Ésta no fue una elección. Fue una revolución.
por Daniel Greenfield
Tomado de http://www.radicalpress.com/?p=10363
Traducido del inglés por Roberto Hope
Eran padres que ya no podían alimentar a sus familias. Eran madres que no podían pagar el cuidado de la salud. Eran trabajadores cuyos empleos habían sido vendidos a países extranjeros. Eran hijos que no veían un futuro para ellos. Eran hijas temerosas de ser asesinadas por los 'menores sin acompañante' que inundaban sus comunidades. Respiraron profundamente y se opusieron.
Levantaron sus brazos y la gran rueda de hierro se detuvo.
La Gran Pared Azul se derrumbó. Los estados imposibles cayeron uno tras otro. Ohio, Pennsylvania, Iowa. La clase trabajadora blanca, que había sido desdeñada y pisoteada por tanto tiempo, se puso de pie. Se levantó ante sus opresores, y el resto de la nación se levantó con ellos.
Se rebelaron contra la exportación de sus empleos al extranjero en tanto que sus ciudades se llenaban de inmigrantes que obtenían todo mientras que ellos no obtenían nada. Se rebelaron contra un sistema en el cual podían ser enviados a la cárcel por una minucia mientras que las elites podían violar la ley y aun así lanzarse a una contienda electoral por la presidencia. Se rebelaron contra el que se les amenazara con que tenían que cuidarse de lo que decían. Se rebelaron contra el ser considerados en desacato por querer trabajar para ganarse la vida y sostener a sus familias.
Lucharon y ganaron.
Esto no fue un voto. Fue un levantamiento. Como la gente ordinaria que derribó el Muro de Berlín, derribaron algo contranatural que se había levantado ante ellos. Y conforme lo veían caer, se maravillaron de lo débil y frágil que había sido siempre. Y cuánto más fuertes eran ellos de lo que jamás habían sabido.
¿Quién era esta gente? Eran la escoria y los habitantes del territorio sobre el que los aviones sólo pasan volando. No tenían títulos de bachillerato y jamás habían puesto un pie en un Starbucks. Eran la clase trabajadora blanca. No hablaban con propiedad ni pensaban bien. Tenían las ideas erróneas, vestían la ropa incorrecta, y tenían la ridícula idea de que todavía eran importantes.
Estaban equivocados en todo. ¿Inmigración ilegal? Todos sabían que había llegado para quedarse. ¿Black Lives Matter? [movimiento activista de los negros americanos contra el racismo sistémico] Es el nuevo movimiento de derechos civiles. ¿Manufactura? Tan extinta como el pájaro dodo. ¿Prohibir la entrada a musulmanes? ¿Qué clase de fanático piensa siquiera en eso? El amor gana, el matrimonio pierde. El futuro pertenece al metro-sexual urbano y a su página de Internet, no al individuo que tenía un puesto bien pagado antes de que éste fuera llevado a China o a México.
No podían cambiar nada. Mil políticos y comentaristas habían hablado de hacerlos que se adaptaran al futuro inevitable. En vez de eso se treparon en sus camionetas pick-up y fueron a votar.
Y lo cambiaron todo.
Barack Hussein Obama se jactaba de que había cambiado a América. Mil millones de reglamentaciones, un millón de inmigrantes, cien mil mentiras y ya dejó de ser la América de Usted. Era la de él.
Fue un John F. Kennedy y un Franklin D. Roosevelt envueltos en una sola persona. Nos dijo que su versión de la historia era la correcta y que era inevitable.
Y votaron y lo rebasaron. Pasaron por delante de él y no lo escucharon. Tuvo que venir a hacer campaña a donde todavía se aferran a sus armas y a sus biblias. Vino a implorar por su legado.
Pero América dijo 'No'
Cincuenta millones de americanos lo repudiaron. Repudiaron a los Obamas y a los Clintons. Desdeñaron a las celebridades. No pusieron atención a los medios de comunicación. Votaron porque creyeron en lo imposible. Y su dedicación hizo que lo imposible sucediera.
Se les había dicho a los americanos que no se podían construir muros y que las fábricas no podían abrirse. Que los tratados no podían 'des-firmarse' y que las guerras no podían ganarse. Era imposible prohibir a terroristas musulmanes que entraran a América, o deportar a los extranjeros ilegales que habían convertido pueblos y ciudades en territorios de bandas criminales.
Todo eso era imposible. Y cincuenta millones de americanos hicieron lo imposible. Pusieron al mundo de cabeza.
Es medianoche en América. CNN está llorando. MSNBC está haciendo rabieta, ABC lo llama un berrinche, NBC lo condena. No se suponía que pasara. La misma maquinaria que aplastó al pueblo americano durante dos términos presidenciales seguidos, la masa de corporaciones gubernamentales y fundaciones que manejaban este país, estaba preparada para ganar.
En vez de eso, la gente se levantó frente a la máquina. La bloquearon con sus cuerpos. Fueron a votar aun cuando las encuestas les decían que era inútil. Enviaron por correo sus votos como ausentes aun mientras Hillary Clinton planeaba sus fuegos artificiales para celebrar su victoria. Vieron las fábricas vacías y las granjas desoladas. Viajaron temprano en el frío. Se formaron en fila. Regresaron a casa a sus hijos para decirles que habían hecho lo mejor para su futuro. Le apostaron a América y ganaron.
Ganaron contra toda probabilidad y ganaron admirablemente.
Estaban cansados de ObamaCare. Estaban cansados del desempleo. Estaban cansados de que se les mintiera. Estaban cansados de ver a sus hijos volver en ataúdes de ir a proteger a algún país musulmán. Estaban cansados de ser llamados racistas y homófobos. Estaban cansados de ver a su América desaparecer.
Y se alzaron y contraatacaron. Ésta era su última esperanza. Su última oportunidad de ser escuchados.
En el Internet pueden verse videos de las diez formas como John Oliver destruyó a Donald Trump. De cómo Samantha Bee quebró el Internet burlándose de los que apoyaban a Donald Trump. Tres minutos de Stephen Colbert hablando de lo estúpido que es Donald Trump, Vean a Madonna maldecir a quienes apoyaban a Trump. Vean a Katy Perry. Vean a Miley Cyrus. Vean a Robert Downey Jr. Vean a Beyoncé hacer campaña con Hillary, Vean. Clic.
Vean a cincuenta millones de americanos recuperar a su país.
Los medios estuvieron todo el tiempo equivocados acerca de la elección. Esto no se trataba de personalidades. Esto era acerca de lo impersonal. Era acerca de unos cincuenta millones de personas contraatacando, cuyos nombres nadie sabrá, excepto algún servidor digital. Era acerca de la mujer sin hogar que cuidaba la estrella de Trump. Era acerca de aquéllos que el Partido Demócrata perdió en Ohio y Pennsylvania, que buscaban a alguien que los representara. Era acerca de los trabajadores sindicalizados que aparentaban asentir cuando sus organizadores les indicaban cómo debían votar, pero que se rehusaron a vender su futuro.
Nadie jamás entrevistará a todos aquellos hombres y mujeres. Jamás les veremos sus caras. Pero ellos son nosotros y nosotros somos ellos. Vinieron en ayuda de una nación en peligro. Hicieron lo que los americanos siempre han hecho. Hicieron lo imposible.
América es una nación de imposibilidades. Existimos porque nuestros antecesores no aceptaban un 'No' por respuesta. No de reyes o tiranos. No de las elites que les decían que era imposible hacerse.
El día en que dejemos de ser capaces de lograr lo imposible es el día en que América dejará de existir.
Hoy no es ese día. Hoy, cincuenta millones de americanos hicieron lo imposible.
Ya pasó la medianoche. Ha llegado un nuevo día. Y todo está por cambiar.
Daniel Greenfield, un Fellow Shillman de Periodismo, miembro del Freedom Center, es un escritor neoyorkino que se enfoca en el Islam radical.