viernes, 10 de enero de 2014

El Papa Francisco y la Antigua Alianza

El Papa Francisco y la Antigua Alianza
La Exhortación Apostolica Evangelii Gaudium

por John Vennari
Publicado en Catholic Family News http://www.cfnews.org
Traducido por Roberto Hope

El jueves 26 de noviembre, el Papa Francisco emitió su Exhortación Apostólica Evangelii Gau­dium, “Sobre la Proclamación del Evangelio en el Mundo Actual”.  Es un texto abrumador de más de 51,000 palabras.

El documento está regido por la nueva orientación proveniente del Vaticano II, aun cuando lleva la impronta personal de Francisco.  Por ahora, vamos a enfocarnos en una sección de la Exhortación, que trata de la religión judaica actual.

En el contexto de exhortar a los católicos aún más profundamente al programa ecuménico, el Papa Francisco dice:  “Una mirada muy especial se dirige al pueblo judío, cuya Alianza con Dios jamás ha sido revocada, porque «los dones y el llamado de Dios son irrevocables» (Rm 11:29). La Iglesia, que comparte con el Judaísmo una parte importante de las Sagradas Escri­turas, considera al pueblo de la Alianza y su fe como una raíz sagrada de la propia identidad cristiana (cf. Rm 11,16-18). Como cristianos, no podemos considerar al Judaísmo como una religión ajena, ni incluimos a los judíos entre aquéllos llamados a dejar los ídolos para con­vertirse al verdadero Dios[1] (cf. 1 Ts 1,9). Creemos, igual que ellos, en el único Dios que actú­a en la historia, y con ellos aceptamos su Palabra revelada.” [2] No hay mención de necesidad alguna de su conversión a Cristo y a Su Iglesia.

El papa Francisco en efecto continúa la iniciativa del programa del Concilio, y concretado por los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI, de que la Antigua Alianza no ha sido superada por la Nueva.  Éste es un concepto novedoso que va en contra de la Sagrada Escritura y del magis­terio perenne de la Iglesia.

Nuestro Señor Jesucristo les dijo a los judíos de su época:  “Si ustedes no creen que yo soy Él (el Mesías) morirán en sus pecados” (Juan 8:24).  En otra parte dijo a los judíos, “Buscan en las Escrituras porque en ellas creen que tienen vida pedurable.  Pero son aquéllos que dan testimonio de Mí; sin embargo no quieren ustedes venir a Mí para tener vida” (Juan 5:39 - 40)

San Juan, fiel a la enseñanza de Nuestro Señor, dice asimismo, “¿Quién es el mentiroso si no aquél que niega a Jesucristo?  Aquél que niega al Padre y al Hijo es el Anticristo” (1 Juan 2:22).  Los judíos de los tiempos modernos niegan que Jesús sea el Cristo y viven su vida como si Jesús no existiera.

San Pedro, en su primer sermón en la mañana de Pentecostés dijo a los judíos que se habí­an reunido para oírle hablar, que deben ser bautizados y hacerse miembros de la verdadera ecclesia de Cristo para su salvación (Hechos 2).  Aun cuando estos hombres eran judíos reli­giosos, judíos piadosos que habían viajado gran distancia para ir a celebrar la Fiesta Judía, San Pedro no les dijo que tenían su propia alianza viable, independiente de Cristo.  Para su salvación tenían que abandonar su lugar en el judaísmo y pasarse a la única Iglesia verdade­ra, establecida por Cristo.

La Sagrada Escritura, asímismo, nos enseña que la Antigua Alianza fue sobreseída por la Nue­va. Nuestro Señor advirtió a los judíos que lo rechazaban:  “por lo tanto les digo que el Reino de Dios les será despojado y será entregado a gente que rinda sus frutos.” (Mat. 21:43)

San Pablo declara explícitamente que la Nueva Alianza de Nuestro Señor “ha hecho obsole­ta la anterior,” o sea que hizo obsoleta la Antigua Alianza judía (Heb. 8:13).  La Iglesia Católi­ca a través de los siglos ha sido fiel a esta verdad.

La doctrina de la suplantación del Viejo Testamento por el Nuevo es una doctrina universal y perpetua de la Iglesia Católica.  Es un artículo definido de la Fe Católica.  La solemne Profe­sión de Fe del Concilio Ecuménico de Florencia, bajo el Papa Eugenio IV, dice lo siguiente:

“La sacrosanta Iglesia Romana.... firmemente cree, profesa y enseña que las legalidades del Antiguo Testamento, o sea, de la Ley de Moisés, que se dividen en ceremonias, objetos sagrados, sacrificios y sacramentos, como quiera que fueron instituídas en gracia de signifi­car algo por venir, aunque en aquella edad eran convenientes para el culto divino, cesaron una vez venido nuestro Señor Jesucristo, Quien por ellas fue significado, y empezaron los sacramentos del Nuevo Testamento.... Denuncia consiguientemente como ajenos a la fe de Cristo a todos los que, después de aquél tiempo, observan la circuncisión y el sábado y guar­dan las demás prescripciones legales y que en modo alguno pueden ser partícipes de la sal­vación eterna, a no ser que un día se arrepientan de esos errores.”[3]

Francisco y el judaísmo
No debería sorprendernos, sin embargo, que el Papa Francisco diga de los judíos actuales que “su alianza con Dios jamás ha sido revocada.”  Él siempre ha sido un prelado ecuméni­co.  En diciembre de 2012, celebró al Hanukka con judíos argentinos en Buenos Aires.[4]

Además, como Cardenal Bergoglio, fue co-autor del libro Sobre el Cielo y la Tierra, con su amigo el Rabino Abraham Skorka. Aquí va lo que el entonces Cardenal Bergoglio dijo sobre el tratamiento de este tema por el Concilio Vaticano II:

“Hay una frase del Segundo Concilio Vaticano que es clave, dice que Dios se manifiesta a todos los hombres y en primer lugar rescata al pueblo depositario de las promesas. Y como Dios es fiel a sus promesas, no fue rechazado. La iglesia oficialmente reconoce que el pue­blo de Israel sigue siendo depositario de las promesas.  En ningún momento dice 'perdieron el partido, ahora nos toca a nosotros.'  Es un reconocimiento al pueblo de Israel. Eso, pienso, es lo más valiente del Concilio Vaticano II sobre el tema.”[5]

Donde el Cardenal Bergoglio observa que en ningún momento dice el Vaticano II “perdieron el partido, ahora nos toca a nosotros,” se está refiriendo a la doctrina de que la Antigua Alian­za ha sido superada por la Nueva, pero que el Vaticano II parece haber alterado esta enseñan­za.  Regocijándose de este nuevo enfoque, Bergoglio en efecto rechaza las palabras dichas a los judíos por Nuestro Señor, señaladas arriba: “por lo tanto les digo que el Reino de Dios les será despojado y será entregado a gente que rinda sus frutos.” (Mat. 21:43)

Es la verdadera doctrina de la supercesión sobre la cual la Iglesia Católica basaba su doctri­na tradicional de que los Judíos fueron el “pueblo anteriormente elegido” pero que ya dejaron de ser el Pueblo Elegido.  Vemos un ejemplo de esto en la consagración que el Papa Pío XI hizo de la Raza Humana al Sagrado Corazón de Jesús, una oración litúrgica emitida junto con su Encíclica Quas Primas.  La oración dice en parte: “Vuelve tus ojos de misericordia hacia los hijos de esta raza, que fueron tu pueblo elegido. De antaño ellos derramaron sobre sí la sangre del Salvador. Descienda sobre ellos el fruto de redención y de vida”.

Una Continuidad del Modernismo
Nostra Aetate, del Vaticano II, fue el documento que provocó el cambio fundamental en la actitud de los modernos hombres de iglesia hacia los judíos.
El Cardenal Kurt Koch, actual cabeza del Concilio Pontificio para la Promoción de la Unidad Cristiana, celebra Nostra Aetate como la “brújula crucial” de todos los esfuerzos para el diálo­go Católico-Judío.  En su discurso del 16 de mayo de 2012 en el Angelicum de Roma, Koch se refiere a Nostra Aetate como el “documento fundacional”, la “Carta Magna” del diálogo entre la Iglesia Católica Romana y el judaísmo.  Llama a Nostra Aetate un texto que llevó a efecto “una re-orientación fundamental de la Iglesia Católica” que siguó al Concilio.[6]

Nostra Aetate fue diseñada para ser sólo el principio de algo mucho mayor.  Es la culmina­ción de más de dos décadas de trabajo por teólogos de inclinación modernista que estaban determinados a evadir la teología tradicional y establecer una nueva base para las relaciones entre los católicos y los judíos.[7]  Un texto clave de Nostra Aetate sobre este punto se encuentra en el capítulo cuarto del docu­mento:

“Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos...no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras.... La Iglesia.... deplora los odios, persecuciones y mani­festaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos.”

Por supuesto, ningún católico debe estar a favor del maltrato de judíos ni de nadie más.  Lo que inquieta, sin embargo, es la ambigüedad que contiene la frase, “no se ha de señalar a los judíos como réprobos de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escri­turas.”

Esta frase carece de algunas distinciones necesarias:
En primer lugar, todos somos miembros de una “raza maldita” ‒ la raza humana.  Ninguno de nosotros nace católico, sino que entramos a este mundo manchados con el pecado original como hijos de Adán y Eva.  Nacimos, pues,  “enemigos de Dios”, como lo explica el beato Abad Marmion [8]. Los Salmos nos enseñan, “en verdad fui nacido en culpa y mi madre me concibió en pecado” (Salmo 5:7)  San Pablo afirma “Pues todos por naturaleza somos hijos del mal.” (Eph. 2:3). Todos nacemos como parte del Reino de Satanás.

Para ser librados de este este reino, debemos ser salvados.  Como lo explica el eminente Monseñor Joseph Clifford Fenton, el  proceso de salvación requiere de un pasar del reino de satanás al Reino de Dios.  Este Reino de Dios, conforme a la milenaria doctrina de los Dos Reinos, es la Iglesia Católica, la sola y única sociedad sobrenatural establecida por Cristo, donde puede encontrarse la salvación

El proceso de salvación, como lo observa Fenton, es semejante a ser rescatado de un bote de remo que zozobra, en el cual el individuo seguramente habrá de perecer, y pasar de ahí a un buque marinero.  Este traspaso necesario del reino de satanás al Reino de Dios requiere del bautismo y de la aceptación de Jesucristo y de su Revelación Divina.  “Aquél que crea y sea bautzado será salvado. Aquél que no crea será condenado.” (Marco 16:6)  Esta ense­ñanza es aplicable a todos los pueblos de la tierra, sean judíos, musulmanes, hinduistas o humanis­tas seculares.

Todos nacemos, pues, siendo parte de una “raza maldita.”  La única forma de librarnos del reino de satanás es dejar el imperio del diablo y pasar a la única y verdadera Iglesia de Cristo y mantenernos en estado de gracia por medio de la oración y de los sacramentos.

En segundo lugar, Nostra Aetate omite hacer una distinción crucial entre los judíos como indi­viduos y la religión judía. Es cierto que los judíos no sufren una maldición que imposibilite su salvación, ya que nuestra historia sagrada abunda en judíos conversos que abandonaron la religión de la sinagoga adhiriéndose a la Iglesia Católica. Sin embargo, lo que ahora se llama la religión judía no es de Dios, ya que se basa en el rechazo del Mesías.
El Papa Juan Pablo II

Una nueva evolución de Nostra Aetate fue consumada por el Papa Juan Pablo II.  El texto prin­cipal en esta etapa fue el discurso que dió Juan Pablo II a la comunidad judía de Magun­cia, Alemania, el 17 de noviembre de 1980. Es un discurso que posteriormente fue citado en documentos del Vaticano:

“La primera dimensión de este diálogo, o sea, el encuentro entre el pueblo de la Antigua Alian­za, nunca revocada por Dios, y el de la Nueva Alianza, es al mismo tiempo un diálogo dentro de nuestra Iglesia, es decir, entre la primera y la segunda parte de su Biblia.  Judíos y cristia­nos, como hijos de Abraham, están llamados a ser una bendición para el mundo. Mediante  su entrega conjunta a la paz y la justicia entre todos los hombres y todos los pue­blos,”[9]

Darcy O’Brien, autor de The Hidden Pope (el Papa Oculto), que detalla la amistad de toda la vida entre Karol Wojtyla (Juan Pablo) y su amigo judío Jerzy Kluger, correctamente explica el alcance cabal del enunciado revolucionario de Juan Pablo.  El discurso, dice O´Brien, contie­ne una “aseveración dramática” de que “La antigua Alianza... nunca ha sido revocada.  Esto significa que se abandona el objetivo de convertir a los judíos, y que se acoge su salvación como un pueblo, echando a un lado, para siempre, la noción de que su bautismo sea nece­sario.”[10]

Esta nueva dirección del Papa Juan Pablo II fue impulsada aún más por las Notas para una Correcta Presentación de los Judíos y el Judaísmo en la Predicación y la Catéquesis de la Iglesia Católica Romana.  La introducción del documento pide al lector que tome especial nota del párrafo 3 “que habla del judaísmo como una realidad presente y no sólo como una realidad histórica (y consecuentemente superada)” Cuando pasamos al párrafo 3, leemos que las Notas citan el discurso mencionado arriba, en el que Juan Pablo habla de “..el pueblo de Dios de la Antigua Alianza, nunca revocada...”

Lejos de manifestar que las Notas malintepretaron sus palabras, Juan Pablo habló de su apoyo ilimitado del documento.  El 28 de octubre de 1985, Juan Pablo II dijo (Las) Notas para una Correcta Presentación de judíos y judaísmo en la Predicación y la Catéquesis de la Iglesia Católica Romana” es “prueba del interés continuo y del compromiso de la Santa Sede en esta renovada relación entre la Iglesia Católica y el pueblo Judío.” [11]

Además, el Papa Juan Pablo II, en todos sus tratos con los judíos de ahora, jamás aludió a la necesidad de su conversión a Cristo y a Su Iglesia.  Los trató como un cuerpo religioso cuyos miembros tienen su propio camino legítimo para llegar a Dios.  Ésta es una manifestación del indiferentísmo religioso que había sido condenado por los Papas León XII, Gregorio XVI, Pío IX y todos los demás papas hasta que llegó el Concilio.

Benedicto y Francisco Siguen el Programa
El sentido general de los escritos del Cardenal Ratzinger/Papa Benedicto XVI a través de los años es que los católicos no necesariamente deben tratar de convertir a los judíos, sino más bien, los judíos y los cristianos deben ser testigos comunes “del único Dios, que no puede ser adorado separadamante de la unidad de amor de Dios y prójimo, deben abrir las puertas al mundo por este Dios...”

Estos temas se encuentran en sus libros: Muchas Religiones, una Alianza; Dios y el Mundo; Jesús de Nazareth Parte II, y Luz del Mundo. Con anterioridad he documentado esto en núme­ros anteriores del Catholic Family News y no voy a repetirlo todo aquí.[12]

Baste decir que el Cardenal Kurt Koch, en su discurso del 16 de mayo en el Angelicum, enco­mió la dedicación del Papa Benedicto a Nostra Aetate.  Koch celebra al Papa Benedicto como un hombre entregado a la nueva orientación del Con­cilio, y elogió a Benedicto por seguir los exactos mismos pasos del Papa Juan Pablo II en este asunto.  De hecho, durante un período de 26 años, el Papa Juan Pablo II visitó una sina­goga, mientras que en un lapso de 7 años, el Papa Benedicto XVI visitó tres.  Así, se regocijó el Cardenal Koch, “Podemos decir con gratitud que ningún otro papa en la Historia ha visita­do tantas sinagogas como Benedicto XVI.”[13]

De manera semejante, cuando el Papa Benedicto visitó la sinagoga en Roma, el Rabino David Rosen, director de Asuntos Interreligiosos del Comité Judaico Americano estaba exta­siado y comprendió mejor que muchos católicos la verdadera naturaleza revolucionaria de tales actos:

“Con su visita a la sinagoga el Papa Benedicto está institucionalizando revoluciones,” dijo el Rabino Rosen.  “Al visitar una sinagoga romana, el Papa Benedicto está haciendo difícil para un futuro papa dejar de hacer una visita así.  La visita de Juan Pablo [1986] pudo haber sido una excepción, pero ahora con la visita de Benedicto XVI, hay una sensación de continuidad.

El Papa Francisco es también un hombre de Nostra Aetate.  Él ha abolido, en efecto, la ver­dad infalible de que la Antigua Alianza fue superada y hecha obsoleta por la Nueva.  En esta y en otras áreas, él acepta que puede haber “alguna transformación del mensaje dogmático de la Iglesia” en el tiempo, lo cual constituye la sucinta definición de Modernismo del Mose­ñor Joseph Clifford Fenton.[14]  La orientación Modernista continúa bajo el Papado de Francisco.

Cuatro Puntos para Mantener el Equilibrio
A fin de ayudarle a usted a mantener el equilibrio ante la desorientación en curso de la máxi­ma jerar­quía de la Iglesia, cerraremos con cuatro puntos clave de la infalible Verdad Católica.  Éstas son enseñan­zas centrales de la Fe Católica, ya sea negadas o desdeñadas por nues­tros diri­gentes post-conciliares.   Estos cuatro puntos clave le ayudarán a usted a estabilizar su fe, y demues­tran la falacia de la nueva orientación del Vaticano II:

1)   Fuera de la Iglesia no hay salvación.  El concilio de Florencia enseña infaliblemente que “La sacrosanta Iglesia Romana.... Firmemente cree, profesa y predica que nadie que no esté dentro de la Iglesia Católica, no sólo paganos, sino también judíos o herejes y cismáti­cos, puede hacerse participe de la vida eterna, sino que irá al fuego eterno que está apareja­do para el diablo y sus ángeles [Mt. 25, 41], a no ser que antes de su muerte se uniere con ella ...”

Esta doctrina ha sido definida infaliblemente en tres ocasiones y enseñada continuamente a través de los siglos por el magisterio ordinario, tal como en las repetidas condenaciones al indiferentismo religioso en el Siglo 19 y por Pío XII en Humani Generis.  Nada hay cruel ni “anti-semita” acerca de este dogma, como ha sido enseñado por la Iglesia desde tiem­pos de Cristo y viene de las palabras de nuestro Señor mismo:  “Aquél que crea y sea bau­tizado será salvado. Aquél que no crea será condenado.” (Marco 16:6)

2)  La Doctrina Católica no puede cambiar: Es de la naturaleza propia de la realidad mis­ma el que la verdad objetiva no pueda cambiar.  Así pues, lo que el Concilio de Florencia definió infaliblemente es verdadero para toda época.  Ni siquiera el Papa puede alterarlo.[15]  El Con­cilio Vaticano II fue tan solo un concilio pastoral que nada definió formalmente, ni pue­de modifi­car la doctrina para nada.  El Concilio Vaticano I anteriormente había demolido toda idea de “una evolución en la doctrina” cuando enseñó que estamos obligados a creer la doc­trina cató­lica “en el mismo sentido y con la misma interpretación” como la Igle­sia lo ha ense­ñado siem­pre y sin cambio.  Esta fórmula viene de San Vicente de Lerins, del Siglo IV, y esta­ba también contenida en el Juramento Anti-Modernista – de mantener la fe cató­lica “siempre en el mismo sentido y con la misma interpretación” sin cambio ni altera­ción.
Vaticano I enseñó, además, infaliblemente “El significado de los Dogmas Sagrados, que debe preservarse siempre es aquél que nuestra Santa Madre Iglesia ha determinado.  Nunca es permisible apartarse de esto en interés de un entendimiento más profundo.” [16]
La llamada “hermenéutica de la continuidad y reforma” popularizada por el Papa Bendicto es esencialmente Modernista.  Nunca repite el deber católico de mantener la Fe Católica siem­pre “en el mismo sentido y con la misma interpretación”, ya que la fidelidad a la inmu­table doc­trina Católica prohibiría la nueva orientación del Concilio hacia la libertad religio­sa, el ecume­nismo, y el “diálogo judeo-católico” contemporáneo.

El método de la “hermenéutica de continuidad y reforma” es simplemente una nueva sín­tesis entre Tradición y Vaticano II – una síntesis entre la Tradición y el Modernismo – que no es una síntesis legítima.  Es un enfoque fraudulento de la Tradición, no obstante la buena inten­ción que pudieran tener sus promotores.  Es este principio modernista el que permite al Car­denal Koch celebrar Nostra Aetate como “una re-orientación fundamental de la Iglesia Católi­ca.”

3)  La Antigua Alianza fue superada por la Nueva:  Por lo tanto no puede uno afirmar que los judíos tengan su propia alianza con Dios, o que ejerzan alguna clase de fidelidad a con­secuencia de su anteriormente gozada condición de Pueblo Elegido.

El eminente teólogo Moseñor Joseph Clifford Fenton explica la enseñanza perenne de la igle­sia sobre esta materia, de que la palabra 'Iglesia' tiene un significado:  Es el Reino de Dios en la tierra, el pueblo de la Alianza Divina, el verdadero Israel de Dios, la única uni­dad social fuera de la cual no puede hallarse la salvación.  Antes de que Cristo viniera, esta ecclesia, este pueblo de la Alianza Divina, había sido el pueblo de Israel.  Pero cuan­do rechazaron a Nuestro Señor Jesucristo, perdieron esa condición como el verdadero Israel de Dios.  Los judíos de los tiempos modernos no pueden verdaderamente ser con­siderados hijos de Abra­ham, ya que han abandonado la Fe de Abraham en relación con Jesucristo nuestro Redentor[17]

Así pues, hablar como si los judíos de ahora no tuvieran necesidad de convertirse se opo­ne a las Escrituras, se opone a la doctrina infalible de la Iglesia enseñada a través de los siglos, y demuestra una falta suprema de caridad.  Los judíos, al igual que los no católicos, necesitan, en caridad cristiana, que se les recuerde que para ellos es crucial aceptar a Cristo y a Su Iglesia Católica como el solo y único medio establecido por Dios para su salvación.

Haciendo esto, podemos fácilmente adoptar el gentil fraseo del teólogo moral, Padre Fran­cis Connel, quien en 1944 dijo que los católicos tienen que ser instruidos para que, cuan­do se les pregunte, puedan contestar a los no católicos que “los consideramos privados de los medios ordinarios de salvación, no importando cuán excelentes sean sus intencio­nes.” [18]

4)  La Doctrina de los Dos Reinos:  Nuestra Fe Católica siempre ha enseñado que la huma­nidad entera está dividida en dos reinos.  Como lo enseña en Humanum Generis el Papa León XIII, la raza humana desde el tiempos de Adán “se separó en dos partes distintas y opues­tas”, una que se aferra firmememente a la verdad y la otra de aquéllos que se opo­nen a la virtud y a la verdad.  “La una es el Reino de Dios en la tierra, específicamente la verda­dera Iglesia de Jesucristo,  aquéllos que de su corazón deseen estar unidos a ella a fin de ganar su salvación... La otra es el Reino de Satanás, en cuya posesión y control están todos los que siguen el ejemplo fatal de su caudillo y de nuestros primeros padres, todos los que se rehusan a obedecer la ley divina y eterna...”[19] Cada hombre en la tierra es parte de uno de estos dos reinos. No hay una tercera alternativa.

Desafortunadamente – hablando del orden objetivo – todos los que están separados de la Iglesia son parte del Reino de Satanás, sea que lo reconozcan o no.  Están fuera de la reali­dad de la gracia santificante y de la pertenencia a la ecclesia de nuestro Señor.

Aplicando esta verdad al tema que nos ocupa, el Monseñor Fenton explica, “Al rechazar al Redentor Mismo, la unidad social (la antigua comunidad religiosa judía) automática­men­te rechazó la enseñanza que Dios había dado de Él...  El rechazo de este mensaje consti­tuyó un abandono de la misma fe divina. Al manifestar este rechazo de la fe, la uni­dad reli­giosa judía cayó de su posición como la compañía de gente elegida. No fue ya más la ecclesia de Dios, Su reino sobrenatural en esta tierra.  Se volvió parte del Reino de Sata­nás.”[ 20]
Fenton continúa: “Al momento de la muerte del Señor en el Calvario, momento en que el antiguo designio terminó y la asociación religiosa judía cesó de ser el reino sobrenatural de Dios en la tierra, esta sociedad recientemente organizada de los discípulos de Nuestro Señor comenzaron a ser el Reino Sobrenatural de Dios en la tierra; esta sociedad organi­zada de los discípulos de Nuestro Señor comenzaron a existir como ecclesia o el Reino.” [21]

El pretender que los judíos de la era moderna gocen de alguna tercera alternativa de fideli­dad a Dios es una ruptura con la enseñanza de la Sagrada Escritura y con la Doctrina Cató­lica de todos los tiempos.  La verdadera doctrina de la Iglesia Católica a través de los siglos no puede menospreciarse como algo que, de alguna manera, sea cruel o “anti-semi­ta”, pues acusar a Dios y a su Divina Revelación como cruel es una manifestación de blas­femia.

Mantener la Fe Verdadera
Finalmente, ante la confusión que proviene del Vaticano de hoy, recordemos las palabras del Cardenal Juan de Torquemada (1388-1468), el reverenciado teólogo medioeval que fue el res­ponsable de exponer las doctrinas formuladas por el Concilio de Florencia.

El Cardenal Torquemada, explicando que es posible, aun para un Papa, errar, enseña:  “Si los Papas mandaran cualquier cosa contra la Sagrada Escritura, o los artículos de fe, o la verdad de los sacramentos, o los mandamientos de la ley natural o divina, no debe ser obe­decido, sino que en esas órdenes debe ser ignorado.”  Citando la doctrina del Papa Inocente III el Cardenal Torquemada enseña además: “Así es como el Papa Inocente III (De Consuetu­dine) afirma que es necesario obedecer al papa en todo mientras él mismo no vaya contra las costumbres universales de la Iglesia, pero si llegara a ir contra las costumbres universa­les de la Iglesia no debe ser seguido en esos puntos.”
Nuestro primer deber, como lo enseña el Vaticano I, es mantener la Fe Católica “siempre en el mismo sentido y con la misma interpretación” como la Iglesia lo ha enseñado a través de los siglos.

Así pues nos adherimos a la Fe Católica de todos los tiempos, rezamos por la conversión de quienes no son católicos a la una y sola ecclesia, resistimos las novedades modernistas que provienen de los más altos rangos de la Iglesia y seguimos el Mensaje de Fátima que nos dice que “recemos mucho por el Santo Padre”.


Notas:
  1.  Nota de CFN:  Hablando de la noción modernista de que varias religiones adoran al mismo Dios, el eminen­te teólogo, Padre Reginald Garrigou-Lagrange explicaba que tal opinión niega el principio de no contradic­ción, que es el principio más fundamental de la razón.  El Padre Garrigou-Lagrange explica: “Es injurioso decir que Dios consideraría con ecua­nimidad a todas las religiones cuando una enseña la verdad y la otra enseña el error, cuando una promete el bien y la otra promete el mal.  Decir esto equivaldría a afirmar que Dios sería indiferente al bien y al mal, a lo que es honesto y a lo que es vergonzoso.”  De Revelatione, Padre Garrigou-Lagrange, [París Galbalda, 1921], Tomo 2, p. 437. Citas toma­das de “Christians, Muslims and Jews: Do we have the same God?” por el Padre Francois Knittel, Christendom, Noviem­bre-Diciembre 2007.
  2.  Evangelii Gaudium, # 247. Énfasis añadido..
  3.  Denzinger, 1348.  Énfasis añadido.
  4.  El noticiero que muestra este evento de diciembre de 2012, puede verse en: http://www.youtube.com/watch?v=BkeaWNH2kCE
  5.  Sobre el Cielo y la Tierra, Jorge Mario Bergoglio y Abraham Skorka.  La edición original en español fue publicada  en 2010
  6. “Construyendo sobre Nostra Aetate   50 años de Diálogo Cristiano-Judío” conferencia del Cardenal Kurt Koch en la Universidad Pontificia de Santo Tomás de Aquino (Angelicum). Centro Juan Pablo II, Roma, 16 de mayo de 2012.  Publicada por el Consejo de Centros de Relaciones Judeo-Católicas. Énfasis añadido
  7.   Ver From Enemy to Brother: The Revolution in Catholic Teaching on the Jews, 1933-1965 por el profesor John Connely (Harvard University Press, 2012).  El autor del libro simpatiza claramente con los progresis­tas, pero eso no va en detri­mento del valor de su documentación.  Este libro, publicado recientemente, documenta el esfuerzo de teólogos progre­sistas anteriores al Concilio Vaticano II por construir una nueva teología que reconciliase las modernas relaciones judeo-católicas.  Ha sido el trabajo de estos teólogos, principalmente el de Karl Theime, lo que tendió el basamiento para la nueva orientación expuesta en Nos­tra Aetate. Detallaremos más de este material en un número futuro de Catholic Fami­ly News.
  8.  Christ the Life of the Soul, Abbot Columba Marmion, [St. Louis: Herder, 1925], p. 33.
  9.  Cita tomada de The Hidden Pope, por Darcy O'Brien,  (Daybreak Books, New York, 1998), p. 316. Este mis­mo texto aparece en On Jews and Judaism, 1979-1986, publicado por the National Council of Catholic Bishops, Washington, D.C., 1987, p 35  (énfasis añadido)
10.  The Hidden Pope, pp. 316-317. (énfasis añadido)
11.   Papa Juan Pablo II, “Discurso ante el Comité de Enlace del Vigésimo Aniversario de Nostra Aetate.” Toma­do de Juan Pablo II On Jews and Judaism, 1979-1986, publicado por la Conferencia Católica de los Esta­dos Unidos, (Washington, 1987), p 75.
12.  El resumen más completo se puede encontrar en “Common Mission and Significant Silence” por John Ven­nari, Catholic Family News, Abril, 2011. 
13.  Koch, “Building on Nostra Aetate - 50 Years of Christian-Jewish Dialogue”.
14. “The Components of Liberal Catholicism” Msgr. Joseph Clifford Fenton, American Ecclesiastical Review, July 1958, p. 50.
15.  El Concilio Dogmático Vaticano I proclamó de fide que ni siquiera un Papa puede predicar una doctrina nue­va.  Al definir la Infalibilidad Papal, el Concilio Vaticano I enseña que “El Espíritu Santo no fue prometido al sucesor de Pedro para que por revelación del Espíritu Santo pueda dar a conocer una nueva doctrina, sino para que con Su ayuda pueda guar­dar sagradamente la revelación que fue transmitida por los Apóstoles y el depósito de la Fe, y pueda presentarla fielmen­te” Vaticano I, Sesión IV, Capítulo IV, Pastor Aeternus
16.  Vaticano I, Sesión III, Cap. IV, Dei Filius.
17.  El teólogo americano Mons. Joseph Clifford Fenton explica, “La nueva sociedad visible de Cristo continuó su profesión de la fe divina cuando la otra unidad social, la antigua comunidad religiosa judía, abandonó la fe al repudiar al Divino Redentor.  Así, la antigua unidad social perdió su status de ecclesia o reino de Dios en la tierra, en tanto que la nueva organización, el remanente de Israel que le fue fiel, pasó a ser ecclesia en un sentido mucho más completo y perfecto como jamás lo había sido la antigua.” Cita tomada de “The Meaning of the Word Church”, por Msgr. Joseph Clifford Fenton, American Ecclesiastical Review, Octubre de 1954.
18. “Communication with Non-Catholics in Sacred Rites,” Padre Francis Connell, C.Ss.R., American Ecclesiasti­cal Review, Septiembre, 1944.
19.  Humanum Genus, Sobre la Masonería y Otras Sectas, Papa León XIII,  20 de Abril de 1884.
20.  The Catholic Church and Salvation, Msgr. Joseph Clifford Fenton [Newman Press, 1958] pp. 138-139.
21.  Ibid. p. 139.
22.  Summa de ecclesia (Venecia: M. Tranmezium, 1561). Lib. II, c. 49, p. 163B. La traducción inglesa de este enunciado de Juan de Torquemada se encuentra en Patrick Granfield, The Papacy in Transition (New York: Doubleday, 1980), p. 171. y en Padre Paul Kramer, A Theological Vindication of Roman Catholic Traditional­ism, 2nd ed. (Kerala, India), p. 29. Enfasis añadido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escriba su comentario