domingo, 3 de enero de 2016

Devastación de la Europa Católica. 1

La Devastación de la Europa Católica

Algunas Causas y Consecuencias de la Revolución Protestante

(primera de siete partes)

Por el Hermano David Mary, MICM, terc.

Tomado de: http://catholicism.org/the-devastation-of-catholic-europe-some-causes-and-consequences-of-the-protestant-revolt.html
Traducido del inglés por Roberto Hope

Introducción

Entendamos claramente el significado de estas palabras ― católico, protestante, y reforma: Católico significa universal, y la religión que lleva este calificativo se llamaba universal porque todo cristiano, de toda nación, la reconocía como la única religión verdadera, y porque todos reconocían a la sola y única cabeza de la Iglesia, que era el Papa, que constituía la cabeza de la Iglesia en todos los rincones del mundo donde se profesaba la religión católica. Pero llegó un día en que ciertas naciones, o mejor dicho, partes de algunas naciones, desecharon la autoridad del papa y, por lo tanto, dejaron de reconocerlo como cabeza de la Iglesia Cristiana. Estas naciones... declararon o protestaron contra la autoridad de su antigua cabeza, y también contra las doctrinas de esa Iglesia ... Consecuentemene se llamaron a sí mismos protestantes..   En cuanto a la palabra Reforma, ésta significa una alteración hacia algo mejor.

Pues bien, amigos míos, una equitativa y honesta indagación nos enseñará que ésta fue una alteración para empeorar; que la 'Reforma', como se le llamó, fue engendrada en la lujuria, criada en hipocresía y perfidia, y mantenida y nutrida con el pillaje, la devastación y con ríos de sangre inocente.1

El autor de este comentario, Guillermo Cobbett, está correcto en su opinión sobre la llamada Reforma. Ciertamente que la suya no puede calificarse de opinión prejuiciada pues, habrán de saber, el Sr. Cobbett era protestante cuando escribió estas palabras allá por el año de 1824. Simplemente estaba consignando los hechos que una investigación honesta de lo acontecido en los siglos XVI y XVII le presentaba.

En cuanto a esta 'devastación', sus efectos continúan hasta nuestros días. Lo que ocurrió hace casi 500 años en Europa ha crecido a proporciones monstruosas en nuestro tiempo, para afligir las mentes hasta de aquellos cristianos que no se llaman a sí mismos protestantes.

Antes de examinar los acontecimientos de esta revuelta que se levantó contra la Iglesia Católica Romana y su autoridad, viene al caso echar una mirada a lo que constituye la autoridad de la Iglesia, para que podamos comprender las consecuencias de ese rechazo.

La Autoridad de la Iglesia Católica Romana

Uno de los principales atributos de la Iglesia Católica Romana es su autoridad. Esta autoridad está definida de la manera más clara en la bula infalible Unam Sanctam del último de los grandes papas de la Edad Media, Bonifacio VIII (18 de noviembre de 1302):

“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer y mantener que hay una Sola y Santa Iglesia Católica y Apostólica, y nosotros firmemente creemos y simplemente confesamos, que fuera de ella no hay salvación ni remisión de los pecados, habiéndolo proclamado su Esposo en los Cánticos, “... una sola es mi paloma, mi preciosa. Ella es la única de su madre, la preferida de la que la engendró”, que representa un cuerpo místico, del cual la cabeza es Cristo, pero de Cristo es Dios. En esta Iglesia hay un solo Señor, una sola Fe y un solo Bautismo. De hecho hubo sólo una Arca de Noé cuando vino el diluvio, que simboliza a la única Iglesia, que tenía una única entrada de luz a un codo del techo, y un sólo comandante, o sea Noé. Y leemos que, con excepción de esta arca, todas las cosas que existían sobre la tierra fueron destruidas. 

Esta Iglesia, además, veneramos como la única, habiendo dicho el Señor por boca de Su profeta, “Libra mi alma de las espada, mi vida del poder del perro.” Rezó al mismo tiempo por Su Alma ― o sea, por Sí Mismo, la Cabeza, y por su Cuerpo ― Cuerpo que Él llamó la sola y única Iglesia en virtud de la prometida unidad de la fe, de los sacramentos, y del amor de la Iglesia. Ella es la túnica sin costura del Señor que no fue rasgada sino sorteada. Por lo tanto de esta única y sola Iglesia hay sólo un cuerpo y una cabeza ― no dos cabezas cual si fuera un monstruo: o sea Cristo y Pedro, el Vicario de Cristo y sucesor de Pedro, habiendo dicho el Mismo Señor a Pedro: “Apacienta a mis ovejas.” Mis ovejas, dijo Él, usando un término genérico, y no designando a éstas o aquéllas ovejas en particular; de lo cual queda claro que Él le encomendó a Pedro todas sus ovejas. Si luego los griegos u otros dicen que no fueron encomendados al cuidado de Pedro y de sus sucesores, ellos estarán necesariamente confesando que no son de las ovejas de Cristo, pues el Señor dice, a través de Juan, que hay “ un solo rebaño y un solo Pastor.” Y se nos dice por la palabra del Evangelio que en su rebaño hay dos espadas ― una espiritual y una temporal. Pues cuando los Apóstoles dijeron, “Señor aquí hay dos espadas” ― el Señor no contestó que eso era demasiado sino que eso bastaba.

Ciertamente, que quien niega que la espada temporal está en poder de Pedro interpreta de manera errónea la palabra del Señor cuando Él dice “Vuelve la espada a la vaina.” Ambas espadas, la espiritual y la material, por lo tanto, están en poder de la Iglesia; una, de hecho, para ser esgrimida para bien de la Iglesia, la otra por la iglesia; la una por la mano del sacerdote, la otra por la mano de los reyes y de los caballeros, pero a voluntad y entereza del sacerdote. Una espada, además, debe estar bajo la otra y la autoridad temporal debe someterse a la espiritual. Pues, cuando el Apóstol dice, “Todo poder viene de Dios, y no hay potestad que no provenga de él” los poderes no estarían ordenados a menos que espada estuviera bajo espada y la de rango menor fuera guiada por la otra para lograr grandes cosas.

... es necesario confesar que el poder espiritual es superior en todo al temporal, tanto en dignidad como en nobleza, en la misma forma en que las cosas espirituales superan a las temporales.

Así pues, testigo de la verdad, el poder espiritual instituye al terrenal y lo juzga si es necesario. Tal potestad se recoge en la profecía de Jeremías: “Te he puesto sobre las naciones y los reinos”... Por ello, si el poder temporal comete error será juzgado por el poder espiritual. Si el poder espiritual inferior erra, será juzgado por el poder espiritual superior. Pero si el poder espiritual superior se equivoca, puede ser juzgado sólo por Dios, no por hombre alguno. Así lo atestigua el Apóstol al decir que “El hombre espiritual juzga todas las cosas y él mismo no es juzgado por nadie”. Esta autoridad, aunque concedida al hombre y ejercida por hombres, no es humana sino divina. Fue dada a Pedro por la palabra de Dios y fundada sobre piedra por él y sus sucesores cuando el Señor dijo a Pedro “Lo que atares en la tierra será atado en los cielos” Cualquiera que ostente este poder ostenta el orden divino.. Por lo tanto, declaramos, definimos y pronunciamos que toda criatura humana, si desea obtener la salvación, debe someterse al Romano Pontífice.

Los cinco puntos que se afirman en este famoso documento son:

  1. hay una Iglesia Santa, Católica y Apostólica fuera de la cual no hay santidad ni salvación,
  2. la cabeza de esta Iglesia es el Vicario de Cristo ― el Romano Pontífice,
  3. a esta Iglesia, Dios ha ordenado una doble autoridad ― una autoridad espiritual y una autoridad temporal,
  4. la autoridad de la Iglesia es superior a la autoridad del estado, y
  5. en virtud de esta autoridad, es absolutamente necesario para la salvación de toda criatura humana el someterse al Romano Pontífice.

Ilustrando cómo la autoridad de la Iglesia releva a la autoridad del estado, San Roberto Belarmino emplea la comparación del cuerpo y el alma o de la carne y el espíritu para explicar la subordinación de la autoridad temporal a la espiritual. San Roberto explica que el cuerpo y el alma tienen funciones distintas y hasta se encuentran separadas la una de la otra en el caso de los ángeles y de los animales irracionales. En los animales irracionales encontramos carne sin espíritu; en los ángeles encontramos espíritu sin carne. Sin embargo, en la unidad de la persona humana se encuentran juntos y unidos de una manera tal que el alma manda y el cuerpo obedece. El alma tiene derecho a castigar al cuerpo y mantenerlo sujeto mediante ayunos y otros medios, no sea que vaya a entorpecer la actividad del espíritu. El alma puede aun obligar al cuerpo a sacrificarse y sacrificar todo lo que le es querido, hasta e incluyendo la vida misma, como lo han hecho los mártires, si esto es indispensable para que el alma alcance su fin. De la misma manera, y por razones semejantes, entre el poder eclesiástico y el poder civil debe haber una unión y relación ordenada tal que, en lo que concierne a la salvación eterna de las almas, la autoridad eclesiástica puede dirigir a la autoridad política y mandarle tomar un particular curso de acción. De ser necesario, la autoridad eclesiástica puede y debe compelerla y forzarla a hacerlo, no sea que la autoridad política pudiera volverse un obstáculo para la consecución del fin último sobrenatural del hombre. Así pues, el reino terrenal debe estar al servicio del reino celestial. 2

Santo Tomás de Aquino escribe:
Tanto el poder espiritual como el temporal derivan del poder divino; consecuentemente el poder temporal está sujeto al poder espiritual en el grado en que éste sea ordenado por Dios; o sea, en aquéllos asuntos que afectan la salvación del alma. Y en estas cuestiones el poder espiritual debe ser obedecido antes que el temporal. 3

En nuestro propio siglo, esta enseñanza católica ha sido reiterada por el Papa San Pío X. En su Alocución Consistorial del 9 de noviembre de 1903 dijo:
No ocultamos el hecho de que vamos a desconcertar a algunos diciendo que necesariamente debemos interesarnos en asuntos políticos. Pero cualquiera que se forme un juicio equilibrado podrá ver claramente que el Supremo Pontífice de ninguna manera puede arrancar la categoría de lo político de la sujeción al supremo control de la fe y la moral que le ha sido confiado.

Dom Luis Tosti, autor de la Historia del Papa Bonifacio VIII. Comenta sobre su enseñanza:
La sujeción al Romano Pontífice, como Vicario de Jesucristo, no sólo en todo lo que afecte a la fe y la moral, sino también en lo que afecte a la sociedad civil, es para los católicos un dogma, como aquéllos de la Santísima Trinidad y de la Eucaristía. Y como este dogma es propuesto a nuestra creencia por un principio revelador absoluto, no expuesto a contingencia humana, de ese modo la creencia debe también ser absoluta, invariable y única. Ahora bien, decir que algunos creen en una mayor y otra menor supremacía del Romano Pontífice es absurdo, tal como sería absurdo hablar de una mayor o menor afirmación del dogma de la Trinidad. El dogma es como Dios, está tan rigurosamente concentrado en la unidad, que no deja lugar a diversidad de opiniones. 4

La Autoridad de la Iglesia era reconocida universalmente por la gente y los gobernantes en la Edad Media. Este reconocimiento aun estaba incorporado en las constituciones de varias naciones de la Cristiandad. Los soberanos de varios estados eran vasallos de la Santa Sede, haciendo la autoridad papal más directa en la esfera temporal. Además, uno de los gobernantes del grupo de estados cristianos tenía del Papa, con el título de Emperador, el título adicional de Defensor de la Santa Sede y de toda la Cristiandad. Esto formó la base de lo que llegó a conocerse como el Sacro Imperio Romano. 5

Con la Iglesia declarando una autoridad temporal sobre aquélla de cualquier estado, la Iglesia llegó a tener contacto directo y muchas veces violento, con el poder de los gobernantes y de los reyes. Es por esto que se requería un hombre de mucha fe, valentía y carácter para ascender al trono de Pedro y detentar la tremenda responsabilidad que le incumbe al Vicario de Cristo en la Tierra ― sus enemigos eran muchos y muy poderosos. Como resultado, hasta la Edad Media, un gran porcentaje de los papas murieron violentamente por defender este principio. En la edad de la fe, el respeto al papado era lo más grande porque el reconocimiento de su autoridad y de su misión estaba en lo más alto, y debido a esto, el poder del estado se mantenía bajo control. En consecuencia, la Iglesia pudo desempeñar su labor sin obstáculos, y trajo gran prosperidad a aquellos pueblos que conformaron sus leyes con las enseñanzas de la Iglesia de Cristo. En las disputas ¡el bien triunfaba sobre el poder! El arzobispo Martin J. Spalding, escribiendo en 1860, decía:
Ningún otro poder fuera del de la Iglesia Católica, esgrimido por su jefe ejecutivo ― el Romano Pontífice ― podría jamás haber sometido a control la anárquica y aplastante tiranía; podría jamás haber protegido efectivamente los derechos populares contra la opresión; podría jamás haber defendido la castidad femenina del libertinaje imperial y real, a través de garantizar todos los derechos sagrados y defendiendo los deberes del matrimonio cristiano; podría, en una palabra,  haber jamás frenado el torrente de la mera fuerza bruta, que campeaba sobre Europa y la amenazaba con la destrucción. Si la edad Media fue pre-eminentemente una edad de fe, fue no obstante una edad de violencia y fuerza bruta. Pero ¡ay de la civilización europea si no hubiera habido en esa época un gran poder moral y religioso, que era el único respetado por las masas de la población!... Si el bien finalmente triunfó sobre el poder, y las pasiones hubieron largamente de ceder en la lucha contra la razón y la religión, debemos el resultado principalmente a la influencia benéfica del Papado. Esto es tan cierto como lo demás en toda la historia. 6

Muchos ejemplos pueden encontrarse en la historia de esta confrontación continua entre el papado y el estado: Guillermo II de Inglaterra contra el Papa Urbano II; Enrique IV de Alemania (Sacro Imperio Germano Románico) contra el Papa San Gregorio VII; Federico Barbarroja contra los Papas Alejandro III y Adriano IV, y Federico II de Alemania contra al Papa Inocente III.

Con una comprensión de lo que es y lo que ha significado la autoridad de la Iglesia Católica para mantener un mundo próspero y pacífico, puede uno ver cuán trágico paso tomó la humanidad en los años 1500´s cuando desechó la benévola protección de la Santa Madre Iglesia. No fue éste un único paso, sin embargo, sino la culminación de muchos otros acontecimentos causales. Este camino a la destrucción es el que ahora habremos de examinar de manera breve.

Notas
1   The History of the Protestant Revolt in England and Ireland, William Cobbett, 1824, reimpreso por TAN Books.
2   From The Mystical Body of Christ and the Re-Organization of Society por el Padre. Denis Fahey, pp. 46-47. La analogía de San Roberto Belarmino está traducida de De Romano Pontifice, lib. V, Cap. 6.
3   Santo Tomás de Aquino, Comentario sobre las Sentencias de Pedro Lombardo, Dist. 44, Cuestión 3, Artículo 4. 
4   La Historia del Papa Bonifacio VIII, Dom Luis Tosti, monje Benedictino de Monte Cassino, 1910, p. 446.
5   El primer Emperador del Sacro Imperio Romano fue Carlomagno; sus sucesores forman una larga y constante línea que llegó hasta 1806 ¡Qué desafortunado para nosotros el que muchos de ellos no hayan vivido a la altura de su juramento!
6   The History of the Protestant Reformation in Germany and Switzerland, and in England, Ireland, Scotland, the Netherlands, France, and Northern Europe, Vol. I, M. J. Spalding, D.D., pp. 25-26.

(Continuará)

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