domingo, 18 de agosto de 2019

El Delirio del Cuanto

El Delirio del Cuanto


De cómo una buena ciencia se trocó en una mala filosofía


Por Christopher A. Ferrara

Tomado de: https://remnantnewspaper.com/web/index.php/fetzen-fliegen/item/4565-the-quantum-delusion-how-good-science-became-bad-philosophy

Traducido del inglés por Roberto Hope

Se me ocurre a mí que unas cuantas reflexiones sobre la maravilla de la creación divina pudieran ser una distracción bienvenida del nocivo reinado de ese dictadorcillo argentino que de alguna manera consiguió sentarse en la Cátedra de Pedro. Por lo menos esa era la intención en la conferencia que dicté en el simposio del Roman Forum de 2019 en el Lago Garda — evento que no puedo dejar de recomendar altamente a cualquier católico que esté interesado en saber qué significa lo que John Rao llama "una experiencia holística católica". Asista una vez, y el Lago Garda se convertirá en su segundo hogar.

En mi conferencia demostré cómo la fe nada tiene que temer de los descubrimientos genuinos de la ciencia moderna. Así, la fe nada tiene que temer de lo que los físicos atómicos han estado descubriendo desde los principios del siglo veinte. Por el contrario, lo que han descubierto ha vindicado la metafísica Aristotélico-Tomística de forma y materia de una manera que los físicos honestos tienen que reconocer, como lo trato abajo. Sin embargo, los ideólogos en la disciplina han recurrido a varias fantasías a fin de eludir la conclusión obvia de que no hay explicación material de la transición del misterioso micro-mundo al macro-mundo de los objetos cotidianos en los que, por el poder de Dios, "vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser," como lo dijo San Pablo a quienes le daban culto al Dios Desconocido en el Aerópago. (Hechos 17:18)

Algunos Descubrimientos Asombrosos

A fin de entender el motivo detrás de estas fantasías se requiere repasar algunos antecedentes. Primero que todo, considerar el átomo, el constituyente fundamental de lo que popularmente conocemos como materia, pero que ahora se entiende mejor como una dualidad de masa y energía,

Una pila de un millón de átomos de hidrógeno, cada uno de los cuales mide 0.10 nanómetros de diámetro (un nanómetro es la millonésima parte de un milímetro) no sería más alto que el espesor de una hoja de papel. Sin embargo, cada átomo es un mundo en sí mismo: posee un núcleo (protones y neutrones hechos de quarks unidos entre sí por gluones) que contiene alrededor del 95% de la masa atómica, y uno o más electrones, tan distantes del núcleo que, si un átomo fuera del tamaño de un estadio de fútbol, el núcleo sería del tamaño de una canica colocada a la mitad de la cancha. El núcleo es tan denso — en promedio dos y media veces diez a la decimosexta potencia libras por pie cúbico (2.5x10^16 lbs/ft3), o sea, en el orden de 2.475 x 10^15 gramos por centímetro cúbico — que el igualar la masa nuclear promedio dentro de una caja de zapatos requeriría poder comprimir dentro de ella a 6.2 miles de millones de automóviles que pesaran 2 toneladas cada uno. De hecho, el núcleo está sujeto de una manera muy apretada por una fuerza (la fuerza nuclear fuerte) que es 10^38 veces más potente que la fuerza de gravedad.

Sin embargo, en la mayor parte del espacio de los átomos se extienden fuerzas electromagnéticas. Los electrones distantes ocupan niveles de energía sucesivos llamados capas, que comprenden orbitales de electrones, que no son los trayectos circulares que nos describían en la secundaria, sino más bien difusas "nubes probabilistas" en las cuales los electrones de cierto nivel de energía pueden encontrarse la mayor parte del tiempo. Las formas de los orbitales se hacen más complejas con cada nivel que se alejen más del núcleo.

A nivel atómico, encontramos la llamada escala de Planck, nombrada en honor de Max Planck cuyo descubrimiento de la constante de Planck le ganó el Premio Nobel. Planck estaba tratando de resolver el problema de por qué un cuerpo obscuro que se calienta irradia colores diferentes conforme se eleva su temperatura: primero rojo, luego amarillo, luego azul blancuzco, y no inmediatamente azul blancuzco como lo predecía la física clásica. Poco se imaginaba que un cierto factor inventado que él introdujo solamente para que funcionaran las matemáticas, realmente expresaba una constante universal de la naturaleza, según la cual, la energía radiante se emite en paquetes discontinuos — llamados cuantos (o quanta en latín) — y no en un continuo sin quebraduras. El grado de cuantización de la energía expresado por la constante de Planck, el mínimo cuanto de energía posible, es un número increíblemente pequeño: 6.626176 x 10^-34 joules por segundo. Eso equivale a seis dividido entre diez mil quintillones de la energía que toma, por ejemplo, el levantar una barra de mantequilla un metro.

La famosa fórmula E= hf significa en cristiano, que la energía de un fotón emitido es igual a la constante de Planck multiplicada por la frecuencia del fotón emitido. Cuando son múltiples los fotones, la fórmula se expresa E=nhv, en la cual n es simplemente un integral que indica un múltiplo de la constante de Planck basado en el número de fotones. 

Debido a que los saltos de energía son integrales — números enteros, no fraccionarios — hay in incremento en la energía por escalones y no en una escala infinitamente divisible de frecuencias. Si no fuere así, las emisiones de energía ocurrirían en frecuencias infinitamente divisibles en el intervalo ultravioleta (la "catástrofe ultravioleta"), la materia emitiría toda su energía radiante de un golpe, y pasaría al cero absoluto, el espectro de radiación de nuestro universo no existiría, ni tampoco nosotros.

Además, como lo conjeturó Einstein más tarde, la cantidad de energía total de los fotones de una onda de luz se determina no por la amplitud (altura) de la onda sino por su frecuencia (cuántas crestas de la onda pasan por un punto dado en un tiempo determinado). Es como si una serie de olas cercanamente espaciadas una de la otra tuvieran más energía que una serie de olas de seis metros de altura separadas ampliamente entre sí. Esa es la razón por la qué, tal como lo predijo Einstein con su idea ganadora del premio nobel, la luz en ciertas frecuencias podría botar electrones fuera de un metal (el efecto fotoeléctrico) sin importar la intensidad (cantidad) de luz que se dirija hacia el metal.

La cuantización aplica a todas las formas de energía electromagnética, que, como lo intuyó Einstein, son todas acarreadas por fotones, que son partículas sin masa. Todos los objetos materiales de manera variada absorben o emiten fotones. Usted en este momento está emitiendo fotones en la escala infrarroja. El espectro electromagnético va de las ondas de radio, a las microondas, a la luz infrarroja, a la luz visible, a la luz ultravioleta, a los rayos x, a los rayos gamma. El espectro completo puede llamarse luz, como lo observó el físico Católico Rodolfo Hilfer en su fascinante conferencia sobre la transustanciación desde la perspectiva de un físico, en Lago Garda. Cuando Dios declaró "Que se haga la luz" y de su voluntad ésta se hizo, creó más que la luz que podemos ver.

Tanto los fotones como los electrones, exhiben características similares a las de las ondas, como se ha demostrado en los famosos experimentos de doble rendija. Fotones o electrones individuales lanzados a las dobles rendijas parecen pasar por las dos rendijas al mismo tiempo, como lo hace una onda, de manera que cuando un número suficiente de ellos se registran en un detector en el lado opuesto de las rendijas, se forma un patrón de interferencia parecido al de las ondas en conflicto producidas por piedras que se dejan caer en un estanque. (Esto no le preocupa a un metafísico Aristotelico-Tomista, ya que la dualidad de onda-partícula refleja meramente dos aspectos de la misma cosa, sin violarse el principio de la no contradicción.)

Así, la teoría cuántica incluye la mecánica cuántica, en la cual los cálculos implican una función de onda que predice el estado probabilístico de un sistema de mecánica cuántica, y no posiciones y trayectorias fijas como sucede con la mecánica Newtoniana, que funcionan muy bien con los objetos macro de nuestra experiencia cotidiana (por ejemplo, la colisión in-elástica de dos objetos de masa igual.)

Finalmente, a modo de antecedente, a nivel subatómico la materia se torna algo indistinta. Cuando uno mide la posición de una partícula, queda incertidumbre acerca de su momento (en el sentido mecánico Newtoniano de la palabra) de fuerza, en tanto que la medición de su momento de fuerza impide tener certidumbre acerca de su posición, y viceversa. Este es el llamado principio de incertidumbre de Heisenberg, expresado por la famosa fórmula ∆x∆p ≥ h, que en cristiano significa que el producto de la incertidumbre de posición y la incertidumbre de momento es prácticamente igual a la ubicua constante de Planck (que tiene diferentes minúsculos valores de distancia y tiempo en la escala atómica). Este es un grado de incertidumbre evanescentemente pequeño, por cierto, y sólo opera en la escala atómica, no en el mundo de los objetos cotidianos.

Con estos antecedentes en mente, veamos cómo la física cuántica ha sido tergiversada en una mala filosofía por los ideólogos de la "comunidad científica."

La Física Llevada Demasiado Lejos: Materia sin Forma.

Los efectos cuánticos se manifiestan en innumerables tecnologías, incluyendo las celdas fotoeléctricas, los transistores, los rayos láser, la tomografía por resonancia magnética y los relojes atómicos. De hecho, la mecánica cuántica es la rama más espectacularmente exitosa de la física en general, cuyos logros prometéicos implican la explotación de las propiedades de entidades — electrones y fotones — que son innegablemente reales y, sin embargo, no pueden nunca ser observadas directamente. Los descubrimientos en el campo de la mecánica cuántica son asombrosos, y los descubridores merecen su reconocimiento. Repetimos, la fe no tiene nada que temerle a la ciencia.

Pero es precisamente el éxito práctico de la mecánica cuántica, el que ha inducido a una soberbia científica en algunos físicos, que los ha llevado a dar tumbos en el terreno de la filosofía, y en particular de la metafísica. Ellos alegan que lo que la ciencia ha aprendido en el terreno de la física cuántica explica la existencia de todo. Los ideólogos materialistas de la física han estado alegando desde principios del siglo pasado, que los efectos cuánticos deben de gobernar el mundo macro y que, en consecuencia, los "objetos clásicos", tales como los árboles y los hombres, son meramente ondas de materia que se colapsan en forma de objetos aparentemente sólidos, solamente cuando los observamos (una versión de la llamada interpretación de Copenhague de la teoría cuántica.)

Por más de un siglo, sin embargo, una demostración de que el mundo macro es una ilusión los ha eludido, y siguen incapaces de explicar en términos puramente cuantitativos cómo algo como un árbol, un perro, un gato y, por encima de todo, un hombre, pudieran ser solamente un agregado de partículas gobernado por reglas cuánticas. Después de todo, si usted ha visto un átomo de algún elemento particular, especialmente del carbón, los ha visto todos. ¿Cómo, pues, puede haber tantas cosas tan distintas, con tantas cualidades tan diferentes, basadas en ninguna otra cosa que cantidades indistinguibles a nivel atómico? En pocas palabras ¿cómo puede de plano existir un mundo macro?

El físico Chad Orzel expresa la frustración de los físicos que están determinados en reducir el mundo a átomos y moléculas: 
"el determinar por qué las leyes cuánticas parecen no aplicar al mundo macroscópico cotidiano de perros y gatos es un problema sorprendentemente difícil. Exactamente qué pasa en la transición de lo microscópico a lo macroscópico ha inquietado a muchos de los mejores físicos de los últimos cien años, y todavía no hay una respuesta clara".
¡Cierto! Orzel más se incomoda por que 
"En tanto que la mecánica cuántica hace una labor extraordinaria al describir el comportamiento de objetos microscópicos y de colecciones de objetos, el mundo que vemos permanece tercamente, exasperantemente clásico. Algo misterioso sucede en la transición del extraño mundo de los simples objetos cuánticos al mucho más grande mundo de los objetos cotidianos." (Orzel, 2009, p. 79)
Nótese la palabra "exasperantemente." ¿Por qué habría alguien considerar exasperante la existencia de objetos cotidianos que no estén sujetos a las leyes cuánticas? He aquí el motivo: un convencimiento a priori de la proposición de que nada hay en el universo más allá de cantidades de materia. Todo lo que existe no es más que un montón de átomos que forman moléculas que forman objetos que no son más que ondas de materia, de modo que toda la realidad puede ser modelada matemáticamente como una función de ondas "sin residuo." En esa cosmovisión no hay lugar para un "residuo" o para "algo misterioso."

Pero si todo lo que existe es meramente una onda de materia que se colapsa cuando es observada como lo sostiene la interpretación de Copenhague ¿por qué la onda de materia de un objeto determinado siempre se colapsa precisamente en la forma de ese objeto y no de otro? Como lo plantea Orzel: 
"El proceso de colapsamiento de una función de onda es como la famosa caricatura de Sidney Harris, de un científico que que ha escrito 'Entonces ocurre un milagro' como segundo paso del problema." 

En la misma caricatura, su asociado sugiere: "debe usted ser más explícito acerca del segundo paso."

Todo lo que Orzel puede decir ante "algo misterioso" que pasa en la transición del mundo micro al mundo macro es que en esto "la física está forzada a volverse filosofía," Pero ¿por qué están forzados los físicos a hacerse filósofos? La respuesta es que bien saben que el universo es un vasto conjunto de materia formada y que no tienen una explicación de las formas que tienen las cosas.

Ahora bien, esos filósofos motivados ideológicamente deben admitir que sería absurdo declarar que la existencia de una silla de madera se explica en su totalidad señalando una cierta calidad y cantidad de moléculas de madera y su estructura sub-atómica. La silla existe como silla porque un formador humano le dio forma con su idea de silla a la madera sin labrar, produciendo así lo que los filósofos aristotélico-tomistas llaman una "forma accidental." La idea de silla del carpintero es un principio inmaterial por el cual el potencial de la madera de volverse silla se actualiza. La filosofía aristotélico-tomista llama a esto la causa formal, que determina la estructura de la causa material, que es la madera sin labrar convertida en silla por medio de la causa eficiente, que es el carpintero que trabaja con herramientas para lograr la causa final de la silla, siendo ese el propósito para el cual el carpintero la diseñó: para sentarse en ella.

El delirio del cuanto

Confrontados con un universo de objetos naturales infinitamente más complejo que una mera silla de madera — incluyendo los propios átomos y moléculas de la misma madera — los partidarios de lo que Wolfgang Smith ha llamado "el Reino de la Cantidad" hacen todo lo que esté en sus manos para ocultar la verdad de que el universo en todo su esplendor debe ser obra de un formador, que parece encajar con la descripción de lo que llamamos Dios.

Algunos están tan desesperados por negar la existencia de un "mundo clásico" de materia formada, que llegan a negar el colapso de la función de onda planteado por la interpretación de Copenhague sobre la mecánica cuántica. En lugar de ello se imaginan fantasías de que las ondas de materia nunca se colapsan en estados fijos, sino que se ramifican en un número infinito de universos, de manera que lo que creemos que son "objetos clásicos" son solamente una rama de una onda de materia que se ramifica infinitamente. Así, un gato pardo en nuestro universo puede ser un gato anaranjado en algún otro. o quizás alguna otra clase de animal, y así al infinito. Esta idea de un "multiverso," que abarca un número infinito de versiones diferentes de nuestro mundo, del cual no hay evidencia en absoluto y ninguna posibilidad de ser probado algún día, puede apropiadamente llamarse un delirio del cuanto.

Pero cualquier fantasía es buena en lugar de la realidad evidente de nuestro mundo, que en todas partes manifiesta la mano creativa de ese Ser quien, excediendo infinitamente el mero artificio humano, unió una vasta diversidad de formas sustanciales (no meramente accidentales) a lo que Santo Tomás llamó "materia primaria" (materia sin forma), dándoles actos de existencia como seres que subsisten con sus propias cualidades, potencias y operaciones inherentes — por encima de todos al hombre, el único animal racional, cuya forma sustancial es su alma inmortal. Como lo advirtió San Pablo a los Romanos: 
"Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y divinidad, se hacen visibles claramente desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, aun su eterno poder y divinidad, de modo que no tienen excusa....Profesando ser sabios, se hicieron necios..." (Rom 1:20, 22)
Ciertamente, y de lo más irónico, los físicos partidarios de un universo de cantidades solamente, ni siquiera pueden explicar la existencia de los átomos que claramente son materia formada (o energía-masa, si así lo prefiere.) Para explicar cómo los átomos llegaron a ser, los opositores ideológicos de una Causa Primera — o sea Dios —, deben recurrir al repertorio del cientificismo, el cuento de 'porque sí'. Por ejemplo, lo siguiente publicado por el laboratorio CERN:
"En los primeros momentos después del Big Bang, el universo era extremadamente caliente y denso. Conforme el universo fue enfriándose, llegó un momento en que las condiciones se pusieron justamente las apropiadas para hacer que surgieran los elementos constructivos de la materia — los quarks y los electrones — de los que todos estamos hechos. Unas millonésimas de segundo después, los quarks se agregaron para producir protones y neutrones. En minutos, estos protones y neutrones se combinaron formando núcleos."
"Conforme el universo siguió expandiéndose y enfriándose, las cosas comenzaron a ocurrir más despacio: tomó 380,000 años para que los electrones quedaran atrapados en órbitas alrededor de los núcleos, formando los primeros átomos. Éstos fueron principalmente de helio y de hidrógeno, que siguen siendo, por mucho. los más abundantes elementos en el universo. 1.6 millones de años más tarde, la gravedad comenzó a formar las estrellas y las galaxias de nubes de gases."
Así pues, los átomos se formaron ellos mismos, logrando de alguna manera el balance perfecto de masa y fuerzas unitivas que ha mantenido su existencia estable, continua y sin cambio durante eones e hicieron posible la existencia estable del universo. ¡Cuando las condiciones fueron "justamente las apropiadas," claro!

Ni la más rústica silla de madera puede formarse a sí misma, pero estos narradores de cuentos mágicos, dignos de un chamán, proponen seriamente que el universo entero y todo lo que en él existe hizo precisamente eso. Un vacío dio lugar a los átomos, los átomos dieron lugar a moléculas y luego fue sólo cuestión de tiempo y mucho ajetreo fortuito de partículas fungibles, antes de que las moléculas dieran lugar a las estrellas, a los planetas y por último, a Mozart. ¿Alguna pregunta?

Aun el relativamente modesto cuento chino de la auto-formación de los átomos tiene más hoyos que una coladera. Por una parte ¿de dónde vinieron todos los átomos de carbono que constituyen la base de la vida, dado que, según esta fábula, en sus comienzos el universo estaba formado principalmente de átomos de helio y de hidrógeno? Refiriéndose a la "coincidencia del carbono," el físico Jim Baggot reconoce que hay un gran problema:

¿Y qué hay del carbono? Un núcleo de carbono tiene seis protones y seis neutrones. Esto parecería haber requerido que se fusionaran tres núcleos de helio. Energéticamente esto es posible, pero la probabilidad de que tres núcleos de helio se unan en una sola colisión de tres cuerpos es extremadamente remota. Es mucho más factible suponer que dos núcleos de helio se fusionan primero, formando un núcleo inestable de berilio, el cual luego a su vez se fusiona con otro núcleo de helio antes de que se pueda volver a separar. Esto suena plausible en base a la energía, pero las probabilidades no parecen buenas. El núcleo de berilio tiende a separarse demasiado rápidamente. 

Sin embargo aquí estamos, seres inteligentes que evolucionaron de una bioquímica rica en carbono. Dado que existimos, el carbono ha de formarse de alguna manera en mayor abundancia, a pesar de lo que parecen haber escasas probabilidades. Hoyle [Fred Hoyle, el físico ganador del premio Nobel] razonó que las probabilidades han de estar de alguna manera sesgadas en favor de la formación del carbono. [Baggot 2013, págs 263-264]

Hoyle teorizó que una propiedad especial de "resonancia del carbono" pudo haber facilitado las reacciones entre el "núcleo inestable del berilio y otro núcleo de helio" a fin de que los átomos de carbono se formaran en el interior de las estrellas ― las cuales, según va el cuento, también se formaron a sí mismas. Pero Hoyle observó otra notable coincidencia que menciona Baggot, que "si la resonancia del carbono fuera ligeramente más alta o más baja en energía, el carbono no podría formarse con suficiente abundancia en el interior de las estrellas" y habría habido carbono insuficiente para permitir que evolucionaran formas de vida inteligente." Hoyle se vio forzado a reconocer que el carbono debe haber sido formado precisamente por un intelecto creativo.

No te dirías, "algún intelecto supercalculador debe haber diseñado las propiedades del átomo de carbono, de lo contrario mi posibilidad de encontrar un átomo así por las ciegas fuerzas de la naturaleza serían enteramente minúsculas"

Por supuesto que sí... Una interpretación de sentido común de los datos, sugiere que un súper intelecto ha manipulado la física, así como la química y la biología, y en la naturaleza no hay fuerzas ciegas de las que valga la pena hablar. Los números que uno calcula de los datos parecen tan apabullantes que debe llegarse a esta conclusión casi más allá de toda duda.

Esto sin mencionar todas las constantes físicas en nuestro universo cuya magnitud precisa hace la vida posible. Como lo reconoce Baggot: "La coincidencia del carbono es sólo el principio... En Just Six Numbers (sólo seis números) el astrofísico inglés Martin Rees identifica una serie de seis constantes físicas adimensionales, y combinaciones de constantes, que determinan la naturaleza y la estructura del universo en que vivimos. Cámbiese cualquiera de estas constantes en tan sólo el uno por ciento y, según lo arguye Reed, el universo que resultaría sería inhóspito para la vida," [Baggot, p 265]

Como podemos ver, la narrativa seudocientífica fundacional de un universo puramente cuantitativo consistente en ninguna otra cosa que partículas diversamente agregadas aun cuando básicamente idénticas, es imposible de creer aun cuando se trate de objetos inanimados. Pero cuando se trata de seres vivientes, la narrativa es expuesta como un puro mito. Para citar al filósofo Aristotelo-Tomista Michael Hanby:
"El reduccionismo darwiniano de todo tipo fracasa en el organismo vivo y, en particular, en la persona humana. Dos siglos de biología evolutiva han fracasado en producir una explicación adecuada para el fenómeno de la vida como es vivida. Este fracaso no es cuestión de una investigación inconclusa sino de una ontología equivocada."
Esa falsa ontología implica, como Hanby lo arguye correctamente, una negación de la primacía ontológica de la forma sobre la materia. Se niega la forma porque la forma no puede encontrarse en la materia de la que están compuestas las cosas, sino más bien en sus principios constitutivos organizadores — en este caso, los principios divinos — ejemplificados en la materia que individualiza cada ser material en el universo y le da a cada uno cualidades que no pueden reducirse a cantidades. Como resultado de esta negación, observa Wolfgang Smith, los físicos ignoran la naturaleza corpórea y las cualidades de los objetos naturales y confinan su visión de la realidad meramente a sistemas físicos — átomos y moléculas — las cuales ocupan un "dominio sub-existencial" que yace entre los objetos corpóreos con sus formas y cualidades, y la materia primitiva informe. ¡Ellos estudian, como si fuera el pleno de la realidad, entidades puramente físicas que en realidad no existen! (Smith  2019, págs 18-19)

Particularmente absurdos son los intentos de reducir la conciencia humana a átomos y moléculas. Citemos al físico Nick Herbert, uno de los más cándidos popularizadores de la ciencia: 
"El más grande misterio de la ciencia es la naturaleza de la conciencia. No es que tengamos teorías malas o imperfectas de la conciencia humana; simplemente de eso no tenemos teoría alguna. Todo lo que sabemos de la conciencia es que es algo que tiene que ve con la cabeza y no con el pie."

¿Prevalecerá la Honestidad?

Hace más de sesenta años, en su obra Física y Filosofía, Werner Heisenberg, el mismo autor del principio de la incertidumbre, reconoció que es precisamente una explicación de la relación entre la materia y la forma, de lo que adolece la visión que el físico tiene de la realidad.
"... en la filosofía de Aristóteles, se pensaba de la materia en la relación entre forma y materia. Todo lo que percibimos en el mundo de los fenómenos que nos rodean es materia con forma. La materia en sí misma no es una realidad, sino sólo una posibilidad, una 'potentia'; existe solamente a través de una forma. En el proceso natural, la 'esencia', como la llama Aristóteles, pasa de ser una mera posibilidad a ser una realidad actual por medio de la forma."
"Uno pudiera esperar que el esfuerzo combinado de los experimentos en la región de alta energía con el de análisis matemático llevará algún día a alcanzar una comprensión plena de la unidad de la materia. El entendimiento pleno significaría que las formas de la materia en el sentido de la filosofía aristotélica aparecería como resultados, como soluciones a un esquema matemático cerrado que represente la leyes naturales de la materia." (Heisenberg, 121-122, 140)
Sigue siendo una aproximación puramente cuantitativa pero, por lo menos, Heisenberg tuvo la honestidad de decir que la física moderna carece de una explicación de la existencia de "objetos o procesos en una escala comparativamente grande, en la que la constante de Planck pueda ser considerada infinitamente pequeña."

Mucho más recientemente, y representando una pequeña vanguardia de honestidad en la física, la escarmentada física matemática Sabine Hossenfelder observó con admirable candor:
"Resulta que la información de las cosas más pequeñas no es relevante para entender las cosas grandes. Decimos que la física de corta distancia "se desconecta" de la física a distancias más grandes o que "las escalas se separan". Esta separación de escalas es la razón por la que puede uno pasar por la vida sin saber nada de los quarks o del boson de Higgs o — para desencanto de los profesores de física de todo el mundo — sin tener una idea de lo que es la teoría cuántica de campos."
Hasta hay un movimiento en marcha entre algunos físicos, de adherirse a una clase de metafísica de materia y forma. Por ejemplo, la física Ruth Kastner, refiriéndose a la noción de Heisenberg, de 'potentia' en el campo de los cuanta, arguye que "la distinción entre una posibilidad cuántica y un hecho" en la así llamada materia-onda que supuestamente se colapsa al ser observada representa una "versión cuantitativa del antiguo concepto de 'potentia' en la filosofía aristotélica." Una versión cuantitativa de 'potentia' es casi una contradicción de términos ya que 'potentia' en el sentido aristotélico es una propiedad metafísica que entraña algún poder o cualidad de una cosa que todavía no se ha hecho actual, por ejemplo, el poder del oxígeno y el nitrógeno de tornarse en agua cuando se combinan de manera correcta.

Sin embargo, Kastner se acerca más a la verdad metafísica cuando describe "un nuevo cuadro metafísico, que argüiremos que esta soportado por la teoría cuántica y su éxito empírico" que entraña "una substancia ... en el sentido aristotélico más general, en el que la sustancia no necesariamente implica combinación con el concepto de materia física, sino es meramente una cosa... lo que se dice ser en respecto a sí mismo"

Aquí Kastner cita nada menos que la Metafísica de Aristóteles, aun cuando su aplicación del concepto de forma o esencia invoca una transacción que sigue siendo cuantitativa, entre el estado cuántico y el estado macro de un objeto (Kastner 2018, p 160). La forma sigue sin concebirse como un principio no material, y por lo tanto no hay una explicación real de por qué un estado cuántico debiera "transactuar" con un estado macro, precisamente en la forma que debe para hacer surgir un objeto macro particular y sólo ese objeto.

¿Prevalecerá la honestidad y el sentido común en la comunidad de físicos? ¿Habrá algún día el consenso de que la materia por sí misma nunca podrá explicar la forma, y que la cuestión de forma no pertenece a la ciencia física sino a la metafísica? No cuente con ello. Los ideólogos de la comunidad científica siguen estando firmemente en control del discurso público y de las escuelas del estado. Ejemplo de eso es esta asombrosa admisión del geneticista evolucionario Richard Lewontin, quien proporciona un resumen práctico de esa postura, en última instancia teológica, en su reseña de un libro de Carl Sagan en 1997:
"Nuestra voluntad de aceptar aseveraciones científicas que van contra el sentido común es la clave para comprender la lucha real entre la ciencia y lo sobrenatural." 
"Tomamos el lado de la ciencia a pesar de lo patentemente absurdo de algunas de sus conjeturas, a pesar de su fracaso para cumplir muchas de sus extravagantes promesas de salud y de vida, a pesar de la tolerancia de la comunidad científica a las narrativas no substanciadas de que así es porque sí, porque tenemos un compromiso prioritario, un compromiso con el materialismo." 
"No es que los métodos e instituciones de la ciencia de alguna manera nos obliguen a aceptar una explicación material del mundo de los fenómenos, sino por el contrario, que estamos forzados por nuestra previa adhesión a las causas materiales a crear un aparato de investigación y una serie de conceptos que produzcan explicaciones materiales, sin importar que vayan contra la intuición, sin importar qué tan mistificantes sean para los no iniciados." 
"Además, el materialismo es absoluto, pues no podemos permitir que un Pie Divino cruce la puerta." (Lewontin, 1997)
Por ya más de tres siglos, la filosofía y la ciencia han conspirado para negar la naturaleza del mundo en que vivimos y nos movemos y tenemos nuestro ser — para negar lo que era obvio hasta para las intuiciones de la sabiduría griega unos 400 años antes de la venida de Cristo. Ahora está en nosotros el excavar lo obvio, enterrado ahora profundamente en una veta madre de simples verdades, ocultas por tantas capas sedimentarias de mala filosofía disfrazadas de método científico,

Como Sócrates en sus últimas horas, nos maravillamos de la ignorancia elaborada de aquéllos que, como lo observó hace más de 2,400 años, hacen caso omiso a las manifestaciones de ese poder "que mantiene las cosas dispuestas en cualquier momento dado en la forma mejor posible" y "ni lo buscan ni creen que pueda tener una fuerza sobrenatural." (Phaedo 99c). Y por lo tanto, seguimos esforzándonos contra la más grande superstición de todos los tiempos en la más obscura de todas las edades obscuras: el tiránico Reino de la Cantidad y su negación del orden creado de forma y materia en el cual Dios está en todas partes conservando al mundo.

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