lunes, 12 de noviembre de 2018

La Muerte de Norteamérica y su Posible Renacimiento 2

La Muerte de Norteamérica y su Posible Renacimiento


Por Lawrence Auster

Parte 2



Tomado de: https://chechar.wordpress.com/2013/03/14/austers-unpublished-chapter/
Traducido del inglés por Roberto Hope


Las Escuelas Públicas

La diversificación dinámica, que hemos tratado extensamente en otra parte, funciona como sigue: Creyendo que las diferencias étnicas no importan y que la discriminación siempre está mal, una cultura mayoritaria que en una época anterior había excluido a una minoría, comienza a admitirla. Pero una vez que el grupo minoritario ya está dentro de esa cultura, procede a alterar su identidad. En el caso de los judíos americanos, esto ha sido aplicable en particular a las escuelas públicas, y a la cultura intelectual en general. Hasta fines del siglo diecinueve, escribe el historiador Nahomi W. Cohen, había un amplio consenso público de que los "Estados Unidos era una nación cristiana cuyas libertades se basaban en preceptos cristianos." Las escuelas públicas no eran sectarias — lo cual quiere decir que no se hacía distinción alguna entre las denominaciones protestantes — e incluía lecturas de la biblia protestante y de maestros morales cristianos, así como oraciones, y celebraciones en dias de fiesta. Aun cuando, tanto católicos como judíos se oponían a este elemento religioso en las escuelas públicas, la actitud judía era más compleja. Los judíos abrazaron las escuelas públicas porque vieron en ellas un gran camino para su americanización, sin embargo también esperaban que al entrar a las escuelas públicas podrían suprimir en ellas sus costumbres cristianas. El problema era que esas costumbres cristianas siempre habían sido una parte orgánica de la América a la que los judíos ansiaban unirse.

Los protestantes conservadores notaron la contradicción, y la resintieron. En una editorial en 1888, el New York Tribune decía que aun cuando apreciaba el valor y las virtudes de "nuestros conciudadanos hebreos", "ellos debían reconocer... que la República que ofrece un refugio y las libertades religiosas más amplias a todos los hombres, expresa, al hacerlo así, la enseñanza más elevada de Cristo — la fraternidad de la humanidad. Si no lo hubiera hecho así, [los judíos] no habrían puesto pie aqui. Los Estados Unidos son cristianos en su fundación, su estructura y su desarrollo, y nadie ... que haya tomado refugio aquí tiene más razón de agradecer a Dios por su espíritu cristiano que los hebreos." [citado en Jews in Christian America: The Pursuit of Religious Equality. Naomi Cohen (NY Oxford University Press, 1992), p 71]

Este consejo no fue seguido. Lejos de estar agradecida del espíritu cristiano de América, la comunidad judía resentía y temía toda manifestación de ella — en particular la observancia tradicional de Navidad en las escuelas públicas.

El conflicto llegó a un punto crítico en 1906. Durante una ceremonia con motivo de la Navidad en una escuela pública de Brooklin, de alumnado predominantemente judío, el director se dirigió a los alumnos apelando a lo que probablemene él veía como el fundamento religioso y ético de los Estados Unidos, pero los judíos lo vieron como una provocación. Básicamente, la ofensa del director consistió en decir a los estudiantes "sean más como Cristo... poseyendo menos y dando más." La comunidad judía de Nueva York explotó. Los periódicos judíos hicieron un llamado a los estudiantes a ponerse en huelga en son de protesta por la observancia de las fiestas de Navidad, con un periódico refiriéndose a Jesús como la "persona por causa de quién el pueblo judío había sido bañado en sangre y lágrimas durante 2000 años." Al día siguiente, el 24 de diciembre de 1906, decenas de miles de niños judíos se quedaron en casa sin ir a la escuela. La huelga, que fue apoyada por los principales periódicos, así como por los periódicos judíos, tuvo éxito. El periódico The Morgen Journal en son de triunfo reportó que "los directores y los profesores se asustaron... y quitaron de sus programas todo lo concerniente a la Cristiandad." Finalmente se llegó a una transigencia: se prohibieron los himnos y los festejos cristianos, pero los árboles de Navidad, las imágenes de Santa Claus y la recitación del Padre Nuestro se permitieron [Leonard Bloom "A Successful Jewish Boycott of the New York City Public Schools — Christmas 1906" American Jewish History, diciembre 1980, pp 180-188]

Aun cuando la mención de Jesús como ejemplo de ideal moral (sin mención alguna de su condición teológica) hecha por el director, no lo pone exactamente al nivel de los pogroms o de las conscripciónes de 25 años en el ejército del Zar. No critico a los judíos de Nueva York por su resistencia a la predicación cristiana en las escuelas públicas. Lo que digo es que, dadas las diferencias religiosas entre los judíos y los cristianos; dada su memoria de persecucion por los cristianos, y dada su inteligencia y activismo extraordinarios, la entrada masiva de judíos a América estaba destinada a tener los efectos que a final de cuentas acabó teniendo — de deslegitimizar las expresiones públicas de cristianismo en lo que había sido anteriormente un país cristiano. La inmigración masiva e integración de un grupo culturalmente ajeno, inevitablemente debilita la cultura histórica del país anfitrión.

El efecto culturalmente transformante de los judíos fue más profundo en las universidades de artes liberales. En un estudio pionero, "Science, Jews and Secular Culture", el Profesor David A. Hollinger de la Universidad de California en Berkeley, un liberal declarado, examina el papel que los judíos desempeñaron en la descristianización de las universidades y de la vida intelectual americanas. A finales del siglo diecinueve, escribe, un protestantismo genérico, trans-denominacional "se daba por hecho por casi todos los americanos en posición de influenciar el carácter de las principales instituciones de la nación, incluyendo aquéllas que controlan la educación pública, el derecho, las artes, el saber y aun las ciencias". Durante el curso del siglo veinte, la imagen de América como nación cristiana fue reemplazada por la imagen de una sociedad universalista, pluralista, en la cual el cristianismo no es más que una de varias religiones legítimas. Dos factores principales explican esta transformación. El primero fue la pérdida de creencia cristiana por parte de los intelectuales protestantes de la vieja guardia, que habían abrazado la cosmovisión de la ciencia moderna. El segundo fue la diversificación demográfica originada por la inmigración. Estos dos fenómenos, aunque separados, estaban vinculados. Como lo explica Hollinger, prominentes intelectuales judíos "reforzaron las más descristianizadas de las perspectivas ya comunes entre los anglo-protestantes," con los intelectuales protestantes y judíos apoyándose mutuamente en el proyecto de secularización. En tanto que los intelectuales anglosajones protestantes blancos, tales como Sinclair Lewis y Randolph Bourne, ensalzaban a los pensadores judíos por conducir a los protestantes fuera de su "provincialismo," intelectuales judíos tales como Felix Frankfurter y Harold J. Laski convertían a Oliver Wendell Holmes Jr. — quien era tanto americano de la vieja guardia como ateo y relativista — en un ícono cultural americano, construyendo así una visión secular de América alrededor de la cual los protestantes seculares y los judíos podrían unirse.

Al mismo tiempo, había todavia mucha resistencia a la influencia judía en las instituciones. Los estudiantes judíos en los 1920s y 1930s eran sistematicamente desalentados de incursionar en campos académicos que entrañaran la transmisión de la cultura, tales como filosofía, historia, y literatura, y se les recomendaba en vez de eso acometer campos técnicos y de servicio, tales como comercio, ingeniería, economía, medicina y derecho. También existían cuotas que limitaban el número de estudiantes judíos en las universidades de elite. Ernest M. Hopkins, presidente de Dartmouth, fue sincero acerca de la razón de esta política:

"Dartmouth es una universidad cristiana fundada para la cristianización de sus estudiantes," declaró sin apologías al New York Post en 1945. El comentario directo de Hopkins indica que su forma de opinar, aun cuando podría ser controversial, no se consideraba vergonzosa sino, por lo menos, razonable. [“Dartmouth Reveals Anti-Semitic Past,” New York Times, noviembre 11, 1997, A16.]

Esta situación cambio en forma dramática después de la Segunda Guerra Mundial, cuando todos los cotos puestos a los judíos fueron desechados. El profesorado del Yale College, que no incluía judíos en 1945, se había vuelto 18 porciento judío para los 1970s. Un estudio de 1969 determinó que los judíos, que entonces representaban el 3% de la población de los Estados Unidos, representaba el 17 porciento de los profesorados de las 17 universidades de mayor nivel. Durante el mismo período, estas universidades también se tornaron agresivamente seculares, eliminando los símbolos y prácticas cristianas (tales como la obligatoriedad de pasar a la capilla), y desalentando toda profesión abierta de creencias cristianas por los miembros del profesorado. Hollinger indica que esta secularización no era sólo debida a las tendencias generales de la cultura académica, sino específicamente a la presencia de profesores judíos. [“Jewish Intellectuals and the De-Christianization of American Public Culture in the Twentieth Century,” en David A. Hollinger, Science, Jews, and Secular Culture, Princeton University Press, 1996].

Así fue como la institución americana que había sido la principal defensora y transmisora de la antigua cultura protestante, no sólo en términos de una identidad religiosa oficial, sino también en términos de modales, de literatura, de la forma de vida cultivada, de la idea del caballero cristiano, etcétera, se convirtió — en no poco grado por causa de la inclusión de los judíos — en la institución más secularizada de América. Las universidades de elite se habían transformado, de ser las guardianes del antiguo orden de Occidente en ser las más subversivas de ese orden. Esta transformación de las universidades repercutió luego en todo el resto de la cultura, despojándo a las instituciones públicas, al entretenimiento, a los símbolos, y a los modales, de los valores cristianos y burgueses que en un tiempo ellas habían personificado. La transición de América, de una cultura protestante cuyas instituciones, celebraciones, y símbolos reflejaban su creencia cristiana, a una sociedad pluralista, secular, con ninguna identidad, había quedado completa. Cuando llegaron las siguientes oleadas de cambio — la izquierda radical de los 1960s, el Black Power, el feminismo y el multiculturalismo — las universidades y otras instituciones se habían quedado sin una identidad cultural que opusiera una defensa contra el ataque, lo cual explica por qué los movimientos radicales triunfaron tan fácilmente.

Hollinger, siendo él un protestante liberal y secular, explica la franqueza con que él trata el papel judío en la secularización, señalando que él la aprueba. 

Ciertamente, apenas si oculta su agrado por que el cristianismo sea echado por la borda. En lo que podría ser un reflejo de nuestros tiempos, completamente radicalizados, algunos portavoces judíos también están reconociendo, sin siquiera apenarse, su propia agenda anticristiana. En una carta al Harvard Magazine, el Rabino Abram Goodman, de la generación de Harvard de 1924, recuerda el Harvard de los años 1920s cuando la admisión de judíos al Harvard College estaba estrictamente limitada, y agrega. "Ahora soy testigo de un Harvard que ha sido enteramente expurgado y judaizado. Mi reaccion es recitar la antigua bendición hebrea. 'Bendito seas, oh Señor, nuestro Dios, Rey del universo, que nos has mantenido en vida y nos has sustentado, y causado que hayamos alcanzado esta (feliz) ocasión'." [Abram Vossen Goodman, Harvard Magazine, Septiembre/Octubre 1997, p. 6]. Así es como un judio americano en 1997 se jacta desenfadadamente de haber suprimido la antigua cultura cristiana de América, describiendo esta supresión en términos de ("enteramente expurgado y judaizado") no muy diferentes de los que en un tiempo utilizaron los Nazis contra los judíos: 

La falta de temor por parte de Goodman, de que su comentario pudiera provocar antisemitismo — así como la falta de temor por parte de Hollinger de ser acusado de antisemitismo — es una indicación de que la larga marcha de las minorías étnicas y de la izquierda cultural por las instituciones culturales americanas ha triunfado. Ahora que sus enemigos han sido dispersados y silenciados, la izquierda y las minorías pueden reconocer que la verdadera agenda todo el tiempo no ha sido simplemente la inclusión, la igualdad, la justicia o la tolerancia hacia los judíos y otras minorías, sino la destrucción de la cultura cristiana.

Aún peor, los portavoces judíos han atacado repetidamente la evangelización cristiana cuando es dirigida hacia los judíos, como algo colmado de odio y antisemita. Pero decir que la evangelización es algo colmado de odio es decir que el cristianismo está colmado de odio. Debemos ser francos acerca del hecho de que una profunda animadversión contra el cristianismo y la cultura cristiana se halla tanto entre los judíos religiosos como entre los judíos seculares. He aquí lo escrito en 1972 por Phillip Rieff, autor del influyente libro "The Triumph of the Therapeutic."
"No soy partidario de una anterior organización creyente. En particular, no tengo el más mínimo afecto por la difunta civilización eclesial de Occidente. Soy judío. Ningún judío en sus cabales puede añorar alguna variante de esa civilización. Su única característica perdurable ha sido su energía transgresora contra el judío de cultura ... Los evangelios no fueron buenas nuevas; el desevangelizado presente tiene su cualidad supremamente agradable, la muerte de la iglesia." [Philip Rieff, “Fellow Teachers,” Salmagundi, no. 20 (Verano-Otoño 1972), p. 27; citado en The Ordeal of Civility, de John Murray Cuddihy. p. 172.]
Exactamente de la manera en que el novelista negro Toni Morrison cree que el rasgo definitorio de los americanos blancos es su odio hacia los negros, así Philip Rieff cree que la única cualidad perdurable del cristianismo es su anti-judaísmo. Para Rieff el cristianismo parece no tener otro significado o valor fuera del daño que hace a los judíos. Pero esto, en efecto, es negar la identidad colectiva y la subjetividad de los cristianos.

De manera semejante, como escribe John Murray Cuddihy en su estudio clasico "The Ordeal of Civility" (Las Ordalías de la Urbanidad), Freud creía que básicamente todos los gentiles son antisemitas, e interpretaba que la cortesía de los gentiles no era otra cosa que una forma cortés de antisemitismo.
"Esta es una raíz ... de la animadversión étnico-específica de Freud y de la judería europea oriental en general contra la urbanidad gentil: la definieron como una máscara (de la clase media) para ocultar su antisemitismo. La definieron como un antisemitismo refinado… [The Ordeal of Civility, pp. 78-79.]
De la misma forma como los de razas no blancas y los multiculturalistas ven los ideales occidentales (por ejemplo la individualidad y la verdad) como intrínsicamente opresoras, los anteriores intelectuales judíos veían los ideales gentiles (por ejemplo la cortesía y el auto-control) como intrínsecamente anti-semitas. En ambos casos, una reforma es imposible. La única forma en que la cultura "opresora" puede dejar de ser "opresora" es despojándola de su ser.


El papel judío en la apertura de las fronteras.

La cultura mayoritaria es despojada de su ser espiritual mediante su transformación cultural, y de su existencia física mediante la diversificación demográfica. Esta última ha sido el objetivo final de la campaña que duró cuarenta años del Comité Judío Americano por la abolición del National Quota Act (Ley Nacional de Cuotas) de 1924 y por abrir al mundo las fronteras de los Estados Unidos. De manera significativa, a los judios reformadores de las políticas de inmigración de los 1950s y 1960s, ya no les interesaba aumentar el número de judíos que entraran a los Estados Unidos, sino aumentar el número de inmigrantes de orígenes no tradicionales. Su propósito no era ayudar a grupo particular alguno; su propósito era eliminar toda clase de preferencias por los inmigrantes que los restriccionistas pensaran que serían más asimilables a la cultura americana existente. Para hacer esto, era necesario crear un cierto resentimiento entre los grupos étnicos americanos de que sus semejantes étnicos en sus países de origen estaban siendo excluidos bajo la Ley Nacional de Cuotas.

Esta intención quedó clara en un artículo del historiador de la inmigración Oscar Handlin en el número de julio de 1952 de Commentary, órgano del American Jewish Committee. En el artículo, intitulado "The Immigration Fight Has Only Begun.” (La Lucha por la Inmigración apenas ha Comenzado). Handlin se queja repetidamente de la "extendida apatía en sectores de la población que debían ser los más activamente interesados" acerca de la exclusión de sus semejantes étnicos por razón de las cuotas nacionales. El problema desde el punto de vista de Handlin era que la mayor parte de los italianos, polacos y otros grupos recientemente inmigrados, aceptaban las restricciones inmigratorias, no se sentían ofendidos por ellas, y no parecían pensar que América estuviera obigada a admitir grandes números del grupo nacional de su propio origen. En otras palabras, el problema era que los blancos étnicos se identificaban más con América que con su propio grupo étnico y con sus oportunidades para más inmigración. La crítica literaria Carol Iannone cuenta un anécdota acerca de su secundaria católica en los 1960s, que parece confirmar esta impresión:
"Un día en la escuela se nos exhibió una película acerca de todos los inmigrantes y de lo que habían hecho por América. Al día siguiente, la madre Eustacia dijo; '¿Qué pensaron de la película? A mí no me gustó. ¡Inmigrantes, inmigrantes! ¡Pensarías que no había aquí una sociedad entera antes de que llegaran los inmigrantes! Nada sino inmigrantes'. En nuestra generación, muchos de los cuales éramos hijos de inmigrantes, no nos sentíamos ofendidos, porque sabíamos que aquí había un país desde antes de que nuestras familias llegaran. Y eso era enteramente el ethos."
"Mi padre, que inmigró a América en 1923, siempre hablaba de cómo vino acá para volverse americano. No se trataba de lo que los inmigrantes habían hecho por América, sino cuán grande era América por aceptarnos. Ese era el ethos de entonces." [Carol Iannone, Conversation with Author, 1997].
Eran precisamente esos sentimientos de gratitud, o más aún la ausencia de un sentimiento de agravio o de derecho adquirido, lo que Handlin quería eliminar. La clave de la reforma migratoria, arguía él, era hacer despertar en la masa de la gente de raza blanca una percepción de la injusticia real que representaban las restricciones contenidas en las leyes de inmigración existentes.
"Las leyes son malas porque se sustentan en la presuposición racista de que la raza humana está dividida en estirpes fijas, separadas biológica y cuturalmente una de la otra, y porque dentro de ese marco, presumen que los americanos son anglosajones de origen y así deberían permanecer. Para todos los demás pueblos, las leyes dicen que los Estados Unidos los jerarquiza en términos de su proximidad racial a nuestra propia 'superior' estirpe, y sobre los muchos. muchos millones de americanos que no descienden de anglosajones, las leyes establecen una clara imputación de inferioridad."
En otras palabras, en tanto existan leyes de inmigración ideadas para preservar la mayoría étnica histórica de una nación, los pueblos no relacionadas por sangre con esa mayoría están, por ese preciso hecho, categorizados como inferiores, haciendo una burla de las pretensiones democráticas de America. Conforme a la lógica de Handlin, además, no son solamente las restricciones las que son ofensivas. Si una ley migratoria que esté ideada para preservar la mayoría étnica de una nación es racista (porque implícitamente elimina a otros grupos), entonces eso mismo debe ser cierto de cualquier manifestación de la mayoría étnica, incluyendo su misma existencia. Después de todo, si una nación sigue teniendo una mayoría étnica, y una cultura que refleja esa mayoría ¿no imputa eso una inferioridad a todos los pueblos no relacionados por sangre con esa mayoría? Por lo tanto, la única forma de conseguir una verdadera democracia es convirtiendo esa mayoría étnica en una minoría, lo cual debe ser alcanzado por medio de la inmigración (y desde 1965 eso ha sido logrado).

Pregunta: ¿Por qué resiente Handlin la supuesta ciudadanía de segunda clase de gente de raza blanca como los italianos, pero los italianos no? Una hipótesis: Los judíos sienten que jamás se pueden asimilar, que siempre serán forasteros. Ya que ellos siempre serán forasteros, deben valorizar el estatus de forastero. En cambio, los italianos no se sienten forasteros, y sí piensan que pueden asimilarse, de manera que no se molestaron por la reducción de la inmigración italiana en las leyes de 1921 y de 1924. 

En el 2000, 48 años después del artículo de Handlin, Ron Unz escribió en Commentary acerca de la próxima América ya no blanca, y decía que lo que principalmente debería interesar era — no, no lo que estos grupos inmigrantes no occidentales harían de América, sino que pudiera surgir una reacción violenta de los blancos. El problema a los ojos de Commentary seguía siendo la mayoría blanca católica y lo que ella podría llegar a hacer.

La ley de inmigración de 1965, culminación de una campaña de cuarenta años conducida principalmente por los judíos, no fue simplemente una obra de legislación "liberal" (o sea una ley dirigida hacia una igualdad formal) que luego resultó tener consecuenciias radicales imprevistas. Tan antiguamente como en 1952, la idea liberal de la igualdad ante la ley estaba ya vinculada en las mentes de los inmigracionistas judíos al proyecto radical de desposeer a la mayoría blanca, anglosajona, cristiana de América.


El objetivo es destruir la cultura mayoritaria.

Como sucedió en el caso de la campaña contra el cristianismo en las escuelas públicas, hay una desvanescente línea fina entre el deseo judío de protegerse contra la cultura mayoritaria, y el deseo judío de destruir la cultura mayoritaria. Para muchos judíos, la sociedad gentil blanca es en sí una amenaza. Earl Raab, del Instituto pro Defensa del los Judíos de la Uiversidad Brandeis y columnista del Jewish Bulletin, ve con buenos ojos la perspectiva de que los blancos se conviertan en minoría en los Estados Unidos, porque eso significaría que "hemos inclinado la balanza más allá del punto en que un partido ario Nazi pueda prevalecer en este país." [Earl Raab, Jewish Bulletin, febrero 19, 1993, 23, citado por Peter Brimelow, Alien Nation, p. 120.]

No debemos pasar por alto este consternante comentario. En opinión de Raab, una mayoría blanca por su mera existencia constituye una amenaza interminable de Nazismo. Los gentiles blancos, dejados a si mismos son todos ellos unos Nazis potenciales. Cuando Patrick Buchanan criticó al presidente Clinton por haber loado el fin de la "cultura europea dominante en América," un lector del New York Post, Joshua Sohn, escribió:
"Los eventos más trágicos en la historia de América han estado alrededor del intento de atrincheramiento de la cultura europea mayoritaria a costa de los no europeos. Si el Sr. Buchanan está en lo correcto y la cultura europea dominante .. va en decaimiento, quisiera agradecer al Sr. Clinton por su política de inmigración y le deseo nada menos que su triunfo. [Joshua Sohn, carta al editor, New York Post, Julio (sin fecha), 1997.]
Si cualquier esfuerzo por preservar una cultura europea mayoritaria es perverso y dañino, se deduce que la cultura europea mayoritaria es perversa y dañina. Por ello Sohn aplaude su próxima desaparición.

Para algunos judíos, el deseo de destruir la sociedad blanca no se basa en una percibida amenaza planteada por esa sociedad, sino en pura animadversión. Cuando Charles Moore del London Spectator describía cómo sus vecinos musulmanes en la casa de junto rezaban en alta voz durante la Guerra del Golfo en 1991, y hablaba de sus preocupaciones de lo que podría pasarle a Inglaterra si el número de musulmanes siguiera creciendo, un furioso León Wieselter, editor literario del New Republic lanzó esta réplica:
"Tres hurras, digo yo, por los vecinos. Espero que recen ruidosamente y que recen cinco veces al día y que las oraciones del anochecer lleguen justo cuando los Moores y los Mellors estén bebiendo el clarete ... es divertido observar a los colonizadores quejarse de estar siendo colonizados." [The New Republic, enero 6, 1992.]
Wieselter no es exactamente tímido en su odio. Se mofa de los temores de un inglés acerca de la supervivencia de la cultura inglesa. Se regocija de pensar que los ingleses se incomoden, se desorienten y sean desplazados por los musulmanes en su propio país. Si alguien es movido por un ánimo étnico, con seguridad es Wieselter y los muchos judíos que piensan como él.


Todo lo cual nos lleva a la perturbadora pregunta que, desafortunadamente, ninguna mente honesta puede pasar por alto.

Como todos lo saben, los judíos están interesados en su suprvivencia colectiva como pueblo. Esto se refleja tanto en sus temores de que la creciente población árabe-israelí pudera amenazar al estado judío y en temores de que los matrimonios mixtos estén reduciendo la judería americana. En su libro "Fear or Faith: How Jews Can Survive in Christian America" (Temor o Fe: Cómo los Judíos Pueden Sobrevivir en la América Cristiana), Elliot Abrams ha argumentado que si los judíos no quieren extinguirse, entonces, cuando se trate de elegir a un cónyuge, los judíos no deben fijarse solamente en el contenido del carácter de una persona, sino en si esa persona es judía. La mayoría de los judíos (y la mayoría de los cristianos) dan por hecho que éstas son preocupaciones legítimas. Los judíos sienten que tienen un derecho a su homogeneidad y a su supervivencia colectiva. Pero, como lo hemos visto, los judíos niegan ese mismo derecho a los gentiles.

Alan Dershowitz, por ejemplo, inmisericordemente critica a los gentiles que excluyeron a los judíos de las instituciones gentiles. Como estudiante de Yale descubrió que muchos bufetes de abogados de Wall Street deliberadamente limitaban el número de judíos que empleaban; experiencia que él describe así:
"Mi introducción al mundo de la intolerancia, de la discriminación, del racismo, y del antisemitismo llamado la Barra Americana de Abogados, sus distinguidos dirigentes — quienes siguen siendo honrados con becas en las escuelas de derecho, con retratos en las bibliotecas de derecho y en los nombres de las grandes firmas — estaban operando un sistema parecido al del apartheid en su práctica legal, casi una década después de Brown v. Board of Education y casi dos décadas después de los juicios de Nuremberg. [p. 52]
Sin embargo, habiendo equiparado la selectividad social de las antiguas firmas anglosajonas con el apartheid y el nazismo, Dershowitz describe su propio estilo de vida como estudiante de derecho en Yale durante el período cuando estaba solicitando empleo en esos bufetes: 
"Yo sólo comía alimentos kosher y, por lo tanto, no podía irme a comer con mis compañeros de clase en el comedor comunitario. Mi esposa me hacía un sandwich temprano en la mañana y yo comía con algunos amigos casados que también llevaban su refrigerio ... Yo era un activo participante en clase en la Escuela de Derecho de Yale y, sin embargo, como judío ortodoxo, me mantenía apartado de su tejido social." [p 57]
Él vivía apartado como judío, sin embargo, al mismo tiempo esperaba que los abogados de alta sociedad dotaran a sus firmas, de personal con el que no podrían socializar. ¡Y los llama intolerantes por no querer hacerlo!

Dershowitz practica una desvergonzada doble moral en su ataque a las administraciones pasadas de las universidades Ivy League por haber puesto topes al número de alumnos judíos que aceptaban en los 1920s:
"Los 'grandes' hombres que administraban esta discriminación sistemática tienen ahora edificios dedicados a su nombre en el Harvard Yard. Sus nombres son honrados por estudiantes que no tienen idea de que estos hombres fueron una bola de fanáticos deshonestos, inmerecedores de respeto o de emulación. Siempre que se me pide que dé conferencias en cualquiera de estos edificios; hago todo lo que pueda por educar a los estudiantes acerca de los terribles hombres cuyos nombres se recuerdan en estos edificios... [el presidente A. Lawrence Lowell] debería se honrado por nadie más que el Ku Klux Klan." [pp 69-70]
En tanto que quiere hacer despreciables a los antiguos dirigentes de Harvard por el pecado de preservar el carácter predominantemente gentil de una institución históricamente protestante. Dershowitz defiende el carácter exclusivamente judío de Israel. En un debate hace algunos años con el izquierdista Noam Chomsky, Dershowitz descartaba la propuesta de Chomski de hacer de Israel un estado mitad judío y mitad árabe:
"¿Por qué no, consideraciones de autodeterminación y de control de comunidad, habrían de favorecer a dos estados separados, uno judío y otro árabe? ¿Qué no es mejor que gente de anteceentes comunes controlen su propia vida, su cultura y su destino (si así lo quieren), que juntar de manera artificial a gente que no ha demostrado capacidad para vivir unida y en paz? Confieso que no entiendo la lógica de la propuesta, aun suponiendo su buena voluntad."  [Chutzpah, p. 199.]
Dershowitz considera que la homogeneidad judía es natural, normal, necesaria, e incuestionable; en tanto que considera la homogeneidad de los gentiles como algo equivalente al mal absoluto. De manera semejante, presenta un tratamiento matizado del problema de los refugiados árabes, argumentando que la salida de los árabes de Israel es un asunto de menor importancia en comparación con las mucho peores situaciones de refugiados que han ocurrido en el siglo veinte. Concluye (de manera enteramente correcta en mi opinión) que es mejor que los refugiados árabes sean reubicados en países árabes, que dejarlos que regresen a sus antiguos hogares en Israel.

Mas cuando se trata de la antigua política de Harvard, de limitar el número de judíos a fin de mantener el carácter cultural histórico de esa institución, Dershowitz grita "fanáticos" y "hombres terribles" y quiere que la estatua de Lawrence Lowell sea quitada del Harvard Yard. El hábil matiz moral con que trató el problema de los refugiados palestinos se ha desvanecido en el aire.

Todo lo anterior debería dejar en claro que la doble moral personificada por Dershowitz no es un mero prejuicio etnocéntrico. Es una fuerza ciega, irrazonable, inaplacable. 

Es hora de enfrentar la incómoda verdad de que esta doble moral tiene raíces profundas en la cultura judía y en la larga historia de los judíos como pueblo odiado y perseguido. Según el Talmud, que es seguido por los judíos ortodoxos (y hasta hace dos siglos todos los judíos europeos eran ortodoxos), no existe una norma ética común para toda la humanidad. Las leyes judías que exigen un comportamiento justo y humano sólo aplican en sus tratos con otros judíos, no en sus tratos con los gentiles o "goyim". Un judío, por ejemplo, está obligado a des-santificar el sábado para tratar de de salvar la vida de otro judío. Pero a un judío se le prohíbe des-santificar el sábado para salvar la vida de un gentil, a menos de que exista la probabilidad de que el hecho llegue al conocimiento de los gentiles y, como consecuencia, los judíos puedan ser puestos en peligro. El punto clave es que la vida del gentil no vale por sí misma, sino solamente por el bien de los judíos. [Tractate Yoma, p. 47.]

Esta forma de pensar, profundamente tribal, aparece a todo lo largo del Talmud. Si un judío encuentra algo que pertenece a un gentil, puede conservarlo. Si un gentil por accidente devuelve cambio extra a un judío, el judío no está obligado a decirle. Si un judío ha estado cerca de un cadaver, ha quedado contaminado y debe ser limpiado ritualmente, pero no se contamina si el cadáver es de un goy, porque el mandamiento de la Torah en este caso se refiere a "adam" hombre, y un goy no es "adam". Tan escandaloso como pudiera ser darse cuenta de esto, los judíos ortodoxos, como muchos pueblos antiguos o primitivos, sólo a los miembros de su propia tribu consideran "hombre".

Al traer a la luz estos inquietantes hechos, no estoy insinuando que los judíos conspicuamente estén siguiendo un programa talmúdico en su relación con los gentiles. El talmud es estrictamente seguido por los judíos ortodoxos tradicionales, un grupo que comprende cerca del diez porciento de la judería americana y que no ejerce influencia en la culltura general. La mayoría de los judíos modernos nada saben del Talmud y de la doble moral talmúdica, y cree que el judaísmo se trata de valores universales. Lo que sí estoy indicando, sin embargo, es que este código tribalista, estudiado asíduamente por los judíos durante más de dos mil años, ha sido internalizado en la psique y el sistema de valores judío, aun entre los judíos modernos que pudieran estar enteramente ayunos de las enseñanzas talmúdicas. Además, yo diría que lo que hace este tribalismo tan perdurable — y tan efectivo para subvertir otras tribus — es que se ve a sí mismo como universal. El antiguo Israel nunca fue una simple tribu como las demás, sino una tribu que había sido elegida por el Creador del universo para traer Su verdad a la humanidad. De la misma manera, los judíos modernos emplean ideales "universalistas" para justificar lo que frecuentemente es una agenda tribal. ¿Qué más puede explicar el hecho de que tantos judíos seculares, que se ven a ellos mismos como los defensores de los "Otros" no tienen consideración de la subjetividad del Otro si ese Otro es un cristiano blanco? ¿Que más puede explicar el hecho de que los judíos exijan homogeneidad y supervivencia como grupo para ellos mismos, pero lo nieguen para los demás?

Esta doble moral generalizada es el núcleo del "problema judío," y nada tiene de antisemita — es decir, nada tiene de inmoral — el señalarlo. De la misma manera que no es racista decir que la mayor parte de la comunidad negra tiene actitudes dañinas equivocadas que los negros necesitan cambiar y que los blancos no deberían seguir aceptando, no es antisemita el señalar que una parte de la comunidad judía tiene actitudes equivocadas y dañinas que los judíos deben corregir y que los demás no deberían seguir aceptando.


Por qué los judíos le temen a América

Estos conocimientos del tribalismo y de la (con frecuencia inconsciente) doble moral que yace en la médula de la psique judía, incluyendo su desconsideración (inconsciente) de la subjetividad del gentil blanco, nos ayudan a entender otras actitudes judías. Al impulsar sus agendas anti-mayoritarias y contraculturales, los judíos de diversos colores políticos han sido movidos, no sólo por ideales peculiarments judíos, sino también por temores peculiarmente judíos. Su temor principal es que, si América se define a sí misma como una nación, y no simplemente como una ideología democrática o capitalista, entonces los judíos serán excluidos de esa nación, o por lo menos se verán forzados a ocupar un estatus de segunda clase dentro de ella: Aun cuando su temor es comprensible, dada la historia de persecución y de exclusión de los judíos en el Viejo Mundo, esta enteramente injustificado en América.

Considérese la creencia de Alan Dershowitz y sus amigos, de que los judíos son ciudadanos de segunda clase en América y que siempre seguirán siéndolo:
"Todos mis amigos han experimentado personalmente el estatus de segunda clase que ellos perciben. Han sido pasados por alto para empleos que fueron dados a no judíos que estaban menos calificados. Han sentido el ardor del rechazo en algunos medios sociales. Ven la verdadera América donde viven. [Y ¿qué es la América "verdadera" — una reunión del Klan?] Señalan el hecho de que nunca hemos tenido un presidente, un vicepresidente, un presidente de la cámara de representantes, o un presidente de la suprema corte, que sea judío... 'Cuántos judíos conducen los noticieros nacionales o siquiera los locales?' pregunta Carl." [Dershowitz, p. 324].
Además de estas ridículas "pruebas" de estatus de segunda clase, Dershowitz aduce al "hecho escandaloso de que, a pesar de los escritos anti-judíos de Martin Luther King" (por los cuales las iglesias protestantes se han disculpado), "el nombre innoble de Luther se sigue honrando en vez de ser condenado para siempre por las principales iglesias protestantes" [p 107]. Aparentemente, a menos que las iglesias protestantes abjuren del nombre de su fundador, y con ello de su propia identidad, seguirán siendo, al parecer de Dershowitz, fanáticas. De manera semejante, ataca a la juez Sandra Day O'Connor por haber afirmado que las anteriores decisiones de la corte llamaban a América una nación cristiana: 

"La juez O'Connor debe avergonzarse por ayudar e instigar el fanatismo religioso" [p 323] Entonces, llamar a América una nación cristiana, es "fanatismo" en la opinión de Dershowitz. Entre tanto, los judíos pueden mantener una identidad cultural propia dentro de América y pueden definir a América de la manera que quieran.

Cuando titubeemos en abrazar el carácter de nación de América por temor de que ello vaya a reducir a los judíos a ciudadanos de segunda clase, debemos recordar las continuas condenaciones que hacen los judíos del "fanatismo" americano y cristiano. Debemos tomar conocimiento del hecho sorprendente de que aún, en nuestros días, muchos judíos americanos se ven como ciudadanos de segunda clase. Si pueden creer tal absurdez, cuando ya son el grupo más poderoso en el país en relación con su número, entonces se puede concluir que siempre van a quejarse de que son ciudadanos de segunda clase, que siempre verán a América como fanática y antisemita — eso es, hasta que América deje de existir como un país cristiano de raza predominantemente blanca.

Para llevar el análisis un paso más adelante, una razón por la que los judíos tienen esta desagradecida e infundada sospecha de América, es que los judios, aun los patriotas judíos, nunca se han identificado con America. No es tanto que los gentiles los hayan excluido, sino que muchos judíos, aun después de que el antisemitismo (tan débil como lo era) hubiera desaparecido virtualmente del país luego de la Segunda Guerra Mundial, y aun depués de que el judaísmo quedara englobado en el centro de la cultura americana en los 1960s, han seguido viéndose como un pueblo aparte. El columnista Richard Cohen una vez observó que los judíos son como los 'corresponsales extranjeros' en este país. [Silberman, A Certain People.] En sus memorias. "Making It", Norman Podhoretz escribió que hasta que llegó a sus veinte años nunca se había considerado americano, sino neoyorkino. En sus últimos años, Podhoretz ha hablado de sus dos lealtades — a su nación (América), y a su pueblo (los judíos). [“A History of Commentary,” 1995.]. Esto suena muy inspirador hasta que uno se percata de que Podhoretz no considera que los americanos no judíos sean su pueblo. En efecto, él ve a América como "una nación", muchos pueblos" — lo cual es, por supuesto, una percepción multiculturalista de America.

Estos judíos mantienen su distancia de América al mismo tiempo que la abrazan. En un testimoio en el New York Times, pagado por el Comité Judío Americano, un cadete de West Point de nombre Avram Isaacson, habló acerca de "Qué significa para mí el ser judío"
"Soy heredero de dos grandes tradiciones — judía y americana — que, a mi parecer, defienden los mismos principios de construir una sociedad más justa y más equitativa; la importancia de la solicitud y de la compasión, la defensa de la libertad. Esa es la razón por la que los judíos han tenido un amorío con America. Y esa es la razón por la que estoy orgulloso de ser un judío americano y de servir a mi país."
En tanto que esto a primera vista suena tremendemante patriótico, hay algo forzado en la noción de Isaacson de tener un 'amorío' con América. Los patriotas normalmente no hablan de tener un 'amorío' con su patria. Ellos pertenecen a su patria, están vinculados a ella por lazos históricos y de lealtad y de devocíon. 

Declarar públicamente que uno tiene un amorío con América es poner a América fuera de uno. En el caso de Isaacson, es ver a America como el objeto de una pasión ideológica, un objeto que uno desea poseer como el cumplimiento (o más bien el instrumento de) las ideas liberales de izquierda que él tiene. Aun cuando esto puede ser un impulso admirable, no es lo mismo que el amor a la patria. Implica también que, si América no practicara esas ideas liberales de izquierda, entonces Isaacson no la amaría. Cierto es, sin embargo, que un amorío es, por su naturaleza, algo temporal.

El crítico de cine Michael Medved hizo un comentario revelador semejante cuando un entrevistador le preguntó por qué no siguó a su padre cuando su padre se mudó a Israel hace ya algunos años. Medved contestó: "Creo que el futuro de la humanidad depende en tremenda medida, de lo que ocurra en este país" [Entrevista en C-SPAN, Dec 27, 1992.] En otras palabras, Medved eligió quedarse en América, no porque sea su patria, sino porque la ve como un instrumento para ayudar a la humanidad.

Una y otra vez, el patriotismo judío-americano parece estar fundado en algún factor extrínseco a América misma. Según una historia del neoconservatismo, escrita por los editores de Commentary, los judíos izquierdistas no marxistas de los 1940s, los antecesores ideológicos de los neoconservadores, abandonaron su anterior hostilidad hacia América (que habían visto como una esteril tierra de complacencia materialista y de conformismo irreflexivo) cuando vieron la efectividad de America para combatir el nazismo. Esto me suena como un reconocimiento inconsciente de que los neoconservadores no aman a América por sí misma, aman a América porque impulsa las causas que los neoconservadores apoyan. De manera semejante, en los años 1960, el activista radical, David Ifshin, que una vez había transmitido un mensaje anti americano desde Radio Hanoi, de pronto se convirtió al pro-americanismo cuando los embarques de armas del Presidente Nixon ayudaron a salvar a Israel durante la guerra de 1973. Como lo expresó Eric Breindel en una columna laudatoria cuando murió Ifshin en 1996, Ifshin había "experimentado un despertar. El poder justiciero de los Estados Unidos de América era una fuerza para el bien. De hecho, Ifshin había llegado a la conclusión de que es la más grande fuerza en la tierra para el bien." [Eric Breindel, “David Ifshin: 1949-96,” New York Post, mayo 2, 1996]. Así fue como a Ifshin le comenzó a gustar América, por ser una fuerza para el "bien" — y era una fuerza para el "bien" (nótese el narcisismo inconsciente) porque ayudó a Israel. Aun cuando el recién descubierto afecto de Ifshin por América era enteramente comprensible, yo diría que no era lo mismo que el amor a la patria como se entiende normalmente esa frase.

Debe admitirse también que un número significativo de judíos americanos no parecen considerar a América como su patria, después de todo. Luego de uno de los ataques de bombas suicidas sobre Israel en 1995, en el cual murió una muchacha americana que estudiaba en Israel, otros jóvenes judíos americanos dijeron al New York Times por qué planeaban retornar a Israel a pesar del peligro. Matthew Binstock de Mamaroneck, Nueva York, dijo "Es Israel, ahí pertenezco." La señorita Sivan Gottlieb, también de Mamaroneck, dijo: "Es mi hogar, es mi patria y la amo. No voy a dejarla." En tanto que estos jóvenes han de ser admirados por su valor y la devoción a su patria, la pregunta inevitable desde un punto de vista americano es: Si Israel es su patria ¿qué están haciendo aquí? 

Como muchos inmigrantes de Iberoamérica y de Asia, algunos judíos americanos e israelíes consideran a los Estados Unidos como un lugar donde parar, visitar amigos, ir a la escuela, ganar algún dinero o gozar de algún descanso y relajación, mientras su verdadera vida y sus lealtades permanecen centradas en su patria étnica. [Robert Hanley, “Study in Israel: Shaken Youths, Unshaken Resolve,” New York Times, abril 15, 1995, A. 21,22.]

Un más pronunciado despego de América puede verse en las escuelas judías. En los yeshivás jasídicos en este país, los jóvenes judíos nada aprenden de la historia, del acervo popular, o de la literatura americanas; de hecho, muchos judíos jasídicos nacidos en America difícilmente aprenden a hablar y escribir en inglés. Aun en las modernas escuelas diurnas ortodoxas, los cuadros, los poemas, los mapas, y las exposiciones — todo lo que simbolice la identidad colectiva y la mitopoiesis de la vida de la escuela — es exclusivamente acerca de los judíos y de Israel. América — su historia y héroes, sus guerras y tragedias, sus grandes controversias y logros, su geografía y sistema político — literalmente quedan fuera del esquema. 

Los judíos, por supuesto, no son los únicos en este vergonzoso descuido de la identidad americana. Aun en escuelas convencionales de gentiles predominantemente blancos, los cuentos, y canciones y observancias que solían conectar a los jóvenes con el pasado de nuestra nación han sido reemplazadas por el multiculturalismo, el feminismo, los derechos de las minorías, el consumismo y el globalismo. ¿Cómo puede culparse a las escuelas judías de su falta de transmisión de un sentido de identidad americana cuando la mayoría americana ha hecho lo mismo?

La respuesta es que los judíos jugaron un papel rector en despojar los altares de la concepción de América como nación. Así como los no blancos forzaron la diversidad racial en lo que habían sido anteriormente instituciones convencionales enteramente de blancos, mentras ellos mantienen sus propias organizaciones étnicamente exclusivas. Los judíos han despojado de sus costumbres cristianas y de las tradiciones nacionales americanas a las escuelas públicas, mientras mantienen escuelas judías con tradiciones judías.

(Continuará)

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