lunes, 5 de septiembre de 2016

El Mártir que obsesionaba a Isabel I

El Mártir que obsesionaba a Isabel I

 

Reseña del libro: Edmund Campion, escrito por Gerard Kilroy, publicado por Ashgate.

Por Simon Caldwell

CatholicHerald.co.uk/commentandblogs/2016/03/03/the-martyr-who-haunted-elizabeth-i/

Tomado de: http://angelqueen.org/2016/03/04/the-martyr-who-haunted-elizabeth-i/


De todos los mártires isabelinos, sin duda el más ilustre fue Sir Edmundo Campion. Un académico profundamente santo y respetado internacionalmente, que en otra época habría alcanzado la santidad por la erudita contribución que habría hecho a la vida de la Iglesia y a la sociedad en general. Pero en la turbulencia sangrienta de la Reforma Protestante, “la mayor gloria de Dios” sería hallada por él en un via crucis en el que participaba la cámara de tortura de la Torre de Londres y el cadalzo de Tyburn.

Es extraño que un hombre de tan ejemplar virtud y vastos  conocimientos hubiera sido sujeto a más sentencias de tortura que ninguna otra persona en la historia de Inglaterra. Su tortura, junto con su ejecución pública, en diciembre de 1581, escandalizaron a Europa y fue objeto de controversia por décadas, obsesionando a Isabel hasta su muerte en 1603.

Se han escrito varias grandes biografías sobre “El Diamante de Inglaterra”; más notablemente aquéllas escritas por Evelyn Waugh y Richard Simpson. Esta nueva biografía es una valiosa adición al canon. Kilroy nos da un soberbio retrato del carácter y las cualidades que hicieron de Campion un hombre tan grandemente respetado, y nos ofrece una vívida percepción de su vida espiritual.

A todo lo largo, Kilroy llega a extremos para enfatizar el desagrado del santo de meterse en la política y las luchas de poder de su época. Esto parece incluir algunas intervenciones papales, dado que Campion estaba en desacuerdo con Regnans in excelsis, la extralimitada bula de San Pio V, que excomulgó a Isabel e hizo a su régimen tan criminalmente paranóico acerca de la agitación católica que se suscitó por aquéllo que ahora llamamos “cambio de régimen”. Es aquí donde Kilroy va más allá de una hagiografía y nos conduce a través de las motivaciones, tanto de los católicos ingleses que tomaban enormes riesgos para aferrarse a su fe, como de las autoridades, desesperadas por suprimirla.

Quizás más que en cualquier biografía anterior. Kilroy conecta el destino de Campion con la rebelión católica de Irlanda, del Dr. Nicholas Sander, y el temor de que se extendiera a otras partes del reino, así como con la hostil reacción protestante inglesa al cortejo de Isabel por el Duque de Anjou, un católico francés.

Kilroy desecha algunos gastados prejuicios históricos, como aquéllos expresados más recientemente en God's Traitors (Traidores de Dios) de Jesse Childs, de que Campion era algo así como un maniático que sembraba el caos en las vidas de los católicos comunes, al insistir en que debían rehusarse totalmente a asistir a los servicios religiosos de la Iglesia de Inglaterra.

Ciertamente, Campion sostenía esa política pero, ni era suya ni era de los Jesuitas, habiendo ya sido acordada mediante una convocación de destacados seglares y sacerdotes diocesanos. Mas bien, por obediencia religiosa, regresó a Inglaterra a administrar sacramentos y predicar el Evangelio entre los católicos pero fue atrapado por los acontecimientos, con frecuencia más allá de su conocimiento y, no se diga, fuera de su control.

Para Kilroy, Campion jamás fue un traidor, punto que se enfatiza en su conclusión de que Campion se reunió con Isabel en secreto y la reconoció como su verdadera soberana. Kilroy piensa que ella le ofreció un arzobispado si él aceptaba prestar sus servicios en la iglesia establecida de ella. Días después, fue condenado como traidor por un régimen que no tenía manera de responder a sus argumentos. Isabel, por su parte, repudió su juicio y su ejecución, culpando de ellos a su Consejo de Asesores.

También dijo ella que no creía que los sacerdotes que vinieran a Inglaterra fueran traidores, pero de todos modos los veía como servidores de sus enemigos; el estado, por lo tanto, no haría distinción entre el ministerio pastoral y la rebelión. El martirio de Campion, mientras tanto, vigorizó la causa católica, y el temor que esto infundió en el régimen condujo al reino de terror que duró décadas.

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