar la subametralladora Thompson.
Brigadas femeninas
Hay otro aspecto de la Cristiada que merece ser comentado, especialmente después de que ya hemos mencionado a la Madre Conchita y también el constante problema que tenían los cristeros de conseguir munición y dinero para comprarla. Esto es hablar del papel que las mujeres tuvieron en la rebelión, especialmente aquéllas de las Brigadas Femeninas. Estas mujeres — eran unas 25,000 — admirablemente valientes, la mayoría de ellas solteras, entre las edades de 15 y 25 años, y comandadas por "generalas" ninguna de las cuales pasaba de los treinta años, y casi todas ellas eran campesinas o de clase trabajadora de las ciudades — merecen mucho más que las líneas que les dedicaremos. En realidad, merecen un libro. No existe uno ahora, y probablemente nunca se escribirá. Hay pocos registros de donde un autor pudiera documentarse, ya que las mujeres estaban demasiado ocupadas en sus tareas, para mantener alguna crónica, y ya no hay nadie a quien entrevistar, pues todas las principales dejaron esta vida hace muchos años. Podría haber algunas nietas con historias que contar, pero ¿cómo encontrarlas?
Como el lector podrá imaginarse del nombre con que se les designaba, estas auxiliares virtuales femeninas de los cristeros se organizaban siguiendo líneas militares. Cada brigada de 650 mujeres era comandada por una coronel que era asistida por una teniente coronel y cinco mayores, cada una teniendo subordinadas a ella a tenientes y sargentos, con cinco soldadas debajo de cada sargento. El principal servicio que prestaban era conseguir munición para quienes peleaban. En verdad, luego de que los Cristeros habían dado dinero dos veces a la LNDLR para comprar cartuchos sólo para ver que cada centavo se gastaba por la Liga para sufragar sus propios gastos, descansaron exclusivamente en las Brigadas Femeninas (excepto por lo que capturaban del enemigo). Lo que es extraordinario, es que las mujeres fueran capaces de operar en tan completo secreto que ninguna fue arrestada hasta marzo de 1929, para cuando ya llevaban casi dos años de existir. Uno puede suponer que el secreto pudo mantenerse, en parte, gracias a que ni una sola defección de sus filas se sabe que haya ocurrido.
Jean Meyer describe algunas de las actividades de las mujeres, empezando con su provisión de munición, "era nada más ni nada menos que una organización que durante dos años movilizaron a miles de mujeres día y noche para manejar un servicio de transportación entre las ciudades y los campos de batalla pues; de las capitales de los estados, las Brigadistas Femeninas llevaban la munición directamente a los Cristeros: salían de los pueblos escondiendo la munición en camiones de carga de carbón, cemento, o maíz. Luego, cuando los Cristeros no podían entrar en una aldea donde estaba la munición, era necesario salir a encontrarlos, sobre animales de carga, en canastas, o en los famosos chalecos [ropa interior que las mujeres diseñaban y cosían para llevar consigo los cartuchos]. Hacia el final de la guerra, las brigadas estaban trabajando a grande escala, enviando por tren cajas de municiones desde la Ciudad de México, con la complicidad de algunos de los empleados del ferrocarril, y disfrazando los embarques como carga pesada.
"Además de transportar pertrechos, las muchachas también transportaban Cristeros mismos: cuidaban de la seguridad de los oficiales de alto rango que se veían obligados a entrar a los pueblos o viajar. Además, algunas de ellas que poseían considerablemente más conocimiento científico que los campesinos, trabajaban como artesanas e instructoras, enseñando a los Cristeros a fabricar explosivos, hacer explotar trenes y manejar baterías y detonadores."
"Las brigadistas tomaban su misión militar con extrema seriedad, y no vacilaban en hacer recurso a la violencia, secuestro y ejecuciones, a fin de obtener rescate, proteger a los combatientes, y lidiar con los espías. Utilizando todo medio a su disposición, llegaban a organizar bailes en las aldeas para ganarse la confianza de los funcionarios [federales], atenuar sus sospechas, y conseguir información. Estas Judiths de tiempos recientes, dirigidas por Josefina de Alba, organizaron, con la ayuda de Andrés Nuño, el grupo de Acción Directa de las Brigadas Femeninas, y se distinguieron matando a cuchillo a un sacerdote cismático, Felipe Pérez, que era un espía del gobierno."
"El cuidado de los heridos escondidos en las aldeas o pueblos era responsabilidad de las brigadas, trabajando bajo la dirección, en su campo de competencia, del Dr. Rigoberto Rincón Fregoso, y también manejaban los rudimentarios hospitales de campo que habían sido instalados en Los Altos, Colima, y el sur de Jalisco, y el hospital clandestino en Guadalajara.
"Las brigadas también se ocupaban del suministro de alimentos a los Cristeros, pero en esta esfera, meramente ayudaban, y a veces coordinaban los esfuerzos de todos los campesinos que eran parientes o amigos de los Cristeros, que les suministraban comida directamente sin la intervención de las brigadas. Publicaban propaganda y manejaban una imprenta clandestina instalada cerca de Zapopan, y posteriormente en Tlaquepaque [se imprimía un periódico semanal, Glaudium]. Ellas parcialmente aseguraban el sistema político y militar de correo de los Cristeros, y ayudaban con su red de inteligencia."
"Nunca se dejaba que una mujer trabajara en un mismo lugar y en el mismo tipo de actividad durante largo tiempo, una vez que hubieran alcanzado un cierto grado de responsabilidad: las oficiales de alto nivel cambiaban continuamente su identidad y su residencia. Todas las mujeres estaban llenas de un fervor apasionado por la causa."
¡Meyer cita a una de las mujeres oficiales que todavía vivía en 1967 y a quien pudo entrevistar "Yo estaba sobrecogida de gozo. Esa voluntad con la que todas trabajaban! ¡Ese silencio que todas mantenían!"
Habríamos deseado decir mucho más de las Brigadas de Mujeres, pero todavía nos quedan otros tres temas que tratar: Los Cristeros mismos, la clase de hombres que eran y lo que ellos veían estar luchando en pro, la traición de que fueron víctimas, y la horrible secuela de esa traición.
Cómo eran ellos
En cuanto a la clase de hombres que eran, lo que hay que dejar perfectamente en claro, es que eran católicos, cierto, y en su mayor parte de comportamiento moral en un grado muy impresionante, pero no eran monjes ni, mucho menos, ángeles.
Para comenzar, la bebida es, en todas partes, una diversión de los pobres, y los Cristeros no eran la excepción. Les gustaba su bebida al punto de que la mayoría de sus comandantes restringían la venta de alcohol donde fuera que tomaran algún pueblo, y a veces se prohibía enteramente. Aun la música se prohibía a veces. La razón de estas prohibiciones es fácil de entender. Como le dijo a Jean Meyer un viejo veterano en 1967: "Donde había música había vino, y el enemigo podría sorprendernos estando borrachos."
Meyer narra del General Manuel Michel y de su relación con sus hombres: "Michel tomaba acción pronta y severa contra los malhechores. Esta severidad, que contribuía a su popularidad, se extendía a temas de comportamiento social y económicos. No toleraba la bebida, el juego de apuestas o la prostitución, e insistía en que sus tropas rezaran el Rosario todos los días, No era necesario insistir en el Rosario, que era tan estimado por esos soldados, pero era más difícil poner un alto a su hábito de beber.
Luego estaba la cuestión de los Cristeros y las mujeres que no eran sus esposas. Con los federales, la práctica de la violación era "sistemática" (calificativo de Meyer). Entre los Cristeros, el castigo por violación — y del latrocinio — era la ejecución sumaria, y aparentemente tuvo que ser aplicado dos o tres veces durante la guerra. Tal era el fervor religioso de los hombres, sin embargo, que cuando tomaban un pueblo, las prostitutas locales eran muchas veces descubiertas en ello, y voluntariamente dejaban de venderse. Además, la mayor parte de los Cristeros eran hombres casados. No obstante, sucedía que alguno se descarriaba, especialmente cuando habían estado por mucho tiempo lejos de sus esposas. Los comandantes trataban de prevenir esto, aunque sólo por la fricción que podría causar con las poblaciones locales, pero eran realistas. Cuando los dirigentes de la comunidad en un pueblo se quejaron con un comandante, de las aventuras amorosas de algunos de sus hombres, el comandante respondió con un grado de exasperación: "Les traigo hombres, no maricas."
Estos hombres eran capaces de cruzar insultos muy groseros con el enemigo, fácil de hacerse en una guerra civil, donde todos los combatientes hablan el mismo idioma. En su libro, Meyer ilustra cómo eran estas interlocuciones, pero no debemos escandalizar con ellas a nuestros lectores. Basta decir que en respuesta a las blasfemias diabólicas de los federales, los Cristeros eran capaces de hacer una colorida réplica.
Dado su machismo, es de admirar cuán dóciles podían ser los Cristeros cuando se trataba de recibir órdenes de sus mujeres, especialmente de sus madres. Meyer narra casos de estas damas diciéndoles a sus hijos que interrumpieran su licencia y regresaran a pelear, y de otras enviando a sus hijos adolescentes (y en un caso, a un niño de doce años) al campo de batalla cuando sus hermanos mayores habían caído en la lucha. Las esposas se enorgullecían de las proezas de sus maridos Cristeros en el campo de batalla y ¡pobre del marido cuya mujer nunca hubiera oído hablar de su valentía!
El que estuvieran peleando cerca de su hogar era una de las cosas que les daban a los Cristeros una cierta ventaja en la guerra. Conocían el terreno. Por otro lado, existía el problema de las municiones que ya fue mencionado. Otro problema de los Cristeros era que no tenían artillería, excepto por piezas de su propia manufactura casera. Esto importaba mucho en pueblos donde siempre había iglesias y las iglesias siempre tenían campanarios. Los federales podían ocupar las torres de esos campanarios y mantenerse ahí mientras llegaban refuerzos. Unos cuantos cañonazos podrían haber derribado esas torres, pero los Cristeros carecían de ellos. A veces, con humo podían hacer salir a los federales, encendiendo hogueras de maleza en la base de la torre; pero eso tendía a ser costoso en vidas. Sus camaradas trataban de darle cubierta, pero el Cristero que tratara de encender alguna hoguera de éstas, era probable de ser alcanzado por el fuego de los federales disparando desde arriba.
Había un lado positivo en la inferioridad de armamento de los Cristeros. No solamente aprendieron a hacer que cada tiro contara; se hicieron extremadamente adeptos a luchar cuerpo a cuerpo, especialmente con el cuchillo. Como resultado de eso, pudo haber pocos federales que no temieran ser atrapados de cerca por un Cristero. En una época en que nuestros militares infligen la mayoría de las bajas, incluyendo "daño colateral" desde aeronaves a kilómetros de altura en el aire, la idea de un guerrero cristiano encajándole un cuchillo a un soldado enemigo cuyos ojos realmente puede ver, pudiera ser repugnante. Recordemos, sin embargo, que aun cuando 40,000 Cristeros murieron defendiendo su fe, muchos de los 60,000 federales que murieron lo fueron por ese medio primitivo.
Hombres de fe
Pero ¿qué puede decirse de la fe de los Cristeros? ¿Qué tan verdadera era? Que hayan luchado y muerto por ella en el número de los que lo hicieron debería ser respuesta suficiente, pero puede decirse mucho más. Para ello damos nuevamente la palestra a Jean Meyer.
Para entenderlo plenamente, debe darse a conocer que luego de que el gobierno expulsó a 400 sacerdotes extranjeros, 3,600 clérigos quedaron en México. Eso era a enero de 1927. Noventa de ellos fueron ejecutados antes de que los 'arreglos' llevaran la guerra a su término. La mayor parte del clero que quedaba, que vivía fuera de las ciudades se mudó a ellas. En los estados donde se peleó la guerra, había no más de 100 sacerdotes en todo el campo. Quince de ellos desafiaron a los obispos a fin de servir de capellanes de los Cristeros. Cinco sacerdotes tomaron las armas, dos de ellos llegando a generales, como hemos oído. Otros 25 ayudaron a la rebelión en la forma que pudieron. Mencionamos estos números para que quede claro, considerando cuántos combatientes había, y la extensión del territorio en donde operaban, que la frecuencia de la Misa y la vida sacramental ordinaria podemos dar por hecho que no estaban disponibles para la mayoría de los Cristeros las más de las veces.
Esto dice Meyer:
"El lenguaje de los Cristeros era aquél de la vieja España de San Juan de la Cruz y de Cervantes, su religión era la misma. Ni la prisión ni el exilio del clero evitaban la conducción del culto, por lo menos en forma simplificada. Muchas veces, cuando ya no había sacerdotes, un laico tomaba la dirección de la vida litúrgica, como lo hacía Cecilio E. Valtierra en Jalpa de Cánovas; leía cada mañana el Oficio Divino en presencia de los fieles, estas 'misas blancas' eran acompañadas de otras innovaciones, bajo la presión de las circunstancias. Cantar himnos y rezar el Rosario eran un acompañamiento a la vida cotidiana durante la marcha y en los campamentos; los Cristeros rezaban y cantaban, bien entrada la noche, y sus comandantes les apremiaban a que hicieran un verdadero acto de contrición antes de la batalla, y cargaban contra el enemigo cantando salmos y gritando "¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe!" No podía ser de otro modo con estos hombres, que habían jurado ante Dios conquistar o morir. El gobierno les endilgaba el mote de CristoReyes o Cristeros, lo cual ha llegado a la posteridad, y enfatiza el elemento más esencial de todos — Cristo, viviendo en la Trinidad, y accesible a través de los sacramentos."
Dijimos en otra parte de este ensayo, que los Cristeros no eran los hombre que podían formar y dirigir un gobierno nacional. Eso no significa que carecieran de una visión social. Eran católicos, después de todo. Meyer habla de su visión:
"Durante este período de crisis y desorden económico, social y religioso, los Cristeros luchaban contra la degradación de la moral social que había tenido lugar desde 1910 — contra el vino, el juego de apuestas, y los 'escándalos en que se liaban mujeres', porque siempre significaban conflicto, violencia y la muerte de alguien, dentro de un campamento que debería estar unido contra el verdadero enemigo, pues éstas eran las plagas tradicionales en el mundo rural, y su erradicación significaba un paso hacia la perfección, la preparación del Reino. Cuando Acevedo [general Cristero] protestaba por el calificativo de revolucionario que se le estaba aplicando a él y afirmaba que el movimiento era el exacto 'opuesto de una revolución,' estaba expresando ese deseo de reconstrucción de una sociedad que sería mejor que la anterior, e incomparablemente superior al caos prevalente en ese tiempo. Las dificultades de la existencia cotidiana que se habían multiplicado desde 1910, el desencadenamiento de la violencia oficial y privada, la desaparición de la paz y de ese mínimo de justicia que, en retrospectiva, hacía parecer el período de Porfirio Díaz como una Edad de Oro, la decadencia de ciertas instituciones, el bandidaje, la inseguridad, y la crisis económica — todos estos factores habían dado a los campesinos una muy definitiva experiencia de desintegración social; y en consecuencia, los Cristeros estaban tratando de restablecer las relaciones de una buena vecindad, y restaurar los antiguos valores sociales al lugar honorable donde pertenecen. El sistema de gobierno adoptado por los Cristeros era dictado, por una parte, por el hecho de que el suyo era un ejército popular que vivía en unión con el pueblo y todavía menos capaz de tratarlo mal, porque estaba edificando el Reino de Cristo, y, por otra parte, era una reacción contra la anarquía social que estaba comenzando a ser la regla. No era conservadurismo ni revolución, sino reforma, en una época en la que los modelos tradicionales de comportamiento estaban en crisis, sin que otros hubieren surgido para tomar su lugar. La solución Cristera consistía en restablecer sólidamente el mundo rural sobre sus bases familiares y religiosas, sacando provecho del estado de exaltación mística que hace posible una nueva actitud moral y una nueva perfección; restauró, entre los campesinos, la esperanza de un futuro brillante para el país."
Aquí va algo más de la visión social del Cristero:
"Aun cuando la victoria de Cristo Rey, y su venida, estaban relacionadas con la vaga promesa de un mundo profano, ellos [los Cristeros] hacían hincapié sobre todo en la idea de un compromiso entre el pueblo mexicano y Dios, que en dos ocasiones le había conferido favores especiales a México, que dos veces había hecho de México su reino, enviándole a la virgen de Guadalupe y proclamando ahí el Reinado de Su Hijo [esto había sido hecho por los obispos en enero de 1914]. En el contexto de este compromiso colectivo, los males de México, en su posición especial ante los Estados Unidos (que amenazaban con tragárselo entero), derivaba de las faltas de los mexicanos, y el reconocimiento de esta falla, que se había desarrollado en la gente desde el siglo anterior, estaba relacionada con una tradición muy antigua. Hablar de la falta de obediencia al pacto establecido con Dios era hacer énfasis en la responsabilidad humana sobre los acontecimientos históricos. Los Cristeros estaban conscientes de ser una nación cristiana, el Reino de Dios, por el cual estaban derramando su sangre.
No eran revolucionarios
Los Cristeros pudieran no ser revolucionarios, pero estaban en rebelión. Esto hace surgir la pregunta que los católicos americanos no han tenido que encarar desde 1861: ¿Cuándo es permisible tomar las armas contra el gobierno? ¿Lo es alguna vez? Meyer describe cómo encararon esa pregunta:
"Reconociendo la legitimidad de los poderes establecidos, ya que toda autoridad viene de Dios, y que sin la voluntad de Dios 'no se mueve una hoja', el Cristero estaba preparado para rendir al César lo que es del César, siempre y cuando no le hiciera la guerra a Dios. Desde el día en que el César se volvió Herodes, amenazando la salvación de los hombres, el César se privó de su legitimidad y, como Antíoco, debía ser combatido por los nuevos macabeos."
"En otras palabras, el gobierno era un asunto humano, el soberano era un hombre pecador como el resto de ellos, puesto ahí por Dios. Mientras no entre en conflicto con nuestra conciencia moral y con el honor de Dios, debe ser obedecido, ya que la Revolución solamente traerá a la cúspide nuevos amos tan pecadores y tan rabiosos como él. El estado no es nada más que una institución humana, sin carisma alguno. Esta convicción, que puede operar en un sentido conservador, ahora estaba operando en una dirección revolucionaria porque el César se había vuelto malo, había sido atacado por la insensatez de los grandes, era el político malo por excelencia."
"Calles, considerado como el Rex Iniquus, el tirano de que hablan Daniel, San Pablo, San Juan y los profetas de Israel, simplemente debía ser combatido, 'porque [aquí Meyer está citando a un Cristero] creo que es mejor morir luchando por Cristo Rey y la Virgen de Guadalupe y toda su Familia, y no dar un solo paso en contra del Dios verdadero, aunque se enoje el demonio.'"
"La guerra, por lo tanto, era justa y los Cristeros estaban 'luchando la mejor de las batallas, en este mundo engañoso, algunos con armas, y otros ayudando de mil maneras a los defensores, quienes, dejándolo todo, se animaban a ello por sólo tres amores: su Dios, su patria, y su hogar.'"
(Los lectores podrán descubrir que las referencias que los Cristeros hacían a Nuestra Señora de Guadalupe son casi tan frecuentes como aquéllas a Cristo Rey. Es significativo que la bandera que ellos adoptaron era la bandera nacional, pero el águila devorando a la serpiente aparecía sólo en uno de los lados. Nuestra señora de Guadalupe aparecía en el otro. También, careciendo de uniformes, se distinguían de los campesinos no combatientes por un brazalete de color rojo y blanco — los colores de Nuestro Señor.
Finalmente, parece conveniente comparar a fe de los Cristeros con la de algunos otros.
"El gobierno hizo un gesto espléndido llamando a los rebeldes 'Cristeros', poniendo de esa manera a Cristo al centro de la insurrección, y dándole su sentido y significación. La persecución del sacerdote, una figura reverenciada, querida como dispensadora de los sacramentos, que hacía que viniera Cristo bajo la semblanza del pan y el vino, era resentida como una guerra diabólica contra Cristo mismo; el perseguidor era, por lo tanto, el mismo diablo. La interpretación del gobierno dio en el clavo y reveló las dimensiones verdaderas del problema; llevó mucho a demostrar que el cristianismo mexicano, lejos de estar deformado o ser superficial [como lo afirmaban los misioneros protestantes] estaba sólida y correctamente basado en Cristo, teniendo devoción a la Virgen María por Cristo y, en consecuencia, era sacramental y estaba orientado hacia la salvación, la vida eterna, y el Reino. Durante la guerra, era notable cómo los santos eran relegados a su lugar debido, en tanto que el deseo ardiente de alcanzar el cielo se hizo abiertamente manifiesto. El sacerdote se desvaneció detrás del escenario cuando el gran acontecimiento de la insurrección tuvo lugar.
Sin considerarse la Iglesia verdadera, los Cristeros tuvieron la oportunidad de meditar los textos sagrados; uno de sus favoritos era aquél del óbolo de la viuda. "En verdad os digo que esta pobre viuda ha ofrendado más que todos los que pusieron sus ofrendas, pues todos ellos ofrendaron lo que les sobraba, pero ella, en sus carencias, puso todo lo que tenía para vivir" (Marco 12; 43-4) Constantemente se referían a Santiago contra los ricos, a Daniel contra el tirano, y a los dichos en los evangelios contra los escribas y los fariseos, con quienes ellos asociaban a los católicos ricos.
"Uno puede imaginarse la brecha que separaba a las clases acomodadas (consideradas en conjunto) de estos campesinos que habían permanecido arraigados firmemente a la tradición, más o menos obscurecida, del antiguo cristianismo. Este último grupo nada entendía de las sociedades pro-moralización, de las sociedades pías y de las cooperativas de devoción organizadas por los primeros. La moral privada, que el rico admitía no aplicable a la política y a los negocios, y que reprochaba a la gente común por no poseer, era ajena a los campesinos, que eran capaces solamente de vivir una gran aventura que era tanto espiritual como temporal, una vasta peregrinación popular hacia el Reino de las Bienaventuranzas del Evangelio. En esa época, había casos de verdadera intoxicación entre los fieles como resultado de la contemplación de estas ceremonias que, estando prohibidas, eran ahora celebradas con una nueva profundidad. Cuando volvió la paz, fue en una atmósfera de delirio, de éxtasis, como celebraban sus profundamente veneradas ceremonias en las iglesias, que habían permanecido cerradas por demasiado tiempo.
"'Si voy a morir por Cristo, no necesito hacer mi confesión' contestó Aurelio Acevedo al Padre Correa, que estaba dándole consejo sobre el asunto. La gente, apartada de sus fuentes de sacramentos, estaba administrándose a sí misma el sacramento colectivo, ése del sacrificio sangriento. Humildemente deponiendo las armas cuando los sacerdotes les ordenaban hacerlo, y habiendo obtenido ninguna ventaja temporal, los Cristeros eran quizás la única gente que ha sido capaz de distinguir entre lo que es de Dios y lo que es del César."
La referencia a los Cristeros deponiendo las armas nos lleva cerca de nuestra conclusión, pero todavía tenemos que tratar el asunto de la traición que sufrieron, y de sus secuelas.
Traición al valor
Las razones por las que el gobierno y los obispos hayan querido llegar a un acuerdo se entienden fácilmente. Por el lado del gobierno, estaba la razón a la que aludía el Embajador Morrow en su memorando a Washington de mayo de 1929; por más que el gobierno lo hubiere tratado y, no obstante lo profundo de su anti-catolicismo, no había podido 'exterminar' a los Cristeros. Entre tanto, mientras más durara la guerra, más de los recursos de que difícilmente podía echar mano (o destinar al pago de las deudas con EEUU) se gastarían en ella.
Por el lado de los obispos, podían ver que comenzaban a aparecer señales inquietantes de que el prolongado cierre de las iglesias estaba obrando en detrimento de la fidelidad de muchos católicos, por lo menos entre la clase media. Roma también estaba preocupada por esto. Además, y quizás lo que más asustaba a los obispos, era que el catolicismo que seguía practicándose con verdadero fervor era siendo practicado por hombres — y hombres armados, por cierto — fuera de las estructuras oficiales de la Iglesia, lo que quiere decir, fuera de su control. No importa que los Cristeros estuvieran "fuera" porque los propios obispos habían desmantelado las estructuras cuando decidieron retirar sus obispos y cerrar las iglesias. Si estos hombres salieran ganando en el campo de batalla, no se puede decir lo que podría pasar. Hasta podría legar a haber un gobierno de católicos que se negara a seguir la dirección de ellos, no obstante cuán reverentes fueran con sus personas. ¿No sería eso como en los viejos tiempos del Real Patronato?
La Santa Sede compartía las inquietudes del obispado mexicano. Consecuentemente, hizo todo lo que pudo por facilitar las negociaciones entre la Iglesia y el Estado en México (o, más exactamente, entre los obispos en el exilio en los Estados Unidos y el Gobierno), una vez que el embajador Morrow, arquitecto de los 'arreglos,' los puso en marcha. En esto, nuevamente, el lector que se interese en los detalles de las negociaciones y el papel que jugó Morrow en ellas debe recurrir a David Bailey, así como a los textos de los documentos que Morrow dictó y que definían los 'arreglos'.
En cuanto a la Santa Sede, uno de sus primeras acciones fue cuando L'Osservatore Romano recordó a sus lectores el 8 de junio de 1928, que el Papa Pío XI nunca había dado su bendición a los Cristeros. Cierto que no lo había hecho, pero el diario omitió recordar que tampoco los condenó cuando comenzaron su lucha. ¿Cómo podría haberlo hecho cuando los obispos habían tomado la postura que tomaron en noviembre de 1926? Durante todo el siguiente año, después de la editorial de L'Osservatore Romano, el Vaticano estuvo en constante contacto con el Arzobispo Ruiz y Flores y a veces, por intermediarios, con el propio Embajador Morrow. Nada se hizo sin el consentimiento y la aprobación final del Vaticano.
Con respecto a los propios términos de los 'arreglos', sólo debemos saber que, por su parte, los obispos estuvieron de acuerdo con la reanudación del culto público. Por su parte, el Gobierno afirmó, aunque sólo verbalmente, que la Constitución de 1917, la ley suprema del país, se mantendría, pero que sus disposiciones anti-católicas ya no se harían cumplir. Eso es lo que el gobierno prometió. (Repitiendo, sólo verbalmente.)
En el campo de batalla, el pobre de Enrique Goroztieta pudo intuir lo que estaba pasando cuando las negociaciones entre la Iglesia y el Gobierno, dirigidas por los Estados Unidos, progresaban. En la mañana del día en que fue muerto, le dijo a un compañero de armas: "Nos están vendiendo, Manuelito."
Debe surgir la pregunta, si los Cristeros entendían la naturaleza de la Revolución contra la cual luchaban ¿por qué no los obispos? ¿Podrían realmente creer en la promesa del Gobierno?
Los documentos que forman parte de los 'arreglos' fueron firmados en la Ciudad de México el 21 de junio de 1929. El débil liderazgo de la LNDLR, habiendo ya protestado contra el acuerdo cuando todavía no estaba concluido, ahora se enfrentaba a la tarea de disolver lo que quedaba de su organización. En cuanto a los Cristeros, el General Jesús Degollado había enviado un desesperado telegrama de último minuto al Papa. "Angustiados dirigimos a Su Santidad implorando humildemente palabras nos guíen en presente situación y no olvide sus fieles hijos." El telegrama nunca fue contestado.
Pero seamos claros,. La verdad desnuda es que el Vaticano y los obispos mexicanos, aun los que habían estado sentados en la empalizada o que se oponían a la rebelión armada, vieron valiosa la existencia de los Cristeros, vieron que fueron útiles. Como le escribió el Arzobispo Ruiz y Flores a un amigo en Washington en febrero de 1929: "La defensa armada ha tenido la gloria de ser una protesta viva y efectiva de mantener vigente la cuestión religiosa y, eso esperamos, de obligar al gobierno a buscar una solución."
Ya los Cristeros no tenían mayor provecho, y los obispos no podían haber sido más insensibles con ellos. En palabras del Arzobispo Pascual al General Degollado, en una reunión que tuvieron ellos dos (Díaz fue nombrado Arzobispo de la Ciudad de México y Primado de la nación tan pronto como los 'arreglos' fueron firmados): "No sé y no estoy interesado en saber en qué condición va a quedar usted. Lo único que debo decirle es que debe deponer las armas. La bandera por la que ustedes han peleado ha dejado de existir ahora que se ha llegado a los 'arreglos.'" (Esas palabras no son como las haya jamás reportado Degollado. Esa es la forma como quedaron consignadas por el propio secretario del Arzobispo, el Padre José Romero Vargas.)
En enero de 1968, Jean Meyer entrevistó al anciano Cardenal Dávila Garibi. Como joven sacerdote, Su Eminencia había prestado sus servicios como secretario del Arzobispo de Guadalajara, uno de los dos prelados mexicanos que permanecieron escondidos en su propia diócesis durante la guerra. Lo que el Cardenal tuvo que decir fue más allá de lo insensible. Ni siquiera el calificativo de "cínico" le haría justicia.
"Los Cristeros fueron peores que la gente del Gobierno. ¡Qué desorden! ¡Y pensar que estuvieron cerca de tomar el gobierno! Por lo menos la Federación está formada de gente que está del lado del orden. Fue providencial el que haya habido Cristeros, y providencial que los Cristeros hayan dejado de existir"
Derrota por obediencia
¿Cómo dejaron de existir? La firma de los 'arreglos' fue traición bastante. La verdadera traición vino después, cuando el Arzobispo Ruiz y Flores, en su capacidad de Delegado Apostólico, formalizó lo que el Arzobispo Díaz le había dicho al General Degollado, ordenando a los Cristeros que depusieran las armas como una cuestión de obediencia religiosa.
Parece no haber habido intención alguna por parte de los guerreros, de desconocer o desafiar la orden. Como lo atestigua un documento en los archivos de una parroquia de Jalisco, "obedecieron con la prontitud de un ángel y la simpleza de un niño." ¿Cuál fue para ellos el costo de su obediencia?
El 3 de julio, menos de dos semanas después de que se hubieran firmado los 'arreglos.' el Padre, General Pedroza fue muerto por un escuadrón de fusilamiento del gobierno. Él fue simplemente el primero de unos 5,000 Cristeros cazados y asesinados por el gobierno en los siguientes pocos años. Con unas cuantas excepciones, ninguno de los oficiales, de general para abajo hasta teniente, habría de sobrevivir, fuera de aquéllos que lograron huir hacia los Estados Unidos.
Para 1935, la persecución de la Iglesia por el gobierno ya era más severa que lo que jamás había sido. La mayor parte del país estaba sin sacerdotes. (Este es el ´período descrito por Graham Greene en su merecidamente celebrada obra El Poder y la Gloria.) En el culmen de la persecución, el gobierno anunció un programa de "Educación Socialista" dirigido a inculcar en todos los ciudadanos, no sólo en los niños, los principios de la Revolución. Los niños de escuela habrían de tener un tratamiento especial como parte de su formación socialista: educación sexual.
Esta vez, el gobierno había ido demasiado lejos. Sus adeptos de la clase media en las ciudades se encresparon ante el prospecto de ver a sus hijos expuestos al tipo de materiales que ahora están a la orden del día en las escuelas en los Estados Unidos (tanto públicas como católicas). El gobierno se echó para atrás (hasta cierto punto), pero no antes de que empezara una segunda rebelión Cristera en el campo.
Aun cuando pocos guerreros (incluyendo a algunos veteranos de la primera rebelión) habrían de seguir durante seis largos años, no tenía posibilidad de éxito. Para comenzar, los obispos no vacilaron esta vez. Anunciaron que excomulgarían a todo el que tomara las armas. El anunció no arredró a 7,500 nuevos Cristeros, quienes, además de sus demás acciones, asesinaron a cien de los maestros de escuela que trataban de corromper a sus hijos.
Sin embargo, no estaban para enfrentar la nueva maquinaria de guerra. Hombres de a caballo sin nada más que rifles y cuchillos tenían posibilidad, aun de victoria, diez años antes. Contra vehículos blindados, nuevos sistemas de comunicación y bombardeo pesado desde aeroplanos ¿qué posibilidades tenían esta vez? Ninguna
Hay familias mexicanas hoy en día, especialmente de clase media con miembros de recto pensamiento, que están divididos por los acontecimientos de 1926-29, igual como todavía hay americanos dispuestos a pelearse, y con razón, sobre lo que ocurrió entre nosotros entre 1861 y 1865 Pero el recuerdo entre los mexicanos es mucho más reciente.
Abajo de las clases medias y fuera de las clases trabajadoras que operan las fábricas propiedad de extranjeros, los huaraches y el calzón blanco de los campesinos labradores han sido reemplazados por pantalones de mezclilla y botas, y los hombres ahora manejan pickups en lugar de montar a caballo. Pero quien visita México, siempre y cuando sea un visitante casual, no nota división entre ellos. Ellos constituyen una clara mayoría de los que hacen peregrinaciones, a veces en decenas de miles, a los numerosos santuarios Marianos que, además del de la Villa de Guadalupe, abundan en el campo, y también a uno dedicado a Cristo Rey, edificado en la cima de un monte por el que nunca pasa la ruta frecuentada por el turista americano típico.
Muchos de estos hombre se han mudado con sus familias a los Estados Unidos en años recientes. (Los ricos y las clases medias no tienen motivo para hacerlo.) Esta migración no es vista por muchos como algo bueno y, en algunos aspectos, no lo es. Queda la posibilidad de que, mientras nuestra población nativa de católicos esté obcecada en extinguirse mediante el aborto y la contra-concepción al mismo paso, o a uno más rápido, que la de los protestantes, el único futuro que la iglesia puede esperar en Norteamérica puede depender de estos visitantes
Que algunos de ellos sean nietos de Cristeros parece indicar, para hacer eco de lo que dice el Cardenal Gabini, que la Providencia esté posiblemente actuando una vez más.
1 En este punto es importante observar aquí que, por "Revolución" queremos decir la encarnación política de la falsa filosofía del liberalismo.
2 Esta metáfora describe el papel del Papa únicamente en el Imperio. En su mayor dignidad — ésa de Pontífice Romano — es el monarca soberano de toda la Iglesia Militante.
3 Una ironía, dado el hecho de que benito en español es un adjetivo que suele aplicarse a los monjes benedictinos.
4 Debe recordarse que los Cristeros pedían sacerdotes, y entre ellos estaban algunos. El salto retórico que Meyer hace con relación al "sacramento colectivo" a expensas del sacerdocio católico, le hace grave injusticia a los Cristeros.
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