martes, 27 de junio de 2017

El Pensamiento Anti-democrático de Erik, Ritter Von Kuehnelt Leddihn y del Barón Giulio Cesare Evola. 1

El Pensamiento Anti-democrático de Erik, Ritter Von Kuehnelt Leddihn y del Barón Giulio Cesare Evola
Por Alexander Jacob, Ph.D.
Tomado de: http://traditionalbritain.org/journal/the-anti-democratic-thought-of-erik-ritter-von-kuehnelt-leddihn-and-barone-giulio-cesare-evola/
Traducido del inglés por Roberto Hope


Parte primera — Erik Kuehnelt Leddihn


Dos libros publicados a principios de los 1950's por dos aristócratas europeos ameritan estudio cuidadoso por todo conservador europeo contemporáneo, ya que expresan las reacciones auténticas de auténticos nobles a los cambios revolucionarios que Europa ha sufrido por tanto tiempo bajo el yugo de la democracia y del totalitarismo. Éstos son Liberty or Equality: The Challenge of our Time (1952) por Erik Maria Ritter von Kuehnelt-Leddihn y Gli Uomini e le rovine (Los Hombres entre las Ruinas) (1953) por el Barón Giulio Cesare Evola. Tanto Evola como Kuehnelt-Leddihn se oponían a la democracia por sus tendencias igualadoras, que ellos consideran que no es más que una una mera etapa transicional en el avance hacia sistemas totalitarios, tanto comunistas como capitalistas. Sin embargo, en tanto que Kuehnelt-Leddihn se enfoca en la manía democrática de la igualdad — que él considera incompatible con la verdadera libertad — sin atribuirle claramente esta manía a la clases medias, Evola absolutamente identifica a la burguesía y su innata naturaleza mercantil — la cual milita contra el ethos del guerrero de las sociedades aristocráticas anteriores — como la fuente de los males de la democracia.


Erik María von Kuehnelt-Leddihn (1909-1999) era, como miembro de la aristocracia del Imperio de los Habsburgo, un monarquista y “archi-liberal” en la tradición de Alexis de Tocqueville. Dedicó su carrera principalmente a defender las libertades que él sentía que estaban siendo amenazadas por las doctrinas democráticas y socialistas. Entre 1937 y 1947, vivió y dio clases en los Estados Unidos, volviendo allá después de manera regular desde su nativa Austria, a fin de dar conferencias y continuar con su misión de mejorar la comprensión que tienen los americanos del temperamento y de la mentalidad de los europeos. Estuvo asociado con el Instituto Acton para el Estudio de la Religión y la Libertad y, antes de eso, con el Instituto Ludwig von Mises, del cual el Instituto Acton se había escindido como una rama cristiana. Estaba siempre consciente de la diferencia entre el orden monárquico católico, al cual él pertenecía, y los diversos sistemas democráticos y totalitarios que brotaron a su alrededor en la Europa después de 1914, y su preocupación principal era combatir el impulso nivelador de la democracia, que conduce al totalitarismo y a la privación de las libertades.


Ya en 1943, durante la guerra, había escrito una obra de historia política intitulada The Menace of the Herd or Procrustes at large ( La Amenaza del Rebaño o Procusto anda suelto) (Milwaukee, Wisconsin, The Bruce Pub.Co) que trataba de los defectos de la democracia y del socialismo en Europa, así como en América y en Rusia. Limitaré mis observaciones al segundo de sus tratados políticos, Liberty or Equality: the Challenge of our Time (Caldwell, ID: The Caxton Printers, 1952), y me referiré al primero sólo para sustentación contextual. La primera parte de Liberty or Equality se dedica a un examen de la conexión inextricable entre la democracia y la tiranía. En su obra anterior, The Menace of the Herd, había resaltado la conexión entre la burguesía de Europa y el desarrollo del capitalismo. Señaló especialmente a la Reforma Protestante como el movimiento que liberó el espíritu capitalista, fortaleciendo el prestigio de los usureros judíos en la sociedad europea. Los países protestantes del norte de Europa, particularmente, se convirtieron en estados capitalistas con extraordinaria  rapidez, en tanto que los del sur se quedaron atrás en forma de sociedades tradicionales.


Ginebra, la ciudad-estado teocrática de Juan Calvino, conservaba todavía algunas características aristocráticas, pero su espíritu ya era esencialmente oclocrático y burgués. Para cuando él murió, encontramos una civilización y cultura de clase media altamente desarrollada de carácter capitalista y semi-republicano en los países del Valle del Rhin — en Suiza, en el Palatinado, en Alsacia, en Holanda — pero un proceso semejante puede observarse también en distritos más alejados: en el sur de francia, en las Islas Británicas y en la Hungría oriental.
El problema de este nuevo gobierno del dinero y de la tecnología fue que, a diferencia del sur católico, era culturalmente estéril


Fuera de algunos poetas, vemos a estos seguidores de Calvino contribuir muy poco a las artes y las letras. Carecían de pintores, músicos, arquitectos con originalidad; la hilaridad era para ellos sospechosa y su humor era limitado.


Surgió en el norte la peligrosa consigna del “progreso”.


Las antiguas sociedades jerárquicas y personales fueron batidas hasta ser convertidas en masas informes, por dos grandes productos del “progreso” — las megalópolis y la factoría. “El 'progreso' es (a) colectivista y (b) un ideal puramente urbano...”


Y pisándole los talones a esta idea novedosa del “progreso” vino la noción de la “humanidad”.
La humanidad como tal apenas si existía como un principio viviente en la Edad Media, porque en relación con la eternidad, el hombre no tenía una existencia colectiva. Los individuos se sacrificaban a sus familias, sus señores feudales, reyes, ciudades, derechos, privilegios, religión, su amada Iglesia o la mujer que amaban; de hecho, por todo y por todos con los cuales tenían una relación personal. El anónimo montón de arena llamado 'humanidad' era desconocido para el hombre medieval y aun el concepto de 'nación' no equivalía a la masa gris de ciudadanos que hablan un mismo idioma, sino que era visto como una jerarquía de estructura compleja... El colectivo singular 'humanidad'  no fue creado hasta después de la Reforma protestante, como una unidad viviente.”


La burguesía responsable del capitalismo y la democracia,  sin embargo, no tenía simpatía por las clases bajas, que estaban aliadas más cercanamente con la aristocracia.
La burguesía capitalista del siglo diecinueve (principalmente si consideramos las clases medias altas) se pronunció por un sistema electoral que excluía a las clases bajas de una influencia directa en el gobierno. El demócrata de clase media con frecuencia le tiene pavor al trabajador manual, quien frecuentemente se ponía del lado del aristócrata, usualmente odia políticamente al campesino, parcialmente por razón del desprecio arraigado de los elementos agrarios contra la ciudad, y parcialmente por razón de la estructura y las tendencias conservadoras y patriarcales de la población agraria.


Así pues, la quimera de la 'humanidad' hizo a los hombres no más fraternales sino menos.
La cultura y la civilización democratística los rebajó al ajerárquico montón de arena pero, paradójicamente no los llevó más cerca el uno del otro. Sólo el pensamiento de un creador común y un origen común puede unir a los seres humanos.


Esta es de hecho la fuente de la enajenación de las democracias modernas.
En el Tirol jerárquico la gente está más unida una con la otra que en el democrático “Nueva York, y aun el albano que practica su vendetta es más buen vecino que el habitante del Berlín o del Estocolmo modernos.”


De manera interesante, Kuehnelt-Leddihn rastrea los comienzos de la democracia popular u oclocracia al pensamiento materialista de Juan Calvino y a la negación de la vida después de la muerte por los pensadores de la Ilustración que trajeron la Revolución Francesa.


No cabe duda que el ateísmo, el agnosticismo, y la negación de la otra vida son parcialmente responsables del rápido desarrollo técnico que, además de los exquisitos instrumentos de destrucción masiva, nos trajo diversos medios para superar el espacio y el tiempo.
La distribución de las materias primas mediante el uso de tecnología hace todo disponible a todos porque “nadie debe tener el derecho de enorgullecerse de ser el único poseedor de una cosa específica” y el resultado sociológico es una rápida colectivización.


En sus primeras etapas, la democracia es intrínsecamente una lucha contra los privilegios, y después el democratismo sigue esta amarga lucha despersonalizante contra todos y contra cualquiera con la ayuda de la magia demoníaca de la técnica.


La educación universal es también identificada por Kuehenelt-Leddihn como una de las características 'colectivistas' de la democracia:


En vez de apegarse al principio jerárquico en el más aristocrático de los campos — la educación intelectual — se hicieron en este terreno una serie de concesiones al espíritu de las masas; la educación se convirtió así, junto con el industrialismo, en no otra cosa que un factor más de nivelación aplanadora.


Es significativo también que las clases medias se oponían especialmente a la Iglesia Católica por razón de su naturaleza jerárquica y de su preocupación con los misterios, que en una democracia tenían que ser racionalizados por las masas a medio educar. Como él lo observa:
Debe tenerse en mente que la clase que ha sido más antagónica a la Iglesia en los siglos pasados ha sido la clase media, o la burguesía. Es la clase media de Francia, Austria, Alemania, Bohemia, y Moravia la que muestra el mayor porcentaje de protestantes.


A diferencia de Evola, Kuehnelt-Leddhin no considera que el liberalismo sea una característica distintiva de la democracia, sino, más bien, considera que el deseo de igualdad es la obsesión característica de la democracia, que,como se menciona arriba, contradice el deseo natural de libertad. En Liberty or Equality, él define libertad como la de desarrollar la personalidad propia:
La mayor cantidad de auto-determinación que es factible, razonable y posible en una situación dada. Como medio de salvaguardar la felicidad del hombre y proteger su personalidad es un fin intermedio, y consecuentemente forma parte del bien común. Es evidente que bajo estas circunstancias no puede sacrificarse brutalmente a las demandas de la eficiencia absoluta ni a los esfuerzos para alcanzar un máximo de bienestar material.
En este contexto, tiene particular cuidado de distinguir la democracia anglo-sajona de la continental, ya que aquélla está dirigida desde arriba y conserva el carácter de una “república aristocrática” en tanto que ésta tiende a ser una democracia de masas, que conduce al totalitarismo. También nos recuerda que:


Algunas de las mejores mentes de Europa (y de América) estaban angustiadas por el temor de que hay fuerzas, principios y tendencias en la democracia que son, ya sea en su propia naturaleza o, por lo menos, en sus potencialidades dialécticas, contrarias a muchos de los ideales humanos básicos — siendo uno de ellos el de la libertad.


Los defectos principales de la democracia se derivan de sus preocupaciones materialistas, de ahí su producción en masa, su militarismo, su nacionalismo étnico, su racismo, y todas las tendencias a la “simplificación” que conducen hacia la uniformidad y la igualdad, que él llama “identitarianismo”. Cita la observación de Lord Acton de que: “Libertad era la consigna de la clase media, igualdad la de la baja”. Esto, sin embargo, difiere de su propia afirmación en La Amenaza del Rebaño, de “Libertad es el ideal de la aristocracia, en tanto que igualdad lo es para la burguesía, y fraternidad para el campesinado”. De hecho, si la igualdad fuera la principal demanda de las clases bajas como lo había propuesto Lord Acton, la nivelación a la que apunta Kuehnelt-Leddihn claramente no se debe a ellos, sino más bien a las elites que las organizan como “masas de hombres que son 'parecidas e iguales' atraídas por placeres bajos y vulgares.” Su cita de Alexis de Tocqueville deja esto muy claro:


Sobre esta raza de hombres se yergue un poder inmenso y tutelar, que se adjudica sólo a sí mismo la facultad de obtenerle sus satisfacciones y cuidar de su destino. Ese poder es absoluto, ínfimo, regular, providente y leve. Sería como la autoridad del padre si, como ella, su objeto fuera el de preparar a los hombres para la hombría, pero busca, por el contrario, mantenerlos en perpetua adolescencia: está muy conforme con que la gente se regocije, siempre que no piense en otra cosa que en regocijarse. Para la felicidad de ellas un gobierno así se afana con gusto, pero elige ser el único agente y árbitro de esa felicidad: les proporciona lo necesario para su seguridad, les provee para sus necesidades, les facilita sus placeres, les dirige su industria, regula la herencia de la propiedad, y subdivide las herencias — ¿qué queda si no es librarlos de todo cuidado de pensar y de toda la dificultad de vivir?


Vemos de esta descripción de los efectos de la democracia que ésta es una caricatura maternalista del ideal paternalista político que Evola propone. Aun cuando Kuehnelt-Leddihn no culpa, como Evola, a la burguesía por su nivelación forzada de las clases bajas, sí observa que la producción en masa capitalista y el militarismo nacionalista son creaciones de los capitalistas burgueses más que del proletariado.


También podemos observar que él considera el nacionalismo racial como una forma de proletarismo en el que naciones enteras son elevadas a un estado pseudo-aristocrático. Sin embargo, puede inferirse de sus propias disquisiciones sobre las distintas actitudes hacia el nacionalismo y racismo entre católicos y protestantes (ver abajo) que este nacionalismo y racismo no son tanto característicos de las clases bajas como de aquéllos que explotan el sistema democrático, que deben de ser principalmente las clases medias capitalistas.


En general, Kuehnelt-Leddihn no acentúa las peligrosas revoluciones de la burguesía en los estados monárquicos o aristocráticos ni su pernicioso efecto sobre las clases bajas. por las que tiene poca compasión. Tampoco relaciona claramente a los judíos de la sociedad europea con las transformaciones de monarquías a democracias y sociedades colectivistas que los países europeos han sufrido en la historia reciente aun cuando someramente señala las raíces en el Antiguo Testamento del materialismo y el oscurantismo que marca las democracias protestantes. Siendo su preocupación principal la defensa de la libertad individual y social, estudia la transformación gradual de los gobiernos democráticos en tiranías. Si en los estados democráticos no emergen en el escenario, el totalitarismo se manifiesta no obstante en el aparato burocrático del estado que atiende las necesidades de bienestar social de las clases bajas. Aquí nuevamente se le ve, por lo menos superficialmente, más bien tolerante con las clases medias, ya que no señala que una burocracia estatal benévola podría atender las genuinas necesidades de la gente, en tanto que también puede interferir con las ambiciones financieras de las clases medias.


En el desarrollo de una democracia hacia una tiranía totalitaria, Kuehnelt-Leddihn acertadamente observa el papel crucial tomado por el protestantismo. A diferencia de Evola, quien no trata la naturaleza y los peligros del protestantismo en su crítica del catolicismo moderno, Kuehnelt-Leddihn echa la culpa de la degeneración de la democracia directamente al protestantismo. Observa que, ideológicamente, las democracias dependen de principios relativistas que son característicos también de los movimientos protestantes.


El relativismo, que el bienpensante y el lógico rechazan, juega un papel enorme en el campo político y espiritual de la democracia. Dejemos al psicólogo determinar las implicaciones femeninas de tal relativismo. Pero el relativismo y la disposición de hacer concesiones van de la mano, y un rechazo a hacer concesiones en las cuestiones fundamentales (una característica católica más que protestante) pronto pondría en parálisis a la maquinaria democrática.


En tanto que los católicos son inflexibles cuando se trata de dogma, los protestantes son más bien subjetivos en su tratamiento de cuestiones doctrinales. Los católicos están consecuentemente más convencidos de sus principios y no están a favor del latitudinarismo. Como lo observa:


El dogma católico, excepto por un aumento en su volumen, ha permanecido sin cambio, y los comentarios sobre él han variado sólo dentro de ciertos límites. El protestantismo, por el contrario, se mantiene en un constante proceso de evolución. En tanto que la fe de los católicos puede estar expuesta al proceso de diminuation de la foi (disminución de la fe), la de los protestantes está sujeta al de rétrêcissement de la foi (estrechamiento de la fe).


Por otra parte, el protestantismo es una religión más fanática que insiste, de una manera medievalista y veterotestamentaria, sólo en Dios, en tanto que el catolicismo siempre ha considerado con igual cuidado a Dios y al Hombre. Esto explica la maravillosa explosión artística del Renacimiento y del Barroco, que está pobremente representado en los países protestantes.


Así pues, la clave para una comprensión verdadera de las culturas católicas del Continente Europeo y de América Central y del Sur es, para el protestante así como para el católico de las Islas Británicas y de Norteamérica, una apreciación y entendimiento de los valores culturales, artísticos e intelectuales del Humanismo, del Renacimiento y del Barroco.


La insistencia protestante de que la religión es un asunto privado está opuesta completamente a la preocupación de la Iglesia con la “totalidad de la cultura humana” (39), la cultura misma distinguiéndose de la civilización, que atiende a las confortaciones meramente materiales de la humanidad.


Aun cuando la civilización es básicamente comodidad, tersura, disfrute material y ausencia de fricción, debemos mirar al cristianismo tradicional — con su violenta oposición a la eutanasia, al aborto, a la contraconcepción, al pacifismo y al individualismo — como algo incómodo.


El protestantismo y el calvinismo poseen también una tendencia veterotestamental de ver el exito terreno como signo del favor divino, lo cual está ausente en las naciones católicas, “donde un pordiosero es un miembro 'útil' de la sociedad, y el comercialismo no es tenido muy en alto.”
Los protestantes, temerosos de una fragmentación social, tienden naturalmente al mínimo común denominador que identifica a los sistemas colectivistas. Los católicos,en cambio, están más desarrollados personalmente que los protestantes, quienes con su tendencia a la condescendencia, la solidaridad, la cooperación, y la buena vecindad, tienden a ser más conformistas que los católicos, y hasta más intolerantes. De hecho una de las características distintivas de la propia democracia — para Kuehnelt-Leddihn así como para Evola — es que es 'anti-personalista' y 'colectivista' y su tendencia a ejercer 'presión horizontal' da como resultado sistemas totalitarios.


No es de  sorprenderse, pues, que Calvino haya establecido en Ginebra el primer estado-policiaco verdaderamente totalitario. La Revolución Francesa también fue de inspiración protestante.


También es evidente que la sustancia ideológica de la Revolución Francesa es casi en su totalidad el producto de la dialéctica protestante. Aun cuando hay algunos elementos Cartesianos y Jansenistas menores en la filosofía política del '89 y del '92, los principales impulsos provinieron de los Estados Unidos, Inglaterra, Holanda y Suiza.


Esto es también por qué, como nos lo recuerda Kuehnelt-Leddihn, el Conde Keyserling califica a los Estados Unidos de socialistas en un sentido más profundo y llega a la conclusión de que “la mayoría de los americanos quieren obedecer como ningún soldado jamás lo ha hecho”.
Los católicos,en cambio, son no democráticos por naturaleza:


Es virtualmente cierto que las naciones católicas, con su amor a la libertad personal, su pesimismo terreno, su orgullo y su escepticismo, nunca habrán de aceptar de corazón la democracia parlamentaria.


Los países católicos privados de una monarquía tienden al burocratismo, la anarquía o la dictadura de partidos, más que a la democracia.


Tenemos que preguntarnos si los casos más extremos, cuando se combina el temperamento violento con una completa incompatibilidad ideológica (España, Portugal, Grecia, Sudamérica), el gobierno desde arriba en una base burocrática no es la única salvaguarda contra la alternativa de anarquía y dictadura de partido.


El catolicismo es esencialmente paternalista y jerárquico, cualidades que también Evola recomienda para su estado conservador orgánico. Los católicos prefieren patriarcas, pero no policías, ellos pueden con frecuencia ser anarquistas y militar contra el Estado. En tanto que la uniformidad de los partidos políticos que gobiernan a los países protestantes facilita el nacionalismo así como el totalitarismo, los católicos no son nacionalistas populares ni favorecen la centralización, sino más bien el federalismo (201). Kuehnelt-Leddihn señala el ejemplo del federalista alemán Constantin Frantz (1817-91) quien se oponía a los regímenes centralistas totalitarios, y nos recuerda también que los prusianos no eran pan-Germánicos, sino más bien dinásticos.


La solución política a los problemas inherentes al gobierno democrático que propone Kuehnelt-Leddihn es una monarquía hereditaria con órganos locales de autogobierno. A diferencia de los dictadores, los monarcas están restringidos por la ley cristiana, y en ésta la doctrina de la imperfección humana, o 'pecado original', sirve como una influencia moderadora en las monarquías así como en las democracias. La monarquía, como el catolicismo, es paternalista y no 'fraternal'. La razón de la superioridad de tal gobierno paternalista — también típico de las órdenes religiosas católicas — es que obliga al gobernante a ser más responsable que los gobernantes electos democráticamente. Las monarquías no son oligárquicas, plutocráticas ni están propensas a la corrupción pues el dinero no manda al estado como sucede en las democracias. Además, el monarca no sólo representa responsabilidad política sino también promueve 'grandes' estadistas dentro de su gobierno, poseídas de una entrega comparable a los deberes del estado. Una monarquía es también más eficiente con su burocracia que una democracia, y está mejor capacitada para llevar a cabo grandes empresas.
Los monarcas son en la mayoría de los casos biológicamente superiores y el gobierno hereditario constituye una regla orgánica contraria a la regla variable de partidos. Los monarcas son capacitados desde niños para gobernar y reciben una educación moral y espiritual para su cargo. Al mismo tiempo, tienen mayor respeto por sus súbditos y protegen a las minorías ya que no dependen del apoyo de las minorías. Las monarquías también tienden a mezclarse internacional y étnicamente, sirviendo así de  fuerza unificadora.


Como las democracias dependen de lo que el historiador judío socialista Harold Laski llamaba un 'marco común de referencia' o consenso, hay de hecho menos libertad de expresión en las democracias que en los estados monárquicos. Esto es particularmente cierto en los estados católicos que están marcados con diferentes niveles de ilustración y por ello no caen en la trampa del utopianismo protestante. El catolicismo no cree que todos sean capaces de recibir la misma educación y entendimiento, ya que está continuamente consciente de la noción de la imperfección humana o 'pecado original'. La liberalidad del católico proviene de la generosidad y no de un razonamiento relativista que por la fuerza concilie los opuestos.


Desafortunadamente, las mayores libertades disfrutadas en las monarquías católicas tradicionales han sido restringidas por los regímenes protestantes. Pero Kuehnelt-Leddihn nos recuerda que sólo el 13% de la población del continente europeo es seguidora de credos protestantes. Y debe tenerse en cuenta que:


Todos los países de la Europa Continental necesitan tener una misión, un fin último, un objetivo metafísico — que elecciones parejas, incremento en exportaciones, más calorías o mejor cuidado dental no van a hacer innecesarios.

Es de importancia vital, por lo tanto, que uno deba “esforzarse por ayudar al continente europeo a encontrar su propia alma”. Siguiendo la disquisición de Kuehnelt-Leddihn sobre el monarquismo y el catolicismo, y su oposición natural al republicanismo y al protestantismo, podemos suponer que lo que se requiere es una restauración, en la medida que sea posible, del sistema monárquico católico — “Sólo así podrá el Continente esperar volver a ser otra vez lo que antes era, una Tierra Libre y Real.”

Continuará
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