domingo, 19 de junio de 2016

El Hombre al que Siguen Odiando

El Hombre al que Siguen Odiando


Por Joseph Sobran (1946-2010)

http://www.sobran.com/columns/1999-2001/991202.shtml
Traducido del inglés por Roberto Hope


El mundo desde hace mucho tiempo ha perdonado a Julio César. Nadie hoy en día considera irritante a Cicerón. Pocos de nosotros resentimos a Alejandro el Magno o a su tutor, Aristóteles.

No. Hay sólo un hombre del mundo antiguo que sigue siendo odiado después de dos milenios: Jesucristo.

Esto por sí mismo no prueba la divinidad de Cristo, pero si demuestra que sus palabras y su ejemplo no han perdido su actualidad. Siguen teniendo un poder sorprendente de provocar odio, así como adoración.

Por supuesto, el odio a Cristo trata de ser dirigido a objetivos laterales: San Pablo, la Iglesia “institucional” o, más vagamente, la “religión organizada” (como si la religión estuviera bien si fuera una actividad solitaria). El cliché de quienes odian a Cristo, lo cual incluye a muchos teólogos “liberales,” es que fue un “gran maestro de moral” que “jamás se atribuyó divinidad,” pero cuyo “simple mensaje de amor” fue “corrompido” por sus seguidores.

Pero ¿por qué podría alguien querer que fuese crucificado un hombre por predicar un mensaje inocuo de benevolencia? Jesús fue acusado de blasfemia por haber declarado ser igual que el Padre: “Yo y el Padre somos uno.” “Ningún hombre llega al Padre sino por mi.” Y si estas aseveraciones no fueran verdaderas, el cargo de blasfemia habría estado plenamente justificado.

No sólo lo vio la gente después de su Resurrección; muchos de ellos murieron torturados por haber dado testimonio de Él. Los mártires fueron los principales “medios” humanos del cristianismo en su infancia, impresionando profundamente y finalmente convirtiendo a otros. Cristo fue “revelado” al mundo antiguo mediante el amor valeroso de sus mejores discípulos.

Otros “medios” incluyeron los cuatro evangelios, de Mateo, Marco, Lucas y Juan, así como las epístolas de Pablo y de otros apóstoles. Cada evangelio ve a Jesús desde un ángulo ligeramente diferente, pero todos los cuatro (junto con las epístolas) pintan al mismo hombre reconocible. Como lo observa Thomas Cahill en su libro Desire of the Everlasting Hills: The World Before and After Jesus [Deseo de los Montes Perdurables: El Mundo antes y después de Jesús] (editado en ingles por Nan A. Talese/Doubleday), esto hace a Jesús una figura única en la literatura mundial: nunca tantos autores han logrado transmitir la misma impresión del mismo ser humano una y otra vez.

Además, estos autores no eran profesionales refinados ni genios literarios. Sin embargo, lograron algo más allá de los poderes de titanes de la literatura tales como Homero, Dante, Shakespeare y Milton: Pintaron a un personaje que rezuma santidad.

Cahill continúa: “Lo que especialmente ― desde un punto de vista literario ― hace a los evangelios obras como ninguna otra es que son acerca de un ser humano bueno. Como lo sabe cualquier escritor, una criatura así es todo si no imposible de capturar en la página, y hay extremadamente pocos personajes en toda la literatura que sean a la vez buenos y memorables.” Los evangelistas, como se ve, tuvieron éxito donde casi todos los demás han fracasado. A los ojos de un escritor, esta proeza es un milagro poco menor que el de resucitar un muerto.

¡Amén! En los poemas épicos Paraíso Perdido y Paraíso Recobrado, por ejemplo, Milton notoriamente pintó a Satanás más vívido que a Dios y que a Cristo. Esto llevó al poeta William Blake a observar que Milton “era del partido del Diablo sin saberlo.” Sea como fuere, la literatura mundial dibuja a muchos villanos convincentes pero a pocos santos convincentes,. Y ningún santo literario ha jamás dicho palabras con el impacto perdurable de las enseñanzas de Jesús.

A los ojos de un escritor, como lo diría Cahill, el puro poder de las sentencias de Jesús (que el poeta Tennyson llamó “el mayor de sus milagros”) son casi suficientes para probar su atribución divina. Los milagros físicos pudieran ser fingidos, no así estos milagros verbales. Sin embargo, aparentemente Él nunca las puso por escrito: las dijo oralmente, con frecuencia de manera improvisada, confiando en que se propagarían por su poder inherente.

La mayoría de los autores se sienten halagados si sus palabras simplemente son recordadas. Pero las palabras de Jesús, espiritualmente demandantes ― que condenan hasta el sólo mirar con lujuria a una mujer ― son llevadas en el corazón de muchos aún después de 2000 años, no obstante que las conocemos de traducciones de traducciones. (Jesús hablaba arameo, pero los evangelios fueron escritos en griego.)

Aun habiendo sido transmitidas a nosotros de manera tan indirecta, esas palabras se han propagado como ningunas otras en la historia, porque tanta gente las ha hallado ser verdaderas y convincentes. La durabilidad de esas palabras es tanto más impactante cuando se considera que siempre han estado fuera de moda, ya que el mundo secular pasa de una a otra de sus sucesivas modas, usos y novedades.

¡Cristo es el Señor!

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