martes, 30 de noviembre de 2021

La Larga Derrota

 La Larga Derrota

Por Charles A. Coulombe

Tomado de: https://catholicism.org/the-long-defeat-christendom-and-its-defenders-1789-to-the-present-part-1-to-begin-with.html


Parte 1: Para comenzar.

"Ciertamente soy cristiano y, de hecho, católico romano, de modo que no espero que la 'historia' sea otra cosa que una 'larga derrota' — aunque contiene (y en la leyenda puede contener más clara y emotivamente) algunos ejemplos o destellos de una victoria final"

— (J.R.R. Tolkien, Cartas 255).

Hay una larga historia que contar que evidencia nuestras luchas de ahora — sea esto en los campos de la religión, de la cultura, o de la política, y que tiene expresiones locales en todo país que en alguna época se haya considerado cristiano — incluyendo nuestros propios Estados Unidos. Es la historia de cómo una pequeña región entre el Atlántico y los Urales se expandió alrededor del mundo y, en el ínter, perdíó su espíritu — aunque ciertamente no como resultado de esa expansión. Por pérdida de espíritu, no quiero decir abandonar algún paradisíaco estado de perfección en todo. Más bien, quiero decir que, habiendo partido de los principios más verdaderos y de las aspiraciones más altas que jamás haya tenido civilización alguna, acaba no sólo descartándolos sino adoptando sus peores opuestos. Varios autores han tratado de contar esa misma historia, pero yo intento hacer algo distinto. Yo me enfoco, no en los malignos cambios en sí mismos, sino en la oposición a ellos que ha habido a lo largo de la historia. Ese lado de la historia raramente deja escucharse — y nunca ha sido tratado como un fenómeno transnacional coherente.

Aunque el año de inicio mencionado en el título es 1789, el conflicto en Francia que estalló en ese año no podía haber sucedido sin que antes ocurriera la revuelta de Lutero en 1518 y las guerras que surgieron de ella. Esta revuelta no solamente desgarró en girones la unidad religiosa de Europa. También hizo pedazos la noción de Cristiandad — de los Estados que aceptaban el Catolicismo y que constituían la mayor parte de Europa, representando una difusa unidad supranacional no obstante sus disputas y sus guerras. Ciertamente, esta unidad del Sacro Imperio había sido interrumpida por una desunión con el Este Cristiano — el cisma que aparecía y desaparecía y que surgió por primera vez en 1054, varias veces era sanado y volvía a explotar, hasta que al fin quedó sellado en 1462 por un Patriarca de Constantinopla designado por el Sultán, nueve años después de haberse tomado la Ciudad Imperial (lo cual había tenido como resultado la muerte del último Emperador de Bizancio, Constantino XI). Ciertamente, el continuo peligro que representaban los turcos fue una causa principal que contribuyó a la imposibilidad del Emperador Carlos V, de lograr un avance duradero contra los protestantes y, además de esos dos enemigos, estaban los franceses bajo Francisco I — que con Enrique VIII — habían contendido como candidatos a la elección imperial misma. Ahí comenzaron dos siglos de rivalidad que dieron como resultado la supervivencia del protestantismo luego de la Guerra de los Treinta Años. El acercamiento entre los Habsburgo y Francia que tuvo lugar en 1756 ocurrió dos siglos demasiado tarde.

No obstante, hubo intentos locales de terminar el conflicto pronto; tres confederaciones de príncipes alemanes católicos intentaron la empresa — las Ligas de Dessau, Halle y Nuremberg. Pero los príncipes del norte de las primeras dos fueron sucedidos por herederos protestantes, y el tercero fue derrotado por Carlos V. Una Liga Católica renovada habría de luchar al lado de sus sucesores, Fernando II y Fernando III en la Guerra de los Treinta Años contra los alemanes protestantes, los daneses y los suecos. En Suiza, los católicos resistieron la revuelta protestante en la Primera y Segunda Guerra Kappel, y más tarde, en la Primera y Segunda guerra Villmergen. En Francia, una sangrienta guerra civil religiosa se desató, en la cual la Santa Liga resistió a los hugonotes hasta que, después de un tiempo, el dirigente de éstos últimos se convirtió y se inició un gobierno católico sobre la destruida nación. Dinamarca vio la Contienda de los Condes; Islandia, la Batalla de  Sauðafell; Suecia, las rebeliones Dalecardiana y Westrogothiana y la Guerra Dacke; y Noruega, los Sitios de Hamar y Steinvikholm. Irlanda fue desgarrada por sucesivos conflictos entre los católicos irlandeses y protestantes nativos y extranjeros: las Guerras Desmond y la Guerra de los Nueve Años, por mencionar sólo éstas dos, en tanto que Escocia vio a María Reina de Escocia perder su trono y su vida por la fe. La rebelión de Bigod, la Peregrinación de Gracia, y los levantamientos del oeste y del norte sacudieron a Inglaterra. Todas estas tensiones se subsumieron en las Guerras de los Tres Reinos, que vio Carlos I, nieto de María, perder sus tres coronas, una tras otra, y luego su vida, ante el odioso Oliverio Cromwell. La restauración lograda por su hijo mayor, dio un respiro, su hijo menor, Jaime II fue depuesto en Inglaterra en 1688 y el año siguiente en Escocia, y finalmente derrotado en la batalla del Boyne en Irlanda. Luego siguieron los tres alzamientos Jacobitas de 1715 (en Escocia e Inglaterra), 1719 y 1745. Por cerca que el último llegara a ver al Gentil Príncipe Carlos restaurar los Tres Reinos a su padre, fracasó — y, con ese fracaso, murieron las últimas esperanzas políticas católicas, aun cuando el último heredero  directo de los Estuardo, Henry IX, Duque de York, Cardenal de la Iglesia Católica, no moriría hasta 1807. 

Para entonces, mucho había cambiado. Los primeros dos usurpadores Hannoverianos no hablaban inglés, o lo hablaban poco, pero Jorge III fue "glorificado en nombre de Inglaterra," y reconocido como Rey de la Gran Bretaña, Irlanda y sus colonias por el Papa Clemente XIII. Favoreciendo inicialmente la Emancipación Católica, fue responsable de la Ley de Quebec de 1774, que liberaba a sus súbditos canadienses de las Leyes Penales; también firmó en 1778 la primera Ley de Alivio Católico (Ley de Papistas) en la misma Inglaterra. La primera contribuyó grandemente a la Rebelión que estalló en las Trece colonias al año siguiente y que fue denunciado en la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. La segunda causó revueltas en Escocia y los Disturbios de Gordon el año siguiente. Para entonces, debido a que la Francia y la España católicas habían intervenido del lado de sus rebeldes súbditos en Norteamérica, el Rey se volvió en contra de la Emancipación Católica, sintiéndose traicionado por sus hermanos soberanos. Aun así, su ayuda fue esencial para llevar a efecto la Independencia de los Estados Unidos. También destruyó el intento de Jorge de derrotar a la oligarquía de los Whigs en Inglaterra. Como lo expresa Eric Nelson en The Royalist Revolution (La Revolución Realista) luego de que terminó la guerra y de haberse redactado debidamente la Constitución, en un lado del océano habría una monarquía sin rey, y del otro un rey sin monarquía.

Ay del Rey Luis XVI, aunque ganó la guerra contra los ingleses, su victoria fue pírrica. No sólo puso al país en quiebra, sino que muchos de los oficiales que prestaron sus servicios en Norteamérica trajeron de regreso ideas subversivas. Cuando hizo erupción un volcán de Islandia en 1788, mató muchos cultivos en Francia, provocando una hambruna que ha pasado a la historia como "La Gran Hambruna". En tiempos normales, el Rey habría vaciado los graneros reales o importado grano extranjero para alimentar a las regiones afectadas. Pero el dinero había sido gastado en América, y por lo tanto, se vio forzado a convocar una Asamblea de Notables para ayudarle a decidir cómo reunir los fondos necesarios. Habiendo sido incapaces de llegar a una decisión, recomendaron al Rey que convocara a una sesión de los Estados Generales — cosa que no había sucedido desde 1614. Así lo hizo al año siguiente..

De esto habría de resultar la Revolución Francesa, que a su vez habría de resultar en el asesinato de la Familia Real y de hundir al país en sangre. Los revolucionarios habrían de esparcir su derramamiento de sangre a todos los países de Europa, y del caos habría de surgir Napoleón, quien continuaría con las guerras hasta 1815. Una extenuada Europa habría de intentar una Restauración, de la misma manera como los Tres Reinos lo habían intentado en 1660 — y con poco éxito al final de cuentas. Aun así, un gran número de elocuentes escritores contra-revolucionarios emergieron de las filas de aquéllos que habían resistido el mal en sus propios países. El asentamiento de la Restauración fue exterminado en Ibero América en los años 1820s, se desmoronó en Francia y Bélgica en 1830, murió en guerras civiles entre las ramas de las familias reales en España y en Portugal, y explotó enteramente en el resto de Europa en 1848. Aun cuando se reconstruyó de nuevo en la Europa Central luego de esta última convulsión, las guerras de unificación en Alemania y en Italia, crearon dos nuevas monarquías liberales, aunque acabaron la de Napoleón III y la antiquísima soberanía temporal del Papa (a pesar de los esfuerzos de los Zuavos Papales y de otros). Todo este tiempo, la Revolución Industrial transformó la sociedad urbana, creando un miserable proletariado pobre en muchas ciudades, que probaría ser un campo fértil para el recién aparecido Marxismo, que prometía un paraíso terrenal destruyendo lo que quedaba del Altar y del Trono, así como originó la burguesía liberal que los reemplazó. En respuesta, y edificando sobre la obra de los escritores contra-revolucionarioa a que acabamos de referirnos, surgieron varios movimientos sociales católicos y otros movimientos sociales conservadores, así como partidos políticos y sindicatos obreros católicos. Coronados como fueron estos esfuerzos con las encíclicas de León XIII, fueron interrumpidos por la Primera Guerra Mundial.

La sangre y el horror de esta guerra destruyó el imperio Austro-Húngaro, y la Alemania y la Rusia Imperial. El vacío de poder y las penurias económicas desatadas sobre la tierra de los primeros dos países, fueron superados por el surgimiento de la dictadura comunista en el tercero. El período de entreguerras vio un enorme aumento en la acción política católica, así como lo hizo la resultante Gran Depresión. Pero la aparición de los Grandes Dictadores y la Segunda Guerra Mundial forzaron a los adherentes católicos y/o conservadores políticos a elegir entre apoyar a los Camisas Cafés Bolcheviques de Hitler, o aliarse con los secuaces de Stalin en la Resistencia (a la cual los comunistas no llegaron hasta que Hitler hubo invadido la Unión Soviética en 1941, antes de la cual, los Rojos colaboraban con los Camisas Cafés). Si elegían el primer camino, su efectividad habría de ser destruida en 1945. Si elegían el segundo, se habrían vuelto irrelevantes luego del Vaticano II y de las rebeliones de 1968.

No obstante lo cual, mientras el Imperio Soviético permaneció intacto, las elites de Occidente se vieron obligadas a darles por su lado a los "valores cristianos". Pero la caída del 'Imperio Maligno' de 1989 a 1991 eliminó la necesidad de seguir haciéndolo, y en menos de una generación, esas mismas elites comenzaron a impulsar rápida y furiosamente la transformación de sus sociedades en algo irreconocible, sobre las cuales tendrían un control completo. Al mismo tiempo, sin embargo, no solamente el año del bicentenario cumplido en 1989 llevó a un re-examen del supuesto triunfo de la libertad por parte de muchos, sino también vio el Funeral Imperial de Estado de su Graciosa Majestad la Emperatriz Zita, y el resurgimiento de la Europa Central. Con ésta última, también salieron de las sombras muchos partidarios del Antiguo Orden que habían sobrevivido al terror comunista.

Ahora, en 2021, las cosas lucen más bien desoladoras; la combinación de un horrible liderazgo tanto de la Iglesia como del Estado ante el Covid, las revueltas, y muchas otras locuras, así como el cada vez mayor discernimiento de que Occidente se halla en una era postdemocrática, lleva a muchos a la desesperación. Para otros, hay una gran tentación de lanzarse a profetizar, creyendo que éstos han de ser los Últimos Tiempos. Ahora, ciertamente, yo estaría feliz de ver la venida del Gran Emperador y, lo que es más, sería un gran placer que el Rey Arturo retornara, o lo hiciera cualquiera de los demás héroes durmientes que el folklore de varios países europeos nos asegura que habrán de volver cuando su pueblo más los necesite. Ciertamente, el Hijo del Hombre habrá de llegar como un ladrón en la noche, y ningún hombre sabe el día ni la hora. Éstos pueden ciertamente ser los últimos días, y los signos y portentos apropiados para ellos pudieran estar a la vuelta de la esquina — de la misma manera como los Milagros Eucarísticos nos recuerdan que la era de los milagros no ha cesado.

Pero lo más sabio es no descansar por anticipado en las profesías, sino hacer lo mejor que podamos aquí y ahora; si estamos cumpliendo con nuestro deber, habremos de encontrar los papeles apropiados que desempeñar si nuestros esfuerzos han de ser subsumidos en las luchas más grandes. Hay mucho que cada uno de nosotros puede hacer en el tiempo que Dios nos ha dado. Lo primero es lo que nos da la Fe — la práctica de las obras de misericordia corporales y espirituales; emplear devociones tales como la Adoración Eucarística, el Rosario, el Via Crucis, y otras semejantes. Podemos oír misas latinas o del Ordinariato Anglicano y las liturgias de los diversos Ritos Orientales — y apoyar al clero, las órdenes religiosas, y las parroquias que los promueven.

En el frente político. la reciente elección en los Estados Unidos, robada o no, no puede sino deprimirnos. Pero hay muchas cosas que podemos hacer a nivel local, una de las más importantes y, sin embargo, descuidadas por nosotros, es la defensa de nuestro legado local — y esto es mucho más importante de lo que normalmente pensamos. El sitio de Internet del pequeño pueblo francés de Sèvres-Anxaumont contiene una magnífica definición de la herencia local en general: 

"Cuando hablamos de legado, pensamos inmediatamente en el legado edificado, o sea en las iglesias, los castillos, las hermosas mansiones de años pasados. También incluimos generalmente lo que se llama el 'legado pequeño', específicamente las cruces, los monumentos funerarios, los lavaderos antiguos, las chozas si es que todavía las hay.

"Pero muchas cosas más constituyen el legado. Esto es el caso, en primer lugar, del paisaje geográfico y en particular el relieve, pero también los cauces de agua y el clima, porque estos elementos en gran medida condicionan el paisaje — que es modificado también por intervención humana,

"La flora es también parte de nuestro legado. Esta incluye tanto la que crece de manera espontánea, como las flores y las plantas que se cultivan en algún lugar particular. De manera que las pequeñas orquídeas locales merecen nuestra atención tanto como los grandes castaños que están en proceso de declinación. La fauna local es también parte de nuestro legado, sea la fauna silvestre que comprende desde los grandes animales de caza hasta los insectos del jardín, o los animales domesticados y sus razas criollas adaptadas a la tierra.

"La gente que nos precedió también debe llamar nuestra atención. Pueden ser personalidades que han influenciado la vida local o la nacional. Es igual de importante el conocer de las generaciones de gente modesta que han dejado su marca en el territorio. Su forma de vida, sus actividades profesionales, su mentalidad, han dejdo rastros duraderos. Por esto es que tenemos un interés en mirar hacia nuestra historia local en relación con la historia nacional. De modo que, pongámonos a conocer mejor todo lo que queda de la actividad agrícola y de la actividad industrial, así como del dialecto, que muchas veces revelan formas de pensar, leyendas y canciones populares, recetas de cocina.

"Percatándonos de todos estos elementos, entenderemos mejor de dónde venimos y quiénes somos, seremos más capaces de respetar y proteger este legado y, habiendo añadido nuestra propia contribución, podremos pasarla más fácilmente a las futuras generaciones."

Yo agregaría que este magnífico patrimonio del cual somos herederos y que por fuerza somos sus custodios, debe verse no meramente como reliquias de una gloria pasada, sino como los sillares para construir un mejor futuro — en nuestro barrio urbano o en nuestra aldea rural; en nuestra  provincia, estado o región; en nuestro país, En el Occidente Cristiano, desde San Francisco hasta Vladivistok (de aquí mi interés en el esquema de Rutas Culturales del Consejo de Europa); y por cierto, en el mundo en conjunto (que es por lo que hallo los programas de la Unesco y de la FAO del Mundo, de lo Intangible, de la Biósfera; y del Legado Agrícola, entre los pocos que vale la pena investigar.) Sea el folklore y la danza, la cascada local, las sociedades literarias, o los esfuerzos de sociedades nobles o hereditarias para conservar sus tradiciones, merecen el poco apoyo que podamos darles — y por qué resulta tan horroroso cuando los progresistas meten su nariz en estas cosas. Aun cuando no son tan importantes como nuestros esfuerzos religiosos, ciertamente los complementan y, a su manera, son más importantes que cualquier esfuerzo político meramente de partido. Haced algo de exploración, sea en línea o en la realidad — ¡esto por lo menos interrumpirá el tedio del Covid!

Pero más allá que esto — aun cuando extrañamente conectado a ello en sus países — en Europa y en otras partes todavía existen quienes se adhieren al Altar y al Trono de cada uno de ellos. Exploraremos cada uno haciendo una rápida crónica de las erupciones de la 'Fuerza Espantosa' [a que e refiere CS Lewis en 'La Abolición del Hombre' N. del T] que todos encaramos ahora, y más particularmente, algunos de los individuos y grupos que se oponen a ella. Después repasaremos la situación actual de esas gentes. Considérenlo como el diario de un viaje por la Contra-Revolución — y ¿quién quita? podremos acabar llegando de regreso a los Estados Unidos.


(Continuará)

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