viernes, 14 de agosto de 2020

Del libro Logos Rising de E. Michael Jones

Un "marxista cultural" crítica el libro Logos Rising de E. Michael Jones 

Por David Hawkes


Tomado de: https://culturewars.com/news/logos-rising-hawkes-review


Traducido del inglés por Roberto Hope


Este es el libro más importante del siglo XXI. E. Michael Jones ha lanzado un guante intelectual que no puede desdeñarse honorablemente. Ha escrito la defensa definitiva del logos, y durante ya medio siglo el anti-logocentrismo ha sido un auténtico tabú para la izquierda cultural. Desde los años 1960s, la rebelión contra el logos ha inspirado una clase enteramente nueva de política: la 'política de identidad', la política de lo personal, una revolución dentro de la psyche lo suficientemente radical como para compensar, dirían algunos, el visible fracaso de la revolución política externa. Logos Rising arguye que la política, supuestamente liberadora, de la generación nacida en la época de la explosión de la natalidad durante la postguerra, representa no otra cosa que una esclavitud mental autoimpuesta. Muchos intelectuales que se consideran a sí mismos izquierdistas culturales se verán tentados a simplemente desdeñar este libro y esperar que se desvanezca. Eso sería un gran error. Las ideas que expresa no se desintegrarán si se pasan por alto, se consolidarán y se propagarán con rapidez. Las preguntas que plantea deben ser respondidas, no eludidas. La neutralización vendrá sólo de la negación. Es extremadamente importante que la izquierda cultural aborde este libro.

Queda, sin embargo, un obstáculo obvio para ese abordamiento. No se trata tanto de que Jones se rehúse a reconocer los convencionalismos retóricos que gobiernan el discurso intelectual respetable en los EUA del siglo veintiuno. Abiertamente los desdeña, explícitamente los tiene por despreciables, y ostentosamente demuestra su menosprecio de ellos en cada oportunidad posible. Agraviado profundamente por el trato recibido en el pasado de manos de los poderes universitarios reinantes, aprovecha este libro para saldar viejas cuentas con una definitividad algo alarmante. Pero esto no es un resentimiento personal de parte suya. Casi solo entre los pensadores modernos, sean ellos religiosos o laicos, Jones está consciente de las correspondencias causales entre el macrocosmos del kosmos y la polis por una parte, y el microcosmos del oikos y el anima por la otra. Lo personal para él no es meramente político, es teológico. Las correspondencias neo-platónicas progresivas que descubre entre la auto-revelación del Zeitgeist y los patrones de las vidas individuales elevan sus motivos muy por arriba de la vil venganza.

Habiendo aceptado un puesto que habría podido llegar a ser permanente en una universidad nominalmente católica en la época de auge de la guerra cultural universitaria de los años 1970s, Jones inocentemente expresó en público, y en forma impresa, sus opiniones morales tradicionalistas. Aparentemente para sorpresa suya, no se enfrentó a una cortés discusión, sino que se topó con una instantánea, fulminante y rabiosa reacción del recientemente despertado feminismo académico. Según la detallada e intrincada relación de los hechos que hace Jones, los practicantes de la política de identidad en el departamento conspiraron para que fuera despedido a apenas un año de haber sido contratado. Como dialéctico que comprende la función constructiva de la negación, Jones ha estado respondiendo desde entonces con implacable y apasionada invectiva. No es tanto que desacate los convencionalismos de la etiqueta discursiva académica, como que la hace pedazos, la pisotea en el lodo y luego baila una giga irlandesa en su tumba. A resultas de esto, este libro por lo general no será recibido con un debate racional por los intelectuales profesionales, sino con un despectivo silencio de miedo.

Eso es, si de veras es recibido. El término samizdat es anacrónico e hiperbólico, pero es no obstante cierto que, en el mundo occidental del siglo XXI, se hacen arduos esfuerzos por prevenir de plano que la gente lea ciertos textos. Estamos encarando una situación cultural sin precedentes desde el intento de la clase dirigente de Inglaterra de suprimir el movimiento de 'Punk Rock' a su inicio hace más de cuarenta años. El trabajo avant-garde, de clara significación histórica, se está volviendo imposible de acceder a través de los canales más comúnmente utilizados. Cuando no está de hecho prohibido por ley, por presión institucional o por el poderío financiero, se imponen significativos costos sociales y culturales a su consumo. Se están desplegando decididos esfuerzos coordinados para restringir o evitar su circulación. Como lo fue en 1976, esto por sí mismo es un interesante e importante estado de cosas, Ahora, como entonces, la amplitud de la brecha generacional facilita observar que estamos viviendo en una época de cambio social rápido y radical. Es extraño, pero cierto, que este libro, visiblemente monumental, esté actualmente tan alejado de los límites aceptables para la intelectualidad académica, que en efecto se vea perdido en medio de la nada.

Y hasta tiempo muy reciente, ahí se habría quedado, azotado por el viento, en un exilio provinciano. Hasta la década pasada, el ostracismo impuesto a Jones para la disquisición intelectual laica debe haber parecido que habría de ser permanente. Él era virtualmente un desconocido entre los principales académicos, sus opiniones eran de interés principalmente para una facción de la Iglesia Católica Romana, el profesorado religioso de la Universidad de Notre Dame, y los residentes de South Bend, Indiana. De entonces acá, sin embargo, la explosión en la amplitud, el alcance y el poder de los medios de comunicación social ha reducido radicalmente la distancia entre la metrópolis intelectual y la periferia. Mucha de la actividad académica profesional en las humanidades está ahora tan sobre-especializada que ya no ilumina sino que obscurece la condición general de la totalidad social. Mientras tanto, más allá de la torre de marfil, las más amplias implicaciones de las invectivas aparentemente sectarias se han revelado de repente ante un auditorio mundial, y los poderes de las élites dirigentes se han quedado estupefactos y han hecho intentos tan tardíos de suprimirlo, que lucen diáfanamente risibles.

En verdad, ya hace tiempo que el genio se salió de la botella. El héroe intelectual de Jones es Giambattista Vico, de quien es fama que le fue frustrado su intento por conseguir la cátedra de jurisprudencia en la Universidad de Nápoles. El fracaso resultó, sin embargo, ser providencial, pues le forzó a popularizar sus ideas abandonando el uso del latín, "el idioma del mundo académico que no quería saber nada de él." De manera semejante, Jones ha abandonado el lenguaje del mundo académico que nada quiere saber de él. Y no sólo el lenguaje tampoco. La frustración de la ambición profesional de Vico desató en él todo un nuevo orden de creatividad. Re-introdujo el historicismo en el pensamiento occidental, que rescató de una estasis cartesiana, que podría haberlo ubicado como precursor de Hegel, de no haber favorecido la recurrencia infinita en vez de la teleología narrativa. Vico creía que, habiendo llegado a un apogeo del progreso, la civilización pasaba por un ricorso, una degeneración contra-cíclica, caracterizada por la degeneración simultánea de la polis y de la psyche. Economistas como Giovanni Arrighi han planteado argumentos semejantes recientemente con relación a la naturaleza cíclica del capitalismo financiero. Tal pesimismo parece incompatible con la teleología cristiana, y Jones lo admite sin reparos. El ricorso es sin duda el aspecto más problemático de la filosofía de la historia de Vico, su pesimismo refuta el sentido que Cristo confirió a la historia: un principio, un centro y un final, y lo reemplaza con los ciclos eternos del paganismo.

El problema con eso, sin embargo, es que a lo largo de su libro, Jones deja entrever sólidas insinuaciones de que los Estados Unidos del siglo XXI están ahora experimentando precisamente ese ricorso. Nos recuerda que cuando la mentalidad de los ciudadanos de  Roma degeneró en una 'riflessiva malizia' o malicia consciente de si misma, acabaron siendo gobernados por "sinvergüenzas paranoicos disolutos como Calígula, Nerón y Domiciano, porque la barbarie de la reflexión no tolerará otro tipo de dirigente fuera de uno que refleje sus propias pasiones desordenadas." La alusión a nuestros días es difícil de que se escape, y algunos lectores habrán de concluir que Jones ve la historia como un ciclo viconiano o yeatsiano de giros recurrentes que se van ampliando. La alternativa es que crea que el surgimiento de líderes cuya depravación personal expresa la condición del pueblo es un indicio del Apocalipsis.

Pero en ese caso, cómo es que Jones intitula su libro 'El Logos Ascendiendo'. Lo que en realidad describe es el logos que se obscurece, el logos ocultándose de la psyche y separándose del noús, el logos huyendo y escondiendo su cara entre una multitud de estrellas. Un logos absconditus, de hecho. Jones delinea con intrincado detalle el nacimiento, crecimiento, propagación, reveses y resurgimientos del logos a lo largo de la historia y de la filosofía, y piensa que su trayectoria general es siempre hacia arriba. No obstante, este libro parece tener el propósito de dirigir la atención no tanto al ascenso del logos sino al actual reino absoluto y tiránico del anti-logos.

A pesar de los mejores esfuerzos de la tiranía, seguramente no pasará mucho tiempo antes de que las alarmantes e incendiarias ideas expresadas en este libro alcancen la tierra firme ideológica. Las cuestiones ahí planteadas no pueden ser pasadas por alto o descartadas. Con frecuencia resultan desagradables de considerar, pero son las cuestiones más importantes de nuestra época, y Jones las formula con una contundencia y coherencia sacadas de su profundo y sin rival — entre los intelectuales públicos — conocimiento de las tradiciones filosóficas aristotélicas, tomistas y hegelianas, que ha fusionado en una asombrosa, original y coherente síntesis. Irónica, y probablemente de manera inconsciente, asimilando mucho del postmodernismo que él desprecia, en su catolicismo dogmático tradicional. Jones ha cocinado un potaje pesado, del cual es imposible abstenerse. Tragos someros pueden intoxicar el cerebro seriamente. La única vacuna contra una malinterpretación es beber a fondo. Todo mundo debe leer este libro. Mucha gente debe leerlo dos veces.

Usura, sodomía e idolatría en la postmodernidad

Joven, y recién obtenido mi doctorado, sintiéndome solitario en un coctel, en un rincón junto al mundialmente famoso filósofo postmodernista Jean-Francois Lyotard, deslumbrado y empanicado, y sin los mínimos preliminares, rompí el hielo preguntándole si él creía en Dios. Volviéndose hacia mí en magnífica condescensión gala, simplemente se encogió de hombros y dijo: "Bah, desde luego, como todo mundo." He de haber quedado boquiabierto, pues se inclinó hacia mí y me dijo: "Hijo, cuando tienes un enemigo," y señalándome enfáticamente en el pecho, agregó: "y para mí el enemigo es el capital,"  su señalamiento enfatizando ahora cada una de las palabras: "lo mejor es no subestimarlo." Siguió un silencio y muy probablemente el silencio hubiera continuado de no ser que la agraciada anfitriona no hubiera notado mi desconcierto y salido a mi rescate. En esa época, Lyotard era posiblemente el más famoso postmodernista del mundo; él prácticamente había inventado el término 'postmodernismo' y me era difícil imaginar a alguien menos indicado para decir lo que acababa de decir. Dos años después ya había muerto, de modo que la oportunidad de pedirle que se explayara nunca se presentó. Pero por muchos años estuve reflexionando sobre lo que querría decir, y acabé por llegar a una conclusión:

Lo que ahora creo que quería decir es esto: El logos es lo que hace posible para nosotros tener cualquier clase de experiencia humana reconocible. En este sentido, el logos nos crea el mundo 'para nosotros' (como lo diría Kant.) El capital financiero, el poder que manda en el mundo postmoderno, es la antítesis dialéctica del logos, pues, tanto depende de, como inculca a ilusión de que, la representación sea no referencial. La reproducción autónoma de signos financieros, que antes era conocida como 'usura,' elimina el garante de que las apariencias tengan significado. Supone que el dinero es un signo que se reproduce de manera independiente, sin referencia al mundo exterior natural. Aun cuando este supuesto ciertamente se manifiesta en lo que llamamos 'economía', de ninguna manera está limitado a esa 'esfera' de la vida. Por el contrario, el supuesto de que la representación no representa — o sea que de hecho para nada sea una representación sino una realidad — es la creencia dominante que guía todo aspecto de la experiencia postmoderna. Lyotard, ahora creo, estaba tratando de decirme que esa creencia es satánica y que el logos es el único antídoto posible. Pienso que E. Michael Jones está diciéndonos lo mismo.

Es obvio que nuestra época está dominada por la usura, la sodomía y la idolatría. Es igualmente obvio que éstas son meramente manifestaciones superficiales de una guerra más general contra el logos, que permea toda la cultura postmoderna. Desenmascarar las operaciones del anti-logos es la tarea más apremiante que enfrentan hoy en día los intelectuales, y en Logos Rising, Jones las ataca con una energía feroz, una vastedad impresionante y una ambición prometeica. Sin embargo, en mi opinión, se le escapa la explicación más obvia de la actual hegemonía del anti-logos, y en esta reseña trataré de mostrar cómo y por qué eso es así. En mi opinión, el pensamiento occidental da un trágico viraje equivocado cuando identifica a los enemigos del logos con grupos específicos de personas. La usura, por ejemplo, es frecuentemente asociada con los 'judíos', la sodomía con los 'homosexuales' y la idolatría con los 'nativos' del mundo colonizado — y, en primer lugar y en su mayor parte, con los católicos irlandeses. Debemos ahora consignar tales prejuicios permanentemente al pasado. Debemos proclamar la verdad de que todos los seres humanos son igualmente vulnerables al anti-logos. La crítica al anti-logos debe en cambio ser apuntada hacia fuerzas conceptuales abstractas que se manifiestan en las mentes de la gente.

Hasta la Ilustración del siglo XVIII, de hecho, era precisamente de esa manera como eran consideradas la usura, la sodomía y la idolatría. El término 'usura' ha designado históricamente una amplia gama de prácticas económicas inescrupulosas, incluyendo la simple intención de obtener una ganancia ilegítima o excesiva, y con frecuencia también, el pago y el cobro de intereses. En una época eso se consideraba una tentación prácticamente universal. Pero cuando la monetización de la economía moderna sacó la usura de los barrios bajos, elevándola a los salones gremiales, se creó una fantasía socialmente conveniente, que insinuaba que tales prácticas eran privativas de los grupos parias. Una interpretación literal de la prohibición Deuteronómica hacía parecer plausible que a los judíos les estaba permitido cobrar intereses a los cristianos. Al mismo tiempo, ciertas prohibiciones legales efectivamente forzaban a los judíos a volverse prestamistas, en tanto que, simultáneamente, en teoría aunque ciertamente no en la práctica, restringían el ejercicio de esa profesión exclusivamente a ellos. Como resultado, los términos 'usura' y 'judío' seguían siendo virtualmente sinónimos durante el siglo de Trollope, Marx, Dostoyevski y Wilde. En la era moderna, pues, la usura ocultó su verdadera naturaleza al verse asociada a un grupo particular de personas.

El punto vital que Jones descuida es que la usura, la sodomía y la idolatría se desarrollan, florecen y retroceden juntas, porque son aspectos diferentes de una única tendencia subyacente: la usurpación del poder actuante por sistemas de representación. Como él no ve que la representación actuante es la causa fundamental del anti-logocentrismo, naturalmente tiende a culpar los síntomas. Por ejemplo, la tradición platónica considera el cuerpo como un signo del alma. Hasta la edad moderna, el  término sodomía designaba cualquier tipo de fijación erótica en el cuerpo con exclusión del alma, independientemente del sexo del cuerpo o de el del observador. La sodomía podía incluir cualquier acto no reproductivo de sexualidad, o 'concupiscencia', incluyendo la masturbación. Al igual que la usura, no era algo que practicara algún nefasto grupo de entusiastas, sino un vicio del cual la psyche, luego del pecado original, inevitablemente era presa. La idea de que la sexualidad no reproductiva pudiera estar restringida a grupos conocidos como 'homosexuales', 'raros' o 'gays' es específica de la modernidad. Igual que la usura,  en la edad moderna la sodomía se escondía con éxito entre un grupo específico de gente.

Ambas, la sodomía y la usura, son formas de idolatría, que es la antítesis dialéctica del monoteísmo. El Decálogo anuncia la idolatría como un pecado del cual fluyen todos los demás. La incesante batalla contra la idolatría es literalmente el tema del Antiguo Testamento, y el tema figurativo del Nuevo Testamento. La idolatría (en árabe shirk) es el pecado más atroz en el Islam (seguido de cerca por riba o usura, y zina o sodomía). La idolatría es el error cometido por los presos en la cueva de Platón. En la forma retórica de 'sofisma' es el principal opositor de la filosofía y el principal fautor de la mercantilización: a cambio de dinero manipula imágenes retóricas para darles efecto actuante. La idolatría verbal considera a las palabras cosas, no signos, y las utiliza para propósitos de connotación, en vez de hacerlo para denotación. La idolatría es equiparada con la codicia tanto por Platón como por San Pablo, y ambos identifican la codicia como el origen de todo mal. La hegemonía recurrente de la idolatría, y la iconoclastia que siempre se provoca en respuesta, produjo conflictos intestinos que duraron siglos en toda la Cristiandad, desde Bizancio en el siglo VII hasta Massachussets en el siglo XVII. Durante el proceso, sin embargo, el significado de la palabra idolatría ha sufrido un cambio. Dejó de designar una tendencia universal, in-erradicable de la humanidad caída, y se volvió en vez de ello en un conjunto de rituales llevados a cabo por 'idólatras' que predeciblemente eran identificados como los 'nativos' del mundo colonizado. Al igual que la usura y la sodomía, la idolatría pasó a la era moderna disfrazada exitosamente entre grupos específicos de personas.

La Psyche

En cada uno de estos tres casos, entonces, vemos que lo que la antigüedad, la edad media y la temprana edad moderna consideraban como tentaciones psicológicas abstractas y universales, fue asociado firmemente por la Ilustración Europea, tanto legalmente como en la imaginación popular, con grupos de personas que entonces estaban convenientemente a la mano para ser convertidas en objetos del odio que provocan estas prácticas. Sin embargo, como lo demuestra Jones en los absorbentes primeros capítulos de este libro, la lección dada por las dos formas principales de logo-centrismo occidental — el monoteísmo hebreo y el racionalismo helénico — es que el conflicto entre verdad y falsedad, como la homóloga lucha entre el bien y el mal, no es algo que habrá de ser decidido por grupos de gente en guerra, como un duelo de pitcheo o un partido de futbol. Sólo puede ser decidido al interior de la psyche. Sólo en la psyche el dinero se reproduce, sólo en la psyche un ícono se vuelve un ídolo, sólo en la psyche se transforma el cáritas espiritual en cupiditas carnal. Por eso es que debemos identificar el problema fundamental como uno de representación performativa en general, pues es obvio que la representación puede volverse actuante — que los signos pueden hacer cosas — solamente en la psyche.

En mi opinión, pues, la condición post-moderna hace ver claro que debemos dejar de identificar la sodomía con los 'sodomitas', la usura con los 'usureros' y la idolatría con los 'idólatras'. Debemos también dejar de identificar el capital con grupos de personas tales como los 'capitalistas', la 'burguesía' o el '1%.' Es cierto que, entre mediados del siglo dieciocho y mediados del siglo veinte, el 'poder laboral' estaba encarnado en una clase social identificable empíricamente: el 'proletariado.' Al mismo tiempo, la forma simbólica, alienada de poder laboral, o 'capital,' era fácilmente identificable con otro, bien definido grupo de gente: la 'burguesía.'  Cada una de estas clases era reconocible instantáneamente. Se veían, se comportaban, y pensaban de manera completamente diferente una de la otra, pero desplegaban y experimentaban un asombroso grado de unanimidad entre ellas mismas. El proletariado y la burguesía, por lo tanto, estaban obviamente en una relación económica, ideológica y dialéctica, de contradicción. La lucha de clases, fuera ella física o intelectual, era el resultado inevitable, y la batalla entre la burguesía y el proletariado dominaron la historia europea durante dos siglos.

En la postmodernidad, sin embargo, la situación cambia. La mayoría de la gente en las sociedades occidentales reciben ingresos tanto de su trabajo o salarios, como de alguna forma de inversión de capital, si sólo de una  cuenta de retiro o de ahorro: son objetivamente tanto burgueses como proletarios. Eso no cambia el hecho de que el poder laboral y el capital estén en contradicción dialéctica, pues el capital es la manifestación simbólica, objetivada, del poder laboral. Es la cosificación de la actividad humana subjetiva considerada en conjunto. Es la antítesis de la propia vida humana. Ahora, sin embargo, la contradicción entre el capital objetivo y el poder laboral subjetivo ya no se expresa en términos de clase. Sigue siendo una contradicción, pero está ahora interiorizada dentro de la psyche. Así como la burguesía y el proletariado lucían, hablaban, y se comportaban de maneras completamente distintas, también pensaban de una manera diferente. De ahí que, en la medida en que las posiciones económicas contradictorias ocupadas por el 'proletariado' y la 'burguesía' se confunden en un mismo individuo, la psyche individual también se fragmentará y se dividirá. Las consecuencias de esta subjetividad fragmentada, desintegrada e incoherente han estado visibles durante muchos años en toda la sociedad occidental, y Jones documenta aquí muchas de ellas con una intensidad estremecedora.

El trauma psicológico más obvio sufrido en el Occidente post-moderno es la falsa cosificación. A lo largo de la historia, la falsa cosificación con frecuencia ha sido característica tanto de esclavos como de proletarios; es un modo de pensamiento inducido en gente que ha sido convertida en mercancía. Se manifiesta externamente en una forma de comportamiento conocida por la tradición occidental como 'carnal', 'mundana' o 'materialista.' La usura, la sodomía y la idolatría son las formas prominentes que toma esta forma de comportamiento en la post-modernidad, pero ciertamente no son peculiares de nuestra época, y mucho menos de una clase, raza, religión o sexo específicos. Emanan ineludiblemente de la psyche humana después de la caída. Aun cuando se hacen manifiestas en lo que llamamos distintas 'esferas' de experiencia, están unidas por su reversión sistemática de las polaridades éticas constitutivas de la tradición occidental. La usura, la sodomía y la idolatría colapsan la esencia en apariencia, la naturaleza en costumbre, la sustancia en accidente y el sujeto en objeto. Son patrones reductivos del pensamiento y del comportamiento. Abolen las oposiciones lógicas, no mediante la lógica sino mediante la reducción violenta e irracional por un lado, y una oposición binaria por el otro. 

En el pasado reciente, aquéllos que imaginan que están luchando contra la usura, la sodomía y la idolatría con frecuencia se han trabado en ataques violentos y físicos contra grupos de gente que ellos creen que las practican. Nuestra comprensión de esos fenómenos se ha distorsionado en consecuencia. Podemos esperar que tal violencia, y el tipo de emociones que produce, sean ahora cosas del pasado. La guerra física de clases en todo caso resulta innecesaria, pues los sistemas de símbolos que nos gobiernan pueden ciertamente ser de-construidos en el interior de la mente. Tomemos solamente el ejemplo más obvio, el presuntamente omnipotente y tiránico símbolo conocido como 'dinero' o, más exactamente, 'valor financiero.' El pensarlo sólo por un momento nos demostrará que no tiene una existencia física o material. Y, sin embargo, gobierna el mundo. ¿Cuál es la fuente de su poder?

El gobierno por la usura, la sodomía y la idolatría significa que vivimos bajo la tiranía del signo de representación actuante. La era post-moderna está definida por la infantil creencia — si 'creencia' fuese la palabra correcta para describir una suposición tan enteramente irreflexiva — de que la apariencia es la realidad. Aun adultos educados suponen ahora instintivamente, como una postura ontológica por defecto, que la percepción-sentido da acceso sin intermediación al 'mundo real,' Como resultado, la apariencia desplaza a la esencia en todo aspecto de la experiencia. En todas partes ocurren efectos ideológicos idénticos, a pesar de los efectos cada vez más fútiles de dividir la vida en categorías separadas tales como 'económica,' 'sexual,' 'estética,' 'ética,' o 'semiótica.' Precisamente el mismo proceso ocurre en cada uno de estos 'campos,' porque están construidos de la misma materia prima: la representación. Toda experiencia humana está construida por signos. Cuando los signos se hacen indistinguibles de los referentes, dejan de ser signos. Se vuelven agentes. En un proceso parodiado en el Aprendiz de Brujo de Goethe, los símbolos comienzan a actuar, a ejecutar, y a abandonar su función referencial: "Die ich rief, die Geister, / Werd’ ich nun nicht los.” ["De los espíritus que invoqué / no puedo ahora librarme"]. Al abandonar la razón para deleitarse en jouissance [gozo], los signos pierden su significado. Olvidan sus propias condiciones de posibilidad. Dejan de referirse al logos. El signo performativo [o actuante] es, de hecho, la antítesis dialéctica del logos, y manda en la post-modernidad, como a Jones le gusta hacer notar, con vara de hierro. 

Un nuevo Mapa

E. Michael Jones es con frecuencia descrito e ignorado, como un pensador de 'derecha'. Sin embargo, la idea de que la política es un espectro que va de 'izquierda' a 'derecha,' y por lo tanto susceptible de tener una opinión ´'radical' o 'moderada,' viene apenas desde la Revolución Francesa. Se invocaba inicialmente para describir el arreglo como se sentaban los miembros de la Asamblea Nacional, en el cual los partidarios más leales al Rey Luis XVI se sentaban a su inmediata derecha y sus opositores más tozudos lo más lejos a su izquierda. Durante la época moderna, las fuerzas dialécticamente opuestas de capital y poder laboral se han fundido en dos grupos de personas o clases sociales, conocidos como la 'burguesía' y el 'proletariado'. Durante la mayor parte de los siglos XIX y XX, el apoyo a los intereses económicos del proletariado estaba extensamente considerado como la postura de la 'izquierda', en tanto que los intereses de la burguesía eran generalmente promovidos por los partidos de 'derecha.'

Pero la noción de que las gamas de opinión política pueden expresarse mediante una metáfora espacial se fue haciendo menos plausible conforme se acercaba el tercer milenio. El surgimiento de representaciones autónomamente actuantes en economía, tecnología, lingüística, filosofía, sexualidad, entretenimiento y en todo el ámbito de la vida cotidiana, inevitablemente de-construyó la ancestral oposición entre el physis [naturaleza] y el nomos [costumbre].  En la medida que las eidola [imágenes] de sentido-percepción bloquearon el acceso del nous [pensamiento reflexión] al logos [razón o pensamiento], la identidad personal ya no se experimentaba como una condición natural, heredada al nacer y mantenida durante la vida. La identidad más bien llegó a parecer cultural, de costumbre, algo que uno desempeñaba en lugar de algo que uno era, asunto del nomos [costumbre], no de physis [naturaleza], a ser definida por las eidola en vez de serlo por el logos. Conforme este entendimiento de carácter, se arraigó en la mente popular, el concepto de espectro político basado en clases sociales objetivas empezó a desvanecerse. En su lugar, creció una 'política de identidad,' que presume que la identidad personal es 'construida' artificialmente por fuerzas simbólicas, tales como la representación lingüística, los signos visuales y la situación financiera.

Todo lo que se construye puede ser de construido Conforme esto comenzó a ser percibido por los teóricos de la política de identidad durante los 1970s y 1980s, una vía al poder aparentemente  bien abierta pero nunca antes soñada, emergió a la vista. Ridiculizados por los conservadores de ahora como 'Guerreros del la Justicia Social,' los partidarios de la política de identidad son también denunciados como 'Marxistas culturales.' Pero nadie insinúa que su "larga marcha por las instituciones" de influencia cultural, social y académica haya sido emprendida en interés económico del proletariado. Jones es difícilmente tan tonto como para cometer ese error. En vez de ello, arguye que. primero las mujeres, luego los afroamericanos, luego los homosexuales, y ahora el movimiento trans-género, han reemplazado al proletariado industrial como la vanguardia que promueven los intelectuales revolucionarios. Habiendo visto sus teorías económicas ser refutadas por la historia, la izquierda política cambió sus energías subversivas hacia la esfera cultural. En el área de la sociedad civil, alega Jones, la izquierda cultural ha alcanzado un notable éxito: la integración de las mujeres a la fuerza laboral, la legalización de la contra-concepción y del aborto, la introducción de la homosexualidad en la sociedad común, la imposición de la prohibición legal y el tabú social de todas las formas de prejuicio y discriminación, la destrucción de la estética canónica, la redefinición de la identidad por costumbre en vez de por la naturaleza, el derecho de mudar de raza y de género — en una palabra, la variopinta serie de advenimientos culturales conocida colectivamente como 'post-modernismo.'

Pero ¿podemos seguir calificando de 'izquierda' estos fenómenos? Después de todo, el sistema más potente de representación actuante hoy en día es el capital dedicado al financiamiento, antiguamente conocido como usura. La práctica de la usura antecede por mucho tiempo a la idea de la política como una gama de posiciones, y la predominancia de la usura en nuestros días es la mejor evidencia de la obsolescencia de esa idea. Pues la usura no encaja fácilmente dentro del modelo derecha-izquierda de adhesión política. Ni ciertamente tampoco la idolatría o la sodomía. Y sin embargo, la usura, la sodomía y la idolatría son características definitivas de la cultura post-moderna. El surgimiento y reinado simultáneo de estas tres manifestaciones del anti-logos no habría sido sorprendente en el pasado. Hablando históricamente, no solamente se acompañan, se asocian o coinciden una con la otra. Generalmente se perciben como un mismo fenómeno, Aun cuando tales percepciones no encajaban fácilmente dentro del mapa mental de la política, el siglo veintiuno, nos proporcionan vasta evidencia empírica de su veracidad. Evidentemente necesitamos un nuevo mapa.

Es de reconocerse ciertamente que, como Jones lo señala, la política de identidad y el post-modernismo pueden ser rastreados a las ideas formuladas dentro de la izquierda política, Fue el dirigente del Partido Comunista Italiano, Antonio Gramsci, quien primero hizo la distinción entre la 'guerra de posición' (una lucha por el control físico de las instituciones del estado, como son el parlamento, la policía y las fuerzas armadas) y la 'guerra de maniobra.' una batalla por la influencia cultural en instituciones tales de la 'sociedad civil' como la Iglesia, los medios de comunicación, las artes creativas y el sistema educativo. Cuando Gramsci desarrolló estas ideas en los años 1920, la lucha ideológica más importante era la Kulturkampf por la adhesión ideológica del proletariado, siendo combatida por el Partido Comunista a la 'izquierda' y la Iglesia Católica a la 'derecha'. Un siglo más tarde, el espectro político se ve muy diferente. La política post-moderna puede concebirse de mejor manera como una lucha entre aquéllos cuya adhesión principal es al logos y aquéllos que creen en, practican y buscan establecer la hegemonía permanente del signo performativo [o actuante] .

Educación superior

Después de la Segunda Guerra Mundial, el mundo occidental emprendió una expansión masiva y sin precedentes, del sistema de educación superior. Clases sociales completas, sexos, razas y religiones, de pronto se encontraron ante una posibilidad sin precedentes de acceso a una tradición intelectual compleja que antes era accesible solamente a una pequeñísima élite privilegiada. Habiendo, durante siglos, sido excluidos violentamente de los beneficios de esa tradición; habiendo, de hecho durante siglos, sido oprimidos violentamente por los beneficiarios de esa tradición, las poblaciones subalternas reaccionaron contra la imposición de un pensamiento canónico acerca de ellos como precio de admisión a la cultura global post-imperial, con lo que era, retrospectivamente, una predecible falta se entusiasmo. De hecho, la respuesta subalterna con frecuencia tomaba la forma de un ataque radical y hostil contra el logos en todas sus formas: razón, lógica, esencia, sustancia, calidad, virtud, espíritu, alma, ideas, conceptos, verdad, hasta (o especialmente) el mismo Dios,  frecuentemente llegaron a parecer opresivos cuando se veían desde la perspectiva de una subjetividad marginal excluida. Durante un notablemente corto período de tiempo, el anti-logocentrismo se convirtió en el dogma radical de los departamentos de humanidades en las universidades de todo el mundo occidental. 

La pregunta obvia es: ¿Y? ¿Cómo es posible que pudiera importar lo que algunos cientos de profesores medio zafados de Literatura Inglesa o de Filosofía Continental o de Historia del Arte mascullen delante de sus jóvenes seguidores al calor de una copa de jerez en la mañana? Nada del estado profesional, del respeto público, de la apariencia personal, de la atención (o la remuneración) dada a los profesores de humanidades a fines del siglo veinte sugería el más mínimo grado de poder, o influencia de tipo alguno. Ni siquiera sus alumnos los tomaban en serio. ¿A quién le importaba lo que ellos pensaran? A nadie le importaba, porque parecía que nadie necesitaba que le fuera importante. Sin embargo, como lo siguen entendiendo los profesores de humanidades, quienes son prácticamente las únicas personas que lo entienden, las apariencias son necesariamente engañosas. Las apariencias son engañosas por definición. La gran ventaja de Jones sobre sus comentaristas conservadores rivales es que él sabe esto. Él no ha tratado de aparentar, como muchos otros, el haber leído a Hegel, él realmente lo ha leído. Él entiende el funcionamiento de la dialéctica y, como resultado, tiene a sus oponentes claramente en desventaja.

Pues la percepción de los sentidos, contrario a la creencia popular, no es coincidente con la realidad. De hecho, es drásticamente diferente de, y en contradicción demostrable con, la realidad. Así pues, siempre que parezca que los profesores de humanidades carecen de influencia alguna, un filósofo versado en lo que Jones, siguiendo a Hegel, llama el 'ingenio del logos,' inferiría que, en realidad, es probable que su influencia haya alcanzado un punto excepcionalmente alto. Ese filósofo ahora habrá podido probar que está en lo correcto. La influencia ejercida por los partidarios de la política de identidad en la academia, sobre un cuerpo estudiantil impreparado e ideológicamente indefenso fue inmensa y profunda. Esa influencia era ya evidente en los años 1980s para aquéllos que sabían dónde buscarla. Hoy, cuando los alumnos de entonces de esos profesores ocupan cargos de poder real y en serio, bajo la guisa de 'Guerreros por la Justicia Social', no hay necesidad de buscar su influencia. Ella lo buscará a usted.

Los opositores conservadores de la política de identidad afirman creer que tan amplia influencia ha sido lograda por un 'marxismo cultural' consciente y conspiratorio, análogo a las triquiñuelas maquiavélicas ideadas hace un siglo en la celda de Gramsci en prisión. Hace cincuenta años, esas acusaciones podrían haber tenido algún sentido. En el Reino Unido, la influencia extraordinaria ejercida por Culture and Society (1958) de Raymond Williams inspiró a una generación de radicales tales como Terry Eagleton y Stuart Hall, a infiltrar las academias élites, transformándolas desde adentro en semilleros de fermento político, en un más exitoso despliegue de las tácticas quinta-columnistas adoptadas durante ese mismo período por los grupúsculos Trotskyistas en los sindicatos obreros y en los partidos social-democráticos. Una década más tarde, académicos post-colonialistas políticamente activos como Gayatri Spivak y Edward Said trajeron la política cultural promovida por pensadores continentales, como Michel Foucault y Julia Kristeva, a la generalidad del medio académico de los Estados Unidos. En ambos lados del Atlántico, los alumnos militantes de esos profesores se expandieron rápidamente en todas las profesiones liberales. Hacia finales del siglo veinte, la 'guerra de maniobra' de Gramsci dentro de las instituciones capitalistas anglo americanas había sido ganada efectivamente.

Pero ¿Quién la había ganado? Obviamente no el proletariado, cuyo poder institucional e ideológico había sido aplastado decisivamente durante el mismo período. La importancia de Gramsci para la izquierda Occidental fue que, al argumentar en favor de 'la autonomía relativa de la superestructura,' y por la importancia vital de la 'guerra de maniobra' cultural, hizo posible extender la función de vanguardia que Marx le adscribe al proletariado, a cualquier grupo social 'marginalizado.' Cuando el proletariado abdicó a su responsabilidad revolucionaria, por lo tanto, su papel de vanguardia pudo pasar fácilmente a las mujeres, a las minorías raciales, o a las minorías construidas alrededor de una preferencia sexual. Después de la Segunda Guerra Mundial, traductores e intérpretes de Gramsci, tales como Cornell West y Joseph Buttigieg, comenzaron a aplicar sus tácticas, originalmente comunistas, a grupos 'marginales' o 'subalternos' distintos del proletariado, especialmente a minorías raciales y sexuales. Para esos comentaristas, la importancia de Gramsci radica en el hecho de que podía ser utilizado para racionalizar las políticas del 'subalterno' para su propio bien. El concepto de 'marginalidad' se convirtió en un fin en sí mismo. Como lo expresa Buttigieg, "Gramsci estaba interesado principalmente en el fenómeno de la marginalidad" y "Gramsci nos proporciona el estudio más completo que hasta ahora se haya formulado sobre la cuestión de la subalternidad."

Joseph Buttigieg

Como muy bien lo sabía Buttigieg, la Kulturkampf de Gramsci puede ser conducida por culturas 'marginales' tan bien como por el proletariado. Es en este punto en el que la comprensión de Jones acerca de que la conexión entre el microcosmos y el macrocosmos produce notables frutos. pues resulta que, durante muchos años, él vivió a tres casas de la de Joseph Buttigieg en South Bend, Indiana. Esto debería haberle dado la oportunidad perfecta para observar e informar sobre el heredero biológico y filosófico de Buttigieg, el político demócrata Pete Buttigieg, pero desgraciadamente el prudente Buttigieg padre parece haber mantenido a Jones a distancia de su ambicioso hijo.  En todo caso, justo es decir que Pete Buttigieg no podía estar menos interesado en establecer la dictadura del proletariado. De hecho, está comprometido a impulsar la consolidación de un gobierno regido por el capital financiero. También está comprometido a impulsar la asimilación de la homosexualidad en la cultura general de Occidente. Lo que Jones forza a sus lectores a considerar es si podrá haber una conexión entre la defensa que Buttigieg hace de la usura y su defensa de la sodomía. Esa cuestión, a su vez, nos lleva a reflexionar sobre las conexiones entre usura e idolatría, que frecuentemente es identificada con la 'codicia' en la Biblia y en toda la tradición monoteísta, racionalista, y logocéntrica de Occidente.

La naturaleza de la conexión que hay entre la usura, a sodomía y la idolatría es la cuestión más significativa de nuestra era. Creo que la conexión puede encontrarse en la idea de que la representación no es referencial sino actuante, que los signos no se refieren a un mundo externo pre-lingüístico sino que, más bien, construyen nuestra experiencia de ese mundo. La implicación es que la costumbre y no la razón es la que rige nuestras vidas, que la cultura más que la naturaleza es el fundamento de nuestra experiencia, y que en consecuencia somos libres de de-construir y reconstruir a voluntad, tanto nuestra individualidad como nuestra sociedad. Esto es lo que en épocas anteriores se llamaba 'libertinaje' en contraposición a 'libertad', y la nuestra es la sociedad más libertina desde la decadencia de Roma, como Jones no deja de hacernos notar. Yo creo, si embargo, que él cae en una trampa colocada contra los partidarios del logos de nuestros días, al seguir echándoles la culpa de los males de la sociedad a segmentos particulares de ella. Creo que cae en la trampa porque no ve con suficiente claridad que el signo performativo [o actuante] de la post-modernidad ha alcanzado un grado de poder autónomo y una voluntad independiente, que lo deja sin necesidad de obtener auxilio humano en absoluto.

Un deseo de provocar puede revelar a veces una sed de martirio y, como lo proclaman las secciones biográficas de este libro, una vida vivida en la vanguardia cultural puede ser incómoda, si no peligrosa. Pero, una pregunta apropiada que hacer de Logos Rising es kantiana: ¿Cuáles son las condiciones que lo hicieron posible? ¿Cuáles son las circunstancias que lo han traído a la existencia? Esas son las verdaderas cuestiones que Jones plantea, y su lógica exige que el lector formule una respuesta. Por muy lógico que sea sin duda, la identidad substantiva de la usura, la sodomía y la idolatría, se revelan con claridad solamente bajo ciertas circunstancias históricas recurrentes, pero pasajeras. Esas circunstancias aplicaban, por ejemplo, durante el exilio Babilónico, en la Atenas clásica, en la Roma imperial, en la Florencia del quattrocento, en la República de Weimar y, como Jones lo proclama a voces, aplican manifiestamente en la Anglosfera del siglo veintiuno. Su hegemonía produce naturalmente reacciones dialécticas, y Logos Rising es una crítica apabullantemente franca, profundamente erudita, orgullosamente provocativa, de la complicidad o más bien identidad  post-moderna con la usura, la sodomía y la idolatría. Si la lógica de sus argumentos no se distorsiona mediante intentos de censura, descaminados y fútiles, inevitablemente motivarán su propia crítica, y la discusión resultante hará avanzar rápidamente el proceso de la historia humana. ¿Quién ha sabido que la verdad haya salido de un encuentro libre y abierto en condición peor que la de antes?

Jones es especialmente erudito en la pre-historia del logos. Describe sus destellos originales y sus posteriores desviaciones en Babilonia, Sumeria, Egipto, India y Persia, antes de emerger titilante a la luz de la Ionia pre-socrática. De manera brillante lee el conflicto hermenéutico entre Moisés y el faraón como reveladora de las contradicciones entre una cultura representacional monoteísta y una cultura icónica politeísta. Él busca el origen del nacimiento del logos en Hesíodo, Homero y Solón y sigue su crecimiento con Agustín y Aquino. Brillantemente ilumina el mágico legado del Iluminismo inglés, descubriendo las humeantes huellas de la cocina del alquimista que estropean la respetable fachada burguesa del empiricismo newtoniano. Él celebra el resurgimiento del logos recién historicizado en Hegel, y denuncia su destrucción a manos de Nietzsche, quien preparó el camino para el post-modernismo completamente desarrollado de Michel Foucault.

Jones también es fascinante, aun cuando no invariablemente persuasivo, en su análisis de las crisis gro-políticas que nos confrontan en el siglo veintiuno. En su perspectiva, el conflicto de guerra fría entre el capitalismo y el comunismo ha quedado superado desde lo que él llama el annus mirabilis de 1979, por una lucha global entre el monoteísmo logocentrista y la idolatría materialista. Esto le lleva, sin duda para sorpresa de sus adherentes conservadores, a una simpatía comprometida por los revolucionarios iconoclastas shiitas de Irán en su lucha contra los literalismos gemelos de la Saudi Arabia wahabbi y los Estados Unidos fundamentalistas. Jones frecuentemente secunda y concuerda con la descripción iraní de los Estados Unidos como el 'Gran Satanás.' Hace una analogía reveladora entre la agresiva campaña de occidentalización que llevó a cabo el Shah en los 1970s, y la invasión de la India por las fuerzas aliadas de la sexualización concupiscente y el capitalismo consumista. Hace una crónica reveladora y convincente de la desilusión de Foucault con la revolución iraní conforme el confundido filósofo comenzó a comprender la profundidad de la devoción de Khomeini al logos en todas sus formas.

Es durante la exposición que Jones hace de Foucault, sin embargo, que la correspondencia neo-Platónica entre el macrocosmos y el microcosmos se resbala de la manera más lamentable hacia algo menos impresionante. ¿Qué tan convincente es conectar el ingenuo entusiasmo de Foucault por la violenta revolución de Khomeini con su inclinación personal al sado-masoquismo sexual? Jones plantea un caso contundente y convincente de que las proclividades del Marqués de Sade fueron cultivadas conscientemente al servicio de la subversión social, pero el argumento pierde coherencia cuando se aplica al siglo veinte. Tampoco es la ferocidad del ataque de Jones contra Foucault un caso aislado. Las primeras más o menos cien páginas de Logos Rising están dedicadas a una reprimenda feroz, sin remordimiento, y frecuentemente risible, maldirigida hacia el pequeño grupo de sobre-promovidas pero inofensivas estrellas de los medios, que florecieron hace unos diez años bajo el nombre de 'los nuevos ateos.'

Mike Tyson vs Woody Allen

Ver a gente como Richard Dawkins o Christopher Hitchens tratar de discutir metafísica es, como lo hace notar el Dr. Johnson en otro contexto, como ver a un perro tratando de caminar sobre sus patas traseras. Es un espectáculo poco elegante, pero la respuesta natural compasiva es darle una palmadita en la cabeza a la criatura, felicitarla por su prodigioso intento de lo que, después de todo, es un esfuerzo eminentemente valioso, y proseguir, sin mayor interés con los asuntos propios. A lo mucho, puede uno acercarse al dueño del perro e insinuarle cortésmente que los talentos del animal pueden ser mejor aprovechados de alguna otra manera. No hay necesidad de apalear al pobre chucho hasta dejarlo hecho pedazos, reprochando los esfuerzos que hace de buena fe, aunque presuntuosos, cual si fuera una insolencia horrible e inexcusable. Un debate entre Jones y Dawkins es simplemente un debate disparejo. Es como ver a Mike Tyson boxear contra Woody Allen. No es una competencia en sentido reconocible alguno, y el castigo infligido inmisericordemente por la parte más fuerte es a veces difícil de mirar. Dawkins no es ningún Marsyas para ser azotado por el Apolo Jones. Hitchens no es ningún Héctor, cuyo cadáver inerte mereciera ser arrastrado en triunfo alrededor de las murallas de Illium. No hay ciertamente una razón para molerlos tan cruelmente.

Y ¿por qué, en todo caso, gasta Jones tanto tiempo, y energía tan agresiva, en esos intelectuales relativamente pigmeos? El sin duda reivindicaría su vehemencia afirmando estar golpeando hacia arriba y no hacia abajo, y en el sentido de que filósofos del calibre de Noah Harari han sido promovidos con éxito por una oligarquía ansiosa de establecer su hegemonía ideológica sobre la cultura media, está ciertamente en lo correcto. Pero ¿realmente amerita Harari que se le dediquen treinta páginas en un libro como éste? Más al punto, por qué elige Jones desafiar a alguien como Christopher Hitchens en el tema de la evolución en vez de, por ejemplo, a Stephen Jay Gould? Como yo mismo lo señalé en las páginas de The Nation, en una reseña del magnum opus de Gould, The Structure of Evolutionary Theory, Gould al final de cuentas abandonó por completo el darwinismo, basado en que el evento de extinción masiva de especies ocurrido durante la era Cretácico-Terciaria había desmentido contundentemente el unidireccionalismo gradualista de su maestro. Propuso en lugar de ello una teoría dialéctica de la evolución que, a mi parecer, da mucha cancha para la intervención de un diseñador inteligente.

En la teoría de Gould, pues, hallamos una teoría seria, racional, basada en evidencia, que ciertamente merece por lo menos la atención de todo opositor serio del darwinismo. Pero Gould no recibe una sola mención en Logos Rising, aun cuando las risibles protestas de Hitchens se discuten extensamente. Tampoco se hace mención alguna de William Paley, cuya Teología Natural Darwin imaginaba estar refutando en El Origen de las Especies, la cual resulta difícil ver cómo un anti-darwinismo racional puede pasar por alto.  Más específicamente, Jones jamás menciona el evento Cretácico-Terciario, aun cuando los darwinistas más comprometidos deben ahora reconocer que la teoría evolucionaria luce muy diferente una vez que este evento se toma en consideración, Parece mezquino criticar un tomo de ochocientas páginas por falta de inclusividad, y no pretendo estar familiarizado con toda la enorme obra de Jones, de manera que es posible que lo trate en alguna otra parte. Aun así, es difícil escapar enteramente del sentimiento de que Jones ha seleccionado a algunos de sus opositores solamente por disfrutar del gusto de demolerlos .

No ameritaría siquiera mencionar tales omisiones de no ser por el hecho de que parecen revelar el error central en el razonamiento de Jones.  Como lo mencioné arriba, creo que su error básico, que lo hace mantener formas de crítica que en nuestros días pueden fácilmente parecer intolerantes, es su falta de reconocer que el signo performativo es el factor común que une y define los efectos palpables de la usura, la sodomía y la idolatría, Como resultado, puede a veces pasar por alto las conexiones entre estos factores y, como resultado adicional, sigue asociando la usura con los 'usureros', a la sodomía con los 'sodomitas' y a la idolatría con los 'idólatras.' Jones dedica cientos de páginas a la incipiencia del logos en la India, en Arabia, en Egipto y en Persia, Observa de manera cercana su emersión en Hesíodo y Homero, aplaude su desarrollo posterior en Ionia. Pero no conecta la emersión del logos en Ionia con la invención simultánea de la acuñación de moneda en Lydia, como lo han hecho pensadores tales como Cohn-Renthal, Seaford y Shell. La acuñación de moneda descansa en una distinción entre el valor abstracto y el valor material, y consecuentemente en la distinción entre signo y referente, cuya relación con la dialéctica filosófica entre logos y eidola es homóloga. Jones aparenta escapársele esta conexión. No hace mención de los monarcas míticos de Lydia como Midas y Gyges, cuyas historias reflejan una antigua ética de representación financiera, y consecuentemente de representación en general.

En pocas palabras, Jones no trata la mitología griega con la gravedad que ella exige. Lo mismo puede decirse de su tratamiento de la comedia griega. Nos informa que después de Eurípides, "los atenienses tuvieron que tornar a los filósofos como custodios del pensamiento griego," y la única mención que se hace de la comedia es una brusca desestimación de Aristófanes como 'conservador.' Nada oímos de Las Nubes de Aristófanes, en la que Strepsíades insta a su hijo a aprender retórica para que pueda evitar pagar sus deudas. Tampoco oímos de Pluto, que narra de dinero que toma vida y alcanza una autoconciencia, cuando Pluto — dinero en forma personificada — es curado de su ceguera, informado de su omnipotencia, y así posibilitado de reducir a servidumbre a los dioses del Panteón del Olimpo. Pluto se informa de su poder perverso sobre las prostitutas que  "al instante le dan las nalgas," así como su poder seductor sobre "hombres prostitutos a quienes no les interesa el amor; para ellos el dinero lo es todo." No son éstos los únicos ejemplos de la asociación entre la usura, la idolatría verbal de la retórica, y la sodomía en la comedia griega.

Como ya dije, no estoy familiarizado con toda la obra de Jones. Aquí, sin embargo, aunque proporciona análisis extensos de obras como La República. Jones descuida la conexión que varios diálogos socráticos hacen entre la retórica sofista y la mercantilización del conocimiento. En obras como El Sofista y Protágoras, los signos performativos de la retórica se fusionan con los signos financieros performativos del valor de cambio, al grado que su semejanza formal se sobrepone a la diferencia en las esferas en las cuales se hace manifiesto. Lo mismo es también cierto de la sexualidad concupiscente, en la cual el signo físico del alma es fetichizado a tal punto que se obscurece su referente no aparente. En pocas palabras, Jones omite explicar cómo la mercantilización del conocimiento se equipara con la distorsión de la verdad en los diálogos socráticos.

Jones escribe consciente y deliberadamente desde la perspectiva del catolicismo romano tradicionalista y doctrinario. Su abierta adhesión sectaria inhibe a Jones de dar una favorable consideración a la teología luterana. Sin embargo, admite generosamente, y estudia cercanamente, la fundamental influencia de Lutero sobre Hegel, otro de sus héroes intelectuales. La comprensión que Hegel tiene de la dialéctica, así como su teoría de la historia habrían sido enteramente imposibles sin la inspiración de Lutero, y Jones bien sabe esto, evidentemente. Sin embargo, presumiblemente sus afiliaciones institucionales no le permiten reconocer plenamente el adelanto cuántico que alcanzó Lutero en el estudio de la idolatría, y esto, a su vez, le impide apreciar la importancia de Calvino, quien, asombrosamente no ameritó una sola mención en este voluminoso tomo. Ese silencio es ciertamente elocuente. La comprensión cataclísmica de Calvino, de que el pan y el vino de la Eucaristía pueden ser objetivamente eficaces pero al mismo tiempo puramente simbólicos, constituye el reconocimiento teórico más antiguo de lo que acababa de ser el poder práctico del signo performativo. Usted no lo aprendería de este libro, sin embargo, y esa es una seria barrera en el camino para las aspiraciones del autor, de llegar a la verdad trascendental.

La cuestión más persuasiva planteada por Logos Rising es también la más perturbadora. ¿Son las impresiones que recibimos de personajes como Harris y Buttigieg en realidad ídolos? En pocas palabras, existe una alianza pragmática, nacida de la ancestral y profunda anti-trinidad de la usura, la sodomía y la idolatría, que opera atribuyendo poder autónomo a sistemas de íconos y símbolos? Muchos intelectuales hoy en día considerarían tales proposiciones ontológicamente absurdas, políticamente incorrectas y, muy posiblemente, metafísicamente malignas. La preponderante mayoría de intelectuales de las eras pasadas, sin embargo, las habrían visto como obvias perogrulladas que difícilmente requerirían demostración. Este magnífico y aterrador libro trata de adjudicar entre las opiniones del presente y la sabiduría del pasado. Mucho dependerá de cuál guante sea el que levante el réferi.

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