Sobre la Revolución
Por Adrian Calderone
El orden de toda sociedad depende de su moral, sus creencias, sus leyes, su religión y sus valores – en una palabra, su cultura. La revolución, que es el tema de este ensayo, es un movimiento que busca cambiar o suplantar el orden social reinante mediante las actividades de un fautor con la intención de cambiar su cultura.
Tomos se han escrito sobre las revoluciones políticas y sus causas. Un tratado clásico sobre revolución puede hallarse en el Libro 5 de la Política de Aristóteles. Trata las revoluciones como ocurren en varios tipos de gobiernos. Pero éstas son manifestaciones externas de la revolución. Aquí quiero enfocar mis observaciones en las características básicas de la revolución: su espíritu, su afán de dominar y su uso del engaño para lograr sus objetivos.
Lo que está en el fondo es algo espiritual. Veamos qué es lo que el espíritu de la revolución tiene que decir de sí mismo.
No soy lo que creen que soy. Muchos hablan de mí pero pocos me conocen. No soy la Francmasonería, no soy las revueltas, ni la sustitución de la monarquía por la república, no soy la perturbación temporal del orden público. No soy los gritos de los Jacobinos, ni la furia de Montaigne, ni la lucha en las barricadas, ni el pillaje, ni los incendiarios, ni la ley agraria, ni la guillotina, ni los ahogamientos. No soy ni Marat, ni Robespierre, ni Babeuf, ni Mazzini, ni Kosuth; estos señores son mis hijos pero no son yo. Estos hombres y estas cosas son objetos pasajeros, pero yo soy un estado permanente... Yo soy el odio hacia todo orden que no haya sido establecido por el hombre y en el cual él no sea rey y dios.
Éste es el espíritu de la revolución y el enemigo del Orden Cristiano. Es el espíritu del Anticristo, y es tan antiguo como la Caída de los Ángeles. De hecho, es un ángel caído tan brillante de intelecto como tenebroso de voluntad, que ha corrompido al hombre desde el principio.
Este espíritu se presenta en nuestros días como humanismo. Ahora bien, la palabra humanismo suena a algo bueno. Después de todo ¿no debemos ser humanitarios y considerados con nuestros iguales y con nuestro entorno? Pero sabemos que no es así como funciona en una sociedad secularizada, especialmente una que alienta muchas religiones excepto la única que afirma ser la poseedora de la verdad – la fe católica.
Tendemos a pensar de la libertad religiosa como un valor pre-eminentemente humanista. Insistimos en ello. Aquí hablo de la libertad religiosa como el derecho moral a la expresión pública de las creencias que uno abraza. De todos se espera que sigan su propia conciencia. Pero antes de cantarle alabanzas, debemos considerar los inconvenientes que eso trae. El Cardenal Henry Manning observó lo que sigue:
Legislar para un pueblo dividido en la religión es imposible, a menos que se excluya de la legislación la religión. El cristianismo debe ser excluido de la esfera de la legislación antes de que se puedan hacer leyes aplicables a aquéllos que están divididos en religión. ¿Cuál es el efecto de esa legislación? La verdad y el error se ponen en un mismo plano. La tolerancia se vuelve un deber, y bajo el manto de la tolerancia, lo que ha pasado es que la sociedad civil en todo el mundo haya dejado de distinguir entre la verdad y el error. El cristianismo se deja a la conciencia individual; deja de ser un asunto de legislación pública.
La libertad religiosa, como la pregonan las enseñanzas post-Vaticano II, es todo menos católica. Según la religión católica, el error carece de derechos morales. Permitir que se propaguen ciertos errores equivale a enterrar a la verdad bajo una cacofonía de falsedades, peligrando las almas individuales y la sociedad en conjunto. Proviene de una Ilustración anti católica, Veamos a dónde nos ha llevado.
Hemos ido mucho más allá de lo que describía el Cardenal Manning. Por ejemplo, partiendo de la tolerancia, el cabildeo homosexual pasó de la tolerancia a la aceptación y de ahí a la afirmación de su estilo de vida. Ahora se nos presentan marchas del Orgullo Homosexual que se espera que todos aplaudamos. El criticarlas nos expone a ser denunciados de cometer un 'crimen de odio', así como al oprobio público. Puede uno acabar siendo despedido de su empleo o sometido a procesos legales. El paganismo que vemos ahora se veía también hace cien años. Escribiendo sobre el 'Nuevo Paganismo' en 1929, Hilaire Belloc vio cómo crecía, y predijo su futuro: "Cuando madure, no tendremos los actuales insultos tímidos y aislados a la belleza y a la vida recta, sino una coordinación positiva y una afirmación organizada de lo repulsivo y de lo vil"
Una de las tácticas de la revolución consiste en aislar a los individuos de manera que no exista un amortiguador que proteja al individuo de los abusos del estado. El principio social católico de la subsidiariedad no es tomado en cuenta. El estado aprueba leyes que debilitan las instituciones intermedias, como la familia, la Iglesia, las amistades y las organizaciones comunitarias. Estas instituciones proporcionan fuentes alternas de lealtad, responsabilidad, autoridad, devoción e independencia financiera. Pero el estado revolucionario requiere que la gente dependa de él y sólo de él. Esto hace posible el arma más potente del estado revolucionario: el temor. O sea, el poder de negarle al individuo el alimento, la posibilidad de viajar, la posibilidad de expresarse y de asociarse con otros, la posibilidad de trabajar, y la de practicar la religión. Sin embargo ¿cómo le iría a la revolución si la gente estuviera determinada a alzarse en defensa de sus derechos naturales e hiciera lo correcto desafiando las consecuencias? Entonces, cuando ella se ve ante tal amenaza, la revolución siempre recurrirá a la violencia. Convierte en enemigos a los propios vecinos. O hace que, de pronto, los vecinos desaparezcan de un día para otro.
¿Cómo funciona este espíritu de la revolución? Los espíritus se mueven en la sociedad a través de líneas de comunicación. Las operaciones de ese espíritu atacan el intelecto, la imaginación, los afectos y la memoria de la gente.
El objetivo del espíritu revolucionario es la des-materialización del mundo. Sucedió así: Lucifer, el más brillante de los ángeles, al enterarse de la Encarnación, se rebeló contra Dios. El plan de Dios, de crear una raza de criaturas quejumbrosas, mitad animal y mitad espíritu, llamada hombre, haciendo que sus ángeles la sirvieran y, lo que es peor, que el mismo Dios se volviera una de ellas, era simplemente demasiado para que el pobre Lucifer lo sufriera. Al expresar su declaración "No serviré," el Arcángel Miguel lo retó con el grito "¿Quién como Dios? ¡ciertamente no tú, espíritu soberbio!" Con eso, Lucifer se desplomó en el mundo material de la tierra que él tanto odiaba. Pero en deferencia a su naturaleza se le dio control sobre ella como el "Príncipe de este Mundo." Lucifer odiaba la materia porque era la buena creación de Dios y buscó corromperla para fastidiar a Dios. No tenía el poder de des-crear lo que Dios había creado, pero podía tratar de inducir el repudio de la materia en las mentes de los hombres.
De Lucifer tenemos el gnosticismo, la creencia de que la materia es mala. El espíritu estaba atrapado en la materia y, debido a que la materia tenía desigualdades, para ser igual, el espíritu tenía que liberarse de la materia. La salvación gnóstica es por medio de conocimiento secreto. ¿No fue ésta la tentación dada a Eva por la serpiente? Come de la fruta prohibida del conocimiento del bien y el mal y te harás como dios.
El filósofo Descartes, influenciado por un espíritu gnóstico, salió con el apotegma "Pienso, luego existo". Con esto, separó al mundo del pensamiento, del mundo de las cosas. Lo entendió exactamente al revés. La filosofía escolástica que lo precedió enseñaba que la conciencia de uno mismo puede adquirirse solamente haciéndose consciente del mundo externo de las cosas que se perciben por los sentidos. La independencia cartesiana del pensamiento respecto de las cosas fue continuado por Kant, Hegel y otros filósofos modernos. Hacía posible el control del mundo natural por la voluntad, o sea la voluntad Nietzscheana del poder. Esto se ve más claramente en el comunismo, para el cual la verdad no es la conformidad de la mente con la realidad, sino con lo que sea que haga progresar el avance de la revolución. El único absoluto para el comunismo es la teoría pura del materialismo dialéctico. Pero aquí, el concepto comunista del mundo material no es como una realidad física. Se aferra al principio Hegeliano de tesis-antítesis-sintesis. Es sujetado a los dictados del Partido. Se espera que uno los siga. La razón y la memoria se destruyen. Nuestro intelecto se nulifica.
Sin embargo, tan perverso como es el comunismo, hay algo más grande, más siniestro, y más insidioso. El Presidente Woodrow Wilson, él mismo proponente del Nuevo Orden Mundial, decía esto en su libro La Nueva Libertad de 1913.
"Desde que entré en la política, he principalmente escuchado opiniones que algunas personas me han confiado de manera privada. Algunos de los hombres más grandes en los Estados Unidos en el campo del comercio y de la manufactura, tienen miedo de alguien, tienen miedo de algo. Saben que hay en alguna parte un poder tan organizado, tan sutil, tan vigilante, tan interconectado, tan completo, tan penetrante, que más les valdría no hablar en voz más alta que la de un susurro cuando hablan en condenación del mismo."
¿Qué es esto que no tiene nombre, este poder? En realidad, los Papas León XIII y Pío XI tenían una idea de lo que estaba pasando. León XIII lo vio como una usura rapaz bajo una apariencia distinta. El Papa pío XI lo vio como una dictadura de aquéllos que controlan el crédito. Wilson observó que, quienquiera que deseara edificar un negocio, si deseaba introducirse en ciertos campos, se vería excluido por organizaciones que no quieren que salga adelante. Así es como la revolución controla a la sociedad. El mundo del capitalismo financiero es el mundo de la des-materialización del dinero en el cual el poder de compra consiste de unos y ceros almacenados electrónicamente en una memoria computacional. Y como nombre de esta cosa sin nombre podemos proponer el de Luciferismo en memoria de su creador.
La imaginación es atacada usando las artes plásticas, las visuales y las literarias. Muchas de las películas de ahora habrían sido condenadas rotundamente en las generaciones anteriores, no sólo por la descripción gráfica de escenas sexuales, sino por la actitud ante la moral en general. Piénsese, por ejemplo, en las descripciones de actividad sexual. Todas se relacionan con fornicación y adulterio. Esto se promociona como "realidad." Y todo es sugestivo para los jóvenes de que esto es aceptable porque "todos lo hacen."
Las afecciones torcidas de ahora elevan todo excepto a Dios en las mentes de la gente. La nueva religión es el ecologismo. Si uno cuestiona que los humanos sean los que causan el calentamiento global, se le tacha de necio y se le trata como un hereje. Los católicos respetan la naturaleza porque es un don de Dios. Los paganos de los tiempos modernos adoran la naturaleza tanto como odian a los humanos. De ahí la promoción del aborto para deshacerse de los humanos, que se ven como una plaga sobre la tierra. Cuando el hombre secularizado se llega a interesar en el bienestar de la humanidad es dentro del contexto del socialismo y del uso de las masas para instigar un cambio político. El espíritu revolucionario se nutre de, y agrava, emociones negativas como el temor, la ansiedad, la ira y la depresión.
Para que una revolución prospere, debe eliminar la memoria del antiguo orden para que el nuevo orden pueda ser puesto en marcha.
Si la memoria del antiguo orden no puede borrarse por completo, debe enterrarse bajo una avalancha de mentiras, calumnias y leyendas negras, para que la gente se haga renuente de volver a él. Algunos ejemplos vienen a la mente. En la novela distópica 1984 de George Orwell, el protagonista, Winston Smith, tenía un empleo de corrector de textos de historia y de noticias para suprimir detalles que el Partido deseaba que se echaran al olvido. La Revolución Protestante emprendió una campaña de mentiras y difamación de la Iglesia Católica para pintarla como enemiga de la ciencia y de la razón. Los revolucionarios de la Iglesia Católica, usando al Concilio Vaticano Segundo como punto de lanzamiento, han estado tratando durante el pasado medio siglo, de eliminar de las mentes de los fieles la memoria y las prácticas de la Iglesia Católica de los 2000 años anteriores. Todo esto es una perniciosa "purificación de la memoria."
Para lograr estas cosas, el espíritu de la revolución usa el engaño. La comunicación humana es principalmente mediante palabras, imágenes y música. Hay tantos métodos de engañar mediante fraudulencia, duplicidad, encubrimiento y disimulación, como hay formas de comunicación.
Una forma es mediante el uso de eufemismos. Por ejemplo ¿quién podría estar opuesto a la 'salud de la mujer'? Pero lo que realmente se quiere decir con el término en clave 'salud de la mujer' es el aborto. Y va con la moda referirse al aborto como 'terminación del embarazo'. El cambio de significados y definiciones es un proceso gradual logrado mediante la propaganda en los medios y en las escuelas. La propaganda emplea el poder de la moda, la repetición, los medios impresos y de noticias, y las artes, para re-enmarcar las mentes de la gente dentro de un nuevo paradigma.
El poder de la moda viene de un respeto humano equivocado. A nadie le gusta que se piense despectivamente de él, o ser condenado al ostracismo como enemigo por negarse a consentir con la ideología reinante (tal como la del calentamiento global causado por el hombre, del matrimonio homosexual, del transsexualismo, etc.) Hace que aquéllos que han sido atraídos a la ideología del momento se sientan incómodos de pensar que están equivocados o que pudieran tener que reunir el valor de unirse a la oposición al status quo. Pero todavía peor que eso, la oposición a esos nuevos dogmas políticos es tratada, no como una diferencia de opinión que pudiera ser debatida en la plaza pública, sino como una herejía a ser aplastada. El nuevo paradigma es tratado como un credo, y el ponerla en cuestión debe ser suprimido.
La reiteración constante desplaza las ideas contrarias. El Ministro de Propaganda Nazi, Josef Goebbels decía que con una repetición constante, la gente acabará por aceptar como verdadero lo que se le dice: "Si uno repite una mentira con suficiente frecuencia, la gente habrá de creerla, y hasta uno mismo acabará creyéndola." La reiteración proviene de lo que parecen ser fuentes diferentes pero todas siguen la misma línea de lo que se les permite decir.
Reconozcamos que los medios principales de comunicación, así como la clase dirigente universitaria, son jugadores políticos. En los medios de noticias principales no se trata de informar objetivamente acerca de los acontecimientos. El periodismo se sesga a través de la selección de aquéllo a lo que se le debe dar prominencia y de la forma como es presentado, al igual que de lo que debe ser ocultado.
El sistema de educación pública es menos acerca de dar a los estudiantes las herramientas intelectuales para hacer los juicios apropiados, y más acerca de indoctrinarlos en la ideología de los elitistas promotores de una visión secularizada del mundo. Según Josef Stalin: "La educación es un arma cuyo efecto es determinado por la mano de quien la blande, según quién deba ser derribado." Las escuelas públicas son órganos de propaganda dirigidos a capacitar a los estudiantes para que se formen como un cierto tipo de ciudadano, con un cierto marco de pensamiento y sometidos a la ideología del momento.
Pero nosotros mismos cooperamos con este proceso para nuestro propio engaño. Como lo observó el filósofo Josef Pieper, el mundo quiere ser halagado. Y no sólo eso, sino que el halago sea disfrazado de una forma que el hecho de que se nos esté mintiendo pueda ser ignorado a manera de que no nos hiera la conciencia. Pero en la propaganda también hay un elemento de intimidación, una amenaza oculta pero no menos reconocible. Mediante la propaganda somos conducidos a pensar que, consintiendo a la intimidación estaremos haciendo lo que de todos modos habríamos querido hacer. Estamos siendo políticamente correctos. Tan efectiva es la sofistería que se emplea contra el público en general que la gente "no sólo es incapaz de enterarse de la verdad sino que se vuelve incapaz de buscar la verdad porque está satisfecha con el engaño y las triquiñuelas que han determinado sus convicciones." Además, el cambio constante como característica de la revolución mantiene a la gente mentalmente despistada. Antes de que pueda uno hacer un juicio informado de una situación, ocurre otra situación.
Sin embargo, todo lo anterior no garantiza el éxito de una revolución. Para usar conceptos de la filosofía escolástica, eso sólo lleva a la sociedad a un potencial de revolución. Ese potencial tiene que ser activado. Pero como nos informamos de revoluciones anteriores, todo lo que se necesita para lanzar la revolución son las circunstancias sociales apropiadas, como el desempleo, el hambre, la guerra u otra tensión social severa, y una caterva de revolucionarios adiestrados, dispersos en áreas críticas de influencia, y capaces de tomar ventaja de esas circunstancias que los mismos revolucionarios han sido instrumentales para que se llegaran a presentar. Para ser perfectamente exitosa, la revolución debe eliminar tan completamente el antiguo orden, hasta la memoria de él, que la revolución ya deje de ser vista como una revolución.
La revolución necesariamente se hace totalitaria. Pero hasta ahora, ninguna revolución ha logrado esto permanente y totalmente. Siempre ha habido memorias entre algunas personas sobre la forma como eran las cosas en el pasado. Siempre ha habido alguna gente que no ha sucumbido al miedo que los revolucionarios tienen que imponer en el pueblo a fin de prosperar. Y siempre ha habido mártires.
Pero más que eso, la revolución ha sido hasta ahora siempre frenada por la institución más importante del mundo – la Iglesia Católica. Los revolucionarios toleran el cristianismo mientras sea confinado a la creencia privada y sea lo suficientemente amorfo para no presentar una amenaza al poder del estado revolucionario. Hasta puede servir los propósitos de la revolución de tal forma que los revolucionarios puedan promocionar su adhesión a la libertad de culto – por algún tiempo.
Pero la Iglesia Católica es cuestión aparte. No es sólo una religión. Es también una organización humana, una sociedad con una estructura jerárquica que se mantiene unida por la obediencia y unificada en la fe. En última instancia, su verdadera cabeza es Jesucristo. Es una fuente alterna de autoridad, adicional al estado. Y tiene un papa. Muchas naciones y filosofías han tratado de aplastar a la Iglesia Católica y han fracasado.
Entonces ¿cuál es ahora la táctica de los revolucionarios? Destruir la efectividad de la Iglesia desde adentro. Infiltrarla con agentes revolucionarios. Usar el imperativo de obediencia para cambiar las doctrinas, y desconectar a la Iglesia de su pasado. Conocemos por el testimonio de Bella Dodd, una ex-comunista, que ella estuvo personalmente involucrada en la infiltración de 1,100 agentes o simpatizantes del comunismo en el clero en los años 1930s. Tampoco son los comunistas la única secta buscando infiltrarse en la Iglesia. También hay masones, modernistas satanistas, homosexualistas, globalistas y otros réprobos gnósticos. Una excelente y extensa fuente de información del complot para destruir la iglesia desde adentro está en el libro Infiltration del Dr. Taylor Marshall.
La eliminación de la Iglesia Católica como opositora del Nuevo Orden Mundial de una religión sincretista, es esencial para el avance de la revolución. La Iglesia Católica debe renunciar toda afirmación de ser la única verdadera Iglesia establecida por Jesucristo y la poseedora de la única religión verdadera que toda la gente tiene obligación moral de aceptar. Debemos ser capaces de desconocer a Cristo como un Rey a quien toda la gente deba rendir tributo. El papa, cuyo mandato es preservar la Tradición, puede despojarse de su título de Vicario de Cristo como anacrónico.
Esto está sucediendo en el pontificado del Papa Francisco. Qué plan tan ingenioso el fraguado por los revolucionarios: utilizar al papado para destruir el papado como roca del catolicismo. Después de todo, es el papado como institución lo que constituye el principal obstáculo. Destruirlo, co-optarlo, o volverlo impotente, y el paso del Anticristo queda abierto.
El Papa Francisco ha empleado su poder y su voz para tergiversar doctrinas, y en el Sínodo de la Amazonia de 2019 para autorizar la veneración de un ídolo pagano en el Vaticano. Ha dado la bienvenida a la presencia de socialistas y globalistas en el Vaticano. Sus tácticas incluyen el hábil uso de la ambigüedad y el rehusarse a clarificar lo que dice. Esto trae a la memoria la profecía de San Francisco de Asís. Poco antes de morir, San Francisco advirtió a los miembros de su orden, de las tribulaciones que habrían de caer en la Iglesia en un futuro. Dijo que un hombre, elegido a-canónicamente será elevado al pontificado, quien, por su sagacidad tratará de arrastrar a muchos al error y a la muerte. Habrá escándalos, y muchos consentirán con el error. Aquéllos que preserven su fervor y se adhieran a la verdad sufrirán injurias y persecuciones como rebeldes y cismáticos. La santidad de la vida será objeto de burla. En esos días Jesucristo habrá de enviar, no a un verdadero pastor, sino a un destructor.
¿A quién se le debe culpar de este desorden? Podemos, por supuesto señalar a los prelados apóstatas. Pero deberíamos también señalarnos a nosotros mismos por nuestra aceptación de halagos y nuestra aquiescencia a la intimidación de aquéllos que mandan en la sociedad civil y en la iglesia. Reconozcamos que estamos bajo ataque. Tenemos que estar vigilantes, y no simplemente aceptar lo que se nos dice por la jerarquía de la iglesia o por los funcionarios de gobierno. Ellos ya transigieron con la revolución. Más bien, debemos recordar lo que dijo San Pablo: nuestros enemigos no son de carne y hueso, sino ángeles caídos. Contra ellos no podemos por nosotros mismos. Pero con Dios y nuestros ángeles guardianes como espada y escudo podemos librar una guerra espiritual contra los poderes obscuros que infestan la iglesia y el mundo en conjunto. Estamos en este mundo pero no somos de él. Necesitamos rezar como si nuestras vidas dependieran de ello – porque sí dependen. Pero ésta es nuestra esperanza, se nos asegura que Dios no nos abandonará como huérfanos. Que Jesús y María nos preserven y defiendan en la tribulación.
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