¡El Respeto Humano es una Esclavitud Cobarde y Desgraciada!
Sermón del Padre Ferreol Girardey, C.SS.R, escrito en el año del Señor 1915
Traducido
del Inglés por Roberto Hope
El hombre naturalmente ama
la libertad y detesta la esclavitud como un vergonzoso yugo. Es
natural que el empleado deba obedecer a su patrón; el soldado a su
oficial; el marinero a su capitán;
el hijo a sus padres; el alumno a su profesor, pues en estos casos el
yugo es honroso. También fue honroso para Régulo, el general
romano, volver a Cartago y sufrir ahí penoso cautiverio y muerte por
el bien de su patria. Pero no hay esclavitud más baja y desgraciada
que aquélla de un hombre que regula su religión y su conducta
conforme al capricho de otro hombre; que internamente aprueba lo que
es correcto, pero carece del valor para llevarlo a cabo; que en su
corazón condena lo que está mal, y sin embargo lo hace porque otros
también lo hacen; que ve con claridad lo que es su deber, pero no se
atreve a cumplirlo, no vaya a desagradar a sus alegres camaradas o a
sufrir la desaprobación de aquéllos a cuyo favor aspira.
¿Dónde puede encontrarse
un esclavo tan vil? ¡No entre los mahometanos o entre los judíos,
sino entre los católicos! Algunos de ellos quizás me estén
escuchando en este momento. "Podemos ciertamente," dice San
Agustín "conformarnos al mundo en ciertas cuestiones y
costumbres que no interfieran con nuestro deber; pero en los asuntos
que conciernen a nuestros deberes para con Dios, Su Santa Iglesia,
nuestra alma, nuestra salvación, nuestra eternidad, quien se deja
esclavizar por sus leyes y máximas que estén en directa oposición
al Evangelio, se exhibe a sí mismo no como hombre libre sino como un
vil y cobarde esclavo." Esto es cierto más especialmente con
respecto a aquéllos que por los méritos, sufrimientos y muerte de
Jesucristo, han sido bautizados y hechos hijos de Dios y han sido
"admitidos en la libertad de la gloria de los hijos de Dios"
(Rom. 8. 21)
La libertad del hombre es
un derecho y un privilegio irrenunciable, que el mismo Dios, el
soberano Señor del universo, respeta y jamás infringe. Él
ciertamente desea y nos manda servirle, pero no nos forza a hacerlo,
pues desea que lo hagamos libremente. Él desea que vayamos al cielo,
pero de manera libre. Nuestra libertad no es más que una
participación en la Suya, pues hemos sido hechos a Su imagen. Aquél
que se deja influenciar y guiar por el respeto humano, degrada y
desgracia en él mismo la imagen de la libertad de Dios al someterse
vergonzosamente a las opiniones y caprichos de sus semejantes. Y
¿quiénes son esas personas cuya desaprobación tanto teméis? ¡Igual
que vosotros, no son nada, están hechas de polvo, son hojas llevadas
por el viento, sujetas a esfumarse como una sombra, secarse como el
pasto, habrán de morir tarde o temprano y volverse alimento para los
gusanos! Además, considerad la ausencia de valor moral de las
personas que vosotros tanto tratáis de agradar y ganar su aprobación
o que tanto teméis desagradar. En sí mismas carecen de valor
moral, sino que son vanas y despreciables, inmerecedoras de estima o
de confianza; siendo sus pareceres y consejo en asuntos mundanos algo
que vosotros consideráis carentes de valor!
Pero cuando se trata de
vuestra santa religión y vuestras obligaciones, de vuestra salvación
eterna, vosotros teméis sus miradas desaprobatorias, su ruda e
insensata mofa! Para quedar bien en la estimación de esos viles y
despreciables hombres, traicionáis vuestra conciencia, ofendéis a
Dios a quien debéis todo lo que sois y tenéis, escandalizáis a
vuestro prójimo, perdéis vuestra salvación! ¿Por qué habréis de
esforzaros tanto por agradar a esos individuos? ¿Qué han hecho
ellos por vosotros? ¿Han ellos jamás, como Jesucristo Nuestro
Señor, derramado su sangre y muerto por vosotros? ¿Habrán esas
personas que vosotros tanto os esforzáis por agradar, cuya censura
teméis tanto, libraros de ser condenados al infierno o rescataros de
ahí luego de vuestra condenación? Y cuando cedéis así a sus
pareceres y os esforzáis por complacerles en todo ¿ganáis de esa
manera su aprecio y su estima? De ninguna manera, no importa lo que
puedan deciros, ellos, en su fuero interno os vilipendiarán como
hombre malo, vil y despreciable, carente de principios y de valentía.
Todos, hasta los mismos malvados, no pueden dejar de apreciar y
estimar la virtud en aquéllos que tienen el valor y la hombría para
actuar de acuerdo con los dictados de su conciencia, y desprecian,
desdeñan y desconfían, en el fondo de su corazón, a todos aquéllos
que sucumben ante el respeto humano.
Se cuenta que el emperador
Constancio Chlorus, padre de Constantino el Grande, que un día
reunió a los miembros de su corte y oficiales de su ejército que
fueran cristianos, y les ordenó, bajo pena de ser expulsados de su
servicio y castigados severamente, que ofrecieran sacrificio a las
deidades paganas. Algunos de ellos apostataron; el resto permaneció
firme en su fe. Constancio premió a éstos últimos, pero expulsó
de su servicio a los primeros, diciendo que no podía depositar
confianza en aquéllos que, por una consideración mundana, fueran
infieles a su Dios. Ciertamente, la experiencia demuestra que quien
le es infiel a Dios, a sus deberes religiosos, no merece confianza,
pues siempre será el vil esclavo de tantos amos o tiranos como haya
personas cuya crítica y mofa él tema, o cuya aprobación él
busque. "Aquél que trata de sacudirse el dulce yugo de Dios,"
dice San Juan Crisóstomo, "se ciñe otros yugos que son tan
degradantes como intolerables."
Debemos imitar la grandeza
de alma de San Pablo. No se preocupaba de las opiniones ni de la
estimación humana, pues dijo; "Para mí es poca cosa ser
juzgado por vos o por cualquier tribunal humano" (i Cor.4.3) No
se avergonzaba ante los hombres de cumplir con su deber: "No me
avergüenza el Evangelio" (Rom. i, 1.16). De manera semejante no
deberíamos avergonzarnos de ir a Misa, de observar abstinencia en
los días prescritos, de ir a confesarnos, de enviar a nuestros hijos
a una buena escuela católica, de decorar nuestra casa con imágenes
religiosas, de mantenernos alejados de diversiones peligrosas; en una
palabra, de llevar la vida de un buen católico. ¿Por qué habremos
de tenerle pavor a la crítica, a la mofa de hombres cuyos pareceres
se oponen al Evangelio de Jesucristo, que no merecen nuestra estima y
confianza? ¿Por qué hemos de avergonzarnos de llevar una buena vida
cristiana, de cumplir nuestro deber, y de temer que se rían de
nosotros individuos cuya conducta es una desgracia para la verdadera
hombría? No actuemos como ellos "que dijeron a Dios apártate
de nosotros y veían al Todopoderoso como si Él careciera de poder"
(Job 22:17). Acatemos la admonición de nuestro Divino Salvador. "No
temáis a aquéllos que matan el cuerpo pero que son impotentes para
matar el alma; más bien temed a Aquél que puede destruir tanto al
alma como al cuerpo en el infierno" (Mat. 10.28)
¿Qué ventaja tiene para
vosotros el gozar del favor de hombres de mundo? ¿no será mejor
buscar la estima de los virtuosos? ¿De los santos y de los ángeles?
¿Del mismo Dios? "tiene poca consecuencia," dice San
Agustín, "que los hombres no me elogien, siempre que Dios lo
haga; que los hombre me culpen, siempre que Dios no. Piensen lo que
quieran de Agustín, siempre que mi conciencia no me acuse ante
Dios." "Ya que Dios será mi juez," dice San Jerónimo,
"no temo el juicio de los hombres." Si queréis ser
esclavos, sed esclavos del Señor, cumplid Sus mandamientos, evitad
el pecado, sed esclavos de Jesucristo quien amó y se entregó a la
muerte más cruel y vergonzosa para salvaros, y procuraros felicidad
sin fin. "Dejad que esta mente esté en vosotros, que estaba
también en Jesucristo" (Fil. 2. 5), "quien, tomando la
forma de sirviente, se humilló, haciéndose obediente hasta la
muerte (por nosotros), hasta la muerte en la cruz. "(Fil 2. 7,
8). Estemos firmemente persuadidos de que no podemos agradar y servir
tanto al mundo como a Dios. "Si yo agradare a los hombres, no
sería el sirviente de Cristo" (Gal. 1. 10)
Podemos entender el motivo
que induce a un soldado a desertar en favor del enemigo, que un
hombre inste a un hijo o hija a dejar la mansión paterna ¡Pero que,
por el mundo, un católico traicione a su Dios, a su Iglesia, a su
alma, en razón de la censura de algún hombre o conjunto de hombres
innobles, es prácticamente nada menos que una infame apostasía!
Dios es vuestro mayor Benefactor. ¿Qué más podría Él hacer por
vosotros que no haya hecho ya, sea en el orden de lo natural o en el
orden de la gracia? Dios os creó en preferencia a otros innumerables
hombres que pudo haber creado si así lo hubiera querido. Os dio
vuestra vida, vuestro cuerpo, sus cinco sentidos y su uso, y una alma
inmortal con sus facultades. Él os ha dado vuestra salud y
fortaleza, así como otros innumerables beneficios. Él os guarda con
verdadero cuidado paternal, os preserva de muchos peligros y hace de
todas las criaturas, tanto animadas como inanimadas, vuestras
servidoras. "Y si estas cosas fueran poco, Yo añadiré cosas
mucho más grandes en vosotros" (2 Reyes 12. 8). En el orden de
la Gracia Él ha hecho cosas más grandes en vosotros. Por el bien de
vosotros "Dios no escatimó a Su propio Hijo, sino que lo
entregó" a los insultos, a los tormentos y a la muerte (Rom. 8.
32). Por vosotros, Dios Hijo, "se vació" tomando nuestra
naturaleza humana, "tomando la forma de un esclavo." Por
vosotros nació en la humildad, la pobreza y el sufrimiento, por
vosotros llevó una vida en la oscuridad, el trabajo y la dureza y la
adversidad; y finalmente, después de un ministerio laborioso,
asolado por constante oposición y persecución, sufrió una muerte
infame en la cruz, luego de sufrir los más atroces tormentos,
padeciendo una tristeza inconcebible en Su alma y renunciando a Su
honor al ser considerado un impostor y contado entre los criminales
más viles. Por vuestro beneficio, Dios instituyó Su Iglesia y sus
sacramentos, esas inagotables fuentes de gracia y de salvación que
aplican Sus méritos a las almas de los hombres, las purifican y
embellecen y las hacen merecedoras de la gloria eterna. "Y si
estas cosas fueran pocas, Yo añadiré cosas más grandes en
vosotros."
No contento con hacer esto
por vosotros, Dios os llamó a la fe verdadera por el bautismo, por
su amorosa dispensación, fuisteis educados por vuestros buenos
padres en el conocimiento y la práctica de vuestra fe y os han
apartado de las malas influencias, habéis muchas veces limpiado del
pecado vuestras almas mediante el sacramento de la penitencia, en la
sangre del Cordero Inmaculado, y hecho partícipes del Pan de los
Ángeles en la Santa Eucarístía. Verdaderamente, Dios "no ha
hecho nada igual en ninguna otra nación" (Ps 147. 9).
Verdaderamente, es más fácil contar los granos de arena en la playa
y las gotas de agua en el océano que los beneficios que Él ha
prodigado en vosotros. Él además ha designado para conferir en
vosotros aún mayores favores en el cielo, donde ha reservado para
aquéllos que Le aman y Le sirven fielmente, una recompensa perfecta
e interminable, diciendo a vosotros como a Abraham "Yo soy
vuestra excedentemente grande recompensa" (Gen. 15. 1). ¿Qué
más podría Dios hacer por vosotros? Pero ¿qué les dice a quienes
ceden ante el respeto humano? "Oh Dios, yo sé todo esto, pero
prefiero renunciar a Vos, yo renuncio al privilegio honorable e
inapreciable de ser Vuestro hijo. Prefiero pertenecer al mundo,
prefiero agradar a tal o cual compañero que a obedeceros" Luego
clama: "¡No a Éste, sino a Barrabás!" "¡Asombraos
de esto, cielos! Mi pueblo ha cometido dos males. Me han abandonado,
la fuente de agua viva, y han cavado para ellos cisternas, cisternas
rotas que no pueden contener agua... Pasad a las Islas de Cathln, y
ved; y enviad a Cedar, y considerad diligentemente, y ved si ahí ha
habido algo como esto" (Jer. 2. 12, 13, 10)
Vosotros ahora ponéis en
vergüenza a Jesucristo volteándole la espalda; pero pronto habéis
de oír de Sus labios estas terribles palabras: "Me habéis
avergonzado a Mí y a Mis palabras, y yo me avergonzaré de
vosotros, y yo os desconoceré cuando venga en Mi Majestad como
vuestro Juez"
Por otra parte ¡qué
admirable fue la conducta de Tobías! "Cuando todos acudieron a
los vellocinos de oro que Jeroboam, rey de Israel, había hecho,
Tobías huyó solo de la compañía de todos y fue a Jerusalén"
(Tob. I. 5, 6). ¡Qué admirable también fue la conducta de los
israelitas en Egipto. Ansiosos de escapar del peligro de caer ahí en
la idolatría por razón del respeto humano, dijeron: "Vayamos
(al desierto) y ofrezcamos sacrificio a nuestro Dios" (Exod. 5.
8). ¡Cuan edificante la conducta de los primeros Cristianos al
sobreponerse al respeto humano! Antes que ceder al respeto humano,
desdeñaron todo trato innecesario con paganos y herejes, y estaban
dispuestos a sufrir confiscación, prisión, tormentos y muerte!;
¡antes que ceder ante el respeto humano! Y aquéllos que habían
tenido el infortunio de apostatar, a fin de librarse de la pérdida
de sus bienes y de los temibles tormentos, habían apostatado, fueron
sometidos a largas y rigurosas penitencias antes de ser re-admitidos
a la Iglesia y a la Santa Comunión! Y vosotros, sin estar expuestos
a tormentos o a ningún peligro real o desventaja seria, sois tan
débiles como para apostatar en la práctica a fin de agradar a
hombres que no merecen estimación ni confianza, hombres que son los
agentes de Satanás!
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