martes, 4 de noviembre de 2014

Sobre el Alma Humana

Sobre el Alma Humana

por James V. Schall, S.J.

Tomado de:
www.thecatholicthing.org/columns/2014/on-the-human-soul.html
Martes 30 de septiembre de 2014

Traducido del inglés por Roberto Hope

Un pasaje de lo más gráfico en las Sagradas Escrituras, uno que San Ignacio repetía con frecuencia, dice así: “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma inmortal?” (Marco 8:36). Algunas traducciones quieren traducir “alma” con la palabra “vida”. Y es cierto que alma es un concepto griego, no tanto uno hebreo. Pero si decimos “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su vida?”, el significado del pasaje cambia completamente.

Vamos a perder nuestra vida de una manera o de otra; tarde o temprano. La palabra “alma” tiene que ver con la cuestión de si el final de nuestra vida es el fin – punto – o si algo existencialmente trascendente sobre cada uno de nosotros está implicado en la noción de alma.

Prosiguiendo, el alma no es un “espíritu” que viva por sí mismo en nuestro cuerpo o que flote alrededor fuera de nosotros. Los ángeles son espíritus. Nosotros no lo somos. Nuestras almas siempre retienen su referencia a nuestro cuerpo, lo cual nos hace personas completas de nuestra clase. La antigua noción maniquea consistía en que la materia era mala, de manera que la perfección del hombre se alcanzaba escapando de la materia.

Cuando al concepto de “espiritualidad” se le da ese matiz de que hay algo intrínsecamente malo acerca de nuestro cuerpo, eso no es cristiano. Esta perspectiva no significa que nuestros cuerpos y sus pasiones no puedan causarnos problemas. Significa que una de las funciones de la inmortalidad del alma es la de gobernarse a sí misma; ser virtuosa. La significación de la inmortalidad del alma es, como si fuera, que la relación de los actos de virtud y de vicio que llevamos a cabo en el mundo permaneciera en el tiempo y por toda la eternidad.

El alma es el principio animante que nos hace ser lo que somos. Somos seres finitos que viviremos para siempre. El alma es la forma que garantiza la continuidad entre esta vida y la siguiente. De otra manera, cuando “perdemos” nuestras vidas sólo las perdemos. Nada más puede decirse. El drama entero de lo que realmente es nuestro ser ya deja de tener fundamento alguno.

No pocos científicos durante siglos han buscado el alma con el microscopio u otro dispositivo así. Nunca la han encontrado. Los métodos utilizados para buscarla están basados en la premisa de que el alma debe contener algún tipo de materia. No la contiene ¿Cómo lo sabemos?

La experiencia más común que implica nuestra inmortalidad es la de pensar. Cuando reflexionamos sobre nosotros mismos, vemos que nos encontramos con principios que permanecen iguales siempre y en todo lugar.  ¿Y entonces? Entonces ¿cómo es que podemos hacer esto, a menos que de alguna manera pertenezcamos  también al ámbito de lo inmutable?

En el curso de nuestras vidas, permanecemos siendo la misma persona, no obstante que cada átomo de nuestra composición física se reemplaza con mucha frecuencia. Algo que permanece en el tiempo está haciéndonos ser y permanecer siendo el mismo ser que éramos cuando fuimos concebidos, a pesar de todos los cambios que hemos tenido en la edad y en la salud.

Supongamos que no tenemos alma, de manera que nuestra muerte es simplemente el final. Si hacemos universal este supuesto, ninguna vida humana que jamás se haya vivido hace, en última instancia, diferencia alguna. La existencia humana es básicamente “en vano” bajo esta hipótesis.

Sin embargo, el alma no es el hombre. Ni Juan ni Susana son una alma. Cada uno de ellos tiene una alma. Cada uno de nosotros somos un ser, cuerpo y alma. Este hecho explica por qué la doctrina revelada de la Resurrección de la Carne es a la vez tan notable como lo es tan lógica.

Es notable porque aborda el significado que cada persona da a su propia vida mediante sus pensamientos y sus acciones. Éstas últimas indican lo que el hombre ha hecho de sí mismo, bueno o malo.

Es lógica porque indica que Dios nunca quiso, por principio, que el hombre muriera. La muerte, como lo observó el Papa Benedicto en Spe Salvi, es tanto una bendición como un castigo en nuestra condición actual. Es una bendición porque vivir más y más y más en este mundo es un infierno. Es un castigo, pero un castigo que va en línea con el propósito original de Dios al crearnos, para asociarnos en Su vida Trinitaria como los seres completos que Él creó desde un principio.

Sí. “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final pierde su alma?” La respuesta es: de nada le sirve. El mero planteamiento de esta pregunta da testimonio de nuestra dignidad. No elegimos llegar a existir. No elegimos ser lo que somos, Pero sí tenemos que elegir ser aquéllo que se esperaba que fuéramos. Nadie más puede hacerlo por nosotros.

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