Breves
comentarios morales sobre la economía
Las
reflexiones siguientes nos sirvan para juzgar moralmente la situación
económica actual del mundo y para distinguir entre el deseo natural
de satisfacer las necesidades corporales y el deseo desordenado de
riqueza.
Extraido del libro The
Kingship of Christ According to the Principles of St. Thomas Aquinas
(El Reinado de Cristo de Acuerdo don los Principios de Santo Tomás
de Aquino) por el padre Denis Fahey
Traducido por
Roberto Hope
En su tratado sobre el
gobierno civil (De Regimine Principum) Santo Tomás de Aquino
señala que “dos cosas son necesarias para una vida buena. El
requisito principal es el actuar virtuoso... El otro requisito,
que es secundario y casi instrumental en su carácter, es contar con
una suficiencia de bienes materiales cuya utilización es
necesaria para un actuar virtuoso.” El hombre está compuesto
de cuerpo y alma. Consecuentemente, a fin de que la multitud de los
hombres o, dicho de otra forma, el hombre promedio, pueda vivir
una vida virtuosa sin verse obligado a ser heróico, deben
proveerse las necesidades del cuerpo de una manera adecuada.
Ahora bien “la riqueza
natural es aquélla que sirve al hombre como remedio para sus
necesidades naturales: tales como alimento, bebida, vestido,
transporte y vivienda y otras semejantes. La riqueza artificial
es aquélla que no constituye un auxilio directo a la naturaleza:
como, por ejemplo, el dinero. Éste último ha sido inventado por el
arte del hombre para facilitar el intercambio y como una medida
para las cosas que pueden ser vendidas” El dinero, por
lo tanto, como un medio de cambio tiene el propósito de facilitar el
que los hombres puedan obtener los bienes materiales
suficientes, o sea la riqueza natural, para satisfacer las
necesidades del cuerpo, a fin de que el alma quede libre
para la contemplación. Es claro, por lo tanto, que la manipulación
del dinero o riqueza simbólica puede volverse un terrible
instrumento en las manos de los adversarios del Mesías
sobrenatural y de la vida sobrenatural que Él confiere,
obstaculizando en vez de facilitar el intercambio. “El deseo de
riquezas naturales es limitado, pues para la naturaleza bastan
en una cierta medida; pero el deseo de riqueza artificial es
ilimitado, pues ésta es servidora de la concupiscencia
desordenada.” El deseo de poder y de controlar, gracias
al dominio de la riqueza artificial es esa concupiscencia
desordenada.
Deben hacerse esfuerzos, por
lo tanto, para lograr una organización de la sociedad en la que la
vida de la gente no quede subordinada a, ni a merced de, las
operaciones en la bolsa de valores o de los golpes financieros de
unos pocos. Ya en la gran Encíclica Rerum Novarum, del 15 de mayo
de 1891, el Papa León XIII había aludido a los estragos que causa
la usura: “Pues los antiguos gremios de artesanos fueron
abolidos en el siglo pasado y ninguna organización tomó su
lugar. Las instituciones públicas y las mismas leyes han hecho a un
lado a la religión ancestral. Así, gradualmente, ha sucedido que
los trabajadores han sido entregados, aislados y desamparados, a
la dureza de corazón de los patronos y a la codicia de la
competencia sin control. El daño se ha aumentado por la rapaz
usura, la cual, aun cuando ha sido condenada por la Iglesia más de
una vez, sigue no obstante practicándose, aunque bajo una forma
diferente pero con la misma injusticia, por hombres avaros y
codiciosos. A esto debe agregársele.... la concentración de tantas
ramas del comercio en manos de unos pocos individuos, de manera que
un pequeño número de hombres muy ricos han podido uncir sobre las
masas multitudinarias de los pobres trabajadores un yugo poco mejor
que el de la misma esclavitud”
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