domingo, 22 de julio de 2018

¡El Respeto Humano es una Esclavitud Cobarde y Desgraciada!

¡El Respeto  Humano es una Esclavitud Cobarde y Desgraciada!



Sermón  del  Padre Ferreol Girardey, C.SS.R, escrito en el año del Señor 1915
Traducido del Inglés por Roberto Hope


El hombre naturalmente ama la libertad y detesta la esclavitud como un vergonzoso yugo. Es natural que el empleado deba obedecer a su patrón; el soldado a su oficial; el marinero a su capitán; el hijo a sus padres; el alumno a su profesor, pues en estos casos el yugo es honroso. También fue honroso para Régulo, el general romano, volver a Cartago y sufrir ahí penoso cautiverio y muerte por el bien de su patria. Pero no hay esclavitud más baja y desgraciada que aquélla de un hombre que regula su religión y su conducta conforme al capricho de otro hombre; que internamente aprueba lo que es correcto, pero carece del valor para llevarlo a cabo; que en su corazón condena lo que está mal, y sin embargo lo hace porque otros también lo hacen; que ve con claridad lo que es su deber, pero no se atreve a cumplirlo, no vaya a desagradar a sus alegres camaradas o a sufrir la desaprobación de aquéllos a cuyo favor aspira.

¿Dónde puede encontrarse un esclavo tan vil? ¡No entre los mahometanos o entre los judíos, sino entre los católicos! Algunos de ellos quizás me estén escuchando en este momento. "Podemos ciertamente," dice San Agustín "conformarnos al mundo en ciertas cuestiones y costumbres que no interfieran con nuestro deber; pero en los asuntos que conciernen a nuestros deberes para con Dios, Su Santa Iglesia, nuestra alma, nuestra salvación, nuestra eternidad, quien se deja esclavizar por sus leyes y máximas que estén en directa oposición al Evangelio, se exhibe a sí mismo no como hombre libre sino como un vil y cobarde esclavo." Esto es cierto más especialmente con respecto a aquéllos que por los méritos, sufrimientos y muerte de Jesucristo, han sido bautizados y hechos hijos de Dios y han sido "admitidos en la libertad de la gloria de los hijos de Dios" (Rom. 8. 21)

La libertad del hombre es un derecho y un privilegio irrenunciable, que el mismo Dios, el soberano Señor del universo, respeta y jamás infringe. Él ciertamente desea y nos manda servirle, pero no nos forza a hacerlo, pues desea que lo hagamos libremente. Él desea que vayamos al cielo, pero de manera libre. Nuestra libertad no es más que una participación en la Suya, pues hemos sido hechos a Su imagen. Aquél que se deja influenciar y guiar por el respeto humano, degrada y desgracia en él mismo la imagen de la libertad de Dios al someterse vergonzosamente a las opiniones y caprichos de sus semejantes. Y ¿quiénes son esas personas cuya desaprobación tanto teméis? ¡Igual que vosotros, no son nada, están hechas de polvo, son hojas llevadas por el viento, sujetas a esfumarse como una sombra, secarse como el pasto, habrán de morir tarde o temprano y volverse alimento para los gusanos! Además, considerad la ausencia de valor moral de las personas que vosotros tanto tratáis de agradar y ganar su aprobación o que tanto teméis desagradar. En sí mismas carecen de valor moral, sino que son vanas y despreciables, inmerecedoras de estima o de confianza; siendo sus pareceres y consejo en asuntos mundanos algo que vosotros consideráis carentes de valor!

Pero cuando se trata de vuestra santa religión y vuestras obligaciones, de vuestra salvación eterna, vosotros teméis sus miradas desaprobatorias, su ruda e insensata mofa! Para quedar bien en la estimación de esos viles y despreciables hombres, traicionáis vuestra conciencia, ofendéis a Dios a quien debéis todo lo que sois y tenéis, escandalizáis a vuestro prójimo, perdéis vuestra salvación! ¿Por qué habréis de esforzaros tanto por agradar a esos individuos? ¿Qué han hecho ellos por vosotros? ¿Han ellos jamás, como Jesucristo Nuestro Señor, derramado su sangre y muerto por vosotros? ¿Habrán esas personas que vosotros tanto os esforzáis por agradar, cuya censura teméis tanto, libraros de ser condenados al infierno o rescataros de ahí luego de vuestra condenación? Y cuando cedéis así a sus pareceres y os esforzáis por complacerles en todo ¿ganáis de esa manera su aprecio y su estima? De ninguna manera, no importa lo que puedan deciros, ellos, en su fuero interno os vilipendiarán como hombre malo, vil y despreciable, carente de principios y de valentía. Todos, hasta los mismos malvados, no pueden dejar de apreciar y estimar la virtud en aquéllos que tienen el valor y la hombría para actuar de acuerdo con los dictados de su conciencia, y desprecian, desdeñan y desconfían, en el fondo de su corazón, a todos aquéllos que sucumben ante el respeto humano.

Se cuenta que el emperador Constancio Chlorus, padre de Constantino el Grande, que un día reunió a los miembros de su corte y oficiales de su ejército que fueran cristianos, y les ordenó, bajo pena de ser expulsados de su servicio y castigados severamente, que ofrecieran sacrificio a las deidades paganas. Algunos de ellos apostataron; el resto permaneció firme en su fe. Constancio premió a éstos últimos, pero expulsó de su servicio a los primeros, diciendo que no podía depositar confianza en aquéllos que, por una consideración mundana, fueran infieles a su Dios. Ciertamente, la experiencia demuestra que quien le es infiel a Dios, a sus deberes religiosos, no merece confianza, pues siempre será el vil esclavo de tantos amos o tiranos como haya personas cuya crítica y mofa él tema, o cuya aprobación él busque. "Aquél que trata de sacudirse el dulce yugo de Dios," dice San Juan Crisóstomo, "se ciñe otros yugos que son tan degradantes como intolerables."

Debemos imitar la grandeza de alma de San Pablo. No se preocupaba de las opiniones ni de la estimación humana, pues dijo; "Para mí es poca cosa ser juzgado por vos o por cualquier tribunal humano" (i Cor.4.3) No se avergonzaba ante los hombres de cumplir con su deber: "No me avergüenza el Evangelio" (Rom. i, 1.16). De manera semejante no deberíamos avergonzarnos de ir a Misa, de observar abstinencia en los días prescritos, de ir a confesarnos, de enviar a nuestros hijos a una buena escuela católica, de decorar nuestra casa con imágenes religiosas, de mantenernos alejados de diversiones peligrosas; en una palabra, de llevar la vida de un buen católico. ¿Por qué habremos de tenerle pavor a la crítica, a la mofa de hombres cuyos pareceres se oponen al Evangelio de Jesucristo, que no merecen nuestra estima y confianza? ¿Por qué hemos de avergonzarnos de llevar una buena vida cristiana, de cumplir nuestro deber, y de temer que se rían de nosotros individuos cuya conducta es una desgracia para la verdadera hombría? No actuemos como ellos "que dijeron a Dios apártate de nosotros y veían al Todopoderoso como si Él careciera de poder" (Job 22:17). Acatemos la admonición de nuestro Divino Salvador. "No temáis a aquéllos que matan el cuerpo pero que son impotentes para matar el alma; más bien temed a Aquél que puede destruir tanto al alma como al cuerpo en el infierno" (Mat. 10.28)

¿Qué ventaja tiene para vosotros el gozar del favor de hombres de mundo? ¿no será mejor buscar la estima de los virtuosos? ¿De los santos y de los ángeles? ¿Del mismo Dios? "tiene poca consecuencia," dice San Agustín, "que los hombres no me elogien, siempre que Dios lo haga; que los hombre me culpen, siempre que Dios no. Piensen lo que quieran de Agustín, siempre que mi conciencia no me acuse ante Dios." "Ya que Dios será mi juez," dice San Jerónimo, "no temo el juicio de los hombres." Si queréis ser esclavos, sed esclavos del Señor, cumplid Sus mandamientos, evitad el pecado, sed esclavos de Jesucristo quien amó y se entregó a la muerte más cruel y vergonzosa para salvaros, y procuraros felicidad sin fin. "Dejad que esta mente esté en vosotros, que estaba también en Jesucristo" (Fil. 2. 5), "quien, tomando la forma de sirviente, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte (por nosotros), hasta la muerte en la cruz. "(Fil 2. 7, 8). Estemos firmemente persuadidos de que no podemos agradar y servir tanto al mundo como a Dios. "Si yo agradare a los hombres, no sería el sirviente de Cristo" (Gal. 1. 10)

Podemos entender el motivo que induce a un soldado a desertar en favor del enemigo, que un hombre inste a un hijo o hija a dejar la mansión paterna ¡Pero que, por el mundo, un católico traicione a su Dios, a su Iglesia, a su alma, en razón de la censura de algún hombre o conjunto de hombres innobles, es prácticamente nada menos que una infame apostasía! Dios es vuestro mayor Benefactor. ¿Qué más podría Él hacer por vosotros que no haya hecho ya, sea en el orden de lo natural o en el orden de la gracia? Dios os creó en preferencia a otros innumerables hombres que pudo haber creado si así lo hubiera querido. Os dio vuestra vida, vuestro cuerpo, sus cinco sentidos y su uso, y una alma inmortal con sus facultades. Él os ha dado vuestra salud y fortaleza, así como otros innumerables beneficios. Él os guarda con verdadero cuidado paternal, os preserva de muchos peligros y hace de todas las criaturas, tanto animadas como inanimadas, vuestras servidoras. "Y si estas cosas fueran poco, Yo añadiré cosas mucho más grandes en vosotros" (2 Reyes 12. 8). En el orden de la Gracia Él ha hecho cosas más grandes en vosotros. Por el bien de vosotros "Dios no escatimó a Su propio Hijo, sino que lo entregó" a los insultos, a los tormentos y a la muerte (Rom. 8. 32). Por vosotros, Dios Hijo, "se vació" tomando nuestra naturaleza humana, "tomando la forma de un esclavo." Por vosotros nació en la humildad, la pobreza y el sufrimiento, por vosotros llevó una vida en la oscuridad, el trabajo y la dureza y la adversidad; y finalmente, después de un ministerio laborioso, asolado por constante oposición y persecución, sufrió una muerte infame en la cruz, luego de sufrir los más atroces tormentos, padeciendo una tristeza inconcebible en Su alma y renunciando a Su honor al ser considerado un impostor y contado entre los criminales más viles. Por vuestro beneficio, Dios instituyó Su Iglesia y sus sacramentos, esas inagotables fuentes de gracia y de salvación que aplican Sus méritos a las almas de los hombres, las purifican y embellecen y las hacen merecedoras de la gloria eterna. "Y si estas cosas fueran pocas, Yo añadiré cosas más grandes en vosotros."

No contento con hacer esto por vosotros, Dios os llamó a la fe verdadera por el bautismo, por su amorosa dispensación, fuisteis educados por vuestros buenos padres en el conocimiento y la práctica de vuestra fe y os han apartado de las malas influencias, habéis muchas veces limpiado del pecado vuestras almas mediante el sacramento de la penitencia, en la sangre del Cordero Inmaculado, y hecho partícipes del Pan de los Ángeles en la Santa Eucarístía. Verdaderamente, Dios "no ha hecho nada igual en ninguna otra nación" (Ps 147. 9). Verdaderamente, es más fácil contar los granos de arena en la playa y las gotas de agua en el océano que los beneficios que Él ha prodigado en vosotros. Él además ha designado para conferir en vosotros aún mayores favores en el cielo, donde ha reservado para aquéllos que Le aman y Le sirven fielmente, una recompensa perfecta e interminable, diciendo a vosotros como a Abraham "Yo soy vuestra excedentemente grande recompensa" (Gen. 15. 1). ¿Qué más podría Dios hacer por vosotros? Pero ¿qué les dice a quienes ceden ante el respeto humano? "Oh Dios, yo sé todo esto, pero prefiero renunciar a Vos, yo renuncio al privilegio honorable e inapreciable de ser Vuestro hijo. Prefiero pertenecer al mundo, prefiero agradar a tal o cual compañero que a obedeceros" Luego clama: "¡No a Éste, sino a Barrabás!" "¡Asombraos de esto, cielos! Mi pueblo ha cometido dos males. Me han abandonado, la fuente de agua viva, y han cavado para ellos cisternas, cisternas rotas que no pueden contener agua... Pasad a las Islas de Cathln, y ved; y enviad a Cedar, y considerad diligentemente, y ved si ahí ha habido algo como esto" (Jer. 2. 12, 13, 10)

Vosotros ahora ponéis en vergüenza a Jesucristo volteándole la espalda; pero pronto habéis de oír de Sus labios estas terribles palabras: "Me habéis avergonzado a Mí y a Mis palabras, y yo me avergonzaré de vosotros, y yo os desconoceré cuando venga en Mi Majestad como vuestro Juez"


Por otra parte ¡qué admirable fue la conducta de Tobías! "Cuando todos acudieron a los vellocinos de oro que Jeroboam, rey de Israel, había hecho, Tobías huyó solo de la compañía de todos y fue a Jerusalén" (Tob. I. 5, 6). ¡Qué admirable también fue la conducta de los israelitas en Egipto. Ansiosos de escapar del peligro de caer ahí en la idolatría por razón del respeto humano, dijeron: "Vayamos (al desierto) y ofrezcamos sacrificio a nuestro Dios" (Exod. 5. 8). ¡Cuan edificante la conducta de los primeros Cristianos al sobreponerse al respeto humano! Antes que ceder al respeto humano, desdeñaron todo trato innecesario con paganos y herejes, y estaban dispuestos a sufrir confiscación, prisión, tormentos y muerte!; ¡antes que ceder ante el respeto humano! Y aquéllos que habían tenido el infortunio de apostatar, a fin de librarse de la pérdida de sus bienes y de los temibles tormentos, habían apostatado, fueron sometidos a largas y rigurosas penitencias antes de ser re-admitidos a la Iglesia y a la Santa Comunión! Y vosotros, sin estar expuestos a tormentos o a ningún peligro real o desventaja seria, sois tan débiles como para apostatar en la práctica a fin de agradar a hombres que no merecen estimación ni confianza, hombres que son los agentes de Satanás!

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escriba su comentario