domingo, 18 de mayo de 2014

Palabras claras, palabras proféticas

Palabras claras, palabras proféticas

Por Marco Bongi

Publicado originalmente en italiano en Riscossa Cristiana
Tomado de la traducción al inglés hecha por Francesca Romana y publcada en Rorate Caeli
http://rorate-caeli.blogspot.com/2014/05/clear-words-prophetic-words.html
Traducido del inglés por Roberto Hope

Nos estaremos viendo confrontados más y más con alguno que, diciendo hablarnos en nombre de Dios, nos diga que no necesitamos de Él”

Escuché estas ominosas palabras pronunciadas por Alessandro Gnocchi en la reunión anual de Civitella del Tronto celebrada el 8 de marzo de 2014. El título de la conferencia de Gnocchi fue: “La Crisis de lo Sagrado y la Iglesia Arrodillada ante el Mundo.”

En una primera lectura, el título de esa conferencia suena provocativo y un tanto excedido. Sin embargo, he reflexionado sobre él algún tiempo – no como teólogo, pues no lo soy – sino como un simple laico que observa lo que está pasando a su alrededor.

He llegado a la conclusión de que ésas, de hecho, son “palabras proféticas”

Aquí van algunas reflexiones sencillas sobre el tema

1) En definitiva ¿qué es la libertad religiosa expresada en el documento conciliar Dignitatis Humanae? En los años que siguieron al documento, la diplomacia de la Santa Sede no hizo mucho a nombre del Concilio (y por lo tanto de Dios) sobre la exigencia de quitar toda referencia a una religión de Estado de las constituciones ¿o sí?  En otras palabras a la Santa Sede ese documento le pide que en nombre de Dios declare que Dios no es importante.

2)¿ No pasa lo mismo con el ecumenismo? En nombre de Dios nos quieren forzar a creer que las diferencias entre las varias religiones, cristianas o no cristianas – tomando todo en consideración –  son desdeñables. O sea, si Dios está presente en la Eucaristía o no lo está, si Cristo es el Hijo de Dios Encarnado o no lo es, si careciendo de fe no es posible agradar a Dios o sí lo es – para los ecumenistas todo esto carece de importancia. Por consecuencia en nombre de Dios nos quieren forzar a creer que Dios no tiene importancia.

3) ¿Y la cuestión de la Misa de Todos los Tiempos? Si piensa usted un poco en ello, los innovadores odian esa Misa porque le atribuye demasiada importancia a Dios y a la dimensión trascendental de nuestra relación con Él. En nombre de Dios quieren obligarnos, por contra, a darle importancia al hombre, a la asamblea y a la “cena comunitaria.”

4) La rudeza e intransigencia, que no admite discusión, que los pastores modernos lanzan contra toda guerra iniciada supuestamente en nombre de la Religión es también escandalosa: que pelear una guerra en defensa de Dios es blasfemia, un crimen inexcusable. Mucho más comprensibles para ellos son las insurrecciones del pueblo; por ejemplo la ocupación de fábricas y las llamadas guerras de liberación. ¿Qué significa eso? Es obvio. que Dios no les es importante, que no tiene sentido pelear para defenderlo, y si esto usted todavía no lo entiende, le ordenamos que lo entienda en nombre de Dios Mismo.

5) Podrían encontrarse muchos otros ejemplos, pero viendo el futuro cercano, me gustaría mencionar brevemente lo posible y probable: la readmisión de los divorciados y vueltos a casar a los sacramentos. Ciertamente van a obligarnos a aceptarlo en nombre de la autoridad de Dios, no obstante que Dios claramente ha dicho: “lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre.” Moraleja: La ley de Dios no es importante, y en nombre de Dios mismo le digo que debe usted creer eso.

6) Y la práctica (o lo que les gusta llamar “la pastoral”) sigue fielmente la nueva teología. ¿Qué queremos decir con esto? Imponer, de hecho, la comunión en la mano, impedir la genuflexión al comulgar (pues el reclinatorio ha sido quitado); expulsar, de hecho, de la catequesis y de las homilías, toda mención del pecado, de los novísimos y de la objetividad de la moral.

Esta es la razón por la que en mi opinión, las palabras de Alessandro Gnocchi, son verdaderamente proféticas, en el sentido más auténtico de la expresión. Las preguntas finales resultan, consecuentemente, inevitables, aun cuando parezcan un tanto provocativas:

¿Pueden las autoridades eclesiásticas enseñar esas cosas? Forman parte de sus poderes legítimos? ¿Tienen los fieles el deber de obedecer esas órdenes?

Y por último:

¿Puede Dios aceptar ser echado a un lado como un inútil juguete por mucho tiempo más?

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