martes, 20 de noviembre de 2018

La Muerte de Norteamérica y su Posible Renacimiento 3

La Muerte de Norteamérica y su Posible Renacimiento

(Continuación)

Por Lawrence Auster

Parte 3




Tomado de: https://chechar.wordpress.com/2013/03/14/austers-unpublished-chapter/
Traducido del inglés por Roberto Hope


Subversión por medio de la cultura popular

Además de transformar la ideología y la identidad nacional americana, los judíos cambiaron el estilo y el alma de la cultura y de los modales americanos. Éste es un tema extenso y complicado, y todo lo que le puedo hacer aquí es señalar algunos de sus aspectos.

He aquí una mirada rápida a este fenómeno: Hasta los años 1950s, los anuarios y los periódicos escolares eran asuntos más bien serios, sin las fotografías sonrientes ni el humor mofándose de ellos mismos que comenzó a aparecer a fines de los 1950s. Durante los años 1960s y 1970s, este estilo de auto-mofa y menosprecio que había sido infiltrado en la cultura general por los comediantes y animadores judíos, se volvió la característica dominante de la cultura general. El daño que eso le ha hecho a la cultura, por lo menos en las etapas iniciales del proceso, no fue hecho a propósito. Los judíos podían permitirse esos numeritos provocadores sin dañar su cultura porque eso era parte de su cultura. Pero el efecto en los anglosajones blancos protestantes fue calladamente devastador. El Freudianismo popular del humor judío, en el que cada actitud del ego se muestra inmediatamente como el disimulo de un impulso cobarde o sexual, ha debilitado fatalmente el ego anglo-protestante, minando las virtudes de la modestia, y del autocontrol, del respeto a la autoridad, y otros valores del antiguo ethos americano.

Una y otra vez, las actitudes judías que primero habían aparecido en el medio del entretenimiento como una forma cómica de desahogo, evolucionaron para convertirse en las maneras culturales dominantes. En 1971, la brillante comedia romántica "Play it Again, Sam" de Woody Allen, con su protagonista inseguro y torpe, hizo socialmente aceptable que un hombre adulto fuera neurótico. La película era todavía básicamente positiva, ya que el protagonista de Allen, a pesar de su desasosiego, de manera noble se desiste de la mujer que ama, imitando exitosamente a su héroe de la pantalla, Humphrey Bogart en Casablanca. El judío neurótico se hace hombre modelándose a sí mismo como un estóico anglosajón. Pero para los 1980s, los hombres neuróticos e histéricos (que ya no tratan de emular a los fuertes sino que los resienten) se habían vuelto la norma aceptable, no sólo en innumerables películas y programas de televisión, sino en la vida real. Un signo de los tiempos fue el hombre peinado de cola de caballo que en un debate de la campaña por la presidencia en 1992 preguntó a los candidatos: "Como nuestra figura simbólica paterna ¿qué va a hacer usted para satisfacer nuestras necesidades?" un signo todavía más nefasto fue que ninguno de los candidatos, incluyendo al veterano de la Segunda Guerra Mundial, George Bush, rebatió al individuo por su comentario tan infantil. El rebajamiento tanto artístico como personal de Woody Allen, de ser un humorista poco convencional a convertrse en un nihilista hecho y derecho, absorto en sí mismo, también refleja esta degradación.

Hasta principios de los 1960s, a los comediantes judíos se les pasaba la mano criticando el individualismo burgués pero sin tratar de destruirlo. Se mantenían leales, aunque en los bordes, de la normalidad de la clase media. Pero para los 1970s, las pinchadas cómicas a los burgueses se habían convertido en un programa deliberado de subversión. En programas tales como MASH, los personajes rectos, estirados, pro-autoridad, servían de despreciable contraste con los protagonistas irreverentes, anti-autoritarios, sexualmene liberados. En varias de las telenovelas más exitosas, el principal objeto de desprecio ha sido un hombre blanco, anglosajón, protestante, mentalmente defectuoso. Lo que John Murray Cuddihy llamaba la "antipatía étnico-específica de Freud y de la judería de la Europa Occidental en general, contra la urbanidad gentil" había pasado del mundo esotérico de la cultura literaria académica, al mundo del entretenimiento de las masas.

La campaña contra los anglosajones blancos protestantes se ha vuelto aún más pronunciada conforme pasan las décadas, en los géneros del teatro y de las obras de suspenso. En cada episodio de la serie Columbo (escrita por Steven Bochco, posteriormente productor de programas ostentosamente decadentes como L.A. Law y N.Y.P.D. Blue), el desaseado héroe étnico exhibe a un frío aristócrata blanco, protestante, anglosajón, como el asesino. La antipatía étnico-específica, en parte disfrazada de antipatía de clase, permanecía relativamente de bajo tono y hasta humoresca; el asesinato nunca se ejecutaba ante las cámaras, y las presas de Columbo permanecían corteses, pero cada vez más irritables, aun cuando Columbo los tenía identificados. Pero veinte años más tarde, la antipatía anti blanco anglosajón protestante en el cine y la televisión había evolucionado, tornándose en una demonología formalizada. El blanco anglosajón protestante, de corazón frío, inhumano — el blanco anglosajón protestante como súper-Nazi — ha sido una figura de cajón en una tras otra película de suspenso o de acción, proveyendo de segundas carreras para actores de edad madura como Donald Sutherland y John Voigt. En la película Outbreak de 1994, Sutherland hace el papel de un general de alto nivel del ejército de los Estados Unidos, de voz fría y apariencia inhumana y siniestra, que resulta ser el dirigente de una monstruosa conspiración para matar con armas biológicas a miles de civiles americanos. Pero no teman, Dustin Hoffman, ahora representando a un héroe de acción, y su brillante compañero de raza negra, heróicamente echan abajo el complot. Un recurso muy socorrido en estas películas, que refleja la obsesión liberal judía por mostrar la preversidad del blanco anglosajón protestante consiste en hacer que un hombre aparentemente bueno sea revelado como un villano. Así, el refinado y bien parecido John Voigt, en el papel de mentor y amigo de Tom Cruise en Misión Imposible, resulta ser un desalmado asesino. Además, está la numerosa cantidad de películas hechas para la televisión, la mayoría de las cuales escritas por mujeres judías, en las cuales el marido de apariencia normal se convierte en un monstruo patológico. Ciertamente, si una pelícua de drama o de suspenso en estos días muestra un personaje que parezca ser una persona recta y fuerte, o si es una figura mayor de autoridad, o si es alto, de aspecto regular y bien parecido, puede usted estar seguro de que antes de que pase mucho tiempo habrá de ser revelado como una persona perversa. Sin embargo, este continuo ataque étnico-específico contra el hombre blanco, o blanco anglosajón protestante, como tantas otras cosas terribles en nuestra sociedad nihilista, nunca se comenta, y mucho menos se protesta en su contra, ni siquiera por conservadores (los conservadores sólo se ofenden por formas de entretenimiento que son patentemente pornográficas o anti-religiosas). Imagínese cómo reaccionarían los judíos o los negros si alguna película de gran presupuesto tras otra presentara a un personaje obviamente judío o negro como caricatura del mal absoluto.

La guerra cultural popular contra la virilidad, contra la autoridad, y contra el ethos anglo-protestante es todo parte de una misma campaña, en gran medida dirigida e inspirada por judíos liberales.

El análisis anterior, por breve e insatisfactorio que haya sido, ilustra una vez más nuestro tema, de la inclusión que lleva a la destrucción. Los judíos de la Europa Oriental, con su temperamento descontento e irrepresible fueron admitidos como iguales en una cultura que había sido formada por anglosajones y por otra gente de origen nor-europeo, con su temperamento pacífico auto-controlado. Los que anteriormente eran extraños, procedieron luego a hacer de su propia sensibilidad el centro de la cultura, al mismo tiempo que rebajaban y demonizaban la anglosajona.


El tiro les sale por la culata

Conforme se afanan por desmantelar la cultura mayoritaria americana por medio de la inmigración masiva, de la diversidad, de la subversión de los valores predominantes, y de la diseminación de valores contra-culturales, aquellos judíos que están librando la guerra cultural no se han dado cuenta de que, al hacer eso, están suprimiendo la civilización en la que están asentados. Los judíos izquierdistas en particular se asombran cuando el anti-occidentalismo que han estado promoviendo recula en contra de ellos mismos. Michael Lerner, por ejemplo, repetidamente ha pintado a América como una perversa nación opresora — un "sistema social cuya actual distribución de la riqueza y del poder está basado en robar la tierra de los indios americanos, la esclavización de los negros, la degradación de las mujeres, y la explotación sistemática de muchas generaciones de inmigrantes," como lo puso en una típica diatriba en su revista Tikkun. Sin embargo, en otro lugar ha expresado su horror del hecho de que los multiculturalistas no blancos ven a los judíos como parte de este sistema opresor blanco. Cegado por su pasión anti-mayoritaria, Lerner no puede entender que en la América contemporánea, en la que los judíos (por su número) son el grupo más fuerte y poderoso, los no blancos difícilmente verán a los judíos como una minoría "oprimida" como ellos [“Six Days Shalt Thou Work,” Michael Lerner, Tikkun, Nov/Dec 1993, p. 35.]

De manera semejante, la Profesora Susannah Heschel, escribiendo en Tikkun, se escandalizó de saber que entre los liberales alemanes que son amigables con los judíos, hay una extensa aceptación de ideas antisemítas. Parece ser que estos alemanes contemporáneos ven al viejo testamento como la fuente fulminante de las injusticias actuales, incluyendo el nazismo, ya que la biblia judía condona el autoritarismo, la exclusión, el racismo y el genocidio. Pero Heschel está enteramente equivocada. Presume que los izquierdistas alemanes están afirmando ideas anti-judías, cuando sólo están repitiendo el anti-occidentalismo genérico que ha sido diseminado tan efectivamente por los judíos progresistas como la propia Heschel. Dado que a los alemanes se les ha enseñado que vean a Occidente como hegemónico, guerrero y racista ¿no es natural que vieran una de las fuentes primarias de Occidente — la biblia hebrea — exactamente de la misma manera?

Aunque la falta de conocimiento de sí mismos entre los judíos de izquierda no pasa de ser risible, la ceguera de la mayor parte de la comunidad judía es un asunto serio. En su incansable campaña por la inmigración masiva y la diversidad cultural — motivada por una hostilidad consciente o inconsciente hacia la mayoría cristiana blanca — los judíos están ayudando a destruir la misma forma de vida que hizo posible una feliz existencia judía en este país. A pesar de algún prejuicio anti-judío y de exclusiones sociales a principios del siglo veinte, los judíos encontraron en América un ambiente estable en el cual eran protegidos, donde prosperaron y donde se sintieron enteramente a gusto por primera vez después de dos mil años. Ese ambiente era una sociedad blanca, con una religión cristiana y un código de conducta anglosajón. Conforme América se vuelve no blanca y no occidental ¿perdurarán ese código y esas protecciones?

Como lo plantea Alan Mittleman:
"La descomposición de una cultura común y el viraje hacia el multiculturalismo, que los judíos apoyan, plantea riesgos reales para los judíos americanos, porque debilitan la ciudadanía sobre la cual se basa la participación judía en la sociedad moderna... Si la gente revierte a formas más primordiales de pertenencia, la sociedad civil se disolverá y los judíos americanos pudieran encontrarse en lo que el profeta Ezequiel llamó midbar hammim, una jungla de pueblos. Esto podría ser un desenlace de pesadilla." [Alan L. Mittleman, “Jews in Multicultural America,” First Things, December 1996, p. 17.]

Una característica notable de esta "jungla de pueblos," en la que los judíos perderán toda seguridad, es el racismo negro que está surgiendo conforme declina la cultura blanca dominante. En la anárquica América del siglo venidero ¿creen los judíos que podrán contar con el apoyo de dominicanos, chinos, árabes y mexicanos, para protegerlos contra los antisemitas negros?

Otra posibilidad que surge de la jungla de los pueblos será una re-emergencia de antisemitismo entre los blancos marginalizados, muchos de los cuales culparán a los judíos (no sin razón) de la ruina de la civilización blanca. Habiendo actuado todo el tiempo sobre el absurdo y hostil supuesto de que la mayoría blanca americana es una fuerza potencial neo-nazi que debe ser desposeída, los judíos difícilmente estarán en posición de quejarse de antisemitismo real cuando aparezca entre los blancos que han sido realmente desposeídos.

Al dejar de considerar estas posibilidades, los judíos pro-inmigración son tan irreflexivos como los negros pro-inmigración. Tanto los negros como los judíos apoyan una política que está llevando al final de la América blanca, aun cuando eso vaya a sacar del poder al único grupo que tiene una unión cultural u obligación moral hacia ellos. En el caso tanto de los blancos como de los negros, una combinación étnica de resentimiento antimayoritario y de tradicional deseo de poder los está cegando a sus verdaderos intereses a largo plazo.


Cómo oponerse a la agenda judía sin incurrir en antisemitismo

Aun cuando los judíos en última instancia se van a beneficiar de una política de autodefensa blanca, esa política implica necesariamente oponerse a la actual agenda y estructura de poder judíos y, en consecuencia, va a provocar inevitablemente cargos falsos de antisemitismo. Sin embargo, también entraña la posibiidad de detonar un real antisemitismo. Para evitar que eso suceda, debemos proveer un marco moral en el cual plantear la cuestión, un marco que aplique no solamente a los judíos sino a todos los grupos y a todos los seres humanos.

Los filósofos clásicos enseñaron la virtud de "sofrosine", o mesura, por la cual las partes respectivas del ser del hombre o de la sociedad se restringen a sus propias tareas y funcionan de manera armoniosa dentro del todo. En términos de las relaciones minoritaria-mayoritaria, esa había sido la situación que prevalecía en América en el período anterior a los años 1960s, cuando las minorías con gusto aceptaban el hecho de que eran minoría y prestaban deferencia a la cultura mayoritaria. Pero en el período de la post-guerra que culminó en los 1960s, los judíos americanos alcanzaron el éxito, los escritores e intelectuales judíos eran celebrados como americanos ejemplares, sus ideas y obsesiones, ya no más percibidas tanto como judías, sino simplemente americanas. La judería se sacudió de su imagen de forasteros y se plantó al centro de la política y de la cultura americana. Los judíos se sintieron enteramente "cómodos" en América por primera vez, libres para "ser ellos mismos". Aun cuando había aspectos positivos en este hecho, la desventaja fue que los judíos se sintieron demasiado confortables, y cayeron en el egoísmo y la arrogancia, a los cuales está expuesta la naturaleza humana. La petición del Juez Bazelon hecha con un guiño a sus abogados secretarios, de que vieran cómo podrían producir un "recurso de rachmones" en vez de aplicar el derecho constitucional de los Estados Unidos, es un ejemplo de tal arrogancia. Por supuesto, según el parecer de Allan Dershowitz, no teniendo que preocuparse acerca de lo que los goyim piensen, es una señal de la ciudadanía de primera clase de los judíos. Sin embargo, como podemos verlo en el caso del Juez Bazelon, el resultado práctico de estar libres de esa preocupación ha sido que los judíos comenzaron a tratar sus propias ideas y su sensibilidad — el sentido judío de rectitud, la extravagante preocupación judía por el desamparado, y el resentimiento perenne judíos contra la mayoría cristiana blanca — como modelo para la sociedad entera. Así fue cómo una minúscula minoría comenzó a actuar como si fuera la mayoría, sujeta a ninguna ley fuera de si misma. De esta manera, un Estado gobernado por la sofrosine ha sido reemplazado por uno gobernado por la arrogancia.

El problema no es la sensibilidad de los judíos. La sensibilidad de los judíos tiene su propia integridad y su propio valor como una perspectiva minoritaria dentro de la civilización occidental. El problema es que los judíos, en ausencia de una saludable resistencia mayoritaria, han hecho de su sensibilidad la sensibilidad que gobierna a América. El problema no son los judíos o las características judías o la cultura judía o siquiera la "influencia judía." El problema es el exceso de influencia judía que se ha manifestado simultáneamente con, y que ha sido un factor que contribuye a, el colapso espiritual de la anterior cultura mayoritaria.

Lo que se requiere, entonces, no es un ataque a los judíos sino un fuerza que se oponga a la excesiva influencia judía. De la misma manera como un niño se echa a perder si sus padres ceden a sus caprichos automáticamente, así también un grupo minoritario se echa a perder si no enfrenta fuerzas opositoras de la sociedad en general. Los judíos no enfrentan tal fuerza opositora, siendo literalmente el único grupo en América acerca del cual nada crítico puede decirse sin riesgo. (Nota agregada en 2013: Aun cuando esta afirmación era correcta hasta hace unos diez o veinte años, ya dejó de ser verdadera porque con el cada vez mayor rebajamiento de la América blanca frente a los negros, ya nada crítico puede decirse de éstos.) Cuando Ben Wattenberg se expresa fogosamente diciendo que América se ha vuelto una Nación Universal, cuando Julian Simon se jacta de que le brotan las lágrimas cuando habla con la gente acerca de los nuevos grupos de inmigrantes, cuando Abe Rosenthal hace un llamado para organizar desfiles de bienvenida para los inmigrantes ilegales, y manifiesta su solidaridad con los inmigrantes ilegales en contra de la Patrulla Fronteriza, o cuando Allan Dershowitz, luego de calificar como "hombres terribles" y "fanáticos" a hombres honorables que buscaban preservar la cultura e identidad histórica anglo-protestante de América, e insiste en el derecho de los judíos de mantener una cultura colectiva y una identidad judías, debemos entender que Wattenberg, Simon, Rosenthal, y Dershowitz no están simplemente planteando sentimientos falsos y dañinos — están planteando los sentimientos prototípicos judíos, y ungiéndolos como los principios que gobiernan a América. Buscar transformar América en un proyecto mesiánico, de identificarse con el Otro (quienquiera que el Otro pudiera ser) a costa de la mayoría nativa, negar a la mayoría nativa su identidad étnica al tiempo que se permiten su propia identidad étnica — esto no es solamente una mala agenda, es una agenda judía; y es enteramente moral para los ciudadanos de un país libre el criticarla como tal. Igual que no es racista oponerse a una agenda hispánica o negra o asiática que debilite a América, consecuentemente no es antisemita oponerse a una agenda judía que debilite a América.

La solución moral y civilizada al problema judío es la misma que para todos los grupos minoritarios e inmigrantes. Las minorías deben darse cuenta de que son minoría. Los inmigrantes deben darse cuenta de que no están manejando las cosas. Antes había una fuerza mayoritaria de resistencia contra los inmigrantes, diciéndoles que debían prestar deferencia a las reglas de la cultura mayoritaria si querían ser aceptados como miembros plenos de ella. Pero con el advenimiento de la inmigración masiva de razas distintas a la blanca y otras turbulencias culturales, esa fuerza opositora ha sido erradicada. Ahora, hasta los inmigrantes recientes son abiertamente despectivos de America. Sus hijos criados en América son peores. Los alumnos inmigrantes preparatorianos niegan que haya cosa tal como la cultura americana, a la cual haya que prestar deferencia alguna. La misma pérdida de deferencia se ven entre algunos católicos partidarios de la inmigración, que abiertamente buscan utilizar la inmigración masiva para convertir a América en una nación católica. Lo mismo ha sido cierto de los negros, quienes en vez de tener que prestar deferencia a las normas de la mayoría blanca, ahora los blancos tienen que prestar deferencia sin fin hacia ellos — con el resultante desencadenamiento de la inmoralidad, de la violencia, de una sensación entre ellos de que tienen derecho a privilegios, o a jurados raciales, y todo lo demás. Y lo mismo es cierto de los judíos, quienes, ya no teniendo que enfrentar resistencia de la mayoría, piensan que sus sentimientos, su humanitarismo extravagante, su desdén por la autoridad, su falta de deferencia y de autodominio, y principalmente su animadversión contra la cultura gentil blanca, debe ser el modelo para toda la sociedad.

No hay duda en esto de una conformidad impuesta por la fuerza. La gente de este país es libre de identificarse con la cultura histórica americana en la medida que ella quiera. Los judíos y otras minorías tienen el derecho de mantener su identidad étnica y de promover sus intereses étnicos. Pero si eligen hacerlo, entonces deben aceptar las consecuencias propias de esa elección — que es que sus sentimientos y preferencias políticas serán vistas como las de una minoría, no con autoridad para el conjunto de la nación. Si América habrá de ser restablecida como nación, debemos ponerle un alto al piadoso fraude que hemos ejercitado desde los 1960s, de conceder a las minorías étnicas el derecho de afirmar su distinta identidad, y el derecho de hablar por América en conjunto, en cuya capacidad han despojado a América de su identidad.


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