Libidocracia Americana
Por John Lyon
Tomado de New Oxford Review
Traducido del inglés por Roberto Hope
John Lyon ha desempeñado puestos académicos y administrativos en diversas universidades, incluyendo Notre Dame, Ball State, Kentucky State y St. Mary´s (Minnesota). Más recientemente ha sido profesor de literatura e historia en una academia clásica en Wisconsin. También ha sido agricultor, cultivando moras, flores, verduras y manzanas, y ha operado un puesto en el mercado campesino de Bayfield County, en Wisconsin.
"Lo primero que llama la atención cuando se observa [el mundo democrático moderno] es una innumerable multitud de hombres, todos iguales y parecidos, tratando incesantemente de obtener los placeres baladís y mezquinos con los que hartan sus vidas... Por encima de esta casta de hombres está un poder inmenso y tutelar que se arroga él sólo la tarea de procurarles su gratificación y de cuidar su destino. Ese poder es absoluto, minucioso, regular, providente y leve." — Alexis de Tocqueville, Democracia en América
Nosotros, el pueblo de los Estados Unidos de América, somos una nación concebida en libertad y nacida en parricidio. No debe ser sorpresa, pues, que desde un inicio, nunca hayamos sido de una misma opinión. Somos internamente contenciosos, y en política exterior, indecisos. En religión hemos sido siempre antagónicos, nuestras divisiones sectarias y entre denominaciones protestantes se añaden a las tensiones de clase y económicas, y se suplementan con rivalidades regionales, y todo ello está impregnado de divisiones raciales.
Nosotros — hasta el referente del pronombre plural es incierto. ¿Qué o quiénes somos nosotros? ¿Hijos de una idea, concebidos de manera harto maculada en libertad así como regicida? ¿Los elegidos de Dios en nuestra ciudad asentada sobre un monte? ¿Una función conglomerada, predeciblemente accidental de la geografía? ¿Miembros auto-elegidos de la más grande unión expoliadora del mundo? ¿El miserable desecho de extrañas y atestadas tierras? Somos un pueblo dispar, de todas formas oscilando siempre entre una transigencia confinada dentro de límites de principios asumidos pero no enteramente examinados, y una guerra civil. Nos hemos mantenido unidos por algún tiempo por una clase sociopolítica hegemónica con una periferia semi-permeable, cuyas funciones aristócratas han sido las de evitar un fratricidio organizado,
El derecho divino de los reyes se esfumó en el mundo de habla inglesa entre los años 1640s y 1780s, y con él se fue, en este país, toda jerarquía y orden heredable. Cuando matamos a nuestro padre el rey (1776-1783) y luego nos rehusamos a reemplazarlo con un sucesor de significancia siquiera simbólica, nos asentamos en nuestra paz regicida cual una banda de hermanos, nominalmente iguales ante la ley y en cuanto a derechos. (Ése era el caso aun cuando, por ejemplo, el documento que nos constituyó especificaba que algunos hermanos eran equivalentes en sólo tres quintas partes a los demás hermanos.) Ningún individuo, familia o clase podía reclamar apodícticamente un "derecho a gobernar," habiendo el Dios de la revelación muerto públicamente junto con la mano derecha de la monarquía. A pesar, o además de la inmensamente importante herencia del derecho consuetudinario inglés, aquellos derechos civiles que teníamos habrían ahora de derivarse "de la naturaleza y del dios de la naturaleza", generalidades que habrían de probar ser no menos abstractas y maleables que aquéllas de la divinidad que anteriormente otorgaba derechos a los reyes.
Aun cuando este paso hacia la igualdad democrática pudiera haber sido políticamente necesario, dada la lógica de los tiempos, fue también el primer paso hacia el totalitarismo democrático: dividir a la naturaleza como algo independiente de Dios, hacer de Dios una función, un derivado de aquélla, hacer de la creencia en la divinidad un asunto privado, de la creencia en la naturaleza un asunto público. La creencia pública en la naturaleza va también a desvanecerse gradualmente, pues la cancha de juego en las democracias no es pareja, se inclina para abajo y hacia la izquierda, y es ahí donde tiene lugar toda acción significativa en ausencia de fuertes medidas de la derecha que se opongan a ello.
Nuestro estilo bipolar nacional, un tipo de esquizofrenia perturbadora, evolucionó en la presencia de un orden civil racional en gran medida derivado de un deísmo, impuesto sobre un orden social básicamente basado en principios cristianos tradicionales. Durante los primeros 70 años de su existencia, nuestra nación evitó temporalmente las consecuencias más serias de esta bipolaridad, dirigiendo mucha de su energía a someter la mayor parte del continente, Con cierta ironía, sin embargo, fue en el curso de esta expansión geográfica que las placas tectónicas, siempre en movimiento, de nuestra estructura política, erupcionaron. No habiendo probado ser nosotros capaces de mantener la tranquilidad social basada en el orden fraternal de las cosas, supuestamente deducidos "de la naturaleza y del dios de la naturaleza" nos enfrascamos en nuestra fratricida guerra civil.
Observando nuestra joven nación, Alexis de Tocqueville, en Democracia en América (1835), observó que "los hombres no pueden estar sin una creencia dogmática" y que "de todos los tipos de creencia dogmática, el más duradero me parece que es la creencia dogmática en asuntos de religión; y eso es una inferencia clara, aún desde una consideración no más elevada que los intereses de este mundo." La creencia dogmática en asuntos de religión nos estaba fallando — o nosotros a ella — aun antes de la colonización de Norte América. Se desgajó en mayores facciones ya cuando nos hubimos establecido, gracias a luchas internas dentro de las diversas denominaciones protestantes, a la creciente auto-asertividad de la filosofía de la Ilustración y a los problemas morales y políticos que se presentaban al tratar de hacer compatibles la libertad y la igualdad. Todo orden de cosas divinamente revelado era ridiculizado patentemente por la fisión de las denominaciones protestantes. Tocqueville vio las consecuencias de esto y el futuro fracaso inminente de la naturaleza y del dios de la naturaleza. "Cuando se destruye la religión de un pueblo," escribió él "la duda invade las potencias superiores del intelecto, y medio paraliza a todas las demás." Y, consecuentemente, habiendo fallado para 1861 toda estabilidad política basada en una creencia religiosa revelada, o religión "natural" dogmática, procedimos a despedazarnos.
El resultado de esto fue una reordenación de las prioridades políticas. A fin de mitigar la tensión creada al fraccionar matemáticamente a la humanidad, re-creamos un orden político en el cual la desigualdad pasó de esa distinción insidiosa a otra, todos los derechos individuales ya se hicieron iguales, pero en el campo político, todos los derechos corporativos subsidiarios fueron devaluados, Los derechos federales se hicieron más iguales que los de los otros — específicamente los de los estados.
Habiendo fallado la creencia dogmática en la naturaleza y en el dios de la naturaleza, el Gran Leviatán, ese dios mortal, entró al quite. Naturalmente. "Un estado democrático de la sociedad, semejante a aquél de los americanos, podría ofrecer facilidades singulares para el establecimiento del despotismo," observó Tocqueville. A pesar de los motivos religiosos de los abolicionistas, de los escritores del himno del Ejército de la Unión, de la perspicacia y la estrategia de un notable presidente, y de la erradicación de la esclavitud, eludimos encarar nuestros dilemas políticos una vez más, pasando nuevamente a una era de explotación del continente, esta vez una "Edad Dorada"
Dorada — enormes ganancias habrían de obtenerse de la explotación de la naturaleza, facilitadas no tanto por la naturaleza y el dios de la naturaleza, sino por una ética utilitaria/pragmática erigida sobre una filosofía legal positivista. Pero ni la "utilidad" ni "lo que funciona" son un concepto unívoco, y el positivismo puede ser negado. Cada uno significa una vez esto, otra vez aquéllo, cada interpretación legitimada por la fuerza de un gobierno nacional cada vez más grande, en nombre de la única entidad civil que aún quedaba, la colectividad abstracta de individuos anónimos, La naturaleza y el dios de la naturaleza murieron o se suicidaron. Prosperamos en nuestro avance hacia el oeste.
El Gran Dios Pan había muerto, pero la mayor y menos imaginativa abstracción de todas seguía viviendo: "el Pueblo," que podía ser contado cuando contaba, Cada voto contaba tanto como cualquier otro, hubiera sido éste depositado por "Pap" de Huckleberry Finn o por un ciudadano sobrio y concienzudo.
Pero Pan tiene una manera de cambiar las formas inesperadamente, hasta de resucitar, y así fue que un estudiante bastante anónimo se paró en los escalones del edificio de administración de la Universidad de Berkeley, sosteniendo una pancarta con sólo cuatro letras que denotaba en inglés el ayuntamiento sexual infructífero pero forzado. Connotativamente, proponía la práctica general de esta actividad carente de objetivos en todo el universo, pues el universo era en sí mismo estéril de todo propósito o, por lo menos, así se le consideraba comúnmente y, sin embargo, era consentidor de los placeres pasajeros. La creencia dogmática en el imperio de la ley predicado en la divinidad o en la naturaleza había probado ser insolvente; el pragmatismo, irónicamente, inviable. Pues ya que ni la utilidad, ni el pragmatismo, ni el positivismo, por sí solos, seriados o juntos, habían probado ser capaces de establecer una jerarquía duradera de maximizar el placer y minimizar el dolor para la mayoría, la mayoría estaba por tomar el placer en sus propias manos, en una mezcla de libertarianismo nominalista y de programación social estatista.
América había entrado en la era de la revista cómica Mad y adoptado el lema de Alfred E. Newman, "What, me worry?" ("¿Qué, yo preocuparme?") Transferimos nuestra responsabilidad moral a la ciencia y a la tecnología (que habían estado haciendo por ya algún tiempo y bastante agresivamente con la naturaleza esa misma actividad que en inglés se indica mediante cuatro letras), cada una de ellas operando cada vez más como una agencia del gobierno federal; y pasamos a una posición Nietzscheana más allá del bien y del mal. Practicar esa actividad de las cuatro letras era usualmente placentera, mucho más que el juego de pushpin o que la poesía (las alternativas indiscriminadas que señalaba Jeremy Bentham), y, ya que la actividad no tenía consecuencias, permitía toda clase de uniones carnales, convirtiéndose así en una actividad "sin víctimas" — a menos que uno u otro miembro de la pareja pensara lo contrario antes (o después) del hecho.
Habíamos recorrido la división tripartita de la historia que hace Augusto Comte, pasando por la etapa teológica, la metafísica y la positiva, llegando a una negación de todas las etapas, y el final del misterio, si no de la historia. La monarquía de derecho divino, el republicanismo de derecho natural y la democracia de derecho popular, habiendo cada uno de ellos fallado, nos volcamos inevitablemente hacia la libidocracia colectiva. Ya que, como lo han observado numerosos comentaristas con relación a la democracia, no hay santuario cuando "el pueblo" está contra usted, no se diga una seguridad política de mantener una postura social impopular, llegamos a sufrir una carga de políticos serviles políticamente "pero personalmente opuestos a ..." La religión, en vez de ser aquéllo que mantiene a la gente unida, se retiró para volverse una cuestión de gustos — y todos sabemos que ”de gustibus non est disputandum” (de gustos no hay por qué disputar). La ética, en vez de ser un código de comportamiento social predicado en la naturaleza humana común, se trocó en un precipitado de revelaciones privadas gnósticas de lo que sea mejor (o sea lo más placentero) para mí, filtrado a través de estadísticas y del azar, negociado y canjeado por un croupier federal, imparcial, por supuesto. El cuerpo político se disuelve en sus miembros individuales, y hasta el Gran Leviatán debe hacerse pasar como el ejecutor solamente del mayor bien individual para el mayor número. "En las comunidades democráticas," observaba Tocqueville "cada ciudadano está ocupado individualmente en la contemplación de un objeto muy endeble, en específico, de él mismo."
Esta es una catástrofe moral y política, como muchos lo han señalado. El Papa San Juan Pablo II, en Evangelium Vitae (1995), temía que si, como resultado de un oscurecimiento trágico de la conciencia colectiva, triunfara una actitud de escepticismo, poniendo en duda aun los principios fundamentales de la ley moral, el sistema democrático mismo sería sacudido hasta sus cimientos, y pasaría a ser un mero mecanismo para regular intereses distintos y opuestos, sobre una base puramente empírica" (N° 70).
Como Pan, el mismo dios mortal pareció estar pereciendo en la cúspide de su poderío. Pero todo era apariencias, Leviatán parece resurgir inevitablemente. Las monarquías de derecho divino, las monarquías constitucionales, las repúblicas democráticas — todas ellas pasan, con todo y sus interpretaciones letradas. Sólo las técnicas numéricas avanzan. Sólo aquéllo que pueda ser contado cuenta, y lo que cuenta realmente es quién hace el conteo. Solo la materia tiene importancia, La justicia se troca en un algoritmo. Todo el orden tradicional se lanza por la borda en nombre de una infalible (aun cuando ignorante), invencible (aun cuando apasionadamente encadenada) mayoría, expresada numéricamente, contada por actuarios federales, en nombre del fatuo principio del juez Anthony Kennedy del "dulce misterio de la vida." Hemos tocado fondo y empezado a cavar.
Las espantosas consecuencias del triunfo de la igualdad, aun cuando se le califica de "providencial," nos han llegado ya, como lo temía Tocqueville. A pesar de su aceptación de la igualdad como algo ineludible, escribió, "Mantengo que es una máxima impía y detestable que, hablando políticamente, la gente tenga derecho de hacer cualquier cosa... Los derechos de todo pueblo están circunscritos, por lo tanto, dentro de los límites de lo que es justo"
"Algunos no han temido aseverar." seguía diciendo, "que un pueblo nunca puede brincarse las trancas de la justicia y la razón en esos asuntos que le son peculiarmente propios, y que, consecuentemente, puede otorgársele un poder completo a la mayoría, por la cual está representado. Pero éste es el lenguaje de un esclavo." Concluía esta sección con la vigorosa afirmación: "El poder de hacer todo lo que se quiera, que yo debería negar a uno de mis iguales, jamás concedería a un número mayor de ellos, cualquiera que éste sea."
Vox populi, vox diaboli.
Más adelante en su clarividente análisis del futuro de la democracia igualitaria, este de lo más observador católico Normando concluía con cierta trepidación, "Por mi parte, dudo que el hombre pueda jamás soportar al mismo tiempo una completa independencia religiosa y una libertad política completa. Y me inclino a pensar que, si es corto de fe, habrá de quedar sometido, y si ha de ser libre, tendrá que creer."
Prescindiendo del ineludible, si no exclusivo, significado público de hombre en la admonición de Tocqueville, hemos reducido la fe a una función privada, donde rápidamente pasa a ser una cuestión de gusto individual y de conventículos sectarios políticamente irrelevantes. Aquéllos que han sido intimidados a creer que esta postura esquizoide refleja su oposición a la discriminación, están en realidad opuestos indiscriminadamente a todo orden público basado en creencias, sea creencia basada en la revelación, o en la naturaleza, o en cualquier otra cosa más allá del conteo de números. Son carentes de fe en la política y consecuentemente están sometidos, están libres como individuos pero creen en nada más sustancial que su creencia carente de objetivo. Las creencias dejan de tener una función pública y se desmenuzan en millones de dispensas idiosincrásicas, ninguna de las cuales tiene una práctica pública significativa, cada una de las cuales puede ser manipulada en contra de las otras por el Gran Leviatán, a fin de "asegurar la tranquilidad doméstica."
La relevancia pública de la creencia religiosa, sin embargo, como lo vio Tocqueville, es necesaria para cualquier orden de tranquilidad doméstica que no sea un orden totalitario. A la larga, la mayoría de los individuos llegarán a considerar que mantener su creencia personal resulta intolerable (como Dostoyevsky lo señaló una generación, o algo así, más tarde, en su parábola "El Gran Inquisidor") y se alegrará de turnar esa función al estado-como-iglesia. De ahí la escuela pública, que proporciona el dogma declarado y la disciplina aprobada a los hijos de los no creyentes.
Tocqueville advirtió que "las ideas generales con respecto a Dios y a la naturaleza humana son ... las ideas que, por encima de todas las demás, resultan ser más aptas para ser removidas de la acción habitual del juicio privado, y en las cuales hay más que ganar y menos que perder reconociéndose un principio de autoridad". La actual lucha política en los Estados Unidos es entre un totalitarismo de estado cada vez mayor y un orden político limitado. La cuestión principal es: ¿quién debe tener la última palabra acerca de la naturaleza de la naturaleza y, en particular, de la naturaleza del hombre? ¿acerca de las "ideas generales con respecto a Dios y a la naturaleza humana"?. La escuela pública es el seminario civil del estado omnicompetente; la Iglesia, por otra parte, es la facilitadora de un gobierno limitado por factores extra-políticos, "Dos son los que son..." en la antigua fórmula del Papa Gelasio. Es bueno estar "a dos" en el mundo el poder, pues, como dice la clásica observación de Lord Acton: "El poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe de manera absoluta"
Sin embargo, seguimos avanzando, hacia abajo y hacia la Izquierda totalitaria. Comentando sobre la tendencia a la centralización y el despotismo de los gobiernos democráticos, Tocqueville escribió que "ningún soberano que jamás haya vivido en épocas pasadas ha sido tan absoluto como para haberse encargado de administrar con su propia acción, y sin la ayuda de poderes intermedios, todas las partes de un gran imperio: ninguno jamás intentó someter a todos sus súbditos a una estricta conformidad de reglamentación, o tutelar y dirigir personalmente a cada miembro de la comunidad. La noción de una empresa tal nunca se le ocurrió a la mente humana."
Eso era hasta que llegó Obama, y el adiestramiento de bacinica ordenado federalmente
El proceso proto-totalitario de discriminar a nombre de la anti-discriminación continúa bajo el eje de humo de la igualdad. "Creo," escribió Tocqueville, "que es más fácil establecer un gobierno despótico absoluto en un pueblo en el cual las condiciones de la sociedad son iguales, que en cualquier otro, y creo que si tal gobierno se estableciera por una vez en ese pueblo, no sólo habría de oprimir a los hombres, sino que con el tiempo arrancaría de cada uno de ellos varias de las más elevadas cualidades humanas. El despotismo, por lo tanto, me parece que debe ser particularmente temido en tiempos democráticos." Pues "en épocas de igualdad, cada hombre naturalmente tiene que valerse por sí solo."
En términos políticos clásicos, aquél que se vale por sí sólo es un "idiota". Se doma a los idiotas de la misma manera como se doma a los animales silvestres, desde su infancia. De ahí, nuevamente, las escuelas públicas manejadas por el estado.
La fe o la creencia restringida privadamente en, o a, uno mismo, o a su camarilla, tiene descriptores más exactos que el del lema de la "libertad religiosa": orgullo, autoestima, egoísmo, narcisismo, arrogancia. El punto de la distinción y conjunción que hace Tocqueville pudiera ser muy distinto del de nuestros incompetentes políticos, opuestos personalmente pero acquiescentes públicamente a cuestiones divisivas propuestas y apoyadas por aquellos auto-nombrados progresistas cuyo "progreso" conduce inevitablemente a Campo Siberia (por usar una figura tomada de la tira cómica Pogo de Walt Kelly). Cuando la fe se restringe a asuntos"personales", se vuelve socialmente retrógrada y políticamente irrelevante, posesión de los idiotas civiles.
Tocqueville hablaba del hombre, la criatura pública, no de cualquier posible individuo, o conventículo de individuos, a los cuales el orden público permitiera darse el gusto de llevar a cabo diversas formas de insensateces gnósticas reveladas privadamente, o de disfrutar de fantasías sexuales incitadas libidinosamente. Aquéllos que se "oponen personalmente" pero que públicamente se conforman con los ataques a cuestiones básicas como la estructura y la función de la sexualidad humana, o con quienes tratan de hacer distinciones insostenibles entre la naturaleza del hombre y la persona humana en los dos puntos extremos de la vida (haciendo eco directamente de los argumentos que se esgrimían en pro de la esclavitud hace 170 años), dejan el comportamiento ético a ser definido por el mejor postor. Este estilo esquizoide, sin embargo, como quiera que se haya arraigado en la experiencia Americana, aumenta nuestra disensión, laiciza los en una época semi-encantados lugares públicos, y las grandes interpretaciones tradicionales de lo que es ser humano se trocan en irrelevancias públicas. "Libre de creer" se troca en una "licencia de andar holgazaneando y perdiendo el tiempo", siempre y cuando a lo que conduzca no obstruya seriamente el camino a Campo Siberia, donde habrá barracas para perder el tiempo, facilitado con soma y ejercicios maltusianos.[*]
Parece no haber forma de eludir el hecho de que el ser "públicamente aquiescente" implica complicidad privada, cualesquiera que sean los límites morales de esa complicidad. ¿Dónde radica la lealtad final del hombre?¿al hombre y su naturaleza como son realmente, o al estado y su naturaleza como se experimenta? ¿a uno mismo o a una acción pública con un propósito que trasciende a uno mismo y al estado? ¿y quién establece los propósitos? ¿qué puede el estado proporcionarnos más allá del Proceso Bokanovsky, soma, ejercicios maltusianos y trabajo interminable? Todos seremos trabajadores, incluyendo las "trabajadoras sexuales" — en un paraíso de los trabajadores. Sin embargo, para ahora ya debiera usted saber que Arbeit macht nicht frei (el trabajo no te hace libre), y que Bokanovsky y Soma por lo menos tienen como su básica postura por defecto lebens unwürdig lebens (vida que no merece la vida). Malthus es ya otra cuestión.
¿Es aún concebible ya no más pensar, y mucho menos decir, “Dies homini non desideravi” ("No he deseado el día del hombre, " Jer. 17:16)? Sería absurdo esperar que el estado proponga esto. Quizás, sin embargo, si no se mantiene esta actitud por la sociedad, nos encontramos ya en una democracia totalitaria, cuya "tranquilidad doméstica" pueda ser esporádicamente desafiada sólo mediante llamamientos partisanos a las barricadas.
[*] De la novela distópica Un Mundo Feliz, de Aldous Huxley: soma es una droga utilizada para mantener a los ciudadanos en paz; el Proceso Bokanovsky es uno de clonación de humanos, utilizando óvulos fertilizados in vitro; los ejercicios maltusianos estaban diseñados para evitar la concepción (N del T)
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