jueves, 12 de septiembre de 2024

Socavado de la Iglesia IV

El Socavado de la Iglesia Católica


Por Mary Ball Martínez

Traducido del ingles por Roberto Hope

IV


LA REALIDAD EN LOS NOVENTAS


Los católicos de signo tradicionalista están inclinados a decir que, sin la intervención de Satanás, la revolución no habría podido tener lugar. Menos apocalípticamente podría decirse que, sin la intervención de un milagro, tenía que haber sucedido. Todas las cartas estaban cargadas en esa dirección. Existía el hecho estructural de una absoluta autoridad papal con su complemento necesario de obediencia incuestionable. Existía la desusada correlación de las vidas de cinco hombres que así ejercieron tal autoridad y, finalmente, existía el extendido aislamiento de los creyentes católicos de las sociedades en que vivían. Así, una vez que el socavamiento hubo sido decidido, su puesta en efecto resultó ser una tarea menos que hercúlea.


Dada la estructura jerárquica de la Iglesia Católica, el ejercicio de autoridad sin tropiezos, como en un ejército, es esencial. Para bien o para mal, es el Papa de Roma quien gobierna la Iglesia; por consiguiente, es sólo a través del papado como la doctrina o la práctica pueden ser cambiadas. A pesar del revuelo que se hace sobre ellos por periodistas ávidos de noticias, los teólogos permanecen al margen. Siguiendo un patrón establecido por los así llamados modernistas de la vuelta del siglo, el debate se desarrolla entre ellos en confortables reuniones académicas que se celebran año tras año. Si, como sucede cuando en cuando, una de sus cavilaciones toca algún nervio sensible en el Vaticano, la idea podrá llegar a verse filtrada del Papa hacia abajo, a los obispos, de ahí a sus párrocos, y de ahí a sus feligreses. Si el Papa no le presta interés, la teoría, en el mejor de los casos, hará la ronda en revistas de teología hasta que se desvanezca. El "humanismo integral" de Maritain dio la talla; el "punto omega" de Teilhard de Chardin no lo la dio.


Juan Pablo II puede estar experimentando muchedumbres cada vez menores, y crecientes protestas, pero dentro de la organización que él encabeza, su autoridad sigue intacta. Su mano controladora está en cada nombramiento episcopal, en  la designación de cada miembro de la Curia Romana, de cada cardenal, de los jefes de cada secretariado y de los de cada una de las principales órdenes religiosas, de los miembros de las comisiones teológicas, así como en el nombramiento de nuncios o delegados apostólicos para los más de cien puestos diplomáticos que hay alrededor del mundo. Su mano puede verse aun en las controversias en la medida en que sea una mano que se abstenga de censurar.


En términos del impacto sobre la Iglesia en conjunto, la facultad del Papa de elegir qué sacerdotes han de subir al rango de obispos es sin duda la más decisiva. Usando esa facultad de la manera como los papas recientes lo han hecho, dicho poder puede garantizar el apoyo de las decisiones papales a lo largo de toda la red administrativa de la Iglesia.


Se ha dicho que la moderna designación de obispos daría crédito a una sociedad secreta. El primer impulso invariablemente nace del interés que un obispo en turno toma en algún sacerdote de su diócesis. El prelado pasa un período sometido a la discreta observación  de sus actitudes, tendencias y preferencias por parte del obispo, antes de que éste haga un sondeo entre el clero y la feligresía de su diócesis, esperando así corroborar su juicio inicial. En una iglesia cambiante, es de suponerse que ha tenido lugar un cambio de criterio para evaluar la idoneidad de los candidatos al episcopado.


La capacidad administrativa, anteriormente una consideración primaria, ha cedido prioridad al entusiasmo del prelado para hacer cambios y a su voluntad de cumplir las decisiones de otros. Un sacerdote joven con dotes intelectuales sobresalientes y con una tendencia a aprovecharlas, puede llegar a encontrar espacio en una revista jesuita, pero sus posibilidades de ascender al episcopado son virtualmente nulas.


El Papa comienza a tomar parte en el proceso de selección tan pronto como el expediente episcopal es puesto en manos de su enviado, el nuncio o delegado apostólico asignado al país en cuestión. Figura reconocidamente elegante en recepciones diplomáticas en todo el mundo, el nuncio es un personaje casi desconocido para el católico promedio, que se asombraría de saber qué tan profundamente puede el papel clave de este hombre afectar su propia vida religiosa.


Al recibir el informe del obispo local concerniente a uno o más candidatos, es el nuncio quien lleva a cabo la segunda fase de la investigación acudiendo a fuentes cuidadosamente cultivadas, siempre en una atmósfera de secreto, con el fin de finalmente presentar al Vaticano una breve lista de candidatos seleccionados, agregando sus propias recomendaciones. En última instancia, es el Papa el que decide quién habrá de ser elevado al episcopado, con base en la información que recibe.


El peso del papel del nuncio en la formación del cuerpo gobernante papal es citado por Clifford Langley, corresponsal del Times de Londres, "Bruno Heim, el enviado del Vaticano puede ser reconocido como quien llevó a efecto, en el corto período entre 1973 y 1985, una profunda revolución dentro de la Iglesia Católica de la Gran Bretaña". Los lectores recordarán otro cambio profundo que el prelado suizo ayudó a llevar a efecto. Como secretario privado del Nuncio Angelo Roncaili en París, en 1944, participó reciclando la ideología de que cien obispos franceses acusados por el General de Gaulle habían colaborado con los alemanes durante la ocupación. En los Estados Unidos, todo sacerdote que haya sido elevado al episcopado entre los años de 1933 y 1958 debe su mitra al hecho de haber sido aprobado por Monseñor Amleto Cicognani, el diplomático de mente progresista a quien Pío XII le había confiado la tarea delicada de "reinterpretar" la encíclica anti-marxista Divini Redemptoris a fin de que los católicos estadounidenses de 1940, todavía turbados por los reportajes sobre las atrocidades comunistas en la Guerra Civil Española, pudieran ser persuadidos de que su país entrara a la guerra al lado de la Unión Soviética,


Veinte años más tarde, a Cicognani, para entonces secretario de Estado bajo Juan XXIII, un periodista italiano le preguntó lo que pensaba del Segundo Concilio Vaticano, que apenas estaba en curso en esos días. El  octogenario Secretario exclamó. "Grandes cosas están ocurriendo."


Aun cuando, gracias a un sistema de selección a prueba de tontos, los obispos se han convertido en un coro sumiso de aprobación de toda iniciativa papal, el cargo tenía el propósito de ser uno con gran autoridad individual. Antes significaba "la plenitud del poder sacerdotal", frase que en el nuevo rito de consagración de obispos ha sido suprimida.


El mismo Papa es un obispo. el Obispo de Roma. Plenitud de poder es, por supuesto, lo último que la nueva Iglesia fomenta, a menos de que se trate de la plenitud del poder papal. Un obispo que se salga fuera de línea, como lo evidenció Marcel Lefebvre, puede ser un serio obstáculo en el curso del cambio. Pío XII previó este problema a mediados de los años 1930s cuando, siendo todavía Secretario de Estado, comenzó a experimentar agrupando a obispos en asambleas nacionales. Trabajó primero con los alemanes. Durante toda la década de los 1940s,  los planes de lo que llegó a conocerse como "conferencias episcopales" siguieron adelante, de manera que en la época presente, virtualmente todo país donde haya obispos tiene su "club" y, en ciertas regiones geográficas extensas, hay super-conferencias como la CELAM de la América Latina.


Cuando el alto miembro de la Curia, Cardenal Joseph Ratzinger, concedió una sorpresiva entrevista a un periodista italiano en agosto de 1984, no hubo parte más fuerte en su severo comentario sobre lo que llamó  "la crisis de la Iglesia", que lo que dijo del sistema de conferencias episcopales. Calificándolo de "privado de toda base teológica" pasó a decir que "despoja al obispo individual de la autoridad que le es propia. Un estudioso del fenómeno del socavamiento sólo puede suponer que eso es precisamente lo que se tenía el propósito de producir.


En tiempos pasados, un obispo era responsable solamente ante el Papa y podía contar con la capacidad de presentar sus problemas y peticiones directamente a la Santa Sede. Ahora, bajo el sistema de conferencias, cada una de las iniciativas de un obispo debe someterse a la consideración de sus colegas obispos, y el destino de ellas dependerá de que se les dé o no se les dé aprobación mediante voto. 


"Esta estructura burocrática", dice Ratzinger, "es esencialmente una estructura impersonal, ya que los miembros de la conferencia se abren camino a través de interminables esquemas preparatorios hasta que finalmente llegan a una decisión mermada. De esta manera el magisterio se queda paralizado al hacerse dependiente de un laberinto de organizadores fácil de ser infiltrado e influenciado. El magisterio a través de asambleas puede ser manipulado para insinuar duda sobre cualquier problema de la fe."


El Prefecto dice que, en muchas conferencias, las omnipresentes presiones del "espíritu de grupo" hacen a los obispos reacios a alterar la paz, y " la resultante actitud de conformismo induce a la mayoría a moverse con pasividad en la dirección que determine una minoría resuelta."


A fines de los años 1940s, cumpliendo órdenes de Pío XII, Marcel Lefebvre, en ese entonces Obispo de Dakar. y delegado apostólico en África, viajaba de casaca y sombrero Sarakov, desde el Congo hasta Madagascar, desde el Camerún hasta el África Occidental Francesa, para organizar conferencias episcopales. Años más tarde, se daría cuenta de cuánto daño esta fase de su labor había hecho al África francófona. Como Ratzinger, se refiere a cómo el "magisterio de asamblea" le está quitando autoridad real al obispo. "Lo hace prisionero de la colegialidad. En teoría, un obispo puede en algunos casos actuar contra el voto del grupo, pero esto resulta imposible en la práctica ya que, tan pronto como termina una sesión, la mayoría de las decisiones se publican y hacen circular entre los sacerdotes y los fieles. Oponiéndose a las decisiones, un obispo disidente invoca contra sí la autoridad de la asamblea":


En cuanto a la "minoría resuelta" a la que se refiere el Cardenal, éstos son los obispos elegidos para presidir cada una de las conferencias y que, con otro prelado del mismo país, se reúnen en Roma cada dos años para tomar parte en lo que se ha amado Sínodo Mundial de Obispos. Durante el lapso de un mes, sus diarias deliberaciones son seguidas por cientos de miembros de la prensa internacional, quienes tienden a observar que hubieran podido reportar todo sin siquiera tener que alejarse de sus propias sedes. Después de la reunión de 1971, la revista Time ya estaba quejándose, "estos sínodos revelan con demasiado abundante claridad el alto costo de la carencia de poder de los obispos. El mundo ha comenzado a bostezar. Para este mundo que espera, la inmovilidad de la jerarquía es inexplicable."


Inexplicable quizás para la revista Time, pero no para quien estudia la subversión en la Iglesia. Para la autoridad absoluta del Papa, la importancia del tipo de inmovilidad que hace bostezar a la prensa, puede medirse a través de un curioso conjunto de estadísticas. Al primer Concilio Vaticano asistieron unos 550 obispos, casi el total mundial en 1870. Cuando el número de católicos aumentó durante los siguientes noventa años, especialmente en el África, este aumento no fue, ni de cerca, de un cien por ciento y, en cambio, el número de obispos aumentó casi quinientos por ciento, de modo que alrededor de 2500 prelados estaban disponibles para el Segundo Concilio Vaticano. En el cuarto de siglo desde ese acontecimiento, el número de católicos practicantes se ha reducido a la mitad en tanto que el número de obispos, más de 4,000, prácticamente se ha duplicado.


A fin de mantener alineado a tan grande grupo de hombres, por más cuidadosamente que hubieran sido seleccionados y no obstante cuan conformistas pudieran ser por naturaleza, a principios de los años 1970s se tomaron medidas desusadas. No fuera a ser que los progresivos cambios fueran a amilanar hasta a los más confiables de ellos, hombres maduros portadores de cruz pectoral, anillo, mitra y báculo fueron enviados de vuelta a la escuela. Obispos de todas partes del mundo fueron presionados a pasar un mes en Roma durante el verano, para ser sometidos a cursos intensivos de actualización teológica. Casi cien obispos estadounidenses podían hallarse cada año asistiendo a clases en el Colegio Norteamericano bajo la guía del vanguardista crítico bíblico, Raymond Brown, y del dirigente de los Carismáticos angloparlantes de Roma, Francis Sullivan, S.J.


Sólo muy ocasionalmente, el ejercicio sosegado de lo que se llama colegialidad episcopal se topa con un problema. En El Salvador en 1980., Monseñor Riva y Damas, solo entre los tumultuosos cuatro obispos de ese pequeño país, asistió al funeral del obispo asesinado Oscar Romero. Para los demás, la abierta dedicación de Romero al marxismo, les parecía incompatible con su cargo. Con una elección de la conferencia de obispos a la vista. El Papa Juan Pablo II previno la segura elección de un obispo conservador, designando a Riva y Damas como su Delegado Apostólico dándole de esa manera precedencia sobre los demás.


El año anterior, el mismo Papa había intervenido en un tipo opuesto de problema episcopal. Monseñor Johannes Gijsen de Roemond, el más joven de los nueve obispos de Holanda, se había vuelto impaciente con la proliferación en su diócesis después del concilio de lo que él consideraba organizaciones de laicos que le hacían perder el tiempo, Además de la usual docena de asociaciones parroquiales que prevalece en la mayoría de los países, los holandeses habían salido con tres o cuatro más de su propia creación. Habiendo persuadido a estás últimas desbandarse localmente, el obispo Gijsen se puso a trabajar en un problema más importante. Se había decidido en la conferencia episcopal que, debido a la consternante caída de inscripción en seminarios, todos los seminarios del país habrían de ser cerrados, dejando al puñado de candidatos al sacerdocio en libertad de asistir universidades laicas "con la ventaja adicional," se insinuó, "de que su perspectiva se ampliaría,"


Consternado, Monseñor Gijsen tomó una medida dramática. Estableció un pequeño seminario propio en Roermond. El Papa Juan Pablo tomó acción inmediata. llamando a los nueve miembros de la jerarquía holandesa a Roma, los sometió a diecisiete días deliberaciones a puerta cerrada bajo la tutela de los peritos más avanzados de la Universidad de Lovaina, asistiendo él mismo en cada una de las sesiones, aun interviniendo varias veces.


Las noticias del Sínodo holandés ordenado por el Vaticano había causado excitación esperanzadora en círculos conservadores en muchos países. Por fin el Santo Padre algo iba a hacer con respecto a esos obispos radicales holandeses. La izquierda estaba preocupada y como consecuencia, reporteros y escritores religiosos de todo el mundo se volcaron en Roma sólo para verse confrontados con un ejercicio de censura que era una auténtica tortura. Aun cuando a intervalos regulares se emitían boletines de noticias por la Oficina de Prensa del Vaticano, no contenían nombre alguno Leer que esto o aquello se había dicho sin enterarse de quién lo dijo hizo que toda la operación perdiera sentido .Así fue que los preocupados progresistas y los esperanzados conservadores volvieron de Roma con nada más que con lo que habían venido, a saber, la suposición de que el Papa había llamado a la jerarquía holandesa al Vaticano para reprocharles su radicalismo.


Exactamente lo opuesto fue lo que ocurrió, Los diecisiete días acabaron con el joven Obispo Gijsen enteramente aplastado en tanto que los otros ocho obispos de Holanda junto con el Papa Juan Pablo, en un documento final declararon que, felizmente habían alcanzado plena communio. Roma había hablado. El asunto, junto con el seminario de Gijsen quedó cerrado.


Anatema


Fue en el agradable pueblo montañés de Bresanona (Brixen en aleman) recibido como botín de guerra con el resto del Tirol Meridional por los italianos en 1919, donde el Prefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, el Cardenal Joseph Ratzinger, estaba pasando sus vacaciones de verano en 1984 en el amplio y ahora casi vacío monasterio barroco cuando, en una asombrosa violación de la reserva curial y en una reversa de proceder del Santo Oficio de 180°, concedió una entrevista a Vittorio Messori, periodista basado en Milán. No fue una entrevista ordinaria. Durante seis horas al día por un período de tres días el amable bávaro con la fotogénica mata de pelo blanco respondió a preguntas, un Gran Inquisidor a la inversa.


El Concilio Vaticano Segundo había llegado a su clausura veinte años antes y el Cardenal estaba dispuesto a admitir ante su interrogador que en el ínter la Iglesia había alcanzado un estado de crisis. ¿Tenía él, en su alto cargo en el Vaticano, preguntó Messori, la intención de hacer algo ante eso? Ratzinger sonrió, "Usted sabe que en nuestro así amado ex-Santo Oficio, somos solamente diez, por supuesto demasiado pocos para embarcarnos en un golpe de estado. Aun si lo quisiéramos difícilmente podríamos establecer una dictadura"


¿Y qué si no estuviera consternado? Lo que salió de las largas sesiones en Bresanona fue una especie de lamentación por la agonía de la Iglesia- como- institución- De principio a fin, el aspecto fue uno de duelo. El Cardenal llegó a usar la dramática descripción de Pablo VI, de "autodestrucción".


A diferencia del Papa Pablo, quien había llegado a señalar que una especie de fuerza oculta estaba socavando la Iglesia, Ratzinger fue más práctico. La culpa, dijo, recae sobre aquéllos de quienes sucesivamente se refirió como "ciertos teólogos", "algunos intelectuales" y "más de un perito". Nombres no dio. 


El periodista sabía perfectamente bien que Joseph Ratzinger, a los 33 años, había sido él mismo uno de los jóvenes teólogos más prominentes del Segundo Concilio Vaticano. Su tarea había sido alinear con el nuevo pensamiento al Cardenal Frings de Colonia, de setenta y siete años de edad. Inculcándole las especulaciones de su maestro Karl Rahner, a su vez discípulo del existencialista austriaco Martin Heidegger, el joven sacerdote fue capaz de hacer del anciano cardenal un dirigente de la compañía ultra progresista de Padres Conciliares conocida como "Grupo del Rhin".


En 1964, cuando la muerte del Papa Juan causó un intervalo de varios meses entre sesiones del Concilio, el Padre Ratzinger, junto con otros teólogos de vanguardia se tomo un tiempo para crear la revista radical Consilium, Sabiendo de todo esto, Messori no pudo resistir preguntarle: "Eminencia, ahora, viendo atrás hacia Consilium ¿lo considera usted un pecado de juventud?" "Por el contrario." vino la afable respuesta "Desde un principio yo insistía en que Consilium se mantuviera dentro de los límites del Concilio, nunca adelantándose a él." Cierto, cuando la revista escandalosamente avanzó más allá llegando a proponer, entre otras cosas, que el Papa viajara en tren subterráneo como todos los demás, el P, Ratzinger se separó para, en compañía de los teólogos radicales Rahner, Congar y Von Balthasar una revista ligeramente más sosegada que llamaron Communio.


Tocando la médula de la crisis presente, el Cardenal fue sorpresivamente franco: "Los católicos han perdido su convicción de que hay una sola verdad y que esa verdad es definible de una manera precisa." Expresó su pesar de que esta pérdida de convicción habría de reflejarse contundentemente [y adversamente] en la propagación del Evangelio de Jesucristo. En cierto punto de la conversación, él llegó a vaticinar un colapso en todo el esfuerzo misionero de la Iglesia. "Algunos teólogos están haciendo énfasis en el valor de las demás religiones no como una vía extraordinaria sino ordinaria a la salvación, de manera que nuestros misioneros dicen "¿Por qué habremos de perturbar a los no cristianos, persuadiéndolos a aceptar el bautismo y la fe en Cristo, viendo que su propia religión constituye una vía adecuada para su salvación en su cultura y en su parte del mundo?"


¿Algunos teólogos? Hombres tan audaces como Josef Ratzinger quien escribió, "Para las conciencias modernas, la certidumbre de que la misericordia divina trasciende a la Iglesia legalmente constituida, hace más cuestionable una Iglesia que por milenio y medio no solamente sostuvo su propia aseveración de ser el único medio de salvación sino que elevó esa idea a constituir un elemento esencial de la forma cómo ea se concibe, una parte de su propia fe"


No obstante cuan cuestionable tal aseveración haya podido ser para Ratzinger, puede uno preguntarse si una fe con un aserto de menor alcance podría haberse extendido de Palestina a Roma y después por todo el mundo occidental. Cómo, por cierto, pudo el Islam haberse extendido por toda el África septentrional, España y el Medio Oriente sin la particular afirmación del Corán de salvación con sus amenazantes líneas "aquéllos que insistan en que Alá es uno de tres tratará de salir del infierno pero su castigo será perdurable,"? Si loa Judíos hubieran perdido su convicción de que ellos son el "pueblo elegido" por Dios ¿habría el judaísmo durado hasta nuestros días? A la luz del presente caos, Messori se pregunta qué salió mal, ¿Fue el principio de los años 1960s momento apropiado para convocar a un concilio?


"Ah ¡sí lo era! Justo en esa época había un gran anhelo." ¿Anhelo? Sin duda que lo que había era un gran afán por parte de los jóvenes sacerdotes intelectuales que frecuentaban las oficinas de la Señorita Goldie en Piazza San Calisto, de probar su recién adquirido conocimiento teológico. Sin embargo, no se yerra al decir que, lo último que el clero ordinario, los religiosos masculinos y femeninos y los hombres y mujeres de las parroquias anhelaban en esta vida, era una redefinición inducida por una elite, que habría de echar por tierra todos los dogmas que habían aprendido de su fe. Uno puede aun conjeturar que, si muchos de ellos hubieran sabido lo que estaba ocurriendo en las oficinas de la Señorita Goldie, habrían organizado una marcha de protesta en el sitio.


El anhelo para el católico promedio en los años 1960s se centraba en la certidumbre, en el constante apoyo y protección que la antigua y sólida institución era capaz de proporcionar con todos sus amados adornos en la difícil tarea de creer. En esa época, multitud de conversos seguían llegando y una de ellos, la novelista británica Muriel Spark, cuando unos reporteros le preguntaron por qué había abandonado el judaísmo en favor del catolicismo, contesta rápidamente. "¡Por la certidumbre! Uno debe tener certidumbre.


En esa época, pocos de los fieles habían oído de los experimentos litúrgicos que se estaban llevando a cabo en varios centros europeos, sin embargo, habían empezado a experimentar recelo. Había comenzado la nunca explicada relajación de las normas de ayuno y abstinencia, los cambios en la liturgia aun cuando eran todavía menores. junto con la circunstancia de que sus hijos dejaron de requerir su ayuda para memorizar las respuestas a preguntas del catecismo. De hecho, el catecismo había desaparecido y con su desaparición los niños se habían vuelto muy inseguros acerca de lo que de su religión se trataba. 


Había sido el Papa Juan quien admitió al P. Ratzinger en el círculo íntimo del Segundo Concilio Vaticano; el Papa Pablo quien lo asignó a la exclusiva y abiertamente radical Comisión Teológica Pontificia, y el Papa Juan Pablo II quien lo hizo cardenal y lo trajo a la Curia, No puede haber duda de que era un hombre del papado, dedicado a la revolución papal. ¿Cómo entonces pudo esta entrevista, que circuló en forma de libro en media docena de traducciones, haber tenido lugar?


Desde este punto en el tiempo, la respuesta luce obvia. Veinte años después del Concilio una dolencia general había ciertamente alcanzado proporciones de crisis. Era natural que el Papa y sus mayores asesores percibían una urgencia de clarificar la atmósfera. Para hacerlo cayeron en una estratagema por largo tiempo considerada por los políticos experimentados, la de provocar a la oposición a que se declarara.  Consecuentemente, el provocador gesto habría de venir del nivel más alto. Nada menos que un personaje como el Prefecto para la Doctrina de la Fe es quien daría voz a la protesta de los fieles, aun cuando eso significara romper con milenios de reserva curial. Después de todo, los archivos vaticanos habían sido abiertos en defensa de Pío XII. ¿Qué precedente había sido más audaz que ése? Las quejas deben surgir para ser examinadas de manera crítica, tratadas con dignidad y lamentadas. Conforme surge la inevitable cuestión de culpabilidad, debe tratarse con la máxima cautela. Ningún nombre debía mencionarse y menos el nombre de un Papa. Debe admitirse la culpa pero debe atribuirse a teólogos anónimos, ya olvidados o ya fallecidos.


El Reporte Ratzinger, como acabó siendo intitulada la obra de Messori, provocó tanto temor entre los progresistas como esperanza entre los conservadores, y la excitación estaba corriendo muy alto cuando el Papa Juan Pablo convocó a lo que él llamó  un Sínodo Extraordinario en Roma a finales de 1985-


La excitación era una justa medida de la ignorancia que prevalecía entre católicos y no católicos por igual acerca de aquello en que consisten las líneas de poder en la Iglesia. No debía haberse requerido un mes de sosas sesiones sinodales para demostrar que los obispos que habían venido a Roma no sólo habían sido seleccionados cuidadosamente, y celosamente amaestrados como hombres sumisos al papado, sino que eran la crema y nata de esos hombres. El Prefecto Ratzinger los había amado la "minoría resuelta", aquéllos que consiguen ser elegidos para asumir la presidencia de cada una de las aproximadamente doscientas conferencias episcopales del mundo. El resultado fue un ¡hurra! de dos meses de duración por el Vaticano II. El Primado irlandés, O'Flaich, llamó el Segundo Concilio Vaticano "por la gracia de Dios el acontecimiento más importante del siglo"", en tanto que el yugoslavo Cardenal Kouaric proclamó sin sonrojo que fue un "buen árbol que da buen fruto". Con la afirmación unánime del episcopado representado del mundo entero la cuestión del disenso se dio por cerrada. Había sido ventilada, se le había dado una honesta oportunidad de ser escuchada, había sido puesta en su sitio y archivada, Nada mas había que decirse.


Si, con toda justicia para el Cardenal Ratzinger, uno quisiera suponer que su concepción de relaciones interreligiosas realmente ha sufrido un cambio en años recientes, uno bien podría preguntarse lo que pensaba del Día de la Paz del Papa Juan Pablo en Asís. La mañana del 27 de  octubre de 1986 llegó fría con tempestuosa aguanieve. Salvo por la ocasional ama de casa de camino al mercado y los tres autobuses de estudiantes de secundaria acarreados pare el evento, desde los pueblos cercanos a la ciudad montañesa de donde era San Francisco, las caes estaban desiertas.. La oficina de prensa del Vaticano esperaba una horda de periodistas como si fuera para una reunión cimera de Reagan con Gorbachov, extendió pases para los varios eventos sobre una base de fondo. Los relativamente pocos reporteros que acudieron prefirieron, sin embargo, mantenerse calientes dentro de la Cittadella, ese complejo de edificios, salas de conferencias y planta de publicaciones comenzada por Pío XII wn 1939 como una especie de cuartel general para dirigir un cambio. Estudios tales como loa invención de una nueva misa por  Annibale Bugnini se habían llevado a cabo aquí en preparación para la Conferencia Litúrgica de Asís en 1956.

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Loa periodistas que asistían al Día de la Paz de 1986 fueron agasajados con exhibiciones de los más recientes esfuerzos editoriales de la Cittadella, libro tras libro escrito por "teólogos de la Liberación", de Leonardo Boff a Gustavo Gutiérrez. La escasez de periodistas pudo haber consternado a los organizadores, mas no la falta de espectadores. Los laicos no habían sido invitados. Planificado como un espectacular para la televisión más que para un evento público, la producción dio crédito al profesionalismo del anteriormente hombre del teatro que se había preparado para su Día mediante una serie extenuante de ensayos generales. Había tenido lugar su cálido homenaje a Martín Lutero en Alemania, en Marruecos, su disculpa ante el Islam por la Reconquista Católica de España, En Roma, el Papa había leído los Salmos de David en voz alta ante el Rabino en Jefe de la Gran Sinagoga, pasando a participar en los ritos de la Gran Selva en el Tongo y a someter la frente papal a que sacerdotisas hindúes le pusieran marcas rituales en la India.


Como producción teatral, puede decirse que Asís tuvo un resonante. éxito. Al giro del selector de canales en el televisor uno podía haber pensado que estaba viendo el acto final de la Aída de Verdi con grandes arcos obscuros en la Basílica de San Francisco que hacía de telón de fondo a la nívea blancura de la vestimenta de la estrella, un hombre que se hacía llamar "Santo Padre" o "Vicario de Cristo en la Tierra" a la cabeza de un círculo de supernumerarios espléndidamente vestidos, que iban de budistas cuya creencia en Dios es optativa a musulmanes y budistas cuyo Dios no tiene hijo alguno, a sintoístas cuyo Dios es jefe de estado, hasta animistas cuyos dioses son serpientes.


Hasta el siempre ecuánime Times de Nueva York quedó atónito cuando el "Dios-Rey", el Dalai Lama, convirtió a su culto el altar de la iglesia de San Pedro en Asís al colocar una estatuilla de Buda encima del sagrario y poniendo a su alrededor incensarios y rollos de pinturas chinas. El fundamentalista protestante Carl McIntyre llamó el Día de la Paz del Papa "la mayor abominación en la historia de la Iglesia". Para el Arzobispo Marcel Lefebvre fue "el insulto culminante a Nuestro Señor".


Tales expresiones de indignación son comprensibles sólo si uno puede recordar el profundo sentido de lo sagrado que prevalecía en los templos católicos antes de que la Iglesia fuera socavada; de antaño, toda iglesia y capilla tenía como centro un Sanctum Sanctorum, el sagrario, una caja forrada interiormente con seda, muchas veces dorada por fuera, colocada al centro del altar principal, Ahí adentro, se guardaban bajo aves, en hermosamente labrados cálices, muchos de ellos con joyas incrustadas, las hostias consagradas que quedaban después de la misa, Debe recordarse que, para los católicos creyentes, las hostias consagradas son nada menos que el cuerpo y la sangre de Jesucristo.


La Presencia Real de Cristo en el sagrario de un altar era señalado con una vela de santuario colgada cerca que emitía una débil luz roja. Era esta Presencia la que causaba a hombres y mujeres hacer una genuflexión antes de pasar a las bancas, que requerían de reclinatorios entre banca y banca. Era por esta Presencia que quienes iban a comulgar ayunaran desde la medianoche anterior a la misa en la que iban a recibir la sagrada hostia  Los católicos que eran niños en los años 1940s y 1950s podrán recordar que tenían que cepillarse los dientes antes de medianoche si iban a comulgar el día siguiente no fuera que accidentalmente, al hacerlo, se tragaran algo del agua. Después, en 1953, Pío XII decidió que bastaban tres horas de ayuno antes de comulgar. Cuatro años más tarde se le ocurrió que con una hora bastaría. Sin embargo, fue superado por su antiguo asistente que habría de llegar a ser Pablo VI, quien redujo el tiempo de ayuno a la ridiculez de quince minutos


Era la Real Presencia en el sagrario lo que explicaba el silencio y la aparición ocasional en una iglesia a media luz, a cualquier hora del día, de gente arrodillada rezando, Esa gente estaba "haciendo una visita", viniendo de la cae para unos minutos de meditación en presencia de Dios  A todos ellos les traía calma, a algunos el sabor, por ligero que fuera, de lo que los místicos conocen


Las "visitas al Santísimo Sacramento" eran devociones privadas, pero. en la nueva Iglesia colectivista inmersa en communio, se desalienta la devoción privada. Ya en 1943, en su encíclica Mystici Corporis, Pío XII trató negativamente la cuestión de las devociones privadas, mientras que para los teólogos de avanzada la vista de una persona rezando sola se hizo ciertamente repugnante. El Padre Ratzinger fue uno de ellos. 


En su obra Die Sacramentale Begründung Christliche Existenz  (El Fundamento Sacramental de la Existencia Católica) explica: "La devoción Eucarística como se observa en la visita silenciosa de los devotos no debe entenderse como una conversación con Dios. Esto supondría que Dios está ahí localmente presente y de manera confinada. El justificar esa aseveración muestra una falta de comprensión de los misterios cristológicos del propio concepto de Dios. Esto le repugna al pensamiento serio del hombre que sabe de la omnipresencia de Dios. Ir a la iglesia sobre la base de que uno puede visitar a Dios que está ahí presente es un acto sin sentido que el hombre moderno justificadamente rechaza-


En esto, Ratzinger golpea resonantemente la mera esencia de la Iglesia Católica, a su Santo de los Santos, a la Presencia en el sagrario que a lo largo de los siglos ha puesto a la Iglesia aparte, no sólo de todas las iglesias no cristianas, sino de las alrededor de siete mil sectas que se hacen llamar  cristianas.


Die Sacramentale Begründung está a la venta hoy en día en librerías de Alemania. Sus tesis jamás han sido ya sea rechazadas o censuradas; sin embargo, aun cuando han sido desdeñadas por largo tiempo al grado de estar virtualmente olvidadas, tampoco los Decretos del Concilio de Trento han sido abrogados y el Canon Cuatro, escrito a mediados del siglo dieciséis para refutar los ataques de Martín Lutero y de Juan Calvino, dice lo siguiente: "Si cualquiera dice que después de haberse concluido la consagración, el cuerpo y la sangre de Nuestro Señor Jesucristo no están en el el sacramento de la Eucaristía ... y en las hostias consagradas o partículas que se reservan (en el sagrario) el verdadero cuerpo y sangre de Nuestro Señor no permanecen, que sea anatema." Anatema, palabra griega que significa simplemente "aquello que se pone aparte" Un anatema dirigido al Santo Oficio cierra el círculo de la. revolución Vaticana. 


Diáspora


Como la mayoría de los judíos, todos los católicos del mundo  viven en condición de diáspora. A diferencia de los judíos, que pueden, si por eo se inclinan, establecer su residencia en Israel. los católicos carecen de una patria católica. Ni uno solo entre los cientos de países en que pudieran vivir puede amarse católico,


Hace un siglo, el inglés Cardenal Manning explicó lo que eso significa. "Durante trescientos años los fieles han vivido en contacto con la civilización corrupta de los antiguos así amados países católicos y con la civilización anti católica de países en abierto cisma. Las tendencias intelectuales de aquéllos han estado alejándose persistentemente de la unidad de la fe. Con la fe perdiéndose el instinto católico se ha vuelto débil y las mentes de los católicos han quedado muy afectadas por el ambiente en que viven.


El Cardenal Manning ubica el inicio de la dolencia en la fragmentación de la Cristiandad medieval cuando, en palabras de Milan Kundera, "Dios lentamente se fue alejando del asiento desde donde había estado controlando el universo y su orden de valores, mostrando la distinción entre el bien y el mal y dando sentido a cada cosa." En Quas Primas Pío Xi observó cómo varios siglos de negarle a la Iglesia el derecho de hacer leyes había llevado al rebajamiento del catolicismo al nivel de las falsas religiones" y citó la posterior dominación de los estados laicos en los cuales la religión ha llegado a ser tolerada en mayor o menor grado a capricho de los gobernantes.


Fue con la Revolución Francesa de hace doscientos años que el catolicismo, aun en países democráticos, quedó sujeto a mera tolerancia. Con excepción de los Estados Pontificios en la Italia central y la gran extensión del Imperio de Habsburgo en la Europa Central, la mayor parte de los países donde vivían católicos estaban llenos de tensión durante todo el siglo diecinueve. En ninguna parte fue esta fricción más grande que en los dos países tratados extensamente en este estudio, Francia y México. Gobiernos que cambiaban rápidamente, jactándose de una dedicación a la "libertad, igualdad y fraternidad" fue hecha una cuestión de incertidumbre si los conventos, monasterios, seminarios y aun iglesias permanecerían abiertas o se convertirían en oficinas de correos, o barracas. En ambos países el principio de separación de Iglesia y Estado de la Revolución privó a poblaciones casi completas de los dos países de toda clase de influencia como católicos.


Achille Ratti, como Pío XI, fue el último en expresar su oposición a dicha separación. Su Quas Primas hizo eco a aquella todavía más fuerte oposición de Pío X. "Es una tesis absolutamente falsa y una extremadamente peligrosa el pensar que la Iglesia y el Estado debieran permanecer separados. Esa tesis es una evidente negación del orden sobrenatural,"


En tiempos recientes el autoritarismo de izquierda ha sido no menos ansioso de rechazar el principio de la separación que lo es la ortodoxia de la derecha. Luego de la visita del Arzobispo Casaroli a Checoslovaquia en 1975 el diario Pravda de Bratislava publicaba una editorial, "Un estado socialista no puede contentarse con simplemente conceder libertad de culto a quienes profesen una fe religiosa, ni simplemente conceder libertad de expresión a quienes sean ateos. Tiene el deber de formar las conciencias de la gente a fin de traerla en armonía con el socialismo para que así pueda percibir el mundo y a ella misma en el mundo como plenos y activos participantes en el gran emprendimiento histórico que constituye la formación de la sociedad comunista."


Detrás de las luchas a principios del siglo, veinte tanto de l'Action Francaise como de los Cristeros había estado un intento de restaurar para los fieles la protección de un estado católico, ¿Por qué, sus dirigentes razonaban, en países de mayorías abrumadoramente católicas no ha ser católico el estado?" Evidentemente porque la única cosa que la Revolución no puede tolerar es un estado católico. El hecho de que los detentadores del poder dentro del Vaticano en la época de las crisis francesa y mexicana demostraron que no podían tolerar una es indicativo de cuál era la postura de los secretarios Gasparri y Pacelli. Al ponerse del lado del Premier Poincaré primero y del Presidente Caes después, no dejó duda de dónde estaban sus intereses. 


Los movimientos, tanto el francés como el mexicano, habían emergido de décadas de frustración engendrada por gobiernos anticlericales, realmente anticatólicos. Sin ese largo y exasperante período de adversidad es de dudarse que ni los franceses ni los mexicanos hubieran podido hallar la fuerza para defender su fe cuando la dirigencia surgió, Por otro lado, es posible que Francia y probable que México hubieran recobrado su identidad católica de no ser que Roma haya detenido ambos movimientos


Para los años 1920s, los creyentes de ambas naciones habían llegado al ver en el anticlericalismo un enemigo habitual . Habían aprendido a manejarlo de tal modo que, pare mediados de la década en Francia, la esperanza de éxito había aumentado marcadamente y, para finales de la década en México la victoria se veía venir. Luego, sin previo aviso, el escenario en ambos países de pronto había sido volteado de cabeza. Todo al mismo tiempo, no fueron los viejos gobiernos masónicos los que presentaban oposición a esos movimientos, sino Roma, el Vaticano, el propio Santo Papa intervino para neutralizarlos  Dispuestos a morir por Roma, por el Santo Padre (y miles de mexicanos ya habían dado su vida) todo lo que obtuvieron con su esfuerzo fue una sonora cachetada pontificia.


Había sido la Quas Primas de Pío XI con su mandamiento de establecer una festividad en honor de "Cristo Rey", lo que había dado a los rebeldes mexicanos su grito de batalla, "¡Viva Cristo Rey!" Esa encíclica les había dicho que era la pusilanimidad de la gente buena renuente a ponerse en conflicto" lo que hacía que los enemigos de la Iglesia todavía más atrevidos y pedía a los fieles que "Lucharan valerosamente bajo la bandera de Cristo Rey". Estudiantes universitarios mexicanos devoraban cada palabra del mensaje papal a fin de pasarlo a los campesinos en el campo de batalla y para 1928 varias veintenas de los jóvenes más prometedores se habían enfrentado a pelotones de fusilamiento, mientras que muchos más habrían de morir de las balas de tiradores emboscados una vez que la orden del Vaticano abandonar las armas fue obedecida. Con tal orden algo se resquebrajó en las mentes de los más fieles de los fieles. Como lo explicó en Roma el Obispo González Valencia al nuevo secretario de Estado, Eugenio Pacelli, "Perdida para siempre está la estima tradicional que el mexicano siempre había tenido hacia su obispo. Veo y puedo decirle con gran tristeza que el gran estremecimiento de este escándalo, con la obvia complicidad por parte del vaticano le paga a la misma Santa Sede y es tan grave que uno puede predecir una gran pérdida de fe."


Mientras tanto, la conmoción por el escándalo inducido en Francia por el Vaticano había llevado por lo menos a un campeón del Estado Católico al bando opuesto. El Profesor de Filosofía Jaques Maritain, de regreso en París desde Roma, se puso a trabajar desarrollando su "humanismo integral" que abogaría por una Iglesia emasculada que "pide no otra cosa que dar testimonio poniéndose al servicio de la humanidad en la Nueva Sociedad que está naciendo."


Ahora, seis décadas más tarde, la Nueva Sociedad está ante nosotros y la Iglesia testimonial que nada pide nada recibe con excepción de la persistente agresión de estados laicos fuertemente politizados. Cuando la Sociedad Perfecta se dejó diluir en forma de Iglesia  Servidora, la atmósfera en que viven los católicos ha alcanzado un grado de enajenación en Occidente y de represión en el Este que nunca fue soñada por el Cardenal Manning: Mientras tanto, entre las bandas guerrilleras auspiciadas por el clero en Hispano América, la Iglesia como Sirviente se convirtió en  Iglesia-como-Oprimida


El día en que Daniel Ortega, de Nicaragua fue recibido en audiencia privada por Juan Pablo II, Radio Vaticana estaba transmitiendo el "himno" favorito de los sandinistas, algo así como "el Jesús que suda en las calles y recibe su paga como el resto de nosotros."


Los Católicos devotos a la antigüita que insisten en que la demolición no pudo haber ocurrido sin la intervención del demonio toman consuelo en la promesa de Cristo de que "estaré con ustedes hasta el final de los tiempos"


Aunque queda poca duda de que la antigua Fe sobrevivirá de alguna manera, que si regresará como un cuerpo reconocido luego de siglos de crecimiento del ahora diminuto movimiento tradicionalista o si será mediante un sorpresivo estallido de inspiración al modo de Gorvachev desde el interior del Vaticano, es imposible de predecir. Si, sin embargo, algún Papa futuro despertara al hecho de que la Iglesia se halla ante la amenaza de su extinción y quisiera hacer algo acerca de eo, haría bien en estudiar las maneras como esos veteranos de la supervivencia, los dirigentes del pueblo judío.


El mantener la fe a lo largo de seis milenios contra espantosas desventajas no se logró mediante la claudicación, la condescendencia, el avergonzamiento de la historia pasada, el empobrecimiento de los ritos sagrados, o la petición de "sólo dar testimonio". Así como los judíos nunca han abandonado su afirmación de ser el "pueblo elegido de Dios", los católicos inclinados a sobrevivir deben recuperar su identidad como la Iglesia Militante. Esas dos palabras en sí mismas podrían alentar a los miembros que se yergan con la cara en alto, aun cuando la frase nunca se refirió al poderío militar sino más bien a la lucha que los fieles tienen que librar en esta tierra para tomar la desafiante elección entre el bien y el mal en su camino de salvación.


Aberrante como lo es para los seguidores de la Iglesia del Amor de Montini- Alinsky, la designación de "militante" y su secuencia "triunfante", refiriéndose a aquéllos que han logrado llegar al Cielo, tendrían que ser restablecidas al menos en interés al realismo. Los consejeros judíos difícilmente habrían de objetar ¿no es que el mismo nombre "Israel" se traduce como "Dios lucha"? Los judíos no se avergüenzan de luchar por lo que consideran sagrado, su patria, con sus leyes alentadoras, su inmemorial Sagrada Escritura, su liturgia sagrada y sus tabernáculos para el santo de los santos. 


Loa católicos, por otro lado, habiendo perdido la Cristiandad, que había sido su patria han pasado en este siglo a dejarse privar de su liturgia sagrada, su sagrada enseñanza dogmática, y en cientos de miles de iglesias, de sus sagrarios, su santo de los santos.


Los dirigentes sionistas de hace más de medio siglo, esperando que su venidera nación habría de atraer inmigrantes que hablarían una docena de idiomas distintos decidieron con maravillosa sabiduría que la lengua común y oficial fuera el Hebreo, Fue una decisión osada. Ésta era una lengua que había caído en desuso siglos antes de que Jesús hubiera nacido. Él hablaba arameo, El hebreo había sobrevivido solamente en los escritos de eruditos rabínicos. Considerando el hecho de que era un lenguaje del todo sin relación con el yiddish el español, el alemán, el francés, el inglés, el ruso, o el húngaro, que los inmigrantes hablarían al llegar, y el hecho de que los caracteres le parecerían a la mayoría de eos tan exótica como las pictografías chinas, el exitoso establecimiento del Hebreo como la lengua oficial de Israel due uno de los más sorprendentes logros de todo el movimiento sionista.


Cuánto más fácil pudiera haber sido el que hubieran elegido el Esperanto, el idioma internacional inventado por un erudito judío, basado en el latín que por tanto tiempo fue el idioma de toda Europa y encontrado hoy en la mayoría de las palabras del francés, el italiano, el español, y el portugués, en la mitad del inglés y en mucho del alemán. Sin embargo, los pioneros sionistas rechazaron esa simple solución en favor de lo sagrado.


Fácil y a la vez sagrado para los cristianos es el latín, un tesoro que la revolución papal echó por la borda. Admitiendo que insistir en el uso de una lengua común y supervisar su diseminación requiere de la existencia de un Estado interesado, los judíos, reclamando su derecho a tener su propio Estado, han logrado hacerlo. Los católicos, renunciando a ese derecho no tenían manera de hacerlo; sin embargo, ese hecho no es una excusa para el semi-abandono del latín por la Iglesia durante siglos. Si el Vaticano hubiera tenido cuidado de asegurarse de que todo niño católico aprendiera por lo menos a pronunciar las palabras latinas fácilmente pronunciables de  la misa, la bendición, el bautismo y tres o cuatro de las oraciones más comunes, le hubiera dado a cada uno una riqueza personal que le habría durado toda la vida que le habría puesto en una buena posición para oponerse cuando llegó la revolución.


Como fue la cosa, cuando cayó el golpe y se impuso la nueva misa a mediados de los años 1960s, los fieles sólo vagamente se percataron de lo que se les estaba quitando. De hecho, una provocación calculada por parte de Roma le dio a muchos de eos una sensación de alivio cuando desapareció el latín. Fue durante el Concilio, que las congregaciones recibieron una orden inesperada de hacer uso de la ya por mucho tiempo descartada Misa Dialogada, la Missa Recitata toda ella todavía en latín.


El consiguiente desconcierto de millones de laicos puede sólo imaginarse. Después de ese trauma, felizmente breve, la Nueva Misa dicha en lenguaje vernáculo fue recibida como una suerte de liberación. Para la Iglesia, el latín significaba estabilidad. Siendo lo que se llama una lengua muerta, no cambiaba con el uso cotidiano; de esa manera, podía confiarse que la liturgia permanecería sin cambio en todo tiempo y en todo lugar. El latín significaba solidaridad. Un escocés asistiendo a misa en Bolivia o un boliviano en Escocia se sentirían en casa en cualquier iglesia en esa tierra extraña. Quizás lo más importante era la sacralidad de su sonido. Los sionistas bien sabían que la liturgia debía sonar sagrada. 


También saben qué tan importantes son los mártires para la fe. Los judíos no sólo honran a sus muertos en los campos de concentración; insisten en que el resto del mundo los honre también. El cuartel general de esta insistencia es el Centro de Estudios del Holocausto de la Liga Anti Difamación en la ciudad de Nueva York. Produciendo un continuo volumen de literatura persuasiva, el Centro ofrece un catálogo de materiales descritos como "adecuados para uso en iglesias, escuelas, grupos cívicos y bibliotecas" con un prefacio escrito por el ganador de Premio Nobel, Eli Wiesel. Hay una Guía de Material no Publicado del Holocausto, que abarca tres tomos de cuatrocientas páginas cada uno. veintiséis producciones audiovisuales a color aprobadas para la televisión junto con una serie de cintas magnéticas de conferencias de una hora dadas por destacados intelectuales judíos. Hay veintenas de libros con títulos tales como Genocidio y Ana Franck, la Anatomía del Nazismo, Ghetto en Llamas, Noche de los Cristales Rotos y Tren de la muerte.


En contraste devastador al homenaje al martirio llevado a cabo por la Liga Anti Difamación Judía, los expertos en comunicaciones al interior del Vaticano merecen el título de "Liga de Auto Difamación". Al mismo tiempo que jóvenes estudiantes mexicanos estaban encarando la muerte por pelotón de fusilamiento en la manera clásica como jóvenes romanos se enfrentaban a los leones antes que abjurar del Cristianismo, el Vaticano recurría a los esfuerzos extraordinarios para ocultarle esa historia al mundo. No es de asombrarse que hace pocos años, una profesora universitaria en Texas, cuando se le preguntó qué opinión tenía del Movimiento Cristero, confesó jamás haber oído de él. Ella era católica y escribía para publicaciones religiosas conservadoras; sin embargo, no había oído de una guerra civil a gran escala librada al otro lado de la frontera de su propio estado, si no en su época, sí en la de sus padres. El que ea sí haya oído de que Hitler había matado a seis millones de judíos debe darse por hecho.


En si obra Vecinos Distantes, 563 páginas de en otros aspectos un análisis integral del pasado y presente de México, Alan Riding se permite dedicar sólo 37 palabras a describir la rebelión católica: "Campesinos fanáticos dirigidos por sacerdotes conservadores que se embarcaron en una guerra de guerrillas al grito de "Viva Cristo Rey" que les hizo merecer el nombre de "Cristeros" y en nombre de Cristo llevaron a cabo asesinatos, incendios y sabotaje". 


Este nauseabundo trozo bien puede ser todo lo que Riding, el reportero anglo-brasileño del Times de Nueva York, haya podido averiguar del "holocausto" mexicano durante sus muchos años en México. Tan increíble como pueda parecer, el Vaticano ha declarado a la Guerra Cristera secreto máximo. Va más lejos, Aun la memoria de la lucha debe ser borrada de la historia. Jean Meyer, un joven profesor de la Universidad de Perpignan en el surde Francia, de visita en México en un verano de loa años 1970s y encontrándose con este asombroso hecho, decidió pasar seis veranos más investigando la lucha, para acabar escribiendo una obra de tres tomos que intituló La Christiade.


Total censura privó en la época de la lucha. Francis McCullough, periodista británico, encontró entusiasta aceptación de sus reportajes de noticias desde el sitio de los hechos entre editores de Nueva York sólo para que las casas editoriales dieran la orden: "¡No lo toquen!"


"¿Por qué?" preguntaba McCullough en 1929. "¿Por qué hubo siempre tanta excitación por los pogromos judíos de la Rusia Zarista y por qué no se hace mención de un pogromo cristiano en México donde, desde 1926, 4047 personas han sido ejecutadas, entre ellas dieciséis mujeres?"


Del prefacio de Jean Meyer a La Christiade: "Desde 1929, Roma ha prohibido todo escrito, conversación y hasta pensamiento sobre los Cristeros, prohibiendo a seminarios, colegios y escuelas tomar el tema. Peor aún, después de 1968 cuando la Iglesia quedó atrapada en complejos de auto-persecución, si un profesor o predicador se viera forzado a mencionar a los Cristeros, debe referirse a eos como fanáticos y revolucionarios".


Asumiendo los deberes de Secretario de Estado poco después de que los amados "arreglos" fueran firmados, el Cardenal Pacei ordenó a todos los obispos mexicanos prohibir acceso a archivos que trataran del período Cristero bajo pena de las más graves sanciones. En obediencia, las autoridades eclesiásticas de Guadalajara quemaron todos los papeles relevantes a la revuelta en esa diócesis. los que había en la Ciudad de México, todos los registros de las Brigadas Juana de Arco y de las organizaciones estudiantiles. Afortunadamente, dice Meyer, la voluminosa documentación reunida por el obispo que más simpatizaba con el movimiento, González Valencia, está (o a la fecha en que esto se escribe seguía) guardado en forma segura en la Catedral de Durango, bajo las siete llaves proverbiales.


Tan inexplicable como la veda eclesial fue lo que resultó ser una censura semejante por parte del Estado Mexicano. Aún en los años 1970s, halló al gobierno reacio a divulgar información concerniente a su represión de la rebelión. El que tan perfecta concordancia fuera a existir entre dos organismos bien conocidos por su antipatía lo motivó a tratar de descubrir la verdad acerca de lo que consideró ser un closet lleno de esqueletos.


Volviendo a México año tras año, el Profesor Meyer llegó a tener contacto con dueños de colecciones privadas, escritos y memorabilia así como material valioso en varias bibliotecas de jesuitas. En Washington pudo ver documentos de inteligencia militar que habían rebasado su plazo de cincuenta años de ocultamiento al público. Las universidades de Yale y Amhurst fueron colaboradoras; sin embargo, la experiencia más fascinante en todos esos años absorbentes de trabajo fue el encontrar a viejos y dispersos veteranos de la guerra y escuchar suficientes de sus narraciones para llenar más de cien horas de grabaciones.


Para Meyer, la orden de guardar secreto del Vaticano es increíblemente extraña y del todo antinatural. Con los iberoamericanos, que se espera que representen la mitad de los católicos del mundo para finales de este siglo, el que no sepan de estos guerreros y mártires de su propia sangre y carne es una privación enorme. Meyer presenta una débil explicación insinuando que el Vaticano puede sentir aguda vergüenza por deliberadamente haber puesto a católicos devotos y valientes en las manos de un gobierno abiertamente hostil a ellos.


El que los "arreglos" complacieron a ese gobierno puede darse por hecho. El presidente en esa época, Emilio Portes Gil, celebró la rendición forzada por el Vaticano en un discurso ante sus hermanos de logia reunidos en el banquete anual para marcar el solsticio de verano: "Queridos hermanos, podemos ahora confirmar el hecho de que el clero ha llegado a un pleno reconocimiento de la ley. En México por ya muchos años el Estado y la masonería han sido una y la misma cosa, entidades que marchan al mismo paso. La lucha no es algo nuevo, comenzó hace veinte siglos y continuará hasta el fin de los tiempos.


Nuevo católico, Viejo católico


La revolución en la Iglesia Católica, como la revolución en la rusia zarista, en la Alemania de Weimar y hasta en la Nicaragua de Somoza, primero se encendió en las mentes de unos cuantos hombres brillantes sentados en sus escritorios, pluma en mano. Estos hombres fueron los soñadores, los maquinadores, los planificadores de lo que estaban seguros de ser una mejor manera de hacer las cosas. Sus proyectos habrían quedado dentro de sus mentes brillantes y en papel deno ser por el hecho de que el poder absoluto estaba, ya sea a la mano, o habría de convertirse así en breve tiempo


En el caso de la iglesia, el poder absoluto estaba presente; sin embargo, como se trata de un poder psicológico y espiritual más que uno político o militar, tuvo que tomar medio siglo para hacerse efectivo en las mentes de cientos de millones de creyentes. La nueva forma de ser católico podía llegar a aparecer solamente una vez que los fieles hubieran sido desposeídos de creencias, tradiciones y prácticas arraigadas durante un lapso de dos milenios. El que un proceso de socavación que cubrió apenas cinco o seis decenios pudiera haber logrado tal cometido es uno de los hechos más asombrosos de nuestro sorprendente siglo.


¿Podría el proceso haber sido evitado? Dadas las circunstancias ya referidas como "cartas cargadas" en favor de un cambio, la cuestión casi puede darse por descontada. El entorpecer, aun posponer, la transformación habría requerido un notable conocimiento por parte de los católicos de todo el mundo de la sacralidad de lo que les había sido dado, De haber estado eso presente, de no haberse "debilitado el instinto católico" como lo atestiguó el Cardenal Manning, entonces la enseñanza clara y la ardiente devoción podrían haber fomentado el tipo de vigilancia sobre la que había insistido Rafael Merry del Val, vigilancia bruscamente desalentada por el Vaticano. Como sucedió, casi ningún laico, sacerdote o aun obispo, se daba cuenta de nada de lo que se tuviera que estar vigilante. No fua hasta 1963 cuando el Segundo Concilio Vaticano recibió de lleno los reflectores de la prensa internacional, que al mundo le fue permitido enterarse de lo que había estado ocurriendo tras bastidores durante tanto tiempo. Para entonces ya era demasiado tarde. Y no fue hasta que las firmas de los obispos habían quedado estampadas en los documentos conciliares por una dócil jerarquía mundial, que las estremecedoras e inevitables consecuencias comenzaron a ocurrir una después de la otra. El punto es que fueron consecuencias, resultados, no causas. El origen de lo que sea que haya pasado desde el Vaticano II puede encontrarse en hechos puestos en marcha años, aun decenios, antes de que el inquietante Día de la Paz de Juan Pablo II en Asís recordara las Conversaciones de Malinas del Cardenal Mercier. La ingenua apertura a la "teología de la liberación" en Iberoamérica difícilmente pudiera haber ocurrido si a los Cristeros de México se les hubiera permitido proclamar su duramente obtenida victoria, en tanto que el permiso a 5,000 jóvenes de celebrar una fiesta de rock y marihuana en la catedral donde habían sido coronados los reyes de Francia fue una consecuencia lógica de la premisa de Ratzinger de que es un sinsentido la idea de que Dios esté presente en el confinado espacio de un sagrario. Cada uno de estos fenómenos fue una consecuencia, no una causa.


Debido a que tales consecuencias encuentran poca o ninguna resistencia, están llamadas a repetirse.  Quienes se resisten a la progresiva tendencia decadente son pocos. Hubo una época, en retrospectiva un momento que parece mágico, cuando una repentina conciencia pareció surgir entre los fieles en ampliamente dispersas partes del mundo, de que ellos mismos, los hombres y mujeres en las bancas de las iglesias — como en el caso de los Cristeros muy pocos sacerdotes participaron — podían emprender una contra revolución. Comenzó poco después de la imposición de la misa de Bugnini. Pasmados, un número considerable de católicos comenzaron a contraatacar. Ocurrieron protestas, se escribieron artículos y cartas abiertas, se organizaron tres peregrinaciones internacionales a  la Plaza de San Pedro en Roma. Los inicios de los años 1970s vieron un breve período de excitación, de cuestionamiento y de esperanza. Sin embargo, no fue hasta que a finales de 1974 uno de los pocos obispos que se plantó firme por la ortodoxia en el Concilio, Marcel Lefebvre, salió a dar a la creciente insurgencia una cierta cohesión.


Nativo del rincón más al noreste de Francia y durante treinta años misionero en el África negra no pudiendo obtener permiso de entrada en ninguna diócesis de sus colegas obispos franceses con su proyecto de fundar un seminario dedicado a la enseñanza tradicional, para 1970 le había sido concedida aceptación an la Suiza francesa. Monseñor Néstor Adam, Obispo de Sión, dio su aprobación de impartición de clases a tener lugar en una antigua cabaña campesina llamada Econe, hasta entonces una casa de retiro para los cuidadores del cercano Puerto de San Bernardo.


Con el tiempo, al Vaticano le dio curiosidad y en 1974, el Papa Pablo envió como visitadores a Econe a dos prominentes teólogos de la siempre progresista Universidad de Lovaina, para que informaran a Roma. Fue esta visita de inspección la que detonó el paso renuente de Monseñor Lefebvre a una posición de liderazgo. Entrando los dos belgas a los salones de conferencias procedieron a tratar de demoler conceptos que habían sido dogma aceptado a lo largo de la era cristiana.


Diciéndoles en confianza a los jóvenes que un sacerdocio casado era algo inevitable en el futuro, declararon que la resurrección física de Cristo no era una certeza y que la verdad no es "algo que se pueda meter en un cajón en la noche esperando encontrarla igual cuenda se abra el cajón en la mañana."


Los estudiantes quedaron pasmados y el Arzobispo furioso. De inmediato se ocupó en lo que llamó una "declaración de fe" en forma de una carta abierta al Vaticano. Comenzaba así: "Nos adherimos de todo corazón y con el alma a la Roma Católica, Señora de Sabiduría y de Verdad, Por otra parte, nos rehusamos y siempre nos hemos rehusado a seguir a la Roma de tendencias neo-modernistas y nep-protestantes que se manifestaron claramente en el Segundo Concilio Vaticano y en las reformas que de él emanaron." Esta declaración pronto estaba en circulación dondequiera que hubiera católicos. La contrarrevolución se había puesto en marcha.


Los visitadores, en realidad inspectores, eran teólogos de la Universidad de Lovaina. El nombre de esa institución educativa Belga aparece con tanta frecuencia en este estudio y en conexión con acontecimientos tan cruciales como para dar la impresión de que se ha convertido en el Vaticano teológico, dejando a Roma que continúe con la administración de la iglesia. 


En su estudio integral de la orden a la que él en un tiempo perteneció, Malachi Martin asevera que la Compañía de Jesús y el Vaticano están, o a. menos estaban en 1987, año en que se publicó su libro, en un estado de guerra. Yo intuyo que es una guerra falsa, arreglada para permitir a los jesuitas a lanzarse adelante con la revolución, en tanto que el Vaticano asegura a los fieles que todo está bajo control. Una división del trabajo, pero difícilmente una guerra.


Considérese el hecho de que Radio Vaticana, apologista de alcance mundial de todo acto del papado. es una organización jesuita, como lo son los tres institutos pontificios en Roma, el Gregoriano, el Oriental y el Biblicum: Reducida en pertenencia de un máximo de todos los tiempos de 36,000 miembros a fines del Concilio a un estimado de sólo 19,000 ahora, la Compañía sigue manejando cientos de escuelas y hay "centros de reflexión" jesuitas en París, Madrid, Milán, por toda Iberoamérica, en Washington, Nueva Delhi, Chicago, San Luis Missouri y Manila, en tanto que teólogos Jesuitas actúan como planificadores y consejeros en toda reunión importante como los sínodos internacionales, y las conferencias episcopales.


En 1975, cuando la trigésima segunda Congregación o asamblea mundial Jesuita se reunió en Roma, a nosotros los vaticanistas se nos ofrecían dos conferencias de prensa al día durante un mes completo. Ahí fue donde el Padre General Arrupe, vasco como Ignacio de Loyola, toma las palabras de su fundador, "luchad bajo la bandera de la Cruz para salvar a todos y cada uno de los hombres" y las cambió a "luchad bajo la bandera de la Cruz para hacer un mundo más humano y más divino porque, insistió él, "es el mundo el que se tornará en Reino de Dios! " Uno se pregunta qué es lo que da a los proponentes de utopías terrenales como el Padre Arrupe (ya fallecido) la confianza de que habrán de seguir vivos para ver y gozar de ese Reino?"  


Malachi Martin señala la vuelta del siglo [XIX al XX] cuando un pequeño grupo de sacerdotes jóvenes se formó alrededor del converso anglo-irlandés George Tyrrell. S.J. de una manera más o menos clandestina. La siguiente generación de disidentes, creciendo con las invenciones de Pierre Teilhard de Chardin, SJ. se declararon abierta aunque cautelosamente partidarios, en tanto que sus sucesores aclamaron libremente el existencialismo de Karl Rahner, S.J. a quien Martin llama "un lacerante de la fe en sus mismas raíces." Pablo VI nombró al P. Rahner miembro de la Comisión Teológica Pontificia.


Lovaina fue la cuna de la aberración denominada "teología de la liberación". Fue de ahí de donde Roger Weckermann y varios colegas jesuitas partieron para Chile, en donde puede dárseles crédito de haber llevado al poder al marxista Salvador Allende y a su pacífico país al caos. Rechazando el izquierdismo inducido por Lovaina, los guatemaltecos se volcaron hacia el protestantismo, Nicaragua, a la guerra civil.


Escribiendo en la revista italiana 30 Giorni, Michel Algrin de la Universidad de París, denunció que la oficina de Lovaina. CIDSE, que exhorta a que las colectas de la misa dominical de Francia y Alemania se destinen "a los pobres del Tercer Mundo". Con fondos que alcanzan más que el presupuesto anual de la Unesco, CIDSE envía francos para apoyar la subversión en las antiguas colonias francesas de África. marcos a Iberoamérica, principalmente a México, donde el obispo "rojo" Samuel Ruiz en el estado del extremo sur, Chiapas, surte de armas costosas a las guerrillas (que se hacen llamar "Zapatistas").


No deseando unirse a los terroristas, unos 50,000 indígenas y campesinos han sido forzados a abandonar sus granjas privadas o colectivas. Alojados y alimentados por el ejército y la Cruz Roja, dejaron sus cosechas a que se pudrieran y su ganado a que se desperdigara. El gobierno ha permitido que esta situación continúe durante cuatro años, aparentemente intimidado por la noticia de que casi toda ciudad de Europa tiene su pequeña agrupación de "organizaciones no gubernamentales" pro-Zapatistas. ¡La Socialista Internacional pervive!


Pocos días después de que esos visitadores de Lovaina en el Año Santo 1975 rindieran su informe sobre Econe. Pablo VI ordenó al Arzobispo Lefebvre que fuera a Roma a enfrentar a tres cardenales inquisidores, Garrone, Tabera y Wright. 


Desde el momento en que los medios noticiosos internacionales dieron seguimiento a la noticia paso a paso, Econe prosperó y los fieles que habían despertado rentaron un gigantesco estadio deportivo tras otro para aplaudir al "obispo rebelde" en gratitud por decirles misa en la forma antigua. A Génova siguieron Besanzón, Lille, Friedrichschafen, las multitudes cada vez más grandes en tanto que la televisión internacional llevaba el mensaje de Lefebvre alrededor del mundo


Luego, al final del verano de 1976, en vez de rebasar a Friedrichshafen con una aglomeración todavía mayor, Lefebvre cambió curso y aceptó la invitación del Cardenal Benelli, Secretario de Estado, a acudir a Castel Gandolfo a ser recibido en audiencia privada por Pablo VI.  Sólo Benelli estuvo presente en la larga conversación y no se permitió cobertura de los medios. Como resultado, en la prensa aparecieron relaciones imaginarias de la audiencia, y hasta fotografías falsas. Dejaron de haber "misas masivas", el Papa dejó de reprender, los medios perdieron interés y los seguidores de Lefebvre quedaron amargamente confundidos.


El Arzobispo siguió instruyendo a seminaristas y ordenándolos al sacerdocio, aun cuando eso le estaba prohibido por el Vaticano. Como a los recalcitrantes Abbes de Nantes y Coaches, se le suspendió a divinis. No obstante eso, durante la siguiente década , su Sociedad Sacerdotal de San Pío X podía ostentar prioratos, conventos, seminarios y capillas en veinte países y un número de más de doscientos nuevos sacerdotes ordenados. Durante esos años el envejeciente Lefebvre viajó a los cinco continentes y a Australia observando sus muchas casas y confiriendo el sacramento de la confirmación a miles de jóvenes. Finalmente en 1988, a la edad de 82 años dio el gran paso de consagrar a cuatro obispos a fin de que la ordenación de sacerdotes de la antigua Fe pudiera seguir después de su muerte.


De esa manera, dentro de los límites de lo clerical, puede decirse qie el "Movimiento Lefebvre" logró sus propósitos. En lo que toca a sus seguidores laicos, los hombres y mujeres que habían llegado a ser llamados "tradicionalistas", la vacilación de Lefebvre en el preciso momento cuando parecía que las multitudes que atraía podrían llegar a comprender una cuarta o hasta una tercera parte de los ochocientos millones de católicos, habría de dejarlos perplejos.


Luego de Friedrichshafen se vió alguna caída y desde entonces ha habido relativamente poco crecimiento. No obstante, en muchos países los rebeldes se pusieron a trabajar con energía y devoción en organizar centros de misa  en barras de hoteles, graneros abandonados, iglesias protestantes abandonadas. En París tomaron y siguen ocupando St. Nicolas de Chardonnet, una importante iglesia en la Margen Izquierda del Sena. Ahora en Francia hay cerca de mil altares donde se dice la misa tradicional y quizás la mitad de ese número en los Estados Unidos donde, con gran sacrificio también se han establecido pequeñas escuelas. Hoy en día un viajero puede hallar la Antigua Misa en Tokio, en toda Iberoamérica, entre las Islas de la Nueva Caledonia en el Pacífico y entre los Zulus de Sud África. No todos los sacerdotes son del Movimiento Lefebvre y debido a qie el Arzobispo circunscribió su autoridad a su propia Sociedad, hay disensión, no en cuestiones de doctrina o de práctica, sino sobre casi todo lo demás.


¿Por qué tuvo que esperar Marcel Lefebvre a casi diez años después del Concilio para asumir una postura pública? ¿Por qué emprendió la retirada de esa postura en lo más alto de la demanda de aquello que esa postura significaba? Quizás por las mismas razones que llevaron a Eugenio Pacelli y a Giovanni Battista Montini a dedicar su vida a cambiar la Iglesia, específicamente las presiones del entorno familiar, la educación que recibieron en su niñez y juventud y una poderosa persuasión de las personas con quienes se asociaban. Uno de los primeros colaboradores del Arzobispo mencionó a Jean Madiran como el gran persuasor; sin embargo, parecería que lo que realmente lo detuvo fue el ser un Lefebvre. Durante el siglo XIX la familia había dado a la Iglesia en Francia un cardenal, un obispo y una veintena de sacerdotes, monjes y monjas.


La Iglesia como institución constituía la vida entera de la familia, algo que para Marcel obró de maneras contradictorias. Ver cómo la Revolución demolía el edificio lo llevó a rebelarse en su defensa, en tanto que el romper una promesa de obediencia a la autoridad eclesiástica era impensable, Para cuando permitió que la primera consideración superara a la segunda, el momento mágico de un retorno espontáneo de todo el mundo a la ortodoxia ya había pasado. La Revolución permaneció.


Se sabe que en los años previos a su muerte, el Papa Pablo lloró cuando vio los resultados de los cambios que él, Gasparri, Benedicto, Pío y Juan habían entregado sus vidas a llevar a efecto. Al contemplar la defección de monjas, sacerdotes y laicos, calificó de "autodestrucción" a lo que se había efectuado. Los no católicos, por otra parte, pueden encontrar difícil darse cuenta del grado en que el medio siglo de socavado fue exitoso. Ven en la televisión multitudes aplaudiendo al anciano Papa y  saben que hay miles que siguen yendo a misa los domingos


Ciertamente, si algo así como un millón de católicos persisten en las creencias, ritos y prácticas que la Iglesia mantuvo durante dos mil años, el número de tradicionalistas es pobre en comparación con el de varios cientos de millones que siguen acudiendo a iglesias parroquiales a oír la misa Novus Ordo, conocida popularmente como la "misa de Pablo VI"


Lo que un extraño ve, sin embargo, es un cascarón, un andamiaje mantenido en pie mediante un proliferante sistema de diócesis, manejadas por obispos sumisos que ofrecen a sus feligreses una variedad de propósitos terrenales encuadradas en la jerga reconfortante del sociólogo.


Típico de ello son los objetivos expresados por la Conferencia Episcopal de Chile para su Nueva Evangelización - 1990: "Solidaridad con los pobres de toda Iberoamérica, insistencia en derechos humanos" y dedicación a la promoción de lo que ellos llaman una "Nueva Cultura" que describen como "una nueva forma de ver, sentir, razonar y amar a una escala planetaria, eminentemente técnica y científica y plena de señales de esperanza," El programa deja afuera la religión.


Si, como ha sido estimado, los iberoamericanos representarán el cincuenta porciento de los católicos romanos a principios del nuevo siglo, el número que queda para dividir por mitad  debe ser ciertamente bajo. Los Iberoamericanos, sean de ascendencia europea, indígena o mestiza son realistas, conscientes del hecho de que son mortales. En tanto que eclesiásticos intelectuales de socavada fe puedan reconfortarse en una fuerte esperanza a escala planetaria, el iberoamericano promedio acude a la religión a pedir como manejar su propia mortalidad y, si los obispos de Chile y tods los demás obispos de la CELAM han olvidado las respuestas, se irá con los protestantes, aunque eso signifique prescindir de su Santa Misa, sus amados sacramentos y su devoción a la Virgen María


En el Brasil hoy en día hay más pastores evangélicos que sacerdotes católicos y el 33% de los guatemaltecos se han unido a sectas fundamentalistas. Reemplazando con visiones de un mundo hipotéticamente mejor las de cielo, infierno, pecado y salvación, cualquier predicador de barrio al sur de la frontera [con México] puede presumir gráficas de expansión futura tan optimistas como las de un vendedor de autos en la recientemente unida Alemania.


Fuera de Iberoamérica, sin embargo, el Neo Católico, como los obispos de Chile, han aceptado la desafiante Neo Iglesia que se atreve a ignorar las duras verdades antiguas. Desposeída de doctrina y de la mayor parte de la práctica que marcaba la Fe, el NeoCatólico, quiéralo o no, se imagina a sí mismo en el camino de un estado de felicidad. No puede evitar ir y no puede evitar llegar si sólo le agrada seguir a la muchedumbre. El viaje se hace en forma colectiva. El camino se llama "historia" y el momento se llama "cambio". Tanto la historia como el cambio son inevitables. Le ocurren al hombre. El Papa Pablo solía decir, "La gran esperanza para el progreso humano que estamos viendo radica en los cambios sucesivos inherentes a la historia", y para el ex-Padre General de los Jesuitas, Pedro Arrupe, lo importante era "cambio continuo, ese vertiginoso proceso de transformación al cual todo está sometido."


Así sometido, el NeoCatólico evoluciona de acuerdo con lo que se le dice ser el "plan de Dios", haciéndose como le sucede, "cada vez más humano". Está convencido de que las dificultades, aún el caos en los barrios bajos de las ciudades, podrá disolverse en el amor. En cuanto a su venidero estado de felicidad, las señales son confusas. Podría ser ese mundo mejor que Juan Pablo II llama "una civilización del amor". Podría ser la clásica "venida del Mesías" de los judíos, una predicción favorita de muchos teólogos progresistas, o podría ser el pasado de moda Cielo. El NeoCatólico se caracteriza por un vigoroso optimismo y una notable docilidad.


No es así con los devotos de la tradición. Como si fueran parte de otro mundo, se consideran miembros de la Iglesia Militante. Para ellos la vida es real. la vida va en serio y cada vida es una cosa por separado. Involucrada no está la humanidad entera sino cada hombre en lo particular, y el drama medieval marca el paso. Cada hombre es un protagonista, libre para hacer el bien y libre para hacer el mal. Él causa el cambio, él moldea la historia y él sabe que será llamado a rendir cuentas de todo lo que hace. 


Los dos conceptos están opuestos diametralmente, de modo que los Neo- y los Paleo-Católicos se han vuelto virtualmente extraños el uno del otro. La brecha es grande y la actual polémica sobre ritos, lenguajes, educación sacerdotal y hasta autoridad papal son los resultados, no las causas de una diferencia que es acerca de algo intrínseco y mucho más grave. Seis decenios de dedicado socavamiento han dado paso a cuatro decenios de crisis, pero la historia viene desde mucho más atrás. Fue con un sorprendente destello de intuición histórica que el presidente mexicano Emilio Portes Gil dijo a sus acompañantes en ese banquete de 1929: "La lucha no es nueva, ha estado ocurriendo a lo largo de veinte siglos y continuará hasta el fin de los tiempos."




Postdata


Esta tercera y definitiva edición de un libro que apareció hace algunos años viene como un suplemento más que como una actualización.


Nada ha cambiado realmente, sólo ha continuado. Toda la segunda edición está contenida aquí y los miles de nuevas palabras sustentan la tesis original. Como investigadora, autora, diseñadora y publicadora, envié la versión inglesa a lectores de veintiséis países. La editorial Anton Schmid Verlag de Baviera sacó una elegante edición en Alemán, en tanto que la importante casa editorial mexicana Edamex, patrocinó una presentación de gala de la traducción al español, completa con transmisión por televisión, un número de reporteros, champaña y caviar, solamente para que el producto fuera suprimido por el episcopado mexicano de 120 hombres. Todavía están pendientes una edición en italiano y una en francés, la última organizada por un profesor de la Sorbona cuyo proyecto fue aplastado por la Sociedad Sacerdotal de San Pío X, valientes ocupantes de St Nicolas-du-Chardonnet, aparentemente porque en estas páginas Monseñor Lefebvre no sale muy bien librado como el enteramente exitoso rescatista de la Iglesia.


Aun cuando poco oigo de los editores alemanes, la dura tarea de autopublicar trae la gran satisfacción del contacto directo con los lectores, De los muchos cientos de cartas y notas recibidas, queda claro que nadie toma el libro con calma. Los comentarios varían de "en comparación, el resto de lo que se está publicando ahora está lejos de la realidad" de Malachi Martin, a "es principalmente chisme malicioso" de Michael Davies. Sin embargo, casi todos los que han escrito expresan su gratitud por la aclaración de la tragedia que les ha desconcertado durante años.


En cuanto a protesta, ha venido usualmente de algún laico en cierto tipo de cargo dirigente, que es conocido por su análisis, declarado públicamente, basado en información que estaba disponible hace un cuarto de siglo. En vez de acoger la mayor investigación, ven este libro como un desafío a su tesis, usualmente el mito del Concilio del Papa Juan que, a lo largo de los años, ha quedado fraguado en una especie de dogma. Careciendo de argumentos contra hechos que nunca habían conocido, se refugian en la objeción, "carece de notas".


Muy cierto. Ningún editor de artículos en periódicos y revistas me ha pedido jamás una nota. No estoy segura de saber cómo escribir una. Mi colega Davies sí sabe cómo. pero él fue educado para ser profesor de escuela y yo fui educada para ser pianista. Cuando empecé a escribir, descubrí que un reportero debe ser más cuidadoso de sus datos que un erudito, porque un editor que sufre algún daño por una falsa información despedirá al reportero.


Hace unos veinte años en Roma, confronté al valiente fundador de Si, Si, No, No, el P. Francesco Putti, con la objeción, "pero Padre, usted no dice de dónde toma su información. No revela sus fuentes." Y recuerdo su inmediata respuesta, "No, no lo hago, Pero le diré que todo lo que yo publico está documentado. Tome el caso del Cardenak Garrone, a quien considero ser el mayor destructor de la Iglesia hoy en día. Ha arruinado el campo entero de la educación católica, ha abolido el catecismo, vaciado los seminarios. Escribo estas cosas pero no lo llamo masón. Si mañana usted me trae prueba de que es masón, lo publicaré, pero no antes."


Numerado, en letra pequeña a pie de página, un autor reconoce haber tomado información de otro escritor. En un largo artículo publicado recientemente en Milán, mi hijo cita una referencia después de casi cada oración. El tema? Jerusalén, Miguel nunca ha estado en Jerusalén.


¡Pero yo viví este libro! Inolvidables esos peregrinajes a San Pedro, los cientos de conferencias de prensa; un día, sentada junto Henri Fresquel del Le Monde de París que me platicó que el hombre que trajo a la atención de Roma a Karol Wojtyla y que auspició su elevación al papado fue el Cardenal Garrone. En quince años hubo sínodos, simposios, cónclaves y funerales papales. Había boletines diarios de la oficina de prensa del Vaticano y de Radio Vaticana con joyas tan trágicas como "¡Piensen en esto, 271 iglesias cristianas!" Estaban los diarios italianos, vívidos, muy conscientes de la Iglesia, y por teléfono podía ponerme en contacto con tradicionalistas de toda Europa.


Habiendo estado en Roma en la mañana en que Juan Pablo I fue hallado muerto da a este libro una autenticidad más allá de los muy vendidos de Yallop y Caldwell, quienes escribieron seis y diez años después del acontecimiento. Alertada por una llamada de Gary Giuffre en Texas apenas una hora después de que se descubriera el cadáver. me apresuré a las salas de prensa del Vaticano donde veintenas de reporteros ya se habían congregado. Día tras día me mantuve cerca de la escena pare escuchar conferencias de prensa, recibir boletines de prensa, el funeral bajo la lluvia, aquellas entrevistas en los diarios locales y, llevando ya diez años de residencia en Roma, mantenía contacto telefónico con personas muy importantes. Si la premiada Mary McCrory hubiera hecho unas cuantas preguntas perspicaces cuando caminábamos a lo largo de la Via della Conciliazione esa tarde, podría haber evitado esos terribles errores de que yo le acuso en páginas anteriores.


"Suena a chisme" alguien escribió con relación a las líneas sobre al Nuncio Roncalli en páginas anteriores. No es chisme sino verdad obtenida del Mayor Rene Rouchette, que en un tiempo fue Guardia Presidencial y ahora editor de la excelente revista, Sous la Benniere. Alcanzó mi tren a Roma en la estación de Lyon y mientras viajábamos en auto a Raveau para la consagración al episcopado del Padre Robert McKenna, me platicó de la sacudida que habían recibido los jóvenes oficiales cuando seguían el trayecto del Nuncio esos jueves en la noche.


Sonando más a chisme, pero tan factual como la experiencia de Rouchette, hay tres temas no mencionados en el libro pero que valen la pena relatar: El Cardenal Ottaviani nada tuvo que ver con la redacción de su así llamada "intervención", la autora fue una bella dama italiana; el Padre Kolbe no era Polaco sino lo que los Nazis llamaban un Reichsdeutscher (100% alemán) y fue arrestado por su actividad política clandestina en Polonia; John Wright fue huérfano, adoptado, educado y empujado a la jerarquía por una cierta logia masónica de Pennsylvania. "Notas al calce" ¡solamente por teléfono! (52 5535 4941) 


Varios lectore me preguntan por qué, si soy "sedevacantista", uso el título de "papa" con los nombres de recientes pontífices. Mi respuesta es que la idea de que la Sede de Pedro esté vacante es un concepto teológico y, como historiadora, estoy obligada a llamar al hombre que está firmemente plantado en el Vaticano, de la misma manera como el mundo lo llama. En todo caso, debe quedar bien claro que ya por muchas décadas, he sabido que la Iglesia está bajo el dominio del enemigo (o sea, bajo ocupación judeo masónica). Fue en 1940 que nuestro profesor de los clásicos, invitado a una cena de la familia cuando acababa de regresar de un verano entre las ruinas de Roma, relató de la consternación sufrida por parte de las autoridades italianas por la reciente elección de Eugenio Pacelli, el único papábile cuya familia era de origen judío.


Qué tanto la judaización del catolicismo había sido aceptada a alto nivel para finales de los años 1970s habría de enterarme muy inesperadamente una tarde en Roma. Repasando una lista de nuevos libros en la biblioteca del SIDIC, centro de información auspiciado conjuntamente por el Comité Judío Americano y el Secretariado para la Unidad de los Cristianos del Vaticano, me percaté de una conferencia que estaba siendo llevada a cabo en un salón adyacente. Colándome por una puerta abierta, me senté entre un grupo de unos cuarenta jóvenes seminaristas de la Universidad Pontificia Gregoriana. Esta clase, habría de enterarme, era parte de su plan regular de estudios. Yo ya había conocido al conferencista, Cornelius Rijk, judío holandés convertido en sacerdote católico y director del SIDIC, Tomé nota de sus lentas palabras en inglés, fuertemente acentuadas: "Algunos judíos aceptaron a Jesús como el Mesías. La mayoría no lo hizo, no podía hacerlo" (el énfasis es suyo). "Aquéllos que no podían, siguieron siendo el Pueblo de Dios. Los cristianos son el Nuevo Pueblo de Dios. Jesús es el cumplimiento de las Profesias, la Iglesia no lo es. Por lo tanto, seguimos viviendo en un tiempo de incumplimiento.


"Judíos y cristianos (nunca usó la palabra "Católico" ni la palabra "Cristo") tienen un pasado común y un futuro común, pero justo ahora tienen una cierta tensión porque, mientras los judíos saben que el Mesías no ha llegado, los cristianos dicen que el mesías ha llegado". Increíblemente, bajo este torrente de blasfemias, ninguno de estos candidatos elite al sacerdocio y probablemente a la jerarquía, emitió siquiera un murmullo. Adelante con la impía lección "pero ¿no somos los cristianos demasiado cerrados en nuestra interpretación de la palabra "Mesías"? Después de todo ¿Qué significa? Un ungido, un rey pues, como el Rey David. La idea judía de la palabra Mesías es mucho más realista. Como la idea de Redención. ¿No la espiritualizamos demasiado? Liberación es Redención, los judíos se liberaron de los nazis, eso es Redención. Nosotros los cristianos necesitamos tener más diálogo con los judíos de manera que elos puedan ayudarnos a adquirir mayor realismo..." Mientras la Gregoriana jesuita produce Cristo-judíos y la Lovaina jesuita Cristo-marxistas, en la india es Cristo-hinduistas. Un lector escribe desde Nueva Delhi: "En el seminario jesuita de aquí, se les pide a los estudiantes sentarse y meditar frente a una gran pintura de la víbora de muchas cabezas llamada Ananthasyanam sobre la cual se reclina el dios Vishnu."


Ocupación enemiga, De otra manera, conforme se acerca anno Domini 2000, se apila cargo falso sobre cargo falso contra veinte siglos de catolicismo. ¿Qué otra cosa, fuera del antagonismo profundamente arraigado de un enemigo, podría llamarnos a pedir perdón al Islam por las Cruzadas y por la Reconquista de España; a los protestantes por la Contra-Reforma; a la Internacional Socialista por rescatar a España del Bolchevismo, a los judíos por la Shoa, y a las mujeres por quién sabe qué? Como era de esperarse, la Ocupación está organizando un jubileo del Antiguo Testamento  –  esa "llamada de trompeta al arrepentimiento"


Arrepentirnos, si, por cada uno de nuestros propios pecados. Sin embargo, este llamado colectivo a pedir perdón nada tiene que ver con nuestros pecados, Más bien inventa una agenda a-histórica y luego procede a reprender a la Iglesia por no haberla seguido.


Existe otra traducción de la palabra raíz jubilare y es "gritar de júbilo" Que nosotros que mantenemos la fe clamemos elogio, honra y agradecimiento viendo hacia atrás a lo que fue la Civilización Cristiana. Clamemos nuestro homenaje a sus santos, sus mártires, sus legiones de sacerdotes, monjes y monjas santos, a sus misioneros, sus buenos papas, reyes y reinas, sus maestros, sus guerreros, exploradores, artistas y constructores. En la confusión y depravación de nuestra época, el recordar un mundo permeado de la gracia santificante de la Misa verdadera y de los Sacramentos debe movernos a oponer incriminación con celebración


¿De ahora en adelante? aun cuando años de observación de cerca no dan autoridad, si dan perspectiva y sobre esa base yo hago un llamado a que los católicos tradicionales cambien de curso. Dejemos a Dios la elección de un verdadero papa. Los varios intentos patéticos de conducir cónclaves a nada han llegado. Hay, sin embargo, ante nosotros una tarea de tremenda urgencia conforme la obscuridad de la Nueva Era se va cerrando, y ésa es entender y aferrarse a la doctrina. Una vez que todos nosotros, los que experimentamos la fe antes de que ocurrieran los cambios, hayamos desaparecido (para deleite de la Ocupación) mientras los medios de comunicación controlados por el enemigo crecen en efectividad día con día, lo que Pío X llamó "el asentimiento del intelecto a la verdad tal cual ha sido recibida" puede volverse intensamente desafiante y tan alejado de la norma global, al grado de hacerse peligroso. Pero eso será la carga de los verdaderos católicos. Esa será la batalla en el futuro.


Mary Ball Martínez Ciudad de México, agosto de 1998


 

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